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En la celebración
del miércoles de Ceniza
se nos dice al tiempo
de imponernos
la ceniza: "Conviértete
y cree en el Evangelio".
La Cuaresma es pues,
un tiempo
de conversión.
Convertirse significa
"volver", "cambiar",
"enderezar el camino"
"renovarse".
El hombre y la mujer
de hoy, somos un poco
autosuficientes y
vivimos olvidados
de Dios.
Confiamos demasiado
en las propias fuerzas y,
a veces, nos cerramos a
la fe.
El hombre postmoderno
piensa que la Cuaresma es
para los “de antes” para
los “no progresistas” .
Eso hoy en día "ya no se
estila".
Los cristianos vivimos
bombardeados por “slogans”
que alejan la vida de una visión
cristiana y sobrenatural.
Jesús nos ofrece
una manera de ser y
estar en el Mundo,
de realizarnos
como personas,
de construir un mundo
y sociedad diferentes.
Necesitamos hacer
un alto en nuestro camino
para confrontar nuestra
vida con el proyecto
de Jesús.
Este es el sentido del cambio cuaresmal.
Ponernos en camino, siguiendo las huellas
de Jesús, para ver qué es lo que
no funciona en nuestras vidas y
qué necesitamos que cambiar.
En terminología de S. Pablo es pasar
del “hombre viejo” al “hombre nuevo”.
“Hombre viejo” es el que se busca sólo
a sí mismo, viviendo de espaldas a Jesús y
su Evangelio.
La cuaresma es algo más que:
• imponernos la
ceniza el Miércoles
de Ceniza;
• no comer carne los
viernes de cuaresma,
implica purificar
nuestras debilidades para
llegar a ser “hombres y
mujeres nuevos”.
Este hombre y mujer nuevos
se consigue cuando:
• se cree lo que Él creyó;
• se mira a las personas
con los ojos que Jesús
las miró;
• se da importancia
a las cosas que Él
dio;
• se ama a las personas
como Él las amó;
• se perdonan las ofensas como Él perdonó;
• nos acercamos a los necesitados
como Él se acercó;
• se confía en Dios Padre
como Él confió;
En definitiva,
la Cuaresma no es
privarse de todo y
vivir un tiempo
de sufrimiento;
es tomar conciencia
de la presencia
de Dios en nuestra
vida, de la ayuda
que recibimos de Él
cada vez que
emprendemos un
cambio.
El cambio pedido por Dios es “conversión
del corazón”, que es obra de la gracia y
misericordia de Dios y del esfuerzo humano.
La Iglesia
nos propone
tres caminos
para purificar
el corazón:
• El ayuno, como expresión de que los
bienes materiales no son absolutos y
que el “Pan” verdadero son Cristo y
su Palabra.
• La caridad para acoger y ser solidarios
con aquellas personas que necesitan
de nuestro tiempo, nuestra amistad y
nuestra ayuda.
• La oración para descubrir la voluntad
de Dios y hacer Su Voluntad.
Sólo así, el día de Pascua nos encontraremos
con Cristo Resucitado.