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¡Venga tu Reino!
ESTRATEGIAS DIDÁCTICAS PARA
TEMA 4. LOS MOVIMIENTOS Y NUEVAS COMUNIDADES ECLESIALES
OBJETIVO:
Poner a disposición de los coordinadores de formación, responsables de equipo y
encargados de la formación y la mística de los miembros del Regnum Christi, recursos
para organizar actividades didácticas en relación al tema 4 propuesto por la Comisión para
la revisión de los estatutos del Regnum Christi.
RECUERDA:
CONTENIDO:
1. Power Point con objetivos y sinopsis del tema 4. *
2. Cuestionario de asimilación para la reflexión en equipo.
3. Dinámicas:
a.
b.
c.
d.
e.
¿Qué sugiere el Papa Francisco a los movimientos?
Ecclesia Semper reformanda: ¿Por qué?
Da tu definición.
La comunión eclesial, ¿cómo lograrla?
Martón/Jeopardy/Competencia por equipo, cuestionario respuesta corta, etc.
4. Cuestionario opción múltiple para retroalimentación. No es para evaluar.
5. Apoyos visuales y sugerencias para la ambientación.
6. Lecturas recomendadas.
Anexo: Tema 4 Los movimientos y nuevas comunidades eclesiales
Documento Comisión General.
*
Preguntas o solicitudes sobre el proceso de revisión, favor de comunicarse a:
DT Mty: [email protected] o DT Mx: [email protected]
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¡Venga tu Reino!
1. Power Point con sinopsis del tema 4.
Enlace: Presentación Power Point Sinopsis Tema 41
Sugerencias:
 El block de notas de la presentación incluye el texto íntegro del tema 4.
 La presentación se ofrece en un formato modificable para que de acuerdo al
tiempo disponible, la actividad y el auditorio a quien va dirigido, se hagan las
adaptaciones necesarias.
 Si se utiliza como apoyo visual para una exposición del tema, se recomienda
eliminar texto de las diapositivas.
 Se puede enviar previamente a los participantes de una actividad presencial.
 Se puede enviar a los responsables de equipo para que se reflexione por
apartados, o como apoyo visual para una actividad en el equipo.
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1
Si no le funciona el hipervínculo:
https://www.dropbox.com/s/c855if3mk7u7xdw/4%20Los%20movimientos%20y%20nuevas%20comunidades%20ecles
iales.pptx?dl=0
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2. Cuestionario de asimilación para la reflexión en equipo.
El cuestionario lo puede descargar dando un click aquí.
Sugerencias:
 De acuerdo al auditorio y tiempo disponible este cuestionario puede servir para
organizar un panel de discusión, mesas redondas, etc.
 El archivo con las preguntas está en formato modificable para que se puedan
hacer las adecuaciones pertinentes.
 Seleccionar las preguntas adecuadas a la actividad previa que se haya tenido.
También se podrían usar para introducir el tema.
 Seleccionar algunas de las preguntas para sacar un breve cuestionario para la
reflexión personal que se puede dar al final de una actividad presencial.
 Adecuando la redacción de algunas de las preguntas, se pueden poner en las
pantallas, en los salones o en la varianda de los centros.
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¡Venga tu Reino!
3. Dinámicas.
Como lo ilustra la imagen al inicio, entre más participativos sean los medios que se
propongan, mayor será la comprensión y relación del tema con la vida personal.
Partiendo de la premisa que las actividades no tendrán éxito si no se
acompañan con la debida motivación, explicación y factores que llamen la atención,
a continuación se anotan algunas sugerencias, confiando en que su creatividad
ideará otras mejores, que esperamos nos compartan.
Sugerencias:
a. ¿Qué sugiere el Papa Francisco a los movimientos?
 Esta actividad se puede hacer en lo individual o en grupos.
 Se pide que se lea el mensaje del Papa Francisco a los movimientos, de
noviembre del 2014.
 En media cuartilla deben presentar al grupo: qué relación tiene la conversión
con la misión y cuáles son las 3 sugerencias que da el Papa Francisco a los
movimientos.
b. Ecclesia Semper reformanda ¿Por qué?
 Se divide a los participantes en equipos.
 A cada uno se le da uno de los movimientos que han surgido a lo largo de la
historia, antes de Vaticano II. [Monaquismo (S. II y III), Reforma monástica
(S. X y XI), Ordenes mendicantes (S. XIII), Movimientos de evangelización
(S. XVI) y Movimiento misionero (S. XIX)]
 Cada equipo buscará datos generales sobre la situación histórica en el
mundo occidental en esos periodos y reflexionarán sobre el influjo que estos
hechos tuvieron en la Iglesia.
 Presentar al grupo sus hipótesis del por qué surgieron estos movimientos.
 Será importante que el moderador anime y recapitule las reflexiones
confirmando que el Espíritu Santo es quién siempre ha inspirado los nuevos
carismas en la Iglesia: Ecclesia Semper reformanda. El constatar cómo ha
sabido guiarla, creando estos movimientos que han promovido la conversión
y la reforma que necesita la Iglesia.
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c. Da tu definición
 Se divide el grupo en equipos. Se les da en una papeleta/tarjeta la definición
del movimiento de san Juan Pablo II, del P. Fidel González Fernández,
MCCJ y del P. Gianfranco Ghirlanda.
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¡Venga tu Reino!




Reflexionan en equipo, por 10 minutos, sobre estas definiciones.
Luego redactar una definición del equipo, de no más de 80 palabras.
El moderador de cada equipo lee la definición del equipo al grupo.
Posteriormente se les invita a poner por escrito una reflexión personal,
dirigida a Cristo, dónde expongan lo que es el movimiento en su vida.
 En la capilla de centro o en un recipiente en el salón de la actividad se
depositan.
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d. La comunión eclesial, cómo lograrla.
 Esta dinámica se puede hacer por equipos o en lo individual.
 En base a tercer criterio de eclesialidad que propone el tema y el n. 130 de la
exhortación apostólica Evangelii gaudium, inventar un cuento (texto e
imágenes en un PPT) que ilustre alguna de las diversas situaciones que se
pueden presentar en relacionan a la comunión eclesial. Lo más importante es
que el cuento aporte una moraleja y se relacione con la vida cotidiana de los
participantes.
 El moderador recibirá las aportaciones y presentará al grupo los 5 mejores.
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e. Martón/Jeopardy/Competencia por equipo, etc.
 Este tipo de actividades despiertan la emoción y la participación,
especialmente recomendables para grupos de jóvenes.
 Hay 30 preguntas de respuesta corta en este enlace.
 Seleccione, dependiendo del tipo de actividad, tiempo y auditorio, las más
convenientes.
 Es importante que la actividad no ocupe todo el tiempo disponible y que, una
vez terminado el juego o competencia, haya un tiempo para intercambiar
ideas sobre lo que la actividad les dejó, así como para proponer un propósito
o acción.
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Otro uso de estas preguntas breves: Después de una exposición de un tema, es muy
recomendable “refrescar” el factor de la atención poniendo alguna de estas actividades, en
una modalidad que ocupe sólo de 5 a 10 minutos.
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¡Venga tu Reino!
4. Cuestionario opción múltiple para retroalimentación en una de las
actividades.
Enlace a preguntas: Retroalimentación tema 4
Enlace al listado de respuestas correctas.
Enlace a la retroalimentación de las diversas respuestas.
Sugerencias:
 El archivo ofrece 30 preguntas con 4 opciones de respuesta cada una. Es
modificable para adaptarse al auditorio y tiempo disponible.
 Esta herramienta NO tiene el objetivo de “evaluar” o medir el nivel de
comprensión de la temática. Es un recurso que se sugiere usar como
complemento de otra actividad.
 Algunos ejemplos de aplicación: al final de una plática, como una
autoevaluación para completar la reflexión del tema, como “tarea” para la
siguiente reunión, como medio para un trabajo de reflexión en equipo, etc.
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DEFINICIONES DE MOVIMIENTO
Un movimiento es «una realidad eclesial concreta en la que participan principalmente laicos, un
itinerario de fe y de testimonio cristiano que basa su método pedagógico en un carisma preciso
otorgado a la persona del fundador en circunstancias y modos determinados» (San Juan Pablo II).
Los movimientos eclesiales son «aquellas realidades nacidas en el seno de la Iglesia a partir de
particulares carismas y experiencias cristianas que han generado una vida nueva en la Iglesia
misma y en la sociedad» (P. Fidel González Fernández, MCCJ).
Sintéticamente podemos considerar Movimientos eclesiales a aquellas formas asociativas, que
tienen su raíz y origen en un específico don del Espíritu, elemento que une diversas vocaciones de
ambos sexos, diferentes órdenes o categorías de fieles (obispos, sacerdotes, diáconos,
seminaristas, laicos/as casados/as o solteros/as o viudos/as, religiosos/as, consagrados/as en el
Movimiento en la forma contemplativa, apostólica o secular, etc...), caracterizados tanto por la
diversidad de edades como por la diversidad de grupos socio-culturales de pertenencia. Además,
en ellos hay una implicación de la persona en su globalidad, en cuanto que se exige un estilo de
vida conforme al carisma, que a menudo conlleva el compartir los bienes y la vida fraterna en
común, así como en todos los casos el sometimiento a una autoridad, la dedicación a las obras
apostólicas del Movimiento, en muchos con un impulso misionero y una fuerte apertura ecuménica.
(P. Gianfranco Ghirlanda, SJ).
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EVANGELII GAUDIUM n. 130
El Espíritu Santo también enriquece a toda la Iglesia evangelizadora con distintos
carismas. Son dones para renovar y edificar la Iglesia. No son un patrimonio cerrado,
entregado a un grupo para que lo custodie; más bien son regalos del Espíritu integrados en
el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un
impulso evangelizador. Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad,
su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para
el bien de todos. Una verdadera novedad suscitada por el Espíritu no necesita arrojar
sombras sobre otras espiritualidades y dones para afirmarse a sí misma. En la medida en
que un carisma dirija mejor su mirada al corazón del Evangelio, más eclesial será su
ejercicio. En la comunión, aunque duela, es donde un carisma se vuelve auténtica y
misteriosamente fecundo. Si vive este desafío, la Iglesia puede ser un modelo para la paz
en el mundo.2
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2
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FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 130.
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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL III CONGRESO MUNDIAL DE CAMBIOS ECLESIAL
Y NUEVAS COMUNIDADES
Sala Clementina
Sábado, 22 de noviembre 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Les doy la bienvenida con mucho gusto, con motivo del Congreso que están celebrando con el apoyo
del Consejo Pontificio para los Laicos. Agradezco al cardenal Rylko, también por sus palabras, y a
Mons. Clemens. En el centro de su atención en estos días hay dos elementos esenciales de la vida
cristiana: la conversión y la misión. Estas dos están íntimamente ligadas. De hecho, sin una verdadera
conversión del corazón y de la mente no se anuncia el Evangelio, pero si no nos abrimos a la misión no
es posible la conversión y la fe se vuelve estéril. Los Movimientos y las Nuevas Comunidades que
ustedes representan están ya proyectados hacia la fase de madurez eclesial, que exige una actitud
vigilante de conversión permanente, a fin de hacer siempre más vivo y fecundo el empuje evangelizador.
Por lo tanto, me gustaría ofrecerles algunas sugerencias para su camino de fe y vida eclesial.
1.
Ante todo es necesario preservar la frescura del carisma: ¡que no se arruine la frescura! ¡Frescura del
carisma! Renovando siempre el "primer amor" (cf. Ap 2,4). Con el tiempo, de hecho, crece la tentación
de contentarse, de endurecerse en esquemas tranquilizadores, pero estériles. La tentación de enjaular al
Espíritu: ¡esta es una tentación! Sin embargo, "la realidad es más importante que la idea" (cf. Exhor. ap.
Evangelii gaudium, 231-233); aunque una cierta institucionalización del carisma es necesaria para su propia
supervivencia, no debemos engañarnos a nosotros mismos pensando en que las estructuras externas
pueden garantizar la acción del Espíritu Santo. La novedad de sus experiencias no consiste en los
métodos ni en las formas, la novedad, aunque también son importantes, está en la disposición a
responder con renovado entusiasmo a la llamada del Señor: es este coraje evangélico el que ha permitido
el nacimiento de sus movimientos y nuevas comunidades. Si las formas y métodos son defendidos en sí
mismos se vuelven ideológicos, lejos de la realidad que está en continua evolución; cerrados a la
novedad del Espíritu, terminarán sofocando al carisma mismo que los generó. Es preciso volver
siempre a las fuentes de los carismas y encontrarán el impulso para afrontar los retos. Ustedes no han
hecho una escuela de espiritualidad así; no han hecho una institución de espiritualidad así; no tienen un
grupo... ¡No! ¡Movimiento! Siempre en camino, siempre en movimiento, siempre abierto a las sorpresas
de Dios, que están en sintonía con la primera llamada del movimiento, con aquel carisma fundamental.
2.
Otra cuestión se refiere a cómo acoger y acompañar a los hombres de nuestro tiempo, sobre todo a
los jóvenes (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 105-106). Somos parte de una humanidad herida, ¡debemos decir esto! - donde todas las agencias educativas, especialmente la más importante, la familia,
tienen serias dificultades casi en cualquier parte del mundo. El hombre de hoy vive serios problemas de
identidad y tiene dificultad para tomar sus propias decisiones; por ello tiene una disposición a dejarse
condicionar, a delegar a otros las decisiones importantes de la vida. Es preciso resistir la tentación de
sustituir la libertad de las personas y dirigirlas sin esperar a que maduren realmente. Cada persona tiene
su tiempo, camina a su modo y debemos acompañar este camino. Un progreso moral o espiritual
obtenido en base a la inmadurez de las personas es un éxito aparente, condenado a naufragar. ¡Más vale
pocos, pero andando siempre sin buscar el espectáculo! La educación cristiana requiere más bien de un
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acompañamiento paciente que sabe esperar el tiempo de cada uno, como lo hace con cada uno de
nosotros el Señor: ¡el Señor tiene paciencia con nosotros! La paciencia es la única vía para amar de
verdad y llevar a las personas a una relación sincera con el Señor.
3.
Otra indicación es aquella de nunca olvidar que el bien más precioso, el sello del Espíritu Santo,
es la comunión. Se trata de la gracia suprema que Jesús nos ha conquistado en la cruz, la gracia que
resucitado pide incesantemente para nosotros, mostrando sus llagas gloriosas al Padre: «Como tú, Padre,
estás en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has
enviado» (Jn 17,21). Para que el mundo crea que Jesús es el Señor es preciso que vea la comunión entre
los cristianos, pero si se ven divisiones, rivalidades y maledicencia, el terrorismo de los chismorreos, por
favor... si se ven estas cosas, cualquiera que sea la causa, ¿cómo se puede evangelizar? Recuerden este
otro principio: «La unidad prevalece sobre el conflicto» (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 226-230),
porque el hermano vale mucho más que nuestras posiciones personales: por él Cristo derramó su sangre
(cf. 1 Pe 1,18-19), ¡por mis ideas no ha derramado nada! La verdadera comunión, entonces, no puede
existir en un movimiento o en una nueva comunidad, si no se integra en la comunión más grande que es
nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica. El todo es superior a la parte (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium,
234-237) y la parte tiene sentido en relación al todo. Además, la comunión consiste también en afrontar
juntos y unidos las cuestiones más importantes, como la vida, la familia, la paz, la lucha contra la
pobreza en todas sus formas, la libertad religiosa y de la educación. En particular, los movimientos y las
comunidades están llamados a trabajar juntos para ayudar a sanar las heridas causadas por una
mentalidad globalizada que se centra en el consumo, olvidando a Dios y los valores esenciales de la
existencia.
Para llegar a la madurez eclesial, por lo tanto, mantengan - repito - la frescura del carisma, respeten la
libertad de las personas y busquen siempre la comunión. No olviden, sin embargo, que para lograr este
objetivo, la conversión debe ser misionera: la fuerza para vencer las tentaciones y las deficiencias
proviene de la profunda alegría de proclamar el Evangelio, que está a la base de todos sus carismas. De
hecho, «cuando la Iglesia llama al compromiso de la evangelización, no hace otra cosa que indicar a los
cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal» (cf. Exhor. ap. Evangelii gaudium, 10), la
verdadera motivación para renovar la propia vida, porque la misión es participación en la misión de
Cristo, que nos precede siempre y nos acompaña siempre en la evangelización.
Queridos hermanos y hermanas, ustedes ya han aportado muchos frutos a la Iglesia y al mundo entero,
pero aportarán otros aún mayores con la ayuda del Espíritu Santo, que siempre suscita y renueva dones
y carismas, y con la intercesión de María, no cesa de socorrer y acompañar a sus hijos. Vayan delante:
siempre en movimiento... ¡No paren nunca! ¡Siempre en movimiento! Os aseguro mi oración y les pido
que oren por mí - lo necesito realmente – mientras los bendigo de corazón.
(Aplausos)
Ahora les pido, todos juntos, recemos a la Virgen María, que ha probado esta experiencia de conservar
siempre la frescura del primer encuentro con Dios, de ir adelante con humildad, pero siempre en
camino, respetando el tiempo de las personas. Y luego también de no cansarse nunca de tener ese
corazón misionero.
(Ave María)
Bendición
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5. Apoyos visuales y sugerencias para la ambientación
Listado de videoclips relacionados con el tema 4. Enlace: Apoyos visuales
Sugerencias:
 El apoyo visual es un factor importante para llamar la atención a los
participantes. Al inicio o a mediación de una actividad, proyectar un video clip ya
que favorece a lograr un buen ambiente.
 Cuando se tenga planeado proyectarlo, tener con anterioridad todo dispuesto:
conexiones, pantalla, micrófono… para que no se pierda tiempo ni se distraiga
en otros asuntos a los participantes.
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6. Lecturas recomendadas.
 Compilación de las lecturas recomendadas.
Sugerencias:
 Se pueden distribuir las lecturas entre los miembros del equipo, establecer una
fecha en la que cada uno tendrá que aportar una sinopsis, en 5-10 minutos,
sobre la lectura.
 Hacer un calendario para que, por semana, se vaya cubriendo una lectura. Se
solicitará un voluntario para presentar la sinopsis al resto del equipo.
 El responsable del equipo puede presentar la sinopsis de una lectura, por
semana/mes, invitando a todos hacer su programa de lectura.
 Poner en el centro una gráfica atractiva y motivante donde se señalará las
lecturas que se han reflexionado en equipo.
 Organizar un “club de lectura”, donde los participantes presentarán sinopsis de
las lecturas realizadas. El moderador implementará alguna dinámica para
apoyar la reflexión y aplicación a la vida de la lectura comentada.
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PREGUNTAS DE ASIMILACIÓN PARA LA REFLEXIÓN EN EQUIPO3
1. ¿Qué es lo que los papas han valorado de los movimientos? ¿Por qué les atribuyen un
valor tan grande?
2. ¿Qué entiendes por un “movimiento eclesial”?
3. ¿Cuáles son los criterios de eclesialidad enunciados en la exhortación apostólica
postsinodal Christifideles laici?
4. ¿Cuáles características propias de los movimientos consideras especialmente fecundos
para la misión de la Iglesia?
5. ¿Qué nos dice la exhortación apostólica Evangelii gaudium sobre los movimientos y
cómo lo podemos aplicar al Regnum Christi?
6. ¿Qué me ha llevado a participar en el Regnum Christi, en vez de recorrer mi camino
como cristiano sin la pertenencia a ningún movimiento?
7. ¿Cómo vivo la complementariedad con las otras vocaciones del Regnum Christi? ¿Con
los sacerdotes Legionarios de Cristo? ¿Con las consagradas? ¿Con los consagrados?
¿Qué recibo de ellos y qué les aporto yo como miembro de 1° y 2° grado?
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3
Incluidas en el documento de la Comisión de Estatutos en el tema 4.
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Listado de preguntas cortas para organizar un maratón, un jeopardy, una
competencia por equipo, etc.
Tema 4: Los movimientos y nuevas comunidades eclesiales
1. Los movimientos eclesiales y las diversas formas asociativas, ¿dónde tienen su raíz
y origen?
R. En un don del Espíritu Santo.
2. San Antonio (250-356) y san Basilio, ¿se relacionan con el monaquismo, con las
órdenes mendicantes o con los movimientos de evangelización?
R. Con el monaquismo.
3. La orden religiosa de los franciscanos, ¿de qué tipo de asociación en la Iglesia es
ejemplo?
R. Orden mendicante.
4. ¿Quién fundó la orden de los dominicos?
R. Santo Domingo de Guzmán.
5. Acomoda, de la más antigua al más reciente, las siguientes congregaciones
religiosas: Dominicos, benedictinos, jesuitas, franciscanos, legionarios de Cristo,
salesianos.
R. Benedictinos, franciscanos y dominicos, jesuitas, salesianos, legionarios de
Cristo.
6. El Espíritu Santo ha inspirado nuevos carismas en la Iglesia prácticamente desde el
inicio de su historia. En lo general, ¿qué es lo que estos carismas han aportado?
