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MITOS DE LOS
ABORÍGENES
ARGENTINOS
Todos los pueblos han elaborado leyendas o mitos; relatos fabulosos con los que intentaban explicar
los acontecimientos primitivos y heroicos de su más lejano pasado. El mito, pasó a ser entonces, la
historia de los pueblos primitivos. Pero lejos de ser un entretenimiento o una diversión, el mito era
considerado verdadero por los aborígenes: es poesía y sabiduría al mismo tiempo.
Entre los aborígenes americanos existen mitos que intentan explicar todos los acontecimientos:
desde el nacimiento de los dioses, a la creación del mundo y del hombre y de todo lo que en él
habita.
También los aborígenes argentinos elaboraron sus mitos ¿te gustaría conocer algunos de ellos?
Origen de las vizcachas.
(mito mataco)
Las vizcachas eran personas, changos, antes. Ellos jugaban tarde, jugaban, jugaban y no obedecían
a los padres que les decían:
“No jueguen”. Los changos jugaron hasta que se hizo de noche y ocurrió que se volvieron locos y
se fueron al monte y se volvieron vizcachas. Los padres dijeron: “Pobres mis hijos, se han
enloquecido, ya no vuelven más”. Había un agujero y ahí se metieron y se quedaron; salieron a la
media noche pero ya no eran personas, eran vizcachas. Por eso les decían: “No jueguen cuando es
de noche”.
Elal y el Cóndor
(mito tehuelche)
Elal tenía cuatro años; la abuela le decía:
“Pero cómo lo vas a matar! Te va a matar es bicho malo. ¡Si .baja sólo para matar a los chicos!’. El
chiquito decía que cuando lo agarrase iba a pelarle el cogote. Se fue con las flechas; lo encontró
cerca al Cóndor y le tiró con la flecha. Se oían los gritos del Cóndor, porque también hablaba. Llegó
al lado del chico y ahí lo agarró Elal. Le dijo: “No te voy a matar” y le sacó todas las plumas de la
cabeza. Por eso es que tiene la cabeza pelada. Después lo soltó. Entonces le llevó las plumas o la
abuela. Le dijo: “Yo lo agarré, lo bajé con la flecha”.
Los cataclismos y el origen
de los animales
(mito pilago)
Los antiguos no tenían fuego. La gente pescaba y comía crudo. No hacían asado. Dapitchi dijo a un
amigo: “Mañana o pasado voy al cielo. Entonces voy a mandar piedras, voy a matar a la gente”:
Entonces se fue al cielo Dapitchi y el cielo sonó y a lo medianoche salió la oscuridad, llovía fuerte.
Amaneció y salió el sol y moría la gente antigua. Vino Dapitchi, volvió. La gente estaba parada
gritando. Un hombre murió y se hizo corzuelo, otro se hizo chajá, otro ñandú, otro oso. Todos ya
eran animales. Los paisanos se volvieron animales.
Las nubes y el rayo
(mito toba)
Las nubes salen de adentro de una gran montaña. Nowet, cuando se enoja agarra unos cascotes de
piedras de la montaña y los tira. Y de esas piedras salen las nubes que traen agua y trueno. El rayo
crece adentro de la nube. Los truenos son los gritos de Nowet cuando está enojado ahí en la
montaña
K’atá, Nuestro Padre
(mito toba)
K’atá es nuestro padre. Es más poderoso que Nowet y que Nalah. K’atá vive en el cielo. Vive en el
sol, vive en Nalah. El sol es como si fuera su ojo; como anteojo, para vigiarnos. El viento le lleva
nuestras palabras. Dios lo puso todo: sol, luna, estrellas: pero no sabemos dónde vive. Para hacer la
tierra, agarró un cascote; lo bendijo y así creció el mundo. Era limpio y seco; sin plantas ni
animales. Dios ordenó además no matar y no despreciar.
Aparición del hombre
(mito tehuelche)
Después que Elal echó a la gente que había antes: el lobo, los pájaros y los bichos, hizo a la
paisanada, a los paisanos antiguos. Con barro hizo dos muñequitos, una mujer y un hombre.
