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La justicia social a partir de la dignidad humana en la Ibero Ciudad de México y el SUJ: una aproximación crítica desde una sociología estructuralista José Antonio Farías Hernández Universidad Iberoamericana Ciudad de México Instituto de Investigaciones sobre Desarrollo Sustentable y Equidad Social (IIDSES) Línea de investigación: acercamientos teórico-críticos a los paradigmas de pobreza, desarrollo, desigualdad y exclusión social INTRODUCCIÓN El valor de la justicia social es uno de los pilares del modelo educativo de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México (Ibero), del resto de las universidades confiadas a la Compañía de Jesús en México, y del Sistema Universitario Jesuita (SUJ) como tal. De hecho, se puede afirmar que es una especie de “valor superior” frente al resto de sus “iguales” en nuestro modelo educativo. La presente ponencia realiza un acercamiento crítico a la noción de justicia social contenida en los Documentos Básicos de la Ibero y el SUJ, identificando algunos de sus trasfondos teóricos, todo ello a partir de su conexión con la noción de dignidad humana. Dicho acercamiento crítico se realiza desde un tipo de sociología estructuralista que podemos identificar como “fenoménico evolucionista”, en el sentido de basarse en la observación superficial (insubstancial) de un complejo transindividual autorreferente, lo que N. Elias llama composición social, y no en otro tipo al que nominamos “sustancial fijado”, lo que R. Xirau llama estructuralismo de subsuelo (tipo C. Lévi Strauss). Se trata de un enfoque clásico, que tiene raíces en sociólogos como H. Spencer E. Durkheim, K. Marx, T. Parsons, aunque nos parece que Elias es quien lo aísla mejor como método de observación de la realidad, especialmente histórica, lo cual está claramente conectado con el término evolución social. Se puede resumir en esta cita de Durkheim: “Queda entonces explicar los fenómenos que se producen en el todo por las propiedades características del todo, lo complejo por lo complejo, los hechos sociales por la sociedad…” (2000). El saber básico que inspira a la Ibero y el SUJ está nutrido por valores e ideas cristianos asumidos al modo ignaciano, sintetizados en su filosofía de inspiración cristiana. En ella hay una parte dedicada a la justicia social, donde el compromiso con los pobres es fundamental. Dicha filosofía se plasma en los Documentos Básicos, los cuales tienen un contenido conceptual implícito, criticable como 1 cualquier filosofía, más aún dentro de una institución y sistema que amán la libertad de conciencia, el dialogó inter-ideológico abierto y el pensamiento crítico, según los principios básicos plasmados en esos textos. Éstos son el Ideario y la Filosofía Educativa de la Ibero, a los que complementan la Filosofía Social y, más allá de esta universidad, los más recientes Ideario del SUJ y el Proyecto Educativo de la Compañía de Jesús en América Latina (PEC), este último extrainstitucional en el sentido abarcar todos los esfuerzos educativos de la Compañía de Jesús en Latinoamérica, en todos los niveles, pero que por su importancia abarcadora se ha convertido en un referente contemporáneo. Para todo –excepto para la Filosofía Social- hay que tener en cuenta que se trata de documentos declarativos, los cuales, como dijimos, conllevan posiciones teóricas como parte de un discurso eminentemente orientador e inspiracional. Son algunos de esos “teoremas implícitos” los que trataremos de distinguir en este trabajo, referidos exclusivamente al tema “Ibero y sociedad”. Asimismo, lo relacionado con la naturaleza de su compromiso con la justicia social como institución de educación superior. Todo ello para concluir en que el SUJ es un referente obligado a nivel nacional, cuando de educación universitaria con formación social se trata. Asimismo, en el hecho de ser parte de una tradición educativa universitaria histórica, que siendo mundial cuenta en nuestro país con ocho instituciones consolidadas. 