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GLOBALIZACIÓN Y FACTORES REGIONALES DE COMPETITIVIDAD Globalización, integración europea y estrategias regionales. Marco Lajara, Bartolomé Molina Azorín, José Francisco Quer Ramón, Diego Universidad de Alicante Resumen: Uno de los aspectos más característicos del marco económico actual es su creciente grado de internacionalización, proceso que culmina con el fenómeno de la globalización tanto de la economía, como de los mercados y las estrategias empresariales. Entre sus múltiples causas encontramos aspectos empresariales, técnico-económicos, de mercado y políticogubernamentales. Dentro de estos últimos cabe destacar los procesos de unificación geográfica entre países cuyo exponente más próximo lo encontramos en la integración europea. Ante esta realidad, adquieren una importancia cada vez mayor los determinantes de la competitividad internacional vinculados al territorio, cuya perspectiva tradicional ha estado asociada a las fronteras nacionales, pero que deberán además complementarse con la consideración de otros factores de localización asociados a un ámbito geográfico menor. En este sentido, el propósito de nuestro trabajo es señalar los elementos más importantes de las estrategias regionales que deben diseñarse desde la Comunidad Valenciana para, por un lado, impulsar la capacidad de sus empresas para competir internacionalmente y, por otro, convertirla en un polo de localización atractivo para la instalación de empresas extranjeras. “GLOBALIZACIÓN Y FACTORES REGIONALES DE COMPETITIVIDAD” 1.- INTRODUCCIÓN La transición desde un entorno caracterizado por la estabilidad a otro dominado por la dinamicidad y la complejidad se traduce, de cara a las empresas, en un aumento del grado de intensidad competitiva al que se enfrentan. Aparece, pues, como objetivo fundamental que debe perseguir la empresa, la mejora permanente de su competitividad en relación a sus rivales. La competitividad empresarial puede considerarse un tema complejo, ya que sobre ella influyen una gran cantidad de factores que poseen características heterogéneas. Estos factores pueden ser agrupados en dos dimensiones principales: la dimensión territorial, que incluiría todos los elementos y condiciones que ofrece el territorio en el que está ubicada la empresa, y la dimensión intraempresarial, que recoge el conjunto de factores internos de cada empresa (sus estrategias, recursos y capacidades) que distinguen a una empresa de las demás. Con este trabajo pretendemos señalar la creciente importancia que adquiere la dimensión territorial de la competitividad como consecuencia del proceso creciente de internacionalización del marco económico actual, proceso que culmina con el fenómeno de la globalización. Analizaremos el papel del territorio, que debe concretarse en el establecimiento de estrategias regionales encaminadas a favorecer la creación y desarrollo de intangibles empresariales, ya que éstos se configuran como los recursos más adecuados para la creación y sostenimiento de ventajas competitivas. De esta forma, este trabajo se estructura del siguiente modo. En principio, analizaremos el término “competitividad”, señalando sus principales determinantes. A continuación estudiaremos el fenómeno de la globalización, tratando de determinar sus causas y las consecuencias e implicaciones que supone para las empresas. Por último, antes de las conclusiones, observaremos el hecho de que este nuevo marco global eleva la importancia del territorio, es decir, de las estrategias regionales, y examinaremos el papel que deben desempeñar las mismas. 2.- DETERMINANTES DE LA COMPETITIVIDAD Como señalan Hamel y Prahalad (1995, p. 347) “la competitividad es una industria en crecimiento. Los presidentes y los primeros ministros prometen mejorarla, los legisladores la debaten, los economistas la miden y los directores de los periódicos la resaltan”. La profusa utilización de este término se debe, en gran parte, a la evolución del entorno mundial en general, y español en particular. La progresiva liberalización del comercio mundial, los cambios tecnológicos cada vez más acelerados, la segmentación creciente de los mercados, la reducción del ciclo de vida de los productos y los cambios en los valores de compra de los clientes, junto con la creciente internacionalización y apertura de las distintas economías nacionales, proceso al que no ha sido ajeno nuestro país, han provocado un aumento del grado de competencia al que se enfrentan nuestros agentes económicos (economía nacional, industrias y empresas), haciendo de la competitividad, y