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[Publicado en ARBOR:
Depósito legal I. Sep. 55-1968]
EL TOMISMO DE CARA A LOS NUEVOS TIEMPOS
LAS discusiones en torno a Santo Tomás en el aula conciliar en la
cuarta sesión del Vaticano II y la redacción definitiva del texto referente a la
enseñanza de la filosofía y teología en los Seminarios, ofrecen una ocasión,
un motivo acuciante de reflexión y hasta de examen de conciencia.
No han faltado quienes pensaron con mal disimulado regocijo que, ¡
por fin!, el tomismo ha quedado arrinconado, como pieza de museo;
definitivamente archivado, como curiosidad histórica del pasado, ya
radicalmente inútil e irremediablemente desfasado en el presente.
Responder a esto con que el tomismo sigue todavía muy vivo y que
no parece dar muestras de dejarse sepultar, ni simplemente arrinconar, ya
que son actualmente muchos y de valía los tomistas "convencidos", que
circulan por el mundo entre ellos, muchos de los grandes propulsores del
Concilio; responder que ni la Iglesia ni el Papa, como lo prueban la larga
serie de citas en los Documentos Conciliares, en donde no se cita nominatim
casi a ningún otro teólogo; así como las recomendaciones del mismo Concilio
en dos señalados Documentos en el de la formación sacerdotal (c. 5, n. 16) y
en el de la educación cristiana de la juventud, n. 10—; hacer antologías de
textos con las reiteradas recomendaciones, alabanzas y panegíricos de Santo
Tomás, hechos por los últimos Pontífices, y señaladamente por Paulo VI;
recordar incluso que el Magisterio de la Iglesia queda implicado al
recomendar tan reiteradamente la doctrina de un teólogo y que esto
constituye un auténtico "lugar teológico", es decir, una fuente obligada de la
teología; todo eso y otras muchas lindezas por el estilo puede ser un
consuelo y una satisfacción y hasta un excelente soporífero para aquellos
tomistas que prefieran seguir sesteando a la sombra de viejos laureles.
Pero creo que resulta inútil, o cuando menos totalmente ineficaz para
aquellos que están fuera, para aquellos que solamente des
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de fuera y a posteriori pueden apreciar el valor auténtico de la
doctrina tomista. Todo esto se viene haciendo, sobre todo, desde hace casi
un centenar de años—recordemos que la Encíclica Aeterni Patris de León XIII
se publicó el 4 de agosto de 1879—, y, sin embargo, el resultado no es tan
1
halagüeño como había razón de esperar, contando con que Santo Tomás ha
tenido la mejor prensa, en el magisterio de la Iglesia.
Por esto creo que se impone imperiosamente otro camino más eficaz
y más sincero, que no degenere en polémica vana y estéril. Es el camino,
siempre fecundo, de la autocrítica, del examen de conciencia, por parte de
los mismos tomistas. Este camino ha sido iniciado ya delicadamente por los
últimos papas, y, sobre todo, por Paulo VI, especialmente en el discurso al VI
Congreso Internacional Tomista, en que señala nuevos caminos y nuevas
tareas al tomismo contemporáneo. De un modo más abierto he encontrado
esta sincera actitud de autocrítica, aunque todavía de un modo tímido, por
parte de uno de los tomistas, más influyente y capacitado de nuestros días.
Personalmente estoy convencido de que esta actitud humilde y
sincera de autocrítica puede lograr más frutos y conquistar más amigos que
todas las propagandas y que todas las imposiciones. Es, por otra parte, una
actitud más sensata y más realista, una nueva toma de conciencia, que la
táctica del autobombo y de los incensarios. Y en el fondo es también más
tomista, ya que el mismo Santo Tomás nos dejó claros ejemplos de ella.
Claro está que esta autocrítica, más que a Santo Tomás y a su
doctrina, como tales, se refiere al tomismo vivo, al de los tomistas de hoy
día; no al heredado, sino al que se hace ahora mismo; no al sistema como tal,
repetidas veces contrastado por los mejores conocedores del mismo y
pretendidamente sepultado y sospechosamente declarado superado por los
que nunca lo conocieron bien, por los nominalistas del siglo XIV, por los
humanistas del XVI, por los iluministas del XVII, por los idealistas del XIX y
por los positivistas del XX.
No es un secreto para nadie que son hoy día muchos los que se
preguntan si verdaderamente el tomismo tiene algo que hacer en el mundo de
hoy; si posee vitalidad suficiente, dinamismo y empuje para poder dirigir las
mentalidades, los cerebros de hoy día, para ponerse a la cabeza del progreso
y de la cultura de nuestro tiempo. Y repito que no bastan afirmaciones
rotundas y sonoras y acusaciones de ignorancia a los "desconfiados", a los
pesimistas. Es preciso demostrarlo, hacerlo ver con hechos, con
realizaciones auténticas.
