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La arquitectura de la represión y la Universidad
EL PENSAMIENTO ENCARCELADO
Una leyenda afirma que la sede de las facultades de Humanidades,
Económicas y Derecho es la réplica de una unidad penitenciaria. La idea
tiene sustento en ciertos rasgos carcelarios de la construcción, a los que
se suma la falta de criterio urbanístico de su ubicación. La Pulseada
indagó la historia de ese edificio y descubrió datos poco conocidos,
como la pretensión original de demoler el Rectorado. La investigación
propone un debate sobre los lugares de la Universidad, actual ocupante
de espacios que en el pasado tuvieron otros sentidos: la sede de la
oligarquía, un banco, el distrito militar y el centro de los marinos
retirados.
Por Daniel Badenes
Colaboración de: Fabián Viegas y Mara Caldentey
Era tan inusual que aquel hombre sonriera en público, que la
anécdota quedó sellada en la memoria de los testigos. Antiguos
empleados de la Facultad de D erecho aún recuerdan el día en que
Juan Carlos Onganía, de visita en La Plata, se anotició del plan de
obras de la Universidad y contempló la maqueta de la mega
construcción que se había emprendido en 6 y 48. Fue entonces
cuando al dictador que apodaban “l a morsa” se le vieron los
dientes y se le acentuaron las comisuras de los labios. ¿Qué era lo
que lo alegraba? Nadie lo sabrá nunca. Quizás haya visto en ese
proyecto la concreción de su idea de Universidad; acaso sintió que
sus bastones largos adquirían p ermanencia bajo la forma de una
enorme mole de hormigón armado. Algo de eso hubo porque
mientras su gobierno, que combatió a la intelectualidad crítica, se
terminó hace décadas, ese complejo monumental quedó allí,
alojando a miles de universitarios. En La Plata, el “Edificio de las
Tres Facultades” se convirtió en un símbolo de la arquitectura
represiva y se tejió sobre él una leyenda urbana que, no por
casualidad, lo asimiló a una cárcel.
Tiempos represivos
La Revolución Argentina no fue la primera dicta dura que padeció el
país, pero sí la primera que se imaginó sin límites temporales, y la
más decidida –junto a la del oscuro período 1976/83 – en encarar
un proyecto de “limpieza cultural”, en el que un capítulo especial le
tocó a las universidades nacional es.
Paralelamente a la persecución de sus principales cuadros y a la
represión del movimiento estudiantil, la política universitaria de
Onganía tuvo otra cara: la construcción de edificios. En el caso de
la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), ese impu lso coincidió
con el nombramiento como rector, en octubre de 1967, del
arquitecto Joaquín Rodríguez Saumell. Este interventor
redimensionó la Dirección de Obras y Planeamiento, a cargo de
uno de sus más estrechos colaboradores, Dussan Duich, quien
además se desempeñó como decano de Arquitectura.
Los bocetos iniciales de su plan reconocían la imposibilidad de que
la Universidad siguiera avanzando sobre el Paseo del Bosque, tal
como lo había señalado en esa época una comisión integrada por
miembros de la UNLP , la Municipalidad y el gobierno provincial.
Por eso se propuso al gobernador de facto un canje de los
espacios de la UNLP en el centro, por un terreno en las afueras de
la ciudad. Francisco Imaz no apoyó la idea y los planeadores de la
Universidad la aban donaron pronto. Pero no desistieron de su
intención de construir: “La cantidad de dinero que se había
conseguido era enorme. Y si no se invertía había que devolverlo”,
rememora Julio Ángel Morosi, que en esos años trabajó en
Planeamiento de la UNLP.
Lo que primó fue el pragmatismo y la Universidad platense encaró,
en esos años de represión, muchos proyectos: finalizó la Facultad
de Medicina; terminó la sede del Departamento de Electrotecnia de
Ingeniería; inició las obras de Ciencias Naturales y Ciencias
Exactas. Y construyó el “Edificio de las Tres Facultades”.
