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El Partido Nacionalista Vasco en Guipúzcoa (1893-1923). Orígenes, organización y
1
actuación política.
Mikel Aizpuru Murua
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El presente artículo recoge los apartados más destacados de la tesis doctoral que,
con este mismo título se presentó en junio del año 2000 en la Facultad de Historia de la
Universidad del País Vasco y que ha sido publicado en parte por el servicio editorial de
esa misma universidad.
El Partido Nacionalista Vasco surgió en una Guipúzcoa que a principios del siglo XX
se encontraba experimentando un importante proceso de modernización socioeconómico
que no cuestionó, al menos en este estadio, los valores fundamentales que habían
cohesionado la provincia a lo largo de todo el siglo XIX: Religión y Fueros; entendidos
ambos de una manera amplia, constituían parte indispensable, conjunta o
alternativamente, del bagaje argumental de cualquier grupo que aspirase a poseer un
papel importante en la vida política provincial. Podemos distinguir varias fases en el
desarrollo del nacionalismo guipuzcoano. La primera se extiende desde la última década
de 1800 hasta 1908, año en el que se eligió el primer GBB. Su aparición en nuestra
provincia vino de la mano de un grupo de exafiliados del partido integrista, nucleado en
torno al periódico El Fuerista, cerrado en 1898. Este origen, su debilidad durante los años
iniciales y los fuertes ataques que recibió por parte de la mayoría de los otros partidos,
determinaron fuertemente la línea política que desarrolló el partido en sus primeras
actividades: alejamiento de la participación electoral directa y omnipresencia de las
referencias religiosas. La ortodoxia doctrinal aranista, sin embargo, no era tan clara,
cuando el análisis de El Fuerista revela un fuerte peso historicista y una ausencia casi
total de referencias a la raza. Los comentarios en la prensa vasquista, de elementos que
después se declararán como nacionalistas, insisteron sobremanera en la cuestión
lingüística como factor de nacionalidad.
La segunda fase abarca desde 1908 hasta 1915, año en el que Miguel Urreta
obtuvo el primer acta de diputado provincial para los nacionalistas. La incipiente
consolidación organizativa y el enfrentamiento clericalismo-anticlericalismo permitieron
una actitud más decidida por parte de los nacionalistas guipuzcoanos y, en consecuencia,
una mayor presencia tanto en la vida política como en los ayuntamientos de la provincia.
Los años 1911-1913 conocieron un fuerte enfrentamiento con carlistas e integristas,
agudizada por la enemistad con el obispo de Vitoria, por las medidas antinacionalistas
adoptadas por éste. Las grandes diferencias ideológicas con el resto de las fuerzas
políticas no deben hacernos olvidar, por otra parte, las aproximaciones tácticas en
función de las coyunturas y la sintonía con determinados apartados de la doctrina jelkide.
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Todos rechazaban el separatismo atribuido a los nacionalistas, pero, un republicano
federal como Gascue veía con simpatía la revigorización del vasquismo que suponía el 2
nacionalismo, aunque el carácter religioso de los jelkides le distanciara de él. El
catolicismo, precisamente, junto con la reivindicación foral y la defensa del euskera les aproximaba a integristas y carlistas. Su conducta como partido de orden, poco amigo de
desestabilizaciones y movimientos revolucionarios, y su progresiva implantación, permitió
su alianza con conservadores y liberales.
La última fase se extiende desde 1916 hasta septiembre de 1923, fecha en la cual
la Dictadura de Primo terminó con la actividad normalizada de los partidos políticos. Su
posición minoritaria fue una constante durante la mayor parte del período, aunque su
importancia en Vizcaya le sirvió para situarse como una de las referencias políticas de la
provincia. Cabe destacar como momento clave el año 1920, ya que experimentó un fuerte
crecimiento electoral en los comicios municipales. Sólo en ese momento alcanzó una
situación cómoda en el sistema político de la provincia, aunque incapaz, todavía, de
convertirse en alternativa a los partidos tradicionales y subordinando su actividad a las
disposiciones emanadas de los órganos vizcaínos del partido, como puede observarse en
las constantes referencias a los éxitos de los mismos o en las solicitudes de ayuda para
organizar cualquier tipo de acto, especialmente los más políticos. El incremento de la
conflictividad sociolaboral fue otra de las novedades del momento. La postura
nacionalista adoptó dos ejes básicos: impulso de Solidaridad de Obreros Vascos,
apoyando las reivindicaciones laborales moderadas y, (en segundo lugar) rechazo radical
a cualquier movimiento huelguístico liderado por las organizaciones de izquierda. La
mayor presencia nacionalista en la provincia no se plasmó, aparentemente, en el
liderazgo de una de las líneas fundamentales que marcó la política guipuzcoana de estos
años. La búsqueda de la autonomía fue dirigida por personalidades prestigiosas como el
jaimista Julián Elorza y el liberal José Orueta, mientras que los nacionalistas mantuvieron
una posición secundaria en el movimiento autonomista de 1917 y durante la creación de
la Acción Fuerista de 1923.
