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Facultad de Trabajo Social UNER
Ciclo de Complementación Curricular
Asignatura: Cuestión social e intervención profesional
Año: 2009.
TEMA:
Intervención Profesional
I.- Intervención social – Intervención profesional
a) La intervención social como mecanismo de respuesta a la cuestión social
En desarrollos anteriores hicimos mención de una diferenciación entre intervención
social e intervención profesional sin desconocer la estrecha relación que existe entre
ambas. Parece importante volver sobre este punto ya que a menudo se realiza una
homologación de ambos conceptos, por lo menos en cierta bibliografía, lo que desde
nuestra perspectiva lleva a confusiones teóricas, con incidencias directas en la
práctica profesional. En primer lugar conviene llamar la atención sobre la propia noción
de intervención, que por definición, nos presenta la idea de una acción externa de la
situación misma a la que se intenta dar una respuesta. De esta manera podemos
considerar a la intervención social como un mecanismo amplio constituido por diversas
prácticas que desde cierto lugar hegemónico expresa la voluntad de dirigir la
organización de una sociedad, o dicho en otros términos, como estrategias que una
sociedad despliega o instituye a fin de que los diferentes sectores que la integran
mantengan una cohesión que les permita percibirse como tal. En verdad se busca por
medio de la intervención dirimir de alguna manera los conflictos que en el seno social
aparecen.
De esta manera la pregunta por la intervención social remite a la pregunta por los
conflictos, o en todo caso por la cuestión social. Castel en su “Metamorfosis de la
cuestión social” tiene una forma sugerente de considerarla conceptualmente cuando
dice que la misma se presenta como “la aporía fundamental a través de la cual una
sociedad experimenta el enigma de su cohesión y trata de conjurar el riesgo de su
fractura” o como “el desafío que interroga, que pone en tela de juicio la capacidad de
una sociedad de existir como conjunto ligado por relaciones de interdependencia”. En
estas consideraciones se pueden marcar algunas dimensiones interesantes. Por una
parte la aparición de una fisura en la sociedad: “la fractura” lo que se manifiesta en un
riesgo de disolución, y por otra, la aparición de la respuesta: “la conjura”, esto es la
intervención. La cuestión social siempre expresa de diferentes maneras el conflicto
que se encuentra en la base de la sociedad, conflicto que emerge necesariamente de
la condición de desigualdad e injusticia. Pensado así, cabe la pregunta por quiénes
son los que se preocupan por este riesgo y por qué (Wanderley señala con mucha
pertinencia al concepto de Castel la necesidad de preguntarse sobre quién establece
las condiciones de la cohesión en una sociedad, agregando que es posible forzar su
fractura a fin de cambiar las condiciones de la integración, buscando desde la noción
de justicia una nueva sociedad1).
La sociedad europea comienza a dar estatuto público a la cuestión social en tanto
núcleo de preocupación a mediados del siglo XIX en el mismo proceso de
consolidación del capitalismo, situación que expresa en esos tiempos la contradicción
capital – trabajo, o leído en otra clave, el antagonismo radical entre el derecho a la
propiedad y el derecho al trabajo. Sin embargo, si acordamos en que en la base de
toda cuestión social se encuentra la desigualdad, entonces podemos considerar que
hay en configuraciones sociales previas, expresión de la cuestión social, y por ende
1
WANDERLEY, Luiz “La cuestión social en el contexto de globalización: el caso latinoamericano y
caribeño” en VVVV Desigualdad y Cuestión Social. Traducida al portugués por M. Belfiore Wanderley.
San Pablo. 1996.
intervención social (el mismo Wanderley realiza este planteo analizando la situación
latinoamericana a partir de la conquista, en relación con la cuestión social).
Desde esta línea argumentativa en la historiografía de la intervención social se pueden
identificar diferentes estrategias marcadas por lógicas particulares, que portando sus
propias explicaciones acerca de la cuestión social, conceptualiza a los sujetos de la
intervención social e identifica los procedimientos pertinentes para lograr la ansiada
cohesión. Según los momentos históricos y sus configuraciones sociales cada una de
estas estrategias tendrá mayor injerencia, aunque no necesariamente unas
reemplacen a otras, sino que coexisten con mayor o menor gravitación. Entre las
mismas es posible identificar, según los sistemas de ideas que las estructuran las
siguientes estrategias: Confesional, Filantrópica, Higienista, de Protección estatal.
