Download 5. Quemar con el fuego del Espíritu

Document related concepts
no text concepts found
Transcript
5. Quemar con el fuego del Espíritu
“Aparecieron unas lenguas como de fuego...” “Dios
sigue derramando sobre nosotros ese símbolo de su
amor” que es el Fuego de Pentecostés. Para Juan
Pablo II, Pentecostés es “un Don por el que Dios
mismo se comunica al hombre en el misterio íntimo
de la propia Divinidad, para que. al participar de la
naturaleza divina, dé frutos espirituales que son
frutos de amor”. Este nuevo Pentecostés de la
Renovación, es pues el Don de una Persona Divina,
que desde el corazón de la Trinidad viene a nosotros
ardiendo de amor. La primera que experimentó tan
extraordinaria visita fue María. Desde que recibió al
Espíritu en Nazareth se encerró con Él en un
recogimiento asombroso. Conservaba todas las cosas
“meditándolas en su corazón”. Y podría decir con el
salmista: “En mi meditación se enciende el fuego”.
Hay una complicidad entre el fuego que ardía en el
corazón de la Madre de Dios y el fuego que descendió
en Pentecostés. Lo vemos en una hermosa oración
etíope: “María, Tú eres más gloriosa que el Carro de
Fuego, Tu Seno contuvo el carbón ardiente...”.
Encendida en Dios, María debía estar en el Cenáculo,
para transmitir a los discípulos la llama de la
evangelización; “Fuego he venido a traer a la tierra
¿Y qué quiero sino que arda toda entera? “No nos
engañemos. Si hemos sido revestidos de poder, para
llegar hasta los confines de la tierra, ese poder es
sólo el de quemar. Quemar en fuego crepitante de
alegría o en brasa dolorosamente oculta. Pero
siempre el fuego.
Lo comprendió muy bien Juan, el Apóstol que
murió de viejo, con una sola frase quemándole en los
labios: “Hijitos míos, que os améis unos a otros”. Antes
de llevar al mundo el amor, amaos en casa. En casa tuvo
él a María como premio a su blanca llama. “Jesús, vendo
a su madre y a su lado al discípulo a quien amaba le
dice: «Mujer ahí tienes a tu Hijo...» Luego dice al
discípulo: « Ahí tienes a tu madre...» y desde aquella
hora, el discípulo la acogió en su casa”. Se la llevó con
él. Vivió con esta madre bendita, toda la grandeza y
pequeñez de lo cotidiano. Y un día, en aquella santa
intimidad, saltó la pregunta: “Dinos, Madre, cómo
concebiste al que es incomprensible, cómo diste a luz a
tanta grandeza”. Pero María respondió: “No me
preguntéis a cerca de este misterio. Si empiezo a hablar
de él, saldrá fuego, fuego de mi boca y consumirá toda
la tierra".
Sin María no llevaremos fuego a ninguna parte, no
evangelizaremos. Por eso, si hemos de ir, vamos a
quedarnos con ella. Que de verdad viva con nosotros.
Tendremos en nuestros corazones su fuego maternal,
inmenso y devorador. Y no serán obstáculo nuestras
miserias, calcinadas por el amor, más purificador que el
purgatorio. Viviremos quemando. Será normal en
nosotros una naturaleza incandescente.
Cuenta un relato de los monjes de Oriente, que un
día, cuándo el anciano Sergio oraba con las manos
levantadas al cielo, sus dedos se convirtieron en diez
cirios encendidos —¡Qué luz. en nuestros grupos, con
tantas manos levantadas al cielo!- y volviéndose Sergio,
le dijo al Abad Lot: "Si quieres ser perfecto, conviértete
en fuego".
19