¿Tendremos los tomistas de hoy valor y humildad suficientes para
reconocer que esas faltas de confianza y aquellas acusaciones no proceden
siempre de mala voluntad o de ignorancia? ¿ Seremos lo suficientemente
realistas para darnos cuenta de que algo ha cambiado en torno nuestro?
Santo Tomás nos ha legado un cuerpo de doctrina, un sistema, unos
principios y unos métodos de valor universal y perenne. Pero es preciso que
este cuerpo de doctrina y estos principios aparezcan de tal modo claros y
nítidos en la conciencia de los mismos tomistas, que no pueda haber dudas, ni
desviaciones fundamentales, ni lo que es peor, mixtificaciones. Es preciso,
asimismo, que ese cuerpo de doctrina se vaya completando y enriqueciendo,
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tanto en extensión como en profundidad, a base de los nuevos hallazgos y
adquisiciones de las ciencias y de la filosofía. Es preciso que ese tomismo
intemporal y universalista entre en contacto con los problemas de cada
tiempo; que sea, además de trascendente, un "tomismo de encarnación". Es
este contacto, este diálogo fecundo con la realidad de cada época histórica, lo
que le hará ser, además de intemporal o supratemporal, de perenne y
palpitante actualidad.
Ahora bien, ¿ estamos seguros los tomistas de haber respondido
plenamente a esas exigencias? ¿ Podemos estar satisfechos de "nuestro
tomismo"?
1. LA VUELTA A LAS FUENTES.
Es cierto que desde la restauración de los estudios tomistas por el
Papa León XIII se ha adelantado de modo considerable en el conocimiento de
la doctrina genuina de Santo Tomás; que se han multiplicado los estudios
históricos, excelentes y definitivos en muchas ocasiones, que se ha trabajado
en lograr ediciones críticas de plena garantía sobre las obras del común
Maestro. Incluso me atrevería a decir que, gracias a estos trabajos, estamos
hoy en condiciones incomparablemente mejores que todos los tomistas
precedentes para lograr un conocimiento más exacto y ajustado de la
doctrina auténtica del santo Doctor. Pero pensemos, al mismo tiempo, que
todavía nos faltan edicio
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nes criticas de obras fundamentales. Que los estudios históricos y las
monografías sobre temas particulares, aunque cada vez más abundantes y
valiosas, son todavía en conjunto insuficientes ~y escasas, tanto sobre las
fuentes del pensamiento tomista, como sobre sus formulaciones y obras
escritas. El estudio, por ejemplo, de las fuentes en que Santo Tomás se
inspira —peripatéticas, neoplatónicas, arábicas, patrísticas...– está apenas
esbozado.
Para colmo, los manuales escolares al uso, confesionalmente
tomistas, más bien anticuados y generalmente desfasados, en que, sin
embargo, se pretende servir el tomismo en tantos centros de formación,
siguen profiriendo ignorar generalmente todos estos estudios históricos y
pasar por alto los nuevos hallazgos, aferrados por rutina o por comodidad a
interpretaciones que la crítica histórica ha demostrado no tener nada que ver
con el genuino pensamiento tomista, siendo más bien contaminaciones de
otras tendencias y escuelas escolásticas o modernas.
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Pensemos que todavía se siguen llamando tomistas, con todo descaro,
muchas exposiciones, que están abiertamente en pugna, la mayoría de las
veces, con el pensamiento y hasta con claras formulaciones de Santo Tomás.
Y, sin embargo, a través de ellas es juzgado el tomismo por los que están
fuera: pienso ahora, por citar un ejemplo a mano, en Unamuno, en Ortega y
Gasset, en Heidegger...
Pero, lo que es más sorprendente aún, incluso entre los tomistas de
"buena voluntad", a los que se ha dado en llamar, no sé por qué, "rígidos",
seguimos discutiendo, no tan sólo acerca de temas marginales o de menor
importancia, sino sobre problemas y nociones tan fundamentales como, por
ejemplo, la noción del ser, de la abstracción, de la subsistencia, de la
analogía, del modo de conocer lo real, de la participación, etc., etc., por citar
algunos ejemplos de máxima actualidad.