concretamente de su mejora, un tema de debate y reflexión obligada. Esa mejora no debe considerarse un fin en sí mismo, sino que su logro va a permitir conseguir la misión fundamental de toda economía nacional: mejorar la riqueza y bienestar de sus ciudadanos. En este punto vamos a tratar de examinar este vocablo a través del estudio de sus características y determinantes. Antes de emprender este análisis debe resolverse una importante cuestión, cual es determinar el agente económico de referencia. En este sentido, y dependiendo de la disciplina científica de los diferentes autores que investigan este fenómeno, se habla de “competitividad nacional o de una economía”, “competitividad industrial” o “competitividad empresarial”, dependiendo de si se considera como unidad de análisis un país, un sector industrial o una empresa, respectivamente. Scott (1985, pp. 14-15) define la competitividad nacional como “la capacidad de un estado-nación para producir, distribuir y comercializar bienes en la economía internacional en competencia con los bienes y servicios producidos en otros países, haciéndolo de forma que proporcione un creciente estándar de vida”. Salas (1993, p. 379) señala que “la competitividad de una economía acostumbra a relacionarse con la capacidad que demuestran las empresas que operan desde ella para crecer y ganar participación en los mercados donde compiten con las de otros países”. Observamos que implícitamente Scott y explícitamente Salas indican que la competitividad de una economía nacional va a depender de la competitividad de sus empresas, que son, en definitiva, las instituciones que producen y comercializan los bienes y servicios, y las que libran las batallas competitivas (Hamel y Prahalad, 1995, p. 348). Por consiguiente, pensamos que la unidad de análisis más indicada para analizar la competitividad es la empresa, y así nos decantaremos por hablar de competitividad empresarial. Para comprender mejor este tema, podemos señalar dos importantes características. En primer lugar su carácter eminentemente internacional, como queda recogido en las dos anteriores definiciones, hasta tal punto de que prácticamente en la mayoría de industrias competitividad de la empresa e internacionalización son hechos indisolubles; y en segundo lugar, su elevada complejidad, en tanto que la competitividad empresarial se ve influida por una gran cantidad de determinantes con características heterogéneas. En el siguiente punto nos centraremos en la primera característica. Como hemos comentado, la competitividad de una empresa viene determinada por una gran cantidad de factores, que pueden ser agrupados en determinantes país, los cuales se pueden generalizar como determinantes territoriales (aspectos relativos al lugar en el que está ubicada la empresa), determinantes industriales (grado de rivalidad, poder de negociación con proveedores y clientes, barreras de entrada, etc.) y determinantes intraempresariales (aspectos internos de cada empresa, como sus estrategias, recursos y capacidades)i. Si bien la importancia relativa de cada uno de estos determinantes deberá determinarse empíricamente para cada empresa o grupo de empresas en particular, es fácil observar, en general, que en un mismo territorio y sector industrial conviven empresas más y menos competitivas, realidad que sólo puede ser explicada por los determinantes internos de cada empresa. De esta forma, las condiciones de un determinado territorio pueden crear un entorno en el que las empresas establecidas en él puedan alcanzar una ventaja competitiva internacional, pero luego depende de la empresa aprovechar la oportunidad (Porter, 1991a, p. 716). Lo mismo puede señalarse en relación a las oportunidades que pueda ofrecer una determinada estructura industrial. En definitiva, como afirma Fernández (1992, p. 139) “la capacidad de una empresa para tener éxito en mercados cada vez más grandes, abiertos y competitivos depende sobre todo de ella misma”. En relación a la importancia de los factores internos de la empresa como determinantes de su competitividad, en los últimos años se está desarrollando un marco conceptual, denominado Teoría de Recursosii, que ofrece una perspectiva de la empresa como un conjunto de recursos y capacidades, haciendo énfasis en las características diferenciales de cada empresa en relación a las demás. Como indica Ventura (1994, p. 271) la aportación de la Teoría de Recursos es profundizar en el hecho diferencial entre las empresas como punto de partida (heterogeneidad de recursos) y en la imperfecta movilidad de los recursos como fuentes de rentas