1 PERSONA Y ESTRUCTURA Todos estos textos tienen como punto de partida la dignidad de la persona humana, la cual debe ser considerada como un fin en sí mismo y no como un instrumento, de manera que todo esfuerzo o compromiso social debe estar encaminado a garantizar un trato digno a la persona, tanto en su sentido individual como social. Aquí surgen ya algunos elementos de divergencia con nuestro punto de vista. Todos, en el plano inspiracional, como científicos sociales, partimos de que la persona debe recibir un trato digno, en el caso de la teoría política desde las instituciones de la sociedad. En este sentido, no existe teórico social que esté en esto por puro el placer cognitivo de observar este tipo de fenómenos, por lo cual, todos, tarde o temprano, directa o indirectamente, terminamos por sugerir propuestas encaminadas a mejorar la situación de justicia en el mundo, como medio de lograr que la persona sea merecedora de un trato digno, entiéndase lo que se entienda por esto. En todo caso, en tono autocrítico, el estructuralismo – con toda su exagerada ensalada de escuelas- suena un tanto falso cuando abdica al efecto social directo. Este plano, al que podemos llamar nivel pathos, puede ilustrarse diciendo, de manera un tanto exagerada, que todas las teorías sociales, 1 El Sistema Universitario Jesuita está constituido por las Ibero Ciudad de México, Puebla, León, Torreón y Tijuana, el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), la Universidad Loyola del Pacífico, y el Instituto Superior Intercultural Ayuuk, todos ellos confiados a la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús. 2 desde aquellas que proponen la pureza racial o la grandeza de un pueblo sobre los otros (por los motivos que sean), hasta aquellas que plantean la hermandad intercultural, por ejemplo idealizando la supuesta existencia de una aldea global, parten de la consideración de la dignidad de la persona, según sus respectivos ámbitos de observación. En este sentido, se plasma en la Filosofía Educativa (lo que después, como en casi todo, repetirá el Ideario del SUJ): “el hombre individual posee por una parte la dignidad inalienable de ser persona humana, y por tanto no puede ser considerado como un simple medio o como una pieza de un todo situado por encima de él” (15). Pero, más allá del nivel pathos, está el nivel logos, y una vez que entramos en él – como subsistema de la ciencia- las distintas interpretaciones teóricas son, bajo la unidad de formato texto científico, valga la analogía, mercancías de marca en competencia, bajo la cual “el otro” no es la persona que nos une en su dignidad, sino el enemigo teórico a vencer, desplazar o al menos eclipsar en la explicación de la realidad social. Y es en este sentido que proponemos a la noción de estructura como la más acertada para la comprensión básica del fenómeno social como tal, mientras que otras aproximaciones basadas en la idea de persona humana, persona psicológica e incluso grupo social no pueden evitar caer en inconsistencias científicas del tipo falacia naturalista –chascos científicos, les llama C. Geertz- , es decir, de manera un tanto burlesca, prescribir recetas para las peras partiendo del estudio de las manzanas, o bien recetas para todo el árbol partiendo del estudio exclusivo del fruto. 2 N. Luhmann lo deja muy claro cuando afirma que nuestras teorías estructuralistas -en cualquiera de sus versionesevitan recurrir al sujeto tal como lo ha usado la filosofía trascendental, así como al individuo psíquico (2005). Y esto porque el concepto de función implica invertir los supuestos de pensamiento del concepto sustancia, con lo cual la razón se orienta hacia lo que podría ser de otra manera (2010). Esto lo complementa T. Parsons, cuando a plantea que incluso la noción grupo social es un objeto de estudio diferente a la estructura social, como desde luego lo son persona y estructura. Y aquí encontramos uno de los diferendos fundamentales con la Filosofía Educativa. Se trata en su caso de un compromiso forzado con el estructuralismo, quizás tratando de incluirlo por su fuerte “competitividad” explicativa en los años ochenta en que fue escrita, pero que al final deviene en un estructuralismo subvaluado, subordinado a un personalismo ético, para nosotros con raíz en el personalismo solidario de J. Maritain. Así las cosas, tenemos que “la UIA piensa que si bien es cierto que las estructuras sociales condicionan hondamente la conducta de los hombres, no son en último término estas estructuras las que producen hombres justos, sino que son los hombres justos los que pueden y deben producir las estructuras que sustentan y hacen posible la justicia social” (Filosofía Educativa, 16). Esto lo confirma la más teórica Filosofía Social, cuando dice que la sociedad es una realidad de orden 2 “Todas las éticas que fundamentan la moral en el análisis de la naturaleza humana cometen, a juicio de Hume, la falacia naturalista, ya que deducen las normas morales del análisis de lo que el hombre es” (Blasco 2/4). 