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Artículos de opinión sobre Sexualidad
Proyecto Oroel de Salud
Quino Villa Bruned
Una Metáfora Contemporánea
Sinopsis:
Una lectura sobre el SIDA, enfermedad que por haber sido asociada desde sus orígenes a la
homosexualidad, ha adquirido connotaciones peyorativas. Algo deberá cambiar entre nosotros y con
respecto a ese mal de final del siglo XX, y a las personas que lo padecen. (Artículo de opinión).
Aunque estamos en la época de las siglas, hay una que suena de manera
diferente. Recogí hace poco del profesor Antonio Carreras algo que me llamó especialmente la atención: la enfermedad del SIDA se ha convertido en una espléndida
metáfora que nos permite reflexionar sobre las características de nuestro tiempo.
Eso, una sigla metafórica que esconde potentes significados, no exentos de respuestas de miedo e insolidaridad.
Se conoce el hecho de que cuando un individuo no conoce a fondo algo,
tiende a formarse sobre el mismo abundantes creencias generalizadas. ¿Acaso no
debe de ocurrir también en este caso, mientras los científicos siguen investigando
para encontrar remedios más poderosos que combatan la enfermedad?
Pero me gustaría hurgar en el fondo de esa sigla de poco más de una década de antigüedad, y analizar algunos de los significados implícitos que arrastra.
Algo que ha marcado a esta temible plaga desde su aparición ha sido su
asociación repetida a la conducta homosexual. A pesar de que en los años ochenta
desapareció el término de homosexualidad de los manuales diagnósticos como trastorno de personalidad –sí se considera una variación sexual, pero en los manuales
suele aparecer junto a otras como el sadismo, la zoofilia... prácticas tal vez menos
comprendidas y aceptadas–, las mentes de un grupo de personas todavía numeroso siguen viéndola como algo inmoral, obsceno y degradante. Si cualquier enfermedad crea ciertos sentimientos de lástima, el SIDA arrastra una mezcolanza repugnante de lástima e indecencia.
Pienso que a este fenómeno ha podido contribuir la moral que propugna la
iglesia católica: por una parte destaca como una virtud el compartir la enfermedad
de otra persona; por otro, no acepta la homosexualidad como opción sexual del deseo, condena la masturbación e incluso las fantasías sexuales –recordemos la publicidad que se hizo de la película La Ultima Tentación de Cristo, en la que aparecía
el protagonista al final de la misma recreándose en una fantasía sexual–, y ya no
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hablemos de la promiscuidad, de los encuentros sexuales ocasionales, y del uso del
preservativo, por poner un ejemplo, conductas todas ellas relacionadas de alguna
manera con el SIDA.
La estrategia de la iglesia, aparentemente hábil para llevar el agua a su molino, pero claramente perjudicial en el tema que nos ocupa, ha consistido: por un
lado en reafirmar algunos valores morales referidos a la práctica de la sexualidad –
hetero– y dentro de los márgenes de la monogamia estable, y como práctica que
hace posible la procreación; por otro, el culpar a buena parte de las víctimas del SIDA. Han pasado algunos siglos, y aún sigue azotando en algunas conciencias el
fenómeno de las pestes como castigo divino en respuesta a los inmorales comportamientos del ser humano. Al margen de esto, merecen todos mis respetos aquellas
organizaciones católicas –que las hay– que trabajan día a día con este tipo de enfermos.
Y ante semejante tempestad, ¿qué podemos hacer? A mí me gustaría proponer –proponerme– algunas cosas: en primer lugar, elevar la mirada hacia el horizonte y pensar que en el año 2.000, y según un estudio de la OMS, aproximadamente 35 millones de personas serán portadoras del virus del SIDA; este hecho
puede llevarnos a concluir que tendremos que convivir con esa enfermedad más
pronto o más tarde. En cuanto a las explicaciones sobrenaturales –castigo divino–
pueden resultar tranquilizadoras cuando falta absolutamente el control sobre una
situación; en este caso seguramente nos será más útil alguna explicación por ahora
más racional y humana: puesto que la enfermedad por ahora no puede curarse, debemos prevenirla para no enfermar –ahí está el posible control, en la prevención–; y
para con respecto a la persona que ya está enferma, pues solidaridad. Piensa, sencillamente, que mañana puedes ser tú, y –parodiando al psicólogo humanista Viktor
Frankl– puedes vivir como si ya estuvieras viviendo por segunda vez, y como si la
anterior hubieras obrado tan desacertadamente como ahora estás a punto de obrar.
Piénsalo un momento. El miedo puede resultar adaptativo, pero a partir de
cierto nivel nos paraliza. Y la repugnancia, cuando va referida a la misma esencia
del ser humano, nunca es buena.
Quedémonos con la metáfora, para poder leernos a nosotros mismos. Si
acaso la palabra SIDA está demasiado cargada de historias feas, sustituyámoslas.
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Quino Villa Bruned
Estoy seguro que quienes las inventaron optaron por ella como una forma sincopada (Sol I D arid A d). Pero ni a ti ni a mí nos importa pronunciarla entera: ¡SOLIDARIDAD!
 Quino Villa Bruned.
Maestro y Psicólogo Clínico.
Proyecto Oroel de Salud. Jaca.
Febrero, 1994.
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