Trabajaba con ellos y con el tiempo se fueron haciendo gente, gente... hasta que tuvieron sangre y
corazón. Ahí se aumentaron los paisanos.
El zorro y los primeros hombres
(mito tehuelche)
Un día de viento dijo el zorro: “¡Bueno, el mundo se va a venir abajo! ¡Se terminó el mundo!”. Y se
agarró un cuero de potro y como es zorro salió con el cuero disparando, llevándolo a la rastra.
Claro, todos los vivientes estaban por acá, esto estaba todo poblado y se asustaron. Así que todos
estos bichitos que entonces eran gente dijeron: “Bueno, yo soy pájaro, yo soy mata, yo soy esto...”
Todos agarraron el hombre de cada uno porque el mundo se venia abajo: unos se hicieron pájaros,
otros matas, otros cañadones, otros piedras y todos así por el estilo. Todos esos bichitos que andan
por el campo se hicieron así.
El zorro y los chingolos
(mito tehuelche)
Antes los chingolos eran personas, andaban por el campamento cuando vino el zorro corriendo a
asustarlos: “Ahí viene el Gualicho malo”, dijeron, dispararon todos. Vieron unas matas y se
escondieron. Se fueron lejos y ya no volvieron más al campamento. Por eso es que ahora andan
volando siempre entre las matas como asustados.
La tinajera
La mapu siempre ha tenido sus misterios y ha devuelto al hombre sus acciones en premios y
castigos, como todas las madres.
Los mapuches la honran. Primero la tierra, dicen, de donde viene la vida.
Hace mucho tiempo, en las épocas en que el blanco y el indio luchaban, en un día de esos, hecho a
medida de los odios, el malón llegó a Río Cuarto, atacó y se fue con un niño como rehén.
Tomás, que así se llamaba el niño, sobrevivió al cautiverio, se amoldó a su. nueva vida, pero no
olvidó a su gente ni su idioma.
Día a día charlaba con los teros, con las calandrias enamoradas de la mañana, charlaba con los
brotes nuevos del caldén. Charlaba para no olvidar su lengua, la única pertenencia que le quedaba.
Los años pasaron y se convirtió en un muchacho fuerte, pero interiormente nunca dejó de pensar en
la huida y la planeó silenciosamente.
Decidió que la ocasión más propicia seria la llegada de un mercachifle, que traía alcohol, que los
indios consumían en abundancia.
Se preparó. Su mayor preocupación era poder encontrar el camino del agua.
Luego de que el mercachifle llegó y los indios se emborracharon, Tomás se apoderó de unos
caballos y se dirigió hacia su Río Cuarto.
Galopó durante dos días. El sol completó el infierno de ese amanecer. A medida que pasaban las
horas aumentaba su fatiga. Abandonó los cansados caballos y siguió a pie, por las inmensidades del
desierto.
Los recuerdos le vinieron todos juntos. El patio sombreado de su casa paterna, el pozo de agua
fresca, el aljibe. Deslumbrado veía el rostro de la madre, podía escucharla, su caricia tierna
levantándole la cabeza vencida. El agua, ¿la traería su mamá?
Tirado en el camino entró en delirio. Un tropel cercano lo despertó apenas y clamó auxilio. Cuatro
indios renegados integraban el grupo. ¿Auxiliar al cristiano? ¿Y silos delataba?
Ciegos de miedo, lo dejaron semienterrado. Luego, uno de los indios le cortó la cabeza, y entre los
brazos extendidos en cruz quedó como un hoyo sangrante.
Durante mucho tiempo se comentó ese horrible crimen. Años después, un caldén nació en el medio
del desierto. A un metro del suelo el tronco se abría en dos ramas gruesas, separadas por un hueco
parecido a una taza. Los brazos
deljoven cristiano buscaban el cielo en las nudosas ramas del caldén. Y la taza acumuló el agua
milagrera, agua de lluvia para los valientes que cruzaran el desierto.
