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 Este cántico fue compuesto por uno de los profetas mayores de
Israel. Se trata de Ezequiel, testigo de una de las épocas más
trágicas que vivió el pueblo judío: la de la caída del reino de Judá y
de su capital, Jerusalén, a la que siguió el amargo destierro en
Babilonia.
+ Este himno quiere captar el
sentido profundo de la tragedia
que vivió el pueblo en aquellos
años. El pecado de idolatría
había contaminado la tierra que
el Señor dio en herencia a Israel.
Ese pecado, más que otras
causas, es responsable de la
pérdida de la patria y de la
dispersión entre las naciones.
 Pero la meta de la acción de Dios nunca es la ruina, el
aniquilamiento del pecador. El mismo profeta Ezequiel lo aclara:
«¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado y no más
bien en que se convierta de su conducta y viva? (...)
Yo no me complazco
en la muerte de nadie,
sea
quien
fuere.
Convertíos y viviréis»
(Ez 18,23.32). A la luz
de esas palabras se
logra comprender el
significado de nuestro
cántico,
lleno
de
esperanza y salvación.
+ Después de la purificación mediante la prueba y el
sufrimiento, está a punto de surgir una nueva era: «Yo les
daré un corazón nuevo y pondré en ellos un espíritu nuevo:
quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón
de carne, para que caminen según mis preceptos, observen
mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y
yo sea su Dios» (Ez 11,19-20).
+ El profeta repite ese
oráculo y lo completa con
una precisión estupenda:
el «espíritu nuevo» que
Dios dará a los hijos de su
pueblo será su Espíritu, el
Espíritu de Dios mismo (cf.
v. 27).
 El acento del mensaje de Ezequiel está puesto sobre todo en
otro aspecto mucho más sorprendente. La humanidad está
destinada a nacer a una nueva existencia: de nuestro pecho será
arrancado el «corazón de piedra», Dios nos infundirá un «corazón
de carne», es decir, un manantial de vida y de amor (cf. v. 26).
+ El profeta Ezequiel anuncia
un nuevo pueblo, que en el
Nuevo
Testamento
será
convocado por Dios mismo a
través de la obra de su Hijo.
Os recogeré de entre las
naciones,
os reuniré de todos los países,
y os llevaré a vuestra tierra.
Derramaré sobre vosotros un agua pura
que os purificará:
de todas vuestras inmundicias e idolatrías
os he de purificar;
y os daré un corazón nuevo,
y os infundiré un espíritu nuevo;
arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra,
y os daré un corazón de carne.
Os infundiré mi espíritu,
y haré que caminéis según mis preceptos,
y que guardéis y cumpláis mis mandatos.
Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres.
Vosotros seréis mi pueblo,
y yo seré vuestro Dios.
El cántico de Ezequiel se realiza plenamente en el nuevo Israel de Dios.
También nosotros y toda la comunidad eclesial hemos sido infieles, nos
hemos mancillado con nuestras repetidas infidelidades. Pero Dios no nos
abandona: él ha derramado sobre nosotros un agua pura y, en el
bautismo, con la sangre de su Hijo, nos ha purificado de todas nuestras
inmundicias. Y, junto con el perdón de nuestros pecados, «hemos recibido
el Espíritu» (Hch 2, 38), como prometió Pedro a los que se bautizaron el
día de Pentecostés.
Así preparados, el Señor nos promete un nuevo éxodo hacia la
Jerusalén definitiva y santa: Os recogeré de entre las naciones, y
habitaréis en la tierra que di a vuestros padres; allí, cuando «el primer
cielo y la primera tierra habrán pasado», en «la ciudad santa, la nueva
Jerusalén» (Ap 21,1.2), seremos definitivamente su pueblo y él será
nuestro Dios.
ORACIÓN
Señor Dios, que, en el
bautismo, has derramado
sobre nosotros un agua pura,
que nos ha purificado de todas
nuestras inmundicias, y, en el
sacramento de la plenitud
cristiana, has infundido en
nosotros un Espíritu nuevo,
haz que nunca contristemos
este Espíritu, sino que, guiados
siempre por él, caminemos
según tus preceptos; así un día
mereceremos habitar en la
tierra que prometiste a
nuestros padres, y allí, en el
gozo y la felicidad, nosotros
seremos tu pueblo y tú serás
nuestro Dios, por los siglos de
los siglos. Amén.