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Los Procesos De Movilidad Social Descendente:
Clases Medias y Sinhogarismo
Iria Noa de la Fuente Roldán (Trabajadora social y actual becaria FPU de la
Facultad de Trabajo Social de la Universidad Complutense de Madrid)
Esteban Sánchez Moreno (Doctor en Sociología y actual Profesor Titular de
Universidad de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Complutense de
Madrid)
Darío Pérez Madera (Trabajador social y actual Jefe del Departamento de
Samur Social y Atención a Personas Sin Hogar del Ayuntamiento de Madrid)
María José Barahona Gomariz (Trabajadora social y actual Profesora y
Vicedecana de Practicum de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad
Complutense de Madrid)
Abstract
El impacto de los procesos de precarización y de exclusión social en el contexto de los
recientes procesos de cambio socioestructural han sido objeto de debate en los últimos años.
La constatación del incremento de las tasas de pobreza y exclusión social que han
experimentado los países europeos, especialmente los pertenecientes al área mediterránea,
sitúan a España en una primera línea de atención para analizar el efecto que dichos cambios
tienen en la ciudadanía.
Las transformaciones producidas en el mundo del trabajo, la crisis del empleo, los
recortes en materia de protección social, así como las decisiones tomadas en relación a las
políticas de vivienda, se convierten en variables clave para explicar los procesos de movilidad
social descendente que están teniendo lugar en los estratos intermedios. Con ello, el declive
socioeconómico de las clases medias remite al dilatamiento de las franjas de riesgo y
vulnerabilidad social que, como primeras fases de los procesos de exclusión social, hacen que
las situaciones de carácter extremo como la realidad “sin hogar” parezca ser una posibilidad
menos lejana.
En este sentido, a través de la revisión de algunos estudios sobre la situación de las
Personas sin Hogar españolas se pueden obtener importantes claves sobre cómo dichos
procesos afectan a grupos de ciudadanos que mantenían su integración social, mermada ahora
ante los cambios de una sociedad que cada vez con mayor frecuencia lanza a sus ciudadanos
más allá de los límites de la misma.
1
Las transformaciones socioeconómicas impulsadas desde el comienzo del proceso de
recesión mundial iniciado en el año 2008 se han hecho especialmente severas en el contexto
europeo, y principalmente español. Las estadísticas existentes en relación a los procesos de
desigualdad social derivados de dichas transformaciones no dejan lugar a dudas sobre dicha
situación.
Desde el año 2004, en el contexto de la Estrategia Europa 2020, la Agencia
Estadística Europea (Eurostat) utiliza la tasa AROPE (At Risk Of Poverty or Social
Exclusion), un indicador multidimensional de la exclusión social que trata de monitorizar los
procesos de exclusión en los Estados miembros de la Unión Europea (UE-28). 1 Según los
últimos datos disponibles correspondientes al año 2012, el 24,8% de la población de la UE-28
se encontraba bajo el riesgo de la pobreza y la exclusión social. La media española se situaba
más de tres puntos por encima (28,2%), y casi cinco puntos por encima de las cifras
existentes en este país en el año 2007 (23,3%) (Véase gráfica 1). 2
1
La tasa AROPE se centra en tres factores: renta (riesgo de pobreza), privación material severa y (baja)
intensidad del trabajo. Así, la población en riesgo de pobreza y/o exclusión social sería aquella que después de
las transferencias sociales, tiene una renta por debajo del 60% de la renta mediana nacional; que es incapacidad
de acceder, al menos, a cuatro de una lista de nueve bienes deseados o considerados necesarios para llevar a
cabo una vida adecuada; y aquellos hogares sin empleo o cuyos miembros en edad de trabajar estuvieron
empleados menos del 20% de su potencial total de trabajo en el año de referencia (información disponible en el
glosario estadístico de Eurostat. Puede ser consultado en
http://epp.eurostat.ec.europa.eu/statistics_explained/index.php/Glossary:At_risk_of_poverty_or_social_exclusio
n_%28AROPE%29)
2
Datos disponibles en
http://epp.eurostat.ec.europa.eu/tgm/table.do?tab=table&init=1&plugin=0&language=en&pcode=t2020_50&tab
leSelection=1
2
Gráfica 1. Evolución de la Tasa AROPE en España y en la Unión Europea. 2007-2012
29
28
27
%
26
25
24
23
22
2007
España (%) 23,3
Europa (%) 24,4
2008
24,5
23,7
2009
24,5
23,2
2010
26,7
23,7
2011
27,7
24,3
2012
28,2
24,8
Fuente: Elaboración propia a partir de Eurostat
Los datos recogidos en la gráfica 1 son un reflejo del progresivo aumento de los
procesos de desigualdad social que afectan a capas cada vez más amplias de la población.
Estos procesos se ven especialmente ilustrados por aquellos grupos ciudadanos que en los
estratos sociales intermedios y mantenidos en la estabilidad socioeconómica proporcionada
por el empleo y los sistemas de protección social, se ven sujetos ahora a un declive impuesto
por los recortes presupuestarios en materia social, las elevadas tasas de población
desempleada, la crisis del empleo asalariado o las decisiones tomadas en materia de vivienda.
En este escenario, ¿qué transformaciones se han producido en las trayectorias vitales de unos
ciudadanos que antes integrados, se encuentran sometidos ahora a la constante precariedad e
inseguridad de las estructuras antes protectoras? Dicho de otro modo, ¿cuáles son las
consecuencias que dichos procesos de cambio social tienen en la población?