¿No es cierto que con mucha frecuencia nos hemos alineado en una
posición o interpretación, y nos hemos aferrado a ella, más por la influencia
de alguna figura eminente de la escuela tomista, que por un estudio personal
y concienzudo de las fuentes y de los mismos textos de Santo Tomás? No
seré yo quien pretenda desacreditar a los insignes Comentadores del
Maestro. ¿Pero cuántos han sido y son los tomistas que no saben leer a Santo
Tomás ni entenderle, sino es a través de alguno de sus Comentadores? ¿No
se correrá así el peligro de acercarse a la fuente con prejuicios, con
opiniones prejuzgadas, con lentes coloreadas? Los Comentaristas son el
complemento obligado de la lectura de Santo Tomás y pueden ser una
excelente piedra de toque para aquilatar la personal inteligencia de la
doctrina del santo Doctor. Pero no deben ser normalmente el prólogo y deben
ser juzgados a la luz misma del Maestro; de lo contrario correríamos el
riesgo de juzgar e interpretar al Maestro por los discípulos, y tomar por
suyo, lo que es exclusivamente de alguno de ellos. Que esto ha sucedido más
de una vez, no seria difícil probarlo. Ni es tampoco necesario, porque en la
mente de todos están las nada infrecuentes acusaciones de infidelidad al
pensamiento genuino de Santo Tomás, que entre sí se dedican los discípulos.
Por todo esto, pienso que a los tomistas nos queda todavía mucho por
hacer en el conocimiento del pensamiento y de la doctrina de Santo Tomás.
Que se impone una vuelta a las fuentes, un estudio continuado e incansable
de las mismas, hasta lograr una gran familiaridad y asimilación de los textos
y de los contextos. Y esto ya desde los primeros pasos en el estudio de los
problemas filosóficos y teológicos. El pensamiento tomista es mucho más
sutil e inaccesible de lo que a primera vista pudiera parecer: bajo aparente
claridad y facilidad esconde misterios y perspectivas siempre nuevas, que no
se descubren a los superficiales y menos a los profanos. Por ello, pensamos
que, por ejemplo, el manejo directo de la 'Suma Teológica', como texto base,
es insustituíble por ninguna exposición o comentario, por muy autorizados
que se quieran. Lo cual tampoco significa que la Suma sola deba bastar.
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Es preciso que se llegue cuanto antes a realizar una edición crítica de
todas las obras de Santo Tomás. Sabemos que esto está en marcha por la
decisión del Papa Paulo VI y por el apoyo decisivo y hasta financiero de las
jerarquías de la Orden Dominicana a la Comisión Leonina, encargada de
preparar esta edición crítica.
Paralelamente deben multiplicarse los estudios y las monografías
históricas sobre los puntos fundamentales del pensamiento tomista. Urge una
reinterpretación de Santo Tomás a la luz de los nuevos conocimientos
históricos y con las técnicas e instrumentos de investigación, con que hoy
podemos contar, muy superiores, sin duda, en eficacia y en exactitud, a los
de tiempos pasados. Y las sorpresas sobre puntos importantes del sistema
pueden producirse: yo diría que ya han comenzado a producirse.
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2. LA FUTURA SINTESIS TOMISTA.
En otra dirección, la de ir completando la doctrina del Maestro con
nuevas aportaciones y la de incorporar al sistema tomista, de una manera
coherente y sólida, las adquisiciones de la ciencia moderna y hasta de la
filosofía, tampoco está el camino por desbrozar y han sido ya numerosos y
fructíferos los intentos llevados a cabo en diversas ramas, especialmente en
el campo de las ciencias sociales y de la Psicología—un recuerdo para la
labor de nuestro P. Barbado—. Pero hemos de confesar que, en conjunto, se
ha tratado más bien de esfuerzos aunque verdaderamente ejemplares.
aislados y esporádicos.
El avance, por ejemplo, en la Matemática, en las ciencias
fisicoquímicas, en Biología, en Psicología Experimental, ha sido literalmente
asombroso en los últimos siglos. ¿Y no es verdad que aquí apenas se ha
comenzado la labor de entroncar e incorporar a la visión tomista del universo
todas estas adquisiciones de la ciencia moderna? ¿No será éste uno de los
fallos más notables del tomismo contemporáneo y lo que más contribuye a la
impopularidad, o, al menos a la falta de influencia que el tomismo debería
tener en la ciencia y en el progreso cultural de nuestros días?
Es cierto y nadie lo ignora lo difícil que resulta hoy día poseer un
dominio suficiente al mismo tiempo de las ciencias y de la filosofía. La
especialización impone en todos los campos sus exigencias, y también, por
desgracia, sus limitaciones. Por ello nos encontramos con científicos, que no
saben filosofía, y filósofos, que no saben ciencias.
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Pero a estas ineludibles limitaciones que impone la especialización se
puede contraponer el trabajo en equipo, la creación de centros adecuados y
de grupos de investigación, el diálogo abierto entre filósofos y científicos.
Y por lo que se refiere a la incorporación al tomismo de los hallazgos
de la filosofía en los últimos siglos, tampoco han faltado nobles intentos y
trabajos aislados. Pero totalmente insuficientes, cuando no inaceptables, ya
que lo logrado, a veces, no ha sido una asimilación vital, por intususcepción,
sino una mezcla híbrida de elementos heterogéneos. Y casi siempre por
deficiencias fundamentales en el conocimiento de la doctrina tomista. Tales,
por ejemplo, ciertos esfuerzos de conciliación entre Hegel y Santo Tomás, o
entre Santo Tomás y el existencialismo.
