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Año de la Misericordia
Retiro/Convivencia
Sta. Mª de La Paz
Febrero’16
Retiro sobre la misericordia
En cuestiones de importancia lo más practico es tener claros los
conceptos. Somos creyentes, lo que nos interesa es aclarar el concepto de
Dios que sustentamos en nuestro corazón y en nuestra cabeza, porque
según lo que creamos de Dios, el concepto que tengamos de Él, así
viviremos la religión.
Nuestra pretensión es aclarar el concepto de Dios que vivió y
transmitió Jesús, qué Dios nos reveló con su vida, con sus palabras y sus
obras. Luego lo contrastaremos con nuestro vivir diario.
Nosotros, en principio creemos en el Dios Padre de Jesús, en el Dios
que Jesús encarnó a la perfección, un Dios que en palabras de Ex34,6ss, es:
“Clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel”.
Es el mismo Dios que, en el libro de Oseas 11,8ss, expresa su perdón
a Israel, su esposa infiel a la que nunca abandonará, un Dios siempre
dispuesto a recomenzar de nuevo desde el perdón, que no se cansa de
perdonar hasta conquistar el amor de sus criaturas, y dice:
“Cómo podría dejarte(…), abandonarte(…).
El corazón me da un vuelco(…), mis entrañas se estremecen(…),
no te destruiré(…), yo soy Dios, no hombre.
Por eso no me complazco en destruir”.
Es el que quiere tu bien y tu bienestar, tu felicidad.
El que, como dice el Salmo 103:
“Perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades;
rescata tu vida de la fosa y te rodea con su misericordia y cariño”.
Jesús hereda este concepto de Dios que procede del hebraísmo y lo
sobrepasa desde el principio, de su declaración programática en Nazaret
donde en Lc 4,19, recordando a Is 61,2, afirma en la sinagoga:
“He sido enviado a anunciar el año de gracia del Señor”
Jesús, a lo largo su vida pública, manifiesta tener en su corazón y en
su cabeza un concepto muy claro de Dios, concepto que intenta comunicar
y revelar a las gentes con sus palabras y con sus obras y que aparece en el
primer plano de toda su predicación y actuación.
Para Jesús, Dios es padre, es su Padre, “rico en paciencia,
compasión y misericordia” con todas y con cada una de sus criaturas.
Es el mismo Dios que aparece en el libro de Oseas, el Dios que
“quiere y defiende a sus criaturas
como una osa quiere y defiende a sus oseznos”.
El concepto de Dios que Jesús tiene en su cabeza y en su corazón
cuando lo ha de explicar a sus gentes, lo expresa de forma clara y tajante en
las tres parábolas sobre la misericordia divina que nos trae Lc 15:
“Parábola del Hijo Pródigo”
“Parábola de la Oveja Perdida”,
“Parábola de la Moneda Perdida”
Y es que, como Jesús aclara en Mc 2, 17:
“No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.
Yo no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores”.
En ninguna de estas tres parábolas que explican la relación de Dios
con las gentes de mal vivir, en ninguna de ellas se les llama “pecadores”, se
les llama “perdidos”: oveja perdida, moneda perdida, hijo perdido. Dios no
se conforma con “perder” a ninguna de sus criaturas. Es muy interesante.
Para El, un “pecador” es uno que se “perdió” y hay que “recuperar” .
Desde la experiencia y predicación de Jesús, no se puede concebir a
Dios al margen del perdón y de la misericordia. Ante todo porque Jesús a
Dios lo concibe Padre y, como tal, el perdón y la misericordia son
consustanciales a su oficio.
Los padres, mejor las madres, cargan-en-su-corazón-con-lasmiserias-de-sus-hijos por el simple hecho de ser sus hijos, de ser suyos; al
margen de que sean buenos o malos, les aman porque sí y sin más, son sus
hijos y eso les basta.
Si Dios nos quiere, cosa que no podemos dudar, no es porque seamos
buenos, sino porque bueno es Él. Si nos salvamos, cosa que tampoco
podemos dudar, no es por nuestros méritos, sino por su gracia.
Jesús hereda de la religión hebrea el concepto de Dios como
Padre/Madre y lo encarna a la perfección, lo manifestó viviendo en
consecuencia. La revelación que Jesús nos hace de Dios fue su propia vida.