A partir de un estudio comparativo sobre la situación de los hogares españoles, en el
corto periodo de dos años (2007-2009) se dio un incremento de los hogares afectados por los
procesos de exclusión social, de alrededor del 11%. De manera concreta, los hogares que
3
estaban en una situación de integración precaria o vulnerabilidad aumentaron de un 34,9% en
2007, a un 46,3% en el año 2009 (Laparra y García García 2010, 65).
En este sentido, si se considera que el declive socioeconómico de las clases medias
aparece relacionado con el aumento de las situaciones de vulnerabilidad social, y que estas
alimentan los procesos de exclusión (Castel 1997, 16), no parece extraño imaginar un
contexto en el que las situaciones de exclusión social extrema, como la realidad “sin hogar”,
tengan la posibilidad de verse multiplicadas.
El Impacto de la Recesión en la Clase Media
El debate sobre los procesos de movilidad social descendente que están afectando a
las clases medias se ha convertido en un tema recurrente de conversaciones informales,
medios de comunicación e informes sobre la situación social general (Comité Técnico de la
Fundación FOESSA 2014, 6; Muñoz 2009, 4-7; Intermon Oxfam 2014, 5).
Tal afirmación, aunque considerada cierta, precisa ser analizada a partir de los
cambios que han llevado a tal escenario. En este sentido, resulta indispensable recuperar el
análisis de aquellos factores que contribuían a la estabilidad de buena parte de la ciudadanía,
para a su vez analizar las transformaciones que han tenido lugar en los mismos.
La Clase Media en las Sociedades Desarrolladas
El desarrollo del pensamiento sociológico ha estado históricamente ligado a la
creación de categorías que permiten abordar analíticamente la realidad social, especialmente
en lo concerniente a las formas de exclusión social. En este sentido, el concepto de “clase
social”, se ha convertido en uno de los conceptos más utilizados para analizar las
desigualdades sociales presentes en las sociedades desarrolladas.
4
Como todo concepto que trata de describir una sociedad y los procesos que en ella
tienen lugar, son muchas las variables a partir de las cuales se han tratado de definir las clases
sociales. La renta, el estatus o la ocupación son algunas de las variables más recurrentes en
los desarrollos existentes (Feito 1997, 30). De manera concreta, es la variable ocupación la
que ha tenido un papel fundamental, tal y como muestran los trabajos de Giddens (1983, 945), Poulantzas (1977, 17), o el esquema de clases de Goldthorpe (1987, 305), entre otros. A
partir esta variable, las clases sociales aparecen como desigualdades ocupacionales. Es decir,
tienen que ver con el lugar que se ocupa en la estructura productiva siendo el entorno laboral
el que determina la clase social a la que se pertenece.
Frente a la dicotomía marxista clásica burguesía-proletariado de las sociedades
industrializadas del siglo XIX, el modelo social y económico fordista del siglo XX impuso
una nueva estructura social mediante la creación de un modelo de integración social que se
apoyaba, principalmente, en el empleo asalariado y los sistemas de protección social.
El empleo de carácter estable, regulado, y remunerado más allá del nivel mínimo de
subsistencia garantizaba el reconocimiento social y la seguridad de la existencia. A su vez,
los sistemas de protección social –extensión de la red de seguridad proporcionada por la
relación salarial– ayudaban a mantener la capacidad integradora y estabilizadora de la
actividad laboral mediante la desmercantilización contributiva de servicios para la ciudadanía
(educación, sanidad, sistema de pensiones, de protección laboral, etc.). De esta manera, se
aseguraba un consumo en masa que legitimaba el sistema imperante bajo su promesa
abundancia generalizada (Parkin, 1984, p. 121). Con ello, la “cultura de la satisfacción” a la
que se refería Galbraith (1992) dio lugar al surgimiento de una nueva clase media asentada en
la diversidad y estabilidad del empleo, y en la protección ofrecida por los sistemas de
bienestar.
5
Este esquema de estabilidad social y económica se vio afectado con la crisis de los
años 70 del pasado siglo. Las transformaciones del sistema económico y productivo
mermaron el modelo de integración social mantenido durante los “Treinta Gloriosos”. La
presión fiscal, el aumento de la inflación y del endeudamiento condujo a una desaceleración
económica que impulsaba el establecimiento de políticas de austeridad y de contención del
gasto. Con ello, el Estado de bienestar y su sostenimiento fiscal se convirtieron en centro de
ataques por parte de los sectores neoliberales desde donde se exigían desregulaciones
laborales como forma de afrontar la recesión (Tezanos 2001, 153-4). Ello allanó el camino
hacia un escenario marcado por el desempleo masivo, la precarización, la flexibilización y
una crisis salarial que tiene su reflejo en la situación actual (Paugam 2007, 85).
Ante el aumento del desempleo y la reducción de los mecanismos de protección
social, las situaciones de vulnerabilidad y precariedad se multiplicaron y transformaron. Se
dio paso así a un nuevo modelo de sociedad donde las desigualdades sociales ya no se
limitaban a la pobreza tradicional, sino que se añadían a la precariedad y declive de una
ciudadanía antes integrada.
La Situación de la Clase Media Española
Considerando que la estabilidad y seguridad de los estratos sociales intermedios viene
dada, principalmente, por el empleo y los sistemas de protección social, el análisis de la
situación española no deja lugar a dudas sobre los imperantes procesos de movilidad social
descendente existentes.
