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Culturas y civilizaciones
> Grecia
Introducción histórica
Jaime Molina Vidal
(Universidad de Alicante)
El mundo griego antiguo está formado por el conjunto de territorios (Grecia, Asia Menor, Magna Grecia,
Mar Negro, Norte de África y Mediterráneo occidental) y sociedades que, teniendo como área central de
referencia el mar Egeo, se articulan en torno a vínculos fundamentalmente culturales (lengua, religión,
filosofía, manifestaciones artísticas, etc.), bajo distintas fórmulas de organización política
independientes entre sí, de las que destaca la polis. La Antigua Grecia, por tanto, es una construcción
histórica y cultural, más que una realidad política, social o territorial, dada su falta de unidad estatal
antes de la llegada de Alejandro de Macedonia o de Roma.
Las condiciones geográficas de las regiones ribereñas del mar Egeo condicionan el desarrollo histórico
de estas sociedades. Grecia presenta un clima mediterráneo considerablemente seco y de temperaturas
poco moderadas, dada su ubicación en el Mediterráneo oriental y, sobre todo, debido a su abrupta
orografía. Se trata de territorios muy montañosos (el 80%) en los que las posibilidades agrícolas se
encuentran muy limitadas y las comunicaciones terrestres se hacen difíciles, ofreciendo argumentos al
característico aislamiento de muchas regiones de Grecia y a la formación de entidades políticas
independientes. Sólo las comunicaciones marítimas permiten superar los umbrales de aislamiento y de
autoabastecimiento de unas sociedades que encuentran dificultades para establecer vínculos regulares
por tierra. Las limitadas posibilidades agrícolas no facilitaron la formación de grandes concentraciones
de población en muchas de las regiones griegas, que se saturaban rápidamente, ofreciendo una
endémica inestabilidad socioeconómica que explica, en parte, fenómenos característicos de la Grecia
Antigua como la stasis o los continuos movimientos migratorios y procesos de colonización.
La formación del Estado es el elemento fundamental que caracteriza el tránsito de los periodos
prehistóricos a la Historia. La evolución de las sociedades simples (diferencias internas de carácter
primario como el sexo o la edad) a las sociedades complejas (diferencias sociales de rango debido a la
aparición y concentración de excedentes comunitarios) es un requisito fundamental para la aparición de
las comunidades históricas, que además han de centralizar sus funciones y servicios comunitarios en un
núcleo, generando de esta forma las primitivas entidades estatales. Elementos derivados de esas
primitivas formaciones estatales son la aparición de la escritura, las primitivas instituciones políticas, la
creación de las religiones, la estructuración social, etc. En Grecia asistimos a la aparición intermitente
de entidades protoestatales durante el segundo milenio a.C. en el conjunto del ámbito egeo, aunque
será durante los siglos IX y VIII a.C. cuando aparezca la entidad estatal griega por excelencia: la polis.
En Creta (2000-1500 a.C.) se desarrolla la talasocracia cretense (control pacífico de las redes
comerciales del Mediterráneo oriental) en torno a entidades protoestatales denominadas ciudadespalacio que actúan como núcleos de almacenamiento de excedente (escritura Lineal A), centro político y
social del mundo minoico. Tras la caída de los palacios cretenses y la talasocracia, el «despertar» (auge
de aristocracias bélicas) de los aqueos, poblaciones de origen centroeuropeo que habían ido llegando a
Grecia a lo largo de la primera mitad del II milenio a.C., da lugar a la aparición de nuevas entidades
protoestatales identificadas con las ciudades-fortaleza micénicas (1500-1200 a.C.). Las fortalezas
micénicas actúan como nuevos centros económicos (administración de excedentes y escritura Lineal B)
y políticos de carácter aristocrático, que se hacen enterrar en los Tholoi (grandes tumbas de cámara).
