Download Benavente - Rodriguez - Universidad de Buenos Aires

Document related concepts

Ernesto Laclau wikipedia , lookup

Judith Butler wikipedia , lookup

Chantal Mouffe wikipedia , lookup

El género en disputa wikipedia , lookup

Falo wikipedia , lookup

Transcript
Tesina de la Carrera de Ciencias de la Comunicación
La culpa como significante de la dominación
androcéntrica
Sol María Benavente DNI: 30.595.778
Jimena Nuria Rodríguez DNI: 27.273.151
Tutora: Natalia Romé
Facultad de Ciencias Sociales – Universidad de Buenos Aires
Octubre 2009
Benavente , Sol María
La culpa como significante de la dominación androcéntrica / Sol María Benavente y Jimena
Nuria Rodriguez. - 1a ed. - Buenos Aires : Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias
Sociales. Carrera de Ciencias de la Comunicación. , 2011.
Internet.
ISBN 978-950-29-1263-9
1. Estudios de Género. 2. Discurso Androcéntrico. 3. Tesis. I. Rodriguez, Jimena Nuria II.
Título
CDD 305.4
Fecha de catalogación: 29/04/2011
Esta obra se encuentra protegida por derechos de autor (Copyright) a nombre de
Benavente, Sol y Rodríguez, Jimena Nuria (2011) y se distribuye bajo licencia Creative
Commons atribución No Comercial / Sin Derivadas 2.5.
Se autoriza su copia y distribución sin fines comerciales, sin modificaciones y citando
fuentes.
Para más información ver aquí: http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/
2
Índice
INTRODUCCIÓN
PARTE I: Aproximaciones a una constelación de categorías
4
10
Culpa. El devenir de una renuncia
11
Género: efectos de una tecnología política compleja
26
Androcentrismo, los límites socio-simbólicos de una dominación
31
Apuntes para una genealogía no androcéntrica
37
PARTE II: Genealogía de la culpa
43
De la culpa mítica a la religión de la culpa
44
Entre el cielo y el infierno. La culpa de la carne
51
La tecnología de la culpa
61
La pos culpa en la era de las identidades dislocadas
73
PARTE III: Consecuencias teóricas y políticas
90
Derivas de un significante. Notas para la revisión de la culpa
91
Desafíos para una nueva praxis feminista. Hacia la subversión de los sentidos
96
ANEXO
104
BIBLIOGRAFÍA
105
3
Introducción
Con la intención de indagar los procesos discursivos que se fueron sedimentando bajo la
forma de la articulación “mujer/culpa”, que parece señalar una condensación de
significaciones sociales en las sociedades patriarcales, nos dispusimos a trazar un mapa
de coordenadas desde donde problematizar esta compleja relación y, de esta manera,
iniciar un camino que aporte claves para repensar la relación entre la reflexión teórica y la
acción política para un proyecto emancipatorio de las mujeres.
En este recorrido nos propusimos cruzar distintas categorías y tradiciones teóricas con el
fin de recuperar su fecundidad heurística. A partir del núcleo fuerte marcado por el
concepto culpa, como condensador de procesos históricos, fuimos delimitando nuestro
abordaje desde las perspectivas abiertas por la categoría de género y algunas líneas de
indagación genealógicas.
En la búsqueda sistemática de pistas que permitan identificar modos en que el significante
culpa se haya atado para construir el presente orden discursivo androcéntrico, articulamos
tres dimensiones metodológicas: en primer lugar, el rastreo genealógico de núcleos de
sentido que han constituido la experiencia de la culpa como una tecnología que sostiene
la subordinación de las mujeres; en segundo lugar, el reconocimiento y exploración de
distintas tradiciones teóricas que comparten la afirmación de la opacidad de lo social y de
lo subjetivo; y, por último, el despliegue de algunos intentos de articulación de los
desarrollos anteriores con los análisis desarrollados por los Estudios de Género.
A fin de situar una escena contemporánea que permita circunscribir el tipo de articulación
discursiva que el significante “culpa” pone en superficie, a la vez que indicar, a título
ilustrativo, su eficacia en relación con los procesos de sostenimiento de la dominación
androcéntrica, incluimos en nuestro anexo un enunciado publicitario.
4
Con la intuición de que la culpa tenía mucho más para decir de las mujeres que un
permiso a la hora de tentarnos con un chocolate o de ridiculizarnos con la compulsión de
invadir los espacios del varón, tomamos esta publicidad gráfica de la línea Light de
chocolates Cofler a modo de disparador, como monumento1 de una configuración
discursiva en la que el Hombre continua siendo elevado como medida de todas las cosas.
Cada época se define a partir de cierta configuración del entramado discursivo,
estableciendo suturas parciales. En este proceso, una cosmovisión resulta hegemónica,
naturalizando sentidos que son transmitidos e internalizados a través de diferentes
dispositivos socializadores que, en términos de Foucault, funcionan como una tecnología
política compleja.
En la era del capitalismo global la totalidad de la existencia se encuentra atravesada por
el juego de las leyes de la oferta y la demanda. Valores, objetos e individuos fueron
arrojados al mercado, a la espera del mejor postor. Los enunciados publicitarios se
inscriben en esta trama y se revelan como prácticas eficaces para la reproducción del
sistema.
Como espacio de enunciación, la publicidad se constituye como una poderosa
tecnología del género “para controlar el campo de significación social y entonces producir,
promover, e implantar representaciones de género”2.
Este discurso sin fisuras se despliega en una constelación estratégica que naturaliza
ciertas construcciones de la mujer e impone a través de la degradación, la ridiculización,
1
Tal como es definida por Foucault en “Contestación al Circulo de epistemología”, en Terán, O. (comp.), El discurso del orden,
México, Folios 1983
2
Lauretis de, Teresa., “La tecnología del género”, en Revista Mora, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires,
Buenos Aires, noviembre 1996, p.25
5
la objetivación del cuerpo, la desvalorización de sus capacidades, el menosprecio
estético, la descalificación intelectual, lo que Rita Segato define como violencia moral.
Así en las estrategias publicitarias se reconocen la utilización de ciertos valores,
estereotipos y creencias que habrían sido superadas por el pensamiento moderno y que
sin embargo perduran fuertemente arraigadas en el sentido común. Para comenzar a
delinear la problemática que abordaremos en este trabajo es necesario indagar ¿Cuáles
fueron los procesos que permitieron la articulación de la forma que adquiere el binomio
culpa/mujer en el presente para constituir la trama discursiva donde la marca de
chocolates Cofler encuentra el significante culpa y su acentuación eficaz para interpelar a
la mujer actual en el lanzamiento de su línea light?
Como señalamos anteriormente, con la intención de revisar las configuraciones
discursivas donde el significante culpa actúa como condensador del universo femenino,
delimitamos una superficie de abordaje a través de tres ejes: la culpa, la indagación
genealógica y la categoría de género.
Este trabajo se propone como un primer acercamiento a un campo discursivo y el esbozo
de un análisis provisorio que nos ha permitido desandar la construcción del concepto
“culpa” en ciertos discursos centrales de la tradición occidental para identificar algunos de
los múltiples sentidos históricos reificados por el uso social. Emprenderemos este
recorrido utilizando categorías de diferentes corrientes teóricas a la manera del bricoleur,
es decir, “denunciando aquí y allá sus límites, todos esos viejos conceptos como
instrumentos que pueden servir todavía3”. Estos han sido seleccionados por su valor
metodológico a la luz del problema a analizar pero en muchos casos serán despojados de
su verdad ontológica.
3
Derrida, Jaques, “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las Ciencias Humanas”, en La escritura y la diferencia,
Barcelona, Anthropos, , 1989, p.390
6
Desde esta perspectiva los conceptos centrales que orientarán nuestra investigación
serán la concepción discursiva de lo social desarrollada por Ernesto Laclau para analizar
la eficacia política de los significantes; la categoría de género para problematizar las
relaciones de poder desiguales entre varones y mujeres; y el concepto de “punto nodal”
para comprender el operar de la culpa en tanto significante de valor ideológico en la
construcción del lugar subalterno de la mujer.
Por otra parte, es preciso aclarar desde un principio, que si bien durante este trabajo
usaremos indistintamente la palabra mujeres, comprendemos que la misma no alude a un
sujeto colectivo existente e identificable a priori. Por un lado, porque es imposible
encontrar referentes de identificación universales, aunque sea necesario crearlos en las
tramas argumentativas y en la práctica política. Y por otro lado, porque los criterios para
determinar quiénes pueden y quiénes no pueden ser consideradas mujeres, son relativos,
contingentes y se inscriben en tramas significantes conformadas según dinámicas de
poder y hegemonía. Esto implica rechazar a la Mujer como símbolo que contiene una
esencia inherente a todas las mujeres y pensar, en cambio, en las mujeres que están
dentro y fuera de las representaciones de género, aceptando y resistiendo su devenir
Mujer.
En este devenir, la emergencia del significante culpa indica el lugar en que se manifiesta
la eficacia cotidiana de la trasgresión a los mandatos del poder androcéntrico y funciona
como un dispositivo de castigo y normativización.
Si consideramos la conceptualización de la performatividad retroactiva que desarrolla
Zizek a partir de las formulaciones lacanianas, la eficacia del significante culpa se expresa
en su capacidad para estructurar y constituir determinadas posiciones del sujeto
femenino. Nuestra genealogía no androcéntrica encuentra en la Edad Media la matriz
7
histórica donde el sentimiento de culpa se configura como instancia disiciplinadora. De él
se valdrá el poder para articular sus estrategias e imponer un ideal normativo sobre las
prácticas y cuerpos de las mujeres. Intentaremos tender puentes entre el pasado y el
presente asumiendo el peso de la institucionalización de la tradición cristiana entendida
como un conjunto de dispositivos, prácticas, rituales y disposiciones enunciativas, que ha
funcionado como organizador de relatos y experiencias de períodos anteriores. En este
sentido, utilizaremos el término “Iglesia”, a fin de indicar ese conglomerado discursivo que
cataliza relatos sobre la Antigüedad y los dispone como mecanismos de interpelación en
la contemporaneidad.
En nuestro esfuerzo de sistematizar algunas intervenciones en el campo de discusiones y
desarrollos conceptuales producido en torno a la articulación entre el significante culpa y
lo femenino, partiremos del análisis del Mito de Pandora. En coincidencia con Foucault,
consideramos que los mitos sólo pueden ser interpretados en la regularidad de su
dispersión ya que “No hay unidad o fuente absoluta del mito. El foco o la fuente son
siempre sombras o virtualidades inaprehensibles, inactualizables y, en primer término,
inexistentes4”.
No se trata de forzar el pasado para que llene las categorías interpretativas modernas ni
de reducir el presente a meras repeticiones del pasado, sino de rastrear los enclaves de
sentido desde los cuales se fue tramando el horizonte discursivo donde el binomio
culpa/mujer resulta un dispositivo eficaz en la configuración de una trama de relaciones
históricas que resulta en prácticas de dominación androcéntrica.
4
Derrida, J. op.cit. p.393
8
Las paradojas de la praxis, nuevos interrogantes
En nuestro esfuerzo por sistematizar desarrollos anteriores en torno a la relación entre
culpa, mujeres y androcentrismo, nos encontramos con un nuevo interrogante, la pregunta
por la acción política en el campo del feminismo. La tensión entre la matriz teórica
utilizada y la apuesta política se fue delineando claramente hasta configurarse como una
inconsistencia, en principio insuperable.
Así el eje de la culpa nos abrió un escenario donde el operar de ciertos significantes y las
configuraciones de poder en las que emergen indican un problema irresuelto del
feminismo, extensible a toda lucha política: las paradojas de la praxis. En el
entrecruzamiento de las categorías utilizadas y las posiciones críticas de los Estudios de
Género que recogimos, la tensión mencionada se despliega entre dos posiciones que
resultan contradictorias en sus fundamentos filosóficos: por un lado, aquella que desde la
militancia apuesta por la autonomía del sujeto en el juego político, y por otro, aquella que
desde la reflexión teórica asume una concepción del sujeto como efecto de articulaciones,
justamente, aquellas articulaciones estructurales que la acción política apunta a subvertir.
Desde estas premisas es necesario pensar las luchas.
9
PARTE I
Aproximaciones a una constelación de categorías
10
Culpa. El devenir de una renuncia
Durante largo tiempo, la pretendida búsqueda del origen de la culpa estuvo signada por
una reflexión de tipo esencialista, reduciendo su explicación a la naturaleza del ser. Sin
embargo, autores posteriores como Friedrich Nietzsche y Sigmund Freud, asumieron el
análisis de la culpa desde diferentes perspectivas y metodologías.
En el marco de una empresa de corte cientificista y orientada por una pregunta de corte
clínico, Freud, encara su análisis de la culpa desde figuras míticas, transhistóricas y
universales. En cambio, Nietzsche, desde su camino genealógico, explica la culpa a
través de entrecruzamientos históricos y culturales, que lo alejan de los enfoques
esencialistas, considerando que no es posible encontrar “en absoluto su secreto esencial
y sin fechas, sino el secreto de que ellas están sin esencia, o que su esencia, fue
construida pieza por pieza a partir de figuras que le eran extrañas5”.
A la luz de nuestro problema, un punto fuerte de conexión entre ambos autores es su
reconocimiento de la imbricación de los orígenes del sentimiento de culpa y la cultura,
entendiendo el proceso constitutivo de esta última como la represión de los instintos
destructivos del ser humano para posibilitar la vida en comunidad.
En este sentido, el psicoanálisis concibe un sujeto atravesado por dos pulsiones
antagónicas, la pulsión de vida (Eros) y la pulsión de muerte (Thánatos). Con la
emergencia de la cultura, se instaura el malestar como un estado estructural, originado
por las exigencias de la vida en sociedad, redireccionando la economía de su energía
5
Nietzsche, Friedrich, El viajero y su sobra, Madrid, Edaf, 1985, p. 9
11
psíquica y dando origen al sentimiento de culpa que surge como “la expresión del conflicto
de ambivalencia, la eterna lucha entre el Eros y el instinto de destrucción o de muerte6”
El ingreso del sujeto a la cultura se produce a través del “Complejo de Edipo” que implica
la aceptación de la Ley investida en la figura del Padre, con quien establece una relación
de ambivalencia, “quisiera ser como él y reemplazarlo en todo”. El padre interfiere entre el
niño y su primer objeto de deseo (la madre); esta situación angustia doblemente al niño.
En primer lugar, ante la posibilidad de castigo representada en la castración y, en
segundo lugar, por temor a la pérdida del amor del objeto amado (la madre).
Para Freud este Complejo se encuentra en la génesis de la conciencia moral, a partir del
cual explica el doble origen de la culpa. Por un lado, el miedo a la autoridad externa
representado por la figura del Padre que conlleva a la renuncia de la satisfacción de los
instintos y, por otro lado, a una vigilancia interior omnipresente, que es definida como
super-yo y engendrada a partir de una identificación con el arquetipo paterno. Esta
identificación, tiene un carácter desexualizador de la pulsión. “Tras la sublimación, el
componente erótico ya no tiene más la fuerza para ligar toda la destrucción aleada con él,
y esta se libera como inclinación de agresión y destrucción. Sería de esta desmezcla,
justamente, de donde el ideal extrae todo el sesgo duro y cruel del imperioso deber-ser”7.
En adelante, esta autoridad exterior introyectada actuará como juez sometiendo al yo a la
necesidad de autocastigo. Así, el sentimiento de culpabilidad “descansa en la tensión
entre el yo y el ideal del yo, es la expresión de una condena del yo por su instancia
crítica”8.
6
Freud, S., El malestar en la Cultura, Obras Completas, Tomo 22, Barcelona, Editorial Losada, 1997, p. 3065
7
Freud, El yo y el ello, Obras Completas, Tomo 19, Barcelona, Editorial Losada, 1997, p. 2710
8
Freud, El yo y el ello, Op. cit. p. 2717
12
Para comprender el operar de esta actividad censora del psiquismo, es necesario
introducir las otras dos instancias psíquicas que constituyen al individuo: el ello y el yo. El
Ello, dominado por el principio de placer, es totalmente inconsciente, es la forma primitiva
y original de lo psíquico que contiene las fuerzas pulsionales de vida (Eros) y de muerte
(Thanatos). Estas pulsiones demandan su satisfacción, son el motor del pensamiento y el
comportamiento humano.
El yo quiere mediar entre el mundo (las percepciones) y el ello, sometiendo el principio del
placer al principio de realidad. Es el representante anímico del exterior e interviene en la
desexualización del deseo tomando los rasgos del objeto. “La transformación de la libido
objetal en libido narcisista, que aquí tiene efecto, trae consigo un abandono de los fines
sexuales”9.
