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Comunidad Apostólica
SERVIDORES DEL SERVIDOR
Hijos di padre Pío.
Mensaje para la cuaresma 2014
Amados servidores:
Cuando Padre Pío escucha el texto de la sabiduría: “Su corazón no es más que ceniza, su esperanza es
más vil que la tierra, y su vida más despreciable que la arcilla”; Llora amargamente.
Al preguntarle el porqué, el solo dice: Parece poco y ¿no lo entiendes? Cuando la rama se seca y está sin
vida solo sirve para leña, ¿verdad? Es parte de la misión que el buen Dios le encomendó a la madera. Y
Cuando el hornero te usa como leña estás prestando un servicio valioso ¿verdad? Porque darás toda la
potencia calórica al horno y de él saldrá el más delicioso pan, ¿verdad? Pero cuando el horno se apaga
queda la ceniza… sin fuerza y sin vitalidad, sin posibilidad de vida. Ya no podrá dar más calor y solo es
desechada y amontonada para que el viento la esparza donde él quiera. Al azar. Ya no tienes el valor de
antes y así los hombres ya no se servirán de ella. No sirve para nada. Te repito los hombres no se servirán
de ella. No sirves para nada… no sirves para servir… ¿Entiendes?
Pues si mi corazón es ceniza ante mi señor ya no le sirvo para nada. Él no me tendrá en cuenta. Porque si
mi corazón es ceniza quiere decir que lo he quemado en el pecado. Yo pecador soy ceniza, y siendo ceniza
ya no hay hálito de vida en mi… No hay hálito de vida espiritual. ¡La he quemado en el pecado, te repito!
Seré solo rastrojo lamiendo la tierra y arrastrándome como el tentador lo hace. Lejos y apartado de la gracia
divina. Ya no tengo nada que ver con el buen Dios. Y si yo me he sacado de la predilección de Dios, ¿será
que Dios me ha sacado de su predilección?… ¡Pues lo merezco y Sí, lo creo! ¿Con qué ojos y con qué
corazón lo podría mirar? Entonces ¿cómo no llorar de amargura porque lo que sé que tenía como
predestinación lo malbaraté y ya no está en mis manos recuperarlo?
Hijo amado servidor, deja correr entonces tus lágrimas por tus mejillas que ellas son las gotas de perfume
que lavan y ungen los pies del Señor y son así primicias que abren su corazón sacratísimo para que de él
se derrame sobre ti la fuente inagotable de su misericordia divina.
Entonces así la ceniza no significa para mí, conversión, sino dolor y muerte. Como estoy muerto, “me
aborrezco y entonces me siento sobre la ceniza” (Job 42,6) Como hizo el ninivita ante el llamado; “se quitó
su manto, se cubrió de sayal y se sentó en la ceniza”. (Jon 3,6) Claro, se sentó a morir en la muerte. Sin
esperanza ninguna. Pero esta condición de abandono en la misericordia del Señor tiene cura porque si
hacemos según el señor nos lo indica “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón
se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían
convertido”. (Mt, 11 21)
Querido hijo servidor; entonces en la muerte material y espiritual por el pecado encontramos la posibilidad
de acceder a esa fuente inagotable de misericordia sentándonos sobre nuestra miseria y despojo… nuestras
cenizas. Porque si humanamente ya no nos queda sino el dolor y el arrepentimiento por este mismo dolor y
pérdida de la vida de la gracia por nuestro pecado… entonces nos ponemos en posición de abandono al
viento de la misericordia (o sea al mismo espíritu vivificador). Clamamos misericordia desde nuestras cenizas
a ver si el aliento de nuestro dolor llega como suave brisa de súplica al divino maestro para que él nos mire
desde su corazón y nos diga: Bueno esta ceniza que veo es un hombre abrumado por su misma desgracia,
afligido por el luto de su pérdida y muerte. “Hija de mi pueblo, cíñete de sayal y revuélcate en ceniza, haz
por ti misma un duelo como por hijo único, una duelo amarguísimo, porque en seguida viene el saqueador
sobre nosotros”. (Jr. 6, 26)
Y así, el Señor, viendo nuestro dolor, llanto, luto y súplica por la pérdida irreparable para la voluntad del hombre
pero no así para él, entonces despliega su misericordia sobre nosotros como lo dijo a Santa Faustina:
"A las tres, ruega por Mi Misericordia, en especial para los pecadores y aunque sólo sea por un brevísimo
momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en Mi Abandono en el momento de Mi Agonía. Ésta es la Hora de