Socialmente, el nacionalismo se abrió paso, sobre todo, entre las clases
medias-bajas guipuzcoanas: empleados, artesanos, trabajadores manuales y campesinos
constituyeron el grueso de sus seguidores. Sólo un pequeño grupo de personas
acomodadas abrazó las ideas sabinianas y su peso fue más destacable al final del
período. En lo que respecta a su distribución territorial, ésta fue desigual. Además de
constatar la ausencia del nacionalismo en numerosas localidades, lo que es confirmado,
asimismo, por sus resultados electorales, hay que diferenciar dos tipos de organización.
Aquellos núcleos incapaces de mantener una presencia estable, surgidos en torno a una
personalidad o una coyuntura determinada, y que tras varios años de actividad
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desaparecían sin dejar excesivos rastros; y un segundo bloque formado por Juntas
Municipales y batzokis bien consolidados que participaron de forma constante en las 3
actividades promovidas por los diferentes organismos nacionalistas. Geográficamente,
el PNV se extendió por el valle del Deva y la línea de la costa, con algunos enclaves en el interior. Sus núcleos más importantes fueron San Sebastián, Vergara, Andoain y
Rentería. El nacionalismo se asentó en las zonas, económica, social y
demográficamente, más dinámicas de la provincia.
El carácter escasamente político de la acción nacionalista en Guipúzcoa, en el
período aquí tratado, es otra consecuencia patente. El análisis de las actividades
realizadas, así como la lectura pormenorizada de las crónicas envíadas por numeroso
colaboradores a la prensa nacionalista, nos muestran un nacionalismo más preocupado
por la conservación del euskera y de la pureza de las costumbres, amenazadas ambas
por la irrupción de personas y actitudes ajenas al estilo de vida habitual en el país, que
por lo que actualmente entendemos por acción política. Los primeros años del
movimiento nacionalista fueron más pródigos en ensayos de tipo moral, denunciando la
corrupción de las costumbres o la utilización del castellano en las iglesias, que en
artículos de tinte político o que superasen la reivindicación foral. Sólo en los últimos años
del período, y aprovechándose de las reacciones contrarias suscitadas por la guerra de
Marruecos, aumentaron las referencias políticas, haciendo incidencia en el peso del
españolismo como causa de que los jóvenes vascos tuviesen que realizar el servicio
militar. La actividad que desarrollaron los batzokis guipuzcoanos era más cultural que
política, destacando la importancia que alcanzó el teatro vasco en sus programas. Los
actos propiamente políticos fueron escasos, conferencias generalmente y un par de
concentraciones provinciales anuales, acompañadas por algunas reuniones comarcales,
más de carácter festivo que reivindicativo.
Varias son las conclusiones que podemos extraer del conjunto de los resultados
nacionalistas en las diferentes luchas electorales que se produjeron en Guipúzcoa hasta
1923. En primer lugar, hay que destacar el importante incremento de la presencia
nacionalista en las diferentes instituciones guipuzcoanas, especialmente en la diputación
y en muchas poblaciones de mediano tamaño de nuestro territorio. No así en las
elecciones a Cortes. El cambio es especialmente significativo en la diputación, donde,
frente al solitario escaño de 1915, fueron 5 los nacionalistas que ocupaban asiento en la
corporación provincial en 1923, constituyendo, gracias a la división entre tradicionalistas y
jaimistas, la minoría con mayor representación. La presencia en el ayuntamiento de San
Sebastián (11 concejales de 33) revela asimismo la relevancia adquirida por los
seguidores de Sabino Arana en nuestra provincia tras veinte años de actuación.
