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EL PROCESO DE HOMINIZACIÓN
El proceso de hominización comenzó hace unos cuatro millones de años en el este
de África. En esa época comenzó una nueva glaciación: disminuyó la temperatura en el
planeta, y en algunas regiones los hielos cubrieron la superficie terrestre. Una de las
consecuencias de la glaciación fue que cambió el régimen de lluvias: zonas fértiles se
convirtieron en desiertos y algunas selvas retrocedieron para transformarse en sabanas,
donde los árboles formaban pequeños grupos aislados y predominaban los pastizales.
Los primates que vivían en estas regiones se vieron sometidos así a una gran presión
por parte del medio: algunos desaparecieron, pero otros pudieron irse adaptando a las nuevas
condiciones. La transformación de la selva en sabana alteró profundamente su forma de
vida; los alimentos obtenidos principalmente de los árboles debieron ser reemplazados por
otros obtenidos de los pastizales: las semillas. En estas condiciones los grandes dientes
caninos eran innecesarios para triturar y moler los pequeños granos. Otro cambio físico
importante fue la pérdida del pelaje corporal y su reemplazo por glándulas sudoríparas, que
permitieron la transpiración para poder realizar grandes caminatas o carreras bajo el sol de la
sabana. Esto último está relacionado con otro cambio importante, que fue la incorporación de
la carne a su dieta: en las amplias sabanas pastaban grandes manadas de mamíferos de
distintas especies. Al comienzo eran carroñeros, es decir que se alimentaban de animales que
encontraban naturalmente muertos o cazados por otros animales. Lentamente fueron
adquiriendo habilidades para cazar en grupo. Esto influyó en su comportamiento social:
necesitaron incorporar herramientas y un lenguaje cada vez más complejo; además se produjo
una división del trabajo entre los hombres, cazadores, y las mujeres encargadas de la crianza
y de la recolección cerca del campamento. Los homínidos, individualmente muy indefensos
ante los peligros de la sabana, aumentaron sus posibilidades de sobrevivir al cazar en grupo y
compartir sus alimentos.
Es importante aclarar que los homínidos no se convirtieron en cazadores
repentinamente porque algunos individuos decidieron que les gustaba el sabor de la carne,
sino porque un ser que podía matar y digerir la carne animal, se encontraba favorecido, en
aquella época y en aquel medio, en la lucha por la vida. La caza aumentaba de manera
extraordinaria las reservas de alimentos disponibles. Como vegetarianos los homínidos tenían
un número limitado de cosas que crecían en el suelo de la sabana para alimentarse: semillas,
algunas raíces y frutos silvestres. La materia vegetal más abundante, la hierba, no la podían
digerir, pero sí la carne de los animales que se alimentaban con esos vegetales.
El desarrollo de la caza está vinculado a una serie de transformaciones físicas: la
postura erguida para poder ver entre los pastizales de la sabana fue acompañada por una
coordinación de los brazos y de las manos para lanzar herramientas de forma más
precisa. Esto fue acompañado por un aumento del tamaño del cerebro: una mayor capacidad
de atención y una memoria más desarrollada le permitían retener la información que iba
adquiriendo de sus experiencias de caza y de las de sus compañeros, podía acumular en su
mente nociones del comportamiento de las presas, trazar anticipadamente sus planes,
elaborar estrategias y desplazarse más lejos sin perderse. Este desarrollo cerebral vinculado
al perfeccionamiento del lenguaje estaría relacionado a la organización social y a la creación
de cultura.
Estas transformaciones permitieron a los homínidos extenderse a otras regiones del
planeta. Con la aparición del Homo Sapiens Sapiens concluyó hace unos 80.000 años el
proceso de hominización.