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Simbología de raíces joaquinianas
Pedro Santos Sangüesa, msscc
1. Introducción a la Simbología
Los símbolos son recursos que nos permiten ver más allá de ellos mismos.
Son como una ventana hacia la trascendencia.
Los símbolos con frecuencia resultan difíciles de explicar con palabras,
pero nos descubren intuitivamente el significado o misterio de las cosas.
No explicitan, pero evocan.
En cuestiones de fe, de Dios o del más allá sólo tenemos símbolos y
metáforas con los que compartir nuestras ideas y sentimientos. Sin ellos
tendríamos que enmudecer. Deberíamos resignarnos al silencio.
También, por lo que a nuestra Congregación respecta, los símbolos tienen
un gran significado. La semilla, el fuego, el corazón, el desierto, el oasis, la
hiedra… Dicen mucho cuando los relacionamos con lo que nos han legado
nuestros mayores o con lo que el Fundador pretendía comunicarnos.
Toda la vida del P. Joaquín Rosselló gira alrededor de estos símbolos.
El desierto ante todo es un anhelo perseguido. Luego un deseo conseguido
y gozados. Finalmente hay que dejarlo atrás y volver a la llanura.
El oasis es el espacio que debemos crear para quienes nos rodean. Un oasis
de acogida, de buenas orientaciones, de paz profunda. Insistía el P.
Rosselló en este tipo de apostolado.
En cuanto al corazón, se trata de una palabra que dice mucho por sí misma.
El corazón de Jesús deja entrever todo el misterio de su amor y entrega. El
corazón humano debe responder con nobleza a una tal generosidad. El
corazón evoca la profundidad, el amor mutuo, el misterio…
El Fundador deseaba que las personas de su entorno, y más allá del mismo,
ardieran en amor a Dios. Su empeño consistía en encender fuegos a su
alrededor. Trataba de provocar un incendio en los corazones que se le
acercaban.
Por último, el símbolo humilde de la hiedra. El P. Joaquín quería ofrecer
ayuda al obispo y ser como la hiedra que asciende por el báculo. Quien dice
obispo dice Iglesia local. Quien dice hiedra, dice ayuda, compañía y
benéfica sombra.
Los símbolos que surgen de los escritos y palabras del P. Rosselló son
también los nuestros. Son, además, la mayoría de ellos símbolos de alguna
manera enraizados en la Biblia.
Iniciemos nuestra Semana sumergiéndonos en la simbología del Fundador.
2. El desierto fértil y generoso
Os invito a emprender un viaje hacia el desierto.
Bajo el amparo de Yavé Dios, Israel vivió un largo éxodo, liberador y
purificador, a través del desierto.
Juan Bautista fortaleció su vocación en el desierto de Judea.
Sabéis que Cristo también se dirigió al desierto y venció la tentación.
Oseas y otros profetas fueron al desierto encaminados por Dios.
El desierto ha tenido siempre un gran atractivo y ha creado grandes
expectativas.
En Oseas leemos: “Porque Dios nos ama nos atrae, nos lleva al desierto y
nos habla al corazón”. (Os 2,16).
El P. Joaquín esperó y ansió durante años, vivir la experiencia del desierto.
Salvadas las dificultades familiares, pudo dar el paso.
Siguiendo las huellas de Ramón Llull, Dios le llevó al desierto de San
Honorato en Randa. Su desierto y nuestro desierto está enclavado en una
pequeña y solitaria montaña, colgado como un nido de águila.
Desde que el P. Fundador invitó al los Padres Miralles y Solivellas, desde
que hemos recibido su recomendación, en todos los puntos de la tierra
encontramos muchos desiertos.
Muchas veces hemos relacionado el desierto con un monte pelado y
rocoso, o con un llano estepario. Pero puede encontrarse entre las palmeras
de Samaná, en la gran extensión de Patagonia, dentro de una fábrica o en la
habitación de un hospital.
Depende de lo que entendamos por un desierto. Para nosotros es allí donde
Dios nos habla de corazón a corazón.
“Entendemos por espiritualidad del desierto la experiencia de un encuentro
personal con Dios que nos santifica,, pasándonos de la esclavitud a la
libertad.
Por eso puede valer cualquier lugar.
Es verdad que hay espacios o recintos que pueden ayudar más que otras,
por ejemplo: el silencio de un claustro que favorece la soledad.
El P. Joaquín, atraído por Dios, se encontró muy bien en San Honorato
porque había mucho silencio, soledad y quietud..... cielo limpio y horizonte
abierto, llanuras inmensas que se pierden en el mar.
Nos dice que le inspiraban “sentimientos de gozo y afectos de ternura”.
También nos manifiesta que en aquel otero “sentía que Dios estaba más
cerca”
Nuestras Reglas nos dicen: “entendemos por espiritualidad del desierto la
experiencia de un encuentro personal con Dios que nos santifica,
pasándonos de la esclavitud a la libertad y nos constituye comunidad a
favor de todos los pueblos”.
