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EL CAMBIO CLIMÁTICO: EFECTOS EN LA NATURALEZA Y LA SOCIEDAD Introducción.El cambio climático es un tema ya viejo en la literatura científica (y no científica), aunque no por ello menos actual. Por supuesto, no es posible discutirlo en un breve espacio de tiempo, y no va a discutirse aquí. Solo se tratarán algunos aspectos relacionados con la incidencia que dicho cambio puede tener en la biosfera o en la sociedad humana. Prescindo, pues, de presentar pruebas del cambio climático, cuya realidad ya ha sido demostrada por otros ponentes y doy por sentado que el cambio climático es real, superior al que puede esperarse de la acción de mecanismos naturales, y que en buena parte se debe a la acción humana. Tampoco discutiré los antecedentes de este paradigma científico actual, ni las metodologías de su estudio, ni los mecanismos atmosféricos involucrados, ni las series históricas o paleoclimáticas del pasado, salvo cuando esto sea imprescinsible para las proyecciones futuras, Por último, tampoco se discutirán las distintas estrategias de mitigación o de adaptacióin que se proponen para reducir respectivamente el calentamiento global o sus consecuencias. Así despojado de muchas de sus ramas, el tema puede ser manejable, aunque extenso. No hay que olvidar que el documento oficial sobre el mismo, el Cuarto Informe elaborado por el Panel Integubernamental sobre el Cambio Climático, consta de unas 4000 páginas, y que sólo el tema de la mitigación de los efectos se lleva unas 800. ¡Y el informe completo no es más que un resumen de la información remitida, y a su vez ya resumida, por los 2500 expertos que integran el Panel! Como tampoco hay que olvidar que en conjunto, el cambio climático no es más que un aspecto del cambio global inducido por la humanidad y que no solo afecta al clima, y por su parte el cambio global no es más que un aspecto de las relaciones actuales entre el hombre y la biosfera, que deberían ser tratadas más ampliamente, y probablemente lo serán, en este foro. Una precisión sobre el contenido de esta charla. Si hubiera tenido lugar hace veinte años incluso hace sólo diez, la mayor parte de ella se hubiera dedicado a proyecciones futuras, es decir a señalar los efectos del cambio climático que pudieran darse más adelante. Hoy este contenido permanece, pero va acompañado de otras indicaciones sobre situaciones que se están dando actualmente o que han ocurrido ya, y que concuerdan con predicciones pasadas. Y no cabe duda de que dentro de veinte años, el contenido de una charla como esta incluirá muchas más referencias al pasado y a destacar el cumplimiento de las predicciones que hacemos hoy. Esto en si mismo es una prueba de la fuerza y la consistencia de las predicciones climáticas efectuadas años atrás. El incremento de temperatura ,La principal y más segura predicción del IPCC es el aumento de la temperatura media atmosférica en las próximas décadas. Esta es una previsión que ya se está cumpliendo, como aceptan incluso quienes no creen en el cambio climático, hasta el punto de que para muchas personas cambio climático es sinónimo de calentamiento global. Las disensiones de los escépticos se dan en cuanto a la importancia de ese aumento, en cuanto a sus causas y en cuanto a su distribución territorial. Las predicciones del Panel Internacional dependen de los escenarios manejados, pero en general varían entre 1 y 7 ºC de aumento durante este siglo. El gráfico adjunto (fig. 1) ilustra las proyecciones de los modelos más razonables, proyecciones que señalan un aumento de 2 a 5 ºC para el mismo periodo. Tomemos como indicación útil un promedio de las estimas, es decir, un aumento de 3.5 ºC. Es un incremento que puede parecer modesto, y más si se distribuye a lo largo de un siglo. Pero se trata de una diferencia importante. Para nosotros, pasar de 7 ºC a 10.5 ºC es perceptible, aunque no dramático, pero en la naturaleza, este cambio es inmenso. La temperatura media de la atmósfera en el punto álgido de la última glaciación era sólo 5 ºC inferior a la de 1950. Hay que tener en cuenta que se trata de un valor que con seguridad será más alto en muchos puntos de la Tierra, pues corresponde a una media planetaria. El mapa adjunto (fig. 2) refleja la distribución geográfica de los cambios de temperatura media para el año 2040. Se observará que el incremento de temperatura es general en casi todo el planeta, si bien existen algunos puntos en que la temperatura media puede disminuir ligeramente. Los mayores incrementos previstos corresponden a las regiones árticas, mientras que en España se prevé un incremento de 1 a 2 ºC. El mapa siguiente (fig. 3), más detallado y limitado a Europa, augura un aumento superior de la temperatura media, de 2 a 3 ºC en buena parte de España y de hasta 5 ºC en las regiones árticas. En realidad es coherente con el mapa anterior, pues en este caso la predicción se efectúa para cuarenta años después, en 2080. Como es natural, lo primero que se exige a un modelo climático es que pueda explicar con precisión los cambios ya ocurridos. Si se introducen en un modelo los parámetros reales, pongamos, de 1960, se espera que prediga los valores térmicos que realmente se han observado entre 1960 y la actualidad. A esta exigencia inicial todos los modelos responden bastante bien, ya que los que no lo hacen son descartados (o mejor dicho, revisados y modificados). En este sentido, y como se ha visto, casi todos los modelos empleados predicen una elevación de 0.8 ºC entre 1960 y 2010, elevación que coincide precisamente con la que se ha observado. Este ritmo de calentamiento, de 0.16 ºC por década, llevaría en 2100 a una temperatura media 1.6 ºC más alta que en la actualidad, por debajo de la mayoría de las previsiones, pero éstas son probablemente correctas, porque el calentamiento no es constante sino que se va acelerando. El agua sólida.Para muchas personas el aumento de temperatura media es la única manifestación del cambio climático, y una manifestación de escasa importancia. Pero de hecho se trata del primer eslabón de una cadena de consecuencias que influye en casi todos los aspectos del clima. El segundo eslabón es el agua, y claro está que la temperatura influye en ella. Especialmente sensible al aumento de la temperatura es la cantidad de agua sólida, hielo o nieve, que existe en la Tierra. Nuestro planeta ha experimentado largos periodos de frío intenso durante los cuales una gran parte del mismo ha estado cubierta por hielo. El último de estos periodos terminó hace unos 10000 años, y hoy solo quedan restos reducidos de esos escudos helados en la Antártida, en Groenlandia y en las restantes zonas árticas. También quedan numerosos glaciares o ríos de hielo en las altas montañas de todo el mundo. Precisamente los glaciares constituyen el mejor indicador del calentamiento global, pues avanzan y se extienden durante las épocas frías, y se retraen durante los periodos cálidos. Dada su masa y su gran inercia térmica, no responden a las variaciones transitorias, sino a las tendencias a largo plazo, de manera que les afecta poco un año muy