R. Han promovido la conversión y la reforma que hacía falta.
7. ¿Cómo se llaman a las gracias especiales que el Espíritu Santo da a los fieles para
que sean aptos para ejercer las diversas obras y deberes para la edificación de la
Iglesia?
R. Carismas.
8. Por lo general, ¿qué es lo que provoca que surja un nuevo tipo de asociación,
orden religiosa o movimiento?
R. Momentos de confusión y de crisis en los que se busca reencontrar y/o redefinir
la fe.
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9. ¿Qué asegura la continuación de la misión de Jesús de hacer discípulos a todas las
naciones y de llevar el Evangelio a los confines de la Tierra?
R. La apostolicidad.
10. Menciona una implicación que tiene la pertenencia a una asociación o movimiento
eclesial.
R. Puede ser alguno de los siguientes: un estilo de vida conforme al carisma,
compartir los bienes y la vida fraterna, el sometimiento a una autoridad, la
dedicación a las obras apostólicas del Movimiento.
11. Cierto o falso. Todas las asociaciones de fieles son movimientos.
R. Falso.
12. Cierto o falso. Los fieles, en función del bautismo y participando en la misión de la
Iglesia, pueden asociarse con fines espirituales y apostólicos.
R. Cierto.
13. ¿Qué caracteriza las “nuevas formas de vida consagrada”?
R. La asunción de los consejos evangélicos por diversas ramas con un único
carisma, fin y gobierno.
14. ¿Pueden afiliarse a “las nuevas formas de vida consagrada” laicos (no
consagrados) célibes o casados?
R. Sí.
15. La Comunidad de Emmanuel, la Comunidad Católica Shalom, la Comunidad
Cançao Nova, son ejemplos de…
R. Nuevas comunidades.
16. ¿Cuál es la vocación más importante?
R. La vocación de cada cristiano a la santidad.
17. Todas y cada una de las asociaciones de fieles laicos, ¿a qué están llamadas a
ser?
R. Instrumento, medios de santidad.
18. ¿Cómo se confiesa la fe católica?
R. Acogiendo y proclamando las verdades de la fe.
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19. Cierto o falso. Cada asociación de fieles laicos debe ser un lugar en el que se
anuncia, se propone la fe y se educa para practicarla.
R. Cierto.
20. ¿En dónde se enuncian los criterios de eclesialidad que deben tener los
movimientos eclesiales?
R. En la exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici.
21. El testimonio de comunión que es criterio de eclesialidad, se refiere a la comunión,
¿con quién?
R. Con el Papa, los obispos y las otras formas de apostolado en la Iglesia.
22. Cierto o falso. A TODAS las formas asociadas de fieles laicos se les pide un
decidido impulso misionero.
R. Cierto.
23. ¿Qué quiere decir “la conformidad y la participación en el fin apostólico de la
Iglesia”?
R. Participar en la evangelización y santificación de los hombres.
24. ¿Qué implica, para las formas asociativas de fieles, el compromiso de una
presencia en la sociedad?
R. Ponerse al servicio de la dignidad integral del hombre, ser solidarios y crear
condiciones más justas y fraternales en la sociedad.
25. Mencionar al menos tres rasgos distintivos de espiritualidad y de acción apostólica
que caracterizan a las realidades asociativas.
R. Pueden ser alguna de éstas: la valoración de la identidad bautismal y el
redescubrimiento del camino de la iniciación cristiana; el deseo de vivir
radicalmente el Evangelio en su totalidad; el fuerte sentido de pertenencia a la
comunidad; la complementariedad de los diversos estados de vida y la
corresponsabilidad de los miembros laicos y consagrados; el "pilar de eclesialidad"
individuado en el estrecho vínculo con el Papa; el celo misionero y evangelizador,
incluso en referencia a la "nueva evangelización".
26. ¿Cuándo y quién convoco el primer encuentro mundial de Movimientos eclesiales?
R. San Juan Pablo II, en 1998.
27. ¿Quién ha afirmado que los movimientos son un don y riqueza para la Iglesia?
R. El Papa Francisco.
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28. Según la Evangelii gaudium, ¿Cuál debe ser el rasgo característico de los
movimientos?
R. La alegría.
29. ¿Quién ha hablado de los cristianos en "movimiento" en la Iglesia a través de los
siglos?
R. Benedicto XVI.
30. ¿Quién habla de la Iglesia “en salida”?
R. El Papa Francisco.
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RETROALIMENTACIÓN
BANCO DE PREGUNTAS DE OPCIÓN MÚLTIPLE SOBRE EL TEMA 4.
LOS MOVIMIENTOS Y NUEVAS COMUNIDADES ECLESIALES
Seleccionar la opción que complete MEJOR la pregunta o afirmación.
1. Conocer el cómo y el porqué de la aparición de asociaciones de laicos a lo largo de la historia
sirve para:
a. Conocer las diversas realidades eclesiales y poder ver cuál es o ha sido la mejor.
b. Descubrir si en lo personal se puede desarrollar un carisma para el bien de la
Iglesia.
c. Constatar la expresión de la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia.
d. Ampliar los conocimientos sobre la historia de la Iglesia.
2. San Antonio y san Basilio se relacionan con:
a. El monaquísimo.
b. Las órdenes mendicantes.
c. Los movimientos de evangelización.
d. Los movimientos misioneros.
3. Hablar de Ecclesia semper reformanda se refiere a que:
a. Cristo es el fundador de la Iglesia, está presente en ella y no necesita reformarse.
b. La Iglesia, como Pueblo de Dios, necesita y promueve la conversión y la reforma.
c. Las asociaciones de los fieles, para la reforma de la Iglesia, son contrarias al
Magisterio.
d. Todas las anteriores.
4. Los carismas, ya sean de una persona o de una asociación de fieles:
a. Son virtudes extraordinarias que se alcanzan si hay un esfuerzo extraordinario y
permanente por hacer el bien.
b. Son las virtudes que se reciben en el bautismo.
c. Son dones de la Iglesia para quien vive la comunión eclesial.
d. Son gracias especiales del Espíritu Santo para el bien de la Iglesia.
5. Según Benedicto XVI, los movimientos son causa de alegría, pero hay que:
a. Insertarlos en el conjunto de la parroquia o de la diócesis.
b. Respetar sus carismas específicos.
c. Corregirlos, en ocasiones.
d. Todas las anteriores.
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6. ¿Qué es lo que favorecido el surgimiento de nuevos movimientos y asociaciones, con
fisonomías y finalidades específicas?
a. La apertura de Pío XII, Benedicto XV y el Papa Francisco.
b. El Concilio Vaticano II.
c. Las exhortaciones apostólicas resultantes de los sínodos de los obispos.
d. La incomprensión del concepto de eclesialidad de la comunión.
7. El florecimiento de los movimientos a lo largo de la historia se relaciona de una manera casi
constante con:
a. Alguna revelación particular que han tenido alguno de los fundadores.
b. Momentos de confusión y de crisis en los que se busca reencontrar y/o redefinir la
fe.
c. El poderoso influjo y poder que tienen los Papas en la Iglesia.
d. La efervescencia de los fieles laicos que comprenden su corresponsabilidad en la
evangelización.
8. ¿De dónde surge el vínculo particular que une a los movimientos con el ministerio del Papa?
a. De la comunión de los santos.
b. De la vocación a la santidad.
c. Del carisma que tienen los fundadores.
d. De la apostolicidad.
9. La dimensión carismática de la Iglesia se refiere a:
a. El ministerio episcopal que ejercen los obispos.
b. La estructura permanente de la Iglesia a través de la siglos.
c. Las continuas “irrupciones del Espíritu”.
d. Todas las anteriores.
10. ¿Cómo se lleva a cabo la eclesialidad de la comunión en la Iglesia?
a. Unificando la espiritualidad y carisma de las nuevas asociaciones o movimientos.
b. Cuando se da la reciprocidad en la misión del ministerio petrino y la misión de los
movimientos.
c. Con las gracias especiales del Espíritu Santo recibidas en el bautismo.
d. Todas las anteriores.
11. ¿Cuál es la mejor forma de definir a un movimiento?
a. A partir de la definición jurídica.
b. Desde la definición del Concilio Vaticano II.
c. A partir de sus elementos esenciales.
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d. Todas las anteriores.
12. Los movimientos, como realidades asociativas, están caracterizados por:
a. La diversidad de vocaciones.
b. La diversidad de edades de sus miembros.
c. La diversidad de grupos socio-culturales de pertenencia.
d. Todas las anteriores.
13. ¿Qué es lo que hace que los movimientos tengan un lugar en la Iglesia?
a. Los últimos Papas los han aceptado.
b. Cristo así lo quiso.
c. Contribuyen a la continuación de la misión de Cristo.
d. La asunción de los consejos evangélicos.
14. De los siguientes, cuál no es un elemento constitutivo de los movimientos:
a. Tienen su raíz y origen en un específico don, carisma del Espíritu.
b. Nacen fuera de la Iglesia, pero con una fuerte apertura ecuménica.
c. Unen vocaciones de ambos sexos, diferentes órdenes o categorías de fieles.
d. Hay una implicación de la persona en su globalidad, en cuanto que se exige un
estilo de vida conforme al carisma.
15. En relación a los movimientos, el Concilio Vaticano II confirmó que los fieles, en función del
bautismo y su participación en la misión de la Iglesia:
a. Son hijos de un solo Dios, con tres distintas personas.
b. Deben participar individual o comunitariamente en la Eucaristía dominical.
c. Pueden asociarse con fines espirituales y apostólicos.
d. Pueden o no creer en el dogma de María, madre de la Iglesia.
16. A las asociaciones nacidas por la libre voluntad de los fieles, la autoridad eclesiástica debe:
a. Favorecerlas.
b. Motivarlas.
c. Normarlas jurídicamente.
d. Todas las anteriores.
17. De los siguientes enunciados, ¿cuál NO es un criterio de eclesialidad que los movimientos
deben observar para vivir correctamente su pertenencia a la Iglesia?
a. El testimonio de comunión.
b. La responsabilidad de confesar la fe católica.
c. Compartir un mismo estilo de vida.
d. Participar en el fin apostólico de la Iglesia.
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18. En cuanto a su colocación canónica, "asociaciones", "movimientos eclesiales" y "nuevas
comunidades", son:
a. Nuevas formas de vida consagrada.
b. Asociaciones de fieles laicos.
c. Congregaciones dedicadas a la evangelización.
d. Órdenes orientadas a la misión de la Iglesia.
19. Las nuevas comunidades comparten un mismo estilo de vida, que puede ser:
a. De tipo apostólico.
b. De tipo monástico.
c. De tipo secular.
d. Todas las anteriores.
20. Uno de los aportes más importantes del Concilio Vaticano II fue confirmar el primado que tiene
cada cristiano al ser llamado:
a. A ser discípulo.
b. A ser misionero.
c. A ser discípulo misionero.
d. A la santidad.
21. ¿Qué pueden hacer todas y cada una de las asociaciones de fieles laicos para ser
instrumentos de santidad?
a. Organizar obras de apostolado en donde todos puedan participar.
b. Formar integralmente a sus miembros.
c. Favorecer y alentar la unidad entre la vida y la fe de sus miembros.
d. Motivar el que se viva más radicalmente el Evangelio.
22. ¿Cómo se cumple la responsabilidad de confesar la fe católica?
a. Al aceptar y confirmar la necesidad del bautismo.
b. Al consagrarse a Dios, célibes y casados.
c. Al acoger y proclamar la verdad sobre Cristo.
d. Al acoger y proclamar la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre.
23. ¿Qué es lo que hace el Magisterio de la Iglesia?
a. Interpreta las verdades de nuestra fe.
b. Enseña las verdades de nuestra fe.
c. Promueve las verdades de nuestra fe.
d. Proclama los dogmas de nuestra fe.
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24. El criterio de eclesialidad referido al testimonio de comunión que deben dar los asociaciones
de fieles se refiere a:
a. La disponibilidad para acoger las enseñanzas del Papa y los obispos.
b. La comunión firme y convencida con el obispo de la Iglesia particular.
c. La mutua estima entre todas las formas de apostolado de la Iglesia.
d. Todas las anteriores.
25. El testimonio de comunión con otras formas de apostolado de la Iglesia implica:
a. Reconocer que la pluralidad resta a la unidad.
b. La disponibilidad reciproca de colaboración.
c. La realidad de la falta de estima no debe propagarse.
d. Todas las anteriores.
26. ¿Cómo se logra la conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia?
a. Al desear que el espíritu evangélico impregne las diversas comunidades.
b. Al estimar todas y cada una de las formas de apostolado de la Iglesia.
c. Al formar cristianamente la conciencia.
d. Todas las anteriores.
27. Ser solidarios y participar para crear condiciones más justas y fraternas en la sociedad.
a. Es una responsabilidad sólo de algunas asociaciones.
b. Es un criterio de eclesialidad.
c. Es el mensaje principal de la Lumen Gentium.
d. No favorece la unidad entre la vida práctica y la fe.
28. Rasgos distintivos de espiritualidad y acción apostólica de estas realidades asociativas:
a. El sistema de organización y comunicación que comparten.
b. El carisma que ejercen sus miembros.
c. La separación entre la vida práctica y la fe de los miembros.
d. La complementariedad y corresponsabilidad que existe entre los miembros.
29. En dónde se dice: «Los nuevos movimientos y comunidades son un don del Espíritu Santo
para la Iglesia. En ellos, los fieles encuentran la posibilidad de formarse cristianamente, crecer
y comprometerse apostólicamente hasta ser verdaderos discípulos misioneros»:
a. Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici.
b. Documento Conclusivo, Aparecida.
c. Exhortación apostólica postsinodal Evangelii gaudium.
d. Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium.
30. De acuerdo al Papa Francisco, ¿cuál es un signo claro de la autenticidad de un carisma?
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a. Su santidad, de sus dirigentes y miembros.
b. Su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del Pueblo
de Dios.
c. Su impulso misionero para llevar el Evangelio a todas partes.
d. Su capacidad de integrarse a la nueva evangelización.
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RESPUESTAS CORRECTAS A LAS PREGUNTAS DE OPCIÓN MÚLTIPLE, PARA RETROALIMENTACIÓN TEMA 2
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
C
A
B
B
D
B
B
D
C
B
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
C
D
C
B
C
D
C
B
D
D
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21.
22.
23.
24.
25.
26.
27.
28.
29.
30.
C
D
A
D
B
C
B
D
B
B.
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RETROALIMENTACIÓN
GUÍA DE RESPUESTAS DE LAS PREGUNTAS CON RESPUESTAS DE OPCIÓN MÚLTIPLE
SOBRE EL TEMA 4.
LOS MOVIMIENTOS Y NUEVAS COMUNIDADES ECLESIALES
1. Conocer el cómo y el porqué de la aparición de asociaciones de laicos a lo largo de la historia
sirve para:
a. Conocer las diversas realidades eclesiales y poder ver cuál es o ha sido la mejor.
b. Descubrir si en lo personal se puede desarrollar un carisma para el bien de la
Iglesia.
c. Constatar la expresión de la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia.
d. Ampliar los conocimientos sobre la historia de la Iglesia.
a.
b.
c.
d.
Falso. Ésta no es la razón. Reflexiona e intenta de nuevo.
Equivocado. El carisma lo da el Espíritu Santo, no es mérito personal.
Cierto. Es hermoso confirmar como ha actuado y sigue actuando el Espíritu Santo.
Incorrecto. Ésta no es la razón, reflexiona e intenta de nuevo.
2. San Antonio y san Basilio se relacionan con:
a. El monaquísimo.
b. Las órdenes mendicantes.
c. Los movimientos de evangelización.
d. Los movimientos misioneros.
a. Correcto, en el S. II y S. III lo iniciaron.
b. Incorrecto. Las órdenes mendicantes, como la fundada por san Francisco de Asis,
iniciaron muchos siglos después de san Antonio y san Basilio.
c. Falso. Éstos aparecieron muchos siglos después. Lee otra vez el tema e intenta de
nuevo.
d. Equivocado. Éstos aparecieron muchos siglos después. Lee otra vez el tema e
intenta de nuevo.
3. Hablar de Ecclesia semper reformanda se refiere a que:
a. Cristo es el fundador de la Iglesia, está presente en ella y no necesita reformarse.
b. La Iglesia, como Pueblo de Dios, necesita y promueve la conversión y la reforma.
c. Las asociaciones de los fieles, para la reforma de la Iglesia, son contrarias al
Magisterio.
d. Todas las anteriores.
24
¡Venga tu Reino!
a.
b.
c.
d.
Falso. La Iglesia, como cualquier otra institución, necesita renovarse.
Correcto. Sigue adelante.
Equivocado. Las asociaciones de los fieles no son contrarias al Magisterio.
Incorrecto. No todas las opciones son ciertas.
4. Los carismas, ya sean de una persona o de una asociación de fieles:
a. Son virtudes extraordinarias que se alcanzan si hay un esfuerzo extraordinario y
permanente por hacer el bien.
b. Son las virtudes que se reciben en el bautismo.
c. Son dones de la Iglesia para quien vive la comunión eclesial.
d. Son gracias especiales del Espíritu Santo para el bien de la Iglesia.
a.
b.
c.
d.
Los carismas no son virtudes. Reflexiona e intenta de nuevo.
Equivocado. Los carismas no son virtudes. Reflexiona e intenta de nuevo.
Falso. No son dones de la Iglesia. Intenta de nuevo.
Correcto, felicidades, sigue adelante.
5. Según Benedicto XVI, los movimientos son causa de alegría, pero hay que:
a. Insertarlos en el conjunto de la parroquia o de la diócesis.
b. Respetar sus carismas específicos.
c. Corregirlos, en ocasiones.
d. Todas las anteriores.
a.
b.
c.
d.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Correcto, sigue adelante.
6. ¿Qué es lo que favorecido el surgimiento de nuevos movimientos y asociaciones, con
fisonomías y finalidades específicas?
a. La apertura de Pío XII, Benedicto XV y el Papa Francisco.
b. El Concilio Vaticano II.
c. Las exhortaciones apostólicas resultantes de los sínodos de los obispos.
d. La incomprensión del concepto de eclesialidad de la comunión.
a.
b.
c.
d.
Equivocado, en el tiempo de algunos de estos papas no existían los movimientos.
Cierto. Fue el gran impulso. Sigue adelante.
No es la mejor respuesta. Éstas ayudaron, pero no fueron las más importantes.
Reflexiona, este comentario no responde a la pregunta.
25
¡Venga tu Reino!
7. El florecimiento de los movimientos a lo largo de la historia se relaciona de una manera casi
constante con:
a. Alguna revelación particular que han tenido alguno de los fundadores.
b. Momentos de confusión y de crisis en los que se busca reencontrar y/o redefinir la
fe.
c. El poderoso influjo y poder que tienen los Papas en la Iglesia.
d. La efervescencia de los fieles laicos que comprenden su corresponsabilidad en la
evangelización.
a.
b.
c.
d.
No todos los fundadores tuvieron revelaciones. Reflexiona e intenta de nuevo.
Cierto, éste ha sido el común denominador. Sigue adelante.
Incorrecto, el papado no inventó los movimientos. Intenta de nuevo.
Falso. Esta efervescencia no ha estado siempre presente. Reflexiona e intenta de
nuevo.
8. ¿De dónde surge el vínculo particular que une a los movimientos con el ministerio del Papa?
a. De la comunión de los santos.
b. De la vocación a la santidad.
c. Del carisma que tienen los fundadores.
d. De la apostolicidad.
a.
b.
c.
d.
Falso. Nada que ver con la pregunta. Intenta de nuevo.
Equivocado. Lee de nuevo el tema e intenta de nuevo.
Incorrecto, el carisma no es el vínculo. Intenta de nuevo.
Correcto. Sigue adelante.
9. La dimensión carismática de la Iglesia se refiere a:
a. El ministerio episcopal que ejercen los obispos.
b. La estructura permanente de la Iglesia a través de la siglos.
c. Las continuas “irrupciones del Espíritu”.
d. Todas las anteriores.
a.
b.
c.
d.
Falso. Esto se refiera a la dimensión institucional.
Falso. Esto se refiera a la dimensión institucional.
Correcto. Sigue adelante.
Equivocado. No todas las opciones son verdaderas.
10. ¿Cómo se lleva a cabo la eclesialidad de la comunión en la Iglesia?
a. Unificando la espiritualidad y carisma de las nuevas asociaciones o movimientos.
26
¡Venga tu Reino!
b. Cuando se da la reciprocidad en la misión del ministerio petrino y la misión de los
movimientos.
c. Con las gracias especiales del Espíritu Santo recibidas en el bautismo.
d. Todas las anteriores.
a. Falso. Hay una unidad en la diversidad. Reflexiona e intenta de nuevo.
b. Cierto. Esto es signo de una auténtica eclesialidad.
c. Equivocado. La gracia del Espíritu Santo siempre ayuda, pero la pregunta es otra.
Intenta de nuevo.
d. Falso. No todas las opciones son ciertas.