Es en el seno de una de ellas, y concretamente en el momento en que el estado se
hace cargo de las respuestas a la cuestión social en que aparece la profesión,
particularmente en los albores de la que hemos dado en llamar “protección estatal”
(aunque es la racionalidad higienista la que fuerza su aparición en nuestro país).
Situamos a la misma a fines de siglo XIX consolidándose en el siglo XX, estrategia que
vemos debilitarse en los últimos años. En síntesis, no somos la intervención social,
sino que nos articulamos con ella, somos parte del dispositivo que ella despliega.
Tampoco somos una evolución de unas protoformas, en todo opera un
desplazamiento del sentido producido por la caridad y la filantropía en los modos de
dar respuesta a la cuestión social, hacia esta nueva práctica.
b) Intervención social: un intento analítico del concepto
Si acordamos en que Trabajo Social forma parte del dispositivo de intervención social,
aunque no se reduce a él, uno de los aspectos medulares del campo disciplinar estará
centrado en la comprensión exhaustiva de este concepto. Sánchez Vidal, en su libro
“Etica de la intervención social” esboza lo que él denomina una definición de
intervención social que tomaremos, a nuestros efectos, como categoría de análisis
para problematizar el concepto. El autor considera:
“... (la intervención social)... como una interferencia intencionada para cambiar una
situación social que, desde algún tipo de criterio (necesidad, peligro, riesgo de conflicto
o daño inminente, incompatibilidad de valores y normas tenidos como básicos, etc.),
se juzga insoportable, por lo que precisa un cambio o una corrección en una dirección
determinada”2.
En primer lugar es dable señalar la noción de interferencia intencionada para
cambiar una situación social lo que nos reenvía a lo planteado en párrafos
anteriores, esto es el carácter externo y deliberado que presenta toda intervención
respecto de una situación, que siempre presenta objetivos de transformación o
modificación. En segundo lugar aparece la cuestión de los parámetros que guían la
intervención: algún tipo de criterio, lo que implica un aspecto valorativo y en
consecuencia evaluativo -puesto de relieve con el término juzga- que demarca el
contenido y de hecho la magnitud de la situación. El autor utiliza además, una palabra
altamente impactante como lo es insoportable. Nótese que al enumerar los criterios
en la enunciación que de los mimos hace no aparece el aspecto “derechos” –aunque
por honestidad intelectual es necesario decir que deja abierta la posibilidad de
incorporar otros-. En tercer lugar vuelve a considerar la idea de cambio, incorporando
el término corrección, reiterando la direccionalidad que evidentemente se pre - fija. Si
bien el uso de ciertos términos nos pone claramente frente a una perspectiva
funcionalista, nos parece que esta definición presenta ciertos aspectos que pueden
problematizarse desde otras matrices. En efecto, la definición nos entrega
sobredeterminaciones que es muy probable se juegan cotidianamente en la práctica
2
SANCHEZ VIDAL, A. Etica de la intervención social. Paidos Trabajo Social 7. Barcelona. 1999. Pag.
74.
profesional y por lo mismo se hacen necesarias de revisar. Profundizaremos aquí
fundamentalmente la cuestión de la externalidad, lo valorativo y en consecuencia la
noción de “situación social”, volviendo a hacer conexiones con la cuestión social.
En párrafos anteriores consideramos la intervención social “como estrategias que una
sociedad despliega o instituye a fin de que los diferentes sectores que la integran
mantengan una cohesión que les permita percibirse como tal”, incorporamos además
el tema de los conflictos que de alguna manera “atentan” contra esa misma cohesión.
De allí que toda situación social, desde la perspectiva que defendemos, debe
articularse para una comprensión coherente, a la cuestión social del momento. Con
esto queremos plantear que no existen “situaciones sociales” aisladas y
autoproducidas y si bien las mismas presentan particularidades, sus expresiones no
pueden ser atribuibles sólo a razones de índole psicológico, familiar o de mero
entorno, tradición muy extendida entre las profesiones que actúan en el campo social.