cálido o muy frío, si no va seguido de otros similares. Pues bien, actualmente el 90 % de los glaciares del mundo están retrayéndose, y los más pequeños, entre ellos la mayoría de los que quedaban en nuestro país, han desaparecido ya. Existen varios organismos dedicados al seguimiento de la retirada de los glaciares en todo el mundo, y algunos de ellos proporcionan impactantes series de fotografías, en las que se compara el estado de cada glaciar tras un intervalo de 50 años o más. Cualquiera que haya visitado algunos glaciares en las últimas décadas, habrá podido constatar, y seguramente plasmar en fotografía, el retroceso de las masas de hielo. Este es un hecho incontrovertible, que aquí se ilustra con dos de las numerosas imágenes disponibles. La primera (fig. 4) presenta el caso del glaciar del Kilimanjaro. Dada la escasez de glaciares en el continente africano es tanto más sensible la pérdida del glaciar situado a mayor altitud en el mismo, pérdida que, si se mantiene la tendencia actual, habrá ocurrido antes de 2030. La otra imagen (fig. 5) corresponde a uno de los glaciares residuales españoles, el de Monte Perdido, en los Pirineos. Todavía más pequeño que el anterior, en el último siglo ha perdido su parte inferior, y las dos partes superiores han quedado desconectadas. Y repito, el panorama es el mismo desde Alaska hasta la Patagonia, desde los Pirineos al Himalaya. Habrá quien dirá ¿qué importan los glaciares? No va a cambiar nuestra vida si se pierden…Quizás pueda aceptarse esto en el caso de glaciares residuales como los nuestros, reducidos a la mínima expresión, pero en el caso de glaciares importantes las consecuencias son serias. Algunas grandes ciudades dependen del agua de glaciares más o menos próximos. En otros casos la retirada del glaciar puede liberar lagos represados en las montañas, con las consiguientes inundaciones. Pero la consecuencia principal se da en los grandes glaciares y en los casquetes polares helados, donde reside el 98 % de las reservas de agua dulce del mundo. Si esas masas de hielo se funden sin aprovechamiento su agua se perderá en el mar, elevando el nivel de éste. De este problema hablaremos luego. Además de como hielo, el agua sólida se presenta asimismo como nieve. A diferencia de aquel, la nieve no es permanente, sino que desaparece cada año, bien fundiéndose, bien compactándose e integrándose en el hielo glaciar. En todo caso la cubierta de nieve de cada invierno es vital para el desarrollo de la vida vegetal en la primavera siguiente, y así lo reconoce el sabido refrán “Año de nieves, año de bienes”. Ahora, gracias a los satélites artificiales, puede conocerse en cada momento cual es la extensión global de la cubierta de nieve, y esperar en consecuencia una primavera más o menos fecunda. La imagen adjunta (fig. 6) refleja precisamente la extensión de la nieve y del hielo marino para el día primero de año de 2003, y se puede obtener para cualquier día, hasta la actualidad. La extensión de la cubierta de nieve no es un buen dato para juzgar del calentamiento atmosférico, porque varía notablemente de un año a otro y además responde simultáneamente a la temperatura y a la pluviosidad. Con todo parece apreciarse una leve tendencia a la disminución de la superficie innivada en las últimas décadas. Más marcada es la tendencia a la disminución de la nieve disponible en muchas estaciones de esquí, pero es menos fiable por estar basada en menos datos. Estudios recientes llevados a cabo en el Instituto Pirenaico de Ecología, confirman, de todos modos, una tendencia clara a la disminución de la nieve en la alta montaña pirenaica, aunque con oscilaciones marcadas. Esta disminución podría tener menor importancia de no ser por que implica un mecanismo de refuerzo que acentúa el cambio climático. En efecto, la nieve refleja la luz solar, evitando el calentamiento del suelo: en cambio, cuando se funde y deja al descubierto el oscuro suelo, éste absorbe el calor y luego lo refleja lentamente a la atmósfera, aumentando el calentamiento de ésta. Otra manifestación del agua sólida cuya extensión sirve para calibrar el calentamiento global es la superficie ocupada por el hielo marino en el Ártico. Este hielo es temporal y, como la nieve, se funde casi totalmente cada año. En Enero alcanza su máxima extensión, y ésta, si bien varía de un año a otro, presenta una clara tendencia a disminuir, como se aprecia en la imagen adjunta (fig. 7). Pero existe otra forma de hielo que no se funde durante el verano, y que ocupa un volumen muy importante en las tierras árticas. Se trata del pemafrost, o suelo helado. A una cierta profundidad bajo la superficie no alcanzan las alternancias del día y la noche, o del verano o invierno, y la temperatura permanece constantemente bajo cero. El agua contenida en el suelo, que es mucha, se halla en forma de hielo desde hace miles de años, y gracias a ello han podido ser encontrados cadáveres de mamut, perfectamente conservados, englobados en bloques de este hielo subterráneo. Pues bien, el permafrost se está fundiendo actualmente (fig. 8), no solo en las tierras árticas, sino tambien en los demás ambientes periglaciares del mundo. Y esto, que parece un problema localizado, que solo afectaría a los suelos encharcados de la tundra, es en realidad un problema global. En efecto, el permafrost encierra grandes cantidades de metano producido en pantanos que antiguamente se congelaron, y este gas es liberado al fundirse de nuevo el hielo. Pero el metano es un gas de efecto invernadero, en realidad mucho más activo que el dióxido de carbono para calentar la atmósfera, y cuanto más se libere mayor será el calentamiento que provocará una liberación adicional. Estamos ante otro de los procesos de refuerzo que aceleran el calentamiento global y hacen tan difícil el combatirlo. El agua líquida.Si el volumen de agua sólida en la Tierra va disminuyendo ¿a dónde va a parar el hielo perdido? Naturalmente, a la atmósfera en forma de vapor, y al océano en forma líquida. Muy poco agua se añade a la dulce de ríos y lagos, que también está disminuyendo por causas distintas del cambio climático. El agua procedente de los casquetes polares y de los glaciares representa un volumen importante, hasta el punto de elevar el nivel del mar al añadirse a éste. En el pasado, cuando los casquetes polares eran mucho más grandes, contenían una buena parte del agua quitada del mar, y el nivel de éste era mucho más bajo que el actual, hasta 180 m menos. Igualmente, si se fundieran del todo los hielos árticos y antárticos el nivel del mar subiría al menos 70 m, y la mayor parte de las ciudades costeras se verían anegadas. La subida del nivel del mar obedece también a uno de esos efectos de refuerzo que hemos encontrado repetidas veces. Pues el nivel no aumenta solamente por el agua añadida, sino también por la dilatación de ésta. Todos los cuerpos se dilatan con el calor, y aunque el calentamiento atmosférico es lento y el aumento de un par de grados provoca una dilatación mínima, el volumen del agua oceánica superficial es tan grande que esta dilatación basta para producir aproximadamente la mitad