(adaptación)
Susana Dillon, Elda Durán
Encantos y espantos de Trapalanda.
La primera hazaña de Hércules
Como en épocas muy remotas los hombres estaban atormentados por monstruos crueles y desgracias sin número, el dios griego Zeus hizo nacer entre ellos un héroe fortísimo, que pudiese librarlos de tantos males. Y, en efecto, un día nació, en el palacio real de Tebas, de la reina Alcmena, un
niño grande y robusto. Lo llamaron Hércules, y el padre de los dioses le concedió una gran fuerza y
todas la virtudes.
En la misma noche de su nacimiento, dos serpientes entraron en la habitación donde el pequeño
dormía y se enroscaron alrededor de su cuerpo. Hércules se despertó y al darse cuenta de que se
encontraba entre las espirales de aquellos dos monstruos, no se asustó en absoluto, sino que
tranquilamente extendió sus manitas, que ya eran poderosas, agarró por el cuello a los reptiles y
apretó con todas su fuerzas. A los pocos minutos, las dos serpientes yacían asfixiadas en el suelo.
Por lo visto, la historia del futuro héroe comenzaba bien.
Al correr los años, fue creciendo hermoso y fuerte. Descuidaba el estudio de las artes y las ciencias
para dedicarse por completo a los juegos gimnásticos y a los ejercicios. Pasaba los días en las
montañas con los pastores y protegía a los rebaños contra las fieras, a las que mataba sin armas, sólo
con la fuerza de sus brazos.
Cuando llegó a la edad adulta, fue a Delfos para preguntar a la adivina del templo de Apolo qué
debía hacer, y recibió la orden de ir a ponerse al servicio del rey de Micenas y de Tirinto, llamado
Euristeo. Este era un soberano débil de cuerpo y de carácter, que tuvo miedo de que Hércules lo
destronara y, por ello, le ordenó que realizara doce hazañas, conocidas con el nombre de los Doce
Trabajos de Hércules, con esperanza de que muriera en alguno de ellos. Así, nuestro héroe se
dispuso a cumplir su primera tarea.
En aquella época, las selvas de la Argólida eran asoladas por un feroz león, que tenía la piel
invulnerable. En vano habían ido contra él guerreros y cazadores; las lanzas se quebraban y las
flechas caían al suelo sin herirlo. Euristeo mandó a Hércules a que matara aquel monstruo. Hércules
no se lo hizo repetir dos veces y marchó para acometer la empresa.
Penetró en el bosque, donde resonaban los rugidos de la fiera, y vio al terrible león, que, con las
fauces abiertas, lo estaba esperando en su cueva. Le disparó tres flechas, pero las tres cayeron al
suelo con las puntas rotas, como si fueran de papel.
Irritado, el héroe empuñó la formidable maza, se lanzó sobre el monstruo y le dio un terrible golpe
en la cabeza, que lo dejó sin sentido; aprovechándose de ello, lo tomó por el cuello con sus
poderosas manos y lo estranguló. Luego lo desolló y se envolvió con su piel, que desde aquel
momento se convirtió en una de las prendas características de su vestido.
Mito griego
La Osa Mayor
Hace mucho tiempo, en una antigua comarca, la lluvia dejó de caer durante meses. El calor era tan
fuerte que las flores se marchitaban, la hierba estaba seca y amarillenta, y hasta los árboles más
grandes se inclinaban hacia el suelo. Los animales se morían de sed. La gente padecía. Todo el
mundo temía lo peor.
En esa comarca vivía una niña cuya madre cayó gravemente enferma.
- ¡Oh!- dijo la niña- ,estoy segura de que mi madre se curaría si pudiera traerle un poco de agua.
Tengo que encontrarla.
De modo que tomó un pequeño cucharón y salió en busca del preciado líquido.
Andando, andando, encontró un manantial diminuto en la lejana ladera de una montaña. Estaba casi
seco. El agua caía muy lentamente de una grieta en la roca. La niña sostuvo el cucharón con
cuidado para no volcar ni una gota. Después de mucho tiempo, terminó de llenarlo y emprendió el
regreso.