Empleo y mercado laboral. Las tasa de desempleo alcanza al 24,47% de la
población española (Instituto Nacional de Estadística; INE 2014a). De hecho, como muestra
la serie histórica de la Encuesta de Población Activa (EPA) del INE (varios años a), desde el
año 2007 se ha dado un incremento de más del 16% en la tasa de población afectada por el
6
paro. El desempleo es más elevado dentro del sector servicios y de la construcción, y en el
rango de edad que abarca de los 25 a los 34 años (25,5%), y de los 40 a los 49 años (25,5%).
Estas cifras se complican si se tiene en cuenta la creciente cronificación de las situaciones de
desempleo. En la actualidad, en torno al 55% de la población desempleada se encuentra en
situación de desempleo desde hace más de un año (INE 2014a).
Sin embargo, frente a los niveles de desempleo existentes, el alcance de la cobertura
por desempleo es insuficiente. Los últimos datos facilitados por el Servicio Público de
Empleo (SEPE varios años) muestran que entre enero y junio del 2014, la tasa de cobertura
por desempleo no ha llegado a más del 60% (59,21%) de la población. Las estadísticas
ofrecidas por la misma fuente muestran como, por lo menos desde 2004, la cobertura de estas
prestaciones no ha alcanzado a más del 79% de los ciudadanos en paro.
La situación de la población ocupada, sometida a la constante precariedad, no es
mejor. Así, considerando la temporalidad como una de las principales dimensiones de la
precariedad laboral (Sánchez Moreno 2004, 5), en julio de 2014, de los más de 1.600
millones de contratos firmados en España, alrededor del 93% (92.94%) fueron contratos de
carácter temporal. (SEPE 2014, 22).
El panorama laboral se torna más complicado si se consideran los niveles salariales
existentes en España. En la actualidad, el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) está fijado
en 645,3 euros mensuales. De hecho, como muestran las estadísticas del Mercado Laboral
sobre Condiciones de trabajo y Relaciones laborales (INE, varios años b), desde el año 2008,
el SMI se ha visto incrementado en tan solo 45 euros mensuales, viéndose oficialmente
7
estancado desde el año 2011 en dos ocasiones, la última, en el año 2014 mediante decisión
del Consejo de Ministros de 27 de diciembre de 2013. 3
Sistemas de protección social. Lo señalado hasta el momento, tal y como muestra la
evolución de la tasa AROPE antes recogida, repercute de manera directa en las tasas de
pobreza y en la capacidad adquisitiva de las personas y hogares. De esta manera, agotada la
capacidad de muchos hogares para hacer frente a las dificultades de sus miembros, los
servicios sociales (públicos y privados) se convierten en el medio básico para tratar de
solventar dichos problemas. Sin embargo, en un momento de máxima necesidad, las partidas
presupuestarias se asientan en la austeridad del gasto social dando lugar a un panorama de
“pobreza creciente y derechos menguantes” (Comité Técnico de la Fundación FOESSA 2014,
10).
Aunque en España el gasto social ha aumentado desde el año 2007, este crecimiento
sigue resultando insuficiente y mucho menor al mantenido por la media de la UE-28. En este
sentido, tal y como recoge Eurostat (varios años), España destinaba en 2007 el 20,8% del PIB
a protección social. Los datos provisionales correspondientes a 2011, periodo del que se
dispone de los últimos datos, muestran que el gasto ha crecido tan solo alrededor de un 5%
más, destinando el 26,1% del PIB. Para este mismo año, la media de la UE-28 estaba en un
29%. Así, la recesión económica ha impuesto una recesión social que dirige a la caída de la
acción protectora de algunos de los sistemas y prestaciones sociales que permitían a los
ciudadanos mantener un nivel de vida adecuado. Tal es el caso de las pensiones contributivas
o de las Rentas Mínimas de Inserción (RMI).
3
Esta información respecto a la congelación del SMI puede ser consultada en
http://www.lamoncloa.gob.es/ConsejodeMinistros/Enlaces/271213-enlacesmi.htm
8
Como muestran las estadísticas del Ministerio de Empleo y Seguridad Social (varios
años), si bien la cuantía de las prestaciones contributivas ha aumentado alrededor del 29%
entre el año 2007 y la actualidad, este crecimiento no está exento de problemas. Por un lado,
las tasas de desempleo y con ello, la caída de las cotizaciones al Sistema de la Seguridad
Social que lo financian ponen en serio peligro el sostenimiento del sistema de pensiones
español. Por otro lado, los intentos de garantizar la sostenibilidad de estas prestaciones con
nuevos medios de cálculo y actualización llevan a un sistema de revalorización que puede
dirigir a la pérdida de poder adquisitivo de los beneficiarios (Comité Técnico de la Fundación
FOESSA 2014, 11).
En relación a las RMI, si bien se trata de una prestación de carácter asistencial
destinada a apoyar las necesidades sociales y económicas de personas y familias ya afectadas
por los procesos de exclusión social, el análisis del aumento del número de solicitudes de esta
prestación es un indicativo claro del crecimiento de personas en situación de necesidad que
ha tenido lugar desde el inicio de la actual recesión. En el caso de la Comunidad de Madrid,
el número de solicitudes pasaron de ser 3.159 en el año 2007, a 13.923 en 2012 (Red de
Lucha Contra la Pobreza y La Exclusión Social; EAPN Madrid 2013, 21).