de la elevación del nivel del mar. En la actualidad, el aumento de nivel ya observado es de 3 a 4 mm por año. Parece muy poco, pero en los 150 años que van de 1950 a 2100 representa una subida de 60 a 80 cm (fig. 9). Sigue siendo muy poco, pero la tasa de elevación se va acelerando a medida que la atmósfera se calienta, y muchos modelos predicen un aumento de 1 a 2 metros para el año 2100. Incluso si el aumento de nivel fuese más modesto, ya sería (y está siendo) preocupante para aquellas regiones que apenas emergen del mar. Pequeños países insulares, ubicados en atolones de coral, como las islas Maldivas o las islas de Tuvalu, ya se están viendo afectados, y no es de extrañar que sean los más ardientes partidarios de las medidas de lucha contra el cambio climático. En realidad, todas las regiones costeras llanas pueden empezar a inquietarse por el aumento del nivel del mar: En estas zonas un metro de aumento puede significar muchos metros de avance del agua sobre la costa, y hasta en los litorales abruptos puede significar una mayor penetración e intensidad del oleaje en temporales y galernas. El agua líquida es una sustancia muy notable, con una serie de propiedades únicas. Entre ellas se cuenta su elevado calor específico, que le permite tardar más que otras sustancias en calentarse y en enfriarse. Por este motivo el agua es un excelente regulador térmico, y los océanos son los principales amortiguadores de los cambios de temperatura a escala planetaria. En efecto, mediante las corrientes marinas y los grandes cinturones de transporte oceánicos se calientan las zonas de agua muy fría y se enfrían las de agua mas caliente. Existen varios tipos de corrientes marinas que participan en la regulación térmica de la atmósfera. Algunas de ellas, superficiales y permanentes como la Corriente del Golfo o la ecuatorial, son bien conocidas. Otras son movimientos semirregulares, alteraciones periódicas en el patrón oceánico de circulación, como el conocido fenómeno de El Niño. Por último otras son grandes sistemas permanentes que enlazan la superficie y el fondo de todos los grandes océanos (fig. 10). Pues bien, el calentamiento de la atmósfera y del mar han progresado ya hasta el punto de que empiezan a notarse alteraciones en los grandes reguladores climáticos del planeta, como sucede, por ejemplo, con los cambios en intensidad de los fenómenos de El Niño, que se están constatando últimamente. El vapor de agua.Como es obvio, el aumento de temperatura debe comportar una disminución del volumen existente de agua en estado sólido, y al mismo tiempo un aumento de la existente en forma gaseosa. Así pues, el incremento de temperatura implica un aumento del vapor de agua contenido en la atmósfera, y esto tiene importantes consecuencias. En primer lugar, el vapor de agua es también un gas de efecto invernadero, de hecho el principal. Por cada grado de aumento en la temperatura media atmosférica causado por los gases de este tipo, la mitad se debe al dióxido de carbono, y la otra mitad al aumento de vapor de agua causado por esa primera mitad. Siendo esto así, cabe preguntarse si esto no conduce a un círculo vicioso, en el que un calentamiento inicial produce más calentamiento y éste a su vez aún más. Cierto que hay autores que especulan sobre la posibilidad de un calentamiento desbocado de este tipo, y advierten del riesgo de que nuestro planeta acabe convertido en un horno incompatible con la vida, como al parecer sucedió al comienzo de la historia de nuestro planeta vecino, Venus. Pero estas elucubraciones carecen de base. Ahora bien, sí está claro que en el futuro debe aumentar la cantidad de vapor de agua en la atmósfera, y esto trae como consecuencia inevitable un aumento de la pluviosidad. La teoría se ve confirmada por los modelos climáticos, como se ilustra en la imagen adjunta (fig. 11), así como por las observaciones efectuadas durante el pasado siglo. El aumento de pluviosidad previsto para el año 2100 varía entre un 4 y un 15 %, según los modelos. ¿Es esto una buena noticia? Una mayor pluviosidad significa mayor disponibilidad de agua y mejores cosechas, pero pronto veremos que la realidad será probablemente muy distinta. Por de pronto examinemos un mapa de la distribución prevista de la pluviosidad global para el año 2040 (fig. 12). En el mapa similar de temperatura, que ya hemos visto, el incremento previsto afecta prácticamente a todo el planeta, mientras que en el mapa de pluviosidad aparecen zonas en que la pluviosidad aumentará y otras en las que disminuirá. Habrá, pues, mayor variabilidad en las lluvias, y éstas serán más irregulares, con zonas y periodos lluviosos, y otras y otros secos. Ahora veremos como se traduce esto en cuanto a riesgos climáticos. De momento constatemos que España se sitúa en una zona de menor pluviosidad que la actual y por lo tanto más castigada por los procesos de desertización que ya la afligen desde hace tiempo. Desastres climáticos.La atmósfera terrestre es una inmensa máquina térmica. Algunas de sus partes están más calientes, y tienden a equilibrar su temperatura con el aire que les llega de otras más frías. Pero este equilibrio no se alcanza nunca, pues el Sol y la rotación de la Tierra siempre hacen que unas zonas se calienten más que otras y que además no sean siempre las mismas. Igual que el conjunto de la atmósfera funciona cualquiera de sus partes: el calor y la humedad son los motores de los movimientos atmosféricos, y cuanto mayores sean uno y otra, más intensos serán esos movimientos. La situación recuerda la de una olla con agua puesta al fuego: si el calor aplicado es suave, el agua se mueve en la olla en forma de corrientes convectivas lentas, si el calor es fuerte se mueve en forma caótica, hirviendo a borbotones. Pues bien, lo mismo sucede en la atmósfera, aunque aquí las diferencias de temperatura son bastante menores y la escala espacial, en cambio, es inmensa. Todos los fenómenos meteorológicos, desde la más humilde llovizna hasta el huracán más devastador, se deben a los movimientos del aire inducidos por diferencias de temperatura y humedad. La imagen adjunta (fig. 13) ilustra el proceso de formación de una tormenta ordinaria, muy parecido al que actúa en la formación de huracanes y tornados salvo las diferencias de escala, y que incluye siempre una zona caliente en la base, una corriente ascendente, un viento lateral que imprime un movimiento giratorio, y una zona fría de condensación en la que se genera la lluvia o el granizo. Es, pues, comprensible, que el calentamiento atmosférico global traiga como consecuencia un aumento en la frecuencia y en la intensidad de los fenómenos atmosféricos, y en especial de los fenómenos extremos: grandes tormentas, huracanes y tornados, sequías, inundaciones, olas de calor y de frío, etc. Sin embargo, esta conclusión, que parece razonable en teoría, es una de las más polémicas entre las que se suponen derivadas del cambio climático global, y aunque el IPPC la sustenta, no le da el grado de fiabilidad que da a otras. Examinemos en primer lugar si de los datos observados durante las últimas décadas puede deducirse una