Es probable que cada una de estas dimensiones pueda tener alguna gravitación, pero
cuando se trata de la intervención social se necesitará de un esfuerzo de
complejización, de producción de mediaciones que permita realizar los nexos con las
manifestaciones de la cuestión social. De allí la importancia de comprender lo
axiológico, o en todo caso los valores que permean la decisión de intervenir. Esta
comprensión, desde nuestra postura, debería realizarse en una doble grilla: por un
parte entender quien produce y define estos valores, porqué son considerados como
tales y cómo los mismos son percibidos por los sujetos protagonistas de la situación,
o en todo caso ¿para quién son insoportables? y ¿por qué se consideran
insoportables? De este modo volvemos sobre la propuesta de Wanderley cuando
refiere a la necesidad de saber quien establece los parámetros de la cohesión social.
Esta reflexión se convierte en un eje ético por excelencia desde el momento que nos
permite la toma de posición profesional: así como hemos impugnado como ciudadanos
–por lo menos una buena parte de los argentinos- la obediencia debida aducida por
muchos genocidas de la última dictadura militar, no debería existir tal cuestión para los
profesionales que trabajamos en el complejo dispositivo de la intervención social.
Aquel principio tantas veces declamado del “respeto al otro” (que de ninguna manera
quiere decir “tolerar” en la idea de que todo quede como está, o dicho en otras
palabras justificar cualquier modo de vida, ya que en esto puede colarse
peligrosamente, la justificación de la injusticia y la desigualdad) debe tomar cuerpo,
encarnadura desde valores claros: nuestra convicción se centra en los derechos
humanos, incluyendo en tales los derechos sociales. La condición de externalidad de
toda intervención social exige de un examen respecto de los criterios en que se basa
el imperativo de la intervención social. La ambigüedad constituyente de Trabajo Social,
esto es la objetiva imbricación con los mecanismos de la intervención social no puede
llevar a mimetizaciones. El “lugar” profesional exige responsabilidades, debe hablar de
un conocimiento acerca de la realidad social y de la diferenciación, aún cuando como
estamos planteando exista una relación estructural, entre intervención social e
intervención profesional. Lo que estamos considerando se extiende por cierto a todas
aquellas disciplinas que intervienen en el campo de lo social.
II.- Intervención profesional en Trabajo Social
a) Acerca del concepto
Podemos considerar a la intervención profesional como la puesta en “acto” de un
trabajo o acciones a partir de una demanda en el marco de una especificidad
profesional; aunque esta enunciación resultaría insuficiente –o motivo de múltiples
interpretaciones- si no rearfirmáramos que esa “puesta en acto” se configura desde
una matriz teórica. Al respecto el concepto que Alberto Parisí ofrece de “trabajo
profesional”, al que entiende "... tanto como lugar donde se juega una visión teórica-
ideológica específica, como un espacio de acción-con-sentido sobre la realidad...”3,
resulta significativo en tanto coloca con claridad la estructuración de lo que hemos
dado en llamar puesta en acto: lo teórico ideológico y el sentido.
Son justamente estos dos aspectos los que otorgarán las características de toda
intervención profesional y sobre los cuáles nos debemos una vigilancia constante o en
todo caso un trabajo de elucidación4 (pensar lo que hacemos y saber que pensamos)
en relación a la visión teórica ideológica que poseemos como trabajadores sociales y
como ésta se materializa en esa acción con sentido. En este contexto la noción de
sentido se torna “algo más” que un objetivo trazado en razón de una planificación de
actividades al referirse al entendimiento (propio y ajeno) de los fines últimos que
involucra al trabajo profesional. El sentido será deudor de la propia constitución del
campo disciplinar y de la inscripción teórica, y a la vez en la misma puesta en acto
producirá efectos sobre sujetos y representaciones sociales.
Es indispensable reconocer que la intervención profesional está atravesada por el
lugar que esa profesión tiene asignado en el imaginario social, esto es, la construcción
histórico-social que de esa profesión se ha realizado: funciones, características,
práctica, resultados esperados, etc. En esta construcción operan el desarrollo histórico
(sus antecedentes, sus vertientes, lo atribuido), como también las prácticas
profesionales que le han otorgado, y de hecho le otorgan significación a la intervención
profesional. Someternos al trabajo de elucidación que señalamos antes permite
comprender el refuerzo, o las líneas de ruptura que estamos realizando sobre el
instituido que como profesión tiene el Trabajo Social.