Por el camino se cruzó con un perro que apenas podía sostenerse en pie. El animal jadeaba y tenía la
lengua afuera.
—¡Pobre perrito! —dijo la niña—, ¡qué sediento estás! No puedo irme sin ofrecerte unas gotas de
agua. Aunque te dé un poco, todavía quedará bastante para mi madre.
Así que la niña derramó un poco de agua en la palma de su mano y se la ofreció. El animalito la
lamió con avidez, se sintió mucho mejor y se puso a ladrar y a saltar como si ¡e diera las gracias.
Ella no se dio cuenta, pero el cucharón de latón ahora era de plata y estaba tan lleno como antes.
Siguió su camino y cuando llegó a la casa casi había oscurecido.
Abrió la puerta y se dirigió rápidamente a la habitación de su madre. Al entrar, la vecina que había
cuidado durante todo el día a la enferma se le acercó, tan cansada y sedienta que apenas podía
hablar.
—Dale un poco de agua -dijo su madre—. Ha trabajado mucho y la necesita más que yo.
La niña acercó el cucharón a los labios de la vecina y ésta bebió un poco. Enseguida se sintió mejor
y más fuerte, se aproximó a la enferma y la ayudó a incorporarse.
La niña no se dio cuenta de que el cucharón ahora era de oro y que estaba tan lleno como al
principio. Lo llevó a los labios de su madre y ésta bebió y bebió. ¡Se sentía tan bien! Cuando
terminó, aún quedaba un poco de agua en el fondo.
Finalmente, la niña iba a beber cuando alguien llamó a la puerta. La vecina fue a abrir y encontró a
un forastero pálido y cubierto de polvo por el largo viaje.
—Estoy sediento —dijo— ¿podrías darme un poco de agua?
—Claro que sí —contestó la pequeña—, estoy segura de que usted la necesita mucho más que yo.
Bébasela toda.
El forastero sonrió y tomó el cucharón. Al hacerlo, éste se convirtió en un cucharón de diamantes.
Luego, el extraño lo dio vuelta y el agua se derramó por el suelo.
Y allí donde cayó, brotó una fuente. El agua fresca fluía a borbotones en cantidad suficiente como
para que la gente y los animales de toda la comarca bebieran tanto como quisieran. Distraídos por la
alegría, se olvidaron del forastero y, cuando quisieron acordarse, éste había desaparecido. Algunos
creyeron verlo desvanecerse en el cielo, y, en efecto, allá en lo alto del firmamento destellaba algo
parecido a un cucharón de diamantes. Y allí sigue brillando todavía para recordar la historia de una
niña amable y generosa. Es la constelación que conocemos con el nombre de la Osa Mayor.
Leyenda inglesa
EL MITO DE TESEO Y EL MINOTAURO
Minos, el rey de Creta, estaba peleado con los atenienses. Los dioses apoyaban al rey y mandaban a
Atenas muchas desgracias: enfermedades, sequías y escasas cosechas.
Los atenienses, muy preocupados, fueron a consultar al oráculo que era como un templo o iglesia
donde vivía la pitonisa. Ella se comunicó con los dioses y después les contestó:
—Si Minos perdona a los atenienses, los dioses también.
El rey de Creta mandó construir un gran palacio, llamado laberinto; era una mansión gigantesca con
mil recovecos y en la parte central vivía un Minotauro, monstruo feroz, con cuerpo de hombre y
cabeza de toro, que se alimentaba de personas.
Cuando los atenienses le preguntaron a Minos qué podían hacer, él les dijo que no lucharía más si le
enviaban, cada nueve años, siete hombres y siete mujeres jóvenes, sanos, fuertes y hermosos.
Así fue; cada nueve años hacían un sorteo y salían seleccionados catorce jóvenes que se iban para
no volver nunca más.
El rey de Atenas, Egeo, no quería que fuera su hijo Teseo, pero como el joven era muy valiente
decidió ir y le prometió a su padre que volvería.