mayor frecuencia de desastres climáticos. La figura adjunta (fig. 14) ilustra la evolución del número de desastres naturales registrados entre 1900 y 2004. Se incluyen también catástrofes como terremotos y tsunamis, pero los desastres de tipo climático forman el 90 % del total. Es evidente el aumento en el número de catástrofes naturales registradas desde 1950, pero no está claro si este aumento es real o se debe a la mejora en la capacidad de detección y registro que han conllevado los avances tecnológicos. Para dilucidar este punto sería necesario medir de algún modo el progreso en la deteccion y comunicación de los desastres naturales. Hoy existen varias instituciones dedicadas al seguimiento de los mismos en todo el mundo, y su labor puede servir como medida de ese progreso. Así, en el gráfico se han marcado las fechas de creación de algunas de tales organizaciones, y se constata que, en efecto, nada más comenzar la labor de éstas, se registra un claro incremento en el número de desastres detectados. También se aprecia un claro incremento a mediados de la década de los 90, época en que comenzó a generalizarse Internet y a difundirse información por todo el mundo a un nivel sin precedentes. Es pues, evidente, que las mejoras en los medios de comunicación influyen sobre el recuento y el conocimiento de los desastres naturales, pero este incremento es transitorio y no enmascara la tendencia general hacia un aumento sostenido de los mismos. Ahora se especifican brevemente estos resultados para los distintos tipos de fenómenos meteorológicos extremos. Comenzamos con las tormentas. En Europa hay dos tipos principales de éstas, las convectivas, que son locales, y ocasionan daños locales, y las extensas, que forman parte de un frente que avanza desde el Atlántico y barre una gran parte del continente. Últimamente a estas tormentas extratropicales se han añadido algunos ciclones venidos a menos que, convertidos en tormenta tropical, se desplazan muy al norte, hasta nuestras latitudes.Las grandes tormentas extratropicales tienen efectos devastadores, aunque no tanto como los ciclones tropicales. En la imagen (fig. 15) se ilustran los daños de dos de estas tormentas, que cruzaron Europa en Febrero de 2004. No son lás únicas, y probablemente algunos de los presentes recordarán los estragos de la tormenta Kyrill, en 2007, de Klaus en 2009, o de Xinthia en 2010. Por cierto que en este último año, otras cuatro tormentas además de la citada han golpeado las costas gallegas y cantábricas, y han sido calificadas cada vez por los medios de comunicación como “la tormenta perfecta”. Los fenómenos de este tipo parecen haber aumentado en número, y quizas también en intensidad, durante las últimas décadas. Sin embargo esta afirmación no puede hacerse con la misma seguridad que otras relativas al cambio climático. Los gráficos adjuntos (figs. 16 y 17) reflejan, de hecho, una incremento en el número de tormentas severas en Europa a partir de 1950, y una tendencia al aumento adicional en dos de los escenarios de tipo medio manejados por el IPCC. Nótese que de cumplirse estas previsiones la parte meridional del continente es la que resulta más afectada. Los desastres climáticos más frecuentes tanto en España como en el mundo son las inundaciones. Aún sin ser tan devastadores como los ciclones y huracanes, su mayor frecuencia les hace causa de los daños más cuantiosos, si no en vidas, por lo menos en bienes. Suele creerse que las inundaciones catastróficas se dan principalmente en países tropicales, con grandes ríos y grandes lluvias, pero de hecho afectan a todas las regiones llanas o costeras del mundo. Algunos datos sobre las inundaciones sufridas en España durante las dos últimas décadas del siglo XX pueden verse en la figura adjunta (fig. 18), que revela también que los mayores daños materiales se dan en regiones con gran potencial económico y expuestas a fuertes lluvias otoñales. Puesto que las inundaciones tienen múltiples causas, como son los episodios de lluvias extremas, los ciclones, la canalización de los ríos o la destrucción de la cubierta vegetal, todas los cuales tienen que ver directa o indirectamente con el cambio climático, no es de extrañar que la frecuencia de las inundaciones haya aumentado en las últimas décadas. De hecho las inundaciones catastróficas son el desastre natural que más claramente ha aumentado su frecuencia, como lo indica la figura adjunta (fig. 19). En cuanto a las perspectivas futuras parece ser que esta tendencia seguirá manteniéndose. Por ejemplo, con relación a nuestro país, las previsiones indican que, en las regiones propensas a las inundaciones las lluvias muy intensas pueden incrementarse hasta un 40 % para el año 2080. Los ciclones tropicales, a menudo con huracanes, tornados e inundaciones asociados, son los fenómenos meteorológicos más llamativos, y devastadores, ocupando a menudo los medios de comunicación. También en este caso su número parece ir en aumento, y para muchos también su intensidad, aunque esto último no está tan claro. Además parece ser que se está ampliando su campo de acción tanto en el tiempo (las temporadas de tornados y huracanes comienzan antes y terminan más tarde), como en el espacio (ya que estos fenómenos alcanzan latitudes cada vez más altas). Una señal clara del aumento en el número anual de ciclones es el hecho de que el viejo sistema de nomenclatura de los ciclones tropicales va quedando insuficiente: en efecto, el sistema de nombrarlos por orden alfabético con nombres de personas, vigente desde 1973, permite 21 nombres distintos excluyendo algunas letras. Pero en 2005 se registraron por primera vez más de 21 ciclones fuertes en el Atlántico, por lo que tras el número 21 (el ciclón Wilma) hubo que recurrir a las letras del alfabeto griego, alfa, beta, etc. Desde 2005 esta situación se ha repetido tres veces. Un ciclón es la manifestación más clara y violenta de los desequilibrios térmicos en la atmósfera. Se forma solamente sobre masas extensas de agua que se mantienen por encima de los 27 ºC, es decir en los océanos y mares tropicales, y que han estado almacenando calor desde la primavera. Cuando una de esas masas se acerca a otra de agua más fría, comienza un flujo desatado de aire frío que intenta rellenar la depresión, y que se pone a girar en torno al centro de la misma, al tiempo que arrastra el aire caliente en su ascensión. Como las masas de aire involucradas son enormes su energía puede ser devastadora, hasta superar la de una explosión nuclear cada 20 minutos. Véase un ejemplo modesto en la figura adjunta (fig. 20). Dejando de lado las riadas, los pedriscos, las avalanchas de barro, los tornados, etc, aludiré brevemente a otros tres tipos de desastres climáticos que se incrementarán en el futuro: las olas de calor y las sequías, efectos directos del calentamiento global, y los incendios forestales, cuyo incremento será un efecto indirecto del mismo. Las olas de calor constituyen un desastre climático “silencioso”, no tan llamativo como una inundación o un tornado, pero mucho más letales que éstos. En realidad se trata de un fenómeno meteorológico