11. ¿Cuál es la mejor forma de definir a un movimiento?
a. A partir de la definición jurídica.
b. Desde la definición del Concilio Vaticano II.
c. A partir de sus elementos esenciales.
d. Todas las anteriores.
a.
b.
c.
d.
Falso. No existe una definición jurídica. Intenta de nuevo.
Equivocado. Los documentos emanados del Concilio no dan una definición.
Correcto. Es la mejor manera. Sigue adelante.
Falso. No todas las opciones son ciertas.
12. Los movimientos, como realidades asociativas, están caracterizados por:
a. La diversidad de vocaciones.
b. La diversidad de edades de sus miembros.
c. La diversidad de grupos socio-culturales de pertenencia.
d. Todas las anteriores.
a.
b.
c.
d.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Correcto, sigue adelante.
13. ¿Qué es lo que hace que los movimientos tengan un lugar en la Iglesia?
a. Los últimos Papas los han aceptado.
b. Cristo así lo quiso.
c. Contribuyen a la continuación de la misión de Cristo.
d. La asunción de los consejos evangélicos.
a. No. Ésta no es la razón. Intenta de nuevo.
27
¡Venga tu Reino!
b. Falso. El Evangelio no habla de movimiento. Intenta de nuevo.
c. Correcto. Esta apostolicidad es lo que hace que tengan un lugar en la Iglesia.
d. Equivocado. No es ésta la razón y no todos los movimientos asumen los consejos
evangélicos.
14. De los siguientes, cuál no es un elemento constitutivo de los movimientos:
a. Tienen su raíz y origen en un específico don, carisma del Espíritu.
b. Nacen fuera de la Iglesia, pero con una fuerte apertura ecuménica.
c. Unen vocaciones de ambos sexos, diferentes órdenes o categorías de fieles.
d. Hay una implicación de la persona en su globalidad, en cuanto que se exige un
estilo de vida conforme al carisma.
a.
b.
c.
d.
Falso. Éste si es un elemento constitutivo. Intenta de nuevo.
Cierto. Los movimientos nacen dentro de la Iglesia.
Falso. Éste si es un elemento constitutivo. Intenta de nuevo.
Falso. Éste si es un elemento constitutivo. Intenta de nuevo.
15. En relación con los movimientos, el Concilio Vaticano II confirmó que los fieles, en función del
bautismo y su participación en la misión de la Iglesia:
a. Son hijos de un solo Dios, con tres distintas personas.
b. Deben participar individual o comunitariamente en la Eucaristía dominical.
c. Pueden asociarse con fines espirituales y apostólicos.
d. Pueden o no creer en el dogma de María, madre de la Iglesia.
a.
b.
c.
d.
Falso. Esta verdad de fe no tiene relación con los movimientos.
Falso. Esta verdad de fe no tiene relación con los movimientos.
Correcto. Sigue adelante.
Falso. Esta respuesta no es cierta ni tiene relación con los movimientos.
16. A las asociaciones nacidas por la libre voluntad de los fieles, la autoridad eclesiástica debe:
a. Favorecerlas.
b. Motivarlas.
c. Normarlas jurídicamente.
d. Todas las anteriores.
a.
b.
c.
d.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Correcto, sigue adelante.
28
¡Venga tu Reino!
17. De los siguientes enunciados, ¿cuál NO es un criterio de eclesialidad que los movimientos
deben observar para vivir correctamente su pertenencia a la Iglesia?
a. El testimonio de comunión.
b. La responsabilidad de confesar la fe católica.
c. Compartir un mismo estilo de vida.
d. Participar en el fin apostólico de la Iglesia.
a.
b.
c.
d.
Falso. Éste si es un criterio de eclesialidad. Intenta de nuevo.
Falso. Éste si es un criterio de eclesialidad. Intenta de nuevo.
Correcto. Éste no es un criterio de eclesialidad.
Falso. Éste si es un criterio de eclesialidad. Intenta de nuevo.
18. En cuanto a su colocación canónica, "asociaciones", "movimientos eclesiales" y "nuevas
comunidades", son:
a. Nuevas formas de vida consagrada.
b. Asociaciones de fieles laicos.
c. Congregaciones dedicadas a la evangelización.
d. Órdenes orientadas a la misión de la Iglesia.
a. Falso. No todos los que se mencionan tiene relación con la vida consagrada. Intenta
de nuevo.
b. Correcto. Son los distintos nombres que se les da. Sigue adelante.
c. Equivocado. Las congregaciones son distintas. Intenta de nuevo.
d. Falso. Las órdenes religiosas son algo distinto. Intenta de nuevo.
19. Las nuevas comunidades comparten un mismo estilo de vida, que puede ser:
a. De tipo apostólico.
b. De tipo monástico.
c. De tipo secular.
d. Todas las anteriores.
a.
b.
c.
d.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Correcto, sigue adelante.
20. Uno de los aportes más importantes del Concilio Vaticano II fue confirmar el primado que tiene
cada cristiano al ser llamado:
a. A ser discípulo.
b. A ser misionero.
29
¡Venga tu Reino!
c. A ser discípulo misionero.
d. A la santidad.
a.
b.
c.
d.
No es la mejor respuesta, reflexiona e intenta de nuevo.
No es la mejor respuesta, reflexiona e intenta de nuevo.
No es la mejor respuesta, reflexiona e intenta de nuevo.
Correcto. La vocación a la santidad que todos tenemos es lo más importante.
21. ¿Qué pueden hacer todas y cada una de las asociaciones de fieles laicos para ser
instrumentos de santidad?
a. Organizar obras de apostolado en donde todos puedan participar.
b. Formar integralmente a sus miembros.
c. Favorecer y alentar la unidad entre la vida y la fe de sus miembros.
d. Motivar el que se viva más radicalmente el Evangelio.
a.
b.
c.
d.
Falso. Reflexiona sobre qué es lo que lleva a la santidad. Intenta de nuevo.
La formación ayuda, pero reflexiona sobre qué es lo que te lleva a la santidad.
Correcto. La fe es para vivirla. Sigue adelante.
Equivocada. Pero, ¿cómo se vive más radicalmente el Evangelio? Intenta de nuevo.
22. ¿Cómo se cumple la responsabilidad de confesar la fe católica?
a. Al aceptar y confirmar la necesidad del bautismo.
b. Al consagrarse a Dios, célibes y casados.
c. Al acoger y proclamar la verdad sobre Cristo.
d. Al acoger y proclamar la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre.
a.
b.
c.
d.
Equivocado. Éstas son acciones personales. Reflexiona e intenta de nuevo.
Falso. No todos están llamados a la consagración. Intenta de nuevo.
No es sólo esto, reflexiona e intenta de nuevo.
Correcto. Sigue adelante.
23. ¿Qué es lo que hace el Magisterio de la Iglesia?
a. Interpreta las verdades de nuestra fe.
b. Enseña las verdades de nuestra fe.
c. Promueve las verdades de nuestra fe.
d. Proclama los dogmas de nuestra fe.
a. Excelente, sigue adelante.
b. Falso, esto lo hace la pastoral catequética. Intenta de nuevo.
c. Equivocado. Esto sería la evangelización. Intenta de nuevo.
30
¡Venga tu Reino!
d. No es la mejor respuesta, porque no es sólo proclamar dogmas. Intenta de nuevo.
24. El criterio de eclesialidad referido al testimonio de comunión que deben dar los asociaciones
de fieles se refiere a:
a. La disponibilidad para acoger las enseñanzas del Papa y los obispos.
b. La comunión firme y convencida con el obispo de la Iglesia particular.
c. La mutua estima entre todas las formas de apostolado de la Iglesia.
d. Todas las anteriores.
a.
b.
c.
d.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Cierto, pero no es la mejor respuesta. Intenta de nuevo.
Correcto, sigue adelante.
25. El testimonio de comunión con otras formas de apostolado de la Iglesia implica:
a. Reconocer que la pluralidad resta a la unidad.
b. La disponibilidad recíproca de colaboración.
c. La realidad de la falta de estima no debe propagarse.
d. Todas las anteriores.
a.
b.
c.
d.
Falso. La pluralidad no necesariamente resta unidad. Intenta de nuevo.
Correcto. Sigue adelante.
Falso. La estima entre movimientos es una realidad. Intenta de nuevo.
Incorrecto. No todas las opciones son ciertas.
26. ¿Cómo se logra la conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia?
a. Al desear que el espíritu evangélico impregne las diversas comunidades.
b. Al estimar todas y cada una de las formas de apostolado de la Iglesia.
c. Al formar cristianamente la conciencia.
d. Todas las anteriores.
a. Falso. El desear no logra las cosas. Intenta de nuevo.
b. Equivocado. No sólo se trata de tener una estima, ¿qué es lo que hay que hacer…?
Intenta de nuevo.
c. Correcto. Sigue adelante.
d. Falso. No todas las opciones son ciertas.
27. Ser solidarios y participar para crear condiciones más justas y fraternas en la sociedad.
a. Es una responsabilidad sólo de algunas asociaciones.
b. Es un criterio de eclesialidad.
31
¡Venga tu Reino!
c. Es el mensaje principal de la Lumen Gentium.
d. No favorece la unidad entre la vida práctica y la fe.
a. Falso. Reflexiona e intenta de nuevo.
b. Correcto. Sigue adelante, ya casi terminas.
c. Equivocado. Aunque algo se menciona, no es el mensaje principal. Intenta de
nuevo.
d. Falso. Reflexiona e intenta de nuevo.
28. Rasgos distintivos de espiritualidad y acción apostólica de estas realidades asociativas:
a. El sistema de organización y comunicación que comparten.
b. El carisma que ejercen sus miembros.
c. La separación entre la vida práctica y la fe de los miembros.
d. La complementariedad y corresponsabilidad que existe entre los miembros.
a.
b.
c.
d.
Falso. Esto nada tiene que ver con la espiritualidad. Intenta de nuevo.
Falso. Se piden varios rasgos. Intenta de nuevo.
Equivocado. Esta premisa es falsa. Intenta de nuevo.
Correcto. Sigue adelante.
29. En dónde se dice: «Los nuevos movimientos y comunidades son un don del Espíritu Santo
para la Iglesia. En ellos, los fieles encuentran la posibilidad de formarse cristianamente, crecer
y comprometerse apostólicamente hasta ser verdaderos discípulos misioneros»:
a. Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici.
b. Documento conclusivo, Aparecida.
c. Exhortación apostólica postsinodal Evangelii gaudium.
d. Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium.
a.
b.
c.
d.
Falso. Lee de nuevo el último apartado del tema e intenta de nuevo.
Correcto. Felicidades, ya casi terminas.
Falso. Lee de nuevo el último apartado del tema e intenta de nuevo.
Falso. Lee de nuevo el último apartado del tema e intenta de nuevo.
30. De acuerdo al Papa Francisco, ¿cuál es un signo claro de la autenticidad de un carisma?
a. Su santidad, y la de sus dirigentes y miembros.
b. Su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del Pueblo
de Dios.
c. Su impulso misionero para llevar el Evangelio a todas partes.
d. Su capacidad de integrarse a la nueva evangelización.
32
¡Venga tu Reino!
a.
b.
c.
d.
Falso. Lee de nuevo el último apartado del tema e intenta de nuevo.
Correcto. Felicidades, sigue adelante con el tema 5.
Falso. Lee de nuevo el último apartado del tema e intenta de nuevo.
Falso. Lee de nuevo el último apartado del tema e intenta de nuevo.
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33
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¡Venga tu Reino!
APOYOS VISUALES Y AUDITIVOS
Tema 4: LOS MOVIMIENTOS Y NUEVAS COMUNIDADES ECLESIALES
1. Los movimientos eclesiales, don para la Iglesia
El Papa Francisco en Pentecostés comenta sobre la unidad de la Iglesia y agradece
a los movimientos eclesiales su participación, dice que son un don y una riqueza
para la Iglesia. En italiano, subtitulado en español. Duración: 1:17 minutos
Publicado el 06/10/2013.
Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=kJrnJDi6xlo
2. La misión del laico de la iglesia
Mons. Fabio Colindres, de la Conferencia Episcopal del Salvador, habla sobre la
misión que tienen los laicos de llegar a Dios y de acercar a los demás a Él. Misión
que tiene mayor trascendencia desde el Concilio Vaticano II. También los invita a
comunicar su fe primero a sus hijos y después a todos los demás. En español.
Duración: 1:52 minutos. Publicado el 16/01/2013.
Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=OyCH1RyJ6ys
3. “Toma las riendas de tu vida”.
Testimonio de una excolaboradora del Movimiento Regnum Christi
Karla Bello, cuenta su historia de cómo este movimiento le ayudó a “tomar las
riendas de su vida” y lo que la llevó a tomar la decisión de dedicar un año a Dios.
En español. Duración: 3:38 minutos. Publicado el 06/09/2014.
Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=N-fEkro61hA
4. ¿Qué es el Movimiento Regnum Christi?
Este video clip presenta brevemente qué es el Regnum Christi a través de sus
distintas iniciativas apostólicas que ofrece. . Da una pequeña reseña de la misión
específica que tienen estas obras. Somos todos los que queremos transformar al
mundo. En español. Duración: 3:12 minutos. Publicado el 24/11/2012.
Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=DjYXHtrwD10
5. Promoción misiones: Juventud y familia misionera.
Video promocional para invitar a los jóvenes a ir a la Megamisión. El video aborda
la importancia de dejar salir esa “luz” que hace que nos acerquemos a Dios y que
acerquemos a los demás. En español. Duración: 1:25 minutos. Publicado el
06/04/2013.
Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=u1YI3GzLfE0
6. Promoción color misionero 2012
Promoción de las misiones de color misionero a través de un grupo de jóvenes que
cantan una canción atractiva que se complementa a través de dibujos que hacen
reflexionar a las personas sobre la importancia de ir de misiones. En español.
Duración: 1:48 minutos. Publicado el 05/03/2012
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¡Venga tu Reino!
Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=M3xf4iWFsH8
7. Congreso internacional sobre la misión de los movimientos eclesiales (2013)
Video clip promocional del congreso. Las imágenes invitan a una reflexión de cómo
cada individuo debe de encontrar su misión en el mundo y el mejor camino para
vivir esta misión, como lo son los movimientos eclesiales. Duración: 1:38 minutos.
Publicado el 28/04/2013.
Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=pJ3WxDzMfSA
8. Vaticano presenta importante encuentro de todos los movimientos laicos de
la Iglesia
Es la noticia sobre el congreso de los movimientos eclesiales. Lo importante es el
comentario de Mons. Stanislaw Ryko sobre el papel de los movimientos en la
Iglesia y los comentarios de Ana Cristina Villa quien, además de mencionar los
diversos que van a participar, entre ellos el RC, describe esta nueva forma de
evangelización en la iglesia y como los movimientos eclesiales son el camino para
que los laicos puedan cumplir su misión. Duración: 1:43 minutos. Publicado el
14/11/2014.
Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=X_aTflJhFOY
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¡Venga tu Reino!
LECTURAS RECOMENDADAS PARA EL TEMA 4
LOS MOVIMIENTOS Y NUEVAS COMUNIDADES ECLESIALES
Índice
1. Joseph RATZINGER, «Los Movimientos eclesiales y su colocación teológica». Discurso en el Congreso
mundial de los movimientos eclesiales, Roma, 27 de mayo 1998
2. JUAN PABLO II, Mensaje a los participantes del Congreso Mundial de los Movimientos Eclesiales, 27
de mayo de 1998
3. BENEDICTO XVI, Mensaje al II Congreso mundial de los movimientos eclesiales y de las nuevas
comunidades “La belleza de ser cristianos y la alegría de comunicarlo”, 22 de mayo de 2006
4. BENEDICTO XVI, Discurso a un seminario de estudio para Obispos organizado por el Consejo
Pontificio para los Laicos, Vaticano, 17 de mayo de 2008
Las siguientes dos recomendaciones no se han podido conseguir, tan pronto las tengamos se
mandará un aviso.
5. P. Fidel GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, MCCJ, Los movimientos en la Iglesia, Encuentros, Madrid, 1999
6. P. Gianfranco GHIRLANDA, SJ., «Le nuove esperienze associative», en Esperienze associative nella
Chiesa. Aspetti canonistici, civili e fiscali, (Studi Giuridici CV), Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del
Vaticano 2014.
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¡Venga tu Reino!
Joseph Ratzinger, «Los Movimientos eclesiales y su colocación teológica». Discurso en el Congreso
mundial de los Movimientos eclesiales, Roma, 27 de mayo 1998
Discurso del cardenal Joseph Ratzinger al inaugurar en Roma el Congreso mundial de los movimientos
eclesiales, organizado por el Consejo Pontificio para los Laicos.
«Los movimientos eclesiales y su colocación teológica».
En la gran encíclica misionera «Redemptoris Missio», el Santo Padre escribe: «Dentro de la Iglesia se
presentan varios tipos de servicios, funciones, ministerios y formas de animación de la vida cristiana.
Recuerdo, como novedad emergida en no pocas iglesias en los tiempos recientes, el gran desarrollo de
los «movimientos eclesiales», dotados de fuerte dinamismo misionero. Cuando se integran con
humildad en la vida de las iglesias locales y son acogidos cordialmente por obispos y sacerdotes en las
estructuras diocesanas y parroquiales, los movimientos representan un verdadero don de Dios para la
nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha. Recomiendo, pues, difundirlos y
valerse de ellos para dar nuevo vigor, sobre todo entre los jóvenes, a la vida cristiana y a la
evangelización, en una visión plural de los modos de asociarse y de expresarse» (n. 72).
Para mí, personalmente, fue un evento maravilloso la primera vez que entré en contacto más
estrechamente -a los inicios de los años setenta- con movimientos como los Neocatecumenales,
Comunión y Liberación, los Focolares, experimentando el empuje y el entusiasmo con que ellos vivían su
fe, y que por la alegría de esta fe sentían la necesidad de comunicar a otros el don que habían recibido.
En ese entonces, Karl Rahner y otros solían hablar de «invierno» en la Iglesia; en realidad parecía que,
después de la gran floración del Concilio, hubiese penetrado hielo en lugar de primavera, fatiga en lugar
de nuevo dinamismo. Entonces parecía estar en cualquier otra parte el dinamismo; allá donde -con las
propias fuerza y sin molestar a Dios- se afanaban para dar vida al mejor de los mundos futuros. Que un
mundo sin Dios no pueda ser bueno, menos aún el mejor, era evidente para cualquiera que no
estuviese ciego. Pero, ¿Dios dónde estaba? ¿Y la Iglesia, después de tantas discusiones y fatigas en la
búsqueda de nuevas estructuras, no estaba de hecho extenuada y apocada? La expresión rahneriana
era plenamente comprensible, expresaba una experiencia que hacíamos todos. Pero he aquí, de pronto,
algo que nadie había planeado. He aquí que el Espíritu Santo, por así decirlo, había pedido de nuevo la
palabra. Y en hombres jóvenes y en mujeres jóvenes renacía la fe, sin «si» ni «pero», sin subterfugios ni
escapatorias, vivida en su integridad como don, como un regalo precioso que ayuda a vivir. No faltaron
ciertamente aquellos que se sintieron importunados en sus debates intelectuales, en sus modelos de
una Iglesia completamente diversa, construida sobre el escritorio, según la propia imagen. ¿Y cómo
podía ser de otro modo? Donde irrumpe el Espíritu Santo siempre desordena los proyectos de los
hombres. Pero había y hay aún dificultades más serias. Aquellos movimientos, efectivamente,
padecieron -por así decirlo- enfermedades de la primera edad. Se les había concedido acoger la fuerza
del Espíritu, el cual, sin embargo, actúa a través de hombres y no los libra por encanto de sus
debilidades. Había propensión al exclusivismo, a visiones unilaterales, de donde provino la dificultad
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¡Venga tu Reino!
para integrarse en las iglesias locales. Desde el propio empuje juvenil, aquellos chicos y chicas tenían la
convicción de que la iglesia local debería elevarse, por así decir, a su modelo y nivel, y no viceversa, que
les correspondiese a ellos dejarse engastar en un conjunto que tal vez estaba de verdad lleno de
incrustaciones. Se tuvieron fricciones, de las cuales, en modos diversos, fueron responsables ambas
partes. Se hizo necesario reflexionar sobre cómo las dos realidades -la nueva floración eclesial originada
por situaciones nuevas y las estructuras preexistentes de la vida eclesial, es decir, la parroquia y la
diócesis- podían relacionarse de forma justa. Aquí se trata, en gran medida, de cuestiones más bien
prácticas, que no deben ser llevada demasiado alto en los cielos de lo teórico. Mas, por otro lado, está
en juego un fenómeno que se presenta periódicamente, de diversas formas, en la historia de la Iglesia.
Existe la permanente forma fundamental de la vida eclesial en la que se expresa la continuidad de los
ordenamientos históricos de la Iglesia. Y se tienen siempre nuevas irrupciones del Espíritu Santo, que
vuelven siempre viva y nueva la estructura de la Iglesia. Pero casi nunca esta renovación se encuentra
del todo inmune de sufrimientos y fricciones. Por lo tanto, no se nos puede eximir de la obligación de
dilucidar cómo se pueda individuar correctamente la colocación teológica de los «movimientos» en la
continuidad de los ordenamientos eclesiales.