Si queremos saber en qué Dios creyó Jesús, miremos cómo vivió.
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Jesús no se va a limitar a decir que Dios perdona sino que, para
demostrarlo, Él mismo perdonará, acogerá y comerá con pecadores, a
quienes les dirá:
“Tus pecados te son perdonados”(Mc 2,5)
Ante lo cual, los letrados se escandalizan y reaccionan, diciendo:
“¿Quién puede perdonar pecados sino Dios?” (Mc 2,7).
Queda claro que perdonar, saber-salir-perdiendo, que es la forma
más genuina de amar, posibilita el ser misericordioso, el cargar-en-tu
corazón-con-las-miserias-de-los-demás, esto es una prerrogativa divina.
Dios es misericordioso, carga-en-su-corazón-con-mis-miserias.
Porque Dios es amor en estado puro y misericordia eterna, Jesús
actúa en consecuencia acogiendo a pecadores y comiendo con ellos,
compartiendo su vida y condición social, hasta el punto de escandalizar a
las gentes bien pensantes, a los oficialmente buenos y religiosos.
A raíz de las críticas recibidas por su trato con pecadores y gentes de
mal vivir cuenta la “Parábola del Hijo Pródigo”, para explicar que Él actúa
como Dios actuaría y que nosotros debemos hacer lo mismo.
***Dios carga-en-su-corazón-con-mis-miserias,
¿hago yo lo mismo con los demás?
.-.-.-.-.-.-.-.
Ahora, nos detendremos en la petición del Padrenuestro, que dice:
“Perdona nuestras deudas como perdonamos a los que nos deben”,
para tomar consciencia que aquí, el que reza, no le está dando lecciones a
Dios, ni comprando su voluntad ni haciéndole chantaje ni sacándole
cuentas. Está diciendo simplemente que sigue sus pasos…
Perdóname como yo he aprendido de Ti a perdonar,
a saber-salir-perdiendo.
***¿De verdad que aprendí de Dios a perdonar?, ¿sí, cúando fue la
última vez, con quién?, ¿qué perdí al perdonar, cuánto me costó?
.-.-.-.-.-.-.-.
No olvidemos que perdonar y ser misericordioso con todos llevó a
Jesús a la muerte, a la peor de las muertes, a una muerte como descredito
radical y maldición divina. Pues según las Escrituras, el ajusticiado en un
madero es maldito de Dios: Dt 21, 22-23: “Si uno sentenciado a pena
capital es ajusticiado y colgado de un árbol, su cadáver no quedará en el
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árbol de noche; lo enterrarás aquel mismo día, porque Dios maldice al que
cuelga de un árbol y no debes contaminar la tierra que el Señor te va a dar
en heredad”.
Los que siguieron a Jesús, además de dolor por la pérdida del amigo
y maestro, sufrieron un gran descalabro ante la manera de morir que tuvo,
sufrieron la decepción más grande que se pueda imaginar para un judío.
Con Jesús, las autoridades religiosas practicaron la política de tierra
quemada, de Él no quedaría ni rastro.
Y nosotros tenemos que asumir esto y, a pesar de lo que nos pueda
venir, seguir perdonando, dando a fondo perdido, sabiendo salir perdiendo
en todo y siempre, cargando en nuestro corazón con las miserias que
veamos en los demás.
*** ¿Estaría yo dispuesto a mantener en pie mi fe, a seguir los pasos
de Jesús a pesar del mayor descredito posible de la Iglesia?, ¿sí?, ¿a qué te
compromete esa contestación?
San Pablo lo arregla en Gal 3,13:
“El Mesías nos rescató de la maldición de la Ley,
haciéndose por nosotros un maldito,
pues dice la Escritura: “Maldito todo el que cuelga de un palo”.
Claro, esto lo dijo después de la experiencia pascual; antes de esa
experiencia, antes de su resurrección sería un trago muy amargo verle
colgado del madero.
.-.-.-.-.-.-.-.
Darte y entregarte al otro, acogerle y asumirle en su realidad, hacerte
cargo de él, sentir con el débil y pecador, ponerte en su lugar, pero a la vez
sin consentir con el delito ni con el mal es el modo de ser de Jesús y ha de
ser la pauta de nuestra conducta.
