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EL CAMBIO CLIMÁTICO: EFECTOS EN LA NATURALEZA
Y LA SOCIEDAD
Introducción.El cambio climático es un tema ya viejo en la literatura científica (y
no científica), aunque no por ello menos actual. Por supuesto, no es posible
discutirlo en un breve espacio de tiempo, y no va a discutirse aquí. Solo se
tratarán algunos aspectos relacionados con la incidencia que dicho cambio
puede tener en la biosfera o en la sociedad humana. Prescindo, pues, de
presentar pruebas del cambio climático, cuya realidad ya ha sido
demostrada por otros ponentes y doy por sentado que el cambio climático
es real, superior al que puede esperarse de la acción de mecanismos
naturales, y que en buena parte se debe a la acción humana. Tampoco
discutiré los antecedentes de este paradigma científico actual, ni las
metodologías de su estudio, ni los mecanismos atmosféricos involucrados,
ni las series históricas o paleoclimáticas del pasado, salvo cuando esto sea
imprescinsible para las proyecciones futuras, Por último, tampoco se
discutirán las distintas estrategias de mitigación o de adaptacióin que se
proponen para reducir respectivamente el calentamiento global o sus
consecuencias.
Así despojado de muchas de sus ramas, el tema puede ser manejable,
aunque extenso. No hay que olvidar que el documento oficial sobre el
mismo, el Cuarto Informe elaborado por el Panel Integubernamental sobre
el Cambio Climático, consta de unas 4000 páginas, y que sólo el tema de la
mitigación de los efectos se lleva unas 800. ¡Y el informe completo no es
más que un resumen de la información remitida, y a su vez ya resumida,
por los 2500 expertos que integran el Panel! Como tampoco hay que
olvidar que en conjunto, el cambio climático no es más que un aspecto del
cambio global inducido por la humanidad y que no solo afecta al clima, y
por su parte el cambio global no es más que un aspecto de las relaciones
actuales entre el hombre y la biosfera, que deberían ser tratadas más
ampliamente, y probablemente lo serán, en este foro.
Una precisión sobre el contenido de esta charla. Si hubiera tenido
lugar hace veinte años incluso hace sólo diez, la mayor parte de ella se
hubiera dedicado a proyecciones futuras, es decir a señalar los efectos del
cambio climático que pudieran darse más adelante. Hoy este contenido
permanece, pero va acompañado de otras indicaciones sobre situaciones
que se están dando actualmente o que han ocurrido ya, y que concuerdan
con predicciones pasadas. Y no cabe duda de que dentro de veinte años, el
contenido de una charla como esta incluirá muchas más referencias al
pasado y a destacar el cumplimiento de las predicciones que hacemos hoy.
Esto en si mismo es una prueba de la fuerza y la consistencia de las
predicciones climáticas efectuadas años atrás.
El incremento de temperatura ,La principal y más segura predicción del IPCC es el aumento de la
temperatura media atmosférica en las próximas décadas. Esta es una
previsión que ya se está cumpliendo, como aceptan incluso quienes no
creen en el cambio climático, hasta el punto de que para muchas personas
cambio climático es sinónimo de calentamiento global. Las disensiones de
los escépticos se dan en cuanto a la importancia de ese aumento, en cuanto
a sus causas y en cuanto a su distribución territorial. Las predicciones del
Panel Internacional dependen de los escenarios manejados, pero en general
varían entre 1 y 7 ºC de aumento durante este siglo. El gráfico adjunto (fig.
1) ilustra las proyecciones de los modelos más razonables, proyecciones
que señalan un aumento de 2 a 5 ºC para el mismo periodo.
Tomemos como indicación útil un promedio de las estimas, es decir,
un aumento de 3.5 ºC. Es un incremento que puede parecer modesto, y más
si se distribuye a lo largo de un siglo. Pero se trata de una diferencia
importante. Para nosotros, pasar de 7 ºC a 10.5 ºC es perceptible, aunque no
dramático, pero en la naturaleza, este cambio es inmenso. La temperatura
media de la atmósfera en el punto álgido de la última glaciación era sólo 5
ºC inferior a la de 1950. Hay que tener en cuenta que se trata de un valor
que con seguridad será más alto en muchos puntos de la Tierra, pues
corresponde a una media planetaria.
El mapa adjunto (fig. 2) refleja la distribución geográfica de los
cambios de temperatura media para el año 2040. Se observará que el
incremento de temperatura es general en casi todo el planeta, si bien existen
algunos puntos en que la temperatura media puede disminuir ligeramente.
Los mayores incrementos previstos corresponden a las regiones árticas,
mientras que en España se prevé un incremento de 1 a 2 ºC. El mapa
siguiente (fig. 3), más detallado y limitado a Europa, augura un aumento
superior de la temperatura media, de 2 a 3 ºC en buena parte de España y
de hasta 5 ºC en las regiones árticas. En realidad es coherente con el mapa
anterior, pues en este caso la predicción se efectúa para cuarenta años
después, en 2080.
Como es natural, lo primero que se exige a un modelo climático es
que pueda explicar con precisión los cambios ya ocurridos. Si se introducen
en un modelo los parámetros reales, pongamos, de 1960, se espera que
prediga los valores térmicos que realmente se han observado entre 1960 y
la actualidad. A esta exigencia inicial todos los modelos responden bastante
bien, ya que los que no lo hacen son descartados (o mejor dicho, revisados
y modificados). En este sentido, y como se ha visto, casi todos los modelos
empleados predicen una elevación de 0.8 ºC entre 1960 y 2010, elevación
que coincide precisamente con la que se ha observado. Este ritmo de
calentamiento, de 0.16 ºC por década, llevaría en 2100 a una temperatura
media 1.6 ºC más alta que en la actualidad, por debajo de la mayoría de las
previsiones, pero éstas son probablemente correctas, porque el
calentamiento no es constante sino que se va acelerando.
El agua sólida.Para muchas personas el aumento de temperatura media es la única
manifestación del cambio climático, y una manifestación de escasa
importancia. Pero de hecho se trata del primer eslabón de una cadena de
consecuencias que influye en casi todos los aspectos del clima. El segundo
eslabón es el agua, y claro está que la temperatura influye en ella.
Especialmente sensible al aumento de la temperatura es la cantidad de agua
sólida, hielo o nieve, que existe en la Tierra.
Nuestro planeta ha experimentado largos periodos de frío intenso
durante los cuales una gran parte del mismo ha estado cubierta por hielo. El
último de estos periodos terminó hace unos 10000 años, y hoy solo quedan
restos reducidos de esos escudos helados en la Antártida, en Groenlandia y
en las restantes zonas árticas. También quedan numerosos glaciares o ríos
de hielo en las altas montañas de todo el mundo.
Precisamente los glaciares constituyen el mejor indicador del
calentamiento global, pues avanzan y se extienden durante las épocas frías,
y se retraen durante los periodos cálidos. Dada su masa y su gran inercia
térmica, no responden a las variaciones transitorias, sino a las tendencias a
largo plazo, de manera que les afecta poco un año muy cálido o muy frío, si
no va seguido de otros similares. Pues bien, actualmente el 90 % de los
glaciares del mundo están retrayéndose, y los más pequeños, entre ellos la
mayoría de los que quedaban en nuestro país, han desaparecido ya.