Las tres instancias del aparato psíquico no son estáticas ni es posible comprenderlas
como unidades independientes. “El yo se forma en buena parte desde identificaciones
que toman el relevo de investiduras del ello, resignadas; que las primeras de estas
identificaciones se comportan regularmente como una instancia particular dentro del yo,
se contraponen al yo como superyó, en tanto que el yo fortalecido, más tarde, acaso
ofrezca mayor resistencia {Resistenz} a tales influjos de identificación”10.
Así, el Yo se ve sometido a tres servidumbres a tres tipos de peligros: los provenientes del
mundo exterior, de la libido del ello y de la severidad del superyó.
El vínculo del súper yo con el yo “no se agota en la advertencia: «Así (como el padre)
debes ser», sino que comprende también la prohibición: «Así (como el padre) no te es
9
Freud, El yo y el ello , Op.cit., p2718
10
Op.cit. p. 2721
13
lícito ser, esto es, no puedes hacer todo lo que él hace; muchas cosas le están
reservadas». Esta doble faz del ideal del yo deriva del hecho de que estuvo empeñado en
la represión del complejo de Edipo; más aún: debe su génesis, únicamente, a este ímpetu
subvirtiente (Umschwung)”11.
El súper yo conservará el carácter del padre y su autoridad caerá sobre el yo bajo la
forma de conciencia moral o sentimiento inconsciente de culpabilidad. En definitiva este
sentimiento hostigador que constituye al ser humano, no es más que el temor a la pérdida
del amor que se manifiesta en el plano social como la angustia a la disolución de los lazos
que sujetan al individuo a su grupo. La culpa indica el temor a la represalia y la expulsión
(material o simbólica) de la comunidad.
Al originarse en el Complejo de Edipo, gran parte del sentimiento de culpa permanece
normalmente inconsciente en el individuo y en la cultura, por eso Freud elige llamar a esta
latencia de la culpa: malestar; esa frustración o descontento que camuflado en
motivaciones múltiples oculta su núcleo central que es la angustia de castración que en el
plano social se expresa como angustia ante la conciencia moral.
El gran aporte del psicoanálisis fue introducir una teoría de la constitución y el
funcionamiento psíquico general, que permitió entre otras cosas, explicar y describir la
sexualidad en la sociedad humana y los mecanismos por los cuales la identidad sexual es
internalizada alejándose de las explicaciones biologicistas.
En tanto teoría que concibe la organización psíquica en su compromiso constitutivo con la
alteridad, con la dimensión relacional en una tópica “descentrada”, el psicoanálisis permite
poner en conexión el proceso de configuración subjetiva con las coordenadas culturales,
históricas en las que se inscribe cada sujeto y en consecuencia, permite pensar los
11
Op. cit. P.2723
14
diversos modos en que los parámetros que organizan la vida social dejan su marca en los
perfiles estructurales de los sujetos. En alguna medida puede pensarse a partir de allí, el
vínculo entre las formas de la censura y la angustia como contracaras del sentimiento de
culpa, en un marco que interroga la pertinencia social de estos fenómenos. “En la vida
anímica individual, aparece integrado siempre, efectivamente, “el otro”, como modelo,
objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y
desde un principio, psicología social…”12
La tendencia hacia la agresividad que surge como consecuencia del proceso de
advenimiento de la cultura,
debió ser reprimida para el sostenimiento de la vida
comunitaria. El precepto “Amarás al prójimo como a ti mismo” cumple, para Freud, esta
función. Pero, a su vez, desconoce está tendencia constitutiva del hombre y por eso se
torna irrealizable, devuelve la agresión contra el mismo sujeto donde se originó,
acechándolo a través de su propio súper yo. “Es asombroso que el ser humano, mientras
más limita su agresión hacia afuera, tanto más severo – y, por ende, más agresivo- se
torna en su ideal del yo.13”
Por su parte Nietzsche, manteniendo la represión de los instintos de destrucción del
hombre como explicación central de la culpa, hará hincapié en el binomio deudor/acreedor
para explicarla. Esta relación remite a las formas básicas de compra, venta, cambio y
comercio y consolida como regla general la creencia de que todo es medible y de que
“toda cosa tiene su precio; todo puede ser pagado”. En oposición a la concepción
moderna de justicia sobre la que algunos genealogistas de la moral explicarán la culpa,
este autor señala que en última instancia, la retribución invariable era el sentimiento de
12 Freud, S., Psicología de las masas y análisis del yo, Obras Completas, Obras Completas. Tomo 19, Barcelona, Editorial Losada,
1997, p.2570
13
Freud, S., El yo y el ello,op.cit. p.2725
15
bienestar que experimentaba el acreedor al descargar su maldad y poder sobre el deudor;
su derecho a la crueldad antes que un sentimiento de justicia.
Las relaciones entre el deudor y el acreedor, se basaban en una equivalencia entre
perjuicio y dolor, y de esta forma eran saldadas a través de procedimientos y actos que
formaban parte del entramado de significaciones e imponían una memoria colectiva.
“Cuando el hombre consideró necesario hacerse una memoria, tal cosa no se realizó
jamás sin sangre, martirios, sacrificios…14” Ciertas ideas, principios y normas deben
volverse imborrables para mantener la convivencia social.
En este punto, los abordajes de ambos autores confluyen en la consideración de la culpa,
de modo paradójico, como causa y efecto de la vida en sociedad.
Para Nietzsche, en esta fundación de un orden latente signado por el horror, la culpa
emerge de la tensión entre la capacidad de olvido y una facultad opuesta, una memoria
de la voluntad, “un activo no-querer-volver-a-liberarse15”. Esta capacidad positiva de no
olvidar es la que introduce en el orden social la responsabilidad, un poder sobre sí, sobre
el destino y sobre la relación con sus iguales. Para Nietzsche, de esto se trata la
conciencia.
En cada época “…se acaba por retener en la memoria cinco o seis “no quiero”, respecto a
los cuales uno ha dado su promesa con el fin de vivir entre las ventajas de la sociedad, - y
¡realmente!, ¡con ayuda de esa especie de memoria se acabó por llegar “a la razón!”16 Lo
que la Modernidad enalteció con el nombre de razón, no es más que el resultado de un
violento proceso de sellado de la memoria colectiva y la necesidad de hacer calculables
14
Nietzsche, F. Genealogía de la Moral, Buenos Aires, Ediciones Libertador, 2007, p.63
15
Nietzsche, F. Genealogía de la Moral, op.cit., p. 59
16
Nietzsche, F. Genealogía de la Moral , op.cit., p. 59
16
las conductas humanas. Este proceso condujo a “la moralización y al reblandecimiento
enfermizos, gracias a los cuales el animal “hombre” acaba por aprender a avergonzarse
de todos sus instintos17”.
La puesta en escena de las represalias a aquellos que se desvían de la norma opera en la
dimensión del imaginario con el mismo fin que el precepto “Amarás a tu prójimo como a ti
mismo” utilizado por Freud para comprender el funcionamiento de la vida en sociedad.
Encontramos tanto en Freud como en Nietzsche la idea de que la conciencia no es fuente
sino efecto de los procesos de entramado social-moral. Más tarde, Foucault condensaría
estos procedimientos en el concepto de biopoder.
Cuando la sociedad se complejizó, fue necesario que el hombre reprimiera y
posteriormente sublimara estos instintos que se vuelven contra él en forma de “mala
conciencia”. Nietzsche utiliza este término para hablar de la culpa, entendida como “…la
profunda dolencia a que tenía que sucumbir el hombre bajo la presión de aquella
modificación, la más radical de todas las experimentadas por él, de aquella modificación
ocurrida cuando el hombre se encontró definitivamente encerrado en el sortilegio de la
sociedad y de la paz18”.
Como parte constitutiva del propio dispositivo que le otorga la vida en comunidad, el
hombre deviene en un ser escindido, “que se hace sufrir por el placer de hacer sufrir”.
En este estadio, la comunidad asume el rol de acreedor y sus miembros asumen la
conciencia de la deuda. A medida que el poder del acreedor se acrecienta, el castigo
hacia el deudor se distiende, porque éste no representa ya un peligro para su
funcionamiento. En este vínculo dialéctico, la culpa opera como un regulador de la vida
17
Nietzsche, F. Genealogía de la Moral, op. cit. p. 72
18
Nietzsche, F., op.cit., p. 93
17
social, en tanto indicador del peligro que supone la trasgresión a los lugares culturalmente
establecidos.
A partir de lo desarrollado, se reconoce una profunda relación entre culpa, memoria y
dolor, que cada época condensará en diferentes significantes que invisten operaciones de
dominación que sostienen las formas de organización social. Y, como se verá a
continuación, en tanto aluden a sus mecanismos, constituyen una puerta de entrada para
el análisis del revés de la trama que produce su funcionamiento.
La eficacia política del significante vacío
“El signo es el nombre de una escisión, de una imposible
sutura entre significante y significado”.
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe
El estallido de la lógica estructuralista condujo a la conformación de un campo atravesado
por el deseo de una estructura siempre ausente, por un ideal de centro inexistente y a su
vez, estructurador. Desde la óptica posestructuralista, muchos autores y autoras, se
arrojaron a la tarea de reflexionar en torno al componente contingente de la significación y
su poder político, así como el carácter discursivo de lo social.
A partir de este momento, el signo se convierte en “el nombre de una escisión, de una
imposible sutura entre significante y significado19”. Esta imposibilidad será efecto del
exceso de significación que le otorga su labilidad al significante.
Desde una consideración ideológica del lenguaje y la significación, Laclau repone la
dimensión social de la lengua en tanto discurso y por esta vía, logra zanjar meollos
19
Laclau E. y Mouffe, C., Hegemonía y Estrategia Socialista. Hacia una radicalización de la democracia, Madrid, Siglo XXI, 1987, p.
130
18
centrales alrededor de la materialidad del discurso como las dicotomías subjetivo/objetivo,
discursivo/extradiscursivo.
Al concebir los fenómenos significantes en su espesor sociocultural, el significado de las
palabras ya no remitirá a la función de representación sino a su uso público, a las reglas
que permiten los “juegos de lenguaje20” dentro del contexto de las formas sociales que
organizan y dan sentido a los mismos.
A su vez, el movimiento de descentramiento explicado por Derrida, demolió el último
sostén de la estructura. Sin centro fijo, la posibilidad de anclar un sentido exterior al flujo
de las diferencias devino irrealizable. “Esta ausencia del significado trascendental
extiende infinitamente el campo y el juego de la significación21”.
El movimiento de juego posibilitado por la falta, por la ausencia de un centro es el
movimiento de suplementariedad, un exceso de significación que es lo que en definitiva
permiten el pensamiento simbólico.
En esta línea, Ernesto Laclau y Chantall Mouffe, definen al discurso como totalidad
relacional, sin una positividad extrínseca a priori, sino como una lógica abierta por la
incompletitud permeada por la contingencia. “Una formación discursiva no se unifica ni en
la coherencia lógica de sus elementos, ni en el a priori e un sujeto trascendental…el tipo
de coherencia que atribuimos a una formación discursiva es cercano al elaborado por
Foucault: la regularidad en la dispersión22”.
20
Wittgenstein, L. Investigaciones filosóficas, Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Filosóficas, 2004
21 Derrida, J. Derrida, Jaques, “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las Ciencias Humanas”, en La escritura y la
diferencia, op.cit., p.385
22
Laclau, E. y Mouffe, C., op.cit., p.120
19
En ese terreno magmático se origina la posibilidad de articulación en oposición a la
fijación esencialista, entendida como una práctica discursiva que surge de la propia
dispersión. En esta práctica de articulación se establece una relación entre elementos,
una fijación/dislocación dentro de un sistema de diferencias que modifica la identidad de
esos elementos, convirtiéndolos en momentos.
La relación articulatoria “…debe atravesar todo el espesor material de instituciones,
rituales, prácticas de diverso orden, a través de las cuales una formación discursiva se
estructura23”. En los discursos resulta imposible distinguir lo puramente lingüístico de las
prácticas sociales o los objetos en un sentido óntico.
Laclau y Mouffe afirman: “a) que todo objeto se constituye como objeto de discurso, en la
medida en que ningún objeto se da al margen de toda superficie discursiva de
emergencia; b) que toda distinción entre los que usualmente se denominan aspectos
lingüísticos y prácticos (de acción) de una práctica social, o bien son distinciones
incorrectas, o bien deben tener lugar como diferenciaciones internas a la producción
social de sentido, que se estructura bajo la forma de totalidades discursivas24”.
De ello se desprende que las propiedades materiales de las cosas no puedan ser
consideradas esencias que emanan de la propia cosa y de la cual resultaría uno y sólo un
concepto, ni se puede afirmar que existen características objetivas que logren delimitarse
al margen del discurso. “…lo Real no contiene un modo necesario de ser simbolizado25”.
23
Laclau, E. / Mouffe, C., op. cit., p. 125
24
Laclau, E. / Mouffe, C., op. cit. p. 121
25
Zizek, S. “Che vuoi?”, en El sublime objeto de la ideología, Siglo XXI, México, 1992, p.137
20
El carácter arbitrario y contingente de los signos, abre la posibilidad de nombrar las cosas
de nuevas maneras; Laclau utiliza el concepto de significante flotante para hacer
referencia a estos elementos que no logran ser articulados en la cadena discursiva.
Este espacio móvil, polisémico, contingente que se escapa a cualquier fijación constituye
la dimensión simbólica de lo social. Sin embargo, esto no indica la apertura total de las
formaciones discursivas, sino que para garantizar la vida en sociedad, deben establecerse
límites parciales. Existen ciertos significantes nodales que fijan el sentido de la cadena,
estas sujeciones parciales constituyen lo social; establecen límites parciales que evitan la
proliferación de múltiples sentidos capaces de subvertir el sistema, pero revelan a su vez,
la imposibilidad de fijar sentidos últimos. “El discurso se constituye como intento por
dominar el campo de la discursividad, por detener el flujo de las diferencias, por constituir
un centro26”.
La necesidad es definida como un esfuerzo de literalización que fija las diferencias de un
sistema relacional en identidades fijas, pero como la sutura discursiva jamás es total, la
contingencia se abre como permanente posibilidad de subversión. “La literalidad es, en
realidad, la primera de las metáforas”.
Slavok Zizek retoma la expresión Lacaniana “point de capiton”, para dar cuenta del
funcionamiento de ese núcleo de significación en torno al cual los otros términos
encuentran su unidad. Pero, aclara, que lejos de tener una significación última este punto
condensador es pura diferencia; su identidad queda definida en términos topológicos de
posición-relación. “La pura diferencia se percibe como identidad”.
Zizek afirma que es este significante nodal el que constituye el núcleo de la “identidad del
objeto” y en tanto significante vacío, deviene operador del sostén de todo el edificio
26
Laclau, E. / Mouffe, C., op. cit.., p. 139
21
ideológico. “El designante rígido apunta a ese núcleo imposible-real, a lo que hay en un
objeto más allá del objeto, a ese plus producido por la operación significante27”.
Para analizar esta operación, se vuelve fundamental encontrar la conexión entre la
contingencia de la nominación y la constitución de estos núcleos que confieren identidad a
la constelación de prácticas que ingresan en su atmósfera.
Dentro de la cadena de significantes, la transferencia de significación no se produce en
forma lineal o progresiva sino que se produce retroactivamente, es decir que algunos
significantes flotantes son atados a un significante amo dador de significado.
Por otro lado, al fijar el significado en su contingencia, asume diacrónicamente el lugar de
código sincrónico. “La norma no es una regla en el sentido que sostiene el realista (es
decir, algo que determina desde arriba cada instancia de su aplicación), sino una
interpretación o aplicación sedimentada que es hegemónica y que tendemos a repetir sin
conocer que somos nosotros quienes interpretamos la regla de esa manera, pero
podríamos interpretarla de otra28”. Por ello, en toda regla, en todo juego, está el germen
de su fracaso y su subversión.
Precisamente este centro vacío, esta sutura inconclusa definen el carácter imposible de la
sociedad, que dentro de esta lógica de posiciones sólo puede pensarse como un continum
de diferencias. Como espacio retórico, como gramática unificada, lo social es el lugar
donde
se
expresa
una
eterna
lucha
dialéctica
entre
lo
interno/externo,
necesidad/imposibilidad, universalidad/particularidad donde cada dimensión subvierte a la
otra; no logra ser fijado a formas y signos últimos, pero se define en su esfuerzo por
lograrlo.