Por otra parte, la intervención no es un episodio natural5 , sino una construcción
artificial de un espacio-tiempo, de un momento que se constituye desde la perspectiva
de múltiples actores: los que solicitan la intervención (institución, sujetos individuales o
colectivos), y los sujetos profesionales, en el marco, como expresamos en párrafos
anteriores, de cierta estrategia de intervención social.
Esta consideración remite a remarcar dos aspectos relevantes:
* la demanda, que se expresa atravesada por la construcción imaginaria de la
profesión y la propia percepción de los sujetos que la solicitan en lo que referente a
sus problemas y necesidades, en un contexto histórico particular. Esta demanda
expresará las manifestaciones de la cuestión social del momento.
* la intervención, como proceso artificial, como un venir entre, que exige desde la
posición de los profesionales, la capacidad teórica para comprender esa demanda e
incorporar la dimensión ética en términos de reconocer las consecuencias que sobre el
otro, produce la intervención. Nos estamos refiriendo a la producción de sentido
específico que realizamos respecto de los sujetos: la promoción de sus autonomías, o
la cancelación de las mismas. (¿Sujetos de asistencia?; ¿Sujetos de necesidades?;
¿Sujetos de derechos?).
De este modo podríamos analizar a la intervención profesional en Trabajo Social
desde diferentes desagregados, a fin de comprenderla en su integralidad.
* Puesta en acto de un trabajo, de una acción con sentido sobre la realidad, a partir de
una demanda (entendida como expresiones de la cuestión social) en el marco de una
especificidad.
* "Hacer" fundado, argumentado. Toda intervención está enmarcada en un lugar
teórico, esto quiere decir un modo de ver e interpretar la realidad, desde un régimen
de la mirada.
3
PARISÍ, Alberto “Paradigmas teóricos e intervención profesional”. Mimeo Departamento de
Investigación de la Escuela de Trabajo Social de la UNC. Córdoba 1993
4
CASTORIADIS, Cornelius “La institución imaginaria de la sociedad” Vol. I. Ediciones Tusquet 2da.
De. Bs. As. 1993. El autor define elucidación como el trabajo por el cual los hombres intentan pensar lo
que hacen y saber lo que piensan.
5
CARBALLEDA, Alfredo “El proceso de análisis y la intervención en Trabajo Social” Revista
Escenarios Nº 2 Escuela Superior de La Plata. UNLP 1997.
* Tiene una intencionalidad, generar alguna modificación en relación con la situación
que se le es presentada.
* Se expresa en una construcción metodológica, esto es en un conjunto de
mediaciones que dan cuenta de la intencionalidad y objetivos, y de sus "comos"
particulares.
* Se trata de una construcción artificial. Se puede entender como un "venir entre", por
lo tanto tiene connotación autoritaria. Es así, un dispositivo por donde circula el poder
en estrecha relación con el saber.
* Presenta un carácter personalizado. En la intervención se da una relación cara a
cara con los sujetos directamente involucrados. Esta relación produce efectos sobre
los sujetos construyendo identidades.
b) Dimensiones de la intervención
Teórica epistemológica
Política (constitutiva en torno a los compromisos públicos y en la articulación de las
diferentes dimensiones de la realidad centrada en los derechos humanos)
Instrumental
Toda la intervención está atravesada de la reflexión ética
Si hablamos de dimensiones me parece conveniente hacer algunas aclaraciones: en
primer lugar utilizar el término dimensión equivale a entender al mismo como soporte
que configura un espacio sin el cual, si se nos acepta la metáfora, “un edificio se
vendría abajo”, pero que a la vez tampoco puede existir sin la articulación con las otras
dimensiones. En otras palabras, la intervención profesional no se reduce a una
intervención política, necesita de los demás aspectos para constituirse como tal, aún
cuando esa misma intervención tenga fuertes efectos políticos. En esta línea de
argumentación podemos agregar que la dimensión teórico epistemológica no sólo nos
permite intervenciones fundadas que a la vez otorgará los criterios para construir las
estrategias, técnicas y procedimientos, sino que también aporta a la ruptura con las
naturalizaciones, advirtiendo a modo de vigilancia, el efecto político de nuestras
prácticas y discursos. Además la imprescindible reflexión ética nos auxilia en la
valoración de los propios efectos de la intervención.