3 intencional y no autónomo. Estas aseveraciones son falsas desde nuestra visión estructuralista, la cual, de manera invertida, plantea que son las estructuras sociales (autorreferentes) las que determinan el comportamiento (voluntarista) de los hombres, cosa que no significa fatalidad, ya que éstos pueden adaptar esa “direccionalidad autónoma” a un funcionamiento más justo de la sociedad, como diría el propio Luhmann, “arrancando prestaciones al sistema”, en vez de pretender arrogantemente transformarlo en otra estructura justa. Aquí nos respaldamos en un fragmento disecado del estructuralismo, expuesto por F. Sánchez: la estructura social es radical a nivel analítico, es decir, aparece en la literatura científica como factor último de referencia en la explicación positiva de un fenómeno social; sus elementos se imponen socialmente y condicionan el comportamiento; y, su funcionalidad no tiene carácter teleológico, es decir, no nace ni se mueve por los fines que los hombres persigan y se propongan sobre ella. Esto nos permite criticar de una vez a la Filosofía Social cuando afirma que la sociedad es una unidad entre hombres que viven en comunidad e intentan organizadamente buscar un fin más amplio llamado bien común, el cual trasciende sus propios objetivos particulares. O bien, cuando la Filosofía Educativa dice que el logro de este bien común consiste en formar hombres solidarios capaces de estructurar las relaciones sociales para que todos tengan la oportunidad de desarrollarse como hombres dignos, accediendo a los bienes que para esto son necesarios (16). Si hacemos una gran distinción visualizando la injusticia/justicia como componente de toda la existencia de la humanidad hasta hoy, veremos que la sociedad justa no ha existido jamás por más esfuerzos que los hombres hayan puesto en estructurarla así. Si nos circunscribimos a la sociedad de la era racionalista, digamos desde los griegos hasta nuestros días, podemos coincidir con Ch. Taylor cuando recuerda que: “ya a principios del siglo XVIII, F. Bacon criticó a las ciencias aristotélicas tradicionales por no haber contribuido en nada “a aliviar la condición de la humanidad” (1994). ¿Por qué entonces nos arrogamos nosotros la tarea de estructurar la sociedad justa ideal que no se ha logrado modelar en 2000 años (más aún si suponemos que vivimos una época vacía de valores)? Sobre el concepto de bien común y transformar al mundo inculcando valores volveremos adelante. Ahora bien, más allá de esta postiza asimilación del estructuralismo, la Filosofía Educativa muestra una sólida pluralidad teórica de acuerdo con la realidad social mexicana, más considerando que fue escrita hace casi 30 años, cuando las condiciones de nuestra sociedad no eran tan malas como ahora. Y esto vale también para el Ideario, de 1968, lo cual podemos resumir en ambos casos como una pertinencia fáctica extendida, aunque eso signifique tristemente que la injusticia sigue enseñoreada como parte de nuestro ser nación. Sobre esto también resolveremos al final. Por el momento hagamos un recuento de dicha solidez teórica. De manera breve y siendo totalmente subjetivas estas asociaciones, cuando la Ibero dice que quiere situarse entrañablemente en México, encontramos un 4 acertado contextualismo; esto se potencia con fundamentos de la antropología cultural particularista -y también de las partes relativistas de la filosofía de J. Herder y G. Hegel-, cuando se habla de la exigencia de participar en la propia cultura. En cuanto a autores, I. Kant estaría en el núcleo del documento, con lo referido sobre la persona y su dignidad inalienable; por su parte, G. Hegel aparece con fuerza, tanto al hablar de hombres conscientes de su propio proceso histórico, como al afirmar que se quiere contribuir al fortalecimiento de nuestra identidad nacional (aquí podría caber también algo de positivismo político de corte comteano); un marxismo reformista entra cuando se propone trabajar para transformar las estructuras injustas. Finalmente, en temas más contemporáneos, encontramos dos respaldos vanguardistas para un documento proclamativo de los años ochenta: de un lado, un claro concepto de ciudadanía multicultural, muy al estilo por ejemplo de W. Kymlicka, cuando se habla de respetar la diversidad cultural dentro de nuestro Estado-nación; y, del otro, un discurso acorde con el paradigma emergente del desarrollo sustentable, con expresiones como “humanización de la naturaleza”, aunada a la idea de optimizar y conservar los