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La resurrección de Jesús es para nosotros la razón última y la fuerza diaria de nuestra esperanza, lo que nos alienta para trabajar por un mundo más humano. En Jesús resucitado descubrimos la intención profunda de Dios confirmada para siempre: una vida plenamente feliz para la creación entera, una vida liberada para siempre del mal. La vida vivida desde la Fuente. José Antonio Pagola, “Jesús: aproximación histórica” Pascua de Resurrección de Jesús -C- Juan 20, 1-9 // 4 abril 2010. Autora; Asun Gutiérrez. Música: La Mañana. Grieg //Aleluya (Haendel). Orfeón Donostiarra El domingo por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol, María Magdalena se presentó en el sepulcro. Pascua es el triunfo del amor sobre la muerte. Fue la sensibilidad, el dolor, la nostalgia, la búsqueda, el impulso del corazón, el amor, lo que llevó a María Magdalena a la tumba temprano, por la mañana, cuando aún estaba oscuro. Emprendió el camino de noche para buscarlo, cuando el duelo oscurecía su corazón, porque no encontraba a Aquel a quien amaba. ¿Cuál es mi anhelo más profundo? ¿Adónde me lleva el amor? ¿Quién es Aquel a quien mi alma busca? Si confías en tu anhelo y sigues tu amor hasta el final, encontrarás al Resucitado, como María Magdalena. Sólo hay que abrir el corazón, en medio de la oscuridad, para buscar a Aquel que ama tu alma. Cuando vio que había sido rodada la piedra que tapaba la entrada, se volvió corriendo a la ciudad para contárselo a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús tanto quería. Les dijo: - Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto Sepulcro de la época de Jesús María Magdalena, testigo del sepulcro vacío, corrió a anunciarlo a los apóstoles, convirtiéndose así en "apóstol de los apóstoles", la primera evangelizadora de la Buena Noticia de la Pascua. Dios no siempre está donde creemos que está ni donde nos gustaría que esté. Vamos a buscarle a un sitio y está esperándonos más lejos, en otra parte, para que no nos instalemos. Él no está donde le ponemos, sino donde Él se pone. Su “ausencia” nos lanza a buscarlo siempre... Pedro y el otro discípulo se fueron rápidamente al sepulcro. Salieron corriendo los dos juntos, pero el otro discípulo adelantó a Pedro y llegó antes que él. Al asomarse al interior vio que las vendas de lino estaban allí; pero no entró. Siguiéndole los pasos llegó Simón Pedro que entró en el sepulcro, y comprobó que las vendas de lino estaban allí. Estaba también el paño que habían colocado sobre la cabeza de Jesús, pero no estaba con las vendas, sino doblado y colocado aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó. Es conveniente partir de nuestra propia experiencia, contemplar nuestra vida para dar testimonio de haber visto a Jesús. Vemos al Resucitado en las personas que nos tocan en lo más profundo del corazón. En las aparentes casualidades, cuando lo roto se recompone, cuando lo improbable se hace realidad. Vemos al Resucitado, en la belleza de la naturaleza, en la música que hace sonar lo que no oímos, en la pintura que hace visible lo que no vemos, cuando una flor irradia el misterio de Dios. En medio de las personas y de los acontecimientos de cada día, siempre podemos experimentar la resurrección y ser testigos de ella, como María Magdalena. (Y es que hasta entonces, los discípulos no habían entendido la Escritura, según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos). Ahora somos nosotr@s quienes nos comprometemos a vivir como personas resucitadas, dando vida, siguiendo sus huellas. Jesús está con nosotr@s. Que Él nos haga cultivadores de nuevas pascuas. Que ayudemos a Cristo “a resucitar” siendo testigos, con nuestra palabra y nuestra vida, de que Cristo ¡¡Ha resucitado!! Yo también quiero, Rabboni, ser María Magdalena. Quiero escuchar tu voz, ver tu rostro y descansar en tus brazos. Quiero oír cómo tus labios pronuncian mi nombre y cómo tus ojos me miran con amor aceptándome como soy. Pero sabes, me duele quedarme siempre en la puerta de un encuentro pleno y eterno, y vivo soñando con que algún día se producirá esa meta final. Como María Magdalena aspiro a esa unión con el Amado que nunca se termine, a que los momentos de intimidad se eternicen. Ésa es la aspiración de mi alma y ésa es la promesa a la que aspiraba María Magdalena y con la que contamos todos. Nuestra Promesa. Isabel Gómez-Acebo