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GLOBALIZACIÓN Y FACTORES REGIONALES DE COMPETITIVIDAD
Globalización, integración europea y estrategias regionales.
Marco Lajara, Bartolomé
Molina Azorín, José Francisco
Quer Ramón, Diego
Universidad de Alicante
Resumen:
Uno de los aspectos más característicos del marco económico actual es su creciente
grado de internacionalización, proceso que culmina con el fenómeno de la globalización tanto
de la economía, como de los mercados y las estrategias empresariales. Entre sus múltiples
causas encontramos aspectos empresariales, técnico-económicos, de mercado y políticogubernamentales. Dentro de estos últimos cabe destacar los procesos de unificación geográfica
entre países cuyo exponente más próximo lo encontramos en la integración europea. Ante esta
realidad, adquieren una importancia cada vez mayor los determinantes de la competitividad
internacional vinculados al territorio, cuya perspectiva tradicional ha estado asociada a las
fronteras nacionales, pero que deberán además complementarse con la consideración de otros
factores de localización asociados a un ámbito geográfico menor. En este sentido, el propósito
de nuestro trabajo es señalar los elementos más importantes de las estrategias regionales que
deben diseñarse desde la Comunidad Valenciana para, por un lado, impulsar la capacidad de sus
empresas para competir internacionalmente y, por otro, convertirla en un polo de localización
atractivo para la instalación de empresas extranjeras.
“GLOBALIZACIÓN Y FACTORES REGIONALES DE COMPETITIVIDAD”
1.- INTRODUCCIÓN
La transición desde un entorno caracterizado por la estabilidad a otro dominado por la
dinamicidad y la complejidad se traduce, de cara a las empresas, en un aumento del grado de
intensidad competitiva al que se enfrentan. Aparece, pues, como objetivo fundamental que debe
perseguir la empresa, la mejora permanente de su competitividad en relación a sus rivales.
La competitividad empresarial puede considerarse un tema complejo, ya que sobre ella
influyen una gran cantidad de factores que poseen características heterogéneas. Estos factores
pueden ser agrupados en dos dimensiones principales: la dimensión territorial, que incluiría
todos los elementos y condiciones que ofrece el territorio en el que está ubicada la empresa, y la
dimensión intraempresarial, que recoge el conjunto de factores internos de cada empresa (sus
estrategias, recursos y capacidades) que distinguen a una empresa de las demás.
Con este trabajo pretendemos señalar la creciente importancia que adquiere la
dimensión territorial de la competitividad como consecuencia del proceso creciente de
internacionalización del marco económico actual, proceso que culmina con el fenómeno de la
globalización. Analizaremos el papel del territorio, que debe concretarse en el establecimiento
de estrategias regionales encaminadas a favorecer la creación y desarrollo de intangibles
empresariales, ya que éstos se configuran como los recursos más adecuados para la creación y
sostenimiento de ventajas competitivas.
De esta forma, este trabajo se estructura del siguiente modo. En principio, analizaremos
el término “competitividad”, señalando sus principales determinantes. A continuación
estudiaremos el fenómeno de la globalización, tratando de determinar sus causas y las
consecuencias e implicaciones que supone para las empresas. Por último, antes de las
conclusiones, observaremos el hecho de que este nuevo marco global eleva la importancia del
territorio, es decir, de las estrategias regionales,
y examinaremos el papel que deben
desempeñar las mismas.
2.- DETERMINANTES DE LA COMPETITIVIDAD
Como señalan Hamel y Prahalad (1995, p. 347) “la competitividad es una industria en
crecimiento. Los presidentes y los primeros ministros prometen mejorarla, los legisladores la
debaten, los economistas la miden y los directores de los periódicos la resaltan”. La profusa
utilización de este término se debe, en gran parte, a la evolución del entorno mundial en general,
y español en particular. La progresiva liberalización del comercio mundial, los cambios
tecnológicos cada vez más acelerados, la segmentación creciente de los mercados, la reducción
del ciclo de vida de los productos y los cambios en los valores de compra de los clientes, junto
con la creciente internacionalización y apertura de las distintas economías nacionales, proceso al
que no ha sido ajeno nuestro país, han provocado un aumento del grado de competencia al que
se enfrentan nuestros agentes económicos (economía nacional, industrias y empresas), haciendo
de la competitividad, y concretamente de su mejora, un tema de debate y reflexión obligada.