recursos naturales. Pasemos ahora al concepto bien común contenido en la Filosofía Social, documento que profundiza algunos teoremas de la Filosofía Educativa. Para nosotros se trata de una idea anticuada e inoperante, importada de la noción tribal o aldeana de Santo Tomás, útil para el tipo de comunidades cristianas en algún momento de la Edad Media y sus equivalentes funcionales contemporáneos –por ejemplo, un pueblo-comunitario en el México rural-, en ambos casos autosuficientes, pero no para la sociedad-nación de nuestros días. Sobre este sentido conservador se lee en este documento: “En todo lo que toca a la vida en sociedad, en un orden intramundano de valores, el hombre como individuo debe subordinarse al bien común, y poner todo su empeño en conservarlo, defenderlo y acrecentarlo.” (3). De entrada, esto contradice el espíritu transformador de estructuras que impregna a la Filosofía Educativa. Por otro lado, si suponemos que la autoridad o poder político es quien determina lo que conviene a la comunidad –sea la iglesia o el Estado-, resulta en la fórmula de subordinación que, llamando a conservar el estatus quo, frecuentemente se invoca para desinhibir el cambio social. En este sentido, bajo esta noción de bien común –en la que “el todo” es a “la parte” y viceversa, debiendo “la parte” sacrificarse en un momento dado por “el todo”-, opera la conservación de algún orden de privilegios sobre todo económicos-, más aún en sociedades no aldeanas como la nuestra. Habría más críticas a esta noción de bien común, pero por el momento cerramos esta parte con este remache del documento básico referido: “cuando están en juego los valores de la vida social: jurídicos, políticos, económicos, culturales, el hombre está obligado a posponer sus intereses particulares y esforzarse por contribuir al bien de la colectividad”. (3). De nuevo esto transmite autosuficiencia económica, armonía social, homogeneidad cultural y un sentido de justicia, valores con los que nadie buscaría la movilidad social, lo cual no parece ser la forma de operar de nuestra sociedad. En este caso la propuesta sería actualizar estos pasajes con una filosofía social más acorde con lo que somos hoy como nación, 5 por ejemplo la noción de “ciudadanía multicultural”, de W. Kymlicka, la cual concilia multiculturalismo dentro del orden político dominante liberal del Estadonación. LA EDUCACIÓN EN VALORES Y LA TRANSFORMACIÓN DEL MUNDO EN OTRO INCLUYENTE Desde nuestra perspectiva estructuralista no estamos en desacuerdo con la educación en valores, siendo siempre y en toda sociedad una función necesaria, sino sólo contra la idea transformadora a partir de ella. Así como aquellos dos mil años mencionados en la referencia de Bacon por Taylor son la mayor evidencia del fracaso racionalista-justicialista, sobran ejemplos de hombres educados en valores que son asimilados por los sistemas sociales donde se insertan, asumiendo sus códigos operativos. Claro, siempre hará diferencia que en la asimilación del hombre volitivo por un sistema actúen hombres formados en valores, pero eso no cambia la impermeabilidad de las estructuras a los fines trascendentes que se pongan en ellas. Un ejemplo desde mi feudo derecho humanista. La ONU apuesta tanto a la educación en valores, que la Declaración Universal de Derechos Humanos dice que las crasas violaciones en la Segunda Guerra Mundial no se hubieran cometido si políticos, militares y civiles hubieran conocido esos derechos. Pues bien, cuarenta años más tarde y ubicados en la crisis y disolución de una ex-Yugoslavia próspera, es fácil suponer un pueblo altamente educado y por lo mismo conocedor de los derechos humanos, todo lo cual no evitó que el determinismo de la estructura social guerra civil trajera de nuevo a Europa el horror del genocidio. Por esto la Ibero está en lo correcto cuando se propone egresar profesionistas altamente educados en valores, pero no cuando piensa que con eso se puede cambiar el mundo. Dice la Congregación 35 de la Compañía de Jesús, “una “globalización en la solidaridad, una globalización sin marginación”; decimos nosotros, una globalización acotada, con la menor marginación posible (6). Tampoco se trata de desterrar el “cambiemos al mundo”, sino sólo ubicarlo en su lugar, esto es, en el plano inspiracional y no operacional de la justicia. En suma, bajo un enfoque estructuralista como el nuestro la ética y las utopías vienen a ser auxiliares importantes. LA TRADICIÓN DE LA EDUCACIÓN JESUITA PARA LA JUSTICIA SOCIAL Dice el P. Rambla, “… de