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Prof. Emeterio Gutiérrez de Cea, O.P. Guidelines given by Benedict XVI for the discernment of the
vocation and the formation of seminarians
The author proposes to the readers, many of whom are vocation promoters, certain guide-lines,
which Benedict XVI suggests for a spiritual life that is centred on communion with Christ and is
also required of those who want to follow the call to the ministerial priesthood. Studying in depth
the Messages of Benedict XVI for the World day of prayer for vocations from 2006 to 2010, the
author puts an emphasis on those guidelines that are fundamental for a journey of the Christian life,
which answers effectively to the gift of the priestly vocation.
APORTES DE BENEDICTO XVI AL DISCERNIMIENTO DE LA VOCACIÓN
Y A LA FORMACIÓN DE LOS SEMINARISTAS
Prof. Emeterio Gutiérrez de Cea, O.P.
MENSAJES DE LAS 5 JORNADAS DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES
Cada jornada se celebra el IV domingo de Pascua, dedicado al Buen Pastor. El Papa
aprovecha esta ocasión para reflexionar sobre un tema actual que atañe, en concreto, a los
candidatos al sacerdocio, cuyo don tiene repercusiones directas en la vida de los fieles. La fuerza de
la oración comunitaria es muy eficaz, como alma del apostolado, para aumentar el número y la
calidad de las nuevas vocaciones. Ya decía Jesús a las multitud que seguía sus pasos: “La mies es
mucha, pero los operarios, pocos”. En consecuencia hay que pedir al Padre celestial para que envíe
humildes servidores a su viña.
La participación de tantos jóvenes que buscan a Dios es una ocasión propicia para renovar la
Iglesia y promover las vocaciones sacerdotales. Este respiro de esperanza, en un ambiente de
fraternidad y de oración, sirve para escuchar la voz de Dios que llama al sacerdocio a quienes están
dispuestos a seguir a Cristo. La respuesta positiva de los elegidos se traduce en un «fiat»: hágase la
voluntad de Dios. Estas buenas disposiciones de los candidatos les llevan a ser buenos discípulos,
apóstoles eficaces y testigos auténticos de los valores del Reino.
Cada Jornada, celebrada a nivel mundial o nacional, produce consecuencias coherentes: el
fortalecimiento de la fe en quienes se han alejado de la Iglesia o tienen muchas dudas; la
experiencia de una condivisión de los bienes espirituales entre jóvenes de cada lengua y nación;
la alegría de sentir el amor de Jesús que renueva la vida de cada joven. Las celebraciones
litúrgicas, entre cantos de alabanza, parecen un «nuevo Pentecostés», donde el Espíritu Santo llena
de gozo la mente y el corazón de todos los participantes.
6.1
“Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero” (22.02.2006)
Este año las celebraciones tienen lugar en diferentes diócesis. Será también “una ocasión
oportuna para reavivar la llama del entusiasmo encendida en Colonia y que muchos de vosotros
habéis llevado a las propias familias, parroquias, asociaciones y movimientos”.
Dios se revela en la historia, ama a cada persona y hace lo que dice. Él cumple sus promesas a
través de su Hijo que, “hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él
lo dice todo” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 65). Las inspiraciones y mociones del Espíritu
Santo abren el corazón de los creyentes al contenido exacto de las Sagradas Escrituras. Así las tres
personas divinas llevan adelante el proyecto de la vida sacerdotal, centrando la atención en la
Eucaristía, alimento espiritual y centro de la vida cristiana. Todos tenemos necesidad de nutrirnos
de la Palabra y del Pan de Vida eterna.
Siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, que transmitieron el mensaje salvífico a las primeras
comunidades cristianas, como una joya preciosa, sirve para conocer mejor la palabra divina sin caer
en los riesgos de una interpretación falsa. Quien ama a Dios y a la Iglesia adquiere un tesoro de
valor incalculable, por tanto, “amad y seguid a la Iglesia que ha recibido de su Fundador la misión
de indicar a los hombres el camino de la verdadera felicidad”.