Podemos situar, de hecho, a la Comunión Nacionalista Vasca como segunda fuerza
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política guipuzcoana. Este dato pone en cuestión la vinculación que se realiza entre
crecimiento económico y expansión nacionalista, en la medida en que los inicios de la4
década de 1920, momento de fuerte crisis económica, vieron cómo crecía la influencia
nacionalista fuera de Vizcaya, e incluso en esta provincia, si uniésemos el número de votos de la Comunión Nacionalista y del Partido Nacionalista Vasco se apreciaría que
superaba ampliamente los resultados de 1918, considerado el mejor momento electoral
del nacionalismo durante la Restauración.
La evolución de las actitudes electorales protagonizada por los nacionalistas
muestra varias consecuencias ostensibles. Por un lado, el incumplimiento sistemático del
art. 92 de los reglamentos nacionalistas que prohibía la coalición con otros partidos, ya
que la política de alianzas fue el rasgo fundamental de la actividad nacionalista en
nuestra provincia. Apreciamos, en segundo lugar, que frente al mensaje anticaciquista
que caracterizó las proclamas del nacionalismo vizcaíno, los nacionalistas guipuzcoanos
no tuvieron empacho en recurrir, casi desde sus inicios, a las mismas armas ilegítimas
que utilizaban el resto de los partidos de la provincia. La política de alianzas, en tercer
lugar, era muy cambiante, y como sucedió con los demás partidos, no respondió
necesariamente a unos criterios permanentes e ideológicos, sino que estaba
determinada, en buena medida, por las coyunturas concretas en las que se desarrollaban
los comicios. En términos generales, los nacionalistas formaron coaliciones con las
derechas en aquellas localidades donde la fuerza del carlismo y de las formaciones
derechistas era escasa frente a los grupos de izquierda. Allí donde el carlismo presentaba
una solidez destacada, los nacionalistas se hallaban entre aquellos que les disputaban el
poder, no desdeñando la coalición con los partidos liberales. Estas uniones respondían
generalmente a razones de índole exclusivamente electoral y estaban sujetas a la
negociación de los puestos en lucha, lo que aclara la fragilidad y escasa durabilidad de
los pactos alcanzados entre unos y otros para "repartirse" distintos ámbitos de poder.
Estos hechos, además de mostrar la importancia del ámbito local en el marco
guipuzcoano, me han llevado a reconsiderar el grado de autonomía del mundo de la
política respecto al conjunto de relaciones sociales que dominaban la vida provincial. He
de manifestar previamente las dificultades que se ofrecen para interpretar el significado
preciso de unos términos, partido, movilización, disciplina, etcétera, idénticos a los que
utilizamos hoy en día, pero que en aquella época tenían lecturas mucho más laxas. La
debilidad de las estructuras partidistas, más próximas a lo que podríamos considerar una
facción que a lo que actualmente entendemos como partido político, es una característica
no sólo de las organizaciones dinásticas, sino extensible incluso a aquellos grupos
calificados habitualmente como modelos de partidos modernos, entre ellos la Comunión
Nacionalista Vasca. La dimensión social de la práctica político-electoral restauracionista
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estaba fuertemente condicionada por el peso de una serie de grupos informales, familia,
sociabilidad religiosa, círculo de amistades, relaciones profesionales, etcétera, que 5
trascendían el marco político-ideológico, pero que, al mismo tiempo, proporcionaban a
éste los apoyos indispensables para alcanzar o mantener el poder. De ahí las frecuentes quejas de los primeros nacionalistas por la falta de personas de prestigio
entre sus filas. Los intentos de superar esa realidad chocaban con la misma, y, durante la
fase analizada en este trabajo, tuvieron como consecuencia, o la marginalización o la
entrada en un sistema donde las relaciones y los intereses tenían tanta o más
importancia que las afinidades ideológicas.
Se aprecia la duplicidad existente entre la movilización política desarrollada por los
nacionalistas, encaminada a la construcción nacional, y una movilidad electoral destinada
a afianzar sus cuotas de poder. Aunque los datos disponibles no nos permiten confirmar
plenamente esta hipótesis, la contradicción existente entre un modelo de partido basado
en la movilización y orientado a la transformación del sistema político restauracionista y
una práctica política posibilista, moderada y basada en la no confrontación con los
grandes partidos generó, además de la escisión aberriana, más de una tensión en el
seno de la Comunión Nacionalista.