todo el proceso de la vida de Ignacio, podemos deducir que él vivió y legó en su carisma apostólico una especial sensibilidad por los pobres y la pobreza. Esta sensibilidad es la que permitirá a través de la gran mutabilidad de tiempos y circunstancias concreciones muy diversas, hasta el 6 compromiso por la justicia social” (3). En nuestro caso, como misión universitaria en el México contemporáneo. Vayamos ahora al concepto tradición como estructura social, el cual, independientemente de la idea de tradición como la transmisión-conservación de un legado espiritual y canónico, se fundamenta materialistamente en la repetición de una praxis social perteneciente a un grupo cultural, en este caso la obra social de los jesuitas como educadores. Pues bien, dicha praxis ha creado un flujo de adhesión o simpatía más que suficiente, en este caso uno que va desde el siglo XVI hasta nuestros días, de tal forma que se trata de una tradición histórica en madurez. Y con esto nos referimos a un sistema mundial de universidades único, en el cual se incorporan a ese vigoroso flujo jesuitas laicos o simplemente laicos que comparten esa costumbre grupal cultural. Sólo agregaría con G. Sumner, que esta visión estructural-materialista de la tradición es tan determinante (3), que aun suponiendo la extinción de los jesuitas y con ellos su inspiración ignaciana, esta tradición universitaria comprometida con la justicia continuará por tiempo indefinido, seguramente largo, cosa que no se entiende si nos ponemos sólo en el plano de observar la tradición “superestructural”, es decir, la inspiración, el canon, la creencia. LA JUSTICIA SOCIAL COMO UNA ESPECIE DE SUPRAVALOR FRENTE A OTROS EQUIVALENTES La justicia social, siendo uno igual entre nuestros principios básicos, parece tener un valor superior, lo cual nos parece perfectamente acoplado con el contexto y tiempos de injusticia exacerbada en que vive la Ibero como parte de México y el mundo. Así, en la Filosofía Educativa encontramos que: “… la actitud operante en busca de la justicia social es en nuestro mundo algo tan decisivo que debe considerarse como el indicador más claro de la calidad de la formación humana que la UIA transmite” (16). Dos décadas después, esto es parafraseado en el Ideario del SUJ: “La promoción de la justicia desde la realidad mexicana, que se caracteriza por profundas desigualdades y contrastes, constituye la exigencia mayor de la inspiración cristiana. De la fe cristiana proviene la opción preferencial por los pobres, cuya traducción en el quehacer universitario constituye el mejor criterio para saber en qué medida el SUJ está realmente empeñado en su misión profética.” (Capítulo 2. Inspiración Cristiana). Por tanto, no sólo factualmente, sino explícitamente, en los Documentos Básicos la justicia social aparece como un principio básico superior a los otros: libertades de cátedra y conciencia; autonomía universitaria; y, diálogo inter-ideológico abierto. 7 ASIMILACIÓN ACRÍTICA DE NUEVAS MODAS –“DIMENSIONES”– DE LA JUSTICIA SOCIAL De la lectura de algunas congregaciones generales se percibe que, dentro del compromiso social, se van recogiendo movimientos que se ponen de moda y seleccionando problemáticas urgentes. Por ejemplo, la Congregación 34 introduce “nuevas dimensiones” de justicia tales como derechos humanos, globalización, vida humana, medio ambiente y comunidades de solidaridad, y destaca las “situaciones urgentes” de África, Europa del Este, las poblaciones indígenas, los marginados y los refugiados y desplazados. Sin embargo, no se percibe una suficiente asimilación crítica de estas “nuevas dimensiones”, pues no se asume una posición institucional, desde luego no para ser la doctrina imperante en la cátedra y medios universitarios, sino sencillamente como referente institucional en una universidad plural. Y esto, a pesar de que el pensamiento crítico es un valor educativo fundamental en el SUJ, además de que la Filosofía Educativa plantea explícitamente que la Ibero tiene su propia posición sobre las cuestiones sociales, la cual hará valer en ese diálogo inter-ideológico abierto. Un caso especial es el de la moda de la responsabilidad social corporativa. Desde nuestro punto de vista estructuralista, la responsabilidad social de la empresa es cumplir cabalmente la función social como tal, es decir, ser socialmente responsable en la explotación de recursos, pago a empleados, producción y distribución del bien o servicio, innovación tecnológica, satisfacción del consumidor, pago