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EL CORAZÓN DE JESÚS
Reflexión dominical 03.07.11
Mons.Jose Ignacio Alemany Grau. Obspo.
Por una feliz coincidencia el Evangelio de la fiesta del Corazón de Jesús y el de
este domingo XIV del tiempo ordinario son el mismo párrafo de Mateo 11,25-30.
Unamos en esta reflexión ambas fechas y tengamos en cuenta que la fiesta del
Corazón de Jesús tiene, como finalidad especial, orar por la santificación de los
sacerdotes.
***
Empecemos, pidiendo al Corazón
de Cristo, sacerdotes santos para
su Iglesia.
En el versículo aleluyático la
Iglesia nos invita a glorificar a
Dios, con estas palabras de Jesús:
“Bendito seas, Padre, Señor de
cielo y tierra, porque has revelado
los secretos del Reino a la gente
sencilla”.
El prefacio centra la fiesta del
Corazón de Jesucristo, fuente del
amor y de los sacramentos, con
estas palabras:
“Con amor admirable se entregó
por nosotros, y, elevado sobre la
cruz, hizo que de la herida de su
costado brotaran, con el agua y la
sangre, los sacramentos de la
Iglesia: para que así, acercándose
al corazón abierto del Salvador,
todos puedan beber con gozo de
las fuentes de la salvación”.
Estas palabras parecen el eco del
desahogo del Corazón de Cristo en
aquel día de fiesta: “El que tenga
sed venga a mí y beba y torrentes
de agua viva brotarán de sus
entrañas”.
Ese torrente de agua viva es el
agua y la sangre, símbolos de los
sacramentos de la Iglesia.
Desde entonces el problema ya no
es de Cristo sino nuestro porque
todo el que quiera puede beber en
abundancia y saciar la sed de amor
y felicidad.
En el Deuteronomio leemos estas
admirables palabras:
“Si el Señor se enamoró de
vosotros y os eligió, no fue por ser
vosotros más numerosos que los
demás, porque sois el pueblo más
pequeño, sino que, por puro amor
vuestro… os sacó de Egipto con
mano fuerte”.
Es el mismo texto bíblico el que
enseña “que el Dios fiel mantiene
su alianza” pero también invita a
pensar que si somos infieles nos
espera el rechazo de Dios.
En cuanto a la lectura de la carta
del apóstol del amor, San Juan
evangelista, se ha escogido para
este día uno de los párrafos más
bellos sobre el amor. En ella nos
advierte que la grandeza del amor
no está “en que nosotros hayamos
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amado a Dios sino en que Él nos
amó primero”.
Lo
que
sí
aparece
claro
continuamente en las Escrituras es
que “si Dios nos amó de esta
manera,
también
nosotros
debemos amarnos unos a otros”.
El amor a Dios debe, pues, pasar
por el prójimo para ser auténtico.
El regalo grande del Padre a la
humanidad ha sido evidentemente
Jesucristo y el Espíritu Santo que
ha sido derramado en nuestros
corazones.
También es preciso meditar la
definición de Dios que nos da San
Juan, al decir por dos veces en
este pequeño párrafo que “Dios es
amor” y sólo “quien permanece en
el amor permanece en Dios y Dios
en él”.
El Corazón de Cristo se manifiesta
de manera muy especial en la
bellísima oración que nos cuenta
hoy el Evangelio de San Mateo. Se
trata de una de las pocas
oraciones que conocemos de Jesús
hablando con su Padre.
En ella, después de agradecer al
Padre por la sencillez y humildad
de los que le siguen, hace la gran
invitación: “Venid a mí todos los
que estáis cansados y agobiados y
yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y
aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón”.
Así define Él su propio corazón.
¡Manso y humilde!
Aprendamos que sólo en Él
encontraremos nuestro descanso.
Descansar en el pecho del Señor
como el bebito en el regazo de su
madre o como Juan evangelista en
el pecho de Jesús en la última
cena, es la mejor forma de
aprender a amar escuchando los
latidos de “este corazón que ha
amado tanto a los hombres”.
Estas palabras de Jesús a Santa
Margarita, sin embargo, van
acompañadas
de
una
triste
respuesta por parte de muchos,
pues añade que “no recibe el
reconocimiento de la mayor parte
sino ingratitud, ya por sus
irreverencias y sacrilegios, ya por
la frialdad y desprecio con que me
tratan en este sacramento de
amor”.
¡Profundicemos y amemos!
José Ignacio Alemany Grau, Obispo
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