Sin los terrenos pretendidos, la UNLP lanzó en junio de 1969 un
Plan de Desarrollo físico donde defendía su opción por “realizar
las construcciones universitarias dentro del perímetro de su
localización actual”, para resguardar “la idea originaria de hacer de
La Plata una verdadera Ciudad Universitaria”. Las facultades eran
agrupadas en sectores, similares a los actuales, con
denominaciones arbitrarias: el Grupo Ciencias, el Grupo
Tecnología, el Grupo Plaza Rocha y el Grupo Centro. Este último
aludía a la manzana de las calles 6, 7, 47 y 48. Allí debía
funcionar el Rectorado junto a tres facultades: Humanidades,
Derecho y Ciencias Económicas.
Para el profesor Fernando Gandolfi, la idea de mantener a la s
facultades en pleno centro es llamativa, dado que en aquella
época, a meses del “mayo francés”, los grupos de poder habían
retomado el criterio de concentración de la actividad académica
fuera de la urbe, en zonas aisladas y controlables. “Resulta
curioso –escribe Gandolfi con Ana Ottavianelli – que las
autoridades universitarias del gobierno militar local planteen,
contemporáneamente, la ‘alegre’ idea de crear en el área urbana
central de La Plata un complejo que nuclee 13.000 alumnos;
quizás un exceso de confianza...”.
Una obra anónima
El proyecto fue mentado por un profesor de Arquitectura, Atilio Sacchi, junto al
propio Dussan Duich. No hubo un concurso público (como en Exactas), ni se
contrató a particulares, sino que se encaró desde la propia Dirección de Obras
y Planeamiento, “con la participación de la cátedra de Sacchi, y alumnos
avanzados de la Facultad, entre los que estaba el actual presidente de la
Universidad, Gustavo Aspiazu”, según recuerda Morosi. Con el paso del
tiempo, se convirtió en una suerte de “obra anónima”.
El edificio retoma pautas de la arquitectura de la época, pero con
una marcada monumentalidad. Las construcciones de los ‘60 y los
‘70, y ésta en particular, estuvieron muy influidas por el
“brutalismo”. Esa calificación alude al uso de materiales en bruto,
cuya expresión más conocida es el hormigón a la vista. Se trata de
una tendencia estética en la arquitectura: dejar todo expuesto,
inclusive las instalaciones. Aquí, no obstante, el brutalismo se
adoptó parcialmente: “se trató de emprolijar el hormigón, suprimir
la huella que deja el encofrado, que era un poco el chiste de esa
tendencia. Es una variante muy clase media”, comentó a La
Pulseada el arquitecto Gandolfi.
La obra también se caracteriza por las dobles o triples alturas que
confluyen sobre un espacio central, lo que ha permitido asimilar el
edificio a una prisión, donde las múltiples alturas sirven al control
visual. Gandolfi es tajante: “Lo de que fue pensada a partir de una
cárcel es mitología pura; un absurdo basado e n una afinidad
espacial”.
La construcción no estuvo exenta de problemas. En noviembre de 1969,
durante una excavación, se abrió un pozo a lo largo de la calle 48. Tres obreros
resultaron heridos y hasta se habló de un peligro de derrumbe de la sede del
Jockey Club.
Demoler el Rectorado
La idea original era tirar abajo el palacio del centro de la manzana.
El Edificio de las Tres Facultades, con forma de “ele”, se
complementaría con otro más pequeño: un “punto” en la esquina
de 7 y 47. Al demoler la construc ción central, se planeaba hacer
un estacionamiento o un auditorio subterráneo, y arriba un “jardín
seco”.
Otro rasgo llamativo del proyecto era la colocación de escaleras
mecánicas, con las que se accedería hasta el cuarto piso. La idea
figuró en los plano s iniciales, aunque Morosi recuerda que “eso fue
lo primero que se suprimió”. Y lo lamenta: “La imagen sería otra si
estuviesen las escaleras rodantes que le daban una comunicación
que ahora no existe. Había una circulación vertical más amigable.
Pero al hacerse así, realmente se parece a una cárcel”. También
sobre la marcha se tomó la decisión de colocar aulas en los
subsuelos, “que no estaban preparados para eso”. Todavía no lo
están.