27
Zizek, S., op.cit. p.137
28
Zerrilli, María, El feminismo y el abismo de la libertad, 2008, Buenos Aires, Fondo de la Cultura Económica, p. 114
22
Esta forma de concebir lo social/discursivo en tanto unidad indisociable permite
problematizar las dicotomías anteriormente mencionadas. Justamente, es esta ausencia
de centro, esta incompletitud constitutiva que opera a partir de diferencias lo que define
las identidades sociales y concede la promesa de universalidad propia del juego político y
la lucha por la hegemonía. “Más aún, la “incompletitud” de todas y cada una de las
identidades es el resultado directo de su emergencia diferencial: ninguna identidad
particular puede emerger sin suponer y proclamar la exclusión de otras, y esta exclusión
constitutiva o antagonismo es la misma condición compartida de toda constitución de
identidad29”.
El antagonismo como expresión de la imposibilidad de la sociedad es en sí constitutivo de
lo social, señalando la imposibilidad de una presencia plena y de cierre total. En esta
imposibilidad, lo universal deviene irrepresentable excepto como expresión de una
particularidad contingente que “produce una serie de efectos cruciales en la
estructuración/desestructuración de las relaciones sociales30”.
El movimiento de la identificación se constituye en un acto de articulación, es el cierre
transitorio de una estructura pero en el horizonte de la trascendentalidad. El
desplazamiento de un significado hacia nuevos usos, esa subversión, en tanto decisión,
es el lugar de emergencia del sujeto; “…el sujeto es la distancia entre lo indecible de la
estructura y la decisión31”.
29 Butler J. en Judith Butler, Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la
izquierda, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 38
30 Laclau E. en Judith Butler, Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la
izquierda, op.cit. p. 64
31
Laclau, E, Judith Butler, Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la
izquierda, op.cit. p.85
23
La decisión es un momento contingente, una encarnación transitoria de la estructura,
personificación de la sociedad y a la vez condición de libertad. Las sociedades, en
definitiva, están constituidas por múltiples decisiones contingentes y es entre los límites
del marco normativo y esta no determinación a priori, donde se construye la identidad.
En este punto precisamente se establece el paralelo con la interpretación psicoanalítica
del proceso de identificación como interacción de la identificación simbólica (Ideal de yo) y
la identificación imaginaria (yo ideal). “Esta interacción de identificación imaginaria y
simbólica bajo el dominio de la identificación simbólica constituye el mecanismo mediante
el cual el sujeto se integra en un campo socio-simbólico determinado –el modo en que
él/ella asume ciertos “mandatos”…32"
El sujeto siempre está ligado a un significante a través del cual se presenta y representa
ante el otro y de esta forma, asume el mandato simbólico que permite su ingreso a la red
de relaciones simbólicas. Este significante en operar contingente funciona como el Gran
Otro en términos psicoanalíticos al imponer ciertos mandatos.
La intersubjetividad es pagada con la sumisión del sujeto a ese significante performativo a
través del cual el sujeto deviene en objeto del deseo del Otro.
La fantasía aparece como una respuesta a la incertidumbre que genera la interpelación
del deseo del Otro, por medio de esta, el sujeto puede aprender a desear en
contraposición de ese deseo estructurado y estructurante que impone el orden simbólico.
En los procesos de identificación, la decisión se convierte en “…el momento del sujeto
antes de la subjetivación33”, la cual, de todas maneras, está condicionada –no
32
Zizek, S., op.cit. p.153
33
Laclau, E. en Judith Butler, Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, op. cit. p. 85
24
determinada- por el marco normativo de una sociedad. Es por ello que Laclau señala que
este momento se encuentra internamente escindido: “es, por un lado, esa decisión (un
contenido óntico preciso), pero, por otro lado, es una decisión (tiene la función ontológica
de proveer un cierto cierre a lo que estaba estructuralmente abierto)34”.
La ausencia de una sutura final, la imposibilidad de la universalidad y plenitud, explica la
eficacia política del uso de los significantes vacíos, es decir, la indefinición en los vínculos
entre un nombre y su significado original específico. “La autonomía, irreducible del
significante frente al significado, es la condición de hegemonía que estructura lo social
desde su misma base35” y es a la vez lo que abre la posibilidad de una contra hegemonía.
Esta potencial apertura de lo social, esta imposibilidad original genera significantes vacíos
que logran una sutura contingente. Estos “…son nombres de lo incondicionado en un
universo totalmente condicionado-, pueden en diferentes momentos identificarse con los
objetivos sociales o políticos de varios grupos divergentes36”.
En la construcción social del mundo, significante/significado (forma/contenido) resultan
indisociables, unificados por el principio de la diferencialidad. En ella, la relación
hegemónica “…requiere la producción de significantes tendecialmente vacíos que,
mientras mantienen la inconmensurabilidad entre universal y particulares, permite que los
últimos tomen la representación del primero37”.
Sin embargo, está relación nunca es completa, la sutura hegemónica nunca logra ser
total, sino que existe un proceso de contaminación mutua entre los significantes vacíos y
34
Laclau, E. en Judith Butler, Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, op. Cit. p.85
35
Laclau E. en Butler, Laclau, Zizek, op.cit, p.83
36
Laclau E. en Butler, Laclau, Zizek, op.cit, p. 188
37
Laclau E. en Butler, Laclau, Zizek, op.cit, p 62
25
las particularidades. En el plano social, dirá Zizek: “La fantasía social es el medio que
tiene la ideología de tener en cuenta de antemano su propia falla38”.
Es por ello que el análisis de ciertos signos permite valorar la eficacia política de los
significantes vacíos. Si como señala Zizek, el espacio ideológico está constituido por
significantes flotantes, cuya identidad está abierta, sobredeterminada por la articulación
de sus elementos, detectar qué significantes nodales totalizan el espacio social y fijan
parcialmente el movimiento de la significación se vuelva fundamental para el juego de la
lucha ideológica.
Si las identidades son posibilidades latentes de articulación y/o exclusión, esto supone
que las relaciones sociales y políticas están abiertas al cambio. Sin embargo, esta
indeterminación abre interrogantes sobre las posibilidades de la acción política en esta
arquitectura teórica. Acaso, ¿es posible seguir pensando la política como una decisión
racional con arreglo a fines o valores? O, en cambio, será necesario conceptualizarla de
otro modo, asumiendo que el sujeto esta atrapado en una red de relaciones significantes
en la que puede intervenir pero de la que no es amo ni origen.
El análisis de la articulación y rearticulación de múltiples significados que confluyen en el
significante culpa nos permitirá entrever las estrategias androcéntricas que en diferentes
épocas organizaron las asimetrías entre hombres y mujeres.
Género: efectos de una tecnología política compleja
La categoría de género se transforma en una herramienta metodológica indispensable a
la hora de definir el rumbo de nuestra investigación y será fundamental para desentrañar
los significados que la sociedad fue construyendo a lo largo de la historia en torno a lo que
38
Zizek, S., op. cit., p. 173
26
se espera de mujeres y varones, dejando al descubierto las dicotomías sobre las que se
instauraron los discursos fundadores de la modernidad.
Como un estigma de la sociedad patriarcal, estas dicotomías son resignificadas por un
reduccionismo sexista que se filtra naturalizando visiones, institucionalizando violencias y
relativizando situaciones de opresión sobre “el sexo débil”.
Entendemos que la idea sostenida por los Estudios de Género sobre la posibilidad de
lograr la autonomía del sujeto femenino a través de una crítica posicionada en un “afuera”
del entramado social en que se constituye, choca con las concepciones de sujeto y de lo
social sistematizadas a lo largo de las secciones anteriores. Sin embargo, utilizaremos la
categoría de género apelando a su finalidad política en el marco de las luchas feministas y
nuestra intencionalidad de aportar en este camino.
Los Estudios de Género buscan hacer visibles a las mujeres y su experiencia, así como el
sostenimiento de su opresión; comprenden todos aquellos conceptos, teorías y críticas
que se han propuesto y se proponen develar el orden material y simbólico androcéntrico
para emancipar a las mujeres de las categorías heredadas y modos de comprender el
mundo falocéntricos.
A pesar de su heterogeneidad, tanto en sus orígenes como en sus desarrollos, comparten
el uso de la categoría de género que permite deconstruir los supuestos sobre los que se
ha erigido el pensamiento occidental: la equivalencia entre humano = masculino y
masculino = humano. “Esta equivalencia ontológica asume la forma de una lógica binaria,
jerárquica y atributiva, ya que instituye a uno de los sexos, el masculino, como modelo
positivo del comportamiento humano, y es desde este modelo que configura al otro sexo
27
sobre la base de atribuciones en términos de negatividad respecto del modelo”39.
Atributiva en tanto otorga a los predicados del sexo masculino la propiedad del modelo
humano y construye al otro género en términos de negatividad. Binaria, porque alterna
sólo dos valores, instalando uno como verdadero y otro como falso. Jerárquica, en tanto
transforma uno de los dos términos en inferior; lo diferente es siempre negativo de aquello
que lo hegemónico señala como lo uno.
En términos históricos, esta tradición de estudios parte de una ecuación básica que iguala
sexo y género. Pensamientos posteriores permitirán romper con esta falsa subsunción
para problematizar ambas categorías como instancias conformadas dentro de un
entramado cultural, lingüístico e histórico. El/los géneros no pueden ser verdaderos ni
falsos, sino que son efectos del discurso que entrañan relaciones de poder naturalizadas
en identidades y costumbres. En este sentido, no se trata de justificar, ni de demostrar la
falsedad de los alcances del sexo, sino mostrar que los fundamentos que se utilizan para
tal fin son estrategias políticas. “De allí que lo extraño, lo incoherente, lo que queda
“afuera” nos brinde la posibilidad de comprender el mundo dado-por-sentado de la
categorización sexual como un mundo construido y, por cierto, como un mundo que
podría ser construido de manera diferentes40”.
El término género aparece por primera vez en 1955 cuando el investigador John Money
propone hablar de “papel de género” para describir el conjunto de conductas atribuidas a
los varones y las mujeres. En 1968, Robert Stoller estableció más nítidamente la
diferencia conceptual entre sexo y género.
39
Bonder, G., “Los estudios de la mujer y la critica epistemológica a los paradigmas de las Ciencias Humanas”, trabajo presentado en
el 1° Coloquio Internacional sobre Investigación y Enseñanza Relativos a la Mujer, Canadá, 1982op. cit., p. 16
40
Butler, J., El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad, México, Paidós, 2001, p. 110
28
Sin embargo, la utilización política de la categoría género para develar y denunciar las
relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres, es extendida por las feministas
a partir de la década del ´60. “El término género forma parte de un esfuerzo de las
feministas contemporáneas por reivindicar un territorio definitorio específico, de insistir en
la insuficiencia de los cuerpos teóricos existentes para explicar la persistente desigualdad
entre hombres y mujeres41”.
En el inicio de los estudios feministas, el género aún quedaba encerrado en una relación
que igualaba género y mujer. Aportes posteriores centraron el foco de análisis en la
relación desigual y ampliaron la categoría como espacio articulador primario del poder,
vinculándolo con otras desigualdades como la de clase social y etnia. De esta forma, es
posible comprender que “el género asigna a una entidad, digamos a un individuo, una
posición dentro de una clase y, por lo tanto, también una posición vis-a-vis con otras
clases preconstituidas.”42
Al considerar el género como un concepto clave para nuestro análisis, es preciso delimitar
qué entendemos por esta categoría. El género es una construcción cultural que organiza
las relaciones sociales a partir de la diferencia entre los sexos. “Como la sexualidad, el
género no es una propiedad de los cuerpos o algo existente en los seres humanos sino el
conjunto de efectos producidos en los cuerpos, los comportamientos y las relaciones
sociales, en palabras de Foucault, por el despliegue de una tecnología política
compleja”.43
41
Scott, J, El género: una categoría útil párale análisis histórico en Sexualidad, género y roles sexuales, Fondo de Cultura Económica,
1999, p. 59
42
Lauretis de, Teresa, “La tecnología del género”, op. cit. p. 10
43
Lauretis de, Teresa, “La tecnología del género”, op.cit., p. 8
29
De acuerdo a Joan Scott, el género comprende cuatro elementos interrelacionados44:
1- símbolos culturalmente disponibles que evocan representaciones múltiples y a
menudo contradictorias –Eva y María por ejemplo, como símbolos de la mujer en
la tradición cristiana occidental-, pero también mitos de luz y oscuridad, de
purificación y contaminación, inocencia y corrupción.
2- Los conceptos normativos que manifiestan las interpretaciones de los significados
de los símbolos, en un intento de limitar y contener sus posibilidades metafóricas.
Esos conceptos se expresan en doctrinas religiosas, educacionales, científicas,
legales y políticas, que afirman categóricamente y sin lugar a dudas el significado
de varón y mujer, masculino y femenino.
3- Una noción de fijeza (como si las posiciones normativas fueran producto del
consenso social y no de conflictos), una apariencia de una permanencia atemporal
en
representación binaria del género cuando en realidad son impuestas por
instituciones y organizaciones sociales.
4- La identidad subjetiva. Las formas en que se construyen sustancialmente las
identidades genéricas y la relación de ellas con una variedad de actividades,
organizaciones sociales y representaciones culturales históricamente específicas.
Como explica De Lauretis, el sistema sexo-género funciona como “una construcción
sociocultural como un aparato semiótico, un sistema de representación que asigna
significado (identidad, valor, prestigio, ubicación en la jerarquía social, etc.) a los
individuos en la sociedad”. El concepto de sistema sexo-género, introducido por Gayle
Rubin, designa un conjunto de disposiciones por el cual los datos biológicos del sexo son
producidos por la cultura, adoptando ciertas convenciones y transformando las
necesidades humanas; el sexo es en sí, un producto social. En el análisis de este sistema
44
Scott, J., op.cit., p. 61
30
que instala diferentes formas de opresión se debe tener en cuenta todas sus dimensiones:
“la evolución de formas de mercancía en mujeres, los sistemas de tenencia de la tierra,
ordenamientos políticos, tecnología de subsistencia, etcétera45”.
Androcentrismo, los límites socio-simbólicos de una dominación
“El hombre se ha comprendido a sí mismo como ser genérico, el comportamiento del
hombre se ha convertido en el modelo del comportamiento humano46”. El punto de vista
hegemónico del pensamiento que en Occidente toma la forma del “hombre” como medida
de todas las cosas, vector de la lógica y fuente de la razón, es definido por los Estudios de
Género como “androcentrismo”.
Recuperando la etimología de la palabra, androcentrismo proviene del griego: aner-dros
hace referencia al ser de sexo masculino, al hombre por oposición a la mujer, y por
oposición a los dioses: al hombre de una determinada edad (que no es niño, ni
adolescente, ni anciano), de un determinado status (marido) y de unas determinadas
cualidades (honor, valentía) viriles. El segundo término de este concepto alude a su
posición central47.
La ideología del sistema androcéntrico constituye la operación de generalización de lo
humano como sinónimo de lo masculino, en otros términos produce la totalización de la
parcialidad masculina como el universo de lo humano que es sinónimo de lo masculino,
naturalizando un sistema de relaciones desiguales, valores implícitos y dominación. Sin
embargo aquel genérico masculino no es asimilable a cualquier hombre, sino que está
45
Rubin, Gayle, “El tráfico de mujeres: notas sobre la “economía política” del sexo”, en ¿Qué son los estudios de mujeres?, Navarro
M. y Stimpson C. (comp.), Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1998, p. 69
46
Beauvoir, Simone de, El Segundo Sexo, Buenos Aires, Debolsillo, 2007, p. 28
47
Moreno, Amparo., El arquetipo viril protagonista de la historia. Ejercicios de lectura no androcéntrica, Horas y Horas la editorial,
Madrid, 1986, p.11
31
sustentado en lo que Amparo Moreno definió como arquetipo viril: “…un ser humano de
sexo masculino, adulto y cuya voluntad de expansión territorial y, por tanto, de dominio
sobre otras y otros mujeres y hombres le conduce a privilegiar un sistema de valores que
se caracteriza, como ya resaltó Simone de Beauvoir, por valorar positivamente la
capacidad de matar…”48.
El sistema de dominación patriarcal, en tanto, “conjunto metaestable de pactos –así
mismo metaestables- entre los varones por el cual se constituye el colectivo de estos
como género-sexo y, correlativamente el de las mujeres49” se sustenta en lo que Celia
Amorós define como sexismo ideológico en función de una organización social
discriminatoria.
Esta cosmovisión se sostiene y reproduce a lo largo de la historia a través de discursos
que se instauran como credos de la cultura, estableciendo los límites de nuestra realidad
y nuestro universo mental viril. Las sucesivas teorías, corrientes y narrativas han
establecido a la mujer como lo Otro, articulándose con las relaciones de poder sociales
vigentes, contribuyendo a sostenerlas y perpetuarlas.
Como señala Foucault, las relaciones de dominación constituyen un terreno fundamental
para abordar el análisis del poder, ya que tienen “… el papel de mostrar cuáles son los
efectos de saber que se producen en nuestra sociedad por obra de las luchas, los
enfrentamientos, los combates que se libran en ella, así como por las tácticas de poder
que son elementos de esa lucha50”.