Existen varios organismos dedicados al seguimiento de la retirada de
los glaciares en todo el mundo, y algunos de ellos proporcionan
impactantes series de fotografías, en las que se compara el estado de cada
glaciar tras un intervalo de 50 años o más. Cualquiera que haya visitado
algunos glaciares en las últimas décadas, habrá podido constatar, y
seguramente plasmar en fotografía, el retroceso de las masas de hielo. Este
es un hecho incontrovertible, que aquí se ilustra con dos de las numerosas
imágenes disponibles. La primera (fig. 4) presenta el caso del glaciar del
Kilimanjaro. Dada la escasez de glaciares en el continente africano es tanto
más sensible la pérdida del glaciar situado a mayor altitud en el mismo,
pérdida que, si se mantiene la tendencia actual, habrá ocurrido antes de
2030. La otra imagen (fig. 5) corresponde a uno de los glaciares residuales
españoles, el de Monte Perdido, en los Pirineos. Todavía más pequeño que
el anterior, en el último siglo ha perdido su parte inferior, y las dos partes
superiores han quedado desconectadas. Y repito, el panorama es el mismo
desde Alaska hasta la Patagonia, desde los Pirineos al Himalaya.
Habrá quien dirá ¿qué importan los glaciares? No va a cambiar
nuestra vida si se pierden…Quizás pueda aceptarse esto en el caso de
glaciares residuales como los nuestros, reducidos a la mínima expresión,
pero en el caso de glaciares importantes las consecuencias son serias.
Algunas grandes ciudades dependen del agua de glaciares más o menos
próximos. En otros casos la retirada del glaciar puede liberar lagos
represados en las montañas, con las consiguientes inundaciones. Pero la
consecuencia principal se da en los grandes glaciares y en los casquetes
polares helados, donde reside el 98 % de las reservas de agua dulce del
mundo. Si esas masas de hielo se funden sin aprovechamiento su agua se
perderá en el mar, elevando el nivel de éste. De este problema hablaremos
luego.
Además de como hielo, el agua sólida se presenta asimismo como
nieve. A diferencia de aquel, la nieve no es permanente, sino que
desaparece cada año, bien fundiéndose, bien compactándose e integrándose
en el hielo glaciar. En todo caso la cubierta de nieve de cada invierno es
vital para el desarrollo de la vida vegetal en la primavera siguiente, y así lo
reconoce el sabido refrán “Año de nieves, año de bienes”. Ahora, gracias a
los satélites artificiales, puede conocerse en cada momento cual es la
extensión global de la cubierta de nieve, y esperar en consecuencia una
primavera más o menos fecunda. La imagen adjunta (fig. 6) refleja
precisamente la extensión de la nieve y del hielo marino para el día primero
de año de 2003, y se puede obtener para cualquier día, hasta la actualidad.
La extensión de la cubierta de nieve no es un buen dato para juzgar
del calentamiento atmosférico, porque varía notablemente de un año a otro
y además responde simultáneamente a la temperatura y a la pluviosidad.
Con todo parece apreciarse una leve tendencia a la disminución de la
superficie innivada en las últimas décadas. Más marcada es la tendencia a
la disminución de la nieve disponible en muchas estaciones de esquí, pero
es menos fiable por estar basada en menos datos. Estudios recientes
llevados a cabo en el Instituto Pirenaico de Ecología, confirman, de todos
modos, una tendencia clara a la disminución de la nieve en la alta montaña
pirenaica, aunque con oscilaciones marcadas. Esta disminución podría
tener menor importancia de no ser por que implica un mecanismo de
refuerzo que acentúa el cambio climático. En efecto, la nieve refleja la luz
solar, evitando el calentamiento del suelo: en cambio, cuando se funde y
deja al descubierto el oscuro suelo, éste absorbe el calor y luego lo refleja
lentamente a la atmósfera, aumentando el calentamiento de ésta.
Otra manifestación del agua sólida cuya extensión sirve para calibrar
el calentamiento global es la superficie ocupada por el hielo marino en el
Ártico. Este hielo es temporal y, como la nieve, se funde casi totalmente
cada año. En Enero alcanza su máxima extensión, y ésta, si bien varía de un
año a otro, presenta una clara tendencia a disminuir, como se aprecia en la
imagen adjunta (fig. 7).
Pero existe otra forma de hielo que no se funde durante el verano, y
que ocupa un volumen muy importante en las tierras árticas. Se trata del
pemafrost, o suelo helado. A una cierta profundidad bajo la superficie no
alcanzan las alternancias del día y la noche, o del verano o invierno, y la
temperatura permanece constantemente bajo cero. El agua contenida en el
suelo, que es mucha, se halla en forma de hielo desde hace miles de años, y
gracias a ello han podido ser encontrados cadáveres de mamut,
perfectamente conservados, englobados en bloques de este hielo
subterráneo. Pues bien, el permafrost se está fundiendo actualmente (fig. 8),
no solo en las tierras árticas, sino tambien en los demás ambientes
periglaciares del mundo. Y esto, que parece un problema localizado, que
solo afectaría a los suelos encharcados de la tundra, es en realidad un
problema global.
En efecto, el permafrost encierra grandes cantidades de metano
producido en pantanos que antiguamente se congelaron, y este gas es
liberado al fundirse de nuevo el hielo. Pero el metano es un gas de efecto
invernadero, en realidad mucho más activo que el dióxido de carbono para
calentar la atmósfera, y cuanto más se libere mayor será el calentamiento
que provocará una liberación adicional. Estamos ante otro de los procesos
de refuerzo que aceleran el calentamiento global y hacen tan difícil el
combatirlo.
El agua líquida.Si el volumen de agua sólida en la Tierra va disminuyendo ¿a dónde
va a parar el hielo perdido? Naturalmente, a la atmósfera en forma de vapor,
y al océano en forma líquida. Muy poco agua se añade a la dulce de ríos y
lagos, que también está disminuyendo por causas distintas del cambio
climático.
El agua procedente de los casquetes polares y de los glaciares
representa un volumen importante, hasta el punto de elevar el nivel del mar
al añadirse a éste. En el pasado, cuando los casquetes polares eran mucho
más grandes, contenían una buena parte del agua quitada del mar, y el nivel
de éste era mucho más bajo que el actual, hasta 180 m menos. Igualmente,
si se fundieran del todo los hielos árticos y antárticos el nivel del mar
subiría al menos 70 m, y la mayor parte de las ciudades costeras se verían
anegadas. La subida del nivel del mar obedece también a uno de esos
efectos de refuerzo que hemos encontrado repetidas veces. Pues el nivel no
aumenta solamente por el agua añadida, sino también por la dilatación de
ésta. Todos los cuerpos se dilatan con el calor, y aunque el calentamiento
atmosférico es lento y el aumento de un par de grados provoca una
dilatación mínima, el volumen del agua oceánica superficial es tan grande
que esta dilatación basta para producir aproximadamente la mitad de la
elevación del nivel del mar.