Sin embargo, las ciudades-fortaleza entran en crisis en torno al 1200 a.C., debido a un conjunto de
causas, algunas aún en el terreno de la hipótesis, como las luchas entre sociedades micénicas, conflictos
sociales, crisis de saturación del territorio o variaciones climáticas (ej. la caída de Troya). En cualquier
caso, estas transformaciones parecen afectar al conjunto del ámbito egeo y se ven acentuadas por
masivos movimientos migratorios, identificados en las fuentes antiguas con las llamadas invasiones
dorias o el denominado «retorno de los heráclidas» (centroeuropeo), aunque se deben relacionar con un
proceso más amplio, los movimientos de los «Pueblos del Mar», que afecta a todo el Mediterráneo
oriental. Las convulsiones sociopolíticas que sufre el mundo micénico, junto a los movimiento
migratorios en sentido norte-sur provocan un efecto dominó en el Mediterráneo oriental («movimientos
de los Pueblos del Mar»), que termina de precipitar la caída del mundo micénico, afecta a Creta, Chipre
y Egipto, destruye el Imperio Hitita (creando un gran vacío que permitirá ulteriores migraciones
griegas), y acaba por confluir en el área sirio-palestina, donde se detectan importantes cambios
culturales y poblacionales (arameos, fenicios, neohititas, hebreos, estados neobabilónicos).
La caída del mundo micénico abre el camino de la denominada «época oscura» (1200-800 a.C.) que
cierra el paréntesis de las estructuras protoestatales, volviendo a una extrema dispersión poblacional,
ruralización y empobrecimiento de Grecia. Destaca la aparición de importantes novedades sociales
(menor complejidad), territoriales (grandes diferencias interregionales) y, sobre todo, materiales, en
buena parte de origen autóctono u oriental, como la utilización del hierro, la difusión de la incineración y
las tumbas individuales, las decoraciones cerámicas geométricas, la aparición de cerámicas del tipo
Barbarian ware o el desarrollo de viviendas de planta absidiada. Este panorama de empobrecimiento
generalizado provoca un ulterior proceso migratorio desde la Grecia continental a las regiones costeras
de Anatolia, conocido como la «Primera Colonización Griega» (1140-1050 a.C), que aprovechando el
vacío dejado por la caída del Imperio Hitita creará núcleos de población griega que serán el origen de
los ámbitos culturales eolio, jonio y dorio, germen de las futuras ligas. A principios del I milenio a.C. el
Imperio Neohitita vuelve a generar una gran presión sobre las poblaciones griegas de Anatolia que se
concentrarán y aumentarán su densidad creando las condiciones adecuadas para la formación de
algunos de los elementos fundamentales de la cultura griega antigua como la lengua griega, el panteón
y la teogonía, el paso del mito al logos, las bases del arte griego y, sobre todo, la formación de la polis,
como principal prototipo de estructura estatal griega.
La polis es una comunidad jurídicamente autónoma y soberana de carácter agrario dotada de un lugar
central que actúa como núcleo económico, político, social, administrativo y religioso. Su origen se
encuentra en Anatolia (Esmirna 850 a.C.) y pronto se difunde por el resto del Egeo, y tras la Gran
Colonización Griega de parte del Mediterráneo, conformará la base de otros modelos estatales
semejantes, como la propia civitas romana. La polis está formada por el asty (núcleo central amurallado
dotado de urbanismo funcional en el que encontramos la plaza pública, ágora, y la acrópolis, templos
urbanos) y la chora (el territorio dependiente articulado administrativamente a través de los santuarios
periféricos). La polis, como centro de acumulación de poder y excedente, debe su formación a la
aristocracia que desde sus inicios controlará de forma absoluta todos los mecanismos políticos, sociales,
legales y religiosos del estado. Esta situación inicial y la progresiva saturación de los pobres territorios
griegos fruto del crecimiento demográfico agudizarán las diferencias sociales generando un conflicto
social casi endémico, la stasis. En cualquier caso, habríamos de recordar que la evolución política de las
distintas ciudades-estado griegas será muy dispar, al tratarse de entidades territoriales diferentes. Sólo
algunos elementos de carácter sociocultural dan algo de coherencia a los pueblos helénicos: la lengua
común, el oráculo de Delfos, los juegos olímpicos (primera olimpiada 776 a.C.) y, con el tiempo, el
enemigo común, los persas.