Esa mejora no debe considerarse un fin en sí mismo, sino que su logro va a permitir conseguir la
misión fundamental de toda economía nacional: mejorar la riqueza y bienestar de sus
ciudadanos. En este punto vamos a tratar de examinar este vocablo a través del estudio de sus
características y determinantes.
Antes de emprender este análisis debe resolverse una importante cuestión, cual es
determinar el agente económico de referencia. En este sentido, y dependiendo de la disciplina
científica de los diferentes autores que investigan este fenómeno, se habla de “competitividad
nacional o de una economía”, “competitividad industrial” o “competitividad empresarial”,
dependiendo de si se considera como unidad de análisis un país, un sector industrial o una
empresa, respectivamente. Scott (1985, pp. 14-15) define la competitividad nacional como “la
capacidad de un estado-nación para producir, distribuir y comercializar bienes en la economía
internacional en competencia con los bienes y servicios producidos en otros países, haciéndolo
de forma que proporcione un creciente estándar de vida”. Salas (1993, p. 379) señala que “la
competitividad de una economía acostumbra a relacionarse con la capacidad que demuestran las
empresas que operan desde ella para crecer y ganar participación en los mercados donde
compiten con las de otros países”. Observamos que implícitamente Scott y explícitamente Salas
indican que la competitividad de una economía nacional va a depender de la competitividad de
sus empresas, que son, en definitiva, las instituciones que producen y comercializan los bienes y
servicios, y las que libran las batallas competitivas (Hamel y Prahalad, 1995, p. 348). Por
consiguiente, pensamos que la unidad de análisis más indicada para analizar la competitividad
es la empresa, y así nos decantaremos por hablar de competitividad empresarial.
Para comprender mejor este tema, podemos señalar dos importantes características. En
primer lugar su carácter eminentemente internacional, como queda recogido en las dos
anteriores definiciones, hasta tal punto de que prácticamente en la mayoría de industrias
competitividad de la empresa e internacionalización son hechos indisolubles; y en segundo
lugar, su elevada complejidad, en tanto que la competitividad empresarial se ve influida por una
gran cantidad de determinantes con características heterogéneas. En el siguiente punto nos
centraremos en la primera característica.
Como hemos comentado, la competitividad de una empresa viene determinada por una
gran cantidad de factores, que pueden ser agrupados en determinantes país, los cuales se pueden
generalizar como determinantes territoriales (aspectos relativos al lugar en el que está ubicada la
empresa), determinantes industriales (grado de rivalidad, poder de negociación con proveedores
y clientes, barreras de entrada, etc.) y determinantes intraempresariales (aspectos internos de
cada empresa, como sus estrategias, recursos y capacidades)i. Si bien la importancia relativa de
cada uno de estos determinantes deberá determinarse empíricamente para cada empresa o grupo
de empresas en particular, es fácil observar, en general, que en un mismo territorio y sector
industrial conviven empresas más y menos competitivas, realidad que sólo puede ser explicada
por los determinantes internos de cada empresa.
De esta forma, las condiciones de un
determinado territorio pueden crear un entorno en el que las empresas establecidas en él puedan
alcanzar una ventaja competitiva internacional, pero luego depende de la empresa aprovechar la
oportunidad (Porter, 1991a, p. 716). Lo mismo puede señalarse en relación a las oportunidades
que pueda ofrecer una determinada estructura industrial. En definitiva, como afirma Fernández
(1992, p. 139) “la capacidad de una empresa para tener éxito en mercados cada vez más
grandes, abiertos y competitivos depende sobre todo de ella misma”.
En relación a la importancia de los factores internos de la empresa como determinantes
de su competitividad, en los últimos años se está desarrollando un marco conceptual,
denominado Teoría de Recursosii, que ofrece una perspectiva de la empresa como un conjunto
de recursos y capacidades, haciendo énfasis en las características diferenciales de cada empresa
en relación a las demás. Como indica Ventura (1994, p. 271) la aportación de la Teoría de
Recursos es profundizar en el hecho diferencial entre las empresas como punto de partida
(heterogeneidad de recursos) y en la imperfecta movilidad de los recursos como fuentes de
rentas sostenidas y apropiables por las empresas, es decir, como fuentes de las ventajas
competitivas sostenibles.