Para intervenir es preciso, entonces comprender por que /respecto de que / para
que se actúa. De este modo, siempre existe un anclaje teórico, en el cual es necesario
exponer las visiones, las categorías conceptuales desde donde se nombran los
objetos y los sujetos involucrados en la intervención. Por otra parte, el “respecto de
que” intervenimos, no es una respuesta que nos da directamente la realidad, tampoco
una definición a priori, es una construcción que realizamos en relación con la
comprensión de esa misma realidad.
En párrafos anteriores decíamos que la intervención tiene origen en la demanda, por lo
tanto comienza con un proceso de comprensión de la misma. Por lo general, los
trabajadores sociales consideramos que intervenimos sobre los problemas sociales.
Esto amerita que pensemos este término tratando de corrernos de la tendencia
empiricista que nos acompaña, que nos hace creer la ilusión de que el problema "está
allí" como dato directo de la realidad, sin poder muchas veces reflexionar que lo se nos
presenta es un conjunto de enunciados pre construidos por la cotidianeidad,
necesarios de desentrañar a fin de poder comprender realmente cual es el foco en el
que intervenimos. En este sentido la demanda debe ser comprendida/problematizada
en el marco de las manifestaciones de la cuestión social.
c) Matriz para reflexionar sobre la intervención profesional
- Intencionalidad de la intervención
- Fundamentos
- Sujetos
- Espacio / Tiempo
- Cuestiones instrumentales
La intencionalidad de la intervención: no hay intervención profesional sin intención,
en tanto es ella la que nos plantea la pregunta del “para qué” hacemos lo que
hacemos. Es el horizonte de sentido que juega en términos generales, pero que a la
vez se recrea en cada una de las acciones que encaramos como profesionales. Junto
a la intencionalidad están los fundamentos, o en otras palabras la necesidad de hacer
explícito el “por qué” hacemos lo que hacemos. Si este por qué queda negado o
soterrado, las acciones quedan sin horizonte. La fundamentación refiere a la
argumentación (explicación no sólo teórica, sino también ética y política) sobre la
elección de aquellas acciones que decidimos llevar adelante y de aquellas que
desechamos.
Los sujetos: toda intervención profesional involucra sujetos, tanto a los de la acción
profesional (que suelen ser denominados de diferentes maneras), pero también otros
sujetos profesionales, los funcionarios políticos (éstos últimos siempre cruzan la
intervención en tanto participan desde algún lugar), y nosotros mismos como sujetos
profesionales. Lo social en su complejidad no puede ser abordado sólo por los
trabajadores sociales, de mantener una posición unilateral es probable que la
intervención se diluya en la tensión omnipotencia/impotencia, frustrando a los
profesionales, impidiendo, además, dar cuenta de respuestas coherentes frente a la
demanda de los sujetos. Es un lugar común hablar de la intervención “con los otros”,
pero no pocas veces subyace en ello una idea romántica que nos torna impotentes
ante los conflictos que de por sí conlleva el trabajo “con otros”.
Espacio/tiempo: Esos dos conceptos que si bien también han sido objeto de
discusiones teóricas en el campo científico en otros momentos, hoy manifiestan una
metamorfosis necesaria de explorar. La modernidad, o mejor dicho, la ciencia moderna
concibieron al tiempo y al espacio como factores exógenos constantes de la realidad
social, conformando parte de nuestro entorno natural.6 De esta manera la delimitación
temporal y espacial de, por ejemplo, un objeto de estudio, se efectúa en un contexto
espacio-temporal que aparece como telón de fondo, como historia preexistente.
Guadalupe Valencia García critica esta posición planteando “… (que) Las
consecuencias teóricas y políticas de una concepción del tiempo y del espacio —o
mejor aún del complejo tiempo-espacio— como dimensiones constituyentes de la
realidad social no deben soslayarse.
Dicha concepción se origina en el
reconocimiento del carácter inacabado de la realidad social misma que sólo puede
analizarse en el marco de la permanente tensión entre la historia acaecida y las
historias posibles de ser construidas. Y que supone, también, la incorporación de los
sujetos — movimientos, actores, grupos, clases— como los verdaderos protagonistas
de los aletargados o vertiginosos tiempos de la historia7.