sostenidas y apropiables por las empresas, es decir, como fuentes de las ventajas competitivas sostenibles. Apoyándonos en Barney (1991) y Grant (1991), podemos establecer las características de los recursos y capacidades de una empresa para que le permita obtener ventajas competitivas sostenibles. En primer lugar, para poder obtener una ventaja competitiva, esos recursos y capacidades deben ser valiosos, en el sentido de que deben explotar oportunidades del entorno competitivo, y escasos, ya que los recursos poseídos por un gran número de competidores no pueden ser una fuente de ventaja competitiva. En segundo lugar, para poder sostener la ventaja competitiva creada es necesario que esos recursos sean imperfectamente imitables por los competidores. En este sentido, la imitación requiere que el competidor supere dos problemas: en primer término, debe superar un problema de información, ya que debe descubrir cuál es la ventaja competitiva de la empresa a imitar y cuáles son los recursos y capacidades sobre los que se fundamenta esa ventaja. Surge así otro nuevo atributo, cual es la transparencia imperfecta, relacionada con la ambigüedad causal (Reed y DeFillippi, 1990) y la imitación incierta (Lippman y Rumelt, 1982). El segundo problema que debe resolver el imitador es acumular los recursos requeridos para imitar al rival. El competidor puede obtener esos recursos o bien adquiriéndolos en los mercados de recursos o bien mediante inversiones internas. Aparecen, pues, dos nuevas características: transferibilidad imperfecta (dificultad para adquirirlos externamente) y reproducibilidad imperfecta (dificultad para replicarlos internamente). Una vez señalados estos atributos deseables, puede ser interesante determinar qué tipo de recursos los poseen en mayor medida, permitiendo así un mayor fundamento para la creación y sostenimiento de ventajas competitivas. En este sentido es útil la clasificación de los factores internos de la empresa en tangibles e intangibles. Dentro de los primeros se encuentran, fundamentalmente, los recursos físicos y financieros. Entre los intangibles merece destacarse el capital humano (habilidades, experiencia, formación, lealtad a la empresa de los trabajadores), capital tecnológico (know how de la empresa), capital comercial (marca, prestigio, reputación) y capital organizativo (estilo de dirección, flexibilidad organizativa, cultura empresarial). Estamos de acuerdo con Tarragó (1994, p. 7) cuando señala que los tangibles corresponden a la parte visible del iceberg, resultando más fáciles de transferir o imitar, por lo que, aunque continúan siendo necesarios, ya no son suficientes para el éxito; por su parte, los intangibles son los componentes empresariales menos visibles, ofreciendo mayores posibilidades de perdurar aquellas competencias distintivas adquiridas con el tiempo e interiorizadas por la empresa. Además, y como veremos ya en el siguiente punto, la globalización refuerza la importancia de estos intangibles. 3.- GLOBALIZACIÓN: CAUSAS Y CONSECUENCIAS Como hemos señalado anteriormente, uno de los rasgos más característicos del marco económico actual es su creciente grado de internacionalización, proceso que está desembocando en el fenómeno de la globalización. En este punto vamos a indicar en qué consiste este fenómeno, cuáles han sido sus determinantes y qué consecuencias tiene para la empresa. La globalización se puede entender como la unificación de los mercados de varios países a los efectos prácticos de intercambio comercial y de establecimiento empresarial, de forma que la economía de esos países se encuentra integrada, pudiendo ser considerada como un mercado único (Durán Herrera, 1996, p. 26). A pesar de la existencia todavía de restricciones al comercio internacional, este proceso avanza de forma constante en la mayoría de industrias, llegándose a considerar al mundo como una aldea global. Varias son las causas que están provocando este fenómeno. Podemos clasificarlas en cuatro grandes determinantes. Por una parte tendríamos los factores técnico-económicos, como la mejora de los sistemas de transporte y comunicación, y la internacionalización del capital. En segundo lugar aparecen los factores de mercado, entre los que cabe resaltar la homogeneización de las pautas de consumo a nivel mundial. Un tercer grupo vendría determinado por los factores político-gubernamentales, que se refieren principalmente al proceso de liberalización del comercio mundial y a los procesos de integración económica de grandes zonas geográficas. Por último, pueden considerarse los factores empresariales, en tanto