En la actualidad, el aumento de nivel ya observado es de 3 a 4 mm
por año. Parece muy poco, pero en los 150 años que van de 1950 a 2100
representa una subida de 60 a 80 cm (fig. 9). Sigue siendo muy poco, pero
la tasa de elevación se va acelerando a medida que la atmósfera se calienta,
y muchos modelos predicen un aumento de 1 a 2 metros para el año 2100.
Incluso si el aumento de nivel fuese más modesto, ya sería (y está siendo)
preocupante para aquellas regiones que apenas emergen del mar. Pequeños
países insulares, ubicados en atolones de coral, como las islas Maldivas o
las islas de Tuvalu, ya se están viendo afectados, y no es de extrañar que
sean los más ardientes partidarios de las medidas de lucha contra el cambio
climático. En realidad, todas las regiones costeras llanas pueden empezar a
inquietarse por el aumento del nivel del mar: En estas zonas un metro de
aumento puede significar muchos metros de avance del agua sobre la costa,
y hasta en los litorales abruptos puede significar una mayor penetración e
intensidad del oleaje en temporales y galernas.
El agua líquida es una sustancia muy notable, con una serie de
propiedades únicas. Entre ellas se cuenta su elevado calor específico, que le
permite tardar más que otras sustancias en calentarse y en enfriarse. Por
este motivo el agua es un excelente regulador térmico, y los océanos son
los principales amortiguadores de los cambios de temperatura a escala
planetaria. En efecto, mediante las corrientes marinas y los grandes
cinturones de transporte oceánicos se calientan las zonas de agua muy fría
y se enfrían las de agua mas caliente.
Existen varios tipos de corrientes marinas que participan en la
regulación térmica de la atmósfera. Algunas de ellas, superficiales y
permanentes como la Corriente del Golfo o la ecuatorial, son bien
conocidas. Otras son movimientos semirregulares, alteraciones periódicas
en el patrón oceánico de circulación, como el conocido fenómeno de El
Niño. Por último otras son grandes sistemas permanentes que enlazan la
superficie y el fondo de todos los grandes océanos (fig. 10). Pues bien, el
calentamiento de la atmósfera y del mar han progresado ya hasta el punto
de que empiezan a notarse alteraciones en los grandes reguladores
climáticos del planeta, como sucede, por ejemplo, con los cambios en
intensidad de los fenómenos de El Niño, que se están constatando
últimamente.
El vapor de agua.Como es obvio, el aumento de temperatura debe comportar una
disminución del volumen existente de agua en estado sólido, y al mismo
tiempo un aumento de la existente en forma gaseosa. Así pues, el
incremento de temperatura implica un aumento del vapor de agua
contenido en la atmósfera, y esto tiene importantes consecuencias.
En primer lugar, el vapor de agua es también un gas de efecto
invernadero, de hecho el principal. Por cada grado de aumento en la
temperatura media atmosférica causado por los gases de este tipo, la mitad
se debe al dióxido de carbono, y la otra mitad al aumento de vapor de agua
causado por esa primera mitad. Siendo esto así, cabe preguntarse si esto no
conduce a un círculo vicioso, en el que un calentamiento inicial produce
más calentamiento y éste a su vez aún más. Cierto que hay autores que
especulan sobre la posibilidad de un calentamiento desbocado de este tipo,
y advierten del riesgo de que nuestro planeta acabe convertido en un horno
incompatible con la vida, como al parecer sucedió al comienzo de la
historia de nuestro planeta vecino, Venus. Pero estas elucubraciones
carecen de base.
Ahora bien, sí está claro que en el futuro debe aumentar la cantidad
de vapor de agua en la atmósfera, y esto trae como consecuencia inevitable
un aumento de la pluviosidad. La teoría se ve confirmada por los modelos
climáticos, como se ilustra en la imagen adjunta (fig. 11), así como por las
observaciones efectuadas durante el pasado siglo. El aumento de
pluviosidad previsto para el año 2100 varía entre un 4 y un 15 %, según los
modelos.
¿Es esto una buena noticia? Una mayor pluviosidad significa mayor
disponibilidad de agua y mejores cosechas, pero pronto veremos que la
realidad será probablemente muy distinta. Por de pronto examinemos un
mapa de la distribución prevista de la pluviosidad global para el año 2040
(fig. 12). En el mapa similar de temperatura, que ya hemos visto, el
incremento previsto afecta prácticamente a todo el planeta, mientras que en
el mapa de pluviosidad aparecen zonas en que la pluviosidad aumentará y
otras en las que disminuirá. Habrá, pues, mayor variabilidad en las lluvias,
y éstas serán más irregulares, con zonas y periodos lluviosos, y otras y
otros secos. Ahora veremos como se traduce esto en cuanto a riesgos
climáticos. De momento constatemos que España se sitúa en una zona de
menor pluviosidad que la actual y por lo tanto más castigada por los
procesos de desertización que ya la afligen desde hace tiempo.
Desastres climáticos.La atmósfera terrestre es una inmensa máquina térmica. Algunas de
sus partes están más calientes, y tienden a equilibrar su temperatura con el
aire que les llega de otras más frías. Pero este equilibrio no se alcanza
nunca, pues el Sol y la rotación de la Tierra siempre hacen que unas zonas
se calienten más que otras y que además no sean siempre las mismas. Igual
que el conjunto de la atmósfera funciona cualquiera de sus partes: el calor y
la humedad son los motores de los movimientos atmosféricos, y cuanto
mayores sean uno y otra, más intensos serán esos movimientos.
La situación recuerda la de una olla con agua puesta al fuego: si el
calor aplicado es suave, el agua se mueve en la olla en forma de corrientes
convectivas lentas, si el calor es fuerte se mueve en forma caótica,
hirviendo a borbotones. Pues bien, lo mismo sucede en la atmósfera,
aunque aquí las diferencias de temperatura son bastante menores y la escala
espacial, en cambio, es inmensa. Todos los fenómenos meteorológicos,
desde la más humilde llovizna hasta el huracán más devastador, se deben a
los movimientos del aire inducidos por diferencias de temperatura y
humedad. La imagen adjunta (fig. 13) ilustra el proceso de formación de
una tormenta ordinaria, muy parecido al que actúa en la formación de
huracanes y tornados salvo las diferencias de escala, y que incluye siempre
una zona caliente en la base, una corriente ascendente, un viento lateral que
imprime un movimiento giratorio, y una zona fría de condensación en la
que se genera la lluvia o el granizo.
Es, pues, comprensible, que el calentamiento atmosférico global
traiga como consecuencia un aumento en la frecuencia y en la intensidad de
los fenómenos atmosféricos, y en especial de los fenómenos extremos:
grandes tormentas, huracanes y tornados, sequías, inundaciones, olas de
calor y de frío, etc. Sin embargo, esta conclusión, que parece razonable en
teoría, es una de las más polémicas entre las que se suponen derivadas del
cambio climático global, y aunque el IPPC la sustenta, no le da el grado de
fiabilidad que da a otras.