muy costoso en términos de vidas humanas. Algunos datos sobre las mismas se proporcionan en la figura adjunta (fig. 21). El mapa (fig. 22) corresponde a la bien conocida ola de calor que asoló Francia en el verano de 2003 y que costó a ese país cerca de 15000 muertos. Lógicamente, dado el aumento de temperatura media de la atmósfera, son de esperar más episodios de este tipo y más intensos. Por ejemplo, en nuestro país, y especialmente en su mitad oriental, se prevé para 2050 un aumento sustancial de temperatura durante las noches más cálidas (fig. 23). Ya se ha dicho que nuestro país se verá afectado por una disminución de la pluviosidad, que contrasta con el incremento previsto en otros países y que, junto con el aumento de temperatura, exacerbará los episodios de sequía que son recurrentes en toda la región mediterránea (fig. 24). Como se trata de fenómenos meteorológicos experimentados con frecuencia, quizás no los percibamos como catastróficos, a pesar de los daños que comportan, entre los que se incluyen las muertes por hambre de las personas y del ganado (fig. 25). Las sequías son fenómenos de difícil cuantificación, ya que difieren en su duración, en su intensidad y en los intervalos que las separan. El análisis de las series estadísticas de sequías es por ello bastante complejo, pero en los casos en los que se ha efectuado parece detectarse un incremento del índice de sequía en las últimas décadas. Este resultado es particularmente claro en el hemisferio sur, como se aprecia en la ilustración adjunta (fig. 26), sobre datos de Sudáfrica, pero también es perceptible en España. En todo caso cabe esperar un aumento del déficit hídrico en el sur de Europa para el año 2070. Los últimos fenómenos catastróficos a comentar son los incendios forestales. Se aducirá que no se trata en este caso de fenómenos meteorológicos, sino que son provocados por el hombre, y cuando no son artificiales tampoco tienen relación alguna con el cambio climático actual. En efecto, los incendios han existido de forma natural en los bosques antes de la aparición del hombre, y son eventos recurrentes y necesarios, hasta el punto de que en algunas regiones del planeta se ha desarrollado una vegetación pirófita, que no solamente no es perjudicada por el fuego, sino que lo necesita y depende del mismo para su reproducción y propagación. Todo eso es cierto, pero no lo es menos que la causa principal de los incendios naturales son las chispas eléctricas nacidas de las tormentas, y que el número de estas últimas se incrementa, ya lo hemos visto, con el calentamiento de la atmósfera. Por otra parte, este calentamiento y la aridez a menudo asociada al mismo facilitan el comienzo y el desarrollo de los incendios naturales o artificiales, al tiempo que potencian su intensidad. Es razonable suponer, por lo tanto, que estos incendios se incluyan entre las catástrofes derivadas en parte del cambio climático. El tema es por si mismo enormemente vasto. Los medios de comunicación recogen los ejemplos más llamativos de incendios, sobre todo si se dan en nuestro país o en sus cercanías. Tal sucede con los grandes incendios del pasado verano en Portugal o en Rusia. A estos últimos se alude en la imagen adjunta (fig. 27). Cuando aquí en España estamos acostumbrados a considerar catastrófico un incendio forestal de más de 1000 ha, es comprensible que los que destruyen 300.000 de ellas nos parezcan descomunales. Pero en Rusia son habituales incendios que de darse en España superarían nuestros peores registros históricos. Basta examinar cualquier imagen de satélite de la taiga siberiana para encontrar en ella cada día varios incendios descomunales (fig. 28). Pero con todo y ser grandes, dichos incendios se empequeñecen si se comparan con los terribles incendios australianos, como los de las famosas “Navidades Negras” de 2001, que causaron 589 muertos. Y aún estos palidecen junto a los formidables incendios tan frecuentes en el bosque amazónico, de los que se ilustra un ejemplo aterrador en la adjunta imagen (fig. 29), tomada un mes después de los incendios en las cercanías de Moscú. A diferencia de estos últimos, los incendios de la selva en Bolivia y Brasil, mucho mayores, pasaron casi del todo desapercibidos. El el siguiente gráfico se ilustran las tendencias al aumento de los incendios forestales en Canadá y en España (fig. 30). Efectos sobre la naturaleza .A lo largo de la historia de la vida el clima ha ido cambiando mucho más intensa, aunque también más lentamente que en la actualidad. Los seres vivos han respondido a tales cambios adaptándose a los mismos, y hoy sucede exactamente lo mismo. Los efectos del cambio climático se harán notar o se están manifestando ya en la naturaleza, y es necesario tenerlos en cuenta para prevenir o aliviar sus consecuencias más negativas. Seguidamente veremos algunos de esos efectos. El primero de ellos deriva del aumento de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera. Es sabido que este gas es utilizado por las plantas para construir su propia materia viva y con ello sostener la vida sobre la Tierra. En teoría, pues, la mayor concentración de dióxido de carbono debería comportar un aumento de la cubierta vegetal, y esto ha sido esgrimido a menudo como argumento por quienes sostienen que las emisiones industriales de dióxido de carbono son beneficiosas en vez de ser nocivas. Así sucede, en efecto, por lo menos en los ecosistemas terrestres, pero no en los marinos (fig. 31). Además, este aumento de producción vegetal parece ser temporal. Tanto en España como en el resto de Europa se supone que se alcanzará el máximo de producción añadida hacia 2050, a partir de cuya fecha los bosques comenzarán a absorber menos dióxido de carbono del que emitan (figs. 32 y 33). Por lo que hace a los ecosistemas marinos, los efectos son principal e inmediatamente negativos, ya que el dióxido de carbono atmosférico se disuelve en el agua saturándola y haciéndola más ácida. Un agua más saturada pierde capacidad para absorber más CO2, con lo cual disminuye la función, ya insuficiente, del océano como sumidero de carbono y se deteriora aún más el ciclo del carbono en la Tierra. Y el agua más ácida comporta mayor dificultad para que los numerosos organismos marinos de esqueleto calcáreo, entre otros los corales, puedan formarse y sobrevivir. De hecho el deterioro de los arrecifes coralinos (blanqueo de los corales) es un fenómeno que se está constatando ya, si bien no se debe únicamente a la causa apuntada. Los principales efectos dobre la naturaleza del aumento de la atmósfera en CO2 son indirectos, y se deben al calentamiento global. Algunos de ellos se manifiestan a corto plazo, y son los que ya se están registrando. Otros no podrán detectarse hasta los próximos años o décadas, pero son igualmente inevitables. Entre los efectos a corto plazo figuran los cambios de conducta en los animales, especialmente las alteraciones de los patrones migratorios y los adelantos o retrasos de la fase reproductora en las plantas. Entre los cambios a medio plazo figuran las modificaciones en el área de distribución de las especies o los