48
Moreno, A.., op.cit., p.11
49
Amorós,, C., “Notas para una teoría nominalista del patriarcado”, en Asparkin N° 1, Universidad Jaume I, Castellón, 1992, p. 52
50
Foucault, M., Seguridad, territorio, población, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007, , p. 17
32
La dominación tiene su origen en la transformación de la relación entre el sí-mismo y el
otro de la que depende la autoafirmación y el reconocimiento. El desequilibrio que
instaura la dominación conlleva a la objetivación de uno de los polos de la relación y su
sometimiento a una posición de acatamiento y reproducción de un estado de cosas dado
y asimilado como orden natural.
Esta relación arbitraria de dominación estructura el orden social haciendo aparecer como
naturales y necesarias las construcciones culturales que justifican la división entre los
sexos. La dominación se inviste en la forma de una diferencia entre los sexos “conforme a
los principios de la división de una visión mítica del mundo51”.
Convertida en esencia, la superioridad masculina logra imponer al hombre como ser
universal, parámetro y escala de lo humano. Mito y dominación se articulan para imponer
lo permitido y lo vedado naturalizando lo artificial, mediante “…la socialización de lo
biológico y la biologización de lo social…52” que imprime en los cuerpos los límites y la
diferencia que determinan las posiciones dominados/dominantes.
De esta manera, “a través de un formidable trabajo colectivo de socialización difusa y
continua, las identidades distintivas que instituye el nomos cultural se encarnan bajo la
forma de habitus claramente diferenciadas, según el principio de división dominante y
capaces de percibir el mundo según ese principio de división53”.
En las prácticas cotidianas se produce una legitimación constante y ciega que se filtra en
el cuerpo social a través de discursos dogmáticos enquistados en la memoria colectiva y,
en los cuerpos individuales por la activación de categorías de percepción, pensamiento y
51
Bourdieu, P., La dominación masculina, Barcelona, Editorial Anagrama, 2000, p. 36
52
Bourdieu, P., La dominación masculina, op.cit. 32
53
Bourdieu, P., La dominación masculina, op. Cit. p.40
33
acción que conforman lo que Bourdieu denomina habitus, posibilitando la coincidencia de
las estructuras objetivas y cognitivas para perpetuar la inmutabilidad de lo mismo.
Ante la incorporación primaria del orden patriarcal, el cuerpo deviene en lugar político y
las posibles transgresiones son arrojadas de antemano al territorio de los impensados.
Cualquier actitud o pensamiento que intente romper el destino topográfico asignado a las
mujeres suele ser abortada a causa del malestar que genera ir contra la lógica del
designio social.
Ir contra la razón de nuestro tiempo impone penosos castigos. “El
carácter apremiante de las normas y las reglas sociales puede conducirnos a tratar
nuestros acuerdos sociales como si fuesen necesarios, mientras que la naturaleza oculta
de esa compulsión puede hacer que los tratemos como si fuesen voluntarios54”.
El dominio masculino, inscrito en las relaciones sociales de explotación entre los sexos,
se recrea en el mundo social y en el subjetivo. Éste “…impone una coerción que se
instituye por medio del reconocimiento extorsionado que el dominio no puede dejar de
prestar al dominante al no disponer, para pensarlo y pensarse, más que de instrumentos
de conocimiento que tiene en común con él y que no son otra cosa que la forma
incorporada de la relación de dominio”55. Si tales estructuras androcéntricas invariables y
totalizantes están actuando “¿nos sirve ver cómo se pueden forjar nuevas articulaciones
sociales y políticas a partir de la subversión de la actitud natural dentro de la cual
vivimos?56”
Pero, los conceptos y las prácticas del movimiento feminista han abierto el
cuestionamiento a las bases de los sistemas de significación del patriarcado,
54
Zerrilli, op. Cit. p. 129
55
Bourdieu, P, La dominación masculina, op. Cit., p. 52
56
Butler J. en Judith Butler, Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la
izquierda, op. Cit., p. 35
34
construyendo nuevos referentes de identificación. Sin embargo, el anhelo de algunas
feministas de poder producir una propia teoría total que explique aquello que el
androcentrismo margina las ha conducido a cometer los mismos errores que la filosofía
occidental. Este deseo “…incita a la tentación dogmática de buscar el significado fuera de
las prácticas humanas, de convertirlo en algo que posee condiciones de verdad más allá
de lo que podamos decir…57”
A fines de los ´60, las identidades formateadas por la modernidad fueron abordadas
desde múltiples discursos. El post estructuralismo y el deconstructivismo problematizaron
el esquematismo binario de la construcción de identidades fijas. Con la eclosión de las
diversidades, desde los Estudios de Género se comienzan a cuestionar los esencialismos
y los postulados vitales de la dominación patriarcal.
Como señala María Angeles Durán, respecto a la posición desprendida los primeros
Estudios de Mujeres tomó la forma de un extrañamiento, de un malestar intelectual” que
pudo estimular el rompimiento con algunas verdades establecidas.
Para Jaques Ranciére, la política “consiste en crear una relación entre cosas que no la
tienen58”.
El sujeto político mujeres se constituye en un espacio de articulación de
intereses, que sutura temporalmente una identidad y permite cuestionar el orden
imperante y hacer reclamos en nombre de ese sujeto.
“La afirmación positiva de nuestra existencia en tanto mujeres, nos enfrenta drásticamente
con los límites socio-simbólicos de la cultura patriarcal, para la constitución de la mujer
como sujeto59”. En esta primera etapa el develamiento de los mecanismos significantes de
57
Zerrilli, Maria, op.cit.., p. 97
58
Ranciére, J., El desacuerdo: política y filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión, 1996, p. 40
59
Bonder, Gloria, op.cit., p.11
35
dominación androcéntrica fue la condición de posibilidad para afirmar una forma de ser
contraria a la heterodesignación como Otro, la posibilidad del pasaje simbólico y material
de constitución de objeto a sujeto.
Las reflexiones acerca del género, se preocupan por las condiciones, los contextos en los
cuales nuestras creencias más profundas quedarían invalidadas, como afirma Zerrilli, “lo
que ha estado en juego todo este tiempo no es si las convenciones del género son
certeras en el sentido de estar permanentemente más allá de toda discusión sino qué
clase de discusión entrañarían60”.
¿Es posible una reflexión crítica autoconsciente que pueda salirse del universo conceptual
mismo donde la duda o la crítica han nacido? O en cambio, de lo que se trata es de
ejercer nuevas prácticas de figuración posibilitadas por la apertura del discurso y sus
suturas contingentes. De ser así, ¿cuál es la eficacia política de estos ejercicios de
imaginación? ¿Es posible alterar nuestro sentido y vínculo con lo real? ¿Cuál es el
alcance político de ello para el sujeto mujeres?
La clausura de la omnipresente apertura del discurso es un efecto ideológico de luchas
políticas. Crear
nuevas relaciones entre signos que estimulen otras maneras de
aprehender el mundo, enunciar contra-verdades frente a las contingentes verdades
instituidas. “…quizás exista una manera de habitar y perturbar el adentro (lo ordinario) sin
sucumbir a la ilusión de alcanzar el afuera (el punto de vista externo)61”.
60
Zerrilli, op.cit., p.125
61
Zerrilli, op.cit., p. 141
36
Apuntes para una genealogía no androcéntrica
“La mujer se define como un ser humano en busca de valores en el seno de un mundo de valores… vacilante
entre el papel de objeto, de otro que le es propuesto y la reivindicación de su libertad.”
El Segundo Sexo (Simone de Beauvoir)
La genealogía es un volver hacia atrás que metodológicamente estuvo signada por la
búsqueda de los orígenes y la descendencia; Nietzsche y posteriormente Foucault,
tomaron este camino metodológico pero negaron la existencia de una historia lineal y
unívoca. En cambio, propusieron captar los sucesos en su singularidad, abriendo grietas
en la historia para encontrar aquello inasible para la memoria oficial. Esta indagación se
opone a la búsqueda de el origen e intenta “…captar su retorno, pero en absoluto para
trazar la curva lenta de una evolución, sino para reencontrar las diferentes escenas en las
que han jugado diferentes papeles62”.
La genealogía no estudia sustancias, sino relaciones, y estas relaciones siempre están
atravesadas por el poder (tal como lo define Foucault). Para este autor “…el análisis de
esas relaciones de poder puede iniciar o poner en marcha algo así como el análisis global
de una sociedad63”.
De este modo, la búsqueda genealógica no encuentra elementos aislados y consecutivos
que en su aparición eliminan a los precedentes, sino que por el contrario se sumerge en
una enmarañada trama de sentido, de “correlaciones y sistemas de dominantes” que en
cada época habilitan el terreno para la circulación de ciertos significantes.
62
Foucault, Michelle, “Nietzsche, la genealogía, la historia” en Microfísica del poder, Madrid, Editorial La Piqueta, 1992, p.9
63
Foucault, M., Seguridad, territorio, población, op.cit., p. 17
37
En la interpretación de las interpretaciones, el genealogista no retrocede hasta el origen,
sino que celebra el juego y rechaza la tendencia occidental que “ha soñado con la
presencia plena, el fundamento tranquilizador, el origen y el final del juego64”.
El genealogista localiza rupturas que funcionarían como bisagras, extrae ejemplos, pero
no para condensar allí un origen último y verdadero, sino como claves interpretativas a
partir de las cuales se abren múltiples rutas de comprensión. En el continuum de sentidos,
toma un “texto”, a partir del cual es posible reconstruir el funcionamiento del mismo en
relación a sus objetivos, estrategias a las cuales obedece y los programas de acción
política que sugiere.
Estos horizontes de sentido son factibles de ser analizados y descubiertos a través de la
reconstrucción de lo que Foucault llamó regímenes veridiccionales; “el régimen de veridicción, en efecto, no es una ley determinada de verdad, [sino] el conjunto de las reglas
que permiten, con respecto a un discurso dado, establecer cuáles son los enunciados que
podrán caracterizarse en él como verdaderos o falsos65”. Estos territorios son constituidos
a través de los a priori históricos66, es decir aquellas categorías desde las cuales se
instituyen las condiciones de posibilidad de un determinado saber, sus principios de
ordenamiento y sus formas de enunciabilidad. Estos a priori fundamentan saberes pero
también invisten prácticas, fundan instituciones, organizan mitos y a su vez responden a
ellos.
La indagación genealógica articula las formaciones discursivas con el momento social de
su origen, dando cuenta de las condiciones históricas que las posibilitaron. Cada época
64
Derrida, op. cit. p. 401
65
Foucault, M, Nacimiento de la biopolitica, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 53
66
Foucault, M., Las Palabras y las cosas, Mexico, Siglo XXI, 1969
38
construye un saber-poder que estructura la vida social, estableciendo los límites de los
posible/imposible, de lo normal o anormal, lo representable/irrepresentable. Aquello que
no es, late en esta atmósfera de pensamiento como una potencialidad ontológica. Los
silencios constituyen objetos-sujetos denegados, prohibidos de ser enunciados.
Esta disposición investigativa desactiva las naturalizaciones cómodamente asentadas
sobre construcciones históricas, devela que los "productos" del presente son el resultado
de un conjunto múltiple de contingencias, decisiones, violencias, errores y azares.
La genealogía como metodología de visibilización de aquellas formas de saber
sojuzgadas abre el camino para explorar los márgenes y la posibilidad de repensar la
posición de los sujetos obturados por el punto de vista hegemónico del saber histórico.
Avanzando
en
una
línea
deconstructiva
de
las
operaciones
discursivas
del
androcentrismo, se reconoce que: “Sujeto al género pero subjetivado por el género, el “yo”
no está ni antes ni después del proceso de esta generización, sino que sólo emerge
dentro (y como la matriz de) las relaciones de género”67.
Siguiendo a Judith Butler coincidimos con su afirmación de que para que un discurso
pueda materializar efectos “debe entenderse como un conjunto de cadenas complejas y
convergentes cuyos efectos son vectores de poder68”.
De esto se desprende que los significantes políticos no representen posiciones de sujetos
previas a la designación, sino más bien, su eficacia se juega en su poder performativo, lo
que Laclau define como “la construcción discursiva del objeto mismo”. Esta utilización de
los significantes vacíos, dirá Butler “ofrece la oportunidad de multiplicar una serie de
67Butler
68
Judith, Cuerpos que importan, Sobre los límites materiales y discursivos del sexo, Buenos Aires, Paidós, 2008, p.25
Butler, J., op.cit. p. 267
39
investiduras fantasmáticas y que al ser sitio de tales investiduras, ejerce el poder de
promover y movilizar, en realidad, de producir el distrito político mismo que pretende
representar69”, es decir, que toda trama es contingente y en consecuencia, políticamente
reversible. Precisamente es en esta imposibilidad de totalizar la representación donde se
rearticula la hegemonía y donde se debaten las posibles resistencias contrahegemónicas.
La inestabilidad constitutiva del término, es la contracara de la exclusión. Como toda
polaridad, las suturas identitarias requieren para su funcionamiento aquello que excluyen,
sus márgenes abyectos. Esto impide la total identificación (por ejemplo con el término
mujeres) y de hecho, produce la desidentificación, el no reconocimiento y abre el terreno
para la politización de esta no pertenencia. Es necesario, como argumenta la autora,
evaluar la producción política de la inteligibilidad cultural para repensar quién ocupa las
posiciones sujetos/as/excluidos/as en cada contexto.
Consideramos que una articulación entre la categoría de género y el uso metodológico de
la genealogía nos permitirá reconstruir los horizontes históricos en que ciertos saberes se
instalaron como regímenes de verdad androcéntricos, produciendo efectos sobre las
prácticas, los cuerpos y los espacios para el sostenimiento de una posición subordinada
para lo femenino.
Esta metodología posibilita reponer ciertas condiciones de producción y reproducción de
discursos, su institucionalización y en ese mismo movimiento, reconstruir el borramiento
de esta operación. Esta tarea arqueológica70 requiere deshacerse de las construcciones
analíticas/interpretativas que establecen unidades “a priori”, no existen tales conjuntos
homogéneos sino pura dispersión ordenada de acuerdo a hipótesis retrospectivas.
69
Buttler, J., Op.Cit., p282.
70
Tal como la define Michel Foucault en Arqueología del saber.
40
La liberación de los recortes tradicionales nos abre un nuevo dominio de investigación
“constituido por el conjunto de todos los enunciados efectivos (que han sido hablados y
escritos), en su dispersión de acontecimientos y en la instancia propia de cada uno71”.
Tomar cada discurso como irrupción y no como repetición, no sugiere aislarlos en su
inmanencia sino que permite despojarse de las lecturas pasadas para encontrar en ellos y
fuera de ellos nuevos juegos de relaciones.
Sin embargo, asumiendo la dispersión temporal, es preciso determinar referencias
provisorias y arbitrarias que guíen nuestros trabajos investigativos, pero entendiéndolos
como lo que son: cortes interpretativos, variables y relativos, que debemos estar
dispuestos a abandonar cuando pierdan su eficacia metodológica.
Frente a conjuntos instituidos tales como obra, tradición, teoría, etc., Foucault propone
reunir otras unidades discursivas a través de los siguientes criterios: la regla de formación
de sus objetos; la regla de formación de sus tipos sintácticos; la regla de formación de sus
elementos semánticos, y por ultimo, la regla de formación de sus eventualidades
operatorias.
Esta forma de encarar el discurrir de las formaciones discursivas en una cultura permite
indagar “el conjunto de las condiciones que rigen, en un momento dado y en una sociedad
determinada, la aparición de los enunciados, su conservación, los lazos que establecen
entre ellos, la manera en que se los agrupa en conjuntos estatutarios, el papel que
desempeñan, el juego de valores o de sacralizaciones de que están afectados, la manera
en que están investidos en prácticas o en conductas, los principios según los cuales
circulan, son reprimidos, olvidados, destruidos o reactivados72”.
71
Foucault, Michel, “Contestación al Circulo de epistemología”, en Terán, O. (comp), El discurso del orden, México, Folios, 1983, p.97
72
Foucault, Michel, op. Cit. p. 100
41
En este recorrido nos proponemos rastrear metódicamente, a través del prisma de la
perspectiva de género, el operar político constante del significante culpa; intentaremos
mostrar cómo la culpa, a pesar de cambiar de signo, actúa en cada época imponiendo a
las mujeres parámetros de comportamiento, sujetándolas en el proceso de su
subjetivación, estableciendo límites cuya trasgresión impondrá ciertos castigos.
De acuerdo a los criterios propuestos por Foucault para recorrer las formaciones
discursivas, en nuestro trabajo ha primado el objeto referencial mujeres, es decir,
explorando la manera en que a lo largo de la historia, las instituciones y sus enunciados
han constituido a las mujeres y su relación con la culpa. “Porque el objeto, lejos de ser
aquello que puede servir de referencia para definir un conjunto de enunciados, está
constituido más bien por el conjunto de esas formulaciones73”.