Examinemos en primer lugar si de los datos observados durante las
últimas décadas puede deducirse una mayor frecuencia de desastres
climáticos. La figura adjunta (fig. 14) ilustra la evolución del número de
desastres naturales registrados entre 1900 y 2004. Se incluyen también
catástrofes como terremotos y tsunamis, pero los desastres de tipo climático
forman el 90 % del total. Es evidente el aumento en el número de
catástrofes naturales registradas desde 1950, pero no está claro si este
aumento es real o se debe a la mejora en la capacidad de detección y
registro que han conllevado los avances tecnológicos.
Para dilucidar este punto sería necesario medir de algún modo el
progreso en la deteccion y comunicación de los desastres naturales. Hoy
existen varias instituciones dedicadas al seguimiento de los mismos en todo
el mundo, y su labor puede servir como medida de ese progreso. Así, en el
gráfico se han marcado las fechas de creación de algunas de tales
organizaciones, y se constata que, en efecto, nada más comenzar la labor de
éstas, se registra un claro incremento en el número de desastres detectados.
También se aprecia un claro incremento a mediados de la década de los 90,
época en que comenzó a generalizarse Internet y a difundirse información
por todo el mundo a un nivel sin precedentes.
Es pues, evidente, que las mejoras en los medios de comunicación
influyen sobre el recuento y el conocimiento de los desastres naturales,
pero este incremento es transitorio y no enmascara la tendencia general
hacia un aumento sostenido de los mismos. Ahora se especifican
brevemente estos resultados para los distintos tipos de fenómenos
meteorológicos extremos.
Comenzamos con las tormentas. En Europa hay dos tipos principales
de éstas, las convectivas, que son locales, y ocasionan daños locales, y las
extensas, que forman parte de un frente que avanza desde el Atlántico y
barre una gran parte del continente. Últimamente a estas tormentas
extratropicales se han añadido algunos ciclones venidos a menos que,
convertidos en tormenta tropical, se desplazan muy al norte, hasta nuestras
latitudes.Las grandes tormentas extratropicales tienen efectos devastadores,
aunque no tanto como los ciclones tropicales. En la imagen (fig. 15) se
ilustran los daños de dos de estas tormentas, que cruzaron Europa en
Febrero de 2004. No son lás únicas, y probablemente algunos de los
presentes recordarán los estragos de la tormenta Kyrill, en 2007, de Klaus
en 2009, o de Xinthia en 2010. Por cierto que en este último año, otras
cuatro tormentas además de la citada han golpeado las costas gallegas y
cantábricas, y han sido calificadas cada vez por los medios de
comunicación como “la tormenta perfecta”.
Los fenómenos de este tipo parecen haber aumentado en número, y
quizas también en intensidad, durante las últimas décadas. Sin embargo
esta afirmación no puede hacerse con la misma seguridad que otras
relativas al cambio climático. Los gráficos adjuntos (figs. 16 y 17) reflejan,
de hecho, una incremento en el número de tormentas severas en Europa a
partir de 1950, y una tendencia al aumento adicional en dos de los
escenarios de tipo medio manejados por el IPCC. Nótese que de cumplirse
estas previsiones la parte meridional del continente es la que resulta más
afectada.
Los desastres climáticos más frecuentes tanto en España como en el
mundo son las inundaciones. Aún sin ser tan devastadores como los
ciclones y huracanes, su mayor frecuencia les hace causa de los daños más
cuantiosos, si no en vidas, por lo menos en bienes. Suele creerse que las
inundaciones catastróficas se dan principalmente en países tropicales, con
grandes ríos y grandes lluvias, pero de hecho afectan a todas las regiones
llanas o costeras del mundo. Algunos datos sobre las inundaciones sufridas
en España durante las dos últimas décadas del siglo XX pueden verse en la
figura adjunta (fig. 18), que revela también que los mayores daños
materiales se dan en regiones con gran potencial económico y expuestas a
fuertes lluvias otoñales.
Puesto que las inundaciones tienen múltiples causas, como son los
episodios de lluvias extremas, los ciclones, la canalización de los ríos o la
destrucción de la cubierta vegetal, todas los cuales tienen que ver directa o
indirectamente con el cambio climático, no es de extrañar que la frecuencia
de las inundaciones haya aumentado en las últimas décadas. De hecho las
inundaciones catastróficas son el desastre natural que más claramente ha
aumentado su frecuencia, como lo indica la figura adjunta (fig. 19). En
cuanto a las perspectivas futuras parece ser que esta tendencia seguirá
manteniéndose. Por ejemplo, con relación a nuestro país, las previsiones
indican que, en las regiones propensas a las inundaciones las lluvias muy
intensas pueden incrementarse hasta un 40 % para el año 2080.
Los ciclones tropicales, a menudo con huracanes, tornados e
inundaciones asociados, son los fenómenos meteorológicos más llamativos,
y devastadores, ocupando a menudo los medios de comunicación.
También en este caso su número parece ir en aumento, y para muchos
también su intensidad, aunque esto último no está tan claro. Además parece
ser que se está ampliando su campo de acción tanto en el tiempo (las
temporadas de tornados y huracanes comienzan antes y terminan más
tarde), como en el espacio (ya que estos fenómenos alcanzan latitudes cada
vez más altas). Una señal clara del aumento en el número anual de ciclones
es el hecho de que el viejo sistema de nomenclatura de los ciclones
tropicales va quedando insuficiente: en efecto, el sistema de nombrarlos por
orden alfabético con nombres de personas, vigente desde 1973, permite 21
nombres distintos excluyendo algunas letras. Pero en 2005 se registraron
por primera vez más de 21 ciclones fuertes en el Atlántico, por lo que tras
el número 21 (el ciclón Wilma) hubo que recurrir a las letras del alfabeto
griego, alfa, beta, etc. Desde 2005 esta situación se ha repetido tres veces.
Un ciclón es la manifestación más clara y violenta de los
desequilibrios térmicos en la atmósfera. Se forma solamente sobre masas
extensas de agua que se mantienen por encima de los 27 ºC, es decir en los
océanos y mares tropicales, y que han estado almacenando calor desde la
primavera. Cuando una de esas masas se acerca a otra de agua más fría,
comienza un flujo desatado de aire frío que intenta rellenar la depresión, y
que se pone a girar en torno al centro de la misma, al tiempo que arrastra el
aire caliente en su ascensión. Como las masas de aire involucradas son
enormes su energía puede ser devastadora, hasta superar la de una
explosión nuclear cada 20 minutos. Véase un ejemplo modesto en la figura
adjunta (fig. 20).