Apoyándonos en Barney (1991) y Grant (1991), podemos establecer las características
de los recursos y capacidades de una empresa para que le permita obtener ventajas competitivas
sostenibles. En primer lugar, para poder obtener una ventaja competitiva, esos recursos y
capacidades deben ser valiosos, en el sentido de que deben explotar oportunidades del entorno
competitivo, y escasos, ya que los recursos poseídos por un gran número de competidores no
pueden ser una fuente de ventaja competitiva. En segundo lugar, para poder sostener la ventaja
competitiva creada es necesario que esos recursos sean imperfectamente imitables por los
competidores. En este sentido, la imitación requiere que el competidor supere dos problemas:
en primer término, debe superar un problema de información, ya que debe descubrir cuál es la
ventaja competitiva de la empresa a imitar y cuáles son los recursos y capacidades sobre los que
se fundamenta esa ventaja. Surge así otro nuevo atributo, cual es la transparencia imperfecta,
relacionada con la ambigüedad causal (Reed y DeFillippi, 1990) y la imitación incierta
(Lippman y Rumelt, 1982). El segundo problema que debe resolver el imitador es acumular los
recursos requeridos para imitar al rival. El competidor puede obtener esos recursos o bien
adquiriéndolos en los mercados de recursos o bien mediante inversiones internas. Aparecen,
pues, dos nuevas características: transferibilidad imperfecta (dificultad para adquirirlos
externamente) y reproducibilidad imperfecta (dificultad para replicarlos internamente).
Una vez señalados estos atributos deseables, puede ser interesante determinar qué tipo
de recursos los poseen en mayor medida, permitiendo así un mayor fundamento para la creación
y sostenimiento de ventajas competitivas. En este sentido es útil la clasificación de los factores
internos de la empresa en tangibles e intangibles.
Dentro de los primeros se encuentran,
fundamentalmente, los recursos físicos y financieros. Entre los intangibles merece destacarse el
capital humano (habilidades, experiencia, formación, lealtad a la empresa de los trabajadores),
capital tecnológico (know how de la empresa), capital comercial (marca, prestigio, reputación) y
capital organizativo (estilo de dirección, flexibilidad organizativa, cultura empresarial).
Estamos de acuerdo con Tarragó (1994, p. 7) cuando señala que los tangibles corresponden a la
parte visible del iceberg, resultando más fáciles de transferir o imitar, por lo que, aunque
continúan siendo necesarios, ya no son suficientes para el éxito; por su parte, los intangibles son
los componentes empresariales menos visibles, ofreciendo mayores posibilidades de perdurar
aquellas competencias distintivas adquiridas con el tiempo e interiorizadas por la empresa.
Además, y como veremos ya en el siguiente punto, la globalización refuerza la importancia de
estos intangibles.
3.- GLOBALIZACIÓN: CAUSAS Y CONSECUENCIAS
Como hemos señalado anteriormente, uno de los rasgos más característicos del marco
económico actual es su creciente grado de internacionalización, proceso que está desembocando
en el fenómeno de la globalización. En este punto vamos a indicar en qué consiste este
fenómeno, cuáles han sido sus determinantes y qué consecuencias tiene para la empresa.
La globalización se puede entender como la unificación de los mercados de varios
países a los efectos prácticos de intercambio comercial y de establecimiento empresarial, de
forma que la economía de esos países se encuentra integrada, pudiendo ser considerada como un
mercado único (Durán Herrera, 1996, p. 26). A pesar de la existencia todavía de restricciones al
comercio internacional, este proceso avanza de forma constante en la mayoría de industrias,
llegándose a considerar al mundo como una aldea global.
Varias son las causas que están provocando este fenómeno. Podemos clasificarlas en
cuatro grandes determinantes. Por una parte tendríamos los factores técnico-económicos, como
la mejora de los sistemas de transporte y comunicación, y la internacionalización del capital. En
segundo lugar aparecen los factores de mercado, entre los que cabe resaltar la homogeneización
de las pautas de consumo a nivel mundial. Un tercer grupo vendría determinado por los factores
político-gubernamentales, que se refieren principalmente al proceso de liberalización del
comercio mundial y a los procesos de integración económica de grandes zonas geográficas. Por
último, pueden considerarse los factores empresariales, en tanto que la actuación de
determinadas empresas al acometer estrategias globales está reforzando tal proceso
globalizador.