Vivienda. Las políticas y el mercado de vivienda español no contribuyen a mejorar
este panorama. Según el Censo de Población y Viviendas 2011, existen en España más de 25
millones de viviendas. De estás, el 78.9% son viviendas en propiedad –de las cuales, casi seis
millones tienen hipotecas pendientes de pago–, y el 13.5% son viviendas en régimen de
alquiler (INE 2013).
El presente escenario de dificultades económicas, falta de empleo, desbordamiento de
las demandas sociales y escasez de recursos para hacer frente a dichas demandas, se torna
más complicado ante los desahucios y ejecuciones hipotecarias que diariamente se llevan a
9
cabo. La inexistencia de estadísticas oficiales, el desfase temporal de los datos, así como la
diferente procedencia de los mismos hacen difícil establecer con claridad las cifras de los
desahucios ejecutados. Según datos del Consejo General del Poder Judicial (2013, 6), durante
el año 2012 se acordaron en los juzgados 101.034 lanzamientos, correspondiendo
aproximadamente el 43% de los mismos a ejecuciones hipotecarias, y el 54% a problemas
con el pago del alquiler. Datos más recientes proporcionados por el Banco de España (2014,
3) señalan que a lo largo de 2013 se entregaron por ejecución hipotecaria, al menos, 49.694
viviendas. De ellas, 38.961 eran viviendas habituales.
Ante este panorama ha sido necesaria la toma de medidas para hacer frente a las
dificultades de la ciudadanía para mantener su vivienda. En este contexto de emergencia
social nace el Real Decreto 27/2012 de 15 de noviembre, de medidas urgentes para reforzar la
protección de deudores hipotecarios y, derivado del mismo, en enero de 2013 se firma el
Convenio para la constitución del Fondo Social de Viviendas de alquiler mediante el acuerdo
de tres Ministerios, el Banco de España, la Federación Española de Municipios y Provincias
(FEMP), la Plataforma del Tercer Sector, las patronales bancarias y 33 entidades de crédito.
A través dicho convenio, las familias víctimas de un desalojo con fecha posterior a enero de
2008, podrán solicitar una vivienda proporcionada por las entidades de crédito bajo un
régimen de alquiler social (entre 150 y 400 euros mensuales). En julio de 2014 dicho fondo
contaba con 5.047 viviendas repartidas por todo el territorio español. 4 5
Pese a su importancia, se trata de una política de carácter insuficiente y residual; en
España existen más de tres millones de viviendas vacías (INE 2013), mientras que un 67% de
los hogares españoles tienen serias dificultades para llegar a final de mes, las cuales en un
4
Información disponible http://www.imserso.es/imserso_01/fsva/e_financieras/index.htm
Para más información acerca del Fondo Social de Vivienda se puede acudir a
http://www.imserso.es/imserso_01/fsva/index.htm#ancla1
5
10
11% de los casos les hacen retrasarse en el pago de las obligaciones hipotecarias vinculadas a
sus viviendas (INE 2014b), viendo aumentado el riesgo de verse despojados de ellas.
La Realidad “Sin Hogar”
Sin empleo, con empleos precarios, sueldos escasos, recursos sociales menguantes y
dificultades para mantener un lugar donde vivir, no parece extraño imaginar una tendencia al
aumento de las situaciones de exclusión social extrema como la realidad “sin hogar”. La
ilustración más clara de cómo esta combinación de factores han fracturado la capacidad de
integración de los estratos sociales intermedios puede apreciarse en el aumento de la
demanda de ayuda que han experimentado diferentes organizaciones.
Entre 2008 y 2012, el nivel de demanda al que se ha enfrentado Cruz Roja ha
aumentado en un 163% (Cruz Roja, 2013, p. 8). De manera concreta, la demanda de los
programas para personas en situación de extrema pobreza y exclusión social se ha visto
incrementada en más del 50%, y las familias que han precisado atención pasaron de ser 681
en 2011, a casi 20.000 en 2012 (p. 9). Además, Cruz Roja, entre sus múltiples acciones,
cuenta con un programa para contener el impacto de la crisis en los colectivos más
vulnerables; personas mayores con responsabilidades familiares sobrevenidas, infancia,
personas desempleadas de larga duración, jóvenes en paro, familias con todos los miembros
desempleados, familias monoparentales o población “sin hogar”. De los aproximadamente
2.400.000 usuarios de Cruz Roja del año 2012, más de 1.400.000 precisaron, además,
participar en dicho programa de emergencia social (Cruz Roja, 2013, p. 11).
Así, se muestra como cada vez existen más ciudadanos que, alejados de los estratos
intermedios donde tenían garantizada la cobertura de sus necesidades, se ven ahora
despojados de aquello que mantenía su estabilidad, viéndose lanzados a una constante
11
precariedad que linda, cada vez más cerca, con las formas más extremas de exclusión social.
De hecho, tal y como se denuncia desde las organizaciones que trabajan a favor de las
Personas que se encuentran en situación sin Hogar (en adelante, PSH), es en aquellos países
donde la situación socioeconómica es más complicada –como en España–, donde se ha
producido un mayor incremento de ciudadanos en esta situación (Fédération Européenne des
Associations Nationales Travaillant avec les Sans-Abri; FEANTSA 2012, 7).
El sinhogarismo es un fenómeno social, histórico y cultural (Sánchez Morales y
Tezanos Vázquez 2004, 45) que afecta, al menos, a 22.938 ciudadanos/as en España (INE
2012).