Dejando de lado las riadas, los pedriscos, las avalanchas de barro, los
tornados, etc, aludiré brevemente a otros tres tipos de desastres climáticos
que se incrementarán en el futuro: las olas de calor y las sequías, efectos
directos del calentamiento global, y los incendios forestales, cuyo
incremento será un efecto indirecto del mismo. Las olas de calor
constituyen un desastre climático “silencioso”, no tan llamativo como una
inundación o un tornado, pero mucho más letales que éstos. En realidad se
trata de un fenómeno meteorológico muy costoso en términos de vidas
humanas. Algunos datos sobre las mismas se proporcionan en la figura
adjunta (fig. 21). El mapa (fig. 22) corresponde a la bien conocida ola de
calor que asoló Francia en el verano de 2003 y que costó a ese país cerca de
15000 muertos. Lógicamente, dado el aumento de temperatura media de la
atmósfera, son de esperar más episodios de este tipo y más intensos. Por
ejemplo, en nuestro país, y especialmente en su mitad oriental, se prevé
para 2050 un aumento sustancial de temperatura durante las noches más
cálidas (fig. 23).
Ya se ha dicho que nuestro país se verá afectado por una disminución
de la pluviosidad, que contrasta con el incremento previsto en otros países
y que, junto con el aumento de temperatura, exacerbará los episodios de
sequía que son recurrentes en toda la región mediterránea (fig. 24). Como
se trata de fenómenos meteorológicos experimentados con frecuencia,
quizás no los percibamos como catastróficos, a pesar de los daños que
comportan, entre los que se incluyen las muertes por hambre de las
personas y del ganado (fig. 25).
Las sequías son fenómenos de difícil cuantificación, ya que difieren
en su duración, en su intensidad y en los intervalos que las separan. El
análisis de las series estadísticas de sequías es por ello bastante complejo,
pero en los casos en los que se ha efectuado parece detectarse un
incremento del índice de sequía en las últimas décadas. Este resultado es
particularmente claro en el hemisferio sur, como se aprecia en la ilustración
adjunta (fig. 26), sobre datos de Sudáfrica, pero también es perceptible en
España. En todo caso cabe esperar un aumento del déficit hídrico en el sur
de Europa para el año 2070.
Los últimos fenómenos catastróficos a comentar son los incendios
forestales. Se aducirá que no se trata en este caso de fenómenos
meteorológicos, sino que son provocados por el hombre, y cuando no son
artificiales tampoco tienen relación alguna con el cambio climático actual.
En efecto, los incendios han existido de forma natural en los bosques antes
de la aparición del hombre, y son eventos recurrentes y necesarios, hasta el
punto de que en algunas regiones del planeta se ha desarrollado una
vegetación pirófita, que no solamente no es perjudicada por el fuego, sino
que lo necesita y depende del mismo para su reproducción y propagación.
Todo eso es cierto, pero no lo es menos que la causa principal de los
incendios naturales son las chispas eléctricas nacidas de las tormentas, y
que el número de estas últimas se incrementa, ya lo hemos visto, con el
calentamiento de la atmósfera. Por otra parte, este calentamiento y la aridez
a menudo asociada al mismo facilitan el comienzo y el desarrollo de los
incendios naturales o artificiales, al tiempo que potencian su intensidad. Es
razonable suponer, por lo tanto, que estos incendios se incluyan entre las
catástrofes derivadas en parte del cambio climático.
El tema es por si mismo enormemente vasto. Los medios de
comunicación recogen los ejemplos más llamativos de incendios, sobre
todo si se dan en nuestro país o en sus cercanías. Tal sucede con los
grandes incendios del pasado verano en Portugal o en Rusia. A estos
últimos se alude en la imagen adjunta (fig. 27). Cuando aquí en España
estamos acostumbrados a considerar catastrófico un incendio forestal de
más de 1000 ha, es comprensible que los que destruyen 300.000 de ellas
nos parezcan descomunales. Pero en Rusia son habituales incendios que de
darse en España superarían nuestros peores registros históricos. Basta
examinar cualquier imagen de satélite de la taiga siberiana para encontrar
en ella cada día varios incendios descomunales (fig. 28). Pero con todo y
ser grandes, dichos incendios se empequeñecen si se comparan con los
terribles incendios australianos, como los de las famosas “Navidades
Negras” de 2001, que causaron 589 muertos. Y aún estos palidecen junto a
los formidables incendios tan frecuentes en el bosque amazónico, de los
que se ilustra un ejemplo aterrador en la adjunta imagen (fig. 29), tomada
un mes después de los incendios en las cercanías de Moscú. A diferencia de
estos últimos, los incendios de la selva en Bolivia y Brasil, mucho mayores,
pasaron casi del todo desapercibidos. El el siguiente gráfico se ilustran las
tendencias al aumento de los incendios forestales en Canadá y en España
(fig. 30).
Efectos sobre la naturaleza .A lo largo de la historia de la vida el clima ha ido cambiando mucho
más intensa, aunque también más lentamente que en la actualidad. Los
seres vivos han respondido a tales cambios adaptándose a los mismos, y
hoy sucede exactamente lo mismo. Los efectos del cambio climático se
harán notar o se están manifestando ya en la naturaleza, y es necesario
tenerlos en cuenta para prevenir o aliviar sus consecuencias más negativas.
Seguidamente veremos algunos de esos efectos.
El primero de ellos deriva del aumento de la concentración de
dióxido de carbono en la atmósfera. Es sabido que este gas es utilizado por
las plantas para construir su propia materia viva y con ello sostener la vida
sobre la Tierra. En teoría, pues, la mayor concentración de dióxido de
carbono debería comportar un aumento de la cubierta vegetal, y esto ha
sido esgrimido a menudo como argumento por quienes sostienen que las
emisiones industriales de dióxido de carbono son beneficiosas en vez de ser
nocivas. Así sucede, en efecto, por lo menos en los ecosistemas terrestres,
pero no en los marinos (fig. 31). Además, este aumento de producción
vegetal parece ser temporal. Tanto en España como en el resto de Europa
se supone que se alcanzará el máximo de producción añadida hacia 2050, a
partir de cuya fecha los bosques comenzarán a absorber menos dióxido de
carbono del que emitan (figs. 32 y 33). Por lo que hace a los ecosistemas
marinos, los efectos son principal e inmediatamente negativos, ya que el
dióxido de carbono atmosférico se disuelve en el agua saturándola y
haciéndola más ácida. Un agua más saturada pierde capacidad para
absorber más CO2, con lo cual disminuye la función, ya insuficiente, del
océano como sumidero de carbono y se deteriora aún más el ciclo del
carbono en la Tierra. Y el agua más ácida comporta mayor dificultad para
que los numerosos organismos marinos de esqueleto calcáreo, entre otros
los corales, puedan formarse y sobrevivir. De hecho el deterioro de los
arrecifes coralinos (blanqueo de los corales) es un fenómeno que se está
constatando ya, si bien no se debe únicamente a la causa apuntada.
Los principales efectos dobre la naturaleza del aumento de la
atmósfera en CO2 son indirectos, y se deben al calentamiento global.
