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Transcript
Después de
ver la
preparación
o antesala
de la misa,
llegamos a
la primera
de las dos
partes de la
misa.
Es la liturgia de la palabra. Es un paso o preparación
para la parte principal, la del sacrificio; pero tiene
entidad propia, ya que se puede celebrar ella sola. Pero,
si se va a celebrar la misa, debe ser todo unido.
Así, unidas
las dos
partes, se
hacía desde
muy
antiguo. Ya
lo decía san
Justino, por
el año 150:
“Cuando nos reunimos se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas tanto tiempo cuanto
es posible”. Estas eran las lecturas antes del sacrificio.
La principal lectura es el
evangelio. Pero antes
del evangelio se lee una
lectura, si es día normal
u ordinario, mientras
que si es domingo o
alguna fiesta destacable,
se leen dos lecturas.
Durante mucho tiempo a
esa primera lectura se la
llamaba “epístola”
(carta); pero ahora se
llama 1ª lectura, pues
puede ser de diversas
partes de la Biblia.
Algo importante que debemos tener en cuenta en la
liturgia de la palabra es que la palabra de Dios no es
sólo para oírla, como si se tratase de un acontecimiento
pasado, sino que se presenta como un acontecimiento
actual, porque la historia de la salvación sigue actual.
Por eso la asamblea que escucha debe tener una
actitud de acogida, de fe y de obediencia.
La
respuesta
externa se
puede
ver; pero
la interna
la ve Dios.
Decía el papa Inocencio
3º, por el año 1300, que la
epístola (1ª lectura)
desempeñaba el oficio de
san Juan Bautista.
Marchaba delante de
Jesús para preparar el
camino. Así va
preparando el camino del
evangelio. Otros lo
semejaban a los
discípulos a quienes
enviaba Jesús para
preparar a los pueblos
para escuchar luego la
palabra de Jesús, el
evangelio.
Aunque sea como preparación del evangelio, la 1ª
lectura, o cuando hay dos, sean del Antiguo o del N.
Testamento, son palabra de Dios. Es Dios quien nos
habla y nos da sus mensajes.
Por eso
nuestra 1ª
actitud debe
ser de
escucha, de
modo que le
podamos
decir: Habla,
Señor, que tu
siervo está a
la escucha.
Habla,
Señor,
Automático
Habla,
Señor,
Hacer CLICK
¿Quién puede leer las primeras lecturas?
En los primeros
siglos de la
Iglesia,
recordando lo
que había hecho
Jesús al llegar a
Nazaret, su
pueblo, donde
se puso a leer el
pasaje de la
Biblia en la
sinagoga, se
permitía a
cualquiera.
Pero se exigían dos cualidades, lo cual no era muy
frecuente encontrar en los pueblos: Saber leer bien y
llevar vida decorosa. En aquel tiempo era difícil ir a la
escuela por los pueblos. Así que prácticamente los del
clero eran los que podían reunir las dos cualidades.
Pronto se
pensó que el
lector debía
tener una
ordenación
especial.
Hoy se
permite a
cualquiera,
sea
hombre o
mujer,
poder leer
las
primeras
lecturas.
Pero sigue vigente la necesidad de esas dos cualidades:
saber leer bien y vida decorosa. Lo del saber leer bien
muchas veces no es fácil: evitar los nerviosismos, saber
distinguir los géneros literarios (no es lo mismo la poesía
y la prosa) y saberse oír por el micrófono.
En los primeros siglos
no estaba determinado
cuánto había que leer.
Muchas veces era hasta
que el presidente de la
celebración ordenaba
parar. Desde el siglo 5º
o 6º comienzan a
señalarse las partes de
la Biblia que había que
leer en concreto.
Cuando
hay dos
lecturas
antes del
evangelio,
la primera
suele ser
del Ant.
Testamento.
A veces hay católicos que tienen alguna pequeña
aversión al Ant. Testamento como si no fuese palabra de
Dios. Nunca Jesús criticó al Ant. Test., sino que se nutrió
de él. Igualmente los apóstoles.
Lo que Jesucristo criticaba era la mala interpretación
que algunos grupos hacían de algunos pasajes de la
Escritura, como les pasaba a los fariseos.
El
Nuevo
Test. lo
desarrolla y lo
lleva a
plenitud
Lo que hace falta muchas veces es entenderlo. Por eso,
antes de las lecturas, en varios sitios hay una monición
introductoria. No se trata normalmente de explicar la
lectura que, si es caso, lo hará la homilía.
Se trata de
suscitar las
ganas de
escuchar. Es
como
suscitar
simpatía por
lo que va a
venir.