la gran Misericordia para el mundo entero. Te permitiré penetrar en Mi tristeza mortal. En esta Hora nada le será
negado al alma que lo pida por los méritos de Mi Pasión" (...) (Diario, 1320)
"Te recuerdo, hija Mía, que cuantas veces oigas el reloj dando las tres, sumérgete totalmente en Mi Misericordia,
adorándola y glorificándola; suplica su omnipotencia para el mundo entero y especialmente para los pobres
pecadores, ya que en ese momento se abrió de par en par para cada alma. En esa Hora puedes obtener todo lo que
pides para ti y para los demás. En esa Hora se estableció la gracia para el mundo entero: la Misericordia triunfó
sobre la justicia. Hija Mía, en esa Hora procura rezar el Vía Crucis, en cuanto te lo permitan los deberes; y si no
puedes rezar el Vía Crucis, por lo menos entra un momento en la capilla y adora en el Santísimo Sacramento a Mi
Corazón que está lleno de Misericordia. Y si no puedes entrar en la capilla, sumérgete en oración allí donde estés,
aunque sea por un brevísimo instante. Exijo el culto a Mi Misericordia de cada criatura, pero primero de ti, ya que
a ti te he dado a conocer este misterio de modo más profundo." (Diario, 1572)
Entonces hijo querido, de acuerdo con el uso bíblico y litúrgico que se refleja en las mismas fórmulas actuales de
imposición de ceniza: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio” (Cfr. Mc 1, 15) o bien: “Acuérdate que polvo eres y al
polvo has de volver” (Gén 3,19), convendría tener en cuenta los siguientes aspectos:
1) La ceniza es símbolo muerte y a la vez de conversión; no se trata de hacer simples actos de mortificación, sino
de lograr un cambio radical de la existencia humana, de la opción fundamental que da sentido a la vida, Cristo.
Que dirige los actos y actitudes hacia el bien servir. Se trata de una conversión con su doble vertiente inseparable:
vertical hacia Dios y horizontal hacia el prójimo. El servicio.
2) La ceniza es símbolo de nuestra fragilidad y limitación humana. Ser consciente de que un día moriremos,
implica el querer aprovechar este tiempo, nuestra vida, para llevar a cabo el plan de Dios. El saber descubrir la
verdadera escala de valores en nuestra existencia, el comprometernos para crear un mundo más humano, más
justo y más cristiano. Cristo modelo único de todo servicio y de todo vivir.
3) El arrepentimiento es un acto personal y voluntario. Esto significa el movimiento personal de la conversión que
se realiza bajo la iniciativa, el llamado, la gracia y la misericordia de Dios. Pues es iniciativa de él llamarnos a la
conversión. No es iniciativa tuya… ni te creas.
4) El sentarnos sobre la ceniza es también un acto eclesial. Se realiza también en las celebraciones comunitarias
del tiempo de cuaresma especialmente, junto con otros miembros de la Iglesia. Es también toda la Iglesia quien
intensifica en este periodo su estado de conversión y purificación.
5) Recuerda también tu obligación del ayuno y la limosna. Sobre todo ¿qué vas a hacer con tu limosna cuaresmal?
¿Crees que los miseritos pueden ser depositarios en nombre de Cristo de ella?
Pues no más queridos. ¡Ánimo! ¡Ánimo! ¡Ánimo! Espera al señor sobre tus cenizas que él escuchará tus
lamentos y vendrá en su gloriosa misericordia, con los brazos de Padre misericordioso a restituir en ti su heredad
para la vida eterna. “Una voz fue escuchada en lo alto, muchos llantos y sollozos” (Jr, 31.15) Porque recuerda
"La voz del pobre atraviesa las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no se detiene hasta que Dios lo
atiende, y el Juez justo lo hace justicia" (Eclo 35,21). Y yo añadiría LO HACE MISERICORDIA PARA TI AMADO
SERVIDOR. Por eso en esta cuaresma cuenta con mis lamentos y llantos por ti ante el Señor.
Buenos lamentos. Buenos llantos y fructífero luto. Que al final de esta maravillosa cuaresma seas vencedor sobre
la muerte como Cristo lo es y el Padre lo espera de Ti. Recuerda que alguien dijo: Estoy a la puerta del cielo y no
entraré hasta que el último de mis hijos espirituales entre conmigo”
SERVIDOR GENERAL
Como regalo también de la misericordia de Dios estos textos de nuestros amados pastores.