Lo más normal, con todo, entre los tomistas ha sido la idea
vagamente difundida, a veces paladinamente expresada, de que en Santo
Tomás está ya todo. Lo cual no puede dejar de sorprender, por su
ingenuidad, a los de fuera del tomismo. Y por otra parte, se ha visto
frecuentemente que esta expresión no era más que la pantalla de la propia
pereza mental, que rehuye el esfuerzo de acomodación y de comprensión de
otras mentalidades, distintas de aquella en que uno se ha formado. Labor ésta
mucho más difícil de lo que pudiera parecer.
Es cierto, no obstante, que en Santo Tomás hay mucho más de lo que
vulgarmente se cree; y que verdades consideradas como originales en
autores posteriores, se encontraban ya en Santo Tomás, o en algún otro
pensador antiguo, si bien con distinta formulación. En esto siempre habrá
ocasiones para asombrarse. Son muchos los que siguen descubriendo
América o inventando el Mediterráneo...
Pero no debemos olvidar que el campo de la Verdad es inagotable;
que la principal tarea del hombre haciendo la historia—descubrir
progresivamente esa Verdad—no terminó, gracias a Dios, en el siglo XIII.
Hay en Santo Tomás muchas cosas, que apenas están esbozadas, otras están
tan sólo virtualmente o en germen. Es preciso realizar el despliegue de esos
frutos germinales en todas sus virtualidades maravillosas. Los tomistas de
siglos pasados han comenzado ya esta labor de complemento y de
despliegue. Pero nadie debe desconocer que la tarea a efectuar en este
sentido es todavía inmensa. Hay multitud de temas y problemas particulares,
que están totalmente vírgenes, tal y como los dejó el santo Doctor. Lo cual no
significa que no hayan sido tratados y hasta trillados posteriormente; pero
sin añadir un ápice a la investigación original del Maestro; si no es que más
bien se han deformado y desvirtuado de su sentido auténtico, lo que tampoco
es raro. Un tomismo fecundo y vivo debe hallarse en continuo crecimiento en
extensión y en profundidad.
Por lo demás, estoy firmemente convencido de que para la
inteligencia misma de los textos tomistas en toda su compleja problemática
interna y en toda su riqueza y hasta en su exacto sentido, no basta con la
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simple lectura de los mismos, aunque sea repetida muchas veces. Se requiere
una investigación propia, una inmersión personal y decidida en los problemas
y en sus diversas formulaciones. El encuentro gozoso con el Maestro rara
vez se conseguirá en la superficie de la letra. Es preciso descender al nivel
de los mismos problemas debatidos y hacerlo con la sinceridad y la decisión,
con que él lo hacía.
Solamente así podremos atisbar las encrucijadas de los problemas, el
origen de las dificultades y el sentido y alcance exacto de las soluciones.
Solamente así se puede llegar a una verdadera asimilación: después de haber
sometido la misma doctrina del Maestro al crisol de las dificultades y de la
crítica. Entonces apreciamos con gozo su solidez roqueña, ya que fue el
mismo Santo Tomás quien nos dio el ejemplo, tan rara vez imitado con
sinceridad, de someter previamente sus mismas conclusiones a una
autocrítica dura y reiterada, casi encarnizada. Si Kant, por ejemplo, hubiera
tenido la valentía y la sinceridad de someter a autocrítica simplemente los
primeros capítulos de su tan cacareada Crítica, ésta a buen seguro hubiera
sido bastante distinta. El videtur quod non y el sed contra de la Quaestio
Disputata no es un estéril malabarismo dialéctico, como siguen creyendo
muchos; ni tampoco un lujo o un entretenimiento mental. Si se realiza con
autenticidad y con rigor suficientes, es un método insuperable para acorralar
el error y dar caza a la solución exacta del problema planteado. Responde en
Metafísica y en Teología a lo que representa el experimento de
comprobación de hipótesis diversas en las ciencias experimentales. Es en ese
diálogo de posiciones, en que la mente contempla los diversos ángulos de
vista de los problemas. Sólo en esa tensión de dificultades se origina el
potencial energético espiritual, de donde puede saltar la luz.
Sí, es cierto que el método puede degenerar en una vana dialéctica.
Pero eso no es culpa del método en sí, sino del que lo usa sin rigor y sin
amor sincero, muy sincero, a la verdad. De la autocrítica nunca se puede
abusar, como tampoco se podrá exagerar nunca el rigor en las
comprobaciones científicas.
Pero el tomismo contemporáneo tiene todavía otra importante tarea
que cumplir, casi en su integridad, con respecto a la filosofía llamada
moderna: la de recoger las partículas de verdad y hasta los filones
descubiertos de una forma o de otra por los pensadores de los últimos siglos.