Urge un esfuerzo que ilumine la humanidad que camina casi a ciegas. Sólo en el Verbo
Encarnado la Verdad se manifiesta con todo su esplendor, nos hace más libres y dirige cada acción
hacia la salvación eterna. Bajo la guía del Espíritu Santo, hay que meditar cotidianamente la Palabra
de Dios que lleva a “contemplar al Dios verdadero y a leer los acontecimientos de la Historia con
sus ojos; gustaréis en plenitud la alegría que nace de la verdad”.
San Pablo comunica la Palabra de Dios con interés porque es viva y eficaz, como espada de
dos filos. “Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y
escruta los sentimientos y pensamientos del corazón” (Heb 4,12). Para obedecer a Dios y someterse
libremente a la Palabra Revelada su contenido verdadero es la mejor garantía de autenticidad. El
secreto de un corazón que tenga la capacidad de escucha, permanece enraizado en ella, mediante el
esfuerzo intelectual y la praxis coherente.
El Papa exhorta a los jóvenes a tener un «sentido de Iglesia» si se quiere profundizar el
contenido de la Biblia. San Jerónimo ha dejado escrito a este respecto: “El desconocimiento de las
Escrituras es desconocimiento de Cristo” (PL 24,17; cfr. Dei Verbum, 25).
Otro instrumento para gustar la Palabra de Dios es la «lectio divina», que constituye un
verdadero y apropiado itinerario en etapas. Primero se lee un pasaje de la Escritura y después se
pasa a la meditación, una parada interior del alma cuando se dirige a Dios. Otro paso adelante es la
oración en cuanto diálogo cordial con Dios y, al final, se llega a la contemplación donde el corazón
está atento a la presencia de Cristo, cuya palabra es “lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que
despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana” (2 Pe 1,19).
Hay que encarnar la Palabra en nuestra vida y no sólo escucharla siguiendo la advertencia del
apóstol Santiago: “quien se complace en oír la palabra, sin ponerla en práctica, es como un
hombre que contempla la figura de su rostro en un espejo: se mira, se va e inmediatamente se
olvida de cómo era. En cambio, quien considera atentamente la ley perfecta de la libertad y
persevera en ella … será bienaventurado al llevarla a la práctica”. (St 1,22-25).
En este año centraremos la atención en el Espíritu Santo, que nos revela a Cristo y nos
descubre toda la verdad. En una actitud de escucha de la Palabra, invocad el espíritu de fortaleza
para que seáis capaces de llevar el evangelio hasta los confines de la tierra. María estaba unida en la
oración con los apóstoles en espera de la venida del Espíritu Santo, que os ayuda a estar “firmes en
la fe, constantes en la esperanza, perseverantes en la caridad, siempre dóciles a la palabra de
Dios”.
6.2
“Amaos unos a otros como yo os he amado” (27.01.2007)
El Papa se pregunta: ¿Es posible amar? Por una parte, “toda persona siente el deseo de amar
y de ser amada. Sin embargo, ¡qué difícil es amar y cuanto errores y fracasos se producen en el
amor! … Las carencias afectivas o las desilusiones sentimentales pueden hacernos pensar que
amar es una utopía, un sueño inalcanzable”. En cambio, el amor es posible para quienes reavivan y
la fe en la amistad; un amor que produce paz y alegría favorece las relaciones interpersonales.
El Papa quiere recorrer un itinerario hacia el descubrimiento del amor en tres momentos:
a. Dios fuente del amor o la única fuente del amor verdadero. San Juan afirma: “Dios es
amor” (1 Jn 4, 8.16). Dios no sólo ama, sino también es la fuente del amor infinito. La revelación
más clara es el misterio del amor trinitario: “en Dios, uno y trino, hay una eterna comunicación de
amor entre las personas del Padre y del Hijo, y este amor no es una energía o un sentimiento, sino
una persona: el Espíritu Santo”.
b. La cruz de Cristo revela plenamente el amor de Dios. Si bien los signos del amor divino
son evidentes en la creación y en la revelación del misterio íntimo de Jesús que nos ha dado a
conocer el amor de Dios. Lo más original del N.T. “no consiste en nuevas ideas no consiste en
nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un
realismo inaudito” (Deus caritas est, n. 12).