Deberíamos preguntarnos a menudo en la oración si hemos tenido grandes
experiencias de desierto.
Y qué aspectos nos llaman más la atención de esta experiencia.
3. Un oasis frondoso en la aridez del desierto
A veces nos resistimos a emprender el camino que nos introduzca en el
desierto. Brotan los miedos. Miedo al desamparo, a encontrarnos solos, a
derrumbarnos, a pasar hambre y a tener sed de tantas cosas innecesarias
que hemos ido acumulando.
Hemos visto que el P. Joaquín experimentó todo lo contrario. En el desierto
afianzó su libertad..., encontró un oasis.
Evoquemos un oasis. Los sedientos beduinos llegan con las fuerzas muy
justas.
Con la sombra de las palmeras y el agua confortante recobran las fuerzas.
Totalmente renovados, reemprenden el camino entre las arenas movedizas.
Nosotros contemplamos en nuestros oasis el agua viva que apaga la sed
para siempre.
Agua que brotó del corazón de Cristo. Él es nuestro oasis
Los misioneros queremos ser pequeños oasis en medio de la aridez del
mundo.
Y de este oasis brota la comunidad. Comunidades/oasis, lugares donde se
viva del Amor.
4. Hombres de gran corazón
El corazón es signo del amor más profundo, es un signo que engloba toda
la persona. El corazón representa el sentir, el vivir, el amar...
Nos son familiares las tallas de Jesús a corazón abierto. Corazón expuesto,
ofrecido.
Jesús es el hombre de corazón bueno.
El P. Joaquín, desde su infancia se manifestó en él un sentido espiritual y
religioso, como un instinto de lo divino que le empujó a buscar a Dios y a
enfocar todo desde Él.
Ejerció gran influjo el Hermano jesuita Gregorio Trigueros que lo introdujo
en la devoción a los Sagrados Corazones.
Le acompañaron siempre y al fundar la congregación, los eligió como
titulares, en recuerdo del diálogo que en su juventud mantuvo con el
Hermano e inspirado por el sencillo escudo que todavía se conserva en la
bóveda del coro de la ermita de San Honorato.
El P. Joaquín nos transmitió su devoción a los Sagrados Corazones, y nos
enseñó poner corazón en un mundo sin entrañas.
Estos corazones los hemos llevado allende los mares: desde Mallorca,
desde España... a América y a Africa.
5. Fuego extendido en los corazones
Sabemos que el desierto no es para quedarse siempre. Es un lugar de paso,
de camino hacia otros. Es un paso de la esclavitud a la libertad “a favor de
todos los pueblos”.
Las palabras que Dios ha puesto en nuestro corazón las llevamos a muchos
que esperan. El que ha escuchado a Dios en su corazón, se siente movido a
profetizar.
En el corazón del P. Joaquín ardía el fuego de Dios.
En su carta a la Abadesa de las Capuchinas recomendaba “Pidan al Señor
que todos seamos un fuego y que desde este monte lo vayamos
encendiendo por toda la isla y más allá de ella, pegando y encendiendo en
todos los corazones”.
Dios es un fuego que abrasa a todo el que se acerca.
El P. Joaquín lo experimentó, y toda su vida fue un querer extenderlo entre
toda la gente. Por eso no pudo quedarse para siempre en el desierto.
Porque el fuego que nace en el desierto está a disposición de todos.
6. La hiedra
La hiedra sube por las paredes. Es muy sencilla. Ni se atreve echar flores;
pero embellece, año tras año., las casas y los jardines
La hiedra se agarra a la pared para no desprenderse, y nunca la abandona.
La hiedra no se ajusta a la pared .para aprovecharse. Forma una perfecta
simbiosis para enriquecerse mutuamente.
La hiedra plantada en los patios da frescura. Frescura que aprovechamos en
las tardes de verano.
El P. Joaquín le tenía una especial simpatía.
Al P. Joaquín le gustaba decir que somos como la hiedra
“Nuestra Congregación, débil como la hiedra, desea vivir arrimada al
báculo de su obispo, no con ánimo de gravarle, sino deseosa, en la corta
medida de sus fuerzas, de prestarle auxilio y refrigerio en la asistencia de
las ovejas que el Espíritu Santo le señaló para apacentar”.
La hiedra con su profusión de hojas enlazadas entre sí y adheridas a un
tallo común nos hablan de la comunidad perfecta.
Quien dice hiedra y báculo dice comunidad e iglesia de Cristo.
Insertados.
Como misioneros de gran corazón queremos vivir ayudando a las iglesias
que se encuentren más necesitadas.
Como la hiedra, queremos echar raíces, trepar por el tejido de la iglesia y
ser “competente socorro”.