No creo que haya tomista tan cerrado, iba a decir tan cerril, que se
atreva a negar que en la filosofía moderna, pese a sus reveses, errores y
deficiencias fundamentales, se han puesto de relieve ciertos aspectos del
mundo real y se han realizado auténticas conquistas en algunos sectores. A
priori sabemos que el error absoluto no existe. Y por lo demás, si en muchos
sistemas modernos se han puesto de relieve unilateralmente ciertos aspectos
de los seres, ello ha contribuido a avanzar nuestros conocimientos sobre
dichas parcelas de la realidad.
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El criticismo kantiano, la dialéctica hegeliana y hasta la marxista, la
fenomenología, el vitalismo, el existencialismo, el positivismo lógico, la
filosofía de los valores, la filosofía de la cultura, el evolucionismo, el
relativismo, etc., si bien tomados en conjunto y como sistemas, resultan
unilaterales e inaceptables; mas en todas esas vertientes de la filosofía
moderna encontramos un fondo de verdad y de realidad—el suficiente para
permitirles tener adeptos y subyugar incluso a espíritus de gran talla
intelectual—; y con frecuencia vemos que estos sistemas parciales trataban
de poner de relieve algún dato o aspecto real descuidado en los filósofos
anteriores, incluidos los escolásticos y sin excluir a los mismos tomistas. El
vitalismo, por ejemplo, y el existencialismo han puesto en primer plano del
interés filosófico aspectos de la realidad bastante olvidados o descuidados en
los escolásticos. E1 evolucionismo y el historicismo, cada uno a su manera,
nos han traído el viejo problema del devenir, del fluir de los seres, que justo
es confesarlo, siendo también un aspecto de la realidad, en cuanto cambiante,
estaba casi completamente ausente de la mayoría de los tratados escolásticos
de metafísica de los últimos siglos. Y tengamos también la sinceridad de
reconocer noblemente que incorporar a la metafísica tomista el aspecto del
devenir en la visión del cosmos, es una tarea tan inédita, como perentoria. E1
mundo de la prisa y de los viajes espaciales tiene especial sensibilidad para
percibir esta faceta de la realidad cambiante. A ello obedece, más que a su
valor intrínseco, el entusiasmo y la dilatada aceptación despertados por
ciertos libros y autores.
Nosotros tenemos las claves ciertamente de solución que, a nuestro
parecer, son el viejo binomio radical del acto y la potencia. Pero después no
se puede hacer una metafísica como si nada más hubiera acto; o como si sólo
hubiera que contar con las esencias inmutables de las cosas, relegando la
existencia a un rincón de la Ontología.
En este diálogo con la filosofía moderna no necesitamos los tomistas
buscar ejemplos fuera de casa. Fue el mismo Santo Tomás quien supo
dialogar noblemente con filosofías y culturas, que discurrían por cauces
extraños al cristianismo y recoger de ellas amorosamente, previo un sabio
discernimiento, los filones de verdad, que en ellas pudo encontrar,
recordándonos la conocida frase de San Ambrosio: "Veritas, a quocumque
dicatur, a Spiritu Sancto est".
Pero repitamos que esta incorporación al tomismo de los auténticos
valores de la filosofía moderna no se hará de un modo fructuoso y vital, sino
después de un conocimiento profundo y seguro de la misma doctrina tomista.
De lo contrario, podríamos tener una agregación incoherente, una
incorporación externa y superficial; nunca una asunción interna, coherente y
sistemática. Que nadie se lance presuntuosamente al diálogo con la filosofía
moderna, sin antes haber hundido firmemente sus pies en el terreno sólido de
la doctrina tomista. De lo contrario, correría el riesgo, por otra parte estéril,
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de dejarse convertir, en vez de convertir él a los demás. Los ejemplos no son
tampoco raros en nuestros días. Sólo el árbol robusto no teme los
vendavales.
Con todo, si deseamos que el tomismo sea una filosofía perenne,
porque está viva en cada tiempo, esta labor no puede diferirse ni soslayarse.
3. TOMISMO DE ENCARNACIÓN.
En una tercera dirección, y en estrecha conexión con lo anterior, el
tomismo debe ser también una filosofía de encarnación; debe saber
descender y encarnarse en el terreno donde se debaten los problemas de
cada hora y aportar su clarividencia intelectual y su buen sentido realista a la
solución de las cuestiones que, por una u otra razón, interesan a los hombres
de hoy.
Los problemas de hoy día son de dos tipos: unos son los eternos
problemas del hombre, que cada época y cada hombre que viene a este
mundo vive y formula a su manera, pidiendo una solución satisfactoria. Esta
solución debe adaptarse a los módulos y a la mentalidad de los hombres de
cada tiempo y de cada cultura.