El amor se manifiesta, sobre todo, en la cruz: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo,
siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5,8). Y cada uno puede repetir,
“Cristo me amó y se entregó por mí”. (cf. Ef 5,2). La cruz es locura para el mundo, escándalo para
los hebreos, pero para el cristiano es potencia y sabiduría de Dios. El Cordero de Dios, que carga
con el pecado y extirpa el odio del corazón del hombre, produce una verdadera revolución.
c. Amar al prójimo como Cristo nos ama. En la Cruz, Jesús grita, “Tengo sed” (Jn 19,28),
de amar ardientemente y de ser amado por cuantos le reconocen como Salvador y Redentor. La
necesidad de amarle como Él nos ha amado, comporta el compromiso de dar la propia vida por
salvación propia y de los demás hermanos. Si ya el A.T. dice, “Amarás a tu prójimo como a tí
mismo” (Lv 19,18), la novedad del evangelio consiste en amar incluso a los enemigos y en la
medida que nos ha amado Jesús.
Tres ámbitos de la vida cotidiana como testigos del amor Cristo:
a. La primera institución es la Iglesia, una familia espiritual compuesta por todos los
miembros que creen en Cristo y son testigos de sus palabras:
“La señal por la que
conocerán que sois discípulos míos es la que os amáis unos a otros” (Jn 13,35). Cada cristiano
debe ser amigo de Jesús y fiel servidor de los hermanos a través de las actividades pastorales en la
parroquia, en los movimientos eclesiales y en los grupos juveniles. Por eso, ser solícitos en buscar
el bien de los demás, incluso renunciando a algunas diversiones y aceptando de buena gana los
sacrificios necesarios, es el mejor testimonio del amor. La fidelidad del discípulo al Maestro, según
el grado de amor y de la colaboración de todos a la nueva evangelización.
b. El segundo paso lleva a crecer en el amor mediante la construcción de un proyecto de
vida: “Si sois novios, Dios tiene un proyecto de amor sobre vuestro futuro matrimonio y vuestra
familia, y es esencial que lo descubráis con la ayuda de la Iglesia… El amor del hombre y de la
mujer da origen a la familia humana y la pareja formada por ellos tiene su fundamento en el plan
original de Dios (cf. Gn 2,18-25)… El noviazgo es un tiempo de espera y preparación que se ha de
vivir en la castidad de los gestos y de las palabras, prestando una atención y cuidado recíprocos.
Pedid también al Señor que acreciente vuestro amor y lo purifique… La llamada al matrimonio
cristiano es una auténtica vocación en la Iglesia, pero si Dios os llama a seguirlo en el camino
ministerial o de la vida consagrada, responded con un “Sí”.
c. Creced en el amor cada día. El Papa se refiere a la familia, al estudio, al trabajo y al
tiempo libre, que sirven al cultivo de “vuestros talentos no sólo para conquistar una posición
social, sino también para ayudar a los demás «a crecer». Desarrollad vuestras capacidades, no
sólo para ser más «competitivos» y «productivos», sino para ser «testigos de la caridad»”.
Con la formación profesional y el esfuerzo renovado se adquieren conocimientos religiosos
que son útiles en el desarrollo de vuestra misión. “Que el Espíritu Santo os haga creativos en la
caridad, perseverantes en los compromisos que asumís y audaces en vuestras iniciativas,
contribuyendo así a la edificación de la «civilización del amor»”.
La invitación a desear un amor más fuerte hace de vuestra vida una gozosa realización del don
de vosotros mismo a Dios y a todos los compañeros de camino. “El amor es la única fuerza capaz
de cambiar el corazón del hombre y de la humanidad entera, haciendo fructíferas las relaciones
entre hombres y mujeres, entre ricos y pobres, entre culturas y civilizaciones”.