Ahora bien, ¿qué significa “estar sin hogar”? Como sostienen Culhane y Byrne,
(2010, 9), clarificar que se entiende cuando se hace referencia a las PSH es una cuestión
fundamental para poder comprender esta compleja realidad social. Pese a su importancia, ni a
nivel nacional ni internacional existe acuerdo sobre su significado.
Siguiendo a Peroff (1997, 36-37) aunque existe cierto consenso sobre las formas más
visibles de esta realidad social (i.e. personas que se encuentran literalmente viviendo en la
calle), este acuerdo desaparece cuando se hace referencia a situaciones menos obvias (i.e.
ciudadanos cumpliendo pena de prisión que no tienen dónde ir cuando salgan o personas que
se ven obligados a vivir con familiares o amigos ante la ausencia de recursos). En la línea de
los planteamientos estadounidenses que diferencian entre el sinhogarismo en sentido literal
(literally homeless) y las personas precariamente alojadas (marginally housed) (Rossi 1989,
12; Wright 1989, 20), en la actualidad, la realidad “sin hogar” se conceptualiza como un
continuum de diversas situaciones de pobreza extrema que van desde encontrarse a la
intemperie, hasta la imposibilidad de acceder a una vivienda que, en un contexto
sociocultural concreto, pueda ser considerada digna y adecuada (Cabrera 2000, 23).
12
En este sentido, uno de los trabajos más relevantes, aunque no exento de limitaciones,
es el que desde el año 2005 han puesto en marcha FEANTSA y el European Observatory on
Homelessness (EOH). Se trata de la European Typology on Homelessness and Housing
Exclusion (ETHOS) (Edgar y Meert 2005, 16).
La tipología ETHOS sobre sinhogarismo y exclusión residencial surge como una
propuesta que trata de establecer y operativizar, de manera homogénea en el contexto
europeo, una clasificación de las diferentes situaciones que la realidad “sin hogar” puede
presentar (ver cuadro 1).
Cuadro 1. Tipología ETHOS
Categoría
Categoría
conceptual
ocupacional
Sin Techo
1
Vivir en un espacio público (sin domicilio)
2
Pernoctar en un albergue de urgencia y/o estar forzado a
pasar el resto del día en un espacio público
Sin vivienda
3
Estancia en centros de servicios o refugios (Centros de
acogida para PSH que permiten diferentes modelos de
estancia)
4
Vivir en refugios para mujeres
5
Vivir en alojamientos temporales reservados a los
inmigrantes y a los demandantes de asilo
6
Vivir en instituciones de internamiento (hospitales,
prisiones, etc.) y no tener dónde ir cuando se salga de
las mismas
7
Vivir en alojamientos con apoyo (debido a la situación
sin hogar)
Vivienda Insegura
8
Vivir en una vivienda sin título legal (vivir
temporalmente con familiares o amigos de forma
involuntaria, vivir en una vivienda sin contrato de
arrendamiento, etc. Se excluyen okupas)
9
Notificación legal de abandono de la vivienda
10 Vivir bajo la amenaza de violencia
Vivienda inadecuada 11 Vivir en una estructura temporal o chabola
12 Vivir en una vivienda no apropiada según la legislación
estatal
13 Vivir en una vivienda masificada
Fuente: Adaptación de FEANTSA (2012, 12)
Nota: La tipología ETHOS puede ser consultada, en distintos idiomas, en
http://www.feantsa.org/spip.php?article120&lang=en
13
ETHOS parte de la identificación de tres dominios sobre lo que constituye un hogar;
el dominio físico, el dominio legal y el dominio social (Edgar, Doherty y Meert 2003, 4). De
la combinación de estos tres dominios, y en base a la ausencia o presencia de los mismos, se
perfilan cuatro amplias categorías conceptuales, a saber, “sin techo” (rooflessness), “sin
vivienda” (houselessness), “vivienda insegura” (insecure housing) y “vivienda inadecuada”
(inadequate housing). A su vez, dichas categorías conceptuales se ven concretadas en 13
categorías operativas que recogen y detallan el continuum de situaciones residenciales que
definen la realidad “sin hogar” y que van de vivir literalmente en la calle (categoría
operacional 1), a vivir en condiciones de extremo hacinamiento (categoría operacional 13)
(FEANTSA 2012, 12).
Aunque el trabajo de conciliación llevado a cabo por FEANTSA y el EOH es
fundamental de cara al establecimiento de comparaciones entre países, así como para el
desarrollo y la evaluación de políticas públicas adaptadas a las diferentes formas que el
sinhogarismo pueda tener, no está exenta de limitaciones.
Por un lado, limita el sinhogarismo al problema de la vivienda abandonando otras
variables y procesos que determinan con mayor fuerza la situación de la población excluida
en general, y de las PSH en particular. Por otro lado, se trata de una clasificación difícilmente
asumible a nivel político. Su amplitud implicaría reconocer la existencia de más de un millón
y medio de personas sometidas a las formas de exclusión que la tipología presenta (Cabrera,
Rubio y Blasco 2008, 22-3), algo que los poderes públicos, anclados en las políticas de
austeridad, difícilmente asumirían. Por último, al centrarse en la exclusión residencial en
general, tiende a igualar realidades que están lejos de ser parecidas. Pese a ser situaciones
igualmente inadmisibles, la realidad, por ejemplo, de la población de etnia gitana alojada en
14
poblados chabolistas, ni a nivel social, ni física, ni relacional es igualable a la que viven
aquellos que se ven obligados a desarrollar su vida en las calles de diferentes ciudades.