La obra duró varios añ os y fue continuada por las gestiones que
siguieron a Rodríguez Saumell, reemplazado en julio de 1969 por
Roque Gatti. La demolición del Rectorado nunca se concretó, y el
complejo se redujo a la “ele” que se extiende sobre las calles 48 y
6.
“Es una herida cicatrizada, que deja su marca en un lugar
privilegiado de la ciudad”, resume Gandolfi. Su presencia parece
no tener retorno, aunque de tanto en tanto reaparecen propuestas
para derribarlo. En noviembre de 2000, el Senado bonaerense dio
media sanción a un proyecto de restauración del Rectorado, que
preveía la demolición de la sede de las tres facultades.
Adiós a los jardines
El edificio identificado como el Rectorado, no perteneció siempre a
la UNLP. De hecho, el proyecto fundacional de la ciudad no
contemplaba la instalación de una Universidad. La sede de 7 entre
47 y 48 fue construida para el Banco Hipotecario Provincial, sobre
una avenida pensada como el ámbito de las entidades financieras.
Si bien no fue un palacio fundacional, su construcción lo asimi ló a
otros de la época que habían estado regidos por estrictos
concursos internacionales. Entre otros puntos, se había
establecido que esos edificios estuviesen rodeados por jardines
perimetrales.
El Edificio de las Tres Facultades fue el caso más emblemático de pérdida de
esos espacios verdes, a los que el uso cotidiano había convertido en lugares
de apropiación pública. Resulta llamativo que ese atentado contra uno de los
elementos más elogiables de la urbanidad platense haya sido gestado y
concretado por la Universidad.
Como atenuante, varios arquitectos consultados por La Pulseada
reconocen que el concepto de patrimonio, y la preocupación por él,
recién apareció en los ‘80. Sin embargo, una excelente
investigación realizada por Ottavianelli y Gandolfi en 1997, da
cuenta de la resistencia que existió frente a la edificación de 6 y
48.
Incluso hubo quienes intentaron frenar la obra por no haberse
presentado los planos. En verdad, la UNLP jamás había
oficializado sus proyectos; y sus terrenos ni siquiera es taban
debidamente escriturados. Pero esa objeción puso en jaque a la
construcción y desató una interna palaciega en la que intervino el
propio Gobernador. Los planos tuvieron que presentarse. Después,
claro, se perdieron en un mar de expedientes.
El mito de la cárcel
El proyecto original está extraviado en alguna dependencia del
Estado. En La Plata afirman que los papeles pasaron a Nación, y
quién sabe a dónde. La empecinada búsqueda realizada en
distintas oficinas del municipio sólo aportó un largo paseo por la
ciudad y algunas anécdotas.
“¿Tienen ahí el plano de la cárcel de 6 y 48?”, consultó por
teléfono un empleado municipal de Obras Particulares a otra
oficina de esa dependencia.
La equívoca definición del edificio como la réplica de una prisión
está profundamente instalada en el imaginario de los platenses, en
especial en quienes conviven allí. Las versiones varían levemente:
hay quienes hablan de una unidad penitenciaria alemana –y por
qué no, nazi– mientras otros mencionan un origen ruso, francés o
canadiense. También hay una variante más localista que cuenta
que esa construcción es copia de una cárcel de Batán. Y está la
más exagerada, de quienes creen que antes de “las tres
facultades”, el edificio “era” una prisión. El mito urbano llega, así,
hasta niveles desconcertantes. Pero la cuestión es más grave que
si tuviese ese pasado: porque esa sede fue construida
“especialmente” para la Universidad.
Lo que no es tan desacertado es asimilar el edificio a un
panóptico, esa forma de control definida por e l británico Jeremías
Bentham que, en los ámbitos académicos, “popularizó” el filósofo
Michel Foucault con sus reflexiones sobre la “ortopedia social” en
las sociedades disciplinarias. No es un panóptico en la acepción
primaria del término (un sitio en form a de anillo en cuyo centro hay
un patio con una torre de vigilancia), pero sí en el sentido amplio
que le da Foucault: una forma arquitectónica que multiplica las
posibilidades de control y represión.