Otros son los problemas propios y específicos de cada época, que
surgen al compás de concretas situaciones históricas. Por ejemplo, el
problema de la guerra se plantea hoy con unas características singulares,
nacidas del mismo progreso técnico en el sector de los armamentos. Es
evidente que la guerra nuclear no puede ser juzgada como las guerras del
siglo xvi, cuando el maestro Vitoria explica en Salamanca sus Relectiones de
iure belli et pacis.
La cita anterior ha sido intencionada. Porque ella nos recuerda
ejemplarmente ese tomismo de encarnación, en las culturas y en los
problemas de siglos pasados, que ha resultado tan fecundo en consecuencias
y tan copioso en frutos. Pero no es suficiente con un recuerdo culto, que
termina en una bobalicona admiración o en un gesto beato de turiferario,
transido de nostalgias del pasado.
E1 mundo del siglo xx está ahí, con la carga de sus propios y
múltiples problemas, que esperan una solución desde las alturas clarividentes
del pensamiento filosófico y teológico. Problemas sociales y políticos, a nivel
nacional, y, sobre todo, supranacional; problemas raciales y de convivencia,
de libertad e independencia; problemas demográficos y económicos, de
hambre y desnutrición, por una parte, y de lujo desenfrenado, por otra;
problemas de estructuras sociales, de ideologías materialistas, de culturas
que se incorporan hoy a la marcha general de los pueblos; el problema del
futuro de la humanidad, amenazada por las armas nucleares y tanto o más por
las armas biológicas y químicas, por el ahogo de la técnica deshumanizante,
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por las redes del confort materialista; desgarro del hombre entre la llamada
de su interior, de su vida íntima y las exigencias absorbentes del trabajo y de
la acción exterior, disyunción entre la contemplación y la praxis; problemas
de moralidad, de autenticidad, de fidelidad a unos principios éticos rectos; el
problema de la irreligiosidad y del ateísmo militante; el problema de Dios y
del sentido del mundo, del fin de la existencia humana; el problema de la
muerte y del más allá, del mal y del dolor; el problema de la verdad y del
error, no menos que el de la ignorancia de las masas, manejadas por los
menos escrupulosos, etc., etc.
Que el tomismo tenga capacidad suficiente y principios adecuados
para decir una palabra y ofrecer una solución acertada a todos y cada uno de
estos problemas, no hay tomista que lo ponga en duda. Pero no es suficiente
con estar convencidos del dinamismo interno del sistema, de sus
virtualidades insospechadas, de su capacidad para iluminar los problemas
más abstrusos; es necesario mostrarlo, ponerlo por obra. Sí, tenemos
cimientos sólidos y sabemos que sobre ellos puede descansar cualquier
construcción. Pero es necesario superedificar, elevar sobre ellos la trama
arquitectónica.
De lo contrario, los cimientos solos no servirán de gran utilidad; y el
mundo justamente volverá defraudado la espalda, en busca de un refugio más
adecuado. Si el tomismo, la filosofía y teología tomistas han de seguir
llamándose perennes y actuales, al mismo tiempo, si quieren prestar a la
Humanidad de hoy un servicio inapreciable, deberán descender también a la
vida de los hombres de hoy. Es preciso que sean muchos los tomistas que
realicen esa urgente labor de poner al alcance de nuestros contemporáneos
los tesoros de verdad y de vida, que hemos recibido de nuestros mayores; no
enterrar los talentos recibidos, sino ponerlos a fructificar. Es preciso que se
constituyan círculos y asociaciones centros de formación de élites, de
dirigentes, imbuidos de la sana doctrina de Santo Tomás, que lleven y
encarnen sus principios en la complejidad de la vida moderna. Solamente el
continuar e intensificar la labor de alta divulgación de la doctrina tomista,
comenzada por algunos beneméritos tomistas de nuestros días, constituiría ya
un servicio inapreciable a nuestros contemporáneos. Hay que "traducir" el
rico legado tomista a la mentalidad y a los modos del pensamiento y de la
expresión de nuestro tiempo. Es patente que la influencia de otras filosofías
de moda se debe, en gran parte, a la capacidad de sus autores para poner sus
ideas de modo brillante y adecuado al alcance de un público relativamente
amplio. No seamos pesimistas. E1 tomismo no es refractario, ni mucho
menos, a esta divulgación, como lo demuestran los ejemplos citados. Su
sentido realista de las cosas, su objetividad, su equilibrio sereno y su
clarividencia le hacen especialmente apto para ser puesto en el pentagrama
de cualquier lenguaje, de cualquier modalidad de expresión. Sólo falta quien
quiera y sepa hacerlo.
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CONCLUSION.
Así, pues, en tres dirección fundamentales entiendo que debe avanzar
la filosofía y la teología tomista, si quieren ser la filosofía del futuro y no una
filosofía y una teología de museo o de congeladora.