Las significaciones que presentan en el imaginario colectivo a la mujer como hombre
inacabado, imperfecto, no son nuevas; “…los soportes narrativos ofrecen importantes
variaciones argumentales según los períodos históricos en función –entre otras muchas
cuestiones- de las instituciones que hegemonicen en cada uno de ellos la producción de
“representaciones”: la iglesia, el saber médico, el psicoanálisis74”.
El
entrecruzamiento
de
los
conceptos
desarrollados
nos
permitirá
indagar
genealógicamente cómo lo contingente se ha vuelto necesario y así recuperar en ciertas
zonas significativas de la tradición occidental algunos elementos a través de los cuales se
produjo, se formuló y se introyectó la culpa en las mujeres.
73
Foucault, Michel, op. Cit., p. 103
74
Fernández, Ana María, La mujer de la ilusión. Pactos y contratos entre hombres y mujeres, Buenos Aires, Paidós, 1994, p.44
42
PARTE II
Genealogía de la culpa
43
De la culpa mítica a la religión de la culpa
“Legisladores, sacerdotes, filósofos. Escritores y eruditos, todos ellos se han empeñado en demostrar que la
condición subordinada de la mujer era del Cielo y provechosa para la Tierra. Las religiones inventadas por los
hombres reflejan esa voluntad de dominación: han sacado armas de las leyendas de Eva, de Pandora; han
puesto la filosofía y la teología a su servicio”
El Segundo Sexo (Simone de Beauvoir)
El relato mítico condensa y expresa la experiencia del hombre con el Cosmos, a través de
sus historias vuelve inteligible el mundo que lo rodea, transformándose en la base
simbólica sobre la que se organiza la vida social.
La Mitología griega narra supersticiones, ritos, historias humanizadas de las divinidades.
Cada mito ilustra creencias, ritos y formas de practicarlas que partían de las creencias
populares. En ella, los Dioses eran considerados fuerzas positivas que regían el Universo.
A través de los mitos y las acciones de las divinidades del Olimpo se intentaba
racionalizar los misterios de la existencia, de la vida y del más allá.
La expresión del universo y su origen se resume en dos principios antagónicos y
complementarios de cuya unión procede todo lo existente. En el origen, todo era Caos.
Del caos surgió Gea, diosa de la tierra, y Eros, príncipe del amor y de la creación. Gea y
sus descendientes engendraron una gran cantidad de divinidades que personificaban
múltiples fuerzas naturales: Thanatos, la muerte; Hipnos, el sueño; el grupo de los
Sueños; Némesis, la venganza; la Vejez, la Discordia, el Fraude y muchas otras
Alegorías, que son expresiones de los sentimientos y circunstancias de la vida de los
seres humanos.
Juan Sebastián Bachofen observa que previo a toda religión y a toda organización social,
hay un "pathos", una determinada vivencia del cosmos por parte del hombre que da
origen al mito. Este autor explica la “evolución cultural” y el advenimiento del patriarcado
44
a partir una sucesión de cuatro fases históricas en cuyo origen existió una etapa
“ginecocéntrica”.
Una fase «telúrica», nómada y salvaje, donde la vida se hallaba en plena simbiosis con lo
femenino de la naturaleza y el derecho natural que prevalecía era la fecundidad de la
tierra, su capacidad creadora, dadora de vida incesante. Una segunda etapa «lunar»
matriarcal basada en la agricultura en la que lo femenino aceptaba la mediación del
matrimonio en el plano social. Posteriormente advino un período de transición que
posibilitó la masculinización de las tradiciones a la par del surgimiento y la consolidación
del patriarcado. Por último, con la emancipación del hombre de la naturaleza, se originó
la fase «solar» patriarcal, en la cual todo rastro de matriarcado fue suprimido. Se
privilegiaron valores opuestos a los de la cosmogonía anterior, lo racional, la
individualidad, la guerra y la autoridad de un dios celeste, solar, se ejercía sobre el resto
de las divinidades. De esta forma, lo material-femenino quedó encerrado en el ámbito de
lo corporal.
La mayoría de las corrientes antropológicas actuales afirman que no existen evidencias
para creer en la existencias de sociedades regidas por la dominación absoluta de las
mujeres, aún así, el pensamiento bachofeano ofreció la posibilidad de pensar otro tipo de
sociedad y desde allí fue retomado por corrientes feministas en los años 70. Las
posteriores lecturas de su pensamiento comprendieron la primacía de lo femenino frente a
lo masculino como un modo de codificar el mundo, que tiene como centro a lo femenino.
Un matriarcado originario, realidad o mito, mantenía el principio de la Mujer como un Otro.
Madre o Diosa “su poder se afirmaba más allá del reino humano: así, pues, estaba fuera
de ese reino75”.
75
Beauvoir de, S, op.cit. p. 73
45
El Hombre siempre explicó los misterios de la vida como aquello Otro inaprensible. En
este desciframiento del mundo, el relato religioso poco a poco instituyó a la Mujer como
ese ser inasible, encarnación de la Naturaleza y sus misterios, confinándola al lugar de lo
Otro. Por poderosa y misteriosa que parezca, sólo es captada a través de los conceptos
del orden patriarcal.
Con el establecimiento de la polis, las formas de organización del poder asumieron el
signo de lo masculino, articulado con la subordinación de la naturaleza (asociada con lo
femenino) a través de la aplicación de la teckné. De esta forma, poco a poco el hombre se
liberó del misterio de la Mujer.
La consolidación de la vida ciudadana y la confianza en la capacidad del hombre fue
atenuando el sentimiento de desasosiego y desmitificando el pasado como edad de oro,
para idealizar el futuro signado por la razón y el bienestar. Esto concluyó con la división
del mundo masculino y el mundo femenino, reservando el espacio privado y tradicional a
las mujeres y la vida pública regida por la nueva racionalidad a los hombres ciudadanos.
En el discurso de Platón, por ejemplo, se registran las marcas de esta articulación bajo la
forma de una asociación entre lo femenino y la inferioridad intelectual. Frente a la
fortaleza masculina, la debilidad de la mujer se transformaba en símbolo de su sumisión.
En el pensamiento Aristotélico también pueden encontrarse las huellas de una diferencia
de grado, según las cual las mujeres quedaron relegadas al lado negativo a las mujeres al
lado negativo de la dualidad. Mientras la mujer se encontraba atada al principio material,
de lo que se desprendía su carácter pasivo, incapaz de dar forma, débil e incluso fría, el
macho regido por el principio del movimiento quedaba situado siempre del lado de la
positividad. Es el agente frente al instrumento, la parte activa frente a la pasividad, por su
capacidad de dar forma, por ser la parte fuerte y caliente.
46
En El Timeo, el mito de los orígenes, Platón dibujó a las mujeres como individuos
inferiores, por cuanto eran hombres castigados: aquellos varones que habían sido
cobardes en su segundo nacimiento fueron convertidos en mujeres.
Aristóteles llega a concebir el nacimiento de una mujer como una desviación, con lo que
se asimilaba la condición femenina como un fracaso de la naturaleza, como proyecto de
macho inacabado. De hecho, en su teoría de la reproducción consideraba que es el
esperma el que transmitía el alma al sujeto, por lo que se desprendía la idea de que “el
hombre engendra al hombre76”.
Desde los discursos médicos, siempre emparentados a los discursos filosóficos y
religiosos, fue tomando forma un dispositivo clave a través del cual se producían sujetos
hombres y mujeres. De Hipócrates a Galeno, reforzados por Platón y Aristóteles, esta
línea discursiva en ascenso, planteaba que entre hombres y mujeres no sólo había
diferencias de órganos sino también de esencias: los hombres en tanto secos y calientes,
eran superiores a las mujeres, frías y húmedas.
La argumentación médica de Hipócrates fue retomada por los filósofos de la época,
reforzando la jerarquía dominante. Para éste, la salud de las mujeres dependía de los
úteros migradores, explicación que fue recuperada de los primeros papiros egipcios. Las
relaciones sexuales frecuentes aseguraban al útero su tranquilidad, de lo contrario los
úteros migrarían. De eso se trataba la histeria para Hipócrates. Esta explicación médica
se ajustaba a la demanda de alianzas matrimoniales: para las familias y sus intereses
económicos era necesario que las niñas se casasen en cuanto estuvieran en condiciones
biológicas para ello.
76
Aristóteles, Metafísica, Madrid, Editorial Espasa, 1981
47
Platón, retomando la tradición hipocrática, ubicaba todos los males de la mujer en el
útero, que era “un viviente poseído por el deseo de hacer niños”. Para este filósofo, el ser
humano tenía un alma racional e inmortal que se ubicaba en la cabeza. Una parte de esta
alma, se alojaba en el pecho, es la parte irascible que daba a los hombres el coraje militar
y otra parte, dominada por el deseo y la concupiscencia, que se alojaba en el vientre y
regía a las mujeres.
Más tarde, Galeno refutó la explicación del útero migrante y atribuyó las causas de la
histeria a otra clase de desordenes uterinos. Sin embargo, mantuvo la forma de concebir
a las mujeres que habían introducido Platón y Aristóteles. La calidez del cuerpo y la
sangre masculinos le daban al hombre coraje e inteligencia, mientras que la frialdad de
las mujeres las hacía imperfectas, mutiladas, y por ello, inferiores.
Esta concepción de la mujer, regida por su carácter esencial y natural (y por lo tanto
divino) relegaba a la mujer en una posición social marginal. “Los hombres serán entonces
ejes de medida, positividad; las mujeres serán margen, negatividad, doble, sombra,
reverso, complemento, suplemento77”.
La persistencia de este universo simbólico surgido en el orden patriarcal de la Antigua
Grecia permite reconocer un núcleo fuerte de significaciones, que a pesar del carácter
reconstructivo e histórico de lo social/discursivo, configuran puntos nodales de sentido con
fuertes alcances reguladores hasta la actualidad.
La misoginia griega fue fruto del trastrocamiento del ethos epocal que dio paso del mithos al
logos. Con la consolidación del orden cívico, el nacimiento de la ciudad y la convalidación
de un mundo regido por la razón de las causas últimas, el sujeto fue invadido por un
sentimiento de desolación. La convulsión de un mundo donde la vida y la muerte se
77
Fernández, Ana María, La mujer de la ilusión. Pactos y contratos entre hombres y mujeres, op.cit. p. 71
48
reencontraban en la circularidad del misterio sagrado de la tierra a un tiempo lineal donde
todo debía encajar en la jerarquía de la razón, generó una atmósfera atravesada por la
nostalgia y la frustración. Muchos de los pensadores de la época trataron de zanjar este
conflicto entre el imaginario instituido y la nueva realidad social, enfatizando las bondades
del presente y revistiendo al pasado con el halo de la conflictividad y el desorden para
sostener y reforzar la nueva soberanía78.
En este entramado discursivo, es posible identificar el operar del antagonismo79. Ante la
decadencia del orden social vigente por el surgimiento de la polis, fue necesario
reconfigurar la trama discursiva y las relaciones entre los Hombres y la Naturaleza. El
antagonismo constitutivo de lo social produce la exclusión de ciertas identidades para
lograr un cierre contingente que genere la ilusión de que la Sociedad es posible. En el
período analizado, la exclusión opera al anudar la amenaza que representaba la
Naturaleza para la institución del nuevo orden con ciertos rasgos femeninos. De este
modo, la mujer es constituida como “un punto en que la negatividad social adquiere
existencia real80”.
Los poemas de Hesíodo pueden considerarse como la primera expresión literaria
teológica que resume la misoginia de la época. En su relato la figura femenina quedaba
estigmatizada con los valores arcaicos sobre los que se levantó la ciudad y de esta
manera, cristalizó el desasosiego de la transición81.
Los mitos en la Antigua Grecia se extendían a todo el pueblo, constituyendo “este
universo de discursos y de actos rituales orientados a la reproducción de un orden social y
78
Pomeroy, S., Diosas, rameras, esposas y esclavas: mujeres en la antigüedad clásica, Madrid, Ed. Akal, 1990
79
Categoría de Ernesto Laclau que fue desarrollada en la Parte I del presente trabajo.
80
Zizek, op.cit. p. 174
81
Pomeroy, S., op.cit
49
cósmico
fundado
en
la
afirmación
ultraconsecuente
de
carácter
primado
de
masculinidad82”. Dentro de este horizonte discursivo, el Mito de Pandora organizó una
posición significante donde la mujer fue asociada con la culpa de todos los males del
universo.
Cuenta Hesíodo que Pandora fue la primera mujer. Zeus, queriendo vengarse de
Prometeo y de los hombres, por quienes éste había osado robar el fuego divino, hizo que
Hefesto, con ayuda de Atenea, creara una criatura maravillosa a imagen de los
Inmortales. Los dioses la adornaron generosamente con “todos los dones” (significado de
la palabra Pandora en griego), pero Hermes introdujo en su corazón el mal y el engaño.
Pandora fue enviada como regalo a Epimeteo, hermano de Prometeo, que seducido por
su encanto la tomó por esposa, desoyendo los prudentes consejos de su hermano, que le
había prevenido contra los regalos de los dioses. Pero antes de entregarla, Zeus le dio a
Pandora una cajita en la que había encerrado todas las calamidades imaginables.
Poseída por la curiosidad, la abrió en cuanto tuvo oportunidad y todos los males del
género humano que estaban allí encerrados, escaparon y se extendieron por el mundo.
Pandora consiguió cerrar el cofre, pero demasiado tarde: sólo quedó dentro la
esperanza83.
Al considerar a Pandora como la primera mujer, el mito produce el efecto discursivo de
agrupar a las mujeres en un sistema cerrado diferente al de los varones que ya existían
en un mundo caracterizado por la felicidad y la armonía con los dioses. En este mito
pueden reconocerse marcas primitivas de una articulación discursiva de largo alcance y
que muestra su eficacia aún hoy para subyugar a la mujer con el peso de la alteridad, una
82
Bourdieu, P, La dominación masculina, op.cit., p.53
83
Hesíodo, Teogonía. Trabajos y días. Escudo. Certamen. Buenos Aires, Editorial Losada, 2007
50
alteridad histórica que a través de operaciones ideológicas muta en ontológica, como lo
“otro” opuesto a lo masculino (humano).
En este mito, la naturaleza femenina es representada por Hesíodo como fascinante y
aterradora, condensando una concepción de lo femenino que organiza el registro y la
experiencia femenina hasta nuestros días. Precisamente su misterio se esconde en esta
dualidad, a la vez que malvada y culpable de todos los males, es irresistiblemente
seductora. Como la Eva bíblica, este mito presenta a la mujer como la responsable de
todas las miserias humanas.
Entre el cielo y el infierno. La culpa de la carne
“Mujer, eras la puerta del diablo. Has persuadido a quien el diablo no osaba
atacar de frente. Por tu culpa ha debido morir el Hijo de Dios;
deberías ir siempre vestida de luto y harapos”
Tertuliano
En la semejanza entre Eva y Pandora y la coincidente representación de la mujer en
ambos relatos reconocemos el efecto de una operación discursiva realizada por la Iglesia,
en tanto dispositivo de traducción y difusión de los relatos míticos que le permitieron
construir una espiritualidad cristiana conforme a los mandatos de obediencia, castidad y
penitencia.
El cristianismo se basa en la salvación y la promesa de eternidad, para ello ha “impuesto
una serie de condiciones y de reglas de conducta con el fin de obtener cierta
51
transformación del yo84”. Impuso un régimen confesional regido por reglas muy estrictas
de verdad, dentro del cual, para lograr una purificación del alma era necesario un
profundo conocimiento de sí mismo, descubrir y hacer público nuestros pensamientos
ocultos que develaban nuestra impureza interior. Así comienza lo que Foucault dio en
llamar la “hermenéutica cristiana del yo”.
Los filósofos del Imperio Romano habían intensificado el principio de la cultura griega
“conócete a ti mismo”, una cuidadosa construcción y mejoramiento del yo en la que “el
pagano pretendía convertir su propia vida en una obra de arte y conservar buena
reputación tras la muerte85”.
Durante este período, Medicina y Filosofía trabajaban articuladas bajo el concepto de
pathos (pasión o enfermedad). El alma estaba enferma cuando no lograba controlar sus
pasiones de la misma manera que el cuerpo se debilitaba frente a enfermedades que lo
invadían y no podía controlar. En la Antigüedad aún no existían los valores morales del
cristianismo, por lo cual el blanco de las reflexiones no era el objeto del deseo sino la
frecuencia de los actos que eran vistos como un derroche de energía. Se trataba de la
posibilidad de dominar las pasiones, aquello que Sócrates denominó askesis, el ejercicio
de control llevado adelante por los espíritus libres que no se dejaban vencer por sus
instintos86.