Las decisiones políticas inmediatas recaían, por otra parte, sobre unos dirigentes y
grupos locales que destinaban más atención a las cuestiones de ámbito municipal que a
los problemas nacionales. En el caso de los nacionalistas, además, un sistema de
afiliación que en la práctica primaba el vínculo con los batzokis en lugar de al partido,
facilitaba una mayor incidencia de los temas localistas en su actividad cotidiana. Ese
peso del factor local revela, asimismo, el pluralismo real y la escasa rigidez de las
estructuras partidistas nacionalistas que fueron incapaces, o ni siquiera intentaron,
conseguir posturas homogéneas en las distintas localidades en las que tenían presencia
en lo referente, por ejemplo, a las alianzas electorales en el ámbito municipal. El paso de
la sociabilidad surgida en el batzoki y basada en lazos de amistad, relaciones
profesionales o familiares a la solidaridad política, centrada en la afinidad de pensamiento
y los lazos administrativos (carnet de afiliación, asambleas, prensa, etcétera) no era tan
automática, ni tan eficaz como parece desprenderse de las apologías de la actividad
desarrollada en los batzokis.
El clima de consenso provincial ya comentado y la presencia en las filas
nacionalistas de algunas personas que por su extracción social, educación, afinidades
personales o familiares y comportamientos, estaban muy próximos a aquellos sectores
que habían liderado tradicionalmente la vida política y social guipuzcoana obstaculizaron
la explicitación de un universo propio de los nacionalistas que incluyese, además de
elementos ideológico-culturales, una práctica política diferenciada. La juventud de la
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clase política nacionalista, su relativa inexperiencia y sus altos niveles de recambio no
impidieron la continuidad de unas maneras de hacer política características del siglo XIX6
y que tienen aún un fuerte peso en nuestra cultura política.
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Otra muestra del carácter flexible del nacionalismo guipuzcoano se advierte
asimismo en su actitud ante las cuestiones lingüísticas. Una defensa del euskera que
superaba el campo simbólico-ideológico para entrar en el de la vida cotidiana, en donde
la penetración del castellano era cada vez más importante, preconizando la utilización del
euskera en todos los ámbitos de actuación social, incluido el administrativo, fue uno de
los rasgos distintivos del nacionalismo guipuzcoano. De hecho, si la presencia de los
nacionalistas es más bien escasa en el mundo político guipuzcoano hasta fechas tardías,
no ocurre lo mismo en el terreno de defensa del euskera, donde desde inicios de siglo se
destaca la presencia de conocidos nacionalistas. Lo verdaderamente relevante es la
participación junto con los nacionalistas de personajes de distintas ideologías y afinidades
políticas, desde Gregorio Múgica, alma mater de la mayor parte de las iniciativas en este
terreno, hasta el integrista Juan Bautista Larreta o el propio presidente de la diputación
provincial, Julián Elorza, que llegó a pronunciar un discurso en euskera ante el propio
monarca.
Esta colaboración, además de generar una mayor familiaridad entre ellas, disminuyó
el nivel de conflictividad que caracterizó al nacionalismo vizcaíno y facilitó la consolidación
de un nacionalismo guipuzcoano más flexible y predispuesto al consenso. Como
consecuencia de lo dicho, buena parte de la actuación de los nacionalistas guipuzcoanos
en el período de la Restauración se guió por pautas y formas culturales complementarias,
anteriores o paralelas a la formulación teórica ortodoxa del aranismo. El resultado fue
positivo, incluso para los propios nacionalistas que tenían en 1923 cinco diputados
provinciales en Guipúzcoa por cuatro en Vizcaya.
En conclusión, los rasgos distintivos del nacionalismo vasco en Guipúzcoa
constituyen una trilogía formada por la defensa de la religión y la moral tradicional, la
reivindicación del sistema foral en su sentido más amplio y la preeminencia del idioma
como eje de la nacionalidad. Ninguno de los tres elementos, tomado aisladamente,
supone un factor diferenciador del nacionalismo respecto de otras fuerzas políticas. Es la
síntesis de estos tres elementos, su política electoral y la capacidad organizativa del
nacionalismolo que permitió y facilitó el importante crecimiento experimentado por la
Comunión Nacionalista Vasca a finales del período aquí analizado.
Mikel Aizpuru Murua