Una vez señalados, brevemente, los principales determinantes de la globalización,
podemos indicar dos importantes consecuencias que tiene este fenómeno para las actuaciones
competitivas de las empresas. En primer lugar, la creciente internacionalización y globalización
supone por un lado una amenaza, al provocar un incremento de la intensidad competitiva debido
a la aparición de competidores internacionales, pero también una oportunidad para aquellas
empresas que aprovechen la entrada en los nuevos mercados exteriores. De esta forma, el
diseño de una adecuada estrategia internacional se configura como un elemento clave para
abordar este proceso.
En segundo lugar, la globalización, junto con la segmentación de mercados y la
exigencia de productos cada vez más personalizados por parte de los clientes, está provocando
una inclinación de la balanza hacia la competencia vía diferenciación. Existen dos tipos
fundamentales de ventajas competitivas: costes y diferenciación (Porter, 1982, 1987). En la
actualidad, y cada vez en mayor número de sectores, los argumentos competitivos están
cambiando. Sin olvidar los costes, las nuevas formas de competir basadas en la diferenciación
(calidad, servicio, marca, innovación, adaptabilidad de los productos a los requerimientos de los
clientes) están adquiriendo mayor relevancia. Porter (1991a, p. 84) establece una jerarquía de
fuentes de ventaja competitiva, distinguiendo entre ventajas de orden inferior, tales como bajos
costes de mano de obra o materias primas baratas, que son fáciles de imitar, y ventajas de orden
superior, referidas fundamentalmente a la diferenciación. La mejora de comunicaciones y
transportes, y la posibilidad de ubicar las plantas de producción en aquellos lugares donde se
encuentren los inputs más baratos, provocan la difícil sostenibilidad de las ventajas en costes.
Las ventajas de orden superior son más difíciles de imitar y, por tanto, más sostenibles, debido a
que requieren técnicas y capacidades más avanzadas, tales como personal más especializado y
con elevada formación (capital humano), capacidad técnica interna (capital tecnológico),
inversiones acumuladas en marketing (capital comercial) y una adecuada cultura empresarial y
estructura organizativa que faciliten el desarrollo de los anteriores aspectos, tanto en el interior
de la empresa como a través de relaciones estrechas con proveedores y clientes (capital
organizativo). En definitiva, las ventajas de diferenciación son más duraderas debido a que los
recursos en los que se apoyan son fundamentalmente intangibles. De esta forma, la creciente
globalización está elevando la importancia de estos intangibles, y, por lo tanto, debe ser
prioritario para la empresa acumular y desarrollar este tipo de recursos.
Además de estas dos importantes consecuencias para las acciones competitivas de las
empresas, otra implicación de la globalización es la creciente importancia del territorio y, por
tanto, de las estrategias regionales. Este tema, junto con el papel que, según nuestra opinión,
deben desempeñar esas estrategias regionales, serán las cuestiones que veremos en el siguiente
apartado.
4.- ESTRATEGIAS REGIONALES: IMPORTANCIA Y ACTUACIONES
Como hemos señalado, la capacidad de competir de cualquier empresa viene
determinada fundamentalmente por factores territoriales y factores empresariales. Estos últimos
ya los comentamos, llegando a la conclusión de que los recursos que parecen contribuir en
mayor medida a la competitividad empresarial son los denominados intangibles. Además, el
fenómeno de la globalización está elevando la importancia de las nuevas formas de competir
basadas en la diferenciación, las cuales se apoyan en esos recursos intangibles. En este punto
vamos a centrarnos en los factores territoriales o estrategias regionales, señalando en primer
lugar la importancia de estos determinantes ante la creciente internacionalización y
globalización, y en segundo lugar, el papel o actuaciones que se deben llevar a cabo para
favorecer la competitividad de sus empresas, aspecto que, como veremos, está ligado a la
relevancia de los intangibles.
En economías cerradas, donde las empresas nacionales satisfacen la demanda nacional y
no compiten con empresas extranjeras, los factores territoriales no tendrían importancia. Sin
embargo, ante el actual entorno caracterizado por la elevada internacionalización y
globalización, debe concederse una creciente relevancia a la plataforma que supone la
localización de la empresa. Porter (1991b, p. 110), al tratar de establecer una cadena de
causalidad de la ventaja competitiva para determinar sus causas primeras, señala que el
verdadero origen de la ventaja competitiva puede ser el entorno próximo o local en el que está
establecida la empresa, ya que este entorno determinará muchos de los mercados de inputs que
utiliza, la información que orienta las elecciones estratégicas, y los incentivos y presiones sobre
las empresas para innovar y acumular habilidades o recursos a lo largo del tiempo.