Ante las limitaciones señaladas, es preciso acudir a un nuevo marco de análisis que
permita dar cuenta de los factores explicativos que determinan la caída de la persona en los
márgenes de la sociedad. En definitiva, acudir al paradigma de la exclusión social.
Sinhogarismo, Clases Medias y Procesos de Exclusión Social
El surgimiento del marco teórico-analítico de la exclusión social aparece
estrechamente vinculado a la multiplicación de los procesos de desventaja social a los que se
vieron expuestos los estratos sociales intermedios de la sociedad europea de la década de los
80. Ante un “quiebre histórico” marcado por el desempleo, la precariedad, la globalización
económica y la caída del Estado social (Bachiller 2008, 8), la exclusión social se
conceptualiza como fenómeno de carácter estructural que hunde sus raíces en los procesos de
cambio impuestos por las transformaciones del sistema económico, productivo y social
(Tezanos 2001, 152-3).
Así, como señalan Subirats et al. (2004, 18), este fenómeno queda inscrito en la
trayectoria histórica de las desigualdades sociales especialmente vinculadas a los cambios en
los modelos de producción y en el mercado de trabajo que generan dificultades en el acceso
al empleo; a las transformaciones de las estructuras familiares y comunitarias que dificultan
los procesos de vinculación social; a los procesos de movilidad de la población (Laparra y
Pérez Eransus 2008, 184-8), a las políticas sanitarias o educativas que restringen la
universalidad defendida; así como la existencia de otras estructuras de desigualdad como el
género o la etnia. Con ello, se trata también de un fenómeno multicausal resultado de la
combinación de diferentes factores que se entrelazan y refuerzan entre sí (Subirats et al. 2004,
19).
15
En este sentido, reconocer el sinhogarismo como una forma extrema de exclusión
social implica asumir que junto a la pobreza y la carencia de vivienda, esta realidad social se
caracterizan por la acumulación de otras dificultades a nivel convivencial, familiar,
relacional, asistencial, personal (Sánchez Morales 2010, 836), y laboral que limitan las
posibilidades de la persona para ejercer sus derechos ciudadanos de manera efectiva (Laparra
y Pérez Eransus 2008, 184).
Esta perspectiva de análisis resulta fundamental, al menos, en dos sentidos. En primer
lugar, supone abandonar los planteamientos explicativos centrados en las dificultades más
prevalentes en esta población (consumo de sustancias, historia delictiva, problemas de salud
mental, entre otras), algo que se convierte en la temática principal de numerosos trabajos
(Fischer 1989, 333-89; Cohen 1989, 505-9; Wallsten 1992, 20-4; Abdul-Hamid 2009, 10917; O’Connell, Kasprow y Rosenheck 2013, 241-9; entre otros). Paradójicamente, existe
numerosa bibliografía que sitúa en los factores socioestructurales antes revisados las
principales causas de la realidad “sin hogar” (Gould y Williams 2010, 186; Shinn 2010, 20;
Fitzpatrick et al. 2013, 2). Pero además, permite corroborar cómo son precisamente estos
factores los que permiten explicar y comprender los procesos de movilidad social
descendente a los que se enfrenta buena parte de la población en la actualidad.
El Sinhogarismo en España
En la línea de los planteamientos anteriores, la tesis principal del presente trabajo es
abandonar las perspectivas tradicionales de investigación vinculadas a aquellos aspectos que
tienden a estereotipar y estigmatizar a estos ciudadanos. Así, una vez analizados los factores
que inciden en el declive de la ciudadanía española, se repasará la realidad social de aquellos
ciudadanos “sin hogar” centrando la atención en aquellas variables que han sido el hilo
conductor de este trabajo, a saber, empleo, protección social y vivienda.
16
A partir de este análisis se tratará de mostrar cómo la crisis por la que atraviesa la
clase media se vincula, cada vez de forma más dramática, con las formas más extremas de
exclusión social.
Situación laboral. A nivel laboral, los estudios muestran que, como cabría esperar,
prácticamente la totalidad de la población “sin hogar” se encuentra desempleada. Según datos
del INE (2012), el porcentaje de PSH desempleadas asciende al 77,8. Un estudio de PSH
llevado a cabo durante la Campaña Municipal Contra el Frío puesta en marcha por el
Ayuntamiento de de Madrid (2011-2012), arroja unas tasas de desempleo del 94,8% (de la
Fuente Roldán, Sánchez Moreno y Barahona Gomariz 2014, 1742), cifras muy similares a las
halladas por Moreno Márquez (2009, 39) en PSH de Bizkaia. 6
En el estudio de Madrid (de la Fuente Roldán, Sánchez Moreno y Barahona Gomariz
2014, 1742), más del 60% (60.4%) señalaba que su último empleo había sido entre hace uno
y cinco años (según el marco temporal del estudio, entre 2007-2011). En el caso del INE
(2012), el 37,9% señalaba llevar de uno a tres años buscando empleo. Es decir, según estos
estudios, la situación de desempleo y con ello, la probable insuficiencia de ingresos, aparece
cuando la recesión socioeconómica comenzó a hacerse notar, o bien, se vio agravada.