que la actuación de determinadas empresas al acometer estrategias globales está reforzando tal proceso globalizador. Una vez señalados, brevemente, los principales determinantes de la globalización, podemos indicar dos importantes consecuencias que tiene este fenómeno para las actuaciones competitivas de las empresas. En primer lugar, la creciente internacionalización y globalización supone por un lado una amenaza, al provocar un incremento de la intensidad competitiva debido a la aparición de competidores internacionales, pero también una oportunidad para aquellas empresas que aprovechen la entrada en los nuevos mercados exteriores. De esta forma, el diseño de una adecuada estrategia internacional se configura como un elemento clave para abordar este proceso. En segundo lugar, la globalización, junto con la segmentación de mercados y la exigencia de productos cada vez más personalizados por parte de los clientes, está provocando una inclinación de la balanza hacia la competencia vía diferenciación. Existen dos tipos fundamentales de ventajas competitivas: costes y diferenciación (Porter, 1982, 1987). En la actualidad, y cada vez en mayor número de sectores, los argumentos competitivos están cambiando. Sin olvidar los costes, las nuevas formas de competir basadas en la diferenciación (calidad, servicio, marca, innovación, adaptabilidad de los productos a los requerimientos de los clientes) están adquiriendo mayor relevancia. Porter (1991a, p. 84) establece una jerarquía de fuentes de ventaja competitiva, distinguiendo entre ventajas de orden inferior, tales como bajos costes de mano de obra o materias primas baratas, que son fáciles de imitar, y ventajas de orden superior, referidas fundamentalmente a la diferenciación. La mejora de comunicaciones y transportes, y la posibilidad de ubicar las plantas de producción en aquellos lugares donde se encuentren los inputs más baratos, provocan la difícil sostenibilidad de las ventajas en costes. Las ventajas de orden superior son más difíciles de imitar y, por tanto, más sostenibles, debido a que requieren técnicas y capacidades más avanzadas, tales como personal más especializado y con elevada formación (capital humano), capacidad técnica interna (capital tecnológico), inversiones acumuladas en marketing (capital comercial) y una adecuada cultura empresarial y estructura organizativa que faciliten el desarrollo de los anteriores aspectos, tanto en el interior de la empresa como a través de relaciones estrechas con proveedores y clientes (capital organizativo). En definitiva, las ventajas de diferenciación son más duraderas debido a que los recursos en los que se apoyan son fundamentalmente intangibles. De esta forma, la creciente globalización está elevando la importancia de estos intangibles, y, por lo tanto, debe ser prioritario para la empresa acumular y desarrollar este tipo de recursos. Además de estas dos importantes consecuencias para las acciones competitivas de las empresas, otra implicación de la globalización es la creciente importancia del territorio y, por tanto, de las estrategias regionales. Este tema, junto con el papel que, según nuestra opinión, deben desempeñar esas estrategias regionales, serán las cuestiones que veremos en el siguiente apartado. 4.- ESTRATEGIAS REGIONALES: IMPORTANCIA Y ACTUACIONES Como hemos señalado, la capacidad de competir de cualquier empresa viene determinada fundamentalmente por factores territoriales y factores empresariales. Estos últimos ya los comentamos, llegando a la conclusión de que los recursos que parecen contribuir en mayor medida a la competitividad empresarial son los denominados intangibles. Además, el fenómeno de la globalización está elevando la importancia de las nuevas formas de competir basadas en la diferenciación, las cuales se apoyan en esos recursos intangibles. En este punto vamos a centrarnos en los factores territoriales o estrategias regionales, señalando en primer lugar la importancia de estos determinantes ante la creciente internacionalización y globalización, y en segundo lugar, el papel o actuaciones que se deben llevar a cabo para favorecer la competitividad de sus empresas, aspecto que, como veremos, está ligado a la relevancia de los intangibles. En economías cerradas, donde las empresas nacionales satisfacen la demanda nacional y no compiten con empresas extranjeras, los factores territoriales no tendrían importancia. Sin embargo, ante el actual entorno caracterizado por la elevada internacionalización y globalización, debe concederse una creciente relevancia a la plataforma que supone la localización de la