Como de costumbre, viajaron hacia Creta en un barco que llevaba una vela negra.
Al llegar al enorme laberinto los muchachos se asustaron. Allí, Teseo vio a Ariadna, la hija del rey
Minos y algo parecido al amor se cruzó entre ambos.
Entonces, ella se acercó a él y le dijo:
—Extranjero, no quiero que mueras.
—Yo tampoco quiero morir; quiero luchar, matar al Minotauro y salir de ese laberinto del que dicen
que nadie pudo salir.
—Es cierto que nadie lo logró, pero yo tengo un arma secreta para encontrar la salida. Entonces le
mostró un ovillo de hilo.
—Atá la punta de una pared y desovillá el hilo; para volver deberás rehacer el ovillo.
—Buenísimo; de esta manera podré librarme del laberinto, pero... ¿cómo voy a derrotar al
Minotauro?
—No te preocupes, esta espada lo matará —le contestó mientras le entregaba una espada brillante.
Al día siguiente, los catorce jóvenes fueron llevados a la puerta del laberinto; estaban muertos de
miedo y no sabían nada del ovillo ni de la espada.
—¡Minotauro! —gritó Minos—. ¡Acá tenés tu regalo!
—¡¡¡Gruuuuuuusssshhhh!!! —bramaba desde adentro, el monstruo.
Teseo tranquilizó a sus compañeros, les dijo que fueran detrás de él; ató la punta del ovillo a una
roca y empezaron a caminar por lugares que se torcían, cruzaban y se dividían, en un complicado
laberinto. Era como esos juegos de entretenimiento en los que hay que rescatar a un personaje y con
el lápiz se pueden dibujar muchos caminitos y, a veces, cuando estamos llegando aparece una calle
sin salida y hay que volver al principio.
A medida que avanzaban, se escuchaban más fuertes los rugidos del Minotauro y cuando lo vieron
moviendo su cabeza para todos lados y con una baba que le chorreaba de los labios, se asustaron
muchísimo.
—Quédense aquí con el ovillo, es muy importante que no lo suelten —les dijo Teseo y se fue
acercando al Minotauro.
El monstruo estaba asombrado porque nadie se había animado a enfrentarlo. Teseo sacó la espada y
lo venció.
—Volvamos —dijo Teseo.
Tomó el hilo y lo fue ovillando. Así lograron salir; era de noche y se asustó al ver una figura blanca
detrás de un árbol, pero... se tranquilizó cuando reconoció a Ariadna.
—Ariadna, te quiero. ¿Venís conmigo a Atenas?
—Sí, vamos.
Entonces fueron hasta el barco y partieron rumbo a Atenas.
Anónimo
Dédalo y el desafío de volar
Hace muchos, muchísimos años vivía en la lejana Atenas, Grecia, un artista e inventor genial. Se
llamaba Dédalo y todos los atenienses lo admiraban. Pero en una oportunidad le ocurrió una
desgracia.
Dédalo había enseñado gran parte de sus secretos a Talos, su sobrino, que también comenzó a
demostrar verdadero talento en sus creaciones. Y es verdad que Dédalo sentía algo de celos por la
notoriedad de Talos. Por eso, cuando el sobrino murió al caer desde un precipicio, muchos
murmuraron que Dédalo lo había empujado.
Para olvidar este triste episodio, Dédalo decidió emigrar y fue así como llegó a la isla de Creta
donde lo recibió, entusiasmado, el rey Minos.
—Tú eres un gran artista e inventor
—le dijo el rey—, y podrás crear una cárcel fuerte y eficaz para que yo pueda tener prisionero al
Minotauro.
—¿El Minotauro? —preguntó Dédalo.
-Sí. Es un monstruo horrendo, un hombre con cabeza de toro.
Así fue como Dédalo creó el famoso Laberinto, una construcción de innumerables pasillos donde
era imposible encontrar la salida; de manera que quien entrara en él, allí quedaba para siempre. En
una habitación central fue recluido el Minotauro.