Vinculado a la precariedad laboral anteriormente analizada a través de las tasas de
temporalidad y niveles salariales, el análisis de la realidad “sin hogar” vuelve a corroborar
cómo tener empleo no necesariamente lleva aparejada la fácil subsistencia. En un estudio
llevado a cabo en la ciudad de Granada en el año 2005, del 16% de PSH empleadas, ninguna
llevaba más de cuatro meses en dicho empleo (Cruz Terán et al. 2006, 11). Llegada la
6
La CF es una actuación específica para dar respuesta a las necesidades de protección social de las PSH durante
el periodo comprendido entre el 25 de noviembre y el 31 de marzo. Por un lado, incrementa la capacidad de
acogida de la Red Estable de Atención a PSH y, por otro lado, supone la intensificación de la intervención en
calle con las PSH que presentan una mayor vulnerabilidad. La información relativa a este estudio puede ser
ampliada a través de diferentes publicaciones (de la Fuente Roldán et al. 2013; de la Fuente Roldán, Sánchez
Moreno y Barahona Gomariz 2014).
17
recesión, la situación no es mejor. En el estudio de la Campaña del Frío de la ciudad de
Madrid, de los dos casos que manifestaban tener trabajo, estos pertenecían a la economía
sumergida (de la Fuente Roldán et al. 2013, 74).
Esto permite confirmar algo que, aunque obvio, tiende a ser olvidado en los análisis
de esta realidad social; es la falta de estabilidad laboral y económica por la que atraviesa
buena parte de la población en la actualidad el detonante más claro de la situación “sin
hogar”. No en vano, la pérdida del empleo y otras dificultades asociadas al mismo es la
principal causa que atribuyen numerosos ciudadanos “sin hogar” a su situación, tal y como
muestra el estudio de Madrid (de la Fuente Roldán, Sánchez Moreno y Barahona Gomariz
2014, 1744).
Vinculado a la ocupación se encuentran los niveles educativos alcanzados. Aunque de
manera tradicional, las PSH han tendido a situarse en los niveles educativos más bajos
(Cabrera 2000, 165), esto se está viendo transformado, tal y como muestran los estudios que
están siendo revisados. De manera concreta, el INE (2012) señala que alrededor del 12% de
las PSH en España tienen estudios superiores (universitarios y no universitarios), un 2% más
que los resultados hallados en la anterior Encuesta de PSH llevada a cabo en 2005 (INE,
2005). Por su parte, el estudio de Madrid (de la Fuente Roldán, Sánchez Moreno y Barahona
Gomariz 2014, 1742) señalaba que el 29.2% de los ciudadanos entrevistados tenían niveles
educativos superiores. Estos datos, además de ser un reflejo de las transformaciones de las
trayectorias vitales tradicionales de la población “sin hogar”, permiten constatar el progresivo
aumento de las situaciones de exclusión social entre aquellos ciudadanos que hasta hacía
poco, se habían encontrado muy alejados de las mismas.
Acceso a los sistemas de protección social. La situación en torno al acceso a los
sistemas de protección social también se torna complicada. Como cabría esperar, sin empleo,
18
los recursos económicos disponibles en esta población serán escasos o inexistentes, lo que
hace necesario el acceso a ayudas sociales que contrarrestaren los devastadores efectos
económicos del paro.
En Madrid, de los 182 usuarios entrevistados en la Campaña del Frío, el 33,5% refería
recibir algún tipo de prestación económica (de la Fuente Roldán et al. 2013, 75). De los que sí
recibían algún tipo de prestación y, pese a los niveles de desempleo existentes, tan solo el
13% eran perceptores de la prestación por desempleo, siendo la prestación más recurrente la
RMI (29%) (de la Fuente Roldán et al. 2013, 75). Esto pone de manifiesto lo anteriormente
señalado sobre la insuficiencia del alcance de las prestaciones para personas desempleadas,
especialmente en aquellos casos de extrema necesidad. La situación no mejora en Bizkaia,
donde Moreno Márquez (2009, 39) encontró que las prestaciones económicas de carácter
público solo alcanzaban al 26,5% de la población “sin hogar” objeto de estudio.
En todo caso, incluso recibiendo prestaciones, la situación de integración se ve tambaleada.
Considerando la situación de una de las prestaciones que más demanda ha experimentado en
la actualidad como fruto de la recesión –la RMI–, parece difícil imaginar un escenario de
estabilidad socioeconómica de la ciudadanía percibiendo 375 euros mensuales si se trata de
una persona sola, o como máximo 532 para familias más numerosas. 7
Además del alcance de las prestaciones económicas, resulta relevante analizar el nivel
de acceso de estos ciudadanos a otros servicios vinculados al sistema de salud. Esto es
especialmente importante considerando, por un lado, las problemáticas de integración
sociolaboral que añaden la presencia de algunos problemas de salud cuando no son atendidos
7
Información disponible en
http://www.madrid.org/cs/Satellite?blobcol=urldata&blobheader=application%2Fpdf&blobheadername1=Conte
ntDisposition&blobheadervalue1=filename%3DBaremo+2014+RMI+Doc1.pdf&blobkey=id&blobtable=MungoB
lobs&blobwhere=1352851037938&ssbinary=true
19
y, por otro lado, considerando que se trata de de ciudadanos afectados por diferentes
dificultades relacionadas con las duras condiciones de vida por las que atraviesan.
En este sentido, especialmente ilustrativo resulta el estudio de Moreno Márquez
(2009, 39), donde el 35,5% de las PSH objeto de estudio señalaban no haber podido seguir el
tratamiento médico o farmacológico por no contar con un alojamiento adecuado para hacerlo.