empresa. Porter (1991b, p. 110), al tratar de establecer una cadena de causalidad de la ventaja competitiva para determinar sus causas primeras, señala que el verdadero origen de la ventaja competitiva puede ser el entorno próximo o local en el que está establecida la empresa, ya que este entorno determinará muchos de los mercados de inputs que utiliza, la información que orienta las elecciones estratégicas, y los incentivos y presiones sobre las empresas para innovar y acumular habilidades o recursos a lo largo del tiempo. Este mismo autor señala que aunque la mundialización de la competencia pudiera hacernos concluir que la nacióniii pierde su papel en el éxito de sus empresas debido a que muchas de ellas rebasan los límites de las naciones al localizar distintas actividades en diferentes países, los resultados de su estudio contradicen esta conclusión. Así, la globalización añade importancia a la nación, ya que al haber menos impedimentos al comercio con los que proteger a las empresas y sectores interiores, la base doméstica se constituye como la fuente de las técnicas y tecnologías que sustentan la ventaja competitiva (Porter, 1991a, p. 45). En esta obra, el autor establece cuatro aspectos territoriales, a los que se refiere bajo la denominación de “diamante”, que pueden fomentar la ventaja competitiva de sus empresas. Estos elementos son las condiciones de los factores, destacando la mano de obra cualificada y adecuadas infraestructuras, las condiciones de la demanda, en tanto que un mercado doméstico importante en tamaño y exigente puede garantizar la obtención de economías de escala y presionar a las empresas para mejorar, los sectores afines y de apoyo, ya que la presencia de proveedores y sectores afines internacionalmente competitivos puede ayudar a las empresas a mejorar su capacidad de competir, y la estrategia, estructura y rivalidad de las empresas, pues una fuerte rivalidad entre competidores locales va a presionar a las empresas a invertir e innovar continuamente. Una vez establecida la creciente relevancia que la localización supone para la competitividad empresarial en el actual escenario global, podemos abordar la cuestión de qué actuaciones se deben acometer desde el territorio. Así, en relación al papel de las estrategias regionales, nos gustaría, previamente, señalar una idea obvia pero clave. Los determinantes territoriales no tienen importancia per se sino en tanto que afectan, de manera positiva o negativa, a la competitividad de sus empresas, la cual debe defenderse ya que su logro va a permitir, mediante la creación de empleo y riqueza, aumentar el bienestar y nivel de vida de la población. Este interés general debe conducir las actuaciones regionales. Tradicionalmente el papel considerado del territorio en relación a la competitividad de las empresas ubicadas en él se refería principalmente a la influencia de determinadas variables macroeconómicas, como los tipos de interés, tipo de cambio, inflación, presión fiscal, junto con los costes de materias primas básicas y de la mano de obra. Estas variables van a influir sobre la competitividad de las empresas fundamentalmente vía costes, ventaja competitiva que, como ya señalamos, es fácilmente imitable. Así, nuestra tradicional ventaja territorial, los bajos costes salariales, ha sido ya superada por la emergencia de nuevos países en el contexto internacional. Además, determinadas variables macroeconómicas van perdiendo cada vez más importancia como consecuencia de la armonización de las condiciones macroeconómicas que la construcción de la Unión Europea exige, y de la convergencia a nivel mundial como consecuencia de la globalización ya comentada. De acuerdo con nuestras conclusiones anteriores, pensamos que el nuevo rol del territorio y de las estrategias regionales es favorecer la acumulación de intangibles en sus empresas, ya que éstos son los recursos empresariales que permiten desarrollar la competencia vía diferenciación, forma de competir clave ante el actual ambiente empresarial. Además, no debe olvidarse que las actuaciones regionales que se acometan deben ser coherentes con las características del tejido industrial de ese territorio. Por consiguiente, antes de desarrollar cualquier tipo de estrategia regional se debe, por una parte, identificar las industrias clave ya establecidas, de forma que las acciones regionales creen un entorno en el que las empresas puedan mejorar sus ventajas competitivas mediante la introducción de técnicas más avanzadas, y por otra parte, fomentar la capacidad de las empresas para penetrar en nuevos sectores clave