Nuestra vocación es ser uno con los demás, asumirles y hacerles
nuestros, pero, en ocasiones, somos muy dados a la crítica, al descredito del
vecino, del prójimo.
Somos más dados a airear vergüenzas que a vestir al que va desnudo.
***¿Cuándo fue la última vez que acogí a un pecador, que vestí y
tape las vergüenzas de alguien?
.-.-.-.-.-.-.-.
Empatía y simpatía con el otro, sea quien sea el otro, en el sentido de
con-pasión, con-dolencia y con-padecimiento conducen a amar, a dar y a
darte por muy pecadores que puedan ser; acoger al pecador no es lo mismo
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que aceptar y aplaudir su pecado. De aquí arrancaría la dimensión profética
de la fe, la necesidad de denunciar el delito amando al delincuente.
***¿Cuándo y con quién viví la denuncia de un delito, de una
injusticia, de un abuso de poder o autoridad?
.-.-.-.-.-.-.-.
Ahora nos fijaremos en el Sermón de la Montaña, en las
Bienaventuranzas, hay una que dice:
“Bienaventurados los misericordiosos
porque alcanzarán misericordia”
(Mt 5,7)
La misericordia vale para Jesús más que todos los sacrificios en Mt
9,13; 12,7, afirma:
“No necesitan medico los sanos, sino los enfermos.
Id mejor a aprender lo que significa “corazones quiero y no sacrificios”;
porque no he venido a invitar a los justos,
sino a los pecadores”.
Y Santiago, en su Carta, llegará a decir que tendrá un juicio sin
misericordia quien no la practicó y que el misericordioso, en cambio, saldrá
victorioso en el juicio. En Sant 2,13, se lee:
“El juicio será sin corazón para quien no tuvo corazón:
el buen corazón se ríe del juicio”.
Dios es amor, es perdón; amar y perdonar es vivir a su semejanza;
amar sin más y porque sí, pues el premio del amor está en el mismo acto de
amar y el premio del perdón, en el mismo acto de perdonar.
Amar y perdonar son la clave de la felicidad, de la salvación, de la
santidad.
.-.-.-.-.-.-.-.
Para acabar, contemplemos la vivencia del perdón y de la
misericordia en las experiencia postpascuales, en las apariciones del Señor
con sus discípulos, gentes que lo abandonaron y negaron conocerle.
Jesús, cuando se les aparece y se encuentra con ellos, nunca les exige
el arrepentimiento para concederles el perdón; Él siempre se les adelanta.
En todas las apariciones hay ecos y resonancias de la “Parábola del Hijo
Prodigo”, del encuentro del padre con el hijo perdido. En la parábola y en
las apariciones, el perdón va por delante, se adelanta al arrepentimiento:
“La paz sea con vosotros”
Estamos en paz y lo pasado, pasado. Todo queda olvidado.
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La misericordia y la compasión son el talante de la vida de Jesús,
son, por tanto, para nosotros, los ejes de nuestra vida; para los cristianos, la
misericordia y el perdón no pueden ser un mero sentimiento, sino su
principio de acción. No son opcionales, son troncales a nuestra vocación.
Ya sabemos que la misericordia es cargar con las miserias del otro,
pero, ¿cómo conseguir ser misericordioso como principio de acción?
Interiorizando las llagas, los sufrimiento y dolores del otro hasta vivirlos en
carne propia. Cuando nos duela de verdad, sin metáforas, lo que le está
afectando al hermano, haremos por él todo cuanto haríamos por nosotros,
todo lo que está en nuestras manos.
Para comenzar, se trata de mirar corazón a corazón, desde abajo,
poniéndonos en el mismo plano, a la misma altura de la persona rota o
sufriente; si no lo hacemos así generamos humillación, deuda o
culpabilidad malsana, pues nos dirigiríamos a ella cargados de una
prepotencia o condescendencia que de nada sirven para la humanización
propia ni ajena.
Ante todo, hay que tener consciencia, saber que somos pecadores
perdonados por Dios, acogidos por Él desde su misericordia. Por tanto,
podemos y debemos hacer lo mismo: hoy por ti, que ayer fue por mi y
mañana todavía no lo sé. Somos pecadores perdonados, somos unos
agraciados que vamos a ser agradecidos.