El análisis de la protección de la salud se vuelve más relevante si se considera el
origen de las PSH, sobre todo consideran la creciente internacionalización por la que
atraviesa esta realidad social (Sánchez Morales 2010, 29). La encuesta nacional llevada a
cabo por el INE (2012) señala que de las más de 23.000 PSH que hay en España, el 80%
refiere tener tarjeta sanitaria. Sin embargo, considerando a la población extranjera, tan solo el
38,4% de esta población se encuentra integrada en el Sistema Nacional de Salud. Esta
situación seguramente sea mucho más precaria en la actualidad pues la encuesta del INE se
llevó a cabo a principios del año 2012, cuando aún no había sido aprobado el Real Decretoley 16/2012, de 20 de abril, de medidas urgentes para garantizar la sostenibilidad del Sistema
Nacional de Salud y mejorar la calidad y seguridad de sus prestaciones. Esta medida, entre
otras cuestiones, limita el derecho a la sanidad a una mera condición administrativa anulando
la cobertura sanitaria gratuita a los numerosos extranjeros que se encuentran en España en
situación administrativa irregular (Lema Tomé 2014, 95).
La realidad residencial. Considerando que los estudios que están siendo revisados se
refieren al sinhogarismo estricto o literal, es decir, personas que se encuentran literalmente en
la calle o viviendo en recursos específicos para PSH (Rossi 1989, 12; Wright 1989, 20), el
panorama en torno a los aspectos relacionados con la última de las variables destacadas –la
vivienda– es el siguiente.
20
La pérdida de la vivienda como causa principal de la situación “sin hogar” es referida
de manera habitual. De hecho, era la causa principal señalada por el 10% de las PSH
entrevistadas en la Campaña del Frío de la ciudad de Madrid, solo por detrás de la pérdida del
empleo (40%) o los problemas familiares (22.6%) (de la Fuente Roldán, Sánchez Moreno y
Barahona Gomariz 2014, 1743).
Si se analiza cuando tuvo lugar la pérdida de la vivienda, los resultados constituyen
una clara ilustración del dramático panorama español en torno a este bien básico. En el
estudio de Madrid (de la Fuente Roldán et al. 2013, 16-7), las PSH entrevistadas referían
llevar “sin hogar” un tiempo relativamente corto; el 63,1% como máximo un año, siendo un
86,9% aquellos que señalaban llevar como máximo 5 años. Considerando el marco temporal
del estudio (invierno de 2011-2012), así como el tiempo en el que las PSH de este estudio
referían haber tenido su último empleo (el 60.4% entre hace uno y cinco años), se conjuga
una marco explicativo en el que la pérdida del trabajo, y con ello, de recursos económicos
con los que hacer frente a las necesidades de alojamiento tienen lugar, principalmente, con el
inicio de la recesión socioeconómica y la sucesión de transformaciones antes señaladas. Esto
se ve apoyado por los resultados de otros estudios donde más del 58% (58,5%) de la
población “sin hogar” estudiada señalaba llevar en esa situación de 6 meses a dos años, lo
que considerando el marco temporal del estudio referido situaría el estallido de la situación
entre el año 2007-2008 (Moreno Márquez 2009, 37), nuevamente, al inicio del proceso de
recesión.
En todo caso, el dato más abrumador y paradójico es la existencia en España de más
de 3 millones vacías, mientras existen, al menos, 23.000 ciudadanos sin un lugar donde
desarrollar su vida con los niveles de dignidad y adecuación esperados de una sociedad
avanzada (INE 2011, 2012).
21
Conclusiones
El análisis realizado ha tratado de señalar las importantes implicaciones que los
recientes procesos de cambio social, económico y político están teniendo en la capacidad de
integración de la ciudadanía.
En la actualidad, la actividad de numerosas organizaciones está marcada por el
impacto de la recesión y por las dificultades y limitaciones de los medios para hacer frente a
la misma (Cruz Roja 2013, 6). Esto no deja lugar a dudas: el aumento y mantenimiento de las
situaciones de vulnerabilidad en un momento de continuo agotamiento de los recursos
disponibles (formales e informales), posibilitará –previsiblemente–, el incremento de la
población “sin hogar” debido a la incorporación de todos aquellos ciudadanos que, situados
en los estratos sociales intermedios, diariamente ven mermada su capacidad de integración
social.
No se niega la existencia de factores de tipo individual que puedan determinar el
sinhogarismo. El consumo de sustancias adictivas o los problemas de salud también forman
parte de la realidad social de alguno de estos ciudadanos. Sin embargo, pese a las
problemáticas personales concretas, la verdadera explicación de la realidad sin hogar y por
ello, su erradicación, pasa por el empleo, la vivienda y la protección social.
Así, la acción política y ciudadana debe dirigirse a la transformación de los factores
socioestructurales. Son precisamente estos los que permiten comprender el surgimiento de
nuevas trayectorias vitales de exclusión que afectan, cada vez con mayor frecuencia, a
jóvenes desempleados, personas con niveles educativos superiores o entre otros, a ciudadanos
con amplias historias laborales que ilustran la existencia de “una organización de la sociedad
que cada vez con mayor frecuencia lanza a sus ciudadanos/as, especialmente a los más
22
vulnerables, más allá de los márgenes de la misma” (de la Fuente Roldán, Sánchez Moreno y
Barahona Gomariz 2014, 1744).
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