El Laberinto hizo célebre a Dédalo en toda la isla y el rey Minos decidió que no debía perder jamás
a este colaborador. ¿Qué hizo entonces? Prohibió que todos los barcos que zarparan de Creta lo
llevasen como pasajero.
¡Desgracia atroz para Dédalo! Su fama era la causa de su prisión. Y justo cuando a su mente volvía
cada vez más Atenas, la ciudad donde había nacido y alcanzado su primer reconocimiento.
Para no vivir solo su encierro en la isla de Creta, Dédalo se casó y tuvo un hijo al que llamó Ícaro.
El niño creció y el taller de su padre fue su lugar favorito de juegos y primeras ocurrencias. Él
también quería ser artista e inventor.
—¿Para qué sirve esta herramienta, papá? ¿Cómo puedo hacer la estatua de un pescador? ¿Es
posible inventar algo que haga más rápidos a los barcos? Ícaro quería saberlo todo.
A su vez, Dédalo se preguntaba:
¿habrá alguna forma de regresar a Atenas? ¿Podré salir algún día de esta prisión?
Esta inquietud rondaba casi todos los días por su cabeza. Dédalo tenía verdadera nostalgia de su
ciudad y no veía la hora de poder regresar a ella.
Una tarde en la que se había echado a caminar por la playa desde donde intentaba ver la costa de
enfrente, reparó en el vuelo de un grupo de gaviotas.
-¡Ya sé! -exclamó de pronto—.
Tengo una idea para salir de Creta. Regresó al taller y le ordenó a Ícaro:
—Hijo, prepárate para ayudarme en un nuevo invento. Eso sí, deberás mantener en secreto todo lo
que hagamos y así podrás ir conmigo a Atenas.
Dédalo ordenó a Ícaro a que todas las mañanas recorriera la playa, juntara todas las plumas de
gaviotas que encontrara y que, sin ser visto, las trajera al taller.
Allí Dédalo se dedicó a confeccionar con muchísima paciencia unas enormes alas, cuyo armazón
era de madera liviana; las plumas fueron cosidas en él con un hilo delgado y pegadas con cera.
Cuando las alas gigantes estuvieron listas decidió probarlas.
En la noche, acompañado por Ícaro, Dédalo buscó un barranco lo suficientemente alto. Se colocó
las alas, se lanzó desde allí.., ¡y voló!
—¡Bravo, bravo, papá! —gritaba Ícaro—. Ahora tienes que hacer un par de alas para mi.
Entonces Dédalo regresó al taller, ocultó las alas y se comprometió a comenzar la fabricación de un
par de alas más pequeñas para su hijo.
Pocos días después las nuevas alas estaban terminadas. Ícaro debía probarlas. ¿O acaso no era mejor
intentar decididamente la fuga?
Dispuesto ya a volar rumbo a Atenas, Dédalo e Ícaro, con su enorme par de alas cada uno, fueron en
la madrugada siguiente hasta el barranco debajo de él estaba la playa, luego el mar... luego Atenas.
Dédalo ayudó a su hijo a ponerse las alas, le dio mil recomendaciones y le dijo: “Ahora ¡vuela!”
Ícaro se lanzó al abismo, batió las alas y se sostuvo en el aire. “Ah, qué felicidad”. Entonces Dédalo
se colocó su par y salió tras él. Ambos comenzaron a volar por encima del agua. La mañana nacía
en cada agitar de alas de. padre e hijo.
Pero algo malo habría de suceder. Junto con los hombres se despertaron los dioses y dijeron:
-¿Cómo puede ser que esos dos humanos se atrevan a volar?
Y así tramaron algo para impedirlo.
Helios, el dios del Sol, hizo que las nubes desparecieran del cielo e Ícaro sintió unas ganas
tremendas de volar más alto.
—Ten cuidado, hijo! —le decía Dédalo. Pero Ícaro sentía unos deseos irrefrenables de elevarse y de
acercarse al Sol, que le entibiaba el cuerpo. En realidad, parecía hipnotizado.