La stasis se vio agudizada cuando los grupos desfavorecidos de la sociedad pasaron a tener un nuevo
instrumento de presión, su presencia en los ejércitos hoplíticos, la nueva estructura militar que se
extiende en Grecia, al menos, desde el siglo VII a.C., y que depende de la participación masiva de
soldados de infantería. Ante la creciente saturación poblacional y la stasis, las aristocracias de muchas
ciudades-estado derivaron a parte de sus excedentes poblacionales al exterior, configurando la Gran
Colonización Griega. La primera fase a partir del siglo VIII a.C. se dirigió hacia Occidente (Magna Grecia
en Italia y Sicilia, primera colonia Pitecusa 775 a.C.), y después, a partir de la segunda mitad del s. VII
a.C., a otras regiones del Mediterráneo desde Ampurias, en la Península Ibérica, hasta el Mar Negro.
Pero este proceso también tuvo importantes motivaciones comerciales. De hecho, la colonización,
basada en la fundación de nuevas ciudades (apoikia) también generó otras formas de contacto
comercial complementarias basado en la difusión de los emporia, puertos de comercio generadores de
intensas transacciones económicas y culturales.
Sin embargo, la stasis seguía cuestionando la continuidad de las comunidades políticas, por lo que las
aristocracias trataron de frenar la conflictividad social con el nombramiento de legisladores encargados
de poner por escrito el derecho consuetudinario. La actividad de los legisladores (s. VII a.C.) pretendía
reducir la arbitrariedad de una justicia que, de todas formas, seguía estando controlada por los propios
aristócratas y cuyo principal asunto era la cruda cuestión de las deudas, que estaba llevando a gran
parte de la población campesina a formas de dependencia («esclavitud por deudas», hectemorado).
Finalmente la dependencia que la polis tenía de los ejércitos hoplíticos compuestos por los mismos
ciudadanos empobrecidos y sometidos por los aristócratas, que controlaban la ciudad-estado, provocará
el estallido social: las tiranías (siglos VII-VI a.C.). Los tiranos eran cabecillas del ejército hoplítico,
generalmente aristócratas segundones, que con el apoyo de los soldados dieron golpes de estado bajo
la promesa de mejorar sus condiciones de vida, solucionar la cuestión de las deudas y atenuar la
presión de la aristocracia. La ulterior evolución de las tiranías fue muy desigual, aunque en muchas
ciudades-estado fue un factor fundamental para el desarrollo de sistemas políticos democráticos.
Sin duda, Atenas fue el paradigma de las ciudades-estado que desarrollaron sistemas democráticos.
Fruto del proceso sinecista que integra los territorios y las poblaciones de Eleusis, Ática y Braurón,
surgió la polis de Atenas que desde el s. VIII a.C. inició un largo recorrido político que le lleva desde sus
orígenes míticos, relacionados con divinidades como Atenea o Poseidón y reyes como Erictonio o Teseo,
hasta la creación de una plena democracia en el siglo V a.C. Como muchos otros estados griegos,
Atenas estuvo sometida a fuertes tensiones sociales, ligadas al empobrecimiento campesino y al
desarrollo del hectemorado (poblaciones sometidas por deudas). La respuesta ateniense a la stasis
presenta peculiaridades, ya que después del legislador Dracón (630-625 a.C.), hemos de destacar la
figura de Solón (594 a.C.) que puso las bases del sistema socioeconómico ateniense de carácter
comercial (producción de vino, aceite y productos artesanales para la exportación y la obtención de
grandes beneficios comerciales que, en parte, sirven para importar el grano con el que alimentar a la
población). Además Solón, que va más allá de la simple acción compiladora de los legisladores,
acometió la solución, al menos parcial, del conflicto social: abolió el hectemorado; anuló las deudas y
prohibió el préstamo que llevaran al hectemorado con carácter retroactivo; fraccionó los latifundios;
prohibió exportar productos agrícolas excepto aceite; introdujo la moneda, y dividió la población en
cuatro grupos en función de su riqueza (pentakosiomedimnoi, hippies, zeugitai y thetes), reflejo
inequívoco del desarrollo de los ejércitos hoplíticos en Atenas. No obstante, los rescoldos de la stasis
produjeron la aparición del tirano Pisísitrato (561-528 a.C.) que, con una ambigua política populista y
demagógica, mejoró las condiciones económicas y sociales de Atenas, acometiendo importantes
reformas urbanísticas que dejaron su huella en la ciudad. Después de graves disputas internas y en un
ambiente de gran tensión política, especialmente alimentada por la aristocracia, destaca la figura de
Clístenes (511 a.C.), que instauró un sistema isonómico (igualdad social y política) clave del ulterior
desarrollo democrático. Clístenes reorganizó las tribus (base de la representación sociopolítica de la
población) rompiendo su estructura territorial y aristocrática; creó una nueva estructura de
administración territorial, el demos; despojó al areópago de las funciones legislativas que concentró en
el nuevo consejo de la Boule y los pritanes; comenzó a utilizar las penas de ostracismo contra los
traidores al estado, y potenció las funciones de la Ekklesia (asamblea).
