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Del entusiasmo y otras yerbas
Ernesto Ochoa Moreno
Entusiasmo es una palabra llena de significado y con una biografía etimológica a cuestas que
bien vale la pena recordar para entender qué es lo que se cuece por dentro cuando uno se
exalta. Uno o la sociedad, porque pueden ser vivencias solitarias o colectivas.
Es bueno pararse en una esquina de la vida a mirar las cosas, los casos, las personas. Y
durante el trasiego inclinarse a recoger, como guijarros del camino, las palabras que
acompañan la vida y acariciarlas, saborearlas, deshacerlas amorosamente.
Las palabras no son rótulos fríos para señalar la realidad, sino que son ellas las que hacen la
realidad y le marcan el sendero al caminante. Hagámoslo con esta palabra: entusiasmo.
Aquí viene la deliciosa búsqueda de los orígenes de una palabra, de su etimología.
Entusiasmo, por ejemplo, viene del griego.
" Entheos " se denomina al que está poseído de dios, el que está en trance de inspiración,
literalmente "endiosado".
El que tiene un dios por dentro, no en el sentido místico cristiano, sino en el contexto pagano
de las religiones "mistéricas", caracterizadas por el delirio, el frenesí, el desbordamiento, la
exaltación que producen el culto y esa orgía desatada entre los cultos y los ritos en honor de
una divinidad.
Para contrarrestar la exaltación y el desbordamiento de la orgía, los griegos le contraponían la
" sofrosine ", la "higiene del alma" de que hablaba Platón, que significa prudencia instintiva,
equilibrio perfecto, sentido exquisito para ver lo que conviene. La " sofrosine " se opone a la "
hybris ", que es todo lo contrario: inmoderación, insolencia, violencia. Exactamente aquello a
lo que suele llevar el entusiasmo exagerado.
La anterior reflexión, aguas arriba del lenguaje, con el ánimo de anotar los riesgos que
acompañan el entusiasmo.
El sabor religioso del vocablo amenaza también con hacer degenerar la actitud hacia
extremismos peligrosos, como el endiosamiento del personaje o del acontecimiento que
origina el entusiasmo. O el mesianismo, cuando se vuelcan en ese personaje endiosado las
represadas aspiraciones irredentas.
De ahí al fanatismo, que también tiene origen religioso, no hay sino un paso. Los fanáticos
eran los asistentes al templo (" fanum "), que poseídos de dios (" entheos ", entusiasmados)
no podían contener su delirante frenesí y salían de su centro de culto a arrasar con todo lo
que encontraban en el camino, con todos los que no compartían su credo, su ideología, su
manera de ver la vida.
Vea, pues, el lector cómo es sabroso tomar una palabra, pelarla como se monda una fruta, e
ir descubriendo sus intimidades etimológicas. Y no me diga que fue una digresión inactual,
teórica, inaplicable. Mire usted la realidad de cada día, lo que pasa en el país, lo que tal vez
sienta usted en su interior y verá que en todo este entramado de la vida merodean el
entusiasmo, el extremismo, el mesianismo, el fanatismo. Y ya no estrictamente con la
connotación religiosa que les dio origen, sino en todos los ámbitos de la existencia (política,
deporte, economía y dinero, por ejemplo). Y en los momentos de crisis. Que Dios, de quien
hasta etimológicamente procede el verdadero entusiasmo, nos tenga de su mano.