desplazamientos de los pisos de vegetación en las cadenas montañosas. Por último, entre los cambios a largo plazo se cuenta la pérdida global de biodiversidad, que obedece también a otras causas además del calentamiento global. Con relación a los efectos a corto plazo sobre los ecosistemas, la figura adjunta (fig. 34) resume algunos de los principales. Cabe señalar la importancia que tiene el indicado en último lugar, los cambios en la sincronización de las actividades de los organismos. Por ejemplo, en circunstancias normales los huevos de muchos insectos que constituyen plagas hacen eclosión en primavera. También por entonces llegan de sus refugios de invernada las aves que se alimentan de las orugas, y que controlan dichas plagas. Pero si por efecto del cambio climático se adelanta la eclosión de los huevos en un par de semanas, y las aves no han adaptado todavía su reloj biológico, la migración de éstas tiene lugar demasiado tarde, y la plaga se desarrolla sin control (fig. 35). La verdad es que la mayoría de estos cambios se han detectado ya, y en Europa pueden observarse muchos ejemplos de este tipo (fig. 36). En el mapa adjunto se señalan algunos de los cambios ya observados, como el adelanto primaveral en la salida de la hoja o en la actividad sexual de los animales silvestres, junto con otros cambios no biológicos (fig. 37). Y todo el mundo se ha percatado de que en España diversas especies de aves, por ejemplo las cigüeñas, han dejado en muchos casos de abandonar nuestro país y de pasar el invierno en África. Los cambios a medio plazo también se hallan en curso. Muchas especies tropicales han ampliado su área de distribución o la han desplazado hacia el norte. En Europa se estima que los bosques se mueven hacia el norte a una velocidad de hasta cinco kilómetros por año. Algunos peces que antes no llegaban al Mar Cantábrico se pescan ahora en el Mar del Norte, y el aporte de especies tropicales del Mar Rojo al Mar Mediterráneo a través del Canal de Suez no cesa de aumentar. La mayor parte de las especies introducidas no representan problemas, pero algunas, como determinadas especies de mosquitos que son portadoras de gérmenes patógenos, sí los conllevan. Actualmente la malaria, el dengue, la fiebre del Nilo y otras enfermedades tropicales están apareciendo o reapareciendo en Europa y en otras zonas de clima templado. Un ejemplo de desplazamiento de áreas que tiene consecuencias negativas para la biodiversidad es la elevación de los pisos de vegetación en las montañas (fig. 38). Como es sabido, la temperatura desciende con la altitud, de forma que la vegetación de las regiones montañisas se dispone en pisos, con especies adaptadas a temperaturas más frías a medida que se asciende. Por ejemplo, en las cordilleras españolas, el piso más alto es el piso alpino. Pues bien, con el calentamiento global aumenta la temperatura en los pisos altos y éstos se desplazan hacia arriba, siendo sustituidos por pisos inferiores. Los pisos más altos, como el alpino, simplemente desaparecen ya que no pueden desplazarse hacia arriba. Estos pisos son muy ricos en especies endémicas, que solamente se hallan en ellos, y su desaparición comporta la pérdida de dichas especies, y un notable empobrecimiento de la biodiversidad. Precisamente la pérdida de biodiversidad es uno de los efectos a medio y largo plazo que derivan del cambio climático. Otros factores, como la destrucción del hábitat o la introducción de especies invasoras contribuyen también a la pérdida de especies y a configurar la actual crisis de biodiversidad, pero estos factores están asimismo influidos, de manera compleja, por el cambio climático (fig. 39). No hay muchos estudios que demuestren el efecto directo de dicho cambio sobre la extinción de especies o grupos (fig. 40), pero uno reciente, que abarca todo el mundo y en el que han participado algunos de mis colegas del CSIC sí lo demuestra. Para ese estudio un 20 % de las especies de saurios en el mundo puede desaparecer hacia 2080 simplemente a causa del calentamiento implicado por el cambio climático. En todo caso la crisis de biodiversidad tiene dimensiones inquietantes, sobre todo a causa de la rapidez con la que se produce. Además, la pérdida de una especie rara vez se limita a la misma, pues normalmente se resienten también otras especies asociadas a ella (fig. 41) . En casos particularmente graves, cuando se trata de especies clave, puede descomponerse totalmente un ecosistema. Consecuencias sociales: agricultura.Puesto que el cambio climático incide sobre los organismos silvestres, no es de extrañar que también lo haga sobre los domésticos y sobre las plantas cultivadas. En primer lugar, los efectos benéficos del aumento de CO2 sobre la producción vegetal se manifiestan también para las cosechas, de manera que en algún caso, éstas se incrementan debido al aumento de temperatura. Pero hay que matizar esta afirmación. La mayoría de los modelos climáticos predicen efectos beneficiosos para la ganadería con un aumento moderado de la temperatura. Sin embargo para el trigo los efectos son positivos o negativos, según los modelos, y para los restantes cereales, así como para los cultivos no cerealísticos, la mayoría de los modelos predicen una disminución en los rendimientos (fig. 42). Además, hay que tener en cuenta que los posibles beneficios o perjuicios no se distribuyen de forma regular. Los países más septentrionales, como Rusia o Canadá, verán ampliada probablemente su área de cultivo para diversas especies de interés económico. Globalmente esto es importante por cuanto se trata de los dos países más extensos del mundo, pero la situación es muy distinta en los países tropicales, donde un incremento de temperatura comporta un fuerte estrés para muchas plantas. Véase, por ejemplo, la figura adjunta, en la que contrastan las fuertes respuestas negativas para el trigo en Egipto y Mongolia, con las positivas en Australia (fig. 43). Como se ve, el asunto dista de ser simple. Además, el cambio climático interacciona en forma compleja con otros factores, de modo que los resultados no siempre son claros. Por ejemplo en España el cultivo de maiz se verá beneficiado por el aumento de temperaturas en algunos puntos, pero en la mayoría el rendimiento bajará, a no ser que se aumente el riego (fig. 44). En resumen, aunque las consecuencias del cambio climático en agricultura son a veces positivas y a veces negativas, y aunque las previsiones se hallan envueltas en un halo de incertidumbre, parece ser que las consecuencias más beneficiosas se darán en países desarrollados, y las más perjudiciales en países en desarrollo, dificultando éste todavía más. Consecuencias sociales: salud.Dado que el clima influye en la salud humana es de esperar que el cambio climático tenga consecuencias sanitarias para la humanidad. Ya se han comentado brevemente algunas de las consecuencias directas en la salud del calentamiento global, como la muerte por olas de calor, o las consecuencias indirectas, como la difusión de las enfermedades tropicales por la expansión del área ocupada por sus vectores (fig. 45). Estos y otros efectos son