Así fue como Ícaro siguió subiendo y subiendo, y lo hizo tanto que el calor del Sol le derritió la cera
que pegaba las plumas. Entonces comenzó a caer...
-¡No, no! —gritó desesperado Dédalo.
Pero Ícaro cayó y cayó hasta dar con el mar. Helios había castigado a quienes se animaban a volar.
Los dioses de entonces creían que los hombres no debían atreverse más allá de lo que les permitían
sus dones naturales.
Abatido, Dédalo no quiso regresar a Creta pero tampoco a Atenas. Vagó de aldea en aldea en donde
siempre era recibido como una celebridad. Todos sabían quién era y lo trataban como al más grande
de los artistas y de los inventores.
Pero a él eso había dejado de importarle.
MITO GRIEGO.
VERSIÓN DE OCHE CALIFA.
Rómulo y Remo de Roma
Roma fue una de las ciudades más importantes del mundo antiguo. Los historiadores romanos
solían contar una leyenda para explicar cómo se había fundado. Esto es lo que decían...
“Cuando Troya fue destruida por los griegos, Eneas —uno de sus héroes— logró huir de su ciudad
natal en llamas y, después de muchas peripecias, pudo llegar a la región del Lacio, ubicada en la
zona central de la península itálica.
Eneas fundó allí la ciudad de Alba-longa y gobernó como rey la región. Su duodécimo
descendiente, el rey Numitor, tuvo una grave pelea con su hermano Amulio. No era para menos:
Amulio lo despojó de su trono y mandó a encerrar a su sobrina Rhea Silvia, hija del rey destronado.
La joven prisionera se unió en secreto con el Dios Marte —para los romanos Dios de la guerra— y
tuvo dos hijos mellizos a los que llamó Rómulo y Remo. Enterado y enfurecido, el rey Amuho
ordenó que mataran a su sobrina, que metieran a los mellizos dentro de una canasta y que los
arrojaran a las aguas del río Tíber. Así se hizo.
Pero el río arrastró la canasta con los chicos sólo un trecho y milagrosamente se detuvo en la costa,
al lado de una higuera y muy próxima a un monte del Lacio llamado Palatino.
Cuenta la leyenda que Rómulo y Remo llegaron sanos y salvos a la costa y que sobrevivieron
gracias a una loba que los amamantó. Y que poco tiempo después fueron hallados y recogidos por
un pastor de nombre Fausto, quien los llevó a vivir consigo y los educó.
Cuando los mellizos crecieron, se enteraron de la historia de su origen.
Volvieron entonces a Albalonga, mataron al usurpador Amuhio y le devolvieron el trono a su
anciano abuelo. Numitor decidió premiar a sus nietos y les brindó toda su ayuda para que fundaran
una ciudad sobre el monte Palatino, bien cerca del lugar donde se habían salvado de morir ahogados
cuando aún eran bebés.
Con un grupo de habitantes de
Albalonga, los mellizos se dirigieron hacia esa colina y, para saber quién de los dos tenía que ser el
jefe, consultaron a los dioses.
La respuesta divina no se hizo esperar. Se dio a conocer por medio del vuelo de los pájaros. Sería
jefe el que viera volar sobre su cabeza la mayor cantidad de buitres.
La suerte favoreció a Rómulo, quien fue rodeado por doce aves mientras que a su hermano sólo lo
sobrevolaron seis.
La ceremonia de la fundación de la nueva ciudad, Roma, fue un acto religioso celebrado según las
costumbres de los etruscos, que era el pueblo que había habitado el Lacio hasta entonces.
Esto ocurrió el 21 de abril del año 753 a.C. Rómulo, vestido con hábitos sacerdotales, unció un toro
y una ternera blancos a un arado con reja de bronce y con él trazó un cuadrado de unos 1800 metros
de lado. Tal surco sería el límite de la ciudad.
Según las creencias, estos límites no podían ser atravesados, salvo por los lugares que expresamente
estuvieran señalados como los accesos a la ciudad.