¿Dónde está la Universidad?
Sea por obra de la razón represiva –como el caso de 6 y 48– o por una
expansión espacial signada por la escasez de dinero y de planificación, la
Universidad ocupa edificios cuya impronta no parece conjugar muy bien con la
producción intelectual libre, crítica, comprometida. Son varios los espacios que
hoy utiliza la UNLP y que en el pasado tuvieron otros sentidos: el Edificio de la
Reforma fue durante décadas el “Jockey Club”, la sede de la más fina
oligarquía platense; la manzana ocupada por Trabajo Social y la carrera de
cine, el Distrito Militar; la segunda sede de la Facultad de Periodismo, el Centro
de Retirados de la Armada. Y por qué no mencionar que el Rectorado –ese
palacio que se llena de valor cuando se lo contrasta con la construcción que lo
aprisiona– fue originalmente el Banco Hipotecario: una muestra de que los
ideólogos de la fundación platense, al igual que los liberales de un siglo más
tarde, ubicaban al sector financiero en un lugar privilegiado.
Sin duda los casos más impactantes, además de la construcción mentada por
Rodríguez Saumell y sus secuaces, son las antiguas sedes militares: el distrito
y el Centro de Retirados. Sobre su uso por parte de la Universidad hay dos
lecturas posibles. La primera, optimista, rescata el triunfo simbólico que implica
que una institución educativa avance sobre lo castrense. La segunda pone en
cuestión la validez de ese triunfo a la luz de la forma en que la UNLP obtiene
esos espacios: ¿es un avance real de quienes no tienen más armas que el
conocimiento, pagar un alquiler mensual al Centro de Retirados de la Armada?
Esa es una pregunta que estudiantes y docentes de Periodismo se formulan
desde 2002, cuando mudaron parte de sus dependencias a 4 entre 43 y 44.
Porque los retirados de hoy pueden ser los genocidas de ayer.
EL EDIFICIO HOY
Nadie puede negar la impronta represiva de la sede de Derecho, Humanidades
y Ciencias Económicas. Pero también es verdad que ciertas reformas y su uso
cotidiano lo llenan de nuevos sentidos: desde el “hombre roto” del grupo
Escombros, cerca de la esquina de 7 y 48, hasta su aprovechamiento
comercial, demuestran que el edificio es más que hormigón y barras de metal.
Las aulas del “Tres Facultades” son utilizadas diariamente por miles de seres
pensantes. Muchas paredes están tapizadas de carteles. El edificio tiene vida.
Que el uso transforma la estructura, es evidente. Una simple recorrida permite
distinguir tres mundos diferentes. Casi todos los estudiantes y trabajadores
consultados coincidieron en calificar como “otro mundo” a la facultad vecina.
Son pocos los verdaderos lugares comunes, de encuentro. Pero el caso de la
relación entre Económicas y Humanidades es el más grave: toda posibilidad de
comunicación, por más superficial que fuera, está negada por una decisión
política.
Esas dos facultades comparten la esquina de 6 y 48, donde hay una escalera
común que recorre espacios de ambas. En 2001 la Facultad de Ciencias
Económicas decidió clausurar las puertas y la escalera que la comunican con
sus vecinos. “Por una cuestión de no tener muchos contactos”, explicó un
militante de la oficialista Franja Morada consultado sobre el tema. “Si querés
seguir avanzando, no podés trabajar con una comunidad de cincuenta mil
habitantes”.
El cierre de ese sector compartido implica también un grave peligro, acentuado
por la situación de desuso de las escaleras de incendio. Así, en ambas alas del
edificio, de tres escaleras existentes, dos están clausuradas. “Si acá ocurre
algo, nos morimos como ratas”, razona Sebastián Calandra, Intendente del
sector de Humanidades, que trabaja en esa Facultad desde marzo de 1966.