Apartes de la homilía del santo padre BENEDICTO XVI
en la basílica vaticana miércoles de ceniza, 13 de febrero de 2013
Venerados Hermanos, queridos hermanos y hermanas
“El Miércoles de Ceniza, comenzamos un nuevo camino cuaresmal, un camino que se extiende por cuarenta días
y nos conduce al gozo de la Pascua del Señor, a la victoria de la vida sobre la muerte”.
“La Iglesia nos propone de nuevo, en primer lugar, la vehemente llamada que el profeta Joel dirige al pueblo de
Israel: «Así dice el Señor: convertíos a mí de todo corazón con ayuno, con llanto, con luto» (2,12). Hay que
subrayar la expresión «de todo corazón», que significa desde el centro de nuestros pensamientos y sentimientos,
desde la raíz de nuestras decisiones, elecciones y acciones, con un gesto de total y radical libertad. ¿Pero, es
posible este retorno a Dios? Sí, porque existe una fuerza que no reside en nuestro corazón, sino que brota del
mismo corazón de Dios. Es la fuerza de su misericordia. Continúa el profeta: «Convertíos al Señor, Dios vuestro,
porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad; y se arrepiente de las amenazas» (v. 13).
El retorno al Señor es posible por la ‘gracia’, porque es obra de Dios y fruto de la fe que ponemos en su
misericordia. Este volver a Dios solamente llega a ser una realidad concreta en nuestra vida cuando la gracia del
Señor penetra en nuestro interior y lo remueve dándonos la fuerza de «rasgar el corazón». Una vez más, el
profeta nos transmite de parte de Dios estas palabras: «Rasgad los corazones y no las vestiduras» (v. 13). En
efecto, también hoy muchos están dispuestos a «rasgarse las vestiduras» ante escándalos e injusticias,
cometidos naturalmente por otros, pero pocos parecen dispuestos a obrar sobre el propio «corazón», sobre la
propia conciencia y las intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta.
Aquel «convertíos a mí de todo corazón», es además una llamada que no solo se dirige al individuo, sino también
a la comunidad. Hemos escuchado en la primera lectura: «Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno,
convocad la reunión. Congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos. Congregad a
muchachos y niños de pecho. Salga el esposo de la alcoba, la esposa del tálamo» (vv. 15-16). La dimensión
comunitaria es un elemento esencial en la fe y en la vida cristiana. Cristo ha venido «para reunir a los hijos de
Dios dispersos» (Jn 11,52). El “nosotros” de la Iglesia es la comunidad en la que Jesús nos reúne (cf. Jn 12,32):
la fe es necesariamente eclesial. Y esto es importante recordarlo y vivirlo en este tiempo de cuaresma: que cada
uno sea consciente de que el camino penitencial no se afronta en solitario, sino junto a tantos hermanos y
hermanas, en la Iglesia.
El profeta, por último, se detiene sobre la oración de los sacerdotes, los cuales, con los ojos llenos de lágrimas,
se dirigen a Dios diciendo: «No entregues tu heredad al oprobio, no la dominen los gentiles; no se diga entre las
naciones: ¿Dónde está su Dios?» (v.17). Esta oración nos hace reflexionar sobre la importancia del testimonio
de fe y vida cristiana de cada uno de nosotros y de nuestras comunidades para mostrar el rostro de la Iglesia y
de cómo en ocasiones este rostro es desfigurado. Pienso, en particular, en las culpas contra la unidad de la
Iglesia, en las divisiones en el cuerpo eclesial. Vivir la cuaresma en una más intensa y evidente comunión eclesial,
superando individualismos y rivalidades, es un signo humilde y precioso para los que están lejos de la fe o son
indiferentes.
«Ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación» (2 Cor 6,2). Las palabras del apóstol Pablo a los cristianos
de Corinto resuenan también para nosotros con una urgencia que no admite abandonos o apatías. El término
«ahora», que se repite varias veces, nos indica que no se puede desperdiciar este momento, que se nos ofrece
como una ocasión única e irrepetible. Y la mirada del Apóstol se centra sobre la forma en que Cristo ha querido
caracterizar su existencia como un compartir, asumiendo todo lo humano hasta el punto de cargar con el pecado
de los hombres. La frase de san Pablo es muy fuerte: «Dios lo hizo expiación por nuestro pecado». Jesús, el
inocente, el Santo, «que no había pecado» (2 Cor 5,21), cargó con el peso del pecado compartiendo con la
humanidad la consecuencia de la muerte y de una muerte de cruz. La reconciliación que se nos ofrece ha tenido
un altísimo precio, el de la cruz levantada en el Gólgota, donde fue colgado el Hijo de Dios hecho hombre. En
este descenso de Dios en el sufrimiento humano y en el abismo del mal está la raíz de nuestra justificación. El
«retornar a Dios con todo el corazón» de nuestro camino cuaresmal pasa a través de la cruz, del seguir a Cristo
por el camino que conduce al Calvario, al don total de sí. Es un camino por el que cada día aprendemos a salir
cada vez más de nuestro egoísmo y de nuestra cerrazón, para acoger a Dios que abre y transforma el corazón.