I. Intentos de clarificación a través de una dialéctica de los principios:
1. Institución y Carisma
Para la solución del problema se ofrece sobre todo como esquema fundamental, la dualidad de
Institución y evento, Institución y Carisma. Pero, dado que se intenta iluminar más a fondo las dos
nociones, para dar con reglas sobre las que precisar válidamente su relación recíproca, se perfila algo
inesperado. El concepto de «Institución» se escapa de entre las manos de quien intenta definirlo con
rigor teológico. ¿Qué cosa son, en efecto, los elementos institucionales implicados que orientan a la
Iglesia en su vida como estructura estable? Obviamente, el ministerio sacramental en sus diversos
grados: episcopado, presbiterado, diaconado. El sacramento, que -significativamente- lleva consigo el
nombre de «Orden», es en definitiva la única estructura permanente y vinculante que, diríamos, da a la
Iglesia su estructura estable originaria y la constituye como «Institución». Pero sólo en nuestro siglo,
ciertamente por razones de conveniencia ecuménica, se ha hecho de uso común designar el sacramento
del Orden simplemente como «ministerio», puesto que aparece a partir del único punto de vista de la
Institución, de la realidad institucional. Sólo que, este ministerio es un sacramento y, por lo tanto, es
evidente que se rompe la común concepción sociológica de Institución. Que el único elemento
estructural permanente de la Iglesia sea un «sacramento», significa, al mismo tiempo, que éste debe ser
continuamente actualizado por Dios. La Iglesia no dispone autónomamente de él, no se trata de algo
que exista simplemente y por determinar según las propias decisiones. Sólo secundariamente se realiza
por una llamada de la Iglesia; primariamente, por el contrario, se actúa por una llamada de Dios dirigida
a estos hombres, digamos en modo carismático-pneumatológico. Se sigue que puede ser acogido y
vivido, incesantemente, sólo en fuerza de la novedad de la vocación, de la indisponibilidad del Espíritu.
Puesto que las cosas están así, puesto que la Iglesia no puede instituir ella misma simplemente unos
«funcionarios», sino debe esperar a la llamada de Dios, es por esta misma razón -y, en definitiva, sólo
por ésta- que puede tenerse penuria de sacerdotes. Por lo tanto, desde el inicio ha sido claro que este
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¡Venga tu Reino!
ministerio no puede ser producido por la Institución, sino que es impetrado a Dios. Desde el inicio es
verdadera la palabra de Jesús: «¡La mies es mucha, y los operarios pocos. Rogad, pues, al dueño de la
mies que envíe operarios a su mies!» (Mt 9, 37ss). Se entiende de este modo, por lo tanto, que la
llamada de los doce apóstoles haya sido fruto de una noche de oración de Jesús (Lc 6, 12ss).
La Iglesia latina ha subrayado explícitamente tal carácter rigurosamente carismático del ministerio
presbiteral, y lo ha hecho -en coherencia con antiquísimas tradiciones eclesiales- vinculando la
condición presbiteral con el celibato, que con toda evidencia puede ser entendido sólo como carisma
personal, y no simplemente como cualidad ministerial. La pretensión de separar la una de la otra se
apoya, en definitiva, sobre la idea de que el estado presbiteral pueda ser considerado no carismático,
sino -para la seguridad de la Institución y de sus exigencias- como puro y simple ministerio que toca a la
Institución misma conferir. Si de este modo se quiere integrar totalmente el estado presbiteral en la
propia realidad administrativa, con sus seguridades institucionales, he aquí que el vínculo carismático,
que se encuentra en la exigencia del celibato, se vuelve un escándalo por eliminar lo antes posible.
Pero, después, también la Iglesia en su totalidad se entiende como una estructura puramente humana,
y nunca alcanzará la seguridad que de esa forma se buscaba. Que la Iglesia no sea una Institución
nuestra, no obstante la irrupción de alguna otra cosa, puesto que es por su naturaleza «iuris divini», de
derecho divino, es un hecho del que se sigue que nosotros no podemos jamás creárnosla por nosotros
mismos. Equivale a decir que no nos es lícito jamás aplicarle un criterio puramente institucional;
equivale a decir que la Iglesia es enteramente ella misma sólo a partir de momento en que se
trascienden los criterios y las modalidades de las instituciones humanas.
Naturalmente, junto con esta estructura fundamental verdadera y propia -el sacramento-, en la Iglesia
existen también instituciones de derecho meramente humano, destinadas a múltiples formas de
administración, organización, coordinación, que pueden y deben desarrollarse según las exigencias de
los tiempos. Sin embargo, hay que decir a renglón seguido, que la Iglesia tiene, sí, necesidad de
semejantes instituciones; pero, que si éstas se hacen demasiado numerosas y preponderantes, ponen
en peligro la estructura y la vitalidad de su naturaleza espiritual. La Iglesia debe continuamente verificar
su propio conjunto institucional, para que no se revista de indebida importancia, no se endurezca en
una armadura que sofoque aquella vida espiritual que le es propia y peculiar. Naturalmente es
comprensible que si desde hace mucho tiempo faltan vocaciones sacerdotales, la Iglesia sienta la
tentación de procurarse, por así decir, un clero sustitutivo de derecho puramente humano. Ella puede
encontrarse realmente en la necesidad de instituir estructuras de emergencia, y se ha valido de esto
frecuentemente y con gusto en las misiones y en situaciones análogas. No se puede estar más que
agradecidos a cuantos en semejantes situaciones eclesiales de emergencia han servido y sirven como
animadores de la oración y primeros predicadores del Evangelio. Pero si en todo esto se descuidase la
oración por las vocaciones al Sacramento, si aquí o allá la Iglesia comenzase a bastarse en tal modo a sí
misma y, podríamos decir, a volverse casi autónoma del don de Dios, ella se comportaría como Saúl,
que en la gran tribulación filistea esperó largamente a Samuel, pero tan pronto como éste no se hizo ver
y el pueblo comenzó a despedirse, perdió la paciencia y ofreció él mismo el holocausto. A él, que había
pensado precisamente que no podía actuar de otra manera en caso de emergencia y que se podía, más
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¡Venga tu Reino!
aún se debía permitir tomar en mano él mismo la causa de Dios, le fue dicho que precisamente por esto
se había jugado todo: «Obediencia yo quiero, no sacrificio» (cf. 1 Sam, 13, 8-14; 15, 22).
Volvamos a nuestra pregunta: ¿cómo es la relación recíproca entre estructuras eclesiales estables y los
continuos brotes carismáticos? No nos da una respuesta satisfactoria el esquema Institución-Carisma,
ya que la contraposición dualista de estos dos aspectos describe insuficientemente la realidad de la
Iglesia. Esto no quita que, de cuanto se ha dicho hasta ahora, pueda tomarse un primer principio
orientativo:
a) Es importante que el ministerio sacro, el sacerdocio, sea entendido y vivido también él
carismáticamente. El sacerdote tiene también el deber de ser un «pneumático», un homo spiritualis, un
hombre suscitado, estimulado, inspirado por el Espíritu Santo. Es un deber de la Iglesia hacer que este
carácter del sacramento sea considerado y aceptado. En la preocupación por la sobrevivencia de sus
estructuras, no le está permitido poner en primer plano el número, reduciendo las exigencias
espirituales. Si lo hiciese, volvería irreconocibles el sentido mismo del sacerdocio y la fe. La Iglesia debe
ser fiel y reconocer al Señor como aquél que crea y sostiene la Iglesia. Y debe ayudar de todas maneras
al llamado a permanecer fiel más allá de sus inicios, a no caer lentamente en la rutina, pero sobre todo
a volverse cada día más un verdadero hombre del Espíritu.
b) Allá donde el ministerio sacro haya sido vivido así, pneumáticamente y carismáticamente, no se da
ninguna rigidez institucional: subsiste, en cambio, un apertura interior al Carisma, una especie de
«olfato» para el Espíritu Santo y su actuar. Y entonces también el Carisma puede reconocer nuevamente
su propio origen en el hombre del ministerio, y se encontrarán vías de fecunda colaboración en el
discernimiento de los espíritus.
c) En situaciones de emergencia la Iglesia debe instituir estructuras de emergencia. Pero estas últimas,
deben entenderse a sí mismas en apertura interior al sacramento, dirigirse a él, no alejarse de él. En
líneas generales, la Iglesia deberá mantener las instituciones administrativas lo más reducidas posible.
Lejos de sobreinstitucionalizarse, deberá permanecer siempre abierta a las imprevistas, improgramables
llamadas del Señor.
2. Cristología y pneumatología
Pero, ahora se presenta la pregunta: ¿si Institución y Carisma son sólo parcialmente considerables como
realidades que se limitan y, por lo tanto, el binomio no aporta más que respuestas parciales a nuestra
cuestión, se dan quizás otros puntos de vista teológicos más apropiados? En la actual teología es
siempre más evidente que emerge, en primer plano, la contraposición entre el aspecto cristológico y el
pneumatológico de la Iglesia. De donde se afirma que el sacramento está correlacionado con la línea
cristológico-encarnacional, a la que después debería sumarse la línea pneumatológico-carismática. Es
justo decir al respecto que se debe hacer distinción entre Cristo y Espíritu. Al contrario, como no se
puede tratar a las tres personas de la Trinidad como una comunidad de tres dioses, sino que se debe
entender como un único Dios en la tríada relacional de las Personas, así también la distinción entre
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¡Venga tu Reino!
Cristo y el Espíritu es correcta sólo si, gracias a su diversidad, logramos entender mejor su unidad. No es
posible comprender correctamente al Espíritu sin Cristo, pero tampoco a Cristo sin el Espíritu Santo. «El
Señor es el Espíritu», nos dice Pablo en 2 Cor 3, 17. Esto no quiere decir que los dos sean sic et
simpliciter la misma realidad o la misma persona. Quiere decir, más bien, que Cristo en cuanto es el
Señor, puede estar entre nosotros y para nosotros, sólo en cuanto la encarnación no ha sido su última
palabra. La encarnación tiene cumplimiento en la muerte en la Cruz, y en la Resurrección. Es como decir
que Cristo puede venir sólo en cuanto nos ha precedido en el orden vital del Espíritu Santo y se
comunica a través de él y en él. La cristología pneumatológica de san Pablo y de los discursos de
despedida del Evangelio de Juan aún no han penetrado suficientemente en nuestra visión de la
cristología y de la pneumatología. Sin embargo, este es el presupuesto esencial para que existan
sacramento y presencia sacramental del Señor.
He aquí, por lo tanto, que una vez más se iluminan el ministerio «espiritual» en la Iglesia y su colocación
teológica, que la tradición ha fijado en la noción de successio apostolica. «Sucesión apostólica» no
significa, en efecto, como podría parecer, que nos volvemos, por así decir, independientes del Espíritu
gracias al ininterrumpido concatenarse de la sucesión. Exactamente al contrario, el vínculo con la línea
de la successio significa que el ministerio sacramental no está jamás a nuestra disposición, sino que
debe ser dado siempre y continuamente por el Espíritu, siendo precisamente aquel Sacramento-Espíritu
que no podemos hacernos por nosotros, actuarnos por nosotros. Para ello, no es suficiente la
competencia funcional en cuanto tal: es necesario el don del Señor. En el sacramento, en el vicario
operar de la Iglesia por medio de signos, Él ha reservado para sí mismo la permanente y continua
institución del ministerio sacerdotal. La unión más peculiar entre «una vez» y «siempre», que vale para
el misterio de Cristo, aquí se hace de un modo más visible. El «siempre» del sacramento, el hacerse
presente pneumáticamente del origen histórico, en todas las épocas de la Iglesia, presupone el vínculo
con el «efapax», con el irrepetible evento originario. El vínculo con el origen, con aquella estaca
firmemente clavada en tierra, que es el evento único y no repetible, es imprescindible. Jamás podremos
evadirnos en una pneumatología suspendida en el aire, jamás podremos dejar a las espaldas el sólido
terreno de la encarnación, del operar histórico de Dios. Por el contrario, sin embargo, este irrepetible se
hace participable en el don del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo resucitado. El irrepetible no
desemboca en lo ya sido, en la no repetibilidad de lo que ha pasado para siempre, sino que posee en sí
la fuerza del volverse presente, ya que Cristo ha atravesado el «velo de la carne» (Heb 10, 20) y, por
tanto, en el evento, el irrepetible ha vuelto accesible lo que siempre permanece. ¡La encarnación no se
detiene en el Jesús histórico, en su «sarx» (cf. 2 Cor 5, 16)! El «Jesús histórico» será precisamente
importante para siempre porque su carne es transformada con la Resurrección, de modo que ahora Él
puede, con la fuerza del Espíritu Santo, hacerse presente en todos los lugares y en todos los tiempos,
como admirablemente muestran los discursos de despedida de Jesús en el Evangielio de Juan (cf.
particularmente Jn 14, 28: «Me voy y regresaré a vosotros»). De esta síntesis cristológicopneumatológica es de esperar que, para la solución de nuestro problema, nos sea de gran utilidad una
profundización en la noción de «sucesión apostólica».
3. Jerarquía y profecía
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¡Venga tu Reino!
Antes de profundizar en estas ideas, mencionemos brevemente una tercera propuesta de
interpretación de la relación entre las estructuras eclesiales estables y las nuevas floraciones
pneumáticas: hoy hay quien, retomando la interpretación escriturística de Lutero sobre la dialéctica
entre la Ley y el Evangelio, contrapone sin más la línea cúltico-sacerdotal a la profética en la historia de
la salvación. En la segunda se inscribirían los movimientos. También esto, como todo lo que sobre esto
habíamos reflexionado hasta ahora, no es del todo erróneo; pero, aún es demasiado impreciso y por
esto inutilizable, tal como se presenta. El problema es demasiado vasto para ser tratado a fondo en esta
sede. Sobre todo habría que recordar que la ley misma tiene carácter de promesa. Sólo porque es tal,
Cristo ha podido cumplirla y, cumpliéndola, ha podido al mismo tiempo «abolirla». Ni siquiera los
profetas bíblicos, en verdad, han relegado la Torá, más bien, al contrario, han pretendido valorizar su
verdadero sentido, polemizando contra los abusos que se hacían de ella. Es relevante, en fin, que la
misión profética sea siempre conferida a personas singulares y jamás sea fijada a una «casta»
(«coetus») o status peculiar. Siempre que (como de hecho ha sucedido) la profecía se presenta como un
status, los profetas bíblicos la critican con dureza no menor que aquella que usan con la «casta» de los
sacerdotes veterotestamentarios. Dividir la Iglesia en una «izquierda» y en una «derecha», en el estado
profético de las órdenes religiosas o de los movimientos de una parte y la jerarquía de la otra, es una
operación a la que nada en la Escritura nos autoriza. Al contrario, es algo artificial y absolutamente
antitético a la Escritura. La Iglesia está edificada no dialécticamente, sino orgánicamente. De verdadero,
por lo tanto, sólo queda que en ella se dan funciones diversas y que Dios suscita incesantemente
hombres proféticos -sean ellos laicos, religiosos o, por qué no, obispos y sacerdotes- los cuales le lanzan
aquella llamada, que en la vida normal de la «institución» no alcanzaría la fuerza necesaria.
Personalmente, considero que no sea posible entender a partir de esta esquematización la naturaleza y
deberes de los movimientos. Y ellos mismos están muy lejos de entenderse de tal manera. El fruto de
las reflexiones expuestas hasta ahora es escaso para los fines de nuestra problemática, pero no por esto
carece de importancia. No se llega a la meta si como punto de partida hacia una solución, se escoge una
dialéctica de los principios. En vez de intentar por esta vía, a mi parecer conviene adoptar un
planteamiento histórico, que es coherente con la naturaleza histórica de la fe y de la Iglesia.
II. Perspectiva histórica: sucesión apostólica y movimientos apostólicos
1. Ministerios universales y locales
Preguntémonos, pues: ¿cómo aparece el exordio de la Iglesia? También quien dispone de un modesto
conocimiento de los debates sobre la Iglesia naciente, en función de cuya configuración todas las
iglesias y comunidades cristianas buscan justificarse, sabe bien que parece una empresa desesperada
poder llegar a algún resultado partiendo desde semejante pregunta de naturaleza historiográfica. Si no
obstante esto, me arriesgo a comenzar para buscar a tientas una solución, esto sucede con el
presupuesto de una visión católica de la Iglesia y de sus orígenes que, por una parte, nos ofrece una
marco sólido, pero, por otro lado, nos deja espacios abiertos de ulterior reflexión, que están todavía
muy lejos de ser agotados. No queda ninguna duda de que los inmediatos destinatarios de la misión de
Cristo sean, a partir de Pentecostés, los doce apóstoles, que rápidamente encontramos denominados
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¡Venga tu Reino!
también «apóstoles». A ellos se les confía el deber de hacer llegar el mensaje de Cristo «hasta los
últimos confines de la tierra» (Hc 1, 8), de ir a todos los pueblos y hacer de todos los hombres discípulos
de Jesús (cf. Mt 28, 19). El área asignada a ellos es el mundo. Sin delimitaciones locales ellos sirven a la
creación del único cuerpo de Cristo, del único pueblo de Dios, de la única Iglesia de Cristo. Los apóstoles
no eran obispos de determinadas iglesias locales, aunque sí apóstoles y, en cuanto tales, destinados al
mundo entero y a la entera Iglesia por construir; la Iglesia universal precede a las iglesias locales que
surgen como actuaciones concretas de ella. Para decirlo aún más claramente y sin sombra de equívocos,
Pablo no fue jamás obispo de una determinada localidad, ni quiso jamás serlo. La única repartición que
se tuvo a los inicios Pablo la delínea en Gal 2, 9: «Nosotros -Bernabé y yo- para los paganos; ellos Pedro, Santiago y Juan- para los hebreos». Sólo que de esta bipartición inicial se pierde rápidamente
toda huella: también Pedro y Juan se saben enviados a los paganos e inmediatamente cruzan los
confines de Israel. Santiago, el hermano del Señor, que después del año 42 se convierte en una especie
de primado de la Iglesia hebraica, no era un apóstol.
También sin ulteriores consideraciones de detalle, podemos afirmar que el ministerio apostólico es un
ministerio universal, dirigido a la humanidad entera, y por lo tanto a la única Iglesia Universal. A partir
de la actividad misionera de los apóstoles nacen las iglesias locales, las cuales tienen necesidad de
responsables que las guíen. A ellos incumbe la obligación de garantizar la unidad de fe con la Iglesia
entera, de plasmar la vida interna de las iglesias locales y de mantener abiertas las comunidades, a fin
de permitirles crecer numéricamente y de hacer llegar el don del Evangelio a los conciudadanos aún no
creyentes. Este ministerio eclesial local, que al inicio aparece bajo múltiples denominaciones, adquiere
poco a poco una configuración estable y unitaria. En la Iglesia naciente, por lo tanto, existen con toda
evidencia, codo a codo, dos estructuras que, aun teniendo, sin duda, relación entre sí, son netamente
distinguibles: por una parte, los servidores de las iglesias locales, que poco a poco van asumiendo
formas estables; por otra, el ministerio apostólico, que pronto ya no está reservado únicamente a los
Doce (cf Ef 4, 10). En Pablo se pueden distinguir netamente dos concepciones de «apóstol»: por un lado,
él acentúa mucho la unicidad específica de su apostolado, que apoya sobre un encuentro con el
Resucitado y que, por lo tanto, lo coloca al mismo nivel que los Doce. Por el otro, Pablo prevé -por
ejemplo en 1 Cor 12, 28- un ministerio de «apóstol» que trasciende por mucho el círculo de los Doce:
también cuando en Rm 16, 7 él designa a Andrónico y a Junia como apóstoles, subyace esta concepción
más amplia. Una terminología análoga encontramos en Ef 2, 20, donde, hablándonos de apóstoles y
profetas como fundamento de la Iglesia, ciertamente no se refiere sólo a los Doce. Los Profetas de los
que habla la Didaché, al inicio del segundo siglo, son considerados con toda evidencia como un
ministerio misionero universal. Todavía más interesante es que de ellos se dice: «Son vuestros sumos
sacerdotes» (13, 3).
Podemos, por lo tanto, partir del hecho de que la convivencia de los dos tipos de ministerio --el
universal y el local-- perdura hasta avanzado el siglo segundo, esto es, hasta la época en que se
cuestiona ya seriamente quién sea ahora el portador de la unidad apostólica. Varios textos nos inducen
a pensar que la convivencia de las dos estructuras estuvo muy lejos del proceder sin conflictos. La
Tercera carta de Juan nos evidencia una situación conflictiva del género. Pero cuanto más se alcanzaban
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¡Venga tu Reino!