***¿ De verdad que perdonamos como Dios nos perdona? , o,
¿exigimos a los demás más de lo que Dios no exige?
.-.-.-.-.-.-.
El Dios Padre de Jesús, en quien creemos, tiene entrañas de
misericordia propias de una madre (rahamim), ese es su modo de ser y
actuar. El termino rahamim tiene diversos matices: “dar vida”, “alimentar”,
“cuidar”. Lo propio del trato de cualquier hembra con las criaturas que han
nacido de su útero, sus hijos.
El Dios Padre-Madre que nos presenta Jesús es cualquier cosa menos
indiferente ante sus criaturas. Dios siente por nosotros, por todos y cada
uno de nosotros lo mismo que cualquier madre siente por sus hijos. Si
queremos ser y vivir a imagen de Dios en este mundo, entenderemos el
consejo-mandato evangélico:
“Sed compasivos como vuestro Padre celestial es compasivo”
Mateos y Schökel, en la Nueva Biblia Española, traducen Mt 5,48,
diciendo:
“ Sed buenos del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo”.
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Ser compasivo, ser bueno y ser misericordioso todo es lo mismo.
Es la compasión y la misericordia, la bondad y no la santidad el
principio que ha de inspirar nuestra actuación, lo que nos puede salvar.
La religión hebrea pretende llevar al creyente a la santidad, porque
Dios es Santo; Jesús pretende llevarnos a la bondad y a la misericordia
porque Dios es bueno y misericordioso.
Para Jesús, Dios es santo no porque rechace lo impuro, lo no-santo,
sino porque ama sin excluir a nadie, sin hacer acepción de personas en su
compasión y misericordia. Todos somos dignos de su acogida y perdón.
Por eso, para nosotros, los creyentes cristianos, la misericordia y la
compasión no son unas virtudes más, sino que son la única manera de ser y
de vivir a semejanza Dios.
Para Jesús, la mejor metáfora evangélica de Dios la encarna el
samaritano que cuida y cura heridas haciéndose cargo del pobre maltrecho
y abandonado. Justamente un samaritano, un estigmatizado, un hereje, un
impuro, sospechoso de injusticia y pecado, viviendo la misericordia hace
que caigan las barreras, desaparezcan las diferencias y que nazca la
fraternidad. La misericordia es fuente de vida en plenitud, en santidad.
.-.-.-.-.-.-.-.
Para acabar podemos citar la parábola del juicio de las naciones, el
Juicio Final que aparece en Mt 25, en el que aparecen dos grupos de
personas: unos, los llamados a recibir la bendición de Dios para heredar el
Reino y otros, los que serán apartados para recibir la maldición.
Los primeros, los de la derecha, los benditos del Padre, ante las
necesidades de sus prójimos reaccionaron con compasión y misericordia,
los otros no, los otros con indiferencia ante el sufrimiento ajeno.
Lo que va a decidir su suerte no va a ser la religión, ni la piedad, ni la
devoción, sino la compasión y la misericordia vividas solidariamente. Lo
que nos salva es el amor.
Dios es amor y lo que nos salva es ser como Él.
Jesús vino a enseñarnos vivir a la manera de Dios:
“Yo he venido para que tengan vida y vida abundante” , (Jn 10,10).
Sin misericordia y compasión no hay salvación,
no hay vida en abundancia.
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Pasamos a la revisión de vida y a la oración:
*Dios carga-en-su-corazón-con-mis-miserias, ¿hago yo lo mismo
con los demás?
**¿De verdad que aprendí de Dios a perdonar, a saber-salirperdiendo?, ¿sí, cúando fue la última vez, con quién?
*** Estaría yo dispuesto a mantener en pie mi fe, a seguir los pasos
de Jesús a pesar del mayor descredito posible de la Iglesia.
****Somos dados a la crítica, al descredito del vecino, del próximo.
Somos más dados a airear sus vergüenzas que a vestir al que va desnudo
¿Cuándo fue la última vez que acogí a un pecador, que vestí y tape las
vergüenzas de alguien?
*****¿Cuándo y con quién viví la denuncia de un delito, de una
injusticia, de un abuso de poder o autoridad?
******¿ De verdad que perdonamos como Dios nos perdona?, o,
¿exigimos a los demás más de lo que Dios no exige?
Demos gracias a Dios
y
que Dios nos bendiga.
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