Algunos de ellos se manifiestan a corto plazo, y son los que ya se están
registrando. Otros no podrán detectarse hasta los próximos años o décadas,
pero son igualmente inevitables. Entre los efectos a corto plazo figuran los
cambios de conducta en los animales, especialmente las alteraciones de los
patrones migratorios y los adelantos o retrasos de la fase reproductora en
las plantas. Entre los cambios a medio plazo figuran las modificaciones en
el área de distribución de las especies o los desplazamientos de los pisos de
vegetación en las cadenas montañosas. Por último, entre los cambios a
largo plazo se cuenta la pérdida global de biodiversidad, que obedece
también a otras causas además del calentamiento global.
Con relación a los efectos a corto plazo sobre los ecosistemas, la
figura adjunta (fig. 34) resume algunos de los principales. Cabe señalar la
importancia que tiene el indicado en último lugar, los cambios en la
sincronización de las actividades de los organismos. Por ejemplo, en
circunstancias normales los huevos de muchos insectos que constituyen
plagas hacen eclosión en primavera. También por entonces llegan de sus
refugios de invernada las aves que se alimentan de las orugas, y que
controlan dichas plagas. Pero si por efecto del cambio climático se adelanta
la eclosión de los huevos en un par de semanas, y las aves no han adaptado
todavía su reloj biológico, la migración de éstas tiene lugar demasiado
tarde, y la plaga se desarrolla sin control (fig. 35). La verdad es que la
mayoría de estos cambios se han detectado ya, y en Europa pueden
observarse muchos ejemplos de este tipo (fig. 36). En el mapa adjunto se
señalan algunos de los cambios ya observados, como el adelanto
primaveral en la salida de la hoja o en la actividad sexual de los animales
silvestres, junto con otros cambios no biológicos (fig. 37). Y todo el mundo
se ha percatado de que en España diversas especies de aves, por ejemplo
las cigüeñas, han dejado en muchos casos de abandonar nuestro país y de
pasar el invierno en África.
Los cambios a medio plazo también se hallan en curso. Muchas
especies tropicales han ampliado su área de distribución o la han
desplazado hacia el norte. En Europa se estima que los bosques se mueven
hacia el norte a una velocidad de hasta cinco kilómetros por año. Algunos
peces que antes no llegaban al Mar Cantábrico se pescan ahora en el Mar
del Norte, y el aporte de especies tropicales del Mar Rojo al Mar
Mediterráneo a través del Canal de Suez no cesa de aumentar. La mayor
parte de las especies introducidas no representan problemas, pero algunas,
como determinadas especies de mosquitos que son portadoras de gérmenes
patógenos, sí los conllevan. Actualmente la malaria, el dengue, la fiebre del
Nilo y otras enfermedades tropicales están apareciendo o reapareciendo en
Europa y en otras zonas de clima templado.
Un ejemplo de desplazamiento de áreas que tiene consecuencias
negativas para la biodiversidad es la elevación de los pisos de vegetación
en las montañas (fig. 38). Como es sabido, la temperatura desciende con la
altitud, de forma que la vegetación de las regiones montañisas se dispone
en pisos, con especies adaptadas a temperaturas más frías a medida que se
asciende. Por ejemplo, en las cordilleras españolas, el piso más alto es el
piso alpino. Pues bien, con el calentamiento global aumenta la temperatura
en los pisos altos y éstos se desplazan hacia arriba, siendo sustituidos por
pisos inferiores. Los pisos más altos, como el alpino, simplemente
desaparecen ya que no pueden desplazarse hacia arriba. Estos pisos son
muy ricos en especies endémicas, que solamente se hallan en ellos, y su
desaparición comporta la pérdida de dichas especies, y un notable
empobrecimiento de la biodiversidad.
Precisamente la pérdida de biodiversidad es uno de los efectos
a medio y largo plazo que derivan del cambio climático. Otros factores,
como la destrucción del hábitat o la introducción de especies invasoras
contribuyen también a la pérdida de especies y a configurar la actual crisis
de biodiversidad, pero estos factores están asimismo influidos, de manera
compleja, por el cambio climático (fig. 39). No hay muchos estudios que
demuestren el efecto directo de dicho cambio sobre la extinción de especies
o grupos (fig. 40), pero uno reciente, que abarca todo el mundo y en el que
han participado algunos de mis colegas del CSIC sí lo demuestra. Para ese
estudio un 20 % de las especies de saurios en el mundo puede desaparecer
hacia 2080 simplemente a causa del calentamiento implicado por el cambio
climático.
En todo caso la crisis de biodiversidad tiene dimensiones
inquietantes, sobre todo a causa de la rapidez con la que se produce.
Además, la pérdida de una especie rara vez se limita a la misma, pues
normalmente se resienten también otras especies asociadas a ella (fig. 41) .
En casos particularmente graves, cuando se trata de especies clave, puede
descomponerse totalmente un ecosistema.
Consecuencias sociales: agricultura.Puesto que el cambio climático incide sobre los organismos
silvestres, no es de extrañar que también lo haga sobre los domésticos y
sobre las plantas cultivadas. En primer lugar, los efectos benéficos del
aumento de CO2 sobre la producción vegetal se manifiestan también para
las cosechas, de manera que en algún caso, éstas se incrementan debido al
aumento de temperatura. Pero hay que matizar esta afirmación. La mayoría
de los modelos climáticos predicen efectos beneficiosos para la ganadería
con un aumento moderado de la temperatura. Sin embargo para el trigo los
efectos son positivos o negativos, según los modelos, y para los restantes
cereales, así como para los cultivos no cerealísticos, la mayoría de los
modelos predicen una disminución en los rendimientos (fig. 42).
Además, hay que tener en cuenta que los posibles beneficios o
perjuicios no se distribuyen de forma regular. Los países más
septentrionales, como Rusia o Canadá, verán ampliada probablemente su
área de cultivo para diversas especies de interés económico. Globalmente
esto es importante por cuanto se trata de los dos países más extensos del
mundo, pero la situación es muy distinta en los países tropicales, donde un
incremento de temperatura comporta un fuerte estrés para muchas plantas.
Véase, por ejemplo, la figura adjunta, en la que contrastan las fuertes
respuestas negativas para el trigo en Egipto y Mongolia, con las positivas
en Australia (fig. 43).
Como se ve, el asunto dista de ser simple. Además, el cambio
climático interacciona en forma compleja con otros factores, de modo que
los resultados no siempre son claros. Por ejemplo en España el cultivo de
maiz se verá beneficiado por el aumento de temperaturas en algunos puntos,
pero en la mayoría el rendimiento bajará, a no ser que se aumente el riego
(fig. 44).
En resumen, aunque las consecuencias del cambio climático en
agricultura son a veces positivas y a veces negativas, y aunque las
previsiones se hallan envueltas en un halo de incertidumbre, parece ser que
las consecuencias más beneficiosas se darán en países desarrollados, y las
más perjudiciales en países en desarrollo, dificultando éste todavía más.