En un mundo dominado por la dualidad actividad/pasividad, la templanza era considerada
una virtud del varón, fuerte y libre en contraposición a la debilidad y la sumisión que
84
Foucault, M., Tecnologías del yo, Barcelona, Paidós, 1990, p. 54
85
Puleo, Alicia, Conceptualizaciones de la sexualidad e identidad femenina: voces de mujeres en la Comunidad Autónoma de Madrid,
Dirección General de la Mujer y el Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid,
Madrid, 1994, p. 31
86
Foucault, M., Historia de la sexualidad 1, La voluntad del saber, México, S. XXI, 1978
52
caracterizaban a la mujer. Los estoicos, por ejemplo, sugerían ejercicios de abstinencia
para enfrentarse a las privaciones y reconocerse libres de ataduras materiales. Así, poco
a poco, se produce una interiorización del sujeto, convirtiéndose en inspector y juez de
sus propios actos87.
El “Conócete a ti mismo” extendido durante el Imperio Romano fue oscureciendo el
precepto griego “Cuídate a ti mismo”. Esta mutación en las tecnologías del yo, en
términos de Foucault, es el fundamento de la moralidad emergente que erigió como rasgo
sobresaliente el sentimiento de culpa.
El cristianismo, perseguido inicialmente por el
Imperio, se transformó en dogma y se extendió a toda Europa y sus colonias. Los
discursos religiosos comenzaron a hegemonizar todos los órdenes de la vida y los
ejercicios morales de autocontrol se transformaron en ejercicios de disciplinamiento y
sometimiento ante la voluntad de Dios. En la Edad Media, el disciplinamiento de la
personalidad estuvo a cargo de la Iglesia, el dominio viril de la propia persona bajo el
signo de la templanza fue reemplazado por las ideas atormentadoras de la moral cristiana
como el pecado y la caída que establecieron una vigilancia obsesiva sobre los deseos.
Las enseñanzas de la Iglesia se dirigían al cuerpo para reducir al mínimo las tentaciones,
el desprecio por la naturaleza corporal abrió el camino para la manipulación del cuerpo y
el disciplinamiento del ser. La religión escindía al hombre entre cuerpo y alma, y la carne
se maldecía como sinónimo de pecado. “La concupiscencia es un vicio…La carne
humana que nace por ella es una carne de pecado88”.
En este contexto, el varón era el único que tenía alma y estaba hecho a imagen y
semejanza de Dios. En su reverso, la mujer representaba lo instintivo, lo irracional, lo
87
Foucault, M., Tecnologías del yo, op.cit
88
San Agustín citado en El Segundo Sexo, op. cit. p. 86
53
animal y era considerada un ser incompleto que no había alcanzado su entero
desarrollo89.
Estos regímenes de verdad medievales que definían a las mujeres desde la mirada
masculina del clero, las señalaba como objeto de permanente desconfianza y
persecución. Las mujeres sucumbían ante la eficacia simbólica de los designios divinos
reproduciendo estos mandatos a modo de profecía autocumplida.
Aunque la Edad Media se caracterizó por la ausencia de un poder político monolítico,
reemplazado por un desarrollo económico y comercial local sustentado alrededor del
poder de determinados señores feudales, el vacío de autoridad universal fue llenado por
la iglesia católica.
El Antiguo y Nuevo Testamento operaron como fundamentos ex post de la subordinación
de ciertos rasgos asociados a lo femenino. Santo Tomás, uno de los referentes más
destacados de este período, señalaba: “El hombre es la cabeza de la mujer, del mismo
modo que Cristo es cabeza del hombre. Es una constante que la mujer esté destinada a
vivir bajo el dominio del hombre y no tiene autoridad por sí misma90”.
Este monje, intentó reconciliar las ideas de los padres de la iglesia con el pensamiento
Aristotélico que concebía a la mujer como un “varón mutilado”. De esta forma profundizó
la misoginia clásica transformando diferencia en deficiencia. La mujer como proyecto de
hombre truncado, deberá sobrellevar este fracaso “esencial” durante toda su existencia y
serán las estructuras sociales y mentales de su tiempo el recordatorio implacable de su
penosa condición.
89
Fernández, A., op. cit.
90
Santo Tomás citado en El Segundo Sexo, op. cit. p. 86
54
En esta época, el conocimiento era potestad de los monasterios y a éstos sólo accedían
los hombres religiosos. San Agustín, otro de los pensadores más reconocidos de la iglesia
del Medioevo, sostenía que: “Las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas en forma
alguna. De hecho, deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas e
involuntarias erecciones en los santos varones91”.
Bajo estas premisas, el hombre debía controlar a la mujer. Ella era sexo, y por ende,
pecado. El hombre racional y obediente a Dios controlaba sus deseos, pero la mujer
(eminentemente demoníaca) era la culpable de alejarlo del camino hacia la perfección
divina y salvación eterna. San Ambrosio escribió: “Adán fue inducido al pecado por Eva, y
no Eva por Adán. Aquel a quien la mujer ha inducido al pecado, justo es que sea recibido
por ella como soberano92”.
En el relato del Génesis, Eva no fue creada al mismo tiempo que el hombre, ni fue hecha
del mismo barro que fue hecho Adán, sino que fue hecha de su costilla. Fue creada para
salvar a Adán de la soledad, no tenía un fin en sí misma, sino que encontraba en él su
origen y su fin.
Aunque los matrimonios eran promovidos para asegurar alianzas familiares y transmisión
de herencias, en ellos el sexo y el placer era proscripto y sólo se permitían las relaciones
sexuales con fines procreativos. Tanto era así, que una mujer que amara intensamente a
un hombre o que despertara profundas pasiones caía bajo sospecha de posesión
satánica y muy probablemente perecería en la hoguera93.
91
San Agustín citado en El Segundo Sexo, op. cit. p. 86
92
San Ambrosio citado en El Segundo Sexo, op. cit. p. 86
93
Fernández, A., op. cit.
55
La medicina medieval, atravesada por el discurso religioso, sugería que las mujeres
podían contagiar su “esencia diabólica” con su aliento, con el roce de su mano o con una
simple mirada. Los síntomas de histeria indicaban el pacto con el diablo.
El manual de la Inquisición, insiste en el carácter libidinoso de las mujeres, causa de los
males del mundo. “Fémina”, según sus autores, significa menos fe. Por eso sostienen
que “….es más carnal que el hombre, como resulta claro de sus muchas abominaciones
carnales. Y debe señalarse que hubo un defecto en la formación de la primera mujer, ya
que fue formada de una costilla curva, es decir, la costilla del pecho, que se encuentra
encorvada en dirección contraria a la del hombre. Y como debido a este defecto es un
animal imperfecto, siempre engaña94”.
Signadas por este discurso hegemónico, las mujeres que se alejaban de los mandatos
oficiales, fueron condenadas como herejes y designadas con el nombre de brujas. Eran
por lo general mujeres pobres que tenían actividades distintas por fuera de la vida familiar
doméstica: parteras, sanadoras que poseían saberes marginados de los monasterios
(plantas, hierbas, obstetricia, etc.). Estas prácticas populares catalogadas como
hechicería y superstición femenina, eran perseguidas por la Inquisición bajo el signo de la
herejía ya que sus vidas contradecían el lugar asignado por la sociedad.
Las explicaciones médicas sugerían que esas mujeres –irreverentes al poder dominantepadecían demencia, paranoia, histeria, epilepsia y con ello justificaban la caza de brujas.
Nuevamente, estos fragmentos discursivos nos permiten analizar cómo el antagonismo
reconfigura una posición subalterna para las mujeres de acuerdo a los requerimientos del
orden social imperante. En la medida en que el antagonismo condensa aquello que la
94
Kramer &Sprenger, El martillo de las brujas. Para golpear a las brujas y sus herejías con poderosa maza (Malleus Maleficarum),
trad. Miguel Jiménez Monteserín, Madrid, Felmar, 1976, p. 106. Escrito en 1486 por dos monjes dominicos y publicado primeramente
en Alemania, tuvo docenas de nuevas ediciones, se difundió por Europa y tuvo un profundo impacto en los juicios contra las brujas en
el continente por cerca de 200 años.
56
sociedad excluye para que pueda operarse su precario cierre, lo que parece excluirse
aquí una vez más, es un conjunto de rasgos de lo femenino. Aquellos prácticas que
jaqueaban la posición dominante del Hombre fueron condensadas en la figura de la bruja
y así hacían del resto de las mujeres, seres pasibles de matrimonio, descendencia e
incluso amor. De este modo, lo que se excluye no es la Mujer, ni lo que se totaliza es el
Hombre, sino un tipo de relaciones entre lo femenino y lo masculino que exige la
exclusión de ciertos componentes de lo humano asociados a lo femenino-demoníaco: las
brujas. “La condición para que los objetivos de un grupo particular se presenten como
aquellos del conjunto de la comunidad es que haya otro sector que sea percibido como
crimen general95”. El entrecruzamiento entre los discursos religiosos y la ciencia era
utilizado por el orden feudal para sostener el status quo mediante la estigmatización de
estas mujeres que eran significadas como una amenaza al orden social.
La posición de la mujer estaba claramente delimitada: “Volved a vuestros aposentos
pintados y dorados, sentaos en la sombra, bebed, comed, bordad, teñid la seda; pero no
os ocupéis de nuestros asuntos. Nuestro asunto es luchar con la espada y el acero.
¡Callad!”96.
Durante el feudalismo, la mujer no podía ser propietaria ya que era considerada incapaz
de defender militarmente el feudo. Ella era pensada como una eterna menor de edad y
por eso pasaba del dominio absoluto de su padre al de su marido. A través de ella se
podía trasmitir el dominio, pero nunca podía ejercerlo, pasaba a ser una propiedad junto
con el feudo. Una vez enviudada, debía ser apropiada por un nuevo hombre y ella debía
aceptarlo pasivamente.
95
Laclau, E. en Judith, Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la
izquierda, op. Cit., p.302
96
Renaud de Montauban citado en El Segundo Sexo, op. cit. p.90
57
La tradición jurídica heredada de los romanos y del derecho germánico cristalizaba este
lugar de la mujer en el establecimiento de los castigos. Se imponía el pago de 600
sueldos para quien asesinara a una mujer en edad de procrear; si la mujer moría tras
sufrir la menopausia, el castigo se reducía a 200 sueldos. Una embarazada asesinada
tenía un castigo de 700 sueldos -más 600 sueldos si el feto era varón. La muerte de un
joven varón de menos de 12 años se castigaba con 600 sueldos mientras que una niña de
esa edad sólo "valía" 200 sueldos.
Otra zona en la que se pueden reconocer las marcas de una genealogía de la articulación
entre lo femenino y la culpa es el espacio discursivo relativo al rol femenino en la
reproducción de la especie. Los cuerpos que fueron intocables hasta el Renacimiento,
comenzaron a ser manipulados por las primeras disecciones que permitieron avanzar en
el conocimiento anatómico. Sin embargo, este aprendizaje se produce en el marco de una
matriz de inteligibilidad que reduce las diferencias y les niega toda positividad. “Lo que
permanece es esa profunda voluntad masculina de no ver la otredad, quedando una y
otra vez, en la soledad de Lo Mismo. Lo Otro no logra particularizarse y cuando esta
delimitación se produce, la diferencia sólo puede ser pensada como inferior97”.
En 1650 Harvey descubrió que la mujer producía un huevo donde se desarrollaba el
embrión. Esta nueva explicación científica redefinió el status de la patria potestad de la
mujer y se comenzó a valorar la maternidad. Sin embargo, inscripta en una matriz de
relaciones asimétricas entre los sexos, devino nuevo dispositivo de dominación.
La equivalencia Mujer = Hombre inacabado fue reemplazada por la equivalencia Mujer =
Diablo y de ella se pasó a la equivalencia Mujer = Útero (matriz de fecundación y
epicentro de la histeria a la vez) que es resumida en la equivalencia Mujer = Madre.
97
Fernandez, A. , La mujer de la ilusión. Pactos y contratos entre hombres y mujeres, op.cit., p.52
58
El discurso religioso catalizó este nuevo posicionamiento de la mujer mediante sus dos
mitos fundantes: el Mito de Eva y el Mito de la Virgen María, que ya no sólo era venerada
por su virginidad sino también por la maternidad.
El útero que un siglo atrás representaba la morada del diablo se transformó en clave
explicativa de la maternidad y debilidad femenina (tanto física como moral). A pesar del
reconocimiento de su papel reproductor, se mantenía la idea de que las mujeres tenían un
apetito sexual insaciable. Como sugiere Simone de Beauvoir, “lo que primeramente
anhela y detesta el hombre en la mujer, tanto amante como madre, es la imagen fija de su
destino animal, es la vida necesaria a su existencia, pero que lo condena a la finitud y a la
muerte98”.
Caracterizada durante la Edad Media por su apetito sexual voraz fue redefinida como un
sujeto pasivo dependiente del hombre que la complete y le permita cumplir su único
destino: ser madre. Este mito totalizante de la maternidad que llega hasta nuestros días,
introdujo la moral del matrimonio y la familia que distribuye una nueva disposición para las
coordenadas de género pero no trastoca los vínculos de poder. Cuando nuevas
cualidades femeninas fueron requeridas por el nuevo sistema productivo, esta nueva
moral produjo las madres necesarias dentro de la naciente biopolítica.
Estos nuevos significantes atados a la mujer permiten pensar cómo la dominación
androcéntrica reconfigura su hegemonía, constituyendo nuevas posiciones de mujeres
funcionales a su lógica. Renunciar a ellas, será castigado con un intenso sentimiento de
culpa.
98
Beauvoir, S., op.cit., p. 167
59
Durante la Edad Media, frente a la preocupación por la salvación eterna, la mujer
(culpable del pecado original) es el cordero ofrecido a Dios para expiar sus pecados. Para
la apropiación del Cielo, la mujer y su carne, son ofrecidas en ese intercambio.
Más tarde, cuando la atención esté puesta en el mercado creciente, en la producción en
expansión, la mujer debe ofrecer su vida al servicio del hogar y a la reproducción de la
familia, base del capitalismo industrial. “Las mujeres no pueden aparecer salvo como
objeto o, mejor, en tanto que símbolos cuyo sentido está constituido fuera de ellas y cuya
función consiste en contribuir a la perpetuación o al aumento del capital simbólico
detentado por los hombres”.99
Desde la Antigüedad hasta la Edad Media la mujer llegaba al mundo a recrear el estigma
escrito por la voluntad divina. Presa de la culpa originaria y el pecado inscripto en su
cuerpo, la mujer es objeto de un poder brutal que la juzga sin piedad.
El advenimiento de una nueva razón gubernamental perfeccionó las estrategias de poder:
ya no se trata de persecución, de exclusión a priori. La dominación adquiera nuevas
configuraciones y la autoridad se invisibiliza a la vez que se torna omnipresente. En este
marco moderno, adquiere relevancia la figura de la culpa como dispositivo de autocontrol,
introyectada en la psiquis femenina a través de nuevos mecanismos androcéntricos cada
vez más sofisticados y eficaces.
“Poco a poco, el hombre ha mediatizado su experiencia y, tanto en sus representaciones
como en su existencia práctica, el que ha triunfado ha sido el principio viril. El espíritu ha
triunfado sobre la Vida, la trascendencia sobre la inmanencia, la técnica sobre la magia y
la razón sobre la superstición. La devaluación de la mujer representa una etapa necesaria
en la historia de la humanidad, porque no era su valor positivo, sino de la debilidad del
99
Bourdieu, Pierre, La dominación masculina, op. Cit, p. 40
60
hombre, de donde ella extraía su prestigio; en ella se encarnaban los inquietantes
misterios naturales: el hombre escapa a su influencia cuando se libera de la
Naturaleza100”.
La tecnología de la culpa
“Los discursos y mitos sociales ordenan, legitiman, disciplinan, definen los lugares de los actores de la
desigualdades y su subordinación en los espacios sociales y subjetivos”.
Ana María Fernández
Desde los siglos XVIII y XIX comienza a modificarse la configuración de la gobernabilidad
articulada sobre una nueva razón analítica que reorganiza cuerpos y espacios. Esta
metamorfosis en la estrategia de poder instrumenta sus propias técnicas disciplinarias,
reestructurando la relación entre el soberano y el pueblo, y la forma de actuar de esa
autoridad.
Hasta ese momento, el soberano ejercía su poder sobre la vida poniendo en acción su
derecho de matar, “el poder era ante todo derecho de captación: de las cosas, del tiempo,
de los cuerpos y finalmente, de la vida; culminaba en el privilegio de apoderarse de ésta
para suprimirla101” Con el cambio de sistema económico y el patrón de acumulación, la
vigilancia y el control sobre la vida pasaron a primer plano. Ya no se trata de suprimir sino
de administrar los cuerpos, las costumbres y los hábitos.