para el futuro. De esta forma, las políticas públicas territoriales que se acometan en la Comunidad Valenciana deben tener en cuenta la escasa dimensión de las empresas de nuestra industria (Dalmau, de Miguel y Miquel, 1993, p. 15), y las dificultades que presenta la PYME a la hora de acumular determinados intangibles (Espina, 1995, p. 16). Por lo tanto, y como hemos comentado, esas políticas públicas deben dirigirse a facilitar el desarrollo de intangibles por parte de sus empresas, para lo cual pueden establecerse las siguientes medidas: • Estimular el desarrollo de capital tecnológico, fomentando la realización de proyectos de investigación entre empresas y universidades, contribuyendo al establecimiento de centros sectoriales de investigación tecnológica y otras infraestructuras, e incentivando la investigación empresarial. Además, debe proporcionarse servicios de información adecuados con el fin de favorecer la difusión de conocimientos, innovaciones y tecnologías. • Promover la acumulación de capital comercial, mediante la creación de marcas territoriales de calidad y el fomento de la internacionalización de las empresas. • Impulsar la mejora del capital humano de la región, aspecto clave, ya que este capital va a ser el que va a permitir generar el resto de intangibles. Entre las medidas regionales podría destacarse el establecimiento de vínculos entre universidades y otros centros de formación con las empresas para conseguir una formación adecuada y especializada a los sectores previamente identificados. • Ofrecer asesoramiento financiero y acceso a fuentes de financiación en buenas condiciones (de plazo y de coste), con el fin de corregir este problema tradicional de la PYME. Además, la acumulación de intangibles requiere de un historial de inversiones sostenidas en formación de recursos humanos, I+D y marketing. 5.- CONCLUSIONES En las páginas anteriores hemos tratado de argumentar que los agentes económicos que libran las batallas competitivas son las empresas, y que, ante la creciente globalización, está adquiriendo cada vez más relevancia, en general, la competencia vía diferenciación basada en calidad, tecnología, innovación, marca, servicio, flexibilidad, etc. Este tipo de ventaja competitiva, al apoyarse fundamentalmente en intangibles empresariales, es más compleja y sofisticada que la ventaja en costes, y por ello, más sostenible y defendible. Por lo tanto, debe fomentarse la creación y desarrollo de estos intangibles, para lo cual debe actuarse tanto desde la propia empresa, a través de las decisiones y acciones de sus directivos, como a través de unas adecuadas estrategias regionales encaminadas a ayudar a impulsar la capacidad de sus empresas para competir internacionalmente y a convertir esa región en un polo de localización atractivo para la instalación de empresas extranjeras. Hemos señalado que la creciente globalización eleva la importancia de la influencia del territorio sobre la competitividad de sus empresas, y que las políticas públicas regionales deben encaminarse a favorecer la acumulación de intangibles, promoviendo la formación de los recursos humanos, la internacionalización de las empresas, la difusión de innovaciones y tecnologías, así como ofreciendo a las empresas determinadas infraestructuras y servicios (asesoramiento técnico, comercial y financiero). BIBLIOGRAFÍA: Aaker, D. 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Otros importantes trabajos que están contribuyendo al desarrollo de esta importante perspectiva de la empresa son Barney (1986, 1991), Aaker (1989), Grant (1991), Prahalad y Hamel (1991), Mahoney y Pandian (1992), Peteraf (1993) y Amit y Schoemaker (1993), trabajos que han recogido el testigo entregado por determinados autores que pueden ser considerados pioneros de esta teoría, y entre los que merecen destacarse a Selznick (1957), Penrose (1959), Ansoff (1965), Andrews (1971) y todos aquellos trabajos referidos a las ideas clásicas de puntos fuertes y puntos débiles del análisis estratégico interno. iii Analizar el país o nación como ámbito territorial de referencia, debe considerarse como una particularización. Así, Ohmae (1996, p. 31) prefiere hablar más que de “estados-nación” de “estados-región”, definidos estos últimos no por la ubicación de sus fronteras políticas sino por el hecho de tener el tamaño y la escala adecuados para ser unidades operativas en la economía mundial. El propio Porter (1991a, pp. 218-219) señala que la nación puede no ser la unidad de análisis territorial pertinente, sino determinadas regiones de menor ámbito geográfico o incluso ciudades.