Y san Pablo nos recuerda que el anuncio de la Cruz resuena gracias a la predicación de la Palabra, de la que el
mismo Apóstol es embajador; un llamamiento a que este camino cuaresmal se caracterice por una escucha más
atenta y asidua de la Palabra de Dios, luz que ilumina nuestros pasos.
En el texto del Evangelio de Mateo, que pertenece al denominado Sermón de la Montaña, Jesús se refiere a tres
prácticas fundamentales previstas por la ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno; son también indicaciones
tradicionales en el camino cuaresmal para responder a la invitación de «retornar a Dios con todo el corazón».
Pero lo que Jesús subraya es que lo que caracteriza la autenticidad de todo gesto religioso es la calidad y la
verdad de la relación con Dios. Por esto denuncia la hipocresía religiosa, el comportamiento que quiere aparentar,
las actitudes que buscan el aplauso y la aprobación. El verdadero discípulo no sirve a sí mismo o al “público”,
sino a su Señor, en la sencillez y en la generosidad: «Y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará» (Mt
6, 4.6.18). Nuestro testimonio, entonces, será más eficaz cuanto menos busquemos nuestra propia gloria y
seamos conscientes de que la recompensa del justo es Dios mismo, el estar unidos a él, aquí abajo, en el camino
de la fe, y al final de la vida, en la paz y en la luz del encuentro cara a cara con él para siempre (cf. 1 Cor 13,12).
Queridos hermanos y hermanas, iniciamos confiados y alegres el itinerario cuaresmal. Escuchemos con atención
la invitación a la conversión, a «retornar a Dios con todo el corazón», acogiendo su gracia que nos hace hombres
nuevos, con aquella sorprendente novedad que es participación en la vida misma de Jesús. Que ninguno de
nosotros sea sordo a esta llamada, que nos viene también del austero rito, tan simple y al mismo tiempo tan
sugerente, de la imposición de la ceniza, (Que hemos realizado). Que nos acompañe en este tiempo la Virgen
María, Madre de la Iglesia y modelo de todo auténtico discípulo del Señor. Amén.”
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA CUARESMA 2014
Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cfr. 2 Cor 8, 9)
Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y
comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de san Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro
Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9).
El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén
que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de san Pablo? ¿Qué nos dice hoy,
a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?
La gracia de Cristo
Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino
mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios,
igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros;
se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la
encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de
proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama. La caridad, el amor es compartir
en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y
Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre,
obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente
uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium
et spes, 22).
La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice san Pablo— «...para
enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación.
Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios
no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es
superfluo con aparente piedad filantrópica. ¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del
Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para
estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros
pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos
sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su
pobreza. Y, sin embargo, san Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo»
(Heb 1, 2).
¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos,
de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado
medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y
verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros. La pobreza
de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros
pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza
de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y
solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin
dudar ni un instante de su amor y su ternura. La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación
única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su “yugo
llevadero”, nos invita a enriquecernos con esta “rica pobreza” y “pobre riqueza” suyas, a compartir con Él su
espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).
Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una
única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.
Nuestro testimonio
Podríamos pensar que este “camino” de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después
de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar,
Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en
los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar
a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria,
animada por el Espíritu de Cristo.
A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas,
a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza;
la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la
miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. La miseria material es la que habitualmente llamamos
pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos
fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el
trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio,
su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad.
En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a
Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones
de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria.
Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa
de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad
y al compartir.
No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado.
¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del
alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas
de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta
miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el
pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria
moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente. Esta forma de miseria, que también es causa de ruina
económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos
su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que
nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que
verdaderamente salva y libera.
El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a
llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado
y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos
invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza! Es hermoso experimentar la alegría de
extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos
y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue
en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él,
podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.
Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a
la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se
resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos
hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza. La
Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a
fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería
válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.
Que el Espíritu Santo, gracias al cual « [somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados,
pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la
responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este
deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el
camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.
Vaticano, 26 de diciembre de 2013
Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir
FRANCISCO