ESTUDIAR EN SEDE MILITAR
Tres unidades académicas tienen aulas en sitios con un pasado militar: el ex
Distrito (donde funciona Trabajo Social y parte de Bellas Artes) y el Centro de
Retirados de la Armada (alquilado para Periodismo).
A comienzos de los ‘90, la UNLP compró el “Distrito” –como aún hoy se lo
llama– y se lo adjudicó a Trabajo Social. Entonces, los docentes y estudiantes
de esa Escuela Superior tuvieron sensaciones contrapuestas: por un lado, el
pasado del lugar les generaba resistencia; por otro, era la concreción de una
larga lucha por un edificio propio. Finalmente aceptaron el desafío.
Poner el ex Distrito en condiciones es un proceso largo y lento. Trabajo Social
se encontró con un lugar desmantelado: “antes de venderlo, los militares
sacaron todo lo que pudieron: se llevaron hasta las cañerías”, cuenta Marcela
Oyhandy, Directora de Bienestar Estudiantil de la Escuela. En general, se trató
de acondicionar el espacio sin modificarlo en su esencia: “siempre estamos en
una mediación entre mejorar el lugar de cursada y no deteriorar la cuestión
histórica”.
Según lo que se ha podido saber, durante la última dictadura el Distrito no fue
un centro clandestino de detención y torturas, pero sí un lugar de derivación.
También es un sitio del que salieron jóvenes que combatieron en Malvinas.
Aún hay muchos vestigios del pasado militar. La casa de los oficiales se
mantiene en pie; allí funciona la administración de la Escuela. En muchas aulas
persisten las ventanas chicas, cuadradas y enrejadas. Y hay dos garitas,
aunque ya nadie vigila desde allí. Por su parte, los calabozos y las cocheras
militares estuvieron intactas hasta que llegó Bellas Artes al sector que da sobre
la calle 10.
Las discusiones internas sobre la forma de preservar la memoria son
recurrentes. Oyhandy reconoce que hay una demanda estudiantil, “sobre todo
de las generaciones más nuevas, de que se tire todo abajo”. En cada
preparativo para los 24 de marzo reaparecen ideas en esa línea. “Muchas
veces se ha propuesto, como acto simbólico, derrumbar las garitas, que son
algo bien gráfico de lo que había acá, de esa presencia panóptica... Pero
también hay quienes opinan que hay que preservarlas”.
Aunque no se justifique hablar de algo premeditado, es curioso que, en La
Plata, las carreras que se cursan en sedes castrenses sean artísticas o
sociales. “Habría que indagarlo más, pero por lo menos es llamativo. Lo que es
claro es que en las dictaduras ha habido una persecución clara y explícita a las
ciencias sociales”, reflexiona Oyhandy.
Periodismo y los marinos retirados
Desde agosto de 2002, la UNLP alquila por 7.000 pesos mens uales
la sede de los retirados de la Armada, donde funciona parte de la
Facultad de Periodismo. Se trata de “un espacio alejado, cerrado y
oscuro”, según escribió a fines de 2003 Federico Sager, un
estudiante de esa unidad académica, en un trabajo final pa ra la
cátedra I de Comunicación y Teorías. En esa producción sobre el
uso de los espacios urbanos, Sager indica que en ése “no existen
lugares pensados para la interacción” y que “la distribución
espacial dificulta las instancias de reunión. De algún modo, se
niega la sociabilización y la comunicación...”. A su vez, señala “la
inviabilidad del acceso al edificio a personas con alguna
discapacidad física, debido a la cantidad de escaleras, a la falta de
ascensores y de rampas”.
Sus nuevos inquilinos han tratado de dar nuevos sentidos al edificio, ya sea
con sus prácticas cotidianas o con ciertas decisiones institucionales, como la
que lo bautizó “Miguel Bru, Memoria y justicia”. Pero no todo fue tan sencillo: al
principio hubo una disputa en torno a una disposición que limitaba la pegatina
de carteles, por una condición del contrato de alquiler. Una pintada anónima
resumió la postura de quienes se oponían a la prohibición: “Si el edificio es
nuestro, las paredes también”.