La evolución política de Atenas y del resto de ciudades-estado griegas se vio interrumpida a principios
del siglo V a.C. ante el empuje expansionista del Imperio Persa. Los ejércitos helénicos hicieron frente a
los persas en la Primera Guerra Médica (victoria ateniense en Maratón 490 a.C.) y la definitiva Segunda
Guerra Médica (480-479 a.C., derrota griega en las Termópilas y victorias en Salamina y Micala), que
ralentizó el conflicto hasta la definitiva paz de Calías (449/448 a.C.). Sin embargo, este conflicto
produjo enormes transformaciones en el conjunto de las poblaciones y estados griegos: generó una
nueva conciencia nacional panhelénica; favoreció un inusitado renacimiento cultural y económico del
mundo jonio; revitalizó el helenismo en occidente; potenció los cultos griegos frente a los orientales,
especialmente aquéllos relacionados con Atenas principal potencia vencedora de la guerra; aceleró el
crecimiento económico-comercial de Atenas ligado a su expansión marítima y, por encima de todo, puso
las bases de la formación de bloques griegos opuestos en torno a Atenas (Liga Ático-Délica vinculada a
sistemas democráticos) y Esparta (Liga del Peloponeso defensora de sistemas aristocráticos). Durante la
Pentecontecia (periodo comprendido entre el final de la Segunda Guerra Médica, 479 a.C., y el inicio de
las Guerras del Peloponeso, 431 a.C.) asistimos al desarrollo de estas ligas y su creciente antagonismo,
que culminará en el enfrentamiento panhelénico del último tercio del siglo V a.C.
Durante la Pentecontecia Atenas culminó el proceso de construcción de la democracia. Efialtes encarnó
la radicalización de la democracia (462-461 a.C.) que potenció las funciones de la Boule; fortaleció los
órganos colectivos; aumentó el poder de los demos; agudizó las tendencias imperialistas, y permitió el
acceso de los zeugitai (las clases medias) al arcontado (las magistraturas). Finalmente, con Pericles
(459-429 a.C.) podemos afirmar que se alcanzó la democracia: potenció el papel de la asamblea;
remuneró los cargos públicos, permitiendo el acceso de las clases medias al poder ejecutivo; creó un
estado protector basado en políticas de beneficencia, sólo para los ciudadanos atenienses, e importantes
inversiones públicas, especialmente en reformas urbanísticas, que permitió mantener elevados niveles
de ocupación y de crecimiento económico; la financiación la obtenía de la intensa política imperialista
llevada a cabo a través de la Liga Ático-Délica y el aumento de los impuestos comerciales, y todo ello
apoyado en una agresiva política de exaltación patriótica basada en la ciudadanía restringida. No hemos
de olvidar, en cualquier caso, que esta democracia quedaba circunscrita al ámbito masculino (las
mujeres no votaban) y estrictamente ciudadano (tampoco votaban la multitud de extranjeros y esclavos
que vivían en Atenas). A pesar de sus aspiraciones, Atenas no pudo culminar su política imperialista ya
que no planteó formas de integración económica, social o política de los estados vinculados a la Liga
Ático-Délica, que de ninguna manera podían acceder a los beneficios que proporcionaba la ciudadanía
ateniense.