-tal como eran accesibles entonces- los «últimos confines de la tierra», tanto más se volvía difícil
continuar atribuyendo a los «itinerantes» una posición que tuviese un sentido; es posible que abusos en
su ministerio hayan contribuido a favorecer la separación gradual. Quizás correspondía a las
comunidades locales y a sus responsables -que mientras tanto habían asumido un perfil bien denotado
en la tríada de obispo, presbítero, diácono- el deber de propagar la fe en las áreas de las respectivas
iglesias locales. Que en el tiempo del emperador Constantino los cristianos sumasen cerca del ocho por
ciento de la población de todo el imperio y que al fin del siglo IV fuesen todavía una minoría, es un
hecho que dice cuán grave era aquél deber. En tal situación los jefes de las iglesias locales, los obispos,
debieron darse cuenta de que quizás ellos se habían convertido en los sucesores de los apóstoles y que
el mandato apostólico recaía completamente sobre sus espaldas. La conciencia de que los obispos, los
jefes responsables de las iglesias locales, son los sucesores de los apóstoles, encuentra una clara
configuración en Ireneo de Lyón en la segunda mitad del siglo II. Las determinaciones que él da sobre la
esencia del ministerio episcopal incluyen dos elementos fundamentales:
a) «Sucesión apostólica» significa sobretodo algo que para nosotros es obvio: garantizar la continuidad y
la unidad de la fe y eso en una continuidad que nosotros llamamos «sacramental».
b) Pero a todo esto va unido un deber concreto, que trasciende la administración de las iglesias locales:
los obispos deben preocuparse de que se siga cumpliendo el mandato de Jesús, el mandato de hacer de
todos los pueblos discípulos suyos, y de llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra. A ellos -e
Ireneo lo subraya vigorosamente- les toca impedir que la Iglesia se transforme en una federación de
iglesias locales yuxtapuestas, y que conserve su unidad y su universalidad. Los obispos deben continuar
el dinamismo universal del carácter apostólico de la Iglesia.
Si al inicio hemos mencionado el peligro de que el ministerio presbiteral pueda transformarse en algo
meramente institucional y burocrático, olvidando la dimensión carismática, ahora se perfila un segundo
peligro: el ministerio de la sucesión apostólica puede reducirse a despachar servicios en el ámbito de la
iglesia local, olvidando en el corazón y en la acción, la universalidad del mandato de Cristo. La inquietud
que nos impulsa a llevar a los demás el don de Cristo puede extinguirse en la parálisis de una Iglesia
firmemente organizada. En palabras un poco más fuertes: es intrínseco al concepto de sucesión
apostólica algo que trasciende el ministerio eclesiástico meramente local. La sucesión apostólica no
puede reducirse a esto. El elemento universal, que va más allá de los servicios debidos a las iglesias
locales, permanece como una necesidad imprescindible.
2. Movimientos apostólicos en la historia de la Iglesia
Esta tesis, que anticipa las conclusiones de mi argumento, debe ser profundizada y concretada en el
plano historiográfico. Ella nos lleva directamente hacia el problema de la situación eclesial de los
movimientos. He dicho que, por diversas razones, en el siglo II, los servicios ministeriales propios de la
Iglesia universal desaparecen y el ministerio episcopal las asume totalmente. Por muchas razones fue
una evolución no sólo históricamente inevitable, sino también teológicamente indispensable; gracias a
ello se manifestó la unidad del sacramento y la unidad intrínseca del servicio apostólico. Pero, como ya
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¡Venga tu Reino!
se ha dicho, fue una evolución que acarreaba peligros. Por ello fue lógico que en el siglo III apareciera,
en la vida de la Iglesia, un elemento nuevo que se puede definir sin ninguna dificultad como un
«movimiento»: el monaquismo. Se puede objetar que el monaquismo original no tuvo ningún carácter
misionero ni apostólico, y que, por el contrario, era una huida del mundo hacia islas de santidad.
Indudablemente, se ve al inicio una falta de tensión misionera, orientada directamente a la propagación
de la fe por todo el mundo. En Antonio, que destaca como una figura histórica claramente individuable
en los inicios del monaquismo, el ímpetu determinante es la decisión de aspirar a la vida evangélica, la
voluntad de vivir radicalmente el Evangelio en su plenitud. La historia de su conversión es
sorprendentemente similar a la de san Francisco de Asís. Las motivaciones de éste y de aquél son
idénticas: tomar el Evangelio al pie de la letra, seguir a Cristo en la pobreza total y conformar la vida con
la suya. Ir al desierto es una huida de la estructura fuertemente organizada de la Iglesia local, evadirse
de una cristiandad que poco a poco se adapta a las necesidades de la vida en el mundo, para seguir a
Cristo sin «si» ni «pero». Surge una nueva paternidad espiritual, que no tiene, es cierto, ningún carácter
explícitamente misionero, pero que incorpora la de los obispos y presbíteros con la fuerza de una vida
vivida en todo u para todo pneumáticamente.
En Basilio, que dio un sello definitivo el monaquismo oriental, se puede ver de modo claro y definido, la
problemática con que varios movimientos se saben confrontados hoy. Él no quiso crear una institución
al margen de la Iglesia institucional. La primera regla propiamente dicha que escribió, pretendía ser para decirlo con von Balthasar- no una regla de religiosos, sino una regla eclesial, «el Enchiridion del
cristiano resuelto». Es lo que sucede en los orígenes de casi todos los movimientos, también y de modo
especial en nuestro siglo: no se busca una comunidad particular, sino el cristianismo integral, la Iglesia
que, obedeciendo al Evangelio, viva de él. Basilio, que al principio fue monje, aceptó el episcopado,
subrayando vigorosamente su carácter carismático, la unidad interior de la Iglesia vivida por el obispo
en su vida personal. La lucha de Basilio es análoga a la de los movimientos contemporáneos: él debió
admitir que el movimiento del seguimiento radical, no se dejaba fundir totalmente en la realidad de la
iglesia local. En su segundo intento de regla, la que Gribomont denomina «el pequeño Asketikon»,
parece que según él el movimiento es una «forma intermedia entre un grupo de cristianos resueltos,
abierto a la totalidad de la Iglesia, y una orden monástica que se va organizando e institucionalizando».
El mismo Gribomont ve en la comunidad monástica fundada por Basilio un «pequeño grupo para la
vitalización del todo» eclesial, y no duda en considerar a Basilio «patrono no sólo de las órdenes
educadoras y asistenciales, sino también de las nuevas comunidades sin votos».
Es claro, por lo tanto, que el movimiento monástico crea un nuevo centro de vida, que no socava las
estructuras de la iglesia local sub-apostólica, pero que tampoco coincide sic et simpliciter con ella, ya
que actúa en ella como fuerza vivificante, y constituye al mismo tiempo una reserva de la cual la iglesia
local puede servirse para procurarse eclesiásticos verdaderamente espirituales, en los cuales se funden,
cada vez de modo nuevo, Institución y Carisma. Es significativo que la Iglesia oriental busque sus
obispos en el mundo monástico y de este modo defina al episcopado carismáticamente como un
ministerio que se renueva incesantemente a partir de su carácter apostólico.
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¡Venga tu Reino!
Si se mira la historia de la Iglesia en su conjunto, salta a la vista que por un lado el modelo de Iglesia
local está decididamente configurado por el ministerio episcopal, es el nexo y la estructura permanente
a lo largo de los siglos. Pero ella está también permeada incesantemente por las diversas oleadas de
nuevos movimientos, que revalorizan continuamente el aspecto universal de la misión apostólica y la
radicalidad el Evangelio, y que, por esto mismo, sirven para asegurar vitalidad y verdad espirituales a las
iglesias locales. Quiero dar algunos trazos de cinco de estas oleadas posteriores al monaquismo de la
Iglesia primitiva, de las cuales emerge siempre con mayor claridad la esencia espiritual de lo que
podemos llamar «movimiento», clarificando así progresivamente su ubicación eclesiológica.
1) La primera oleada la veo en el monaquismo misionero que tuvo su esplendor desde Gregorio Magno
(590-604) a Gregorio II (715-731) y Gregorio III (731-741). El Papa Gregorio Magno intuyó el intrínseco
potencial misionero del monaquismo y lo puso en acción enviando a los paganos anglos de las islas
británicas al monje Agustín, (que después fue obispo de Canterbury) y a sus compañeros. Ya se había
tenido la misión irlandesa de San Patricio, que también echaba sus raíces espirituales en el
monaquismo. Por lo tanto, se ve que el monaquismo es el gran movimiento misionero que incorpora los
pueblos germanos a la Iglesia católica, edificando así la nueva Europa, la Europa cristiana. Armonizando
Oriente y Occidente, en el siglo IX, los hermanos y monjes Cirilo y Metodio, llevan el Evangelio al mundo
eslavo. De todo esto emergen dos elementos constitutivos que definen la realidad llamada
«movimiento»:
a) El Papado no ha creado los movimientos, pero ha sido su esencial sostén dentro de la estructura de la
Iglesia, su pilar eclesial. Aquí se ve claramente el sentido profundo y la verdadera esencia del ministerio
petrino: el obispo de Roma no es sólo el obispo de una iglesia local; su ministerio alcanza siempre a la
Iglesia Universal. En cuanto tal, tiene un carácter apostólico en un sentido totalmente específico. Debe
mantener vivo el dinamismo misionero «ad extra» y «ad intra». En la Iglesia oriental fue al emperador
quien pretendió en un primer momento un cierto tipo de ministerio de la unidad y de la universalidad;
no fue por casualidad que se quiso atribuir a Constantino el título de apóstol ad extra. Pero su
ministerio puede ser en el mejor de los casos una función de suplencia temporal, lo cual conlleva un
peligro evidente. No es por casualidad que desde la mitad del siglo segundo, con la extinción de los
antiguos ministerios universales, los papas hayan manifestado con claridad creciente la voluntad de
tutelar los componentes ya mencionados de la misión apostólica. Los movimientos, que superan el
ámbito de la estructura de la iglesia local, y el papado, van siempre codo a codo, y no por casualidad.
b) El motivo de la vida evangélica, que se encuentra ya en Antonio de Egipto, en los inicios del
movimiento monástico, es decisivo. Pero ahora se pone en evidencia que la vida evangélica incluye el
servicio de la evangelización: la pobreza y la libertad de vivir según el Evangelio son presupuestos de
aquel servicio al Evangelio que supera los confines del propio país y de la propia comunidad y que como veremos con más precisión-, es a su vez la meta y la íntima motivación de la vida evangélica.
2) Quiero referirme sumariamente al movimiento de reforma monástica de Cluny, decisivo en el siglo X,
que se apoyó también en el papado para obtener la emancipación de la vida religiosa del feudalismo y
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¡Venga tu Reino!
de la influencia de los feudatarios episcopales. Gracias a las confederaciones de los monasterios, el
movimiento cluniacense fue el gran movimiento devocional y renovador en el cual tomó forma la idea
de Europa. Del dinamismo reformador de Cluny brotó, en el siglo XI, la reforma gregoriana, que salvó al
papado del torbellino producido por las disputas entre los nobles romanos y por la mundanización,
librando la gran batalla por la independencia de la Iglesia y la salvaguardia de su naturaleza espiritual
propia, aun cuando después la empresa degeneró en una lucha de poder entre el Papa y el Emperador.
3) Aún en nuestros días permanece viva la fuerza espiritual del movimiento evangélico que hizo
explosión en el siglo XII con Francisco de Asís y Domingo de Guzmán. En cuanto a Francisco, es evidente
que no pretendía fundar una nueva orden, una comunidad separada. Quería simplemente llamar a la
Iglesia al Evangelio total, reunir el «pueblo nuevo», renovar la Iglesia a partir del Evangelio. Los dos
significados de la expresión, «vida evangélica» se entrelazan inseparablemente: el que vive el Evangelio
en la pobreza de la renuncia a los bienes y a la descendencia, debe por lo mismo anunciar el Evangelio.
En aquellos tiempos había una gran necesidad de evangelización y Francisco consideraba como su tarea
esencial, así como la de sus hermanos, anunciar a los hombres el núcleo íntimo del mensaje de Cristo. Él
y los suyos querían ser evangelizadores. Y de ahí resulta la exigencia lógica de ir más allá de los confines
de la cristiandad, de llevar el Evangelio hasta el último rincón de la tierra.
Tomás de Aquino, en su polémica con los clérigos seculares que se batían en la Universidad de París
como campeones de una estructura eclesial local, mezquinamente cerrada al movimiento de
evangelización, sintetizó lo nuevo y aquello que había de raíz antigua de los dos movimientos (el
franciscano y el dominico) con el modelo de vida religiosa que había surgido. Los seculares querían que
sólo fuera aceptado el tipo monástico cluniacense, en su aspecto tardío y esclerótico: monasterios
separados de la iglesia local, rigurosamente encerrados en la vida claustral y dedicados exclusivamente
a la contemplación. Comunidades de ese tipo no podían perturbar el orden de la iglesia local; en
cambio, con las nuevas órdenes mendicantes, los conflictos a todos los niveles eran inevitables. En este
contexto, Tomás de Aquino pone como modelo a Cristo mismo, y partiendo de él, defiende la
superioridad de la vida apostólica a un estilo de vida puramente contemplativo. «La vida activa, que
inculca a los demás las verdades alcanzadas con la predicación y la contemplación, es más perfecta que
la vida puramente contemplativa». Tomás de Aquino se sabe heredero de los repetidos florecimientos
de la vida monástica, que se reconducen todos a la «vita apostolica». Pero, interpretando esta última
sobre la base de la experiencia de las órdenes mendicantes, de las cuales provenía, dio un paso notable
proponiendo algo que había estado activamente presente en la tradición monástica, pero sobre lo cual
no se había reparado mucho hasta ese momento. Todos, a propósito de la «vita apostolica», se habían
apoyado en la Iglesia primitiva; Agustín, por ejemplo, elaboró toda su regla sobre Hc 4, 32: eran «un
solo corazón y una sola alma». Pero a este modelo esencial, Tomás de Aquino agrega el discurso del
envío que Jesús dirige a los apóstoles en Mt 10, 5-15: la genuina «vita apostolica» es la que sigue las
enseñanzas de Hc 4 y de Mt 10: «La vida apostólica consiste en esto: después de haber dejado todo, los
apóstoles recorrieron el mundo anunciando el Evangelio y predicando, como resulta de Mt 10, donde
les es impuesta una regla». Por lo tanto Mt 10 se presenta nada menos que como una regla de orden
religioso, o mejor dicho, como la regla de vida y misión, que el Señor ha dado a los apóstoles, es en sí
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¡Venga tu Reino!
misma la regla permanente de la vida apostólica, una regla que la Iglesia siempre ha necesitado. Sobre
la base de ella se justifica y se convalida el nuevo movimiento de evangelización.
La polémica parisina entre el clero secular y los representantes de los nuevos movimientos, a cuyo
ámbito pertenecen los textos citados, es de perenne importancia. Una idea estrecha y empobrecida de
la Iglesia, en la cual se absolutiza la estructura de la iglesia local, no puede tolerar un nuevo brote de
anunciadores, que por su parte, obtienen necesariamente su sostén en el portador del ministerio
eclesial universal, el Papa, como garante del impulso misionero y de la institución de una Iglesia. Se
sigue necesariamente de ello el nuevo impulso a la doctrina del primado, que a pesar de todo -más allá
de cualquier matiz ligado al tiempo- fue repensada y comprendida con mayor profundidad en sus raíces
apostólicas.
4) Ya que se trata no tanto de la historia de la Iglesia sino de una presentación de las formas de vida de
la Iglesia, puedo limitarme a mencionar brevemente los movimientos de evangelización del siglo XVI.
Entre ellos destacan los jesuitas, que emprenden la misión a escala mundial sea en la recién descubierta
América, en África o en Asia; no se quedan detrás los franciscanos y dominicos que mantenían vivo su
impulso misionero.
5) Para terminar, es de todos conocida la nueva oleada de movimientos que se da en el siglo XIX. Nacen
congregaciones específicamente misioneras que apuntan en principio, más que a una renovación
eclesial interna, a la misión en los continentes aún poco evangelizados. Esta vez no hay conflictos con
las estructuras de las iglesias locales, es más, se da una fecunda colaboración, de la cual reciben
renovadas energías también las iglesias locales ya existentes, ya que los nuevos misioneros están
poseídos por el impulso de la difusión del Evangelio y del servicio de la caridad. Aparece ahora de forma
destacada un elemento que, a pesar de no estar ausente en los movimientos precedentes, puede pasar
desapercibido: El movimiento apostólico del siglo XIX ha sido sobre todo un movimiento de carácter
femenino, en el cual se pone un particular acento sobre la caridad, la asistencia a los pobres y enfermos.
Todos conocemos lo que las nuevas comunidades femeninas han significado y significan todavía para los
hospitales e instituciones asistenciales. Pero también tienen una importancia notable en la escuela y en
la educación, en cuanto que en la armónica combinación de caridad, educación y enseñanza se
manifiesta en toda su variedad de matices el servicio evangélico. Si se da una mirada retrospectiva a
partir del siglo XIX, se descubre que las mujeres siempre han estado presentes en los movimientos
apostólicos de forma determinante. Basta pensar en audaces mujeres del siglo XVI como María Ward, o
por otro lado, Teresa de Ávila, en ciertas figuras femeninas del medioevo como Hildegarda de Bingen y
Catalina de Siena, en las mujeres del séquito de San Bonifacio, en las hermanas de algunos Padres de la
Iglesia, y finalmente en las mujeres mencionadas en las cartas de San Pablo o en las que acompañaban a
Jesús. Aun no siendo nunca presbíteros ni obispos, las mujeres han siempre compartido la vida
apostólica y el cumplimiento del mandato universal que le es propio.
3. La amplitud del concepto de sucesión apostólica
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¡Venga tu Reino!
Después de haber repasado rápidamente los grandes movimientos apostólicos en la historia de la
Iglesia, volvemos a la tesis previamente anticipada después de las implicaciones bíblicas: es necesario
ampliar y profundizar el concepto de sucesión apostólica si se quiere hacer justicia plenamente a todo
lo que significa y exige. ¿Qué queremos decir? Antes que nada, que es firmemente sostenida, como
núcleo de este concepto, la estructura sacramental de la Iglesia, en la cual ella recibe siempre de nuevo
la herencia de los apóstoles, el legado de Cristo. En virtud del sacramento, en el cual Cristo opera por la
fuerza del Espíritu Santo, ella se distingue de todas las demás instituciones. El sacramento significa que
la Iglesia vive y es continuamente recreada por el Señor, como «creatura del Espíritu Santo». En esta
noción deben tenerse presentes los dos componentes del sacramento intrínsecamente unidos entre sí,
de los cuales ya hemos hablado antes. En primer lugar, el elemento encarnacional-cristológico, es decir
el vínculo que une a la Iglesia con la unicidad de la Encarnación y del evento pascual, el vínculo con la
acción de Dios en la historia. Pero al mismo tiempo, está el hacerse presente de este evento por la
acción del Espíritu Santo, es decir, el componente cristológico-pneumatológico, que asegura novedad y
al mismo tiempo continuidad a la Iglesia viva.
Así se sintetiza la enseñanza perenne de la Iglesia sobre la sucesión apostólica, el núcleo del concepto
sacramental de la Iglesia. Pero este núcleo es empobrecido, o más aún, atrofiado, si se piensa
solamente en la estructura de la iglesia local. El ministerio de los sucesores de Pedro permite superar
una estructura de carácter meramente local de la Iglesia; el sucesor de Pedro no sólo es el obispo de
Roma, sino también obispo para toda la Iglesia y en toda la Iglesia. Encarna por ello un aspecto esencial
del mandato apostólico, un aspecto que nunca puede faltar en la Iglesia. Pero ni siquiera el mismo
ministerio petrino sería rectamente entendido y sería mal presentado en una monstruosa figura
anómala, si se atribuyese exclusivamente a su detentor la misión de realizar la dimensión universal de la
sucesión apostólica. En la Iglesia debe haber siempre servicios y misiones que no sean de naturaleza
puramente local, sino adecuados funcionalmente al mandato que toca a la entera realidad eclesial y a la
propagación del Evangelio. El Papa necesita de estos servicios, y éstos necesitan de él, y en la
reciprocidad de los dos tipos de misión se cumple la sinfonía de la vida eclesial. La era apostólica, que
tiene valor normativo, resalta tan vistosamente estos dos componentes de modo que lleva a cualquiera
a reconocerlos como irrenunciables para la vida de la Iglesia. El sacramento del Orden, el sacramento de
la sucesión, es necesariamente intrínseco a esta forma estructural, pero -aún más que en las Iglesias
locales- está rodeado por una multiplicidad de servicios, y aquí es imposible ignorar el papel que
corresponde a la mujer en el apostolado de la Iglesia. Resumiendo todo, podemos afirmar incluso que el
primado del sucesor de Pedro existe para garantizar estos componentes esenciales de la vida eclesial y
conectarlos ordenadamente con las estructuras de las iglesias locales.