100
Beauvoir De, S., El segundo sexo, op. Cit. p. 75
101
Foucault, M., Nacimiento de la Biopolítica, op.cit., p. 65
61
“Habría que hablar de biopolítica para designar lo que hace entrar a la vida y sus
mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al poder-saber en un
agente de transformación de la vida humana102”.
La reconfiguración del poder como administración de la vida era el reverso positivo y
perfeccionado del operar del período anterior. Gestionar, controlar, regular se vuelven
estrategias frecuentes de esta nueva modalidad.
La eficacia de estos nuevos mecanismos disciplinarios radicaba en la interiorización de la
mirada del poder, la expansión de un poder que iba perdiendo su centro para hacerse
cada vez más poderoso. Esta omnipresencia de la autoridad, sin embargo, registraba
continuidades con la época anterior, donde el orden estaba organizado en torno de la
mirada todopoderosa y omnipresente de Dios. La exigencia de la confesión y la
hermenéutica cristiana del yo implicaban “examinar cualquier pensamiento que se
presente a la consciencia para comprobar la relación entre el acto y el pensamiento, la
verdad y la realidad, para ver si hay algo en este pensamiento que mueva nuestro
espíritu, provoque nuestro deseo o aleje nuestro espíritu de Dios. El examen se basa en
la idea de la concupiscencia secreta103”.
La culpa, antaño esencia y estigma escrito en el devenir de las mujeres, pasó a
convertirse en el vector de las nuevas costumbres y régimen de educación moral, de
ahora en más, será introyectada como un suplicio constante.
El cambio en la estrategia biopolítica del poder con su necesidad de racionalizar la
economía de los cuerpos, posibilitó que los discursos médicos pasaran del terreno de la
biología a la moral con la sacralización y medicalización de la maternidad. La “naturaleza
102
Foucault, M., Nacimiento de la Biopolítica, op.cit., p.
103
Foucault, M., Tecnologías del yo, op. Cit., p. 57
62
femenina” construida desde este discurso, se complementará con la imagen de una mujer
frágil, dependiente, sexualmente pasiva y predestinada a la maternidad.
Durante el Siglo de las Luces y las Revoluciones Burguesas las mujeres atravesaron una
experiencia contradictoria entre su participación política y revolucionaria y la frustración
de haber sido desconocidas por la Revolución.
Tras el triunfo de la revolución en 1789, la proclama política de universalización de
“Libertad, Igualdad y Fraternidad” choca con la restricción del acceso de las mujeres a los
derechos políticos. Esta consigna revolucionaria es un ejemplo más de cómo opera la
totalización;
en él podemos observar el funcionamiento de los significantes Libertad,
Igualdad y Fraternidad como significantes vacíos que totalizan un espacio discursivo
fallado en su universalidad, ya que, como explicamos anteriormente, toda totalización
supone un punto de exclusión constitutiva.
En los textos en los que se presentan configuraciones intelectuales de la Ilustración
aparecen referencias a la relación entre la mujer y los derechos de ciudadanía que
describen posiciones ambiguas. Por ejemplo, en algunos de sus escritos, Rousseau y
Montesquieu afirmaban que la naturaleza humana había establecido que las mujeres se
subordinen al hombre.
Resulta particularmente interesante retomar fragmentos de Condorcet en los que se hace,
sin embargo visible el problema del vínculo entre las mujeres y la condición de
ciudadanía. En sus textos y en la Asamblea Nacional, defendió la emancipación de las
mujeres y su derecho a formar parte del gobierno de la nación. Condorcet comparaba la
condición social de las mujeres de su época con la de los esclavos: "El hábito puede
llegar a familiarizar a los hombres con la violación de sus derechos naturales, hasta el
extremo de que no se encontrará a nadie de entre los que los han perdido que piense
63
siquiera en reclamarlo, ni crea haber sido objeto de una injusticia.(...) Por ejemplo, ¿no
han violado todos ellos el principio de la igualdad de derechos al privar, con tanta
irreflexión a la mitad del género humano del de concurrir a la formación de las leyes, es
decir, excluyendo a las mujeres del derecho de ciudadanía? ¿Puede existir una prueba
más evidente del poder que crea el hábito incluso cerca de los hombres eruditos, que el
de ver invocar el principio de la igualdad de derechos (...) y de olvidarlo con respecto a
doce millones de mujeres?104"
Incluso se encuentran prácticas políticas que dan cuenta de procesos de articulación de
una subjetividad política organizada en torno a una demanda de inclusión de las mujeres
en el universo de ciudadanos. Un ejemplo interesante puede encontrarse en la figura de
Olimpia de Gouges. En 1791 publicó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la
Ciudadana, donde denunciaba que la revolución había olvidado a las mujeres en su
proyecto igualitario y liberador. Afirmaba que la "mujer nace libre y debe permanecer igual
al hombre en derechos" y que "la Ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas
las Ciudadanas y los Ciudadanos deben contribuir, personalmente o por medio de sus
representantes, a su formación". Sumamente significativo resulta, en este sentido, su
destino: el encarcelamiento y ejecución durante el período de la dictadura jacobina
simbolizó el fracaso de las reclamaciones feministas durante la revolución.
Un nuevo régimen veridiccional centrado en la Razón desplazó a la religión como
autoridad y estableció la observación directa de la realidad y el afán de dominar la
naturaleza como actitudes paradigmáticas de la época.
104
Condorcet, "Essai sur l’admission des femmes au droit de cité", 1790, en PAULE-MARIE DUHET, Las Mujeres y la Revolución,
Barcelona, Ed. Península1974, p. 145
64
Nuevas configuraciones significantes confirieron una nueva posición para el hombre en la
organización del mundo, por un lado como objeto a conocer para ser pensado, medido,
perfeccionado, y por otro lado, como sujeto activo de conocimiento, libre de
determinaciones y mediaciones divinas. “Pensar al Hombre, o sea instituir el conjunto de
significaciones imaginarias de lo humano; he ahí una de las características distintivas de
la modernidad105”
Con Descartes puede ubicarse el lugar que reserva la nueva organización discursiva al
hombre en tanto sujeto de conocimiento, en la misma senda filosófica, el idealismo
subjetivista de Kant expresa la asunción por el hombre de la pauta moral. Es su propia
voluntad y razón lo que guía sus acciones y decisiones y no objetos externos. Si bien
estas premisas fueron tachadas de ingenuas, considerando miopes la consideración de
una decisión autónoma, no condicionada por su contexto, abrieron una nueva forma de
concebir la moral, lejos de las máximas cristianas. En el momento en que el hombre
ingresaba como objeto de estudio de las ciencias, se instalaban en el imaginario los
conceptos de voluntad y libertad. Antes de ello, se creía que los malos actos se dirimían
entra la debilidad de la voluntad y las tentaciones carnales.
La nueva sociedad burguesa tomó a la Razón como significante universal que legitimaba
un nuevo orden de lo social que se pensaba a sí mismo libre del designio divino y los
privilegios de sangre. Esta razón continuaba manteniendo como única medida al Hombre.
“Las condiciones de posibilidad de un saber sobre lo humano estarán dadas desde
categorías que abrirán identidades y no diferencias106”. De esta forma, nuevas
articulaciones significantes organizadas conforme a leyes de pretensión universal
105
Fernandez, A., La mujer de la ilusión. Pactos y contratos entre hombres y mujeres, op. cit. p. 34
106
Fernández, A., op. cit. p. 37
65
reorganizarán los esquemas de percepción, registro y consideración de lo femenino sobre
matrices homogeneizantes y normalizadoras, legitimadas desde el discurso de una
ciencia rejerarquizada.
A partir del surgimiento de la sociología
comenzó a pensarse la sociedad como un
conjunto de individuos iguales regidos por esta razón universal que se transformaba en
horizonte para la formulación de leyes generales que trataban de explicar -con efectos
disciplinarios- las conductas. En los escritos de Auguste Comte, considerado uno de los
fundadores de la sociología, se sostiene que la subordinación de la mujer en el seno del
matrimonio es fuente de estabilidad de la familia y por ende de la sociedad. Para este
autor, la instrucción de la mujer debe ser limitada y sólo debe dedicarse a la
administración doméstica: “las mujeres y los proletarios no pueden ni deben convertirse
en autores, tanto más cuanto que no lo quieren107”.
Nuevas constelaciones significantes producen una nueva femeneidad y sin embargo, el
efecto político mantiene las posiciones asimétricas entre los géneros, dispuestas por las
formaciones discursivas propias del cristianismo y el Medioevo. El control de lo femenino
reclamado por el discurso de la religión cristiana deviene dispositivo científico, biológico,
psicológico, económico de legitimación de su “inferioridad natural”.
Desde la teoría económica, los fisiócratas insistían en la necesidad de madres dedicadas
para promover el aumento de la población. En el siglo XVIII se desarrolló la tendencia
malthusiana y los procedimientos anticonceptivos empezaron a ser utilizados: el acto
sexual y la función reproductiva comenzaban a separarse.
Paradójicamente, los mecanismos significantes de un discurso orientado ideológicamente
hacia la “libertad del hombre” entretejieron los hilos del saber y el poder para reforzar el
107
Auguste Comte citado en El Segundo Sexo, op. cit. p.102
66
ideal de la familia victoriana. Dentro del proceso de laicización abierto con la modernidad,
la medicina se constituyó como un pilar discursivo para la configuración de cuerpos y
prácticas bajo las dicotomías: sanos/morales o enfermos/inmorales.
La medicalización del cuerpo femenino se inscribía en una matriz conceptual para la cual
todo malestar no justificado por causa visible, era atribuible a un problema uterino.
Nuevos usos de la teoría hipocrática de los humores se articularon con elementos propios
de la nueva formación discursiva prescribiendo prácticas, mecanismos explicativos,
dispositivos clínicos y de intervención sobre los cuerpos y las emociones. Los médicos
recomendaban determinadas conductas sociales para mantener en equilibrio el cuerpo
permanentemente atormentado por el útero. La necesidad de alianzas familiares, plasmó
rápidamente en las recomendaciones médicas que incitaban al matrimonio y al embarazo
a las mujeres jóvenes108.
Nuevos dispositivos explicativos volvían a asociar la histeria con la condición inferior de lo
femenino, condicionado por la presencia del órgano uterino poseído por el deseo de
procrear. El cuerpo de la mujer resulta ahora objeto aprehensible en leyes universales
enunciadas según cánones de observación biológica, sanitaria, psicológica. “Así como el
mundo medieval veía en las histéricas y en las delirantes nada menos que brujas
amenazantes del orden social, el mundo moderno verá a las brujas como histéricas y
delirantes que la ignorancia y la incomprensión de la época anterior llevaron a la
hoguera109”.
108
Fernández, A., op. Cit. p. 54
109
Fernández, A., op. Cit, p. 74
67
En el siglo XVII, el término hereje fue reemplazado por enfermas mentales y sus
conductas se sometieron a dispositivos de clasificación clínica, asociadas a la histeria, la
paranoia o la melancolía.
La dupla madre/histérica cerrará el círculo de la femineidad moderna. Necesidad
económica articulada con dispositivos ideológicos de legitimación por las ciencias
biológicas, médicas, psicológicas operaron el borramiento de las condiciones históricas,
sociales y políticas de la construcción discursiva de la identidad femenina.
De este modo se fue conformando el dispositivo de la sexualidad110 a través del cual el
poder despliega sus dinámicas de dominación y disciplinamiento de los cuerpos. Sus
estrategias fueron: la histerización del cuerpo de la mujer; la pedagogización del sexo del
niño: guerra contra el niño masturbador; la socialización de las conductas procreadoras:
pareja maltusiana y la psiquiatrización del placer perverso.
Estos cuatro lineamientos desarrollados por la scientia sexualis en el siglo XIX guardaban,
para Michel Foucault, estrecha relación con el progresivo biopoder instituyente (un
penetrante y corrosivo control de los cuerpos). El sexo comenzó a ser objeto de estudio
cuando el control de la natalidad se volvió indispensable para el progreso de la sociedad.
El avance de los métodos anticonceptivos permitió a las mujeres poco a poco reducir las
múltiples maternidades forzadas a las que estaban sujetas, liberándose de una
“Naturaleza” asociada ahora con la disposición orgánica y objeto de la práctica científica,
clínica o sanitaria.
110
Foucault, M., Historia de la sexualidad 1, La voluntad del saber, op.cit.
68
Sin embargo, a pesar de disminuir la cantidad de partos, la ciencia y la sociedad seguían
adjudicándole un único destino a la mujer: la maternidad y el cuidado de la familia. Con un
fuerte anclaje en la familia, la mujer será definida como la responsable del mejoramiento
de la especie. La mujer ya no será perseguida mientras se mantenga esclava de su hogar
y su familia.
En solidaridad con los cambios en la estructura económica, productiva y laboral
capitalista, se transformó la estructura familiar: las obligaciones domésticas asociadas a la
función materno-reproductora se adjudicaron exclusivamente a las mujeres como algo
natural y se anuló cualquier intento de escapar al ámbito privado. La división social del
trabajo según los géneros, hizo del hombre el productor y generador de ingresos, y de la
mujer, la encargada del cuidado del hogar y la familia. El trabajo doméstico quedará al
margen de las leyes del capitalismo: se formará una clara separación entre lo económico
y público (remunerado), y lo doméstico como parte de lo privado, asociando y
confundiendo deber social y dimensión afectiva.
Más tarde, con la expansión del capitalismo de finales del siglo XIX y las consecuencias
de la Primera Guerra Mundial fue necesaria la incorporación de las mujeres a la esfera
productiva. Estos hechos, sumados a la introducción de los métodos anticonceptivos,
otorgaron a las mujeres una importante autonomía y les permitieron alcanzar un
mejoramiento en su situación.
Aún así, los ecos de Eva y de Pandora resuenan en esta época. La mujer es la culpable
de incitar al hombre al placer sexual y arrastrarlo a la reproducción de la humanidad, sin
considerar los sufrimientos y tragedias que esta implica. La culpa que arrastra a la mujer
tiene un nuevo fundamento: ella carece de razón, su capacidad de raciocinio es casi nula.
Al respecto, Schopenauer afirma que las mujeres sólo han sido creadas para la
propagación de la especie. “Su única función las pone sobre un pie de igualdad mucho
69
más marcado, y por eso tratan de crear ellas entre sí diferencias de categorías111”, su
posición es definida por el hombre al que han sabido agradar. “Lo que hace a las mujeres
particularmente aptas para cuidarnos y educarnos en la primera infancia, es que ellas
mismas continúan siendo pueriles, fútiles y limitadas de inteligencia112”.
Desde la Edad Media la mujer es considerada sinónimo de sexualidad y cuando ésta no
es controlada, iniciada, modelada por los hombres, es condenada. La articulación
discursiva entre identidad femenina y sexualidad mantiene su solidez aunque se apoye en
argumentos aleatorios. Su inadecuación a este enclave ofrece espacio para la condena
moral, el control físico o psíquico.
Ante los nuevos mandatos sociales impuestos a las mujeres, una nueva epidemia invadió
a la burguesía: la histeria. El estudio de esta extendida enfermedad nerviosa de las
mujeres le permitió a Sigmund Freud desarrollar las primeras teorías del psicoanálisis.
Sus postulados intentaron romper con el naturalismo que atravesaba los cuerpos y con el
círculo histeria/ útero, desplazando conceptualmente su explicación hacia la noción de
inconsciente.
Sin embargo, esta teoría radical, que instituyó una hermenéutica del yo, se convirtió ella
misma en moderna tecnología del yo. Toda fórmula teórica se inscribe en un campo
epistémico que la excede y esto puede advertirse incluso en la letra freudiana. El gesto de
ruptura, en sus inicios, quedó cooptado por el saber médico hegemónico cuando Freud
explicó la relación de la histeria con el cuerpo femenino reintroduciendo concepciones
anatómicas como fundamentos. “La posesión de un clítoris, al que se le adjudica sin
111
Schopenauer, Arthur, El amor, las mujeres y la muerte, Buenos Aires, Grafidco, 2007, p. 57
112
Schopenauer, Arthur, op. cit. p.53
70
mayor reflexión filiación masculina, predeterminaría la organización de una fantasmática
fálica que gobernaría el vínculo de la niña con su madre en tanto mujer113”.
Partiendo de estos presupuestos, la tesis de la masculinidad primaria concibe a la mujer
condicionada por este núcleo masculino que la predispone a la histeria. Las revisiones
feministas del psicoanálisis abrieron la posibilidad de repensar el sexo a partir del género
e introdujeron la idea de una feminidad primaria que surgiría en la primera etapa de la
vida por la identificación especular con la figura materna. Sugieren que el falicismo se
introduce sólo a posteriori como la marca primaria del poder androcéntrico que configura
nuestra cultura.
