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A modo de introducción
Desde las primeras horas de la vida, el hombre y todos los animales son
colonizados por microorganismos, y algunos de ellos vivirán en simbiosis
permanente con su huésped en la piel, el tracto digestivo, las vías respiratorias
altas, los oídos y en otros muchos tejidos, constituyéndose en la flora
microbiana.
El término “flora” se debe a que la mayoría de los microorganismos de nuestro
cuerpo son bacterias, y éstas pertenecían al reino vegetal.
Afortunadamente esta cohabitación es por lo general armoniosa y equilibrada, e
incluso algunos microorganismos son benéficos para nosotros y participan en
muchos procesos bioquímicos, por lo que sin ellos no sería posible que
tuviéramos
una existencia saludable. Sin embargo, como en todo ecosistema, si el equilibrio
se trastoca o si algún microorganismo extraño invade alguna región del
organismo
de tal modo que rebase los sistemas normales de defensa, surgen entonces
distintos tipos de enfermedades. Como sabemos, las enfermedades infecciosas
son la primera causa de muerte en el mundo, y los factores ambientales y los
cambios en el organismo huésped pueden propiciar que aparezca este tipo de
enfermedades.
Algunos microorganismos fabrican nutrientes para el cuerpo. Las bacterias de la
flora normal del organismo ejercen un control en el crecimiento de otros
microorganismos nocivos; si no fuese así, seríamos invadidos por ellos y nos
causarían un grave daño. También se sabe que la flora normal estimula el
desarrollo del sistema inmune y que puede ayudar a proteger nuestros
organismos
de otras infecciones y enfermedades.
Sin embargo, algunos de los microorganismos con los que convivimos
diariamente
pueden significar un riesgo para nuestra salud si crecen de forma desmesurada
o
si alcanzan sitios en nuestro cuerpo en los que normalmente no habitan o de los
que deben estar totalmente ausentes.
Así, el cuerpo es un delicado ecosistema en donde viven simbióticamente un
gran
número de microorganismos con su huésped humano. La cantidad y el tipo de
microorganismo en un sistema como éste depende de factores tales como la
temperatura, el grado de acidez o alcalinidad, la disponibilidad de agua y la
existencia de determinados nutrimentos o sustancias inhibitorias. Ejemplos de
desequilibrio simbiótico en la relación con los microorganismos que nos habitan
son algunas infecciones comunes, como las caries o el acné, entre otros muchos
más.
La microflora normal en el hombre
Como en la mayoría de los animales, en el organismo humano hay lugares que
normalmente se mantienen estériles y otros donde cohabitan, también
normalmente, una gran diversidad y una cantidad sorprendente de
microorganismos, aun en las personas más sanas. La sangre, el líquido
cefalorraquídeo, la médula ósea y las vías aéreas inferiores (bronquios y alvéolos),
entre muchos otros, carecen de microorganismos debido a los mecanismos de
defensa de un organismo saludable. Pero en la boca, faringe, intestinos, vagina,
oídos, piel, nariz o conjuntivas, y otros muchos espacios, residen diversos
microorganismos que conforman la flora normal del ser humano. Algunos de ellos
pueden provocar a veces diversas enfermedades infecciosas debido a un
desequilibrio interno o externo, como ya se dijo. Algunos de los microorganismos
más frecuentemente encontrados en los cultivos de las diferentes regiones del
cuerpo y que se consideran integrantes de la flora normal, son: Staphylococcus
epidermidis, S. aureus, Streptococcus mitis, S. salivaris, S. mutans, S. faecalis, S.
pneumoniae, S. pyogenes, Neisseriae, Veillonellae, bacterias coliformes como E.
coli, Proteus mirabilis, Pseudomonas aeruginosa, Haemophilus influenzae,
bacteroides, espiroquetas, lactobacilos, clostridios como Clostridium tetani,
corinebacterias, micobacterias, actinomicetos y micoplasmas.
No siempre es claro el porqué un cierto microorganismo causa a veces una
enfermedad y no lo hace en otras ocasiones. Por ejemplo, los géneros
Fusobacterium y Bacteroides son inofensivos si están en su hábitat normal, que es
el intestino grueso, pero provocan graves abscesos si alcanzan heridas en otras
partes del cuerpo. El Staphylococcus aureus también causa graves cuadros
infecciosos como invasor secundario después de una infección viral o cuando
algún antibiótico ha alterado el equilibrio de la flora normal.