analizados en un estudio publicado el año 2003 por la Organización Mundial de la Salud, la Organización Meteorológica Mundial y las Naciones Unidas. He aquí algunas de sus conclusiones. Con el aumento de temperatura atmosférica es de esperar un aumento de las enfermedades “estivales” (salmonelosis, cólera, diarrea, etc), y una disminución de las enfermedades “invernales” (resfriado, gripe, neumonía, etc). En principio ambos cambios podrían compensarse mutuamente, pero la incidencia de las enfermedades asociadas a la alta temperatura será mayor que la de las otras, por cuanto afecta a zonas más pobladas y con menos recursos sanitarios; además implica la aparición de nuevas causas de enfermedad, debido a la mayor temperatura y abundancia de las aguas estancadas y a la mayor frecuencia de sequías. Algunos de estos cambios ya se han detectado. Por ejemplo, en Nueva Zelanda se ha observado una relación entre la temperatura media mensual y la incidencia de salmonelosis. Los roedores, que proliferan en las regiones templadas tras los inviernos suaves y húmedos, actúan como reservorios de diversas enfermedades. Ciertas infecciones transmitidas por roedores, como la leptospirosis, la tularemia y las virosis hemorrágicas, se asocian a inundaciones. Otras enfermedades relacionadas con roedores y garrapatas que han demostrado ser sensibles a la variabilidad climática son la enfermedad de Lyme, las encefalitis transmitidas por garrapatas y el síndrome pulmonar por hantavirus. El dengue es la arbovirosis más importante en el ser humano y se localiza en regiones tropicales y subtropicales, sobre todo en el medio urbano. El fenómeno de El Niño afecta a su frecuencia, porque induce cambios en las prácticas de almacenamiento doméstico de agua y en la acumulación de aguas superficiales. El informe mencionado intenta cuantificar de forma conjunta las consecuencias negativas del cambio climático para la salud humana. Para ello recurre a una unidad de medida, los años de vida ajustados por muerte o discapacidad (AVAD). Concretamente, para el año 2000 acepta que el número de AVAD por millón de habitantes, como consecuencia del cambio climático, ha sido de sólo 8.7 para los países desarrollados, mientras que alcanza el valor de 3071.5 para gran parte de África. Estos resultados se detallan en la figura adjunta (fig. 46). Efectos sociales: economía.La desigual distribución sobre el planeta de los efectos del cambio climático, hace lógico suponer que sus consecuencias económicas se repartan asimismo desigualmente. Ya se ha comentado que algunos países se verán beneficiados a causa de la ampliación de la estación activa, mientras que otros se verán muy perjudicados. Además hay que tener en cuenta que la disminución del hielo ártico puede beneficiar mucho a la navegación y por ende al comercio de los cinco países que tienen costas en ese mar (Noruega, Rusia, Estados Unidos, Dinamarca y Canadá, todos ellos países desarrollados). Por lo tanto no es de extrañar que este punto sea el más polémico entre quienes creen en el cambio climático y quienes lo niegan. El debate involucra también a los escépticos parciales, quienes aceptan la realidad y las consecuencias del cambio climático pero rechazan cualquier acción mitigadora por estimarla económicamente inalcanzable. Ni el problema ni las soluciones son simples, y por ello no puede plantearse de forma simplista, pero en una primera aproximación el planteamiento podría ser el siguiente: El cambio climático implica evidentemente cuantiosos daños económicos. Si éstos son menores que los gastos derivados de la prevención o mitigación de dicho cambio, entonces dichos gastos no proceden. Por el contrario, si los gastos derivados del cambio climático son mayores, entonces los destinados a la prevención de los daños representan en todo caso un ahorro. Por desgracia no podemos saber a cuanto ascienden los daños económicos posibles ni los gastos destinados a evitarlos. Podemos hacer, eso sí, estimaciones más o menos fundamentadas, de las que resulta, de seguro, que unos y otros son inmensos, y que los primeros son mucho más altos que los segundos. También parece quedar claro que los efectos económicos, si bien pueden ser positivos a corto plazo en algunos países, se tornarán negativos para todos en la segunda mitad del siglo XXI. Los gastos de prevención y mitigación consisten en la construcción de diques costeros que contengan la elevación del nivel del mar, en las actividades de reforestación y de construcción de otros sumideros de carbono, pero sobre todo en la provisión a las industrias de filtros que retengan los gases de efecto invernadero, y en último caso, en la disminución general de la actividad industrial. Obviamente, es este último factor el que representa las mayores pérdidas económicas. Pero hay que decir que esta disminución puede venir impuesta por factores ajenos al cambio climático, y que la harían inevitable. Por ejemplo, la actual crisis económica ha reducido en un 3 % la producción de petróleo y por ende la emision de gases de efecto invernadero en un porcentaje menor (2.3 % para 2008 en la Unión Europea). Es posible, pues, que por costosas que sean las medidas encaminadas a paliar el calentamiento global, se pongan en marcha sin remedio y aun en contra de nuestra voluntad. No hay estimas fiables del coste total de tales medidas. Una cifra que puede servir de orientación es la dada por Björn Lomborg. Este científico danés, autor del famoso libro “El Ecologista Escéptico”, y hasta ahora opuesto a la idea del cambio climático, recientemente se ha pasado al otro bando, y en la penúltima conferencia sobre cambio climático, en Copenhague recomienda una inversión de 100 000 millones de dólares anuales para poner en marcha medidas preventivas. Por supuesto, hay otras estimas menos pesimistas. En todo caso debe tenerse en cuenta que algunas de las acciones que pueden emprenderse para limitar el cambio climático representan un ahorro en sí mismas, además del que deriva de la limitación de los daños. De hecho, uno de los estudios económicos más pormenorizados considera que, si se aplicasen todas las medidas reductoras, el ahorro implicado en algunas de ellas equilibraría los gastos de las demás, dando un saldo nulo (fig. 47). Los perjuicios económicos que derivan del cambio climático son más evidentes. En primer lugar están los derivados de la elevación del nivel del mar. La localización costera de muchas grandes urbes convierte este riesgo en muy importante. Por ejemplo, se calcula que la elevación de sólo un metro causaría frecuentes inundaciones en gran parte de Nueva York, incluyendo todo su sistema de metro y sus tres aeropuertos. Y en gran parte del mundo arruinaría toda la industria basada en el turismo de playa, con daños económicos.inmensos. Pero una fuente importantísima de perjuicios económicos será el aumento en la frecuencia e intensidad de catástrofes naturales. Los daños causados por catástrofes naturales empiezan ya a ser difíciles de asumir. Las compañías de seguros americanas se han visto envueltas en una maraña de pleitos por negarse a pagar a sus clientes los daños