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Domingo 8º tiempo ordinario, ciclo A
¡NO ANDÉIS PREOCUPADOS!
por ENZO BIANCHI,
prior de Bose
Conviene, en primer lugar, leer con atención las palabras con que comienza
nuestro pasaje: «Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al
otro, o será fiel a uno y al otro no le hará caso. No podéis servir a Dios y a 'Mammón'», es decir, a la riqueza. Muy inteligentemente, Jesús comprende y enseña
que la riqueza, la acumulación de bienes, puede convertirse fácilmente en un ídolo
con el que los hombres se alienan a sí mismos y por el que sacrifican la vida de los
demás. No hay que olvidar que, en arameo, la palabra «mammón» tiene la misma
raíz que la palabra que significa creer, adherirse con confianza (al Señor). Sí, la
riqueza exige fe y confianza en ella hasta el punto de presentar la apariencia de
una ilusoria seguridad contra la muerte, de una realidad engañosamente capaz de
satisfacer las necesidades más auténticas del corazón humano.
[...] Surge, pues, la pregunta esencial para cada uno de nosotros: ¿Dónde está
mi corazón? ¿Cuál es para mí la verdadera riqueza? ¿Utilizo los bienes como medios para la relación y la comunión con los demás, o más bien como instrumentos
de egolatría? Tenemos que ser bien conscientes de que cuando ponemos la confianza en nuestros bienes ahogamos en nosotros la disponibilidad para el reino de
Dios, como le sucede al hombre rico y triste que prefiere buscar su identidad en las
riquezas que posee antes que en la relación con el Señor [...]
En cambio, quien se abandona confiadamente en el Dios revelado por Jesús
no se inquieta, no se preocupa, porque está seguro de que el Padre le ama y «sabe cuáles son nuestras necesidades», y que, como cuida de las aves del cielo y de
los lirios del campo, así cuidará mucho mejor aún de nosotros. Está claro que Jesús no elogia aquí la imprevisión o un providencialismo irresponsable, sino que
invita a sus discípulos a comprometerse y trabajar, pero con la serenidad de quien
está seguro de que, a los ojos de Dios, «la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido»; de quien no considera que todo depende de lo que él
mismo haga, sino que, ante las inevitables dificultades de la vida, no se hunde,
sino que «confía a Dios sus preocupaciones» (1 Pe 5, 7); de quien, en último término, «busca primero el reino de Dios y su justicia, y Dios le dará todo lo demás».
La medida de la fe —concluye Jesús con un sabio y reconfortante realismo—
es el hoy, el hoy de Dios: «No andéis preocupados por el día de mañana, que el
mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su propio afán». Podemos, pues, hacer nuestras las palabras con que Charles de Foucauld comentaba esta espléndida página: «No nos preocupemos por el futuro, sino que en cada
instante de nuestra vida hagamos lo que la voluntad de Dios nos pide en ese preciso momento... Así, no vivamos ya en función de nosotros mismos, sino en función de Dios, no apoyándonos más en nosotros ni en criatura alguna, sino abandonándonos enteramente a Dios y esperándolo todo y sólo de El».
Jesús, «Dios con nosotros» que cumple la Escritura, Salamanca : Sígueme, 2010, 111-113
MONESTIR DE SANT PERE DE LES PUEL·LES