Este mismo autor señala que aunque la mundialización de la competencia pudiera
hacernos concluir que la nacióniii pierde su papel en el éxito de sus empresas debido a que
muchas de ellas rebasan los límites de las naciones al localizar distintas actividades en
diferentes países, los resultados de su estudio contradicen esta conclusión. Así, la globalización
añade importancia a la nación, ya que al haber menos impedimentos al comercio con los que
proteger a las empresas y sectores interiores, la base doméstica se constituye como la fuente de
las técnicas y tecnologías que sustentan la ventaja competitiva (Porter, 1991a, p. 45). En esta
obra, el autor establece cuatro aspectos territoriales, a los que se refiere bajo la denominación de
“diamante”, que pueden fomentar la ventaja competitiva de sus empresas. Estos elementos son
las condiciones de los factores, destacando la mano de obra cualificada y adecuadas
infraestructuras, las condiciones de la demanda, en tanto que un mercado doméstico importante
en tamaño y exigente puede garantizar la obtención de economías de escala y presionar a las
empresas para mejorar, los sectores afines y de apoyo, ya que la presencia de proveedores y
sectores afines internacionalmente competitivos puede ayudar a las empresas a mejorar su
capacidad de competir, y la estrategia, estructura y rivalidad de las empresas, pues una fuerte
rivalidad entre competidores locales va a presionar a las empresas a invertir e innovar
continuamente.
Una vez establecida la creciente relevancia que la localización supone para la
competitividad empresarial en el actual escenario global, podemos abordar la cuestión de qué
actuaciones se deben acometer desde el territorio. Así, en relación al papel de las estrategias
regionales, nos gustaría, previamente, señalar una idea obvia pero clave. Los determinantes
territoriales no tienen importancia per se sino en tanto que afectan, de manera positiva o
negativa, a la competitividad de sus empresas, la cual debe defenderse ya que su logro va a
permitir, mediante la creación de empleo y riqueza, aumentar el bienestar y nivel de vida de la
población. Este interés general debe conducir las actuaciones regionales.
Tradicionalmente el papel considerado del territorio en relación a la competitividad de
las empresas ubicadas en él se refería principalmente a la influencia de determinadas variables
macroeconómicas, como los tipos de interés, tipo de cambio, inflación, presión fiscal, junto con
los costes de materias primas básicas y de la mano de obra. Estas variables van a influir sobre la
competitividad de las empresas fundamentalmente vía costes, ventaja competitiva que, como ya
señalamos, es fácilmente imitable. Así, nuestra tradicional ventaja territorial, los bajos costes
salariales, ha sido ya superada por la emergencia de nuevos países en el contexto internacional.
Además, determinadas variables macroeconómicas van perdiendo cada vez más importancia
como consecuencia de la armonización de las condiciones macroeconómicas que la
construcción de la Unión Europea exige, y de la convergencia a nivel mundial como
consecuencia de la globalización ya comentada.
De acuerdo con nuestras conclusiones anteriores, pensamos que el nuevo rol del
territorio y de las estrategias regionales es favorecer la acumulación de intangibles en sus
empresas, ya que éstos son los recursos empresariales que permiten desarrollar la competencia
vía diferenciación, forma de competir clave ante el actual ambiente empresarial.
Además, no debe olvidarse que las actuaciones regionales que se acometan deben ser
coherentes con las características del tejido industrial de ese territorio. Por consiguiente, antes
de desarrollar cualquier tipo de estrategia regional se debe, por una parte, identificar las
industrias clave ya establecidas, de forma que las acciones regionales creen un entorno en el que
las empresas puedan mejorar sus ventajas competitivas mediante la introducción de técnicas
más avanzadas, y por otra parte, fomentar la capacidad de las empresas para penetrar en nuevos
sectores clave para el futuro.