Ante todo, en un conocimiento cada vez más exacto del auténtico
pensamiento del maestro. La vuelta a las fuentes perennes del tomismo para
asimilarlas vitalmente, se impone aquí, como en otros campos. La filosofía no
avanza solamente, ni siquiera primariamente, por extensión, sino por una
mayor profundización de sus propios principios fundamentales. Por otra
parte, no se puede ignorar que en el transcurso de los siglos el tomismo ha
sufrido contaminaciones de elementos heterogéneos, extraños, de los cuales
debe purificarse; épocas de decadencia o del olvido de ideas fundamentales,
deformaciones y extorsiones, con frecuencia inconscientes, pero
importantes. El racionalismo, el abstractismo, el intelectualismo, el abuso de
la dialéctica y otros defectos, de los cuales se le ha acusado, se deben más a
estas contaminaciones, que a frutos propios del pensamiento tomista. Y se
desvanecen por sí mismos, con la simple vuelta a lo fontal y originario, a esa
equilibrada y difícil síntesis, que Santo Tomás ha logrado.
Y para esto es urgente que poseamos cuanto antes una edición
crítica, de plena garantía, de todas las obras del Angélico. Que paralelamente
se multipliquen los estudios históricos y se llegue a una reinterpretación, lo
más ajustada posible, de la mente del maestro. En esta reiterpretación no
pueden estar ausentes los discípulos más eminentes; pero debe imperar, ante
todo, el principio exegético: Thomas suipsius interpres.
En segundo lugar, es preciso continuar el despliegue de los principios
fundamentales y el perfeccionamiento de las diversas partes del sistema. por
medio de una labor de rigurosa investigación científica. Objetivos básicos de
esta investigación deben ser la incorporación coherente de los hallazgos y
descubrimientos indubitables, realizados por la ciencia moderna, e igualmente
de los filones de verdad, puestos de relieve por los diversos sistemas de
filosofía en los últimos siglos.
Para ello es preciso formar equipos de investigadores dentro del
tomismo, círculos de estudio y centros adecuados, en donde se establezca un
diálogo abierto y responsable, objetivo y sereno, con la ciencia moderna. Sólo
así podremos esperar confiados el logro de una futura síntesis tomista, cada
vez más coherente y completa, estructurada a base de las líneas
fundamentales del tomismo perenne.
Finalmente, el tomismo contemporáneo no puede despreocuparse de
los problemas actuales y debe aportar a su solución todas sus virtualidades
internas y toda su capacidad esclarecedora. Para ello se requiere que sepa
encarnarse y tomar forma en las diversas culturas, abordar con serena
11
claridad todos los problemas básicos, ofrecer soluciones adecuadas y
realistas. Es preciso que haya también un grupo de tomistas, que lleven a
cabo la labor divulgadora de la doctrina, según las exigencias de los tiempos
y en conformidad con la mentalidad de los hombres y de los modernos
medios de expresión.
A1 fin y al cabo, estas tres direcciones representan otras tantas
funciones vitales del sistema: robustecimiento interior por una vuelta a su ser
íntimo y original; crecimiento y expansión, mediante asimilación de elementos
de verdad, dispersos en otros campos del saber humano; fecundidad
creadora y servicio noble y leal a las generaciones de cada época.
Quizá haya pasado el tiempo de las imposiciones o de los mimos y
recomendaciones exteriores, aunque fueran autorizadas. El tomismo, sin ser
perfecto y acabado—una filosofía nunca se acaba de hacer—, puede
considerarse actualmente suficientemente fuerte y maduro para imponerse a
las mentes desde sí mismo, por la sencilla exposición de su verdad fecunda.
Los que creemos profundamente en esa Verdad y en esa fecundidad
perenne de la doctrina tomista, tantas veces "enterrada" y "superada", pero
en realidad siempre viviente y universalmente válida, no podemos menos de
sentir sobre nosotros la grave responsabilidad, ante la Humanidad y ante la
historia, de lograr que esos valores no se pierdan por olvido, ni se arrinconen
por ignorancia, ni se esterilicen por desidia. O renovarse o morir. Pero toda
auténtica renovación es una verdadera vuelta a la realidad originaria, con un
sentido y una pujanza nuevas.
Una palabra para las generaciones más jóvenes. El tomismo puede
mirar el futuro con optimismo; sus valores han sido acumulados por toda una
serie de hombres insignes, de investigadores rigurosos, de férvidos amantes
de la verdad. En esta cadena secular, cada uno es discípulo de los anteriores
y maestro de los siguientes; pero, sobre todo, discípulo y observador atento
de la realidad, ya que eso es la Verdad. Esta conexión ejemplar de hombres,
que laboran en la misma línea, comenzando unos donde terminaron los
anteriores, es condición indispensable para el verdadero progreso del saber
humano. Y este ejemplo apenas pueden ofrecerlo ninguno de los modernos
sistemas de filosofía, en donde cada autor tuvo la vana pretensión de
comenzar de nuevo, como si hasta él nadie hubiera pensado nunca.