Desde estas consideraciones nos interesa mirar las coordenadas espacio/tiempo,
entendiendo que, tanto tiempo como espacio, han sido categorías poco incorporadas
en el repertorio conceptual o quizás naturalizadas. No obstante si nos detenemos a
revisar la intervención profesional ellas se encuentran siempre presentes, y que
quedan más explícitas al momento de preguntarnos por el cuando y el donde de
nuestras prácticas, o cuando hablamos de los “diferentes tiempos” –los institucionales,
los de los sujetos, los de los profesionales- aunque en general lo hacemos con el
6
Cfr. Wallerstein, Immanuel, "El espacio-tiempo como base del conocimiento", en: Análisis político,
Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales Universidad Nacional de Colombia, No. 32,
sep/dic 1997, p.p. 3-15, p.4 citado en VALENCIA GARCIA, Guadalupe “El tiempo social: una
dimensión fundante” Ponencia XXII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS)
Concepción, Chile, 1999 (mimeo).
7
Ibidem.
sentido al que alude Wallerstein. Es probable que las fuertes mutaciones que hemos
venido sufriendo como sociedad y las interpelaciones que éstas nos plantean, pongan
las condiciones para recuperar conceptualmente estas nociones y así proponer otra
corporeidad teórica a la propia intervención.
Respecto del espacio: Las instituciones de la modernidad y en particular las
constituidas en la sociedad salarial estuvieron estructuradas a partir de una
identificación bastante precisa (más allá de las críticas que podemos realizar al
respecto) en relación a una necesidad-demanda social, con una clara definición de
espacios: instituciones que atendían la salud, la asistencia, la vivienda, las cuestiones
de niñez, adolescencia, vejez, etc. De este modo en nuestra intervención
prácticamente ha quedado naturalizada la noción de espacio reducida a la institución o
“lugar” de trabajo. Pero las nuevas configuraciones sociales rompen justamente con
esto haciendo tambalear aquella institucionalidad, reconfigurando los espacios desde
donde se dan las respuestas a las problemáticas y conflictividad social. Así la noción
de espacio hoy necesita ser revisada en clave de, por una parte poder reconocer la
multiplicidad y las formas nuevas en que hacen su aparición los espacios (los virtuales,
por ejemplo, los no lugares como planea Mac Auge a aquellos espacios de puro
tránsito, las interconexiones entre los espacios, entre otros). Por otra, incorporar la
perspectiva de construcción de los espacios: la territorialidad, los mojones que
estructuran espacios no convencionales o la resignificación de los “viejos” espacios.
Además, vale recordar que un espacio no sólo es materialidad, sino que también es
simbólico, representado. Lo material y lo simbólico están asociados aunque tengamos
que hacer diferencias en algún momento por razones analíticas; siempre implica
arraigo y va más allá del espacio físico con el que nos referenciamos.
Respecto del tiempo: Ya planteamos el modo en que la ciencia moderna considera el
tiempo, como una temporalidad que expresaba cierta homogeneidad, y tal lo
considerado para espacio, también se están redefiniendo los procesos temporales.
Observamos un aceleramiento del ritmo social y a la vez vivimos en tiempos
diferentes. En lo que hace a nuestra intervención esta dimensión aparece revestida de
lo que denominamos comúnmente “la urgencia”. Lo que en otros momentos podían
considerarse como situaciones particulares y hasta cierto punto aisladas o de
excepción, hoy se convierte en lo cotidiano. Como diría Benjamín, la “excepción es la
regla”, en tanto las condiciones de vida de los sujetos es una pura urgencia para
amplias capas de la población. Por estas razones es que esta noción necesita ser
incorporada con espíritu crítico para poder incorporarla en la intervención profesional.
Por último estas dos dimensiones espacio/tiempo también están presentes en nuestra
condición de trabajadores materializadas en las formas de contratación: contratos de
obra, de servicio (para determinados trabajos por un tiempo determinado), cuestión
también importante para repensar la intervención profesional.
Las cuestiones instrumentales refieren al cómo de la intervención. Las técnicas e
instrumentos constituyen el andamiaje de las estrategias de intervención y siempre
son “elegidas” y/o construidas desde el entramado teórico en tensión con los aspectos
de la realidad o situaciones/problemas que requieren de modificaciones.