Algunos microorganismos de la flora normal pueden provocar infecciones bajo
circunstancias especiales, como pueden ser: el Staphylococcus aureus en vías
nasales y piel, que provoca enfermedades nosocomiales e intoxicación por
alimentos; las especies de Peptostreptococcus en boca, heces y vagina provoca la
formación de abscesos y gangrena; las especies de Neisseriae en faringe, boca y
vías nasales provoca meningitis; las especies de Moraxella en vías nasales y vías
genitourinarias provoca conjuntivitis; las especies de Haemophilus en nasofaringe,
conjuntiva y vagina provoca laringotraqueobronquitis, meningitis, piartrosis,
conjuntivitis y problemas en las vías genitourinarias.
Microorganismos protectores
El mundo microbiano es de una gran complejidad, en parte explicada pero no
conocida aún del todo. En su relación con los seres superiores, se sabe ahora que
algunos de los microorganismos cumplen funciones de gran especialización y
beneficio para el mantenimiento de la salud y la vitalidad.
Por ejemplo, los microorganismos que viven como saprofitos en la superficie de la
piel humana normal, en sus fisuras, escamas, estrato córneo y folículos pilosos,
desarrollan un importante papel protector como barrera cutánea adicional a las
capas córnea y lipídica superficial, mismas que determinan la permeabilidad entre
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el medio interno y el medio externo. Esta flora dérmica está constituida por
microorganismos residentes y transitorios, y son bacterias, hongos y parásitos.
Los residentes tienen la capacidad de multiplicarse y sobrevivir adheridos a la
superficie y son constituyentes dominantes de la piel; ejemplos de ellos son
Corynebacterium bovis, C. mutissium, C. xerosis, C. hoffmani, Propionibacterium
avidum, P. granulosum, Acinetobacter, la levadura M. furfur, P. ovale y P.
orbiculares, así como algunos grupos de la familia Candida, como C. glabrata. El
parásito saprófito que se localiza en folículos pilosos, Demodex folliculorum, puede
llegar a ser patógeno.
La flora transitoria de la piel se encuentra representada principalmente por
bacterias gram-positivas, como Streptococcus del grupo A, Staphylococcus aureus
y del género Neisseria, flora fúngica como Candida albicans, la cual se considera
patógena siempre que se aísla en la piel.
La flora normal de la piel puede ser modificada por diversos factores ambientales,
tales como la humedad y la temperatura, la edad, el sexo y la raza, ya que las
características cutáneas varían de unas personas a otras, lo que favorece la
colonización y proliferación de determinados grupos de microorganismos. La
colonización de la piel depende de las características particulares de cada zona
topográfica del cuerpo, y de acuerdo con ésta varía también el predominio de
ciertos grupos de microorganismos. En el cuero cabelludo, por ejemplo, se
encuentra una flora mixta, con bacterias, hongos y parásitos, como Pityrosporum
ovale, Staphylococcus, Corinebacterium y Demodex folliculorum. Así, grupos
diferentes de microorganismos se pueden aislar de la región axilar y perianal,
vulva o espacios interdigitales.
La flora de la piel tiene múltiples funciones importantes de homeostasis, defensa
contra infecciones bacterianas (por interferencia), degradación de lípidos y
producción de componentes volátiles responsables del olor corporal.
Innumerables bacterias son filtradas a medida que el aire que los transporta pasa
a través de la nasofaringe, la tráquea y los bronquios; la mayoría de estos
microorganismos son atrapados en la secreciones mucosas y deglutidos. Así, los
senos nasales, la tráquea, los bronquios y los pulmones son habitualmente
estériles. La nasofaringe es el hábitat natural de bacterias y virus patógenos
comunes que causan infecciones en la nariz, garganta, bronquios y pulmones.
Algunas personas se convierten en portadores nasales de estreptococos y
estafilococos y descargan estos microorganismos en grandes cantidades desde la
nariz hacia el aire.
Los esfuerzos por erradicar el Staphylococcus aureus de las fosas nasales de
tales individuos por medio de antibióticos han tenido un é xito limitado. La faringe
comúnmente contiene una mezcla de Streptococcus viridans, especies de
Neisseria y S. meningitidis. Estos microorganismos inhiben el Staphylococcus
aureus y Neisseria meningitidis, e igualmente, muchas cepas de Streptococcus
viridans inhiben el crecimiento de S. pyogenes. Los niños infectados por este
último microorganismo pueden tener cepas menos inhibidoras que aquellos que
no están infectados; además, la colonización de flora inhibidora aumenta con la
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edad. La flora normal de la faringe puede erradicarse por medio de dosis altas de
penicilina, lo que da como resultado la colonización y crecimiento en exceso de
organismos como E. coli, Klebsiella, Proteus y Pseudomonas; sin embargo, si
Streptococcus viridans se hace resistente a la penicilina por el incremento
progresivo de las dosis, no se produce ninguna colonización anormal.