De esta forma, las políticas públicas territoriales que se acometan en la Comunidad
Valenciana deben tener en cuenta la escasa dimensión de las empresas de nuestra industria
(Dalmau, de Miguel y Miquel, 1993, p. 15), y las dificultades que presenta la PYME a la hora
de acumular determinados intangibles (Espina, 1995, p. 16). Por lo tanto, y como hemos
comentado, esas políticas públicas deben dirigirse a facilitar el desarrollo de intangibles por
parte de sus empresas, para lo cual pueden establecerse las siguientes medidas:
• Estimular el desarrollo de capital tecnológico, fomentando la realización de proyectos de
investigación entre empresas y universidades, contribuyendo al establecimiento de centros
sectoriales de investigación tecnológica y otras infraestructuras, e incentivando la
investigación empresarial. Además, debe proporcionarse servicios de información adecuados
con el fin de favorecer la difusión de conocimientos, innovaciones y tecnologías.
• Promover la acumulación de capital comercial, mediante la creación de marcas territoriales
de calidad y el fomento de la internacionalización de las empresas.
• Impulsar la mejora del capital humano de la región, aspecto clave, ya que este capital va a
ser el que va a permitir generar el resto de intangibles. Entre las medidas regionales podría
destacarse el establecimiento de vínculos entre universidades y otros centros de formación
con las empresas para conseguir una formación adecuada y especializada a los sectores
previamente identificados.
• Ofrecer asesoramiento financiero y acceso a fuentes de financiación en buenas condiciones
(de plazo y de coste), con el fin de corregir este problema tradicional de la PYME. Además,
la acumulación de intangibles requiere de un historial de inversiones sostenidas en formación
de recursos humanos, I+D y marketing.
5.- CONCLUSIONES
En las páginas anteriores hemos tratado de argumentar que los agentes económicos que
libran las batallas competitivas son las empresas, y que, ante la creciente globalización, está
adquiriendo cada vez más relevancia, en general, la competencia vía diferenciación basada en
calidad, tecnología, innovación, marca, servicio, flexibilidad, etc.
Este tipo de ventaja
competitiva, al apoyarse fundamentalmente en intangibles empresariales, es más compleja y
sofisticada que la ventaja en costes, y por ello, más sostenible y defendible.
Por lo tanto, debe fomentarse la creación y desarrollo de estos intangibles, para lo cual
debe actuarse tanto desde la propia empresa, a través de las decisiones y acciones de sus
directivos, como a través de unas adecuadas estrategias regionales encaminadas a ayudar a
impulsar la capacidad de sus empresas para competir internacionalmente y a convertir esa
región en un polo de localización atractivo para la instalación de empresas extranjeras. Hemos
señalado que la creciente globalización eleva la importancia de la influencia del territorio sobre
la competitividad de sus empresas, y que las políticas públicas regionales deben encaminarse a
favorecer la acumulación de intangibles, promoviendo la formación de los recursos humanos, la
internacionalización de las empresas, la difusión de innovaciones y tecnologías, así como
ofreciendo a las empresas determinadas infraestructuras y servicios (asesoramiento técnico,
comercial y financiero).
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NOTAS:
i
Algunos trabajos que recogen estos determinantes son Canals (1991), Cuervo (1993), Hill y Jones (1996), Kay
(1994), Salas (1993) y Viedma (1992).
ii
Su denominación anglosajona es Resource-based View of the Firm, término acuñado por Wernerfelt (1984). Otros
importantes trabajos que están contribuyendo al desarrollo de esta importante perspectiva de la empresa son Barney
(1986, 1991), Aaker (1989), Grant (1991), Prahalad y Hamel (1991), Mahoney y Pandian (1992), Peteraf (1993) y
Amit y Schoemaker (1993), trabajos que han recogido el testigo entregado por determinados autores que pueden ser
considerados pioneros de esta teoría, y entre los que merecen destacarse a Selznick (1957), Penrose (1959), Ansoff
(1965), Andrews (1971) y todos aquellos trabajos referidos a las ideas clásicas de puntos fuertes y puntos débiles del
análisis estratégico interno.
iii
Analizar el país o nación como ámbito territorial de referencia, debe considerarse como una particularización. Así,
Ohmae (1996, p. 31) prefiere hablar más que de “estados-nación” de “estados-región”, definidos estos últimos no por
la ubicación de sus fronteras políticas sino por el hecho de tener el tamaño y la escala adecuados para ser unidades
operativas en la economía mundial. El propio Porter (1991a, pp. 218-219) señala que la nación puede no ser la unidad
de análisis territorial pertinente, sino determinadas regiones de menor ámbito geográfico o incluso ciudades.