Consecuencias sociales: salud.Dado que el clima influye en la salud humana es de esperar que el
cambio climático tenga consecuencias sanitarias para la humanidad. Ya se
han comentado brevemente algunas de las consecuencias directas en la
salud del calentamiento global, como la muerte por olas de calor, o las
consecuencias indirectas, como la difusión de las enfermedades tropicales
por la expansión del área ocupada por sus vectores (fig. 45). Estos y otros
efectos son analizados en un estudio publicado el año 2003 por la
Organización Mundial de la Salud, la Organización Meteorológica Mundial
y las Naciones Unidas. He aquí algunas de sus conclusiones.
Con el aumento de temperatura atmosférica es de esperar un aumento
de las enfermedades “estivales” (salmonelosis, cólera, diarrea, etc), y una
disminución de las enfermedades “invernales” (resfriado, gripe, neumonía,
etc). En principio ambos cambios podrían compensarse mutuamente, pero
la incidencia de las enfermedades asociadas a la alta temperatura será
mayor que la de las otras, por cuanto afecta a zonas más pobladas y con
menos recursos sanitarios; además implica la aparición de nuevas causas de
enfermedad, debido a la mayor temperatura y abundancia de las aguas
estancadas y a la mayor frecuencia de sequías. Algunos de estos cambios
ya se han detectado. Por ejemplo, en Nueva Zelanda se ha observado una
relación entre la temperatura media mensual y la incidencia de
salmonelosis.
Los roedores, que proliferan en las regiones templadas tras los
inviernos suaves y húmedos, actúan como reservorios de diversas
enfermedades. Ciertas infecciones transmitidas por roedores, como la
leptospirosis, la tularemia y las virosis hemorrágicas, se asocian a
inundaciones. Otras enfermedades relacionadas con roedores y garrapatas
que han demostrado ser sensibles a la variabilidad climática son la
enfermedad de Lyme, las encefalitis transmitidas por garrapatas y el
síndrome pulmonar por hantavirus. El dengue es la arbovirosis más
importante en el ser humano y se localiza en regiones tropicales y
subtropicales, sobre todo en el medio urbano. El fenómeno de El Niño
afecta a su frecuencia, porque induce cambios en las prácticas de
almacenamiento doméstico de agua y en la acumulación de aguas
superficiales.
El informe mencionado intenta cuantificar de forma conjunta las
consecuencias negativas del cambio climático para la salud humana. Para
ello recurre a una unidad de medida, los años de vida ajustados por muerte
o discapacidad (AVAD). Concretamente, para el año 2000 acepta que el
número de AVAD por millón de habitantes, como consecuencia del cambio
climático, ha sido de sólo 8.7 para los países desarrollados, mientras que
alcanza el valor de 3071.5 para gran parte de África. Estos resultados se
detallan en la figura adjunta (fig. 46).
Efectos sociales: economía.La desigual distribución sobre el planeta de los efectos del cambio
climático, hace lógico suponer que sus consecuencias económicas se
repartan asimismo desigualmente. Ya se ha comentado que algunos países
se verán beneficiados a causa de la ampliación de la estación activa,
mientras que otros se verán muy perjudicados. Además hay que tener en
cuenta que la disminución del hielo ártico puede beneficiar mucho a la
navegación y por ende al comercio de los cinco países que tienen costas en
ese mar (Noruega, Rusia, Estados Unidos, Dinamarca y Canadá, todos ellos
países desarrollados). Por lo tanto no es de extrañar que este punto sea el
más polémico entre quienes creen en el cambio climático y quienes lo
niegan. El debate involucra también a los escépticos parciales, quienes
aceptan la realidad y las consecuencias del cambio climático pero rechazan
cualquier acción mitigadora por estimarla económicamente inalcanzable.
Ni el problema ni las soluciones son simples, y por ello no puede
plantearse de forma simplista, pero en una primera aproximación el
planteamiento podría ser el siguiente: El cambio climático implica
evidentemente cuantiosos daños económicos. Si éstos son menores que los
gastos derivados de la prevención o mitigación de dicho cambio, entonces
dichos gastos no proceden. Por el contrario, si los gastos derivados del
cambio climático son mayores, entonces los destinados a la prevención de
los daños representan en todo caso un ahorro. Por desgracia no podemos
saber a cuanto ascienden los daños económicos posibles ni los gastos
destinados a evitarlos. Podemos hacer, eso sí, estimaciones más o menos
fundamentadas, de las que resulta, de seguro, que unos y otros son
inmensos, y que los primeros son mucho más altos que los segundos.
También parece quedar claro que los efectos económicos, si bien pueden
ser positivos a corto plazo en algunos países, se tornarán negativos para
todos en la segunda mitad del siglo XXI.
Los gastos de prevención y mitigación consisten en la construcción
de diques costeros que contengan la elevación del nivel del mar, en las
actividades de reforestación y de construcción de otros sumideros de
carbono, pero sobre todo en la provisión a las industrias de filtros que
retengan los gases de efecto invernadero, y en último caso, en la
disminución general de la actividad industrial. Obviamente, es este último
factor el que representa las mayores pérdidas económicas. Pero hay que
decir que esta disminución puede venir impuesta por factores ajenos al
cambio climático, y que la harían inevitable. Por ejemplo, la actual crisis
económica ha reducido en un 3 % la producción de petróleo y por ende la
emision de gases de efecto invernadero en un porcentaje menor (2.3 % para
2008 en la Unión Europea). Es posible, pues, que por costosas que sean las
medidas encaminadas a paliar el calentamiento global, se pongan en
marcha sin remedio y aun en contra de nuestra voluntad.
No hay estimas fiables del coste total de tales medidas. Una cifra que
puede servir de orientación es la dada por Björn Lomborg. Este científico
danés, autor del famoso libro “El Ecologista Escéptico”, y hasta ahora
opuesto a la idea del cambio climático, recientemente se ha pasado al otro
bando, y en la penúltima conferencia sobre cambio climático, en
Copenhague recomienda una inversión de 100 000 millones de dólares
anuales para poner en marcha medidas preventivas. Por supuesto, hay otras
estimas menos pesimistas. En todo caso debe tenerse en cuenta que algunas
de las acciones que pueden emprenderse para limitar el cambio climático
representan un ahorro en sí mismas, además del que deriva de la limitación
de los daños. De hecho, uno de los estudios económicos más
pormenorizados considera que, si se aplicasen todas las medidas reductoras,
el ahorro implicado en algunas de ellas equilibraría los gastos de las demás,
dando un saldo nulo (fig. 47).
Los perjuicios económicos que derivan del cambio climático son más
evidentes. En primer lugar están los derivados de la elevación del nivel del
mar. La localización costera de muchas grandes urbes convierte este riesgo
en muy importante. Por ejemplo, se calcula que la elevación de sólo un
metro causaría frecuentes inundaciones en gran parte de Nueva York,
incluyendo todo su sistema de metro y sus tres aeropuertos. Y en gran parte
del mundo arruinaría toda la industria basada en el turismo de playa, con
daños económicos.inmensos. Pero una fuente importantísima de perjuicios
económicos será el aumento en la frecuencia e intensidad de catástrofes
naturales.