de impuestos, así como con las deseconomías externas que surgen de su operación, todo ello de acuerdo con los cánones operativos del contexto en que se mueve, y sin que ello signifique renunciar a la maximización de las ganancias (incluso al nivel escandaloso de los millonarios Forbes). Ya luego, a partir de ahí, se puede pensar hacer lo que en realidad es altruismo o filantropía empresarial, en calidad de persona moral. Pues bien, al menos en México, me parece que la responsabilidad social empresarial sirve a manera de doble discurso para dar una imagen ética e incluyente de muchas organizaciones, concomitante a una contra-ética cotidiana en su función esencial. Con esto no estamos diciendo que se rechace, pero sí que se asuma una posición crítica como marco a su asimilación. Por ejemplo, hasta dónde sí o no realizar convenios de ayuda social con empresas públicamente reprobadas por sus prácticas de negocio. En conclusión, si para el P. Velasco la responsabilidad social universitaria es “la habilidad y efectividad de una universidad para responder a las necesidades de transformación de la sociedad donde está inmersa, mediante el ejercicio de sus funciones sustantivas” (1), para nosotros es formar lo mejor posible los profesionistas que la sociedad está demandando (su utilidad), en nuestro caso agregando un estilo institucional comprometido con la justicia social. En este sentido, por ejemplo, sería mejor hablar del programa de obra o acción social universitaria, en vez de responsabilidad social universitaria. 8 EL CONCEPTO JUSTICIA SOCIAL COMO VALOR MATRICIAL Aunque para quienes tienen confiada la universidad, es decir, los jesuitas, no hace falta ni hacerse esta pregunta, pues está en ellos como parte de su ser cristiano, ignaciano e Ibero, es un hecho que en la vida universitaria actual la justicia social tiende a diluirse entre conceptos como responsabilidad, compromiso, inserción, construcción, articulación, todos ellos con el apelativo social. Esto se debe probablemente al anticuado sabor obrerista y socialista del término justicia social. En este caso, puede que el socialismo haya desaparecido y la clase obrera se haya anulado entre muchos agentes sociales “portadores del cambio”, pero, según las condiciones de explotación, desigualdad y pobreza actuales –el clásico diagnóstico marxista– la situación no parece estar mejor. Esto justifica la vigencia de este concepto creado por el jesuita Luigi Tarapelli en 1843, y para el cual la ONU ha establecido el 20 de febrero de cada año como día mundial. Aquí la propuesta es que a nivel inferior de la superestructura jesuita de nuestra universidad, debe insistirse en la justicia social como concepto matriz y aglutinador del resto de los que hoy parecen competirle como sucedáneos. Sobre esto vertimos cuatro testimonios de respaldo: 1) En estos días, bajo la necesidad de que la comunidad Ibero tenga claras las características de nuestro modelo educativo, el P. José Morales afirmó en uno de sus mensajes, de acuerdo con los lineamientos de la orden, que la justicia social es uno de nuestros cuatro pilares educativos, junto a la utilidad de los estudios frente a los problemas nacionales, la educación humanista que busca formar personas íntegras, y el sentido religioso, cualquiera que sea la orientación de la persona. 2) Asimismo, en febrero de 2013 se realizó en la Universidad de Deusto, Bilbao, el seminario “Liderazgo Ignaciano y Justicia Social”, donde participaron importantes jesuitas de las universidades de España y América Latina. 3) En los documentos básicos recientes podemos mencionar nuevamente el Ideario del SUJ, en el cual se plantea que es su propósito incidir universitariamente en la sociedad para hacerla más justa, libre, fraterna y solidaria desde la opción preferencial por los pobres (Capítulo 1. Naturaleza y Finalidad). 4) Finalmente, el Proyecto Educativo Común de la Compañía de Jesús en América Latina (PEC), de 2005, dice que “Nuestra educación promueve prioritariamente [la] justicia, frente a tantas formas de injusticia y exclusión” (9). El fundamento empírico está en el mismo diagnóstico del PEC: la grave desigualdad social y de la distribución de los medios de producción y la riqueza; la violencia y la crueldad; la corrupción; la destrucción del medio ambiente y el riesgo de un desarrollo no sustentable; las migraciones, el sexismo, la ingobernabilidad, la discriminación cultural y las diferentes formas en que se violan los derechos humanos (5). A esto añadiríamos la situación actual de crisis global, especialmente en Europa. 