Por eso no es fácil
escribirla. Y no la
debe leer el mismo
lector de la palabra
de Dios, pues
parecería algo de
contradicción y
sería no dar
suficiente realce o
relieve a la lectura
de la palabra de
Dios.
Aunque el hecho de que la palabra de Dios penetre en
nuestro corazón, dependa de muchos factores y en
primer lugar de la gracia de Dios, el buen lector puede
hacer mucho de su parte para que nuestro corazón
escuche y acoja la palabra.
Debemos
pedirle al
Señor:
“Danos,
Señor, un
corazón que
escuche tu
palabra”.
Danos,
Señor, un
corazón
que
escuche.
Automático
Danos,
Señor, un
corazón
que acoja
tu
palabra,
Hacer
CLICK
Al terminar la 1ª lectura se dice: “Palabra de Dios”, a lo
que se responde “te alabamos, Señor”. Antiguamente se
decía: “Deo gratias” (demos gracias a Dios). No era sólo
para dar gracias a Dios por la lectura, sino por las
gracias que Dios nos va dando y lo vemos a través de la
lectura.
Esto mismo
viene a decirse
en el “te
alabamos,
Señor”: por todo
lo que hemos
oído sobre las
obras del Señor.
No basta con escuchar la lectura. Habría que meditarla.
El celebrante nos ayudará en la homilía; pero ya, al
acabar esta primera lectura hay un salmo (o una parte)
de meditación, que es el salmo responsorial.
Al ser
salmo, es
también
palabra de
Dios que
se procura
tenga
cierta
unión
meditativa
con lo
anterior.
A veces se quiere cambiar el salmo responsorial con
algún canto que se cree sea más comprensible para la
gente. Pero no se debería hacer.
El salmo
escogido
por la
Iglesia
suele tener
algún
sentimiento
que nos
puede
ayudar a
meditar en
la lectura
escuchada.
Precisamente
para que
sirva de
meditación, el
salmo
debe ser
reposado.
Y por eso la asamblea sigue sentada para facilitar la
reflexión en la palabra de Dios que se ha proclamado.
La manera de cantarse el salmo puede ser de varias
maneras. Lo más frecuente es que el pueblo (o el coro)
vaya repitiendo la primera antífona, mientras el lector o
cantor va diciendo o cantando las diferentes estrofas
del salmo.
Lo
importante
es que
captemos
el sentido
y penetre
en nuestro
corazón.
Antes el salmo responsorial se llamaba “el gradual”,
porque se recitaba en una grada más alta que la 1ª
lectura y más baja que el evangelio, como para decir
que nos vamos acercando a la lectura principal (y más
alta), que es el evangelio.
Después de la 2ª lectura, si es domingo, o después del
salmo responsorial, si sólo hay una lectura y no es
cuaresma o misa de difuntos, está el canto preparatorio
para el evangelio:
el aleluya.
Proviene del
hebreo y es
una alabanza
a Dios.
Es como
un pregón
alegre que
anuncia la
entrada del
rey divino
envuelto
en el
ropaje del
evangelio.
Es un cántico de júbilo y triunfo. Es como el canto de
triunfo principal de la misa. En cuaresma se cambia por
una parte de un salmo, para que el aleluya se sienta más
triunfal en la Resurrección.
El aleluya siempre debe ser un canto alegre. Ello es
porque vamos a escuchar la palabra de Dios
proclamada por el mismo Jesucristo.
Y por eso
la
asamblea
se pone en
pie. Es
como si
viniera el
mismo
Jesús a
quien hay
que
recibir.
En Cuaresma, en vez del aleluya, se suelen poner frases
sencillas, quizá pensando en el arrepentimiento. Puede
ser también alguna alabanza a Jesucristo.
En los tiempos muy antiguos el aleluya era algo
espontáneo, de modo que en medio a veces se hacían
versos cortos y a veces alguna poesía no tan corta. Era
lo que se llama la “secuencia”. Había para todas las
festividades. Estamos escuchando la de Pascua.
El papa san Pío V, en la
reforma del misal
después del concilio de
Trento, dejó sólo
algunas más
importantes. Hoy
quedan muy pocas,
pero se han dejado a la
voluntad de quien
preside sobre su lectura
o canto: Pascua,
Pentecostés, Corpus,
Dolorosa, Difuntos y no
sé si alguna otra.
Terminamos hoy con uno de tantos aleluyas con los que
gozosamente alabamos al Señor cuando nos
disponemos a escuchar su palabra en el evangelio
Automático
Cantad al
Señor
porque es
grande su
misericordia
Cantad al Señor porque su amor es grande con nosotros.
Aleluya
Cantad al
Señor
porque
hizo
grandes
maravillas.
Cantad al Señor
porque su diestra
es poderosa.
Aleluya
AMÉN