Los daños causados por catástrofes naturales empiezan ya a ser
difíciles de asumir. Las compañías de seguros americanas se han visto
envueltas en una maraña de pleitos por negarse a pagar a sus clientes los
daños causados en Nueva Orleans por el ciclón Kathrina, y aún habiendo
ganado muchos de ellos, han perdido sumas enormes de dinero. Jeremy
Legged, quien estudió el problema cuando era director general de
Greenpeace, afirmó que, con sólo un ligero incremento en los ciclones
tropicales, incendios forestales e inundaciones, las compañías de seguros
sufrirían un colapso global, y que las consecuencias económicas derivadas
del mismo, (como la caída de los bancos que las sostienen, y los fondos de
pensiones sostenidos por ellas) son ignoradas en la mayoría de los análisis.
Como es de suponer, tampoco es posible dar una cifra concreta de
los perjuicios económicos esperables (fig. 48). Pero como en el caso
anterior, se indicará una de las pocas estimaciones disponibles. En el año
2000 la OCDE estimó en 970 000 millones de dólares de ese año el coste
económico añadido del calentamiento global durante el siglo XXI, la
décima parre de lo que Lomborg considera necesario invertir en medidas
preventivas. Probablemente es una estima muy moderada si se tiene en
cuenta que ese fue aproximadamente el coste de las catástrofes que
tuvieron lugar realmente en la década de los 90. Los mismos evaluadores
aceptan que su estima se ha basado en modelos optimistas.
Efectos sociales: Flujos migratorios.Las migraciones masivas de pueblos son un elemento esencial de la
historia humana, y han tenido lugar muchas veces a lo largo de la misma, y
también en tiempos prehistóricos. En la mayoría de los casos han sido
impulsadas por la escasez de recursos en un territorio, o por la presión de
otros pueblos empujados a su vez por la escasez de recursos. De hecho se
trata de un mecanismo de regulación de las poblaciones naturales que se da
en muchos mamíferos, y aún en la mayoría de los grupos animales.
El motor de las migraciones usualmente es el hambre, aunque en el
caso humano ésta no tiene por qué ser exclusivamente de alimentos. Y el
hambre es causada por muchos factores. Puesto que ya se ha visto que el
cambio climático está provocando una disminución de la producción de
alimentos per capita en muchos países en desarrollo y un aumento de
producción en los desarrollados, es evidente que contribuye fuertemente a
la presión sobre esos países más afectados y al impulso migratorio desde
los mismos. Una idea muy clara de esta presión se obtiene examinando los
dos mapas de la ilustración adjunta (fig. 49), que muestran el área de los
países en proporción a sus emisiones de gases con efecto invernadero (el
primero) y en proporción a los problemas para la salud inducidos por el
calentamiento global. No están actualizados y tienen algún aspecto
discutible, pero indican claramente el curso y la importancia de los flujos
migratorios en curso, que, como los vientos en la atmósfera, van de los
centros de altas presiones a los de bajas.
Ya en 1990 el IPCC indicaba que el mayor impacto social del
cambio climático estribaría en los intensos flujos migratorios que induciría.
El tiempo le ha dado la razón en este punto. Posteriormente, hacia 1995,
cuando el fenómeno migratorio comenzó a dispararse, diversos autores
advirtieron de que sería una locura suponer que las crecientes masas de
inmigrantes hacia los países desarrollados no iban a afectar sus economías.
Era sólo una cuestión de tiempo el que los servicios sociales de tales países
se viesen desbordados y aún colapsados por la gran cantidad de gentes sin
recursos afincada en las ciudades. Está claro que la migración masiva,
forzada o no por el cambio climático, compromete las economías de los
países receptores en al menos cuatro formas: incrementando las presiones
sobre infraestructuras y servicios, frenando el crecimiento económico,
aumentando el riesgo de conflictos, y deteriorando los indicadores de salud,
educación y bienestar entre los propios inmigrantes.
Desde 1990 distintos analistas han intentado cuantificar los flujos
migratorios previsibles, y especialmente la parte de los mismos que se
considera debida al cambio climático, es decir, que no se daría si éste no
existiera. El estudio que parece más solvente ha sido elaborado en 2008 por
parte de la Organización Internacional de Migraciones, con sede en
Ginebra, y se ilustra en la imagen adjunta (fig. 50). Según ese estudio el
número de inmigrantes que cabe esperar para 2050 en los países
desarrollados es de 200 millones, entre un quinto y un séptimo de la
población total prevista en dichos países. Este valor, propuesto inicialmente
por Myers en el Foro Económico de Praga en 2005, ha sido hoy aceptado
de forma casi general, tanto por el Informe Stern como por los informes del
IPCC. Casi todos lo consideran una cifra altísima, una de cada 45 personas
en la Tierra, y diez veces más que el número actual de refugiados. Pero la
cifra no es descabellada, y aún parece modesta si se piensa que el número
de inmigrantes oficiales hoy en España sobrepasa con mucho los cuatro
millones, y que es al menos diez veces mayor en toda la Unión Europea.
Por supuesto, en la mencionada estimación se incluyen solamente los
inmigrantes no nacidos en el país receptor, no los hijos o nietos de los
actuales inmigrantes, aunque no se hallen socialmente integrados. En todo
caso el propio autor indica la incertidumbre de su estima, y señala que la
cifra real podría estar comprendida entre 50 y 1000 millones de personas.
La proporción de esta cifra que se debería al cambio climático no se conoce
todavía, y dependería fuertemente del escenario socioeconómico real.
Conclusión.A modo de resumen usaré este esquema, tomado del último informe
del IPCC (fig. 51). Su explicación no es evidente, pero no tiene mayor
complicación. A la izquierda figuran algunos de los escenarios más
probables, englobados en un área gris que marca los límites del total de los
analizados. El escenario mínimo predice una subida de 1 ºC en la
temperatura media atmosférica para el año 2100, y el máximo predice un
aumento de 6.5 ºC. A la derecha hay cinco columnas que corresponden a
distintos grupos de riesgos. Están coloreadas con tonos que van del blanco
al rojo, y que señalan el nivel de riesgo de bajo a alto. La altura a que
termina cada escenario de la izquierda es la altura del color que mide el
correspondiente riesgo en cada columna de la derecha. Como se ve, casi
todos los escenarios predicen riesgos altos o moderados. (El gráfico
procede del último informe del IPCC, del año 2007. Con ocasión de la
Conferencia de las Partes nº 15, llamada comunmente Cumbre de
Copenhague, el gráfico ha sido actualizado para el año 2009. Por desgracia
esta actualización ha significado una extensión hacia abajo de los sectores
rojos del esquema, y pot lo tanto un aumento de los riesgos)
Pero quisiera terminar con una nota de humor, de ese humor
inteligente y agradable que no se limita a hacer sonreir, sino que también
invita a pensar. Es un chiste que circula por Internet desde la fracasada
penúltima reunión de Copenhague, y que me he permitido traducir para
Vds (fig. 52). Encierra la respuesta esencial a los problemas derivados del
cambio climático. He terminado y ahora espero que se animen Vds. a un
vivo debate. Muchas gracias.