causados en Nueva Orleans por el ciclón Kathrina, y aún habiendo ganado muchos de ellos, han perdido sumas enormes de dinero. Jeremy Legged, quien estudió el problema cuando era director general de Greenpeace, afirmó que, con sólo un ligero incremento en los ciclones tropicales, incendios forestales e inundaciones, las compañías de seguros sufrirían un colapso global, y que las consecuencias económicas derivadas del mismo, (como la caída de los bancos que las sostienen, y los fondos de pensiones sostenidos por ellas) son ignoradas en la mayoría de los análisis. Como es de suponer, tampoco es posible dar una cifra concreta de los perjuicios económicos esperables (fig. 48). Pero como en el caso anterior, se indicará una de las pocas estimaciones disponibles. En el año 2000 la OCDE estimó en 970 000 millones de dólares de ese año el coste económico añadido del calentamiento global durante el siglo XXI, la décima parre de lo que Lomborg considera necesario invertir en medidas preventivas. Probablemente es una estima muy moderada si se tiene en cuenta que ese fue aproximadamente el coste de las catástrofes que tuvieron lugar realmente en la década de los 90. Los mismos evaluadores aceptan que su estima se ha basado en modelos optimistas. Efectos sociales: Flujos migratorios.Las migraciones masivas de pueblos son un elemento esencial de la historia humana, y han tenido lugar muchas veces a lo largo de la misma, y también en tiempos prehistóricos. En la mayoría de los casos han sido impulsadas por la escasez de recursos en un territorio, o por la presión de otros pueblos empujados a su vez por la escasez de recursos. De hecho se trata de un mecanismo de regulación de las poblaciones naturales que se da en muchos mamíferos, y aún en la mayoría de los grupos animales. El motor de las migraciones usualmente es el hambre, aunque en el caso humano ésta no tiene por qué ser exclusivamente de alimentos. Y el hambre es causada por muchos factores. Puesto que ya se ha visto que el cambio climático está provocando una disminución de la producción de alimentos per capita en muchos países en desarrollo y un aumento de producción en los desarrollados, es evidente que contribuye fuertemente a la presión sobre esos países más afectados y al impulso migratorio desde los mismos. Una idea muy clara de esta presión se obtiene examinando los dos mapas de la ilustración adjunta (fig. 49), que muestran el área de los países en proporción a sus emisiones de gases con efecto invernadero (el primero) y en proporción a los problemas para la salud inducidos por el calentamiento global. No están actualizados y tienen algún aspecto discutible, pero indican claramente el curso y la importancia de los flujos migratorios en curso, que, como los vientos en la atmósfera, van de los centros de altas presiones a los de bajas. Ya en 1990 el IPCC indicaba que el mayor impacto social del cambio climático estribaría en los intensos flujos migratorios que induciría. El tiempo le ha dado la razón en este punto. Posteriormente, hacia 1995, cuando el fenómeno migratorio comenzó a dispararse, diversos autores advirtieron de que sería una locura suponer que las crecientes masas de inmigrantes hacia los países desarrollados no iban a afectar sus economías. Era sólo una cuestión de tiempo el que los servicios sociales de tales países se viesen desbordados y aún colapsados por la gran cantidad de gentes sin recursos afincada en las ciudades. Está claro que la migración masiva, forzada o no por el cambio climático, compromete las economías de los países receptores en al menos cuatro formas: incrementando las presiones sobre infraestructuras y servicios, frenando el crecimiento económico, aumentando el riesgo de conflictos, y deteriorando los indicadores de salud, educación y bienestar entre los propios inmigrantes. Desde 1990 distintos analistas han intentado cuantificar los flujos migratorios previsibles, y especialmente la parte de los mismos que se considera debida al cambio climático, es decir, que no se daría si éste no existiera. El estudio que parece más solvente ha sido elaborado en 2008 por parte de la Organización Internacional de Migraciones, con sede en Ginebra, y se ilustra en la imagen adjunta (fig. 50). Según ese estudio el número de inmigrantes que cabe esperar para 2050 en los países desarrollados es de 200 millones, entre un quinto y un séptimo de la población total prevista en dichos países. Este valor, propuesto inicialmente por Myers en el Foro Económico de Praga en 2005, ha sido hoy aceptado de forma casi general, tanto por el Informe Stern como por los informes del IPCC. Casi todos lo consideran una cifra altísima, una de cada 45 personas en la Tierra, y diez veces más que el número actual de refugiados. Pero la cifra no es descabellada, y aún parece modesta si se piensa que el número de inmigrantes oficiales hoy en España sobrepasa con mucho los cuatro millones, y que es al menos diez veces mayor en toda la Unión Europea. Por supuesto, en la mencionada estimación se incluyen solamente los inmigrantes no nacidos en el país receptor, no los hijos o nietos de los actuales inmigrantes, aunque no se hallen socialmente integrados. En todo caso el propio autor indica la incertidumbre de su estima, y señala que la cifra real podría estar comprendida entre 50 y 1000 millones de personas. La proporción de esta cifra que se debería al cambio climático no se conoce todavía, y dependería fuertemente del escenario socioeconómico real. Conclusión.A modo de resumen usaré este esquema, tomado del último informe del IPCC (fig. 51). Su explicación no es evidente, pero no tiene mayor complicación. A la izquierda figuran algunos de los escenarios más probables, englobados en un área gris que marca los límites del total de los analizados. El escenario mínimo predice una subida de 1 ºC en la temperatura media atmosférica para el año 2100, y el máximo predice un aumento de 6.5 ºC. A la derecha hay cinco columnas que corresponden a distintos grupos de riesgos. Están coloreadas con tonos que van del blanco al rojo, y que señalan el nivel de riesgo de bajo a alto. La altura a que termina cada escenario de la izquierda es la altura del color que mide el correspondiente riesgo en cada columna de la derecha. Como se ve, casi todos los escenarios predicen riesgos altos o moderados. (El gráfico procede del último informe del IPCC, del año 2007. Con ocasión de la Conferencia de las Partes nº 15, llamada comunmente Cumbre de Copenhague, el gráfico ha sido actualizado para el año 2009. Por desgracia esta actualización ha significado una extensión hacia abajo de los sectores rojos del esquema, y pot lo tanto un aumento de los riesgos) Pero quisiera terminar con una nota de humor, de ese humor inteligente y agradable que no se limita a hacer sonreir, sino que también invita a pensar. Es un chiste que circula por Internet desde la fracasada penúltima reunión de Copenhague, y que me he permitido traducir para Vds (fig. 52). Encierra la respuesta esencial a los problemas derivados del cambio climático. He terminado y ahora espero que se animen Vds. a un vivo debate. Muchas gracias.