9 ALGUNOS VALORES-TEMA A DISCUSIÓN Ahora bien, el PEC y el ideario del SUJ comparten una serie de valores, basados en el personalismo humanista (“personalismo solidario”, dice la Filosofía Educativa), a los cuales oponemos algunas de nuestras apreciaciones estructuralistas, como una confluencia teórica diferente hacia el mismo compromiso social. Esto no bajo un espíritu contradicente desenfrenado, sino bajo la idea teórica afirmada de que persona y sociedad son objetos de estudio diferentes. Recordemos que una de las características del estructuralismo es su radicalismo explicativo a partir de la noción estructura. En este caso, sintetizamos estos valores desde el PEC (9): • “Nuestras instituciones promueven un pensamiento contracultural al hoy dominante”. Estructuralistamente la educación en valores no es contracultural, sino procultural, es decir, vista como distinción, la parte señalada racionalistacientífica de la “rectitud”, unida indisolublemente a la parte no señalada de un mundo “desviado” por el sentido común. Por ejemplo, apostar por el amor, la democracia y los derechos humanos nos parece de lo más procultural. • “Amor, en un mundo egoísta e indiferente.” Según Charles Taylor, el egoísmo es el logro más admirable de la civilización moderna, el cual muchos piensan que está aún incompleto y coartado por órdenes trascendentales jerárquicos (38). Por tanto, ante el triunfo de “las formas más egocéntricas” de realización hay que buscar la mayor solidaridad posible desde esta diversidad atomista, en la que siempre habrá causas justas comunes para mostrar que el ser humano nunca dejará de ser indiferente. Sirva de testimonio la juventud alzada globalmente en Brasil, Turquía, España, etc. • “Las ideologías que deshumanizan, marginan en la pobreza a las mayorías”. Siguiendo a Pedro González, en países capitalistas como Alemania, Suecia, Dinamarca, en los que hay un alto grado de justicia social, el éxito de la llamada economía social de mercado no se dio por una simple actitud ética, sino por evitar un daño a la libertad personal y a la eficacia productiva (27). De hecho, si pudiera hablarse de Keynes como fundamento del Estado de Bienestar – keynesianismo social–, él parte igualmente de arreglos técnicos-funcionales macro, en todo caso con el trasfondo trascendental de salvar al capitalismo frente al socialismo, en ningún momento desde la consideración de la persona. • “Justicia, frente a tantas formas de injusticia y exclusión”. A esto diríamos pragmáticamente con Richard Rorty: ¿qué queremos concretamente (en lugar de qué debemos idealmente)? (Cruz 316). La menor inequidad y exclusión social posibles, dejando solamente como expediente inspiracional la idea de alcanzar una sociedad libre, justa y solidaria. De nuevo, arrancando prestaciones al sistema económico. • “Paz en oposición a la violencia”. Hasta donde vemos sólo nuestra sociedad de la Modernidad se pierde en la ensoñación de la –dicha en términos kantianos10 paz perpetua. Las sociedades políticas son guerreras por naturaleza, al grado que Carl Schmitt hace de la guerra el acto constitutivo de ese orden social capaz de la política. Pero, también los tiempos de paz deben ser una cotidianidad para la operación del sistema capitalista, por oposición al Antiguo Régimen de cotidianidad guerrera. El resultado lógico-estructuralista: la paz y guerra legítimas, reguladas e institucionalizadas, como estilo de vida e histórica tradición social, respectivamente. En la parte de la guerra, el verla realistamente como normalidad social, lejos de una apología permite a Schmitt señalarla, fijarla, precisarla, para con ello ponerle límites (Mañú). De hecho, nuestra sociedad avala implícitamente esta tesis, al reconocerla como institución política por medio del derecho humanitario. • “Honestidad frente a la corrupción”. De acuerdo, pero sobre la base de crear las condiciones estructural-funcionales que desincentiven la corrupción como práctica cultural social; en otras palabras, mayor igualdad social y menos pobreza. • “Sobriedad ante una sociedad basada en el consumismo”. Igualmente, el consumismo y el hiperconsumismo son formas sociogenéticas que el sistema capitalista se ha dado para funcionar aceitadamente –así sea sobre la base de una minoría pudiente–, representando éstos la idea de vida civilizada tanto para aquel que no puede pagar como para miembros de grupos étnicos originarios. Por tanto, mejor un consumismo responsable y sustentable lo más “democrático” posible, y el apoyo a la defensa de las tradiciones de esos grupos vulnerables, en su inevitable convivencia con el atrayente estilo de vida occidental. Entretanto, a esperar y en lo posible empujar un nuevo modo de producción y estilos de vidas, sin olvidar que el capitalismo existe hace sólo 500 años. • “Contemplación y gratuidad, en oposición al pragmatismo y utilitarismo”. Para nosotros estas dos filosofías son dos humanismos serios, realistas y efectivos para el “bien común”, siempre y cuando no las etiquetemos simplistamente en el mero resultado práctico y cálculo de beneficios para la mayoría. Del primero resumiría su esencia antidogmática en el principio: “lo más justo según los contextos”; del segundo diría que el fundamento de la institución social justicia está en la utilidad que le reporta a la sociedad, en el sentido de haber encontrado la propia sociedad en el “ensayo y error” cotidiano, generalmente por generaciones, el recurso más conveniente para esta necesidad. Cómo se aprecia, un sentido materialista de la utilidad, en vez de entelequias misteriosas como la naturaleza humana o el contrato originario. LA VIGENCIA DE NUESTROS DOCUMENTOS BÁSICOS En esencia nuestros documentos básicos, en especial los dos idearios y la Filosofía Educativa, son documentos válidos y vigentes no por ser un legado sagrado de inspiración cristiana-ignaciana respecto de la justicia social, sino porque en lo esencial siguen respondiendo a la realidad social mexicana y mundial, más aún en tiempos de exacerbada injusticia y exclusión. Son nuestra 11 fuerza inspiradora, no por lo que podríamos llamar “herencia sagrada”, sino por una especie de “pertinencia extendida”. En este sentido, enumeramos a continuación tres pasajes que nos parecen los más definitivos en este empeño por agregar a una educación profesional útil a la sociedad una formación valoral comprometida con la justicia social: Primero, este clásico del ideario de la Ibero Ciudad de México: “La UIA quiere servir a México colaborando en la promoción de cambios de acuerdo con la justicia social. Por tanto tratará de infundir en todos sus miembros una conciencia viva y operante de los problemas sociales de México, y la consecuente responsabilidad de cooperar para resolverlos” (1). Segundo, esta centralidad de nuestro tema en la formación que se propone la Filosofía Educativa: “La actitud solidaria tiene un prevalente campo de acción en el empeño por realizar la justicia social” (16). Tercero, el medio de la creación de conciencian, por oposición a reglas de obediencia en personas adultas plurales en calidad de estudiantes universitarios: “La misión educativa de la UIA no se dirige directamente a formar hombres que actúen de una determinada manera, sino a formar hombres conscientes. No es directa responsabilidad de la Universidad el que sus alumnos ahora o después actúen bien o mal. Sí es responsabilidad suya que actúen con conciencia de lo que hacen” (31). Concluyo con la reafirmación de mi pasión por formar día a día a nuestros alumnos universitarios en la promoción de la justicia social desde la reflexión universitaria, sólo que inspirado en un enfoque teórico distinto al personalismo humanista de inspiración cristiana, lo cual en la praxis cotidiana no significa ni atentar contra la autonomía, libertad, expectativas, esperanzas y utopías intelectuales de cada uno de los estudiantes, sino sólo animar lo que llamo una comunidad abierta de debates de altura universitaria. Esto, que finalmente se sustenta en nuestro principio básico de la apertura al diálogo inter-ideológico franco, significa una forma distinta de adhesión a un modelo que, como dijimos, no sólo es referente obligado a nivel nacional cuando se pregunta cómo hacer que a la utilidad social de los estudios profesionales se sume un sentido de compromiso con la justicia, sino que es a la vez una tradición social histórica de alcance mundial, la cual, independientemente del carisma ignaciano, tiene la madurez suficiente para seguir adelante por tiempo indefinido. BIBLIOGRAFÍA GENERAL Blasco, Isabel. “Teoría ética de David Hume”, Pilar Lorengar Departamento de Filosofía. Sección Bilingüe. Electrónico. 4 jul. 2013. 12 Compañía de Jesús. Congregación General 35. Decreto 3. Misión de Reconciliación. Desafíos para Nuestra Misión, Hoy. Enviado a las Fronteras. SJMX. (2008). Electrónico. 4 jul. 2013. Compañía de Jesús. Congregación General 34. Decreto 3. Nuestra Misión y la Justicia. 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