A este punto, para evitar equívocos, se debe decir con claridad que los movimientos apostólicos se
presentan con formas siempre diversas a lo largo de la historia, y esto necesariamente, dado que son
precisamente la respuesta del Espíritu Santo a las nuevas situaciones con las cuales se va encontrando
la Iglesia. Y por lo tanto, como las vocaciones al sacerdocio, no pueden ser producidas ni establecidas
administrativamente, tampoco, y menos aún, los movimientos apostólicos pueden ser organizados y
lanzados sistemáticamente por la autoridad. Deben ser dados y de hecho son dados. A nosotros nos
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¡Venga tu Reino!
toca solamente estar solícitamente atentos a ellos, y gracias al don del discernimiento acoger cuanto
hay en ellos de bueno y aprender a superar lo menos adecuado. Una mirada retrospectiva a la historia
de la Iglesia nos ayuda a constatar con gratitud que, a pesar de todas las dificultades, siempre se ha
logrado acoger en la Iglesia las nuevas realidades que en ella germinan. Sin embargo, tampoco se
podrán olvidar todos aquellos movimientos que fracasaron o condujeron a divisiones duraderas:
cátaros, valdenses, montanistas, husitas, el movimiento de reforma del siglo XVI. Probablemente se
hablará de culpa por ambas partes, pero lo que queda es la separación.
III. Distinciones y criterios
Como último y necesario punto de esta relación, es inevitable afrontar el problema de los criterios de
discernimiento. Para poder dar respuestas sensatas, se debería en primer lugar precisar todavía un poco
el concepto de «movimiento» y quizás también intentar la propuesta de una tipología de ellos. Pero es
obvio que eso ahora no es posible. También se debería evitar la propuesta de una definición demasiado
rigurosa, ya que el Espíritu Santo siempre tiene preparadas sorpresas, y sólo retrospectivamente somos
capaces de reconocer que detrás de la gran diversidad hay una esencia común. No obstante, como
inicio de una clarificación conceptual, quisiera mostrar con brevedad tres tipos de movimientos, que
pueden encontrarse en la historia reciente. Los distinguiré con tres denominaciones: movimientos,
corrientes e iniciativas. Al movimiento litúrgico de la primera mitad de nuestro siglo, como también el
movimiento mariano, que emergió con fuerza cada vez mayor en la Iglesia desde el siglo XIX, los
caracterizaría no tanto como movimientos, sino más bien como corrientes, que después han podido
materializarse, sí, en movimientos concretos, como las Congregaciones Marianas o las agrupaciones de
juventud católica, pero no se reducen a ellos. Las recolecciones de firmas para postular una definición
dogmática o para pedir cambios en la Iglesia, frecuentes hoy en día, no son tampoco movimientos, sino
iniciativas. Qué sea un verdadero y propio movimiento probablemente se puede ver con la máxima
claridad en el florecimiento franciscano del siglo XIII: generalmente los movimientos nacen de una
persona carismática guía, se configuran en comunidades concretas, que en fuerza de su origen reviven
el Evangelio en su totalidad y sin reticencias y reconocen en la Iglesia su razón de ser, sin la cual no
podrían subsistir.
Con este intento -ciertamente bastante insuficiente- de encontrar una definición, hemos ya llegado a los
criterios que, por así decir, pueden ocupar este lugar. El criterio esencial ya ha aparecido
espontáneamente, es la radicación en la fe de la Iglesia. Quien no comparte la fe apostólica no llevar
adelante la actividad apostólica. Desde el momento en que la fe es única para toda la Iglesia, y es ella la
que produce la unidad de la Iglesia, a la fe apostólica esta necesariamente vinculado el deseo de unidad,
la voluntad de estar en la viviente comunión de la Iglesia entera, para decirlo lo más concretamente
posible: de estar con los sucesores de los apóstoles y con el sucesor de Pedro, a quien corresponde la
responsabilidad de la integración entre iglesias locales e Iglesia universal, como único pueblo de Dios. Si
la ubicación, el lugar de los movimientos de la Iglesia, es su carácter apostólico, es lógico que para ellos,
en todas las épocas, el querer la «vita apostolica» es fundamental. Renuncia a la propiedad, a la
descendencia, a imponer la propia concepción de la Iglesia, es decir, la obediencia en el seguimiento de
Cristo, han sido considerados en toda época los elementos esenciales de la vida apostólica, que
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¡Venga tu Reino!
naturalmente no pueden valer de modo idéntico para todos los que forman parte de un movimiento,
pero que son para todos ellos, en modalidades diversas, puntos de referencia de la vida personal. La
vida apostólica, además, no es un fin en sí misma, mas bien da la libertad para el servicio. La vida
apostólica implica acción apostólica: en primer lugar, - otra vez según modalidades diversas - está el
anuncio del Evangelio: el elemento misionero. En el seguimiento de Cristo la evangelización es siempre,
en primer lugar, «evangelizare pauperibus», anunciar el Evangelio a los pobres. Pero eso no se hace
solamente con palabras; el amor, que es el corazón del anuncio, su centro de verdad y su centro
operativo, debe ser vivido y hacerse él mismo anuncio. Por lo tanto, a la evangelización está siempre
unido el servicio social, en cualquier de sus formas. Todo esto, - debido casi siempre al entusiasmo
arrollador que dimana del carisma originario -, presupone un profundo encuentro personal con Cristo.
El llegar a ser comunidad, el construir la comunidad no excluye, al contrario, exige la dimensión de la
persona. Solamente cuando la persona es tocada y conmovida por Cristo en lo más profundo de su
intimidad, se puede tocar la intimidad del otro, sólo entonces puede darse la reconciliación en el
Espíritu Santo, sólo entonces puede construirse una verdadera comunión. En el contexto de esta
articulación fundamental cristológico-pneumatológica y existencial pueden darse acentos y subrayados
muy diferentes, en los cuales se da incesantemente la novedad del cristianismo, e incesantemente el
Espíritu de la Iglesia «rejuvenece como un águila » (Sal 103, 5)
Aquí aparecen con claridad tanto los peligros como los caminos de superación que existen en los
movimientos. Existe la amenaza de la unilateralidad que lleva a exagerar el mandato específico que
tiene originen en un período dado o por efecto de un carisma particular. Que la experiencia espiritual a
la cual se pertenece sea vivida no como una de las muchas formas de existencia cristiana, sino como el
estar investido de la pura y simple integridad del mensaje evangélico, es un hecho que puede llevar a
absolutizar el propio movimiento, que pasa a identificarse con la Iglesia misma, a entenderse como el
camino para todos, cuando de hecho este camino se da a conocer en modos diversos. Por lo mismo es
casi inevitable que de la fresca vivacidad y de la totalidad de esta nueva experiencia nazcan
constantemente amenazas de conflicto con la comunidad local: un conflicto en el que la culpa puede ser
de ambas partes, y ambas sufren un desafío espiritual a su coherencia cristiana. Las iglesias locales
pueden haber pactado con el mundo deslizándose hacia cierto conformismo, la sal puede hacerse
insípida, como en su crítica a la cristiandad de su tiempo, recrimina con hiriente crudeza Kierkegaard.
También ahí donde la distancia de la radicalidad del Evangelio no ha llegado al punto que ásperamente
censura Kierkegaard, el irrumpir de algo nuevo puede ser percibido como algo que molesta, más todavía
si está acompañado, como sucede con frecuencia, de debilidades, infantilismos y absolutizaciones
erróneas de todo tipo.
Las dos partes deben dejarse educar por el Espíritu Santo y también por la autoridad eclesiástica, deben
aprender el olvido de sí mismos sin el cual no es posible el consenso interior a la multiplicidad de formas
que puede adquirir la fe vivida. Las dos partes deben aprender una de la otra a dejarse purificar, a
soportarse y a encontrar la vía que conduce a aquellas conductas de las que habla Pablo en el himno de
la caridad (1 Cor 13, 4 y ss). A los movimientos va dirigida esta advertencia: incluso si en su camino han
encontrado y participan a otros la totalidad de la fe, ellos son un don hecho a la Iglesia entera, y deben
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¡Venga tu Reino!
someterse a las exigencias que derivan de este hecho, si quieren permanecer fieles a lo que les es
esencial. Pero también debe decirse claramente a las iglesias locales, también a los obispos, que no les
está permitido ceder a una uniformidad absoluta en las organizaciones y programas pastorales. No
pueden ensalzar sus proyectos pastorales, como medida de aquello que le está permitido realizar al
Espíritu Santo: ante meros proyectos humanos puede suceder puede suceder que las iglesias se hagan
impenetrables al espíritu de Dios, a la fuerza que las vivifica. No es lícito pretender que todo deba
insertarse en una determinada organización de la unidad; ¡mejor menos organización y más Espíritu
Santo! Sobre todo no se puede apoyar un concepto de comunión en el cual el valor pastoral supremo
sea evitar los conflictos. La fe es también una espada y puede exigir el conflicto por amor a la verdad y a
la caridad (cf. Mt 10, 34). Un proyecto de unidad eclesial, donde se liquidan a priori los conflictos como
meras polarizaciones y la paz interna es obtenida al precio de la renuncia a la totalidad del testimonio,
pronto se revelaría ilusorio. No es lícito, finalmente, que se dé una cierta actitud de superioridad
intelectual por la que se tache de fundamentalismo el celo de personas animadas por el Espíritu Santo y
su cándida fe en la Palabra de Dios, y no se permita más que un modo de creer para el cual el «si» y el
«pero» es más importante que la sustancia de lo que se dice creer. Para terminar, todos deben dejarse
medir por la regla del amor por la unidad de la única Iglesia, que permanece única en todas las iglesias
locales y, como tal, se evidencia continuamente en los movimientos apostólicos. Las iglesias locales y los
movimientos apostólicos deberán, tanto unos como otros, reconocer y aceptar constantemente que es
verdadero tanto el «ubi Petrus, ibi Ecclesia», como el «ubi episcopus, ibi ecclesia». Primado y
episcopado, estructura eclesial local y movimientos apostólicos se necesitan mutuamente: el primado
sólo puede vivir a través y con un episcopado vivo, el episcopado puede mantener su dinámica y
apostólica unidad solamente en la unión permanente con el primado. Cuando uno de los dos es
disminuido o debilitado sufre toda la Iglesia.
Después de todas estas consideraciones, es menester concluir con gratitud y alegría, pues es muy
evidente que el Espíritu Santo continúa actuando en la Iglesia con nuevos dones, gracias a los cuales ella
revive el gozo de su juventud (Sal 42, 4 Vg). Gratitud por tantas personas, jóvenes y ancianas, que
siguen la llamada del Espíritu y, sin mirar atrás o alrededor, se lanzan alegremente al servicio del
Evangelio. Gratitud por los obispos que se abren a nuevos caminos, les hacen puesto en sus respectivas
iglesias, discuten pacientemente con sus responsables para ayudarles a superar toda unilateralidad y
para conducirlos a la justa conformidad. Y sobretodo, en este lugar y en esta hora, agradecemos al Papa
Juan Pablo II. Nos supera a todos en capacidad de entusiasmo, en la fuerza del rejuvenecimiento
interior en la gracia de la fe, en el discernimiento de los espíritus, en la humilde y entusiasta lucha para
que sean más copiosos los servicios prestados al Evangelio. Él nos precede a todos en la unidad con los
obispos de todo el planeta, a los cuales escucha y guía incansablemente. Gracias sean dadas al Papa
Juan Pablo II, que es para todos nosotros guía hacia Cristo. Cristo vive y desde el Padre envía al Espíritu
Santo: esta es la gozosa y vivificante experiencia que se nos concede precisamente en el encuentro con
los movimientos eclesiales de nuestro tiempo.
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¡Venga tu Reino!
MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO MUNDIAL DE LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES
(ROMA, 27-29 DE MAYO DE 1998)
Amadísimos hermanos y hermanas en Cristo:
1. «En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros, recordándoos sin cesar en nuestras
oraciones. Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra
caridad y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor» (1 Ts 1, 2-3). Estas palabras
del apóstol san Pablo resuenan con gran alegría en mi corazón mientras, a la espera de encontrarme
con vosotros en el Vaticano, os envío a todos un cordial saludo y os aseguro mi cercanía espiritual.
Dirijo un saludo afectuoso al presidente del Consejo pontificio para los laicos, cardenal James Francis
Stafford; al secretario, monseñor Stanislaw Rylko, y a los colaboradores del dicasterio. Extiendo mi
saludo a los responsables y a los delegados de los diferentes movimientos, a los pastores que los
acompañan y a los ilustres relatores.
Durante los trabajos del Congreso mundial, afrontáis el tema: «Los movimientos eclesiales: comunión y
misión en el umbral del tercer milenio». Doy las gracias al Consejo pontificio para los laicos, que se ha
ocupado de la promoción y la organización de esta importante asamblea, así como a los movimientos
que han acogido con pronta disponibilidad la invitación que os dirigí en la Vigilia de Pentecostés de hace
dos años. En esa ocasión expresé mi deseo de que, en el camino hacia el gran jubileo del año 2000,
durante el año dedicado al Espíritu Santo, dieran un «testimonio común» y «en comunión con los
pastores y en armonía con las iniciativas diocesanas, llevaran al corazón de la Iglesia su riqueza
espiritual y, por ello, educativa y misionera, como valiosa experiencia y propuesta de vida cristiana»
(Homilía de la Vigilia de Pentecostés, n. 7: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de
mayo de 1996, p.4).
Deseo de corazón que vuestro congreso y el encuentro del 30 de mayo de 1998 en la plaza de San Pedro
pongan de manifiesto la fecunda vitalidad de los movimientos en el pueblo de Dios, que se prepara para
cruzar el umbral del tercer milenio de la era cristiana.
2. Pienso en este momento en los Coloquios internacionales organizados en Roma en 1981, en Rocca di
Papa en 1987 y en Bratislava en 1991. Seguí sus trabajos con atención, acompañándolos con mi oración
y mi constante aliento. Desde el comienzo de mi pontificado he atribuido especial importancia al
camino de los movimientos eclesiales y, durante mis visitas pastorales a las parroquias y mis viajes
apostólicos, he tenido la oportunidad de apreciar los frutos de su difundida y creciente presencia. He
constatado con agrado su disponibilidad a poner sus energías al servicio de la Sede de Pedro y de las
Iglesias particulares. He podido señalarlos como una novedad que aún espera ser acogida y valorada
adecuadamente. Hoy percibo en ellos una autoconciencia más madura, y eso me alegra. Representan
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¡Venga tu Reino!
uno de los frutos más significativos de la primavera de la Iglesia que anunció el concilio Vaticano II, pero
que, desgraciadamente, a menudo se ve entorpecida por el creciente proceso de secularización. Su
presencia es alentadora, porque muestra que esta primavera avanza, manifestando la lozanía de la
experiencia cristiana fundada en el encuentro personal con Cristo. A pesar de la diversidad de sus
formas, los movimientos se caracterizan por su conciencia común de la «novedad » que la gracia
bautismal aporta a la vida, por el singular deseo de profundizar el misterio de la comunión con Cristo y
con los hermanos, y por la firme fidelidad al patrimonio de la fe transmitido por la corriente viva de la
Tradición. Esto produce un renovado impulso misionero, que lleva a encontrarse con los hombres y
mujeres de nuestra época, en las situaciones concretas en que se hallan, y a contemplar con una mirada
rebosante de amor la dignidad, las necesidades y el destino de cada uno.
Estas son las razones del «testimonio común» que, gracias al servicio que os presta el Consejo pontificio
para los laicos y con espíritu de amistad, de diálogo y de colaboración con todos los movimientos, se
concreta ahora en este congreso mundial y, sobre todo, dentro de algunos días, en el esperado
«encuentro» de la plaza de San Pedro. Por otra parte, se trata de un «testimonio común» que ya se
manifestó y se comprobó en la laboriosa fase preparatoria de estos dos acontecimientos.
La significativa presencia entre vosotros de superiores y representantes de otros dicasterios de la Curia
romana, de obispos procedentes de diversos continentes y naciones, de delegados de la Unión
internacional de superiores y de superioras generales, y de invitados de diferentes instituciones y
asociaciones, indica que toda la Iglesia participa en esta iniciativa, confirmando que la dimensión de
comunión es esencial en la vida de los movimientos. También está presente la dimensión ecuménica,
que se concreta en la participación de delegados fraternos de otras Iglesias y comuniones cristianas, a
quienes dirijo un saludo particular.
3. El objetivo de este congreso mundial es, por un lado, profundizar la naturaleza teológica y la labor
misionera de los movimientos y, por otro, favorecer la edificación recíproca mediante el intercambio de
testimonios y experiencias. Por tanto, vuestro programa aborda los aspectos cruciales de la vida de los
movimientos suscitados por el Espíritu de Cristo para dar un nuevo impulso apostólico a toda la
comunidad eclesial. En la apertura de los trabajos, deseo proponer a vuestra atención algunas
reflexiones que seguramente podremos subrayar ulteriormente durante la celebración en la plaza de
San Pedro, el próximo 30 de mayo.
Representáis a más de cincuenta movimientos y nuevas formas de vida comunitaria, que son expresión
de una variedad multiforme de carismas, métodos educativos, modalidades y finalidades apostólicas.
Una multiplicidad vivida en la unidad de la fe, de la esperanza y de la caridad, en obediencia a Cristo y a
los pastores de la Iglesia. Vuestra misma existencia es un himno a la unidad en la pluralidad querida por
el Espíritu, y da testimonio de ella. Efectivamente, en el misterio de comunión del cuerpo de Cristo, la
unidad no es jamás simple homogeneidad, negación de la diversidad, del mismo modo que la pluralidad
no debe convertirse nunca en particularismo o dispersión. Por esa razón, cada una de vuestras
realidades merece ser valorada por la contribución peculiar que brinda a la vida de la Iglesia.
54
¡Venga tu Reino!
4. ¿Qué se entiende, hoy, por «movimiento »? El término se refiere con frecuencia a realidades
diferentes entre sí, a veces, incluso por su configuración canónica. Si, por una parte, ésta no puede
ciertamente agotar ni fijar la riqueza de las formas suscitadas por la creatividad vivificante del Espíritu
de Cristo, por otra indica una realidad eclesial concreta en la que participan principalmente laicos, un
itinerario de fe y de testimonio cristiano que basa su método pedagógico en un carisma preciso
otorgado a la persona del fundador en circunstancias y modos determinados.
La originalidad propia del carisma que da vida a un movimiento no pretende, ni podría hacerlo, añadir
algo a la riqueza del depositum fidei, conservado por la Iglesia con celosa fidelidad. Pero constituye un
fuerte apoyo, una llamada sugestiva y convincente a vivir en plenitud, con inteligencia y creatividad, la
experiencia cristiana. Este es el requisito para encontrar respuestas adecuadas a los desafíos y urgencias
de los tiempos y de las circunstancias históricas siempre diversas.
En esta perspectiva, los carismas reconocidos por la Iglesia representan caminos para profundizar en el
conocimiento de Cristo y entregarse más generosamente a él, arraigándose, al mismo tiempo, cada vez
más en la comunión con todo el pueblo cristiano. Así pues, merecen atención por parte de todos los
miembros de la comunidad eclesial, empezando por los pastores, a quienes se ha confiado el cuidado
de las Iglesias particulares, en comunión con el Vicario de Cristo. Los movimientos pueden dar, de este
modo, una valiosa contribución a la dinámica vital de la única Iglesia, fundada sobre Pedro, en las
diversas situaciones locales, sobre todo en las regiones donde la implantatio Ecclesiae está aún en
ciernes o afronta muchas dificultades.
5. En varias ocasiones he subrayado que no existe contraste o contraposición en la Iglesia entre la
dimensión institucional y la dimensión carismática, de la que los movimientos son una expresión
significativa. Ambas son igualmente esenciales para la constitución divina de la Iglesia fundada por
Jesús, porque contribuyen a hacer presente el misterio de Cristo y su obra salvífica en el mundo. Unidas,
también, tienden a renovar, según sus modos propios, la autoconciencia de la Iglesia que, en cierto
sentido, puede definirse «movimiento», pues es la realización en el tiempo y en el espacio de la misión
del Hijo por obra del Padre con la fuerza del Espíritu Santo.
Estoy convencido de que profundizaréis adecuadamente en estas consideraciones durante los trabajos
de vuestro congreso, que acompaño con mi oración, para que den copiosos frutos para bien de la Iglesia
y de la humanidad entera.
Con estos sentimientos, y a la espera de reunirme con vosotros en la plaza de San Pedro, en la Vigilia de
Pentecostés, os imparto de corazón una especial bendición apostólica a vosotros y a cuantos
representáis.
Vaticano, 27 de mayo de 1998
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¡Venga tu Reino!
MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS PARTICIPANTES EN EL II CONGRESO MUNDIAL
DE LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES
Y DE LAS NUEVAS COMUNIDADES
“LA BELLEZA DE SER CRISTIANOS Y LA ALEGRÍA DE COMUNICARLO”
Queridos hermanos y hermanas:
A la espera del encuentro, previsto para el sábado 3 de junio en la plaza de San Pedro, con los miembros
de más de cien Movimientos eclesiales y nuevas comunidades, me alegra saludaros cordialmente a
vosotros, representantes de todas estas realidades eclesiales, reunidos en Rocca di Papa en un congreso
mundial, con las palabras del Apóstol: "El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra
fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo" (Rm 15, 13).