El testimonio de los santos es reflejo de este amor divino. Conocer mejor y amar a Cristo,
como única razón de vida, entra en la misión de cada discípulo. ¿Cuál es el secreto del amor? “Sólo
la ayuda del Señor nos permite superar el desaliento ante la tarea enorme por realizar y nos
infunde el valor de llevar a cabo lo que humanamente es impensable. La gran escuela del amor es,
sobre todo, la Eucaristía”. Gracias a la participación frecuente en la Santa Misa, en la adoración de
Jesús eucarístico, nos ayuda a comprender lo ancho, lo largo y profundo de su amor (cf. Ef 3, 1718). La condivisión del pan eucarístico impulsa a convertir el amor de Cristo en obras concretas a
favor de una sociedad más justa y pacífica.
6.3
Las vocaciones al servicio de la Iglesia – misión (13.04.2008)
Jesús resucitado confió a sus discípulos la predicación del mensaje evangélico: “Id y haced
discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo” (Mt 28,19). La Iglesia es misionera en su conjunto y en cada uno de sus miembros, que
están llamados a dar testimonio de vida y de acción. Esta dimensión es esencial para formar nuevas
comunidades, unidas en la fe, esperanza y caridad, y tiene una relación concreta con la vocación
sacerdotal. Dios cuenta con la ayuda de los sacerdotes para llevar a cabo su proyecto salvífico. Así
lo hizo con Moisés: “Yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo” (Ex 3, 10).
Todas las promesas a los profetas se realizaron plenamente en Cristo: “Vino, pues, el Hijo enviado
por el Padre que nos eligió en Él antes de la creación del mundo, y nos predestinó a ser sus hijos
adoptivos.” (LG, 3).
Jesús escogió, como estrechos colaboradores, a los discípulos que siguen de cerca sus pasos y
se dedican totalmente a la salvación de las almas. También les hizo responsables de sus servicios
materiales. Por ejemplo, antes de la multiplicación de los panes, dijo a los apóstoles: “Dadlos
vosotros de comer” (Mt 14, 16). Así revela mejor el milagro del pan que «perdura» y da la vida
eterna.
Jesús se compadeció de la muchedumbre, mientras recorría los pueblos y ciudades, porque
estaban como ovejas sin pastor. Por eso, hizo una invitación a rezar, sobre todo, por las vocaciones
sacerdotales: “Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38). Este
pasaje del evangelio de Mateo nos descubre los aspectos característicos de la actividad misionera de
cada comunidad.
La respuesta a la llamada del Señor comporta una serie de peligros, ultrajes y persecuciones,
“ya que un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo” (Mt 10, 24). Como
verdaderos testigos “de la fuerza que viene de lo alto”, promueven la “conversión y el perdón de
los pecados” (Lc 24, 47). Los Doce Apóstoles recorren los caminos del mundo anunciando la
«Buena Noticia», centrada en la muerte de cruz y en la Resurrección de Cristo.
La «nueva Evangelización» cuenta con la colaboración de un número grande de discípulos
laicos, cuya vocación misionera brota de circunstancias providenciales, incluso dolorosas, como el
ser expulsados de la propia tierra (cf. Hch 8, 1-4). El Espíritu Santo permite que esta prueba se
transforme en una ocasión de gracia y sirva para dar conocer el nombre de Jesús, «Dios que salva».
Llamado por el Señor a ser un verdadero apóstol, Pablo de Tarso llega a descubrir, bajo
diversos aspectos, el vínculo que existe entre vocación y misión. Cuando se le acusa de no estar
autorizado para la misión evangelizadora, él no entra en discusiones, porque la considera como un
regalo del Señor (cf. Rm 1, 1; Gal 1, 11-12).