Como ya se señaló, son sumamente diversas las especies componentes de las
floras normales de las vías urinarias y de los tractos respiratorio y digestivo. Nos
referiremos ahora sólo a los microorganismos que conviven con nosotros
localizados en el tracto digestivo, ya que su abundancia relativa es mayor y porque
la principal ruta para la nutrición y entrada de los microorganismo ambientales que
provocan las enfermedades infecciosas más frecuentes en los animales ocurre por
vía oral. Por otro lado, los conocimientos recientes dan cuenta del importantísimo
papel de la microflora intestinal en el desarrollo o contención de diversas
enfermedades sistémicas, infecciosas, autoinmunes y otras.
La flora intestinal es un complejo ecosistema compuesto por varios cientos de
especies de microorganismos, siendo la mayoría de ellos bacterias. La microbiota
bacteriana del intestino grueso de los humanos contiene alrededor de 95% del
total de las células del cuerpo, representando hasta 1012 células por cada gramo
de constituyente seco. Esta microflora residente desempeña un papel
importantísimo en la nutrición y bienestar del organismo huésped. La modulación
de la flora intestinal puede ser de gran beneficio para la salud, tanto que, en años
recientes el concepto de alimento funcional ha desplazado a los suplementos con
vitaminas y minerales debido al mejoramiento de la funcionalidad de la flora
intestinal que el uso de tales alimentos supone, así como la consecuente solución
de los múltiples problemas que enfrenta la nutrición humana.
Las bacterias entéricas conforman uno de los grupos más importantes que se
encuentran en el conducto gastrointestinal. Este ecosistema incluye algunos
microorganismos considerados patógenos por su capacidad invasora del huésped,
pero también contiene numerosas especies capaces de promover efectos
benéficos para la salud. Entre los microorganismos patógenos se incluyen
bacterias parásitas como la Shigella y la Salmonella, y también algunas saprofitas
que habitan normalmente en el intestino y que sólo en circunstancias muy
excepcionales provocan enfermedades, como Escherichia y Aerobacter.
La flora bacteriana se comienza a adquirir inmediatamente después del
nacimiento. A los pocos años de edad, la flora que se establece es ya
prácticamente definitiva. El uso indiscriminado de antibióticos, sobre todo los de
amplio espectro, y los cambios dietéticos provocan modificaciones transitorias que
suelen ser reversibles, de modo que cada individuo mantiene una flora
relativamente estable.
Se estima que cada individuo alberga aproximadamente unos 100 billones de
bacterias de unas cuatrocientas especies distintas. Como ya se mencionó, 95% de
esta población de bacterias vive en el tracto digestivo, sobre todo en el colon,
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donde alcanzan concentraciones similares a las de una colonia que crece en el
laboratorio sobre la superficie de una placa de agar.
El cuerpo humano es el hábitat natural de muchas de estas especies bacterianas,
las que sólo proliferan en él. Las distintas especies microbianas del colon
participan en ciclos vitales interrelacionados o incluso interdependientes, en un
ámbito de gran biodiversidad. Algunos autores los comparan con los grandes
hábitats naturales de la superficie terrestre, como los bosques o lagos. Las
bacterias de la flora están perfectamente adaptadas a su medio natural, que es el
ser humano, porque están asociadas a la vida del hombre desde hace milenios.
Es notable que, en conjunto, la población viva del colon pueda pesar hasta medio
kilo. Los métodos de biología molecular sugieren que cada persona alberga una
proporción importante de variedades bacterianas no identificadas que constituirían
hasta 20 o 30% de su flora.
Los científicos dedicados a estos estudios han encontrado que la composición de
la flora bacteriana varía mucho de un individuo a otro, pero sus funciones
metabólicas son casi iguales. Algunas de las especies bacterianas más
frecuentemente halladas en el intestino de los seres humanos son: Bacteroides
fragilis, B. melaninogenicus, B. oralis, Lactobacilos, Clostridium perfingens, C.
septicum, C. tetani, Bifidobacterium bifidum, Staphylococcus aureus,
Streptococcus faecalis, Escherichia coli, Salmonella enteritidis, S. typhi, Klebsiella
species, Proteus mirabilis, Pseudomonas aeruginosa, Peptostreptococcus,
Peprococcus y Methanogens.