Sigue vivo en mi memoria y en mi corazón el recuerdo del anterior Congreso mundial de los
Movimientos eclesiales, celebrado en Roma del 26 al 29 de mayo de 1998, al que fui invitado a dar mi
contribución, entonces en calidad de prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, con una
conferencia sobre la situación teológica de los Movimientos. Ese congreso culminó en el memorable
encuentro con el amado Papa Juan Pablo II, el 30 de mayo de 1998 en la plaza de San Pedro, durante el
cual mi predecesor confirmó su aprecio por los Movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, que
definió "signos de esperanza" para el bien de la Iglesia y de los hombres.
Hoy, consciente del camino recorrido desde entonces a través de la senda trazada por la solicitud
pastoral, por el afecto y por las enseñanzas de Juan Pablo II, quisiera congratularme con el Consejo
pontificio para los laicos, en las personas de su presidente mons. Stanislaw Rylko, del secretario mons.
Josef Clemens y de sus colaboradores, por la importante y válida iniciativa de este Congreso mundial,
cuyo tema —"La belleza de ser cristiano y la alegría de comunicarlo"— se inspira en una afirmación que
hice en la homilía de inicio de mi ministerio petrino.
Es un tema que invita a reflexionar sobre una característica esencial del acontecimiento cristiano, pues
en él nos sale al encuentro Aquel que en carne y sangre, de forma visible e histórica, trajo a la tierra el
esplendor de la gloria de Dios. A él se aplican las palabras del Salmo 45: "Eres el más bello de los
hombres". Y a él, paradójicamente, hacen referencia también las palabras del profeta: "No hay en él
parecer, no hay hermosura para que le miremos, ni apariencia para que en él nos complazcamos" (Is 53,
2).
En Cristo encontramos la belleza de la verdad y la belleza del amor; pero, como sabemos, el amor
implica también la disponibilidad a sufrir, una disponibilidad que puede llegar incluso a la entrega de la
vida por aquellos a quienes se ama (cf. Jn 15, 13).
Cristo, que es "la belleza de toda belleza", como solía decir san Buenaventura (Sermones dominicales 1,
7), se hace presente en el corazón del hombre y lo atrae hacia su vocación, que es el amor. Gracias a
esta extraordinaria fuerza de atracción, la razón sale de su entorpecimiento y se abre al misterio. Así se
56
¡Venga tu Reino!
revela la belleza suprema del amor misericordioso de Dios y, al mismo tiempo, la belleza del hombre
que, creado a imagen de Dios, renace por la gracia y está destinado a la gloria eterna.
A lo largo de los siglos, el cristianismo se ha comunicado y se ha difundido gracias a la novedad de vida
de personas y comunidades capaces de dar un testimonio eficaz de amor, de unidad y de alegría.
Precisamente esta fuerza ha puesto en "movimiento" a tantas personas generación tras generación.
¿Acaso no ha sido la belleza que la fe ha engendrado en el rostro de los santos la que ha impulsado a
tantos hombres y mujeres a seguir sus huellas?
En el fondo, esto vale también para vosotros: a través de los fundadores y los iniciadores de vuestros
Movimientos y comunidades habéis vislumbrado con singular luminosidad el rostro de Cristo y os habéis
puesto en camino. También hoy Cristo sigue haciendo resonar en el corazón de muchos la invitación:
"Ven y sígueme", que puede decidir su destino. Eso se produce normalmente a través del testimonio de
quienes han experimentado personalmente la presencia de Cristo. En el rostro y en la palabra de estas
"nuevas criaturas" resulta visible su luz y audible su invitación.
Así pues, a vosotros, queridos amigos de los Movimientos, os digo: haced que sean siempre escuelas de
comunión, compañías en camino, en las que se aprenda a vivir en la verdad y en el amor que Cristo nos
reveló y comunicó por medio del testimonio de los Apóstoles, dentro de la gran familia de sus
discípulos. Que resuene siempre en vuestro corazón la exhortación de Jesús: "Brille así vuestra luz
delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en
los cielos" (Mt 5, 16).
Llevad la luz de Cristo a todos los ambientes sociales y culturales en los que vivís. El impulso misionero
es una confirmación del radicalismo de una experiencia de fidelidad, siempre renovada, al propio
carisma, que lleva a superar cualquier encerramiento, cansado y egoísta, en sí mismos.
Iluminad la oscuridad de un mundo trastornado por los mensajes contradictorios de las ideologías.
No hay belleza que valga si no hay una verdad que reconocer y seguir, si el amor se reduce a un
sentimiento pasajero, si la felicidad se convierte en un espejismo inalcanzable, si la libertad degenera en
instintividad. ¡Cuánto daño puede producir en la vida del hombre y de las naciones el afán de poder, de
posesión, de placer!
Llevad a este mundo turbado el testimonio de la libertad con la que Cristo nos ha liberado (cf. Ga 5, 1).
La extraordinaria fusión entre amor de Dios y amor al prójimo embellece la vida y hace que vuelva a
florecer el desierto en el que a menudo vivimos. Donde la caridad se manifiesta como pasión por la vida
y por el destino de los demás, irradiándose en los afectos y en el trabajo, y convirtiéndose en fuerza de
construcción de un orden social más justo, allí se construye la civilización capaz de frenar el avance de la
barbarie. Sed constructores de un mundo mejor según el ordo amoris en el que se manifiesta la belleza
de la vida humana.
57
¡Venga tu Reino!
Los Movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son hoy signo luminoso de la belleza de Cristo y
de la Iglesia, su Esposa. Vosotros pertenecéis a la estructura viva de la Iglesia. La Iglesia os agradece
vuestro compromiso misionero, la acción formativa que realizáis de modo creciente en las familias
cristianas, la promoción de las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada que lleváis a
cabo en vuestro interior. También os agradece la disponibilidad que mostráis para acoger las
indicaciones operativas no sólo del Sucesor de Pedro, sino también de los obispos de las diversas
Iglesias locales, que son, juntamente con el Papa, custodios de la verdad y de la caridad en la unidad.
Confío en vuestra obediencia pronta. Más allá de la afirmación del derecho a la propia existencia,
siempre debe prevalecer, con indiscutible prioridad, la edificación del Cuerpo de Cristo entre los
hombres. Los Movimientos deben afrontar cualquier problema con sentimientos de profunda
comunión, con espíritu de adhesión a los legítimos pastores.
Que os sostenga la participación en la oración de la Iglesia, cuya liturgia es la expresión más elevada de
la belleza de la gloria de Dios, y constituye de algún modo un asomarse del cielo en la tierra.
Os encomiendo a la intercesión de María, a la que invocamos como la Tota pulchra, la "Toda hermosa",
un ideal de belleza que los artistas siempre han tratado de reproducir en sus obras, la "Mujer vestida
del sol" (Ap 12, 1), en la que la belleza humana se encuentra con la belleza de Dios.
Con estos sentimientos, envío a todos, como prenda de constante afecto, una especial bendición
apostólica.
Vaticano, 22 de mayo de 2006
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¡Venga tu Reino!
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A UN SEMINARIO DE ESTUDIO PARA OBISPOS
ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS
Sala del Consistorio
Sábado 17 de mayo de 2008
Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:
Me alegra encontrarme con vosotros con ocasión del seminario de estudio organizado por el Consejo
pontificio para los laicos con el fin de reflexionar sobre la solicitud pastoral respecto de los nuevos
movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. Doy las gracias a los numerosos prelados que han
querido participar, provenientes de todas las partes del mundo: su interés y su viva participación han
garantizado el pleno éxito de los trabajos, que ya han llegado a la jornada conclusiva. Dirijo un cordial
saludo de comunión y de paz a todos los hermanos en el episcopado y a todos los presentes; en
particular, saludo al señor cardenal Stanislaw Rylko y a monseñor Josef Clemens, respectivamente
presidente y secretario del dicasterio, y a sus colaboradores.
No es la primera vez que el Consejo para los laicos organiza un seminario para los obispos sobre los
movimientos laicales. Recuerdo bien el de 1999, continuación pastoral ideal del encuentro de mi amado
predecesor Juan Pablo II con los movimientos y las nuevas comunidades, que se celebró el 30 de mayo
del año anterior. Como prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, participé personalmente
en el debate. Entablé un diálogo directo con los obispos, un intercambio franco y fraterno sobre
numerosas cuestiones importantes.
De modo análogo, este seminario quiere ser una continuación del encuentro que yo mismo tuve, el 3 de
junio de 2006, con una amplia representación de fieles pertenecientes a más de cien nuevas
asociaciones laicales. En esa ocasión señalé que la experiencia de los movimientos eclesiales y de las
nuevas comunidades es un «signo luminoso de la belleza de Cristo y de la Iglesia, su Esposa» (Mensaje a
los participantes en el II Congreso mundial de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades,
22 de mayo de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de junio de 2006, p. 3).
Dirigiéndome "a los queridos amigos de los movimientos", los exhorté a hacer que sean cada vez más
"escuelas de comunión, compañías en camino, en las que se aprenda a vivir en la verdad y en el amor
que Cristo nos reveló y comunicó por medio del testimonio de los Apóstoles, dentro de la gran familia
de sus discípulos" (ib.).
Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son una de las novedades más importantes
suscitadas por el Espíritu Santo en la Iglesia para la puesta en práctica del concilio Vaticano II. Se
difundieron precisamente después del Concilio, sobre todo durante los años inmediatamente sucesivos,
59
¡Venga tu Reino!
en un período lleno de grandes promesas, pero marcado también por pruebas difíciles. Pablo VI y Juan
Pablo II supieron acoger y discernir, alentar y promover la imprevista irrupción de las nuevas realidades
laicales que, con formas diversas y sorprendentes, daban de nuevo vitalidad, fe y esperanza a toda la
Iglesia.
En efecto, ya entonces daban testimonio de la alegría, de la racionalidad y de la belleza de ser cristianos,
mostrándose agradecidos por pertenecer al misterio de comunión que es la Iglesia. Hemos asistido al
despertar de un fuerte impulso misionero, animado por el deseo de comunicar a todos la valiosa
experiencia del encuentro con Cristo, percibida y vivida como la única respuesta adecuada a la profunda
sed de verdad y felicidad del corazón humano.
Al mismo tiempo, ¿cómo no darse cuenta de que aún se ha de comprender adecuadamente dicha
novedad a la luz del designio de Dios y de la misión de la Iglesia en los escenarios de nuestro tiempo?
Precisamente por eso se han sucedido numerosas llamadas de atención y orientación por parte de los
Pontífices, que han comenzado un diálogo y una colaboración cada vez más profundos en el ámbito de
numerosas Iglesias particulares. Se han superado muchos prejuicios, resistencias y tensiones. Queda por
realizar la importante tarea de promover una comunión más madura de todos los componentes
eclesiales, para que todos los carismas, en el respeto de su especificidad, puedan contribuir plena y
libremente a la edificación del único Cuerpo de Cristo.
He apreciado mucho que se haya elegido, como base de reflexión para el seminario, la exhortación que
dirigí a un grupo de obispos alemanes en visita ad limina, que hoy, desde luego, os propongo de nuevo a
todos vosotros, pastores de numerosas Iglesias particulares: «Os pido que salgáis al encuentro de los
movimientos con mucho amor» (Discurso al segundo grupo de obispos alemanes, 18 de noviembre de
2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 de noviembre de 2006, p. 4). Casi podría
decir que ya no tengo nada que añadir. La caridad es el signo distintivo del buen Pastor: hace autorizado
y eficaz el ejercicio del ministerio que se nos ha confiado.
Salir al encuentro de los movimientos y las nuevas comunidades con mucho amor nos impulsa a
conocer adecuadamente su realidad, sin impresiones superficiales o juicios restrictivos. También nos
ayuda a comprender que los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades no son un problema o un
peligro más, que se suma a nuestras ya gravosas tareas. ¡No! Son un don del Señor, un valioso recurso
para enriquecer con sus carismas a toda la comunidad cristiana. Por eso, es preciso darles una acogida
confiada que les abra espacios y valore sus aportaciones a la vida de las Iglesias particulares.
Las dificultades o las incomprensiones sobre cuestiones particulares no autorizan la cerrazón. Que el
"mucho amor" inspire prudencia y paciencia. A nosotros, los pastores, se nos pide acompañar de cerca,
con solicitud paterna, de modo cordial y sabio, a los movimientos y las nuevas comunidades, para que
puedan poner generosamente al servicio de la utilidad común, de manera ordenada y fecunda, los
numerosos dones de que son portadores y que hemos aprendido a conocer y apreciar: el impulso
60
¡Venga tu Reino!
misionero, los itinerarios eficaces de formación cristiana, el testimonio de fidelidad y obediencia a la
Iglesia, la sensibilidad ante las necesidades de los pobres y la riqueza de vocaciones.
La autenticidad de los nuevos carismas está garantizada por su disponibilidad a someterse al
discernimiento de la autoridad eclesiástica. Numerosos movimientos eclesiales y nuevas comunidades
ya han sido reconocidos por la Santa Sede y, por tanto, deben considerarse sin duda como un don de
Dios a toda la Iglesia. Otros, aún en fase inicial, requieren el ejercicio de un acompañamiento aún más
delicado y vigilante por parte de los pastores de las Iglesias particulares. Quien está llamado a un
servicio de discernimiento y de guía no ha de pretender enseñorearse de los carismas, sino más bien
evitar el peligro de extinguirlos (cf. 1 Ts 5, 19-21), resistiendo a la tentación de uniformar lo que el
Espíritu Santo ha querido que sea multiforme para concurrir a la edificación y a la extensión del único
Cuerpo de Cristo, que el mismo Espíritu consolida en la unidad.
El obispo, consagrado y asistido por el Espíritu de Dios, en Cristo, Cabeza de la Iglesia, deberá examinar
los carismas y probarlos, para reconocer y valorar lo que es bueno, verdadero y bello, lo que contribuye
al aumento de la santidad de las personas y de las comunidades. Cuando hagan falta intervenciones
para corregir algo, deben ser expresión de "mucho amor". Los movimientos y las nuevas comunidades
se sienten orgullosos de su libertad asociativa, de la fidelidad a su carisma, pero también han
demostrado siempre que saben bien que la fidelidad y la libertad quedan garantizadas, y no
ciertamente limitadas, por la comunión eclesial, cuyos ministros, custodios y guías son los obispos,
unidos al Sucesor de Pedro.
Queridos hermanos en el episcopado, al final de este encuentro os exhorto a reavivar en vosotros el
don que habéis recibido con vuestra consagración (cf. 2 Tm 1, 6). Que el Espíritu de Dios nos ayude a
reconocer y custodiar las maravillas que él mismo suscita en la Iglesia en favor de todos los hombres. A
María santísima, Reina de los Apóstoles, le encomiendo cada una de vuestras diócesis y os imparto de
todo corazón una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los religiosos, a las
religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todos los fieles laicos, hoy, en particular, a los
miembros de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades presentes en las Iglesias
encomendadas a vuestra solicitud.
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¡Venga tu Reino!
COMISIÓN CENTRAL PARA LA REVISIÓN DE LOS ESTATUTOS DEL REGNUM CHRISTI
TEMA DE ESTUDIO Y REFLEXIÓN Nº 4
Los movimientos y nuevas comunidades eclesiales
OBJETIVO
Queremos profundizar en la identidad y características principales de los movimientos eclesiales,
de manera que comprendiendo mejor su naturaleza y su especificidad, podamos valorar con
mayor fundamento el llamado que Dios nos hace al Movimiento Regnum Christi.
Para esto, buscamos entender qué es lo que caracteriza a estas nuevas realidades
eclesiales: cuál ha sido su recorrido histórico –a grandes rasgos– y qué impulso les ha dado el
Concilio Vaticano II, cuál es su fisionomía, así como su razón de ser desde el punto de vista
teológico y su colocación en el derecho canónico.
ESQUEMA
A. Una mirada histórica: Los movimientos como expresión de la acción del Espíritu Santo en
la vida de la Iglesia a través de los siglos. La novedad a partir del Concilio Vaticano II desde
la eclesiología de la comunión y el surgimiento de los movimientos como respuesta frente a
las necesidades de la Iglesia y el mundo.
B. Naturaleza de los movimientos eclesiales: 1) Su lugar en la Iglesia: la co-esencialidad de
las dimensiones institucional (ministerio petrino y episcopal) y carismática de la Iglesia
(acción del Espíritu Santo que “irrumpe” en la vida eclesial) y la apostolicidad en los
movimientos (como continuación de la misión evangelizadora de la Iglesia). 2) Definición de
los movimientos a partir de elementos esenciales, como la participación de fieles de
diversos estados de vida, un itinerario de fe y testimonio de la vida cristiana, el carisma
propio y la dedicación apostólica con un impulso misionero particular. 3) Colocación
canónica.
C. Criterios de eclesialidad: El primado de la vocación universal a la santidad. El testimonio de
una comunión firme y convencida, en relación al Papa, al Obispo y entre todas las formas
de apostolado en la Iglesia. La participación en la misión evangelizadora de la Iglesia. La
presencia en la sociedad humana, al servicio de la dignidad integral del hombre.
D. Cercanía a los movimientos de los últimos pontífices: El impulso de los papas Juan Pablo II
y Benedicto XVI a través de los encuentros mundiales de movimientos eclesiales. Los
movimientos como don y riqueza para una Iglesia en salida, en el Magisterio del Papa
Francisco. La alegría como rasgo característico de los movimientos.
62
¡Venga tu Reino!
CONCEPTOS CLAVE
Movimiento
Nuevas comunidades eclesiales
Nuevas formas de vida consagrada
Apostolicidad
Asociación de fieles
Asociación internacional de fieles
Criterios de eclesialidad
A. Una mirada histórica
En su conferencia magistral Los movimientos eclesiales y su colocación teológica del Congreso
Mundial de Movimientos Eclesiales de 1998, el entonces cardenal Joseph Ratzinger decía que en
la historia «se tienen siempre nuevas irrupciones del Espíritu Santo, que vuelven siempre viva y
nueva la estructura de la Iglesia»4, identificando diversos "movimientos apostólicos" que han
aparecido a lo largo los siglos. Uno de los primeros de estos movimientos, fue el monaquismo de
San Antonio (250-356) y San Basilio (330-379), en los que encontramos el deseo de vivir radicalmente el Evangelio en su totalidad y de establecer una regla para vivir el cristianismo de modo
integral; otro, el movimiento de reforma monástica de Cluny (en Francia, siglos X y XI). Después
siguieron las órdenes mendicantes del siglo XIII (los franciscanos de San Francisco de Asís y los
dominicos de Santo Domingo de Guzmán); en el siglo XVI, importantes movimientos de evangelización, entre ellos los jesuitas; en el siglo XIX, el movimiento "misionero" con el nacimiento de
muchas nuevas congregaciones dedicadas a la evangelización. Así, podemos ver cómo constantemente el Espíritu Santo ha inspirado nuevos carismas en la Iglesia y cómo históricamente ha
habido "movimientos" que han promovido la conversión y reforma en la Ecclesia semper
reformanda.
Sin embargo, los movimientos –tal y como los comprendemos hoy– constituyen una
novedad en la vida de la Iglesia nacida en el horizonte del Concilio Vaticano II (1962-1965). Como
hemos visto en el subsidio anterior, este concilio retoma la concepción de la Iglesia como misterio
de comunión. Los movimientos enraízan su propia esencia en la “eclesiología de la comunión”:
sólo en ésta se entienden, desarrollan y nacen estas nuevas realidades asociativas. La cons4
Joseph RATZINGER, «Los movimientos eclesiales y su colocación teológica». Discurso en el Congreso
mundial de los Movimientos eclesiales, Roma, 27 de mayo 1998.
63
¡Venga tu Reino!
titución Lumen gentium nos ayuda a comprender esta novedad remitiéndonos a la teología de los
carismas (que es válida para todo tiempo y lugar):
El mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los
sacramentos y los ministerios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias
especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1
Co 12,11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras
y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según
aquellas palabras: «A cada uno... se le otorga la manifestación del Espíritu para común
utilidad» (1 Co 12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y
difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y
útiles a las necesidades de la Iglesia. 5
Si bien algunas de estas grandes realidades asociativas fueron fundadas antes del Concilio
Vaticano II (por ejemplo, Chiara Lubich fundó el Movimiento de los Focolares u Obra de María en
1943, durante la Segunda Guerra Mundial, y la Fraternidad de Comunión y Liberación nació por
iniciativa de don Luigi Giussani en 1954), es a partir del Concilio que hemos sido testigos de un
florecimiento excepcional de los movimientos, por su difusión mundial y multiplicidad, y de otras
nuevas realidades agregativas, sobre todo de carácter laical. Ha sido un florecimiento tal como
para que San Juan Pablo II dijera:
Podemos hablar de una nueva época asociativa de los fieles laicos. En efecto, «junto al
asociacionismo tradicional, y a veces desde sus mismas raíces, han germinado movimientos y asociaciones nuevas, con fisonomías y finalidades específicas. Tanta es la
riqueza y versatilidad de los recursos que el Espíritu alimenta en el tejido eclesial; y tanta
es la capacidad de iniciativa y la generosidad de nuestro laicado» 6.