Lo que más apremia a los apóstoles es el amor de Cristo para ser humildes servidores de la
Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo. El Vaticano II hace notar que, aunque la tarea de propagar
la fe incumbe a todo discípulo de Cristo según su condición, Jesús elige siempre a los discípulos
que quieren estar en su compañía y dispuestos a proclamar el mensaje salvífico hasta los últimos
confines de la tierra (cf. Mc 3, 13-15) (cf. AG, 23).
Si el Padre celestial ama a cada persona por lo que es, el Hijo comunica a los hermanos su
amor a través de parábolas, para entender el contenido e imitar el ejemplo del Maestro. Gracias a la
ayuda divina, la vocación especial de los misioneros «ad vitam» conserva toda su validez:
representa el paradigma del compromiso misionero de la Iglesia que siempre necesita donaciones
radicales, impulsos nuevos y entrega total (cf. Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Missio, 66). Así
los heraldos del Evangelio llevan la luz del amor divino a quienes están envueltos en sombras de
muerte, para vivir en adelante con la libertad y gozo de los hijos de Dios.
Entre las personas que gastan su vida al servicio de la Iglesia, los sacerdotes tienen tres
funciones específicas: La predicación de la Palabra, la administración de los Sacramentos,
especialmente la Eucaristía y la Reconciliación, a la vez que guían a sus fieles, según el modelo del
Buen Pastor. También dan aliento a los más débiles, visitan con frecuencia a los enfermos y ayudan
generosamente a los pobres y a cuantos viven una crisis de fe o momentos difíciles.
En este contexto el Papa agradece a los presbíteros «fidei donum» que, en su misión «ad
gentes», van edificando una comunidad de fieles que escuchan Palabra de Dios, condividen el Pan
del cielo y cultivan las obras de caridad: “Se trata de testimonios conmovedores que pueden
impulsar a muchos jóvenes a seguir a Cristo y a dar su vida por lo demás, encontrando así la vida
verdadera” (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 26).
En la Iglesia siempre hay personas que, movidas por el Espíritu Santo, viven el Evangelio
con radicalidad. Son los miembros de la vida consagrada que profesan los votos o promesas de
castidad, pobreza y obediencia. Un buen número pertenecen a institutos de vida contemplativa,
dedicados especialmente a la oración, mientras la mayor parte pertenece a la vida activa,
cumpliendo su misión en las universidades y colegios católicos, en los hospitales al servicio de los
enfermos, en los países más pobres que tienen necesidad de alimentos, etc. Fieles al carisma
fundacional, “siguen teniendo gran participación en la evangelización del mundo” (AG, 40). Entre
la oración, el estudio y el trabajo, que se refuerzan mutuamente, cada consagrado no tiene otro
objetivo que la gloria de Dios y la salvación de las almas.
6.4
“Hemos puesto nuestra esperanza en un Dios vivo” (1 Tm 4, 10) (22.02.2009)
El Papa invita a celebrar la XXIV Jornada Mundial de la Juventud recordando los buenos
frutos del último encuentro tenido en Sydney. La alegría y el entusiasmo espiritual fueron signos
elocuentes de la acción del Espíritu. Ahora nos preparamos para el encuentro mundial de Madrid,
que tiene por tema la frase de san Pablo: “arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (cf.
Col 2, 7).
- La juventud es tiempo de esperanza.
El Vicario de Cristo ha exhortado en diversas ocasiones a los jóvenes a dejarse “plasmar por
las inspiraciones e iluminaciones del Espíritu para ser mensajeros del amor divino, capaces de
construir un futuro de esperanza, que está en el centro de nuestra vida de seres humanos y de
nuestra misión de cristianos”. A la luz de una esperanza firme, (cf. Enc. Spe salvi), los jóvenes
viven el momento presente con ilusión, porque están construyendo el futuro con amplias
perspectivas: cada uno alimenta ideales, entre sueños y proyectos, mientras toman opciones que
resultan decisivas en el camino hacia un futuro mejor.