Esparta encarnaba la ideología y el sistema aristocráticos opuestos a la democracia ateniense. El estado
espartano estaba integrado por Esparta y Laconia, junto a los territorios conquistados de Mesenia. Los
espartanos monopolizaban el poder político, ignorando a los periecos, que forman comunidades no
agrícolas autónomas, y sometiendo a los ilotas, la principal parte de la población de origen
mayoritariamente mesenio, a una relación de servidumbre y control. La minoritaria comunidad
espartana desarrolló una sociedad cerrada, comunitaria y organizada para mantener el control absoluto
de los resortes del estado, obsesionada por controlar el principal factor de inestabilidad estatal: la
desigualdad de las poblaciones mesenias (los ilotas). El estado espartano presentaba una peculiar
organización política de carácter aristocrático, fundada por el legendario legislador Licurgo y basada en
una ley fundamental (La Retra), dirigida por una diarquía (dos reyes) y apoyada en el consejo legislativo
(Gerousia) y la asamblea (Apela). Después de las Guerras Médicas Esparta acaparó la influencia
estratégica de la Liga del Peloponeso, potencia antagonista del bloque ático-délico, aunque diversos
conflictos sociopolíticos internos (Guerras Mesenias, irrupción de los éforos) dificultaron su crecimiento
militar. Finalmente, como indica Tucídides, el crecimiento de los bloque antagónicos (Liga Ático-Délica y
Liga del Peloponeso) derivó en las Guerras del Peloponeso (431-404 a.C.), el enfrentamiento
panhelénico que transformó las bases sociales y políticas de los estados griegos.
El final de las Guerras del Peloponeso trajo un predominio de sistemas políticos y filosofías (Platón,
Aristóteles) aristocráticas, y supuso el declive de la principal estructura estatal griega: la polis. Durante
el siglo IV a.C. asistimos a una enorme recesión económica (tierras arruinadas, redes comerciales en
crisis, aumento de la piratería, descenso de los excedentes y los niveles de consumo); se radicalizan las
diferencias sociales; se generalizan nuevas formas de trabajo como la esclavitud; aumentan los
movimientos migratorios de poblaciones empobrecidas, y ante la crisis de la polis se desarrollan los
ejércitos de mercenarios (rompiendo la célula básica de las sociedades hoplíticas: campesino (oikos)ciudadano- soldado). En este contexto se desarrollan nuevos sistemas sociopolíticos aristocráticos, como
las tiranías menores, y en Grecia se sucederán diversas fases de hegemonía político-militar (espartana,
beocia, tebana) que abonarán el terreno para la irrupción de una nueva potencia hegemónica:
Macedonia.
El reino de Macedonia, bárbaro para los griegos, se había mantenido bastante al margen del desarrollo
histórico helénico hasta la llegada de Filipo II, que iniciará un proceso de unificación interna y expansión
(Tracia, Iliria, Grecia) que culminó con la firma del tratado de Corinto (338 a.C.), por el que Macedonia
pasaba a controlar la Federación Panhelénica, gobernada por el consejo del Sinedrión, supuestamente
formada para luchar contra los persas. Tras su muerte, su hijo, el joven Alejandro de Macedonia
(Magno), cuyo pedagogo fue Aristóteles, se hace con todo el poder (336 a.C.), se proclama protector
del Oráculo de Delfos, controla la Federación Panhelénica y forma un gran ejército con el propósito de
derrotar al Imperio Persa de Dario III y crear un «Imperio Universal». Las victorias militares, la
desunión y deserción de muchas satrapías persas (provincias) y la política sincretista e integradora de
Alejandro le permitieron formar un inmenso imperio oriental que llegó hasta la India. Cuando se
disponía a continuar sus conquistas hacia Occidente muere (323 a.C.) y el imperio se divide entre sus
generales o sus descendientes, dando lugar a los reinos helenísticos: Reino Ptolemaico de Egipto
(Lágida), Imperio Seléucida (Oriente) y Reino de los Antigónidas (greco-macedónico). Se inicia la fase
final del mundo griego independiente, antes de la conquista romana definitiva (146 a.C.), abriendo la
fase cultural denominada Helenismo que incorpora diversos elementos greco-orientales (mediterráneos)
y culmina la evolución cultural griega (arcaica y clásica precedentes), que constituirá uno de los pilares
de las formaciones culturales mediterráneas (púnica, romana, cristianismo, etc.) y del ulterior desarrollo
de la «cultura occidental».