La flora del colon humano es como un órgano de intensa actividad metabólica por
la acción de enzimas bacterianas sobre sustratos presentes en su interior. Muchos
investigadores consideran que es más importante conocer la actividad enzimática
de la flora bacteriana que la variedad de especies que la componen. La
colonización de la luz del colon aporta al individuo un gran número de genes
diversos y activos que codifican proteínas y enzimas muy variadas, dando lugar a
actividades metabólicas que se desarrollan continuamente en el mismo. Se trata
de recursos bioquímicos que no están presentes en el genoma humano y, por
tanto, sus funciones no se producirían en ausencia de vida bacteriana. La flora es
una comunidad de organismos vivos que interactúan entre sí, por lo que sus
funciones son la suma resultante de sus actividades combinadas. Algunos autores
piensan que dicha actividad metabólica es comparable en su magnitud a la del
hígado y aún más diversa en cuanto a sus funciones.
Las funciones principales de la flora intestinal son las de fermentar los residuos de
la dieta y las mucinas endógenas; recuperar energía mediante la generación de
ácidos grasos de cadena corta; constituirse en una barrera contra la colonización e
invasión de patógenos, desarrollar, estimular y modular el sistema inmune.
La recuperación de energía metabólica en forma de sustratos absorbibles
promueve el crecimiento y proliferación de las propias bacterias. La generación de
ácidos grasos de cadena corta tiene efectos tróficos sobre el epitelio intestinal; se
ha sugerido que esa generación favorece la sensibilidad celular a la insulina.
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Además de todo ello, las bacterias de la flora sintetizan varias vitaminas del grupo
B y la vitamina K, que se absorben en el ciego y en el colon derecho y favorecen
la recuperación y absorción de iones como el calcio, hierro y magnesio.
Es evidente que la flora intestinal del hombre –como seguramente sucede con la
de los demás animales superiores– es un sistema bioquímico extraordinariamente
complejo que apenas comienza a entenderse y a tener efectos benéficos en el
tratamiento de múltiples trastornos y enfermedades. El manejo de la microflora
mediante la ingestión deliberada de microorganismos vivos para mejorar la salud
intestinal y el bienestar general data de comiezos del siglo anterior, pero gracias a
la amplia investigación posterior, aumentada notablemente en los años recientes,
se ha llegado a conocer más profundamente su funcionamiento y efectos.
Actualmente, en diversas partes del mundo se profundiza en el conocimiento de la
diversidad de microorganismos que modulan, en beneficio de la salud, la flora
intestinal. Estos microorganismos, denominados genéricamente como probióticos,
de entre los cuales los géneros Lactobacillus y Bifidobacterium son los más
conocidos, se estudian en cuanto al papel determinante que tienen en la
prevención y tratamiento de la diarrea, el establecimiento de una flora saludable
en los bebés prematuros, el alivio de la constipación y los síntomas de la
intolerancia a la lactosa, la potenciación de la función inmune y la reducción y
prevención de la aparición de tumores malignos y de los niveles de colesterol
sérico, entre otros muchos aspectos. Además, se investiga sobre los
requerimientos nutricios de esos microorganismos con el fin de posibilitar su
viabilidad y uso en ciertos productos alimenticios (alimentos funcionales) y para su
establecimiento efectivo en los microambientes propios de la flora intestinal
mediante la búsqueda de nuevas fuentes o de nuevos materiales prebióticos, así
denominados por la selectividad que presentan para ser consumidos por las
bacterias probióticas.
Conclusiones
De acuerdo con todo lo anterior, el microcosmos biológico es una parte importante
de la naturaleza orgánica que conforma, junto con el resto de los seres vivos y el
resto del mundo material, un sistema ecológico global. En cuanto a la vida
humana, los microorganismos desempeñan un papel importantísimo que requiere
entenderse a cabalidad para garantizar en nuestras relaciones con ellos un
manejo sanitario e higiénico apropiado, que si bien nos proteja de su acción nociva
en el caso de las especies patógenas, permita preservar y enfatizar el efecto
protector de las especies amigables que conviven con nosotros en una verdadera
simbiosis.