Tampoco faltan dificultades y temores. En esta de vida afloran con fuerza algunos
interrogantes de fondo: “¿Por qué estoy en el mundo?... ¿Qué será de mi vida?... ¿Cómo alcanzar
la felicidad? ¿Por qué el sufrimiento, la enfermedad y la muerte? ¿Qué hay más allá de la
muerte?” Tales preguntas son apremiantes cuando nos encontramos con duros obstáculos y, por
eso, hay que poner mayor empeño y optimismo, aunque vivamos en un contexto de crisis de fe y de
problemas “en los estudios, falta de trabajo, incomprensiones en la familia, crisis en las relaciones
de amistad y en la construcción de un proyecto de pareja”.
- En búsqueda de la «gran esperanza»
Las cualidades personales, junto con los bienes temporales, no son remedios suficientes para
descubrir la verdadera esperanza que cada uno buscamos para vivir felizmente. Tampoco el poder
político, ni los progresos de la ciencia ni los recursos económicos ofrecen garantías de futuro. El
Papa ofrece una solución: La gran esperanza «sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos
puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar» (Enc. Spe salvi, 31).
El olvido de Dios no sólo ofusca la criatura hecha a su imagen y semejanza, sino que
aumenta la soledad interior y la violencia física. La Palabra de Dios, más que una advertencia, nos
llama a la conversión completa: “Maldito quien confía en el hombre y en la carne busca su fuerza,
apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien” (Jr 17,56).
Los jóvenes de hoy sufren la falta “de certezas, de valores y puntos de referencia sólidos,
tienen que afrontar dificultades que parecen superiores a sus fuerzas. Pienso en tantos coetáneos
vuestros heridos por la vida, condicionados por una inmadurez personal, consecuencia de un vacío
familiar, de opciones educativas…libertarias, y de experiencias…traumáticas”. Por desgracia,
quienes huyen en busca de placeres del mundo y de la carne, suelen caer en la esclavitud de la
droga, del alcohol y del sexo. No obstante el vacío que dejan, cada persona busca una situación
mejor, sin apagar el fuego del amor a Dios y al prójimo.
“Sabemos que el ser humano encuentra su verdadera realización sólo en Dios. Por tanto, el
primer compromiso que nos atañe a todos es el de una nueva evangelización, que ayude a las
nuevas generaciones a descubrir el rostro auténtico de Dios, que es Amor”. San Pablo da aliento a
los cristianos perseguidos en Roma: “El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en
vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Rm 15,13). Como testigo
de la esperanza, alienta a Timoteo: “Hemos puesto nuestra esperanza en el Dios vivo” (1 Tm 4,10).
- La gran esperanza está en Cristo
Más que un ideal o un sentimiento, la esperanza es una persona viva: Jesucristo, el Hijo de
Dios, muerto en la cruz para liberar de los pecados a quienes confían en su amor y resucitado nos
abre la puerta de la gloria eterna. Cristo viene a nuestro encuentro, vive con nosotros y nos hace
partícipes de los frutos que saben a cielo. El cristiano debe esperar en la tierra “al Reino de los
cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de
Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo”
(Catecismo de la Iglesia Católica, 1817).
- El camino hacia la gran esperanza
Mediante la conversión, san Pablo, pasa de perseguidor de los cristianos a ser apóstol de los
gentiles. Cuando encuentra a Jesús y escucha sus palabras se da cuenta de los males causados y le
reconoce como Mesías y Redentor. Cada cristiano está llamado a trabajar en la viña del Señor. Un
medio eficaz para ser amigo de Cristo es la oración. Por eso, el Papa afirma: “Dad espacio en
vuestra vida a la oración. Está bien rezar solos, pero es más hermoso y fructuoso rezar juntos,
porque el Señor nos ha asegurado su presencia cuando dos o tres se reúnen en su nombre” (cf. Mt
18,20)… Participad en la liturgia en vuestras parroquias y alimentaos abundantemente de la
Palabra de Dios y de la participación activa en los sacramentos… La Eucaristía es el sacramento
de salvación en el que Cristo se hace presente y ofrece como alimento espiritual su mismo Cuerpo y
Sangre para la vida eterna. ¡Misterio realmente inefable!”.