Nosotros nos reconocemos lealmente deudores de todos los que nos
precedieron en esta noble tarea, incluso de los que erraron el camino
verdadero.
Por lo mismo, a nosotros nos está reservada una ardua tarea, una
responsabilidad casi abrumadora, de mantener siempre viva y operante la
heredad recibida, de acrecentarla y de ponerla al servicio de todos. Si estas
funciones vitales se llevan a cabo, el tomismo puede mirar el futuro con
optimismo realista. He aquí un ideal incitante, un programa cargado de
promesas para las futuras generaciones.
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Alguien pensará que este programa y esta visión del tomismo resultan
utópicas, o, al menos, excesivamente optimistas. Yo, sin hacerme demasiadas
ilusiones, creo simplemente que son posibles y me atengo a los ejemplos de
los que han comenzado este programa. Si alguno duda de la consistencia o de
la vitalidad interna del genuino pensamiento tomista, sólo me queda la opción
de invitarle a penetrar a fondo y sin prejuicios en sus fuentes más señeras.
LORENZO DE GUZMAN
(Lorenzo Vicente Burgoa)
Reflexiones posteriores
TOMISMO Y CIENCIA MODERNA.El tomismo y los hechos científicos.
Es urgente, entre otras tareas, la de incorporar al tomismo los hechos
científicos modernos bien comprobados y, a la inversa, incorporar a la
filosofía de la ciencia, los principios interpretativos del sistema aristotélico
tomista.
No se debe olvidar que Aristóteles ha sido el organizador primero de
la ciencia natural moderna. Y ese privilegio se ha transmitido a sus
seguidores, especialmente a los que se han mantenido dentro del equilibrio
del sistema, entre razón y experiencia, abstracción y realismo, basados en el
monismo complejo de la cosntitución del hombre o en la unión substancial de
alma y corporeidad.
De hecho, no hay ningún sistema filosófico que explique
satisfactoriamente, como lo puede hacer el sistema de Aristóteles, en su
interpretación tomista. Y ello, en cuanto:
-Al sentido y justificación adecuada del método científico, como
método inductivo o hipotético-deductivo.
- A la explicación de la composición y complejidad de lo material
-A la filosofía del conocimiento matemático
-A la explicación de los cambios, tanto profundos o esenciales, como
accidentales.
-A la explicación del origen y transmisión de la vida
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-En particular, a la explicación del hecho evolutivo de los vivientes
-A la explicación de hechos científicos, como la formación posible de
la Tabla periódica de los elementos químicos,
- A la explicación del orden cósmico en general así como del caos.
- A la explicación de hallazgos astronómicos, tal como se hizo con el
planeta Neptuno...
Todos estos hechos científicos, que son característicos de la ciencia
natural moderna, no pueden ser explicados en modo alguno, como algo
posible o con sentido, ni desde el indeterminismo puro empirista, ni desde el
puro determinismo idealista. El primero, explica la experiencia singular, mas
no las leyes racionales, explica el movimiento y el cambio como puro devenir,
como mero cambiar, pero no explica ni la permanencia, ni la continuidad
lógica ni la conexión entre los cambios, entre las causas y los efectos, entre
el cambiar al azar y el cambiar con direcicón, entre revolución y evolución
perfectiva; explica la composición y la multiplicidad, pero no la unidad, ni las
semejanzas, ni el orden. El segundo explica la permanencia, la dirección, la
conexión posible, pero no los hechos del cambio, ni su continuidad lógica
real, ni la causalidad fáctica, ni el devenir., explica el orden ideal, pero no el
desorden real........
Todo esto, sin embargo, se explica y se justifica, tanto a nivel de
conocimiento como de realidad efectiva, en el sistema aristotélico-tomista,
correctamente entendido o simplemente asimilado debidamente. Aunque ello
no significa que se excluyan todas las dificultades; pero aparecen como
solubles.
Igualmente, aparecen como solubles los errores de la razón, que
llevan a algunos (empiristas) al escepticismo o al agnosticismo (idealistas),
que es una forma vergonzante del mismo.
Ya Aristóteles organiza las fuentes de error, según los tres
componentes básicos del discurso humano: la palabra, el concepto y la
realidad
-errores por parte del lenguaje (aporías, equívocos, etc.)
-errores por parte de nuestras concepciones, especialmente del
razonamiento(falacias)
-errores por parte de lo que aparece de las cosas (errores de lo
sentidos, excepto sobre sus objetos formales y propi8os de cada uno).
Etc (11-08-06)
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