Remo desafió esta creencia saltando por encima del surco y Rómulo, entonces, lo mató. Quería
ejemplificar lo que le ocurriría a cualquiera que violara la ley y esto es lo que dijo mientras
asesinaba a su hermano:
—Así perezca el que franquee este recinto.
Muerto Remo, en el lugar destinado al centro de la ciudad se cayó un pozo donde se arrojó tierra
procedente de Albalonga y, de ese modo, Roma quedó definitivamente fundada.
En un principio la situación de los pobladores era muy precaria. No contaban con mujeres, así que
para obtenerlas, Rómulo llevó a cabo una especie de trampa. Con motivo de una fiesta religiosa
invitó al pueblo más próximo —el de los sabinos— a una celebración y, aprovechando el tumulto,
ordenó a los romanos que se apropiaran de sus jóvenes mujeres.
A punto de que se iniciara una guerra, las jóvenes intercedieron a favor de la paz y lograron que
sabinos y romanos se unieran, bajo el mando simultáneo de dos reyes: uno por cada pueblo.
Eso fue lo que hicieron hasta que el rey de los sabinos murió y Rómulo gobernó como único jefe.”
Así termina la leyenda y aunque un día Rómulo desapareció devorado por una tempestad, hay
quienes aseguran haberlo visto ascender al cielo muy tranquilo, montado en su carro en medio de
truenos y relámpagos.
LEYENDA ROMANA.
El Sol y la Luna
En tiempos muy antiguos, Pachacámac, el dios Sol y Pachamama, la diosa Luna, tuvieron dos hijos
mellizos, a los que llamaron Willcas. Ellos eran un varón y una mujer, pero se parecían como dos
gotas de agua.
Un día Pachacámac desapareció misteriosamente. Preocupada, Pachamama les dijo a sus hijos que
había partido en un largo viaje.
Cierta noche los niños vieron una luz en la cima de un monte y le dijeron a su madre:
-Allí debe estar nuestro padre, vamos a buscarlo.
Ella los llevó hasta allí, llegaron a una cueva que era la morada de Wacón dios de las tinieblas. Éste
fingió amabilidad y los invitó a comer.
Mandó a los niños a buscar agua y mientras tanto intentó enamorar a Pachamama. Como no pudo
convencerla la convirtió en montaña.
Al regresar los Willcas preguntaron por su madre.
-Su madre tuvo que partir pero regresará en unos días -mintió Wacón-. Mientras tanto se quedarán
conmigo.
Pasó mucho tiempo y los niños entendieron el engaño. Huyeron de allí y se encontraron con un
pequeño zorro que los adoptó. Los llevó a su madriguera y les dio agua y comida.
Al rato llegó Wacón y preguntó por ellos.
-Para encontrarlos deberás subir a la cima de esa montaña y cantar como si fueras su madre -dijo el
astuto zorro.
Esa montaña era Pachamama, hizo temblar y el dios cayó y murió.
Cierto día una soga bajó del cielo y el zorro les dijo:
-Suban por esa soga. Ha llegado el tiempo de regresar.
Así lo hicieron y en el firmamento encontraron a su padre convertido en el dios del Cielo. Él fue
quién los bendijo y los convirtió a su hijo en Sol y a su hija en Luna. Desde entonces viven en el
cielo, muy cerca de sus padres, desde allí su luz alumbra los días y las noches de todos los seres
humanos.
Mito Inca
El mito es un fenómeno cultural complejo que puede ser encarado desde varios puntos de vista. En
general, es una narración que describe y retrata en lenguaje simbólico el origen de los elementos y
supuestos básicos de una cultura. La narración mítica cuenta, por ejemplo, cómo comenzó el
mundo, cómo fueron creados seres humanos y animales, y cómo se originaron ciertas costumbres,
ritos o formas de las actividades humanas. Casi todas las culturas poseen o poseyeron alguna vez
mitos y vivieron en relación con ellos.
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Por otro lado, a diferencia del mito (véase Mitología), que se ocupa de los dioses, la leyenda retrata
en general a un héroe humano, como ocurre en el caso de la Iliada y la Odisea (véase
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