- María, Madre de la esperanza
La Virgen María es, sin duda, la mejor discípula de Jesús y la principal colaboradora en el
misterio de la salvación. La Madre de la esperanza nos ayuda a seguir el camino espiritual con su
presencia cercana y su intercesión desde el cielo. Ella ha vivido la existencia terrena con toda
intensidad y, firme en la esperanza en Dios, pronunció su «fiat»: “hágase tu voluntad”. También
libra a su Hijo de la persecución de Herodes y, presente al pie de la cruz, Jesús la presenta a Juan
como madre de los cristianos: “Ahí tienes a tu hijo”. Juan representa la humanidad entera. En el
camino espiritual nos acompaña la Virgen María, que donó al mundo el Salvador y permaneció
cercana a los sufrimientos de Jesús. Para nosotros es un modelo y punto de apoyo porque nos guía
en la oscuridad hacia el alba radiante del encuentro con el Resucitado.
María, Estrella del mar, guía a los jóvenes de todo el mundo al encuentro con tu divino Hijo y
es la celeste guardiana de su fidelidad al Evangelio y de su esperanza.
6.5
El testimonio suscita vocaciones (25.04.2010)
Las futuras vocaciones dependen, en gran parte, del testimonio de los sacerdotes actuales a
través de su vida y ministerio. Un tema que merece una reflexión porque va de acuerdo con los
objetivos del «Año Sacerdotal».
La fecundidad de la propuesta vocacional depende de la acción gratuita de Dios, pero interesa
también apreciar “las cualidades y la riqueza del testimonio personal y comunitario de cuantos han
respondido a la llamada divina…, porque su ejemplo puede avivar en los otros el deseo de
corresponder con generosidad a la invitación de Cristo”. Si las palabras conmueven, el ejemplo
arrastra.
Los llamados por Dios a trabajar en su viña dan una respuesta pronta y cada vez más fiel. Si
los profetas en el Antiguo Testamento vivían el mensaje que anunciaban, dispuestos a afrontar las
críticas y la persecución, la misión confiada por Dios les transformaba totalmente, como un “fuego
ardiente”, que no podían contener (cf. Jr 20, 9). Jesús “testimonia con su misión el amor de Dios a
todos los hombres, sin distinción, y con particular atención a los últimos: pecadores, marginados,
pobres”.
7.
JORNADAS MUNDIALES DE LA JUVENTUD (JMJ)
La presencia numerosa de jóvenes es un signo de vitalidad eclesial y un ambiente idóneo para
el cultivo y florecimiento de las vocaciones al sacerdocio. El Papa ha presidido las celebraciones y
ha tenido ocasión de dirigirse a las diversas categorías de participantes. Una consideración especial
y un afecto profundo ha reservado a los seminaristas y a los sacerdotes.
Después de haber centrado la atención sobre los mensajes de las 5 Jornadas de Oración por
las Vocaciones Sacerdotales, a continuación desarrollaré el contenido de los mensajes de las 3
Jornadas Mundiales de la Juventud: Colonia 2005, Sydney 2008 y Madrid 2011.
Emeterio Gutiérrez de Cea, O.P., Il contributo di Papa Benedetto XVI al discernimento
della vocazione e alla formazione dei seminaristi
L’autore propone ai lettori, tra i quali vi sono molti promotori vocazionali, alcune linee-guida
suggerite da Benedetto XVI per la vita spirituale centrata sulla comunione con Cristo, la quale poi è
richiesta a quanti vogliono seguire la chiamata al sacerdozio ministeriale. Con uno studio approfondito
dei Messaggi di Benedetto XVI per le Giornate mondiali di preghiera per le vocazioni (dal 2006 al
2010), l'autore mette a fuoco quelle che sono le basi di un itinerario di vita cristiana che risponde
efficacemente al dono della vocazione sacerdotale.