Como dijo el Papa Benedicto XVI, «los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades
son una de las más importantes novedades suscitadas por el Espíritu Santo en la Iglesia, por la
actuación del Concilio Vaticano II»7. Este pontífice recalcó en un discurso a los obispos alemanes:
Después del Concilio, el Espíritu Santo nos ha regalado los "movimientos". A veces al
párroco o al obispo les pueden parecer algo extraños, pero son lugares de fe en los que los
jóvenes y los adultos experimentan un modelo de vida en la fe como oportunidad para la
vida de hoy. Por eso os pido que salgáis al encuentro de los movimientos con mucho amor.
En ciertos casos hay que corregirlos, insertarlos en el conjunto de la parroquia o de la
diócesis, pero debemos respetar sus carismas específicos y alegrarnos de que surjan
formas comunitarias de fe en las que la palabra de Dios se convierte en vida. 8
El florecimiento de los movimientos a lo largo de la historia se relaciona de una manera casi
constante con momentos de confusión y de crisis en los cuales «el hombre, habiendo perdido su
5
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución Lumen gentium, 12.
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici, 29.
7 BENEDICTO XVI, Discurso a los participantes en un seminario de estudio para Obispos organizado por el
Pontificio Consejo para los Laicos, 17 de mayo de 2008.
8 BENEDICTO XVI, Discurso a los obispos alemanes en su visita ad limina Apostolorum, 18 de noviembre de
2006.
6
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¡Venga tu Reino!
identidad clara y definida, en su desorientación reacciona con la búsqueda de puntos de referencia
en relación a los cuales reencontrar y redefinir su identidad»9. Por esto, San Juan Pablo II sostenía
que «los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales [...] son la respuesta, suscitada por el
Espíritu Santo, a este dramático desafío del fin del milenio»10, y Benedicto XVI hacía hincapié en
que estos debían comprometerse a iluminar «la oscuridad de un mundo trastornado por los
mensajes contradictorios de las ideologías»11.
B. Naturaleza de los movimientos eclesiales
1. El lugar de los movimientos en la Iglesia
Más allá del contexto sociocultural e histórico en el que nacen, estas realidades asociativas tienen
un significado más profundo, de carácter teológico.
En la conferencia del cardenal Ratzinger que hemos citado al inicio (y cuyo contenido es
válido para todos los movimientos que han enriquecido a la Iglesia a lo largo de los siglos), él
intentaba aclarar la co-esencialidad de las dimensiones institucional y carismática de la Iglesia. La
dimensión institucional viene caracterizada por el ministerio episcopal, estructura permanente que
lleva la Iglesia a través del tiempo. La dimensión carismática, por su parte, consiste en las continuas "irrupciones" del Espíritu; de hecho, la Iglesia como institución ha pasado incesantemente
en su historia «por oleadas de nuevos movimientos, que revalorizan continuamente el aspecto
universal de la misión apostólica y la radicalidad del Evangelio, y que, por esto mismo, sirven para
asegurar vitalidad y verdad espirituales a las iglesias locales»12. La complementariedad de estas
dimensiones ya había sido ilustrada por San Juan Pablo II al afirmar que:
La Iglesia, nacida de la Pasión y Resurrección de Cristo y de la efusión del Espíritu,
extendida por todo el mundo y a través de todos los tiempos sobre el fundamento de los
Apóstoles y de sus sucesores, ha sido enriquecida a lo largo de los siglos con la gracia de
dones siempre nuevos. Éstos le han permitido, en las distintas épocas, hacerse presente
en formas nuevas y adecuadas a la sed de verdad, de belleza y de justicia que Cristo iba
suscitando en el corazón de los hombres, siendo Él mismo la única respuesta satisfactoria
y completa13.
9
P. Gianfranco GHIRLANDA, SJ., «Le nuove esperienze associative», en Esperienze associative nella Chiesa.
Aspetti canonistici, civili e fiscali, (Studi Giuridici CV), Libreria Editrice Vaticana 2014, (pp. 47-78). Traducción
nuestra.
10 JUAN PABLO II, Discurso a los participantes del Congreso de los Movimientos Eclesiales, 30 de mayo de
1998.
11 BENEDICTO XVI, Mensaje a los participantes del II Congreso mundial de los Movimientos Eclesiales y de
las Nuevas Comunidades, 22 de mayo de 2006.
12 Ibídem.
13 JUAN PABLO II, Discurso a los sacerdotes participantes en la experiencia del Movimiento de Comunión y
Liberación, 12 de septiembre de 1985.
65
¡Venga tu Reino!
Desde este punto de vista se puede afirmar que «la correcta colocación teológica de los
movimientos en la Iglesia se ha de individuar en la apostolicidad»14, porque contribuyen a
«asegurar la continuación de la misión de Jesús de hacer discípulos a todas las naciones y de
llevar el Evangelio a los confines de la Tierra»15. De esta apostolicidad es de «donde surge el
vínculo particular que une a los movimientos con el ministerio del Sucesor de Pedro»16. En
palabras de Ratzinger:
El papado no creó los movimientos, pero se convirtió en su respaldo más importante en la
estructura de la Iglesia, su fuente principal de soporte eclesial […] el Papa tiene necesidad
de estos servicios [misioneros de los movimientos], y éstos tienen necesidad de él, y en la
reciprocidad de los dos tipos de misión [la del ministerio petrino y la de los movimientos] se
realiza la sinfonía de la vida eclesial17.
2. Definiendo los movimientos
Para intentar dar una definición, conviene considerar lo dicho por el cardenal Ratzinger: «se
debería evitar la propuesta de una definición demasiado rigurosa, ya que el Espíritu Santo siempre
tiene preparadas sorpresas, y sólo retrospectivamente somos capaces de reconocer que detrás de
la gran diversidad hay una esencia común»18. No obstante, algunos intentos de definición merecen
ser citados. Así, por ejemplo, para San Juan Pablo II, un movimiento es «una realidad eclesial
concreta en la que participan principalmente laicos, un itinerario de fe y de testimonio cristiano que
basa su método pedagógico en un carisma preciso otorgado a la persona del fundador en
circunstancias y modos determinados»19. Otro intento de definición es el del P. Fidel González
Fernández, MCCJ, para quien los movimientos eclesiales son «aquellas realidades nacidas en el
seno de la Iglesia a partir de particulares carismas y experiencias cristianas que han generado una
vida nueva en la Iglesia misma y en la sociedad»20. Según el P. Gianfranco Ghirlanda, SJ:
Sintéticamente podemos considerar Movimientos eclesiales a aquellas formas asociativas,
que tienen su raíz y origen en un específico don del Espíritu, elemento que une diversas
vocaciones de ambos sexos, diferentes órdenes o categorías de fieles (obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, laicos/as casados/as o solteros/as o viudos/as, religiosos/as,
consagrados/as en el Movimiento en la forma contemplativa, apostólica o secular, etc...),
caracterizados tanto por la diversidad de edades como por la diversidad de grupos socioculturales de pertenencia. Además, en ellos hay una implicación de la persona en su
Stanisław RYŁKO, Conferencia de prensa de presentación del II Congreso Mundial de los Movimientos
Eclesiales, 30 de mayo de 2006.
15 Joseph RATZINGER, «Los Movimientos eclesiales y su colocación teológica»
16 Stanisław RYŁKO, Conferencia de prensa de presentación del II Congreso Mundial de los Movimientos
Eclesiales, 30 de mayo de 2006.
17 Joseph RATZINGER, «Los Movimientos eclesiales y su colocación teológica». Traducción nuestra a partir
del original italiano.
18 Ibidem.
19 JUAN PABLO II, Mensaje a los participantes del Congreso Mundial de los Movimientos Eclesiales, 27 de
mayo de 1998.
20 P. Fidel GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, MCCJ, «Carismi e movimenti nella storia della Chiesa», en PONTIFICIUM
CONSILIUM PRO LAICIS, I Movimenti ecclesiali nella sollecitudine pastorale dei vescovi, 2000. Traducción
nuestra.
14
66
¡Venga tu Reino!
globalidad, en cuanto que se exige un estilo de vida conforme al carisma, que a menudo
conlleva el compartir los bienes y la vida fraterna en común, así como en todos los casos el
sometimiento a una autoridad, la dedicación a las obras apostólicas del Movimiento, en
muchos con un impulso misionero y una fuerte apertura ecuménica.21
3. Colocación canónica
En referencia a las realidades asociativas de fieles laicos, hoy se suele hablar de "asociaciones",
"movimientos eclesiales" y "nuevas comunidades".
En el derecho canónico no existe una definición jurídica de "movimiento" y, en
consecuencia, los movimientos se configuran jurídicamente con frecuencia como asociaciones de
fieles –aunque no todas las asociaciones de fieles sean movimientos– o más precisamente como
asociaciones internacionales de fieles en el caso de que asuman un carácter internacional a causa
de su difusión por el mundo, colocándose en dependencia directa de la Santa Sede.
El Concilio Vaticano II afirmó el derecho de asociación de los fieles, quienes, en función del
bautismo y participando en la misión de la Iglesia, pueden asociarse con fines espirituales y
apostólicos. Este derecho de asociación legitima a los fieles para constituir y dirigir asociaciones
dentro de la Iglesia y para adherirse a las ya constituidas. En los siglos pasados, los fieles
cristianos han ejercido este derecho de múltiples y variadas formas, instituyendo, por ejemplo,
monasterios, órdenes y congregaciones religiosas, órdenes de caballería, terceras órdenes,
confraternidades, institutos seculares, sociedades de vida apostólica, etc. De esta forma, la
enseñanza conciliar ha subrayado la necesidad, validez y libertad del asociarse de los fieles dentro
de la Iglesia, de manera que la autoridad eclesiástica favorezca, motive y norme jurídicamente las
asociaciones nacidas por la libre voluntad de los fieles.
Las "nuevas comunidades", con frecuencia nacidas en el ambiente de la Renovación
Carismática católica (por ejemplo, Comunidad de Emmanuel, la Comunidad Católica Shalom,
Comunidad Cançao Nova, etc...), se pueden distinguir a su vez por el fuerte sentido de comunidad,
reuniendo a sacerdotes, hombres y mujeres laicos –célibes o casados–, que comparten un estilo
de vida. Estas comunidades pueden ser de tipo apostólico o monástico o secular.
También existen las llamadas "nuevas formas de vida consagrada"22, que se caracterizan
por la asunción de los consejos evangélicos con un cierto vínculo sagrado, pero que se distinguen
de los institutos de vida consagrada por estar constituidas por miembros de una rama sacerdotal,
de una rama masculina laical y de una rama femenina laical, todos ellos consagrados, con un
único carisma, un único fin y un único gobierno, a las cuales se afilian también laicos (no
consagrados), célibes o casados (por ejemplo, la Fraternidad Misionera Verbum Dei).
Todas estas realidades, muy heterogéneas entre ellas, se distinguen de lo que podríamos
definir como "asociacionismo tradicional", que, a lo largo de la historia de la Iglesia, ha producido
21
P. Gianfranco GHIRLANDA, SJ, «Le nuove esperienze associative». Traducción nuestra.
Cf. Código de Derecho Canónico, 605, y JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Vita
consecrata, 12 y 62.
22
67
¡Venga tu Reino!
asociaciones de apostolado organizado y especializado (por ejemplo, Acción Católica y las
diversas formas de asociación nacidas dentro de ésta), de género (Unión Mundial de las
Organizaciones Femeninas Católicas, la Federación Internacional de los Hombres Católicos), de
categorías laborales o profesionales (maestros católicos, médicos católicos, farmacéuticos
católicos, etc.), entre otras.
C. Criterios de eclesialidad
El Papa San Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Christifideles laici, establece unos criterios
que los movimientos deben observar para vivir correctamente su pertenencia a la Iglesia23:
23
-
El primado que se da a la vocación de cada cristiano a la santidad, y que se manifiesta «en
los frutos de gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles» como crecimiento hacia la
plenitud de la vida cristiana y a la perfección en la caridad. En este sentido, todas y cada
una de las asociaciones de fieles laicos están llamadas a ser, cada vez más, instrumento
de santidad en la Iglesia, favoreciendo y alentando «una unidad más íntima entre la vida
práctica y la fe de sus miembros».
-
La responsabilidad de confesar la fe católica, acogiendo y proclamando la verdad sobre
Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre en obediencia al Magisterio de la Iglesia, que la
interpreta auténticamente. Por esta razón, cada asociación de fieles laicos debe ser un
lugar en el que se anuncia y se propone la fe y en el que se educa para practicarla en todo
su contenido.
-
El testimonio de una comunión firme y convencida, en filial relación con el Papa, centro
perpetuo y visible de unidad en la Iglesia universal, y con el Obispo, «principio y fundamento visible de unidad» en la Iglesia particular, y en la «mutua estima entre todas las
formas de apostolado en la Iglesia». La comunión con el Papa y con el Obispo está llamada
a expresarse en la leal disponibilidad para acoger sus enseñanzas doctrinales y sus
orientaciones pastorales. La comunión eclesial exige, además, el reconocimiento de la
legítima pluralidad de las diversas formas asociativas de los fieles laicos en la Iglesia, y, al
mismo tiempo, la disponibilidad a la recíproca colaboración.
-
La conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia, o sea en «la
evangelización y santificación de los hombres y la formación cristiana de su conciencia, de
modo que consigan impregnar con el espíritu evangélico las diversas comunidades y
ambientes». Desde esta perspectiva, a todas las formas asociadas de fieles laicos y a cada
una de ellas, se les pide un decidido impulso misionero que les lleve a ser, cada vez más,
sujetos de una nueva evangelización.
-
El compromiso de una presencia en la sociedad humana que, a la luz de la doctrina social
de la Iglesia, se ponga al servicio de la dignidad integral del hombre. En este sentido, las
asociaciones de los fieles laicos deben llegara a ser corrientes vivas de participación y de
solidaridad para crear unas condiciones más justas y fraternas en la sociedad.
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici, 30.
68
¡Venga tu Reino!
Además de estos criterios de eclesialidad, hay algunos rasgos distintivos de espiritualidad y
de acción apostólica que caracterizan a todas estas realidades asociativas: entre éstos, podemos
mencionar la valoración de la identidad bautismal y el redescubrimiento del camino de la iniciación
cristiana; el deseo de vivir radicalmente el Evangelio en su totalidad; el fuerte sentido de
pertenencia a la comunidad (diócesis-parroquia, movimiento-nueva comunidad); la complementariedad de los diversos estados de vida y la corresponsabilidad de los miembros laicos y
consagrados; el "pilar de eclesialidad" individuado en el estrecho vínculo con el Papa; el celo
misionero y evangelizador, incluso en referencia a la "nueva evangelización".
D. Cercanía a los movimientos de los últimos pontífices
La cercanía de San Juan Pablo II y Benedicto XVI a los movimientos eclesiales y las nuevas
comunidades ha sido subrayada por una continua atención y solicitud pastoral hacia estas
realidades durante sus respectivos pontificados. San Juan Pablo II quiso el primer encuentro
mundial de los Movimientos eclesiales en 1998 (30 de mayo de 1998, vigilia de Pentecostés en la
Plaza de San Pedro del Vaticano) y Benedicto XVI convocó nuevamente a estas realidades
eclesiales a Roma para Pentecostés de 2006 (3 de junio de 2006).
El Papa Francisco, cuando aún era cardenal Arzobispo de Buenos Aires, fue el presidente
de la comisión que redactó las conclusiones de la V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe (Aparecida, del 13 al 31 de mayo de 2007), en las que se afirma que:
«Los nuevos movimientos y comunidades son un don del Espíritu Santo para la Iglesia. En ellos,
los fieles encuentran la posibilidad de formarse cristianamente, crecer y comprometerse
apostólicamente hasta ser verdaderos discípulos misioneros»24.
Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco ha demostrado su cercanía a los
movimientos eclesiales y las nuevas comunidades encontrándose con ellos, poco después de su
elección al solio pontificio, con motivo del Año de la Fe, en la solemnidad de Pentecostés de 2013,
y dirigiéndoles, antes del Regina Coeli, estas palabras: «¡Son un don y una riqueza para la Iglesia!
[…] ¡Lleven siempre la fuerza del Evangelio! ¡Tengan siempre el gozo y la pasión por la comunión
en la Iglesia!» (19 de mayo de 2013). El Papa Francisco ha publicado después la exhortación
apostólica Evangelii gaudium para abrir una nueva etapa de la misión evangelizadora de la Iglesia
que se caracterice por un impulso y una alegría renovados y por una "dinámica de salida
misionera". En ella, el Papa afirma que:
El Espíritu Santo también enriquece a toda la Iglesia evangelizadora con distintos
carismas. Son dones para renovar y edificar la Iglesia. No son un patrimonio cerrado,
entregado a un grupo para que lo custodie; más bien son regalos del Espíritu integrados en
el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un
impulso evangelizador. Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad,
su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para
el bien de todos. Una verdadera novedad suscitada por el Espíritu no necesita arrojar
sombras sobre otras espiritualidades y dones para afirmarse a sí misma. En la medida en
24
V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento Conclusivo,
Aparecida, Mayo 2007, 311.
69
¡Venga tu Reino!
que un carisma dirija mejor su mirada al corazón del Evangelio, más eclesial será su
ejercicio. En la comunión, aunque duela, es donde un carisma se vuelve auténtica y
misteriosamente fecundo. Si vive este desafío, la Iglesia puede ser un modelo para la paz
en el mundo.25
El elemento de la "alegría", «la dulce y confortadora alegría de evangelizar»26, que
considera el Papa Francisco, en la Evangelii gaudium, el motor de la conversión misionera y de la
reforma de la Iglesia "en salida", fue identificado como elemento sustancial de la vida de los
movimientos eclesiales por el Papa San Juan Pablo II, cuando refiriéndose a las realidades
asociativas decía que «son una gran ayuda para difundir vivacidad y alegría en la Iglesia»27, y por
el Papa Benedicto XVI, quien, hablando de los cristianos en "movimiento" en la Iglesia a través de
los siglos, mencionaba la «novedad de vida de personas y comunidades capaces de dar un
testimonio eficaz de amor, de unidad y de alegría»28.
PREGUNTAS DE ASIMILACIÓN PARA LA REFLEXIÓN EN EQUIPO
1. ¿Qué es lo que los papas han valorado de los movimientos? ¿Por qué les atribuyen un
valor tan grande?
2. ¿Qué entiendes tú por un “movimiento eclesial”?
3. ¿Cuáles son los criterios de eclesialidad enunciados en la exhortación apostólica
postsinodal Christifideles laici?
4. ¿Cuáles características propias de los movimientos consideras especialmente fecundos
para la misión de la Iglesia?
5. ¿Qué nos dice la exhortación apostólica Evangelii gaudium sobre los movimientos y cómo
lo podemos aplicar al Regnum Christi?
6. ¿Qué me ha llevado a participar en el Regnum Christi, en vez de recorrer mi camino como
cristiano sin la pertenencia a ningún movimiento?
7. ¿Cómo vivo la complementariedad con las otras vocaciones del Regnum Christi? ¿Con los
sacerdotes Legionarios de Cristo? ¿Con las consagradas? ¿Con los consagrados? ¿Qué
recibo de ellos y qué les aporto yo como miembro de 1° y 2° grado?
LECTURAS RECOMENDADAS
25
FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 130.
Cf. PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 80.
27 JUAN PABLO II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, 16.
28 BENEDICTO XVI, Mensaje al II Congreso mundial de los movimientos eclesiales y de las nuevas
comunidades “La belleza de ser cristianos y la alegría de comunicarlo”, 22 de mayo de 2006.
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Joseph RATZINGER, «Los Movimientos eclesiales y su colocación teológica». Discurso en el
Congreso mundial de los Movimientos eclesiales, Roma, 27 de mayo 1998
JUAN PABLO II, Mensaje a los participantes del Congreso Mundial de los Movimientos Eclesiales,
27 de mayo de 1998
BENEDICTO XVI, Mensaje al II Congreso mundial de los movimientos eclesiales y de las nuevas
comunidades “La belleza de ser cristianos y la alegría de comunicarlo”, 22 de mayo de 2006
BENEDICTO XVI, Discurso a un seminario de estudio para Obispos organizado por el Consejo
Pontificio para los Laicos, Vaticano, 17 de mayo de 2008
P. Fidel GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, MCCJ, Los movimientos en la Iglesia, Encuentros, Madrid, 1999
P. Gianfranco GHIRLANDA, SJ., «Le nuove esperienze associative», en Esperienze associative
nella Chiesa. Aspetti canonistici, civili e fiscali, (Studi Giuridici CV), Libreria Editrice Vaticana,
Ciudad del Vaticano 2014
Octubre de 2014
P.R.C. A.G.D.
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