“Este pasaje del cuerpo a lo simbólico en la determinación de la
identidad, hasta hoy llamada sexual –atribuido a la marcación anatómica- de ahora en
adelante debiéramos denominar identidad de género114”.
Para poder problematizar la organización sexual de la sociedad, que bajo la apelación a
naturalismos naturalizados monopolizó durante siglos las categorías y los conceptos
desde donde descamar las capas simbólicas del poder, debemos redireccionar la
indagación hacia el magma de significaciones, creencias y fantasías para comprender el
rol fundante de lo simbólico.
Tanto la niña como la madre experimentarán en una primera etapa la representación de la
mujer como sede del poder. La crisis de castración que se genera con el ingreso
simbólico del pene del padre, provocará una redistribución valorativa de los géneros. El
falo paterno será elevado como fetiche y el lugar de la madre será desvalorizado, lo que
acarrea la pérdida del Ideal femenino primario y el trastorno de su sistema narcisista.
113Dio
114
Bleichmar, E., El feminismo espontaneo de la Histeria: El estudio de los transtornos narcisistas de la feminidad, México, Siglo XXI, 1989, p. 22
Dio Bleichmar, E., op. cit. p. 29
71
La ecuación que atraviesa el universo femenino cobra la forma de un déficit narcisista,
cuyo dilema es cómo hará la niña para desear ser mujer y revalorizar su condición en un
mundo fálico. Como señala Bleichmar, “…lo habitual en la niña es que, en el proceso de
identificación a la madre encuentre serios obstáculos para considerarla modelo a quien
parecerse, y en lugar, de identificarse a ella, se desidentifique y localice su ideal en el
hombre115”.
Las formas finales de la feminidad tendrán su eje en el cuerpo y la fisiología sexual; de
esta forma, los pilares del Yo femenino estarán determinados por su capacidad de
atracción del hombre y su posibilidad reproductiva.
Repensar
categorías que parecen resumir procesos históricos cuasi naturales para
rescatar la opacidad de los entrecruzamientos sedimentados implica concebir a estos
significantes como un “anudamiento de mitos sociales cuyo soporte narrativo es el
conjunto articulado de falacias instituidas por el universo de significaciones imaginarias
que inventan La Mujer de una época116”.
Teniendo en cuenta el constante juego hegemónico, las posiciones sociales y subjetivas
que cada época configura se vuelven lugares claves para leer los efectos de las
rearticulaciones discursivas mediante las cuales el poder organiza constructos sociales
bajo aspectos esenciales y fija identidades produciendo, a su vez, múltiples exclusiones.
115
116
Dio Bleichmar, E., op. cit., p. 32
Fernández, A., op. cit. p.
38
72
La pos culpa en la era de las identidades dislocadas
“El Imperio es la forma última del biopoder, en la medida en que abarca
absolutamente el poder de la vida”
(Imperio, M. Hart y A. Negri)
Las fuerzas hegemónicas que rigen la posmodernidad se han dispuesto en
constelaciones que producen efectos totalitarios en los mecanismos de subjetivación
donde los deseos son administrados y las identidades son reducidas a imágenes y
mercancías. El universo totalitario de la racionalidad tecnológica es la última encarnación
de la idea de razón que rige este neocapitalismo.
El comienzo de la fase postindustrial del capitalismo puso fin al control que los Estados
ejercían sobre el mercado para liberar completamente la vida a la razón económica y al
conocimiento científico-técnico que pasó a convertirse en la principal fuerza productiva y
disciplinaria. De esta forma, el imperialismo devenido en imperio se aseguraba insumos
humanos flexibles a medida de su mercado planetario.
Marcuse describió la organización totalitaria de las sociedades como una consecuencia
inevitable del desarrollo técnico: “nuestra sociedad se distingue en cuanto sabe domar las
fuerzas sociales centrífugas por medio de la Tecnología más que por medio del Terror,
sobre la doble base de una eficiencia aplastante y de un nivel de vida más elevado117”.
La pérdida de trascendencia ya anunciada por Nietzsche con la muerte de Dios, lejos de
producir efectos libertarios, ha permitido que la técnica, regida por los principios
117
Marcuse, H., El hombre unidimensional, Barcelona, Editorial Ariel, 1994, p. 67
73
económicos de eficiencia y eficacia, reemplace el lugar de verdad que ocupaban la
religión, la moral y la ética
A su vez, sucesos de orden político confluyeron para socavar las bases del sistema ético
del mundo occidental sustentado en la idea de progreso. La esquizofrenia social
convertida en régimen y el horror organizado tras los alambres de los campos de
exterminio astillaron en mil pedazos el mito central la modernidad de un devenir en línea
recta a la superación humana.
La segunda guerra mundial, la reconfiguración del sistema económico y el escepticismo
social marcaron los síntomas de fin de época. El proyecto de la modernidad parecía
agotado, o mejor dicho, abortado.
En La condición posmoderna, Lyotard sostiene que la relación entre la ciencia y el fracaso
de las promesas de emancipación por medio del progreso científico, las guerras totales,
los totalitarismos son producto en sí mismos del proyecto moderno. El ideal de civilización
tenía un único destino: el modelo europeo de humanidad que como sostiene Vattimo
“…se ha ido desvelando como un ideal más entre otros, no necesariamente peores, que
no puede, sin violencia, pretender erigirse en la verdadera esencia del hombre, de todo
hombre118”. La historia lineal se devela como un fórceps ideológico y el ideal
emancipatorio muestra su cara opresora.
La condición posmoderna es resumida por Lyotard como “la incredulidad con respecto a
los metarrelatos119”. La caída del gran relato abrió la tarea de la deconstrucción como
crítica al proyecto modernista de la razón ilustrada, los caminos se bifurcaron y se abrió
así la posibilidad a toda una serie de juegos de lenguaje.
118
Vattimo, G., La sociedad transparente, Barcelona, Ed. Paidós, p. 77
119
Lyotard, J., La condición postmoderna, Editorial Cátedra, Madrid, 2006, p. 86
74
Si en la antigüedad el mito se constituía como el discurso a través del cual los sujetos
procesaban su experiencia con el mundo, en la edad media ese lugar fue reemplazado
por nuevas mitologías, las de la religión y en la Modernidad por el discurso también mítico
de la razón, en la posmodernidad las bases discursivas, la historia como metanarración
que sustentaban teórica y trascendentalmente a la sociedad se desvanecen y proliferan
en microrrelatos fragmentados, plurales y signados por el componente relativista.
La inconsistencia del sujeto moderno quedó expuesta por la acción corrosiva de algunos
discursos críticos y la humanidad como sujeto orientado hacia la emancipación también
perdió consistencia. Los autores de la Teoría Crítica denunciaron la deriva de la razón
iluminista en razón instrumental y señalaron el hecho de que el dominio de la naturaleza
no condujo al mejoramiento de la vida y a la emancipación de los sujetos, sino por el
contrario, a la explotación del hombre por el hombre y su cosificación120.
De la misma manera, los estudios psicoanalíticos iniciados por Freud, desmoronaron la
concepción del sujeto consciente mantenida por la modernidad al descubrir la tragedia del
individuo no poseedor de sí mismo y disputado por fuerzas incompatibles: las pulsiones
inconscientes y las exigencias morales introyectadas en el dispositivo de la ilusión yoica.
Para Lyotard, la reconfiguración del modo de producción capitalista no sólo va impactar
en las subjetividades, sino también en la propia estructura del saber que se convierte en
una mercancía más. Mientras que en la Modernidad el saber es considerado un
instrumento al servicio de la emancipación del hombre y de la sociedad, con la
reconfiguración del capitalismo este se convierta principalmente en un valor mercantil
fundamental en tanto intercambio de informaciones.
120
Horkheimer, M. y; Adorno, T., Dialéctica del iluminismo, Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1987
75
La información desbarata los procesos productivos anteriores pero a su vez integra los
diferentes pasos en sus redes aumentando su productividad, los tiempos se reducen a la
instantaneidad y la producción social adquiere simultaneidad. De esta forma “la riqueza
acumulada se vuelve cada vez más inmaterial; incluye relaciones sociales, sistemas de
comunicación, de información y redes afectivas121”.
Baudrillard definirá la situación actual sosteniendo: "Ya no estamos en el drama de la
alienación, sino en el éxtasis de la comunicación122”. La reestructuración del modelo
económico y el correlato productivo de esta etapa posmoderna, fue acelerada por el
desarrollo de Internet y las autopistas de comunicación. La globalización instaló un
sistema postindustrial: actualmente el 95% de la actividad económica del mundo es
inmaterial.
El fin de las ideologías pregonado por Francis Fukuyama indica y oculta a su vez el
advenimiento de múltiples discursos solidarios con un poder sin nombre pero designado
de múltiples formas, sin centro pero que se vuelve más poderoso justamente en ese no
lugar. Sin embargo, en las coordenadas básicas de la trama discursiva vigente se erige la
ideología totalizante del libre juego del mercado que promete como nuevo paraíso en la
tierra la acumulación de riquezas. O, en todo caso, la fórmula igualmente eficaz de su
condición de inevitable destino.
Mientras en épocas anteriores, la autoridad era reconocible y con ella el discurso
hegemónico que la sustentaba, hoy los esfuerzos están destinados a invisibilizar el
alcance del Mercado y su velado derecho a decidir sobre la vida. “…la hegemonía pone el
énfasis en las maneras en que opera el poder para formar nuestra comprensión cotidiana
121
Negri, A. y Hart, M., Imperio, Buenos Aires, Paidós, 2003, p.229
122
Baudrillard, Jean, El intercambio simbólico y la muerte, Barcelona, Anagrama, 1980
76
de las relaciones sociales y para orquestar las maneras en las que consentimos (y
reproducimos) esas relaciones tácitas y disimuladas del poder123”. Los medios de
comunicación adquieren un papel fundamental en este proceso, ofreciéndose como
espacios de multiplicación y refuerzo de las condiciones para perpetuar la dominación de
este nuevo orden: “...los medios y la televisión son los que presentan una imagen de la
vida tal como habría que vivirla según el punto de vista de los que mandan124”.
La unificación del mercado mundial generó la expansión de un modelo disciplinario de la
organización del trabajo y la sociedad. De esta forma, los trabajadores se transformaron
en elementos intercambiables de la fábrica global a las vez que perdieron la inscripción
nacional y territorial sobre la que se habían estructurado las formas de disidencia,
organización y lucha de los movimientos obreros y populares del siglo XIX y XX.
El debilitamiento de las instituciones posibilitó además, el paso de la sociedad disciplinaria
a la sociedad de control. Mientras que en la modernidad, las instituciones cumplían un
lugar fundamental para el funcionamiento del poder, puesto que la eficacia de la lógica
disciplinaria dependía de su aplicación en ellas, en la posmodernidad se produce un
aplanamiento de estas instancias verticales hacia la horizontalidad de los circuitos de
control; el ejercicio inmanente de la disciplina se intensifica por el declive de las
instituciones y los dispositivos disciplinarios se extienden más allá de sus muros a la
totalidad de la vida125.
123
Butler, en Butler, Judith, Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la
izquierda, op. Cit., p.20
124 Chomsky, Noam, Política y Cultura a finales del Siglo XX. Un panorama de las actuales tendencias, Editorial Ariel, Barcelona, 1994,
p. 57
125
Negri, A. y Hart, M., op.cit.
77
A medida que las instituciones pierden sus contornos, comienzan a producirse
identidades múltiples, se es todo y nada al mismo tiempo. Las identidades producidas por
la modernidad se asemejaban a las partes de la maquina fordista, cada pieza una función,
cada identidad, un rol. Pero así como la rigidez del fordismo debió flexibilizarse, las
identidades formateadas por la posmodernidad se volvieron híbridas y fluidas.
Las nuevas configuraciones discursivas barren el límite entre exterior e interior. La
exclusión imperialista fue reemplazada por una inclusión diferencial que debe crear,
mantener, ordenar y controlar esas diferencias para anular su potencial conflictividad. Al
suprimirse el exterior ninguna identidad es definida como Otro, aunque en sus líneas
medulares, la figura del hombre sigue operando como grado cero cultural. “El aparato
general del dominio imperial en realidad opera en tres etapas: una inclusiva, otra
diferencial y una tercera, administradora126”.
Este nuevo orden es acompañado por nuevos límites y mecanismos de control, “la
psicologización de lo social implica toda una tendencia a reducir al máximo los
instrumentos en lo público y aumentar – lo más posible- las prioridades de la vida
privada”127. La alquimia entre el hedonismo social, el culto al mercado, el narcisismo
cultural y la virtualización de los lazos sociales derivaron en una vida replegada en el
goce de nosotros mismos, del logro del deseo en la experimentación continua y la
entronización de la cultura “psi”. Nuevos dispositivos narrativos organizan el aislamiento
individual, la concentración introspectiva y producen así el aislamiento reforzando la
fragmentación social.
126
Negri, A. y Hart, M., op.cit. , p.178
127
Fernández, A., Morales incómodas: Algunos impensados del psicoanálisis en lo social y lo político, Revista Universitaria de
Psicoanálisis, Universidad de Buenos Aires, N°2, 2000, p.179
78
La desconfianza y el miedo se volvieron políticas de estado del gran estado imperial que a
través de su manejo logra administrar, reproducir, profundizar y crear diferencias que
operan como infranqueables128.
La entronización del instante presente, la evanescencia de las ideas marcada por el ritmo
frenético de zapping y el culto al consumo marcan el abandono de los idearios sociales y
políticos, caracterizados ahora como obsoletos. En su reemplazo se levantan las
banderas de la libertad virtual y el deseo desapasionado.
Bajo el lema de la ampliación de las libertades individuales, formalmente la mujer puede
disponer de sí misma, decidir sobre su cuerpo y su fecundidad, su formación y se afirma
que tiene los mismos derechos a nivel político y laboral que los hombres. Podría afirmarse
que, en términos estadísticos, la división sexual en el trabajo ha comenzado a reducirse
lentamente, excepto en la cima de las pirámides ocupacionales.
Sin embargo, la culpabilización histórica de las mujeres instituyó el signo negativo con el
que aún la mujer contemporánea se enfrenta. La traza genealógica propuesta permite
iluminar prácticas, percepciones e interrogantes que atraviesan la configuración
contemporánea de lo femenino.
La feminización del espacio doméstico dejó de ser una confinación ineludible para
reconfigurarse a propósito de una nueva constelación narrativa que revaloriza las tareas
del hogar desde la facultad femenina para cumplirlas aportando su “toque de sensibilidad
y afecto”, como si se tratará de objetos de deseo arquetípicamente femeninos. Así la
asociación entre lo femenino y el universo semántico del ámbito privado y hogareño
continua operando como un obstáculo para el desarrollo de la vida profesional y social de
las mujeres. La conquista del espacio público es pagada con la exigencia de un menor
128
Negri, A. y Hart, M., op.cit.
79
margen de error que el impuesto a los varones. El peso que la mujer actual debe cargar
por las batallas obtenidas se imprime en su cuerpo y en su moral.
A pesar de que esta nueva posición femenina es adjudicataria de derechos extendidos y
con una supuesta voluntad autónoma para tomar decisiones, las representaciones acerca
de sus obligaciones y sus límites condensan tramas de sentido que convocan muchos
universos discursivos adjudicados a “etapas superadas” de la vida social manteniendo
muchos de los viejos estigmas.
Esta situación somete a la mujer a una doble exigencia: por un lado, atada a las
reminiscencias de roles y mandatos tradicionales y por otro, impulsada a la exploración y
la consolidación en nuevos ámbitos sociales que históricamente eran reservados a los
hombres (laborales, académicos, culturales, artísticos, etc.). Mientras que los primeros
reactualizan discursos esencialistas centrados en el mito de la maternidad, ahora
investidos por mandatos de goce y placer que desplazan la idea antipática del “deber” por
la de la “decisión”, los segundos son exigidos por el propio desarrollo del sistema
económico y tamizados por el mito de la igualdad. Hasta hoy la articulación de estas dos
formaciones discursivas sigue siendo conflictiva y escinde a la mujer en una angustiante
crisis moral.
La maternidad como práctica social y su eficacia para plasmar subjetividades sigue siendo
una de las representaciones de género más arraigas en el ideario social desde el
Renacimiento hasta la actualidad. Desde diferentes perspectivas se acuerda que este es
el verdadero destino de las mujeres. La medicina explica la naturaleza femenina desde el
dominio hormonal y la disposición del cuerpo para la concepción. Por su parte, la
psicología coincide en que la maternidad es un deseo inconsciente que está presente en
toda mujer. La capacidad de ser madre es el eje a través del cual se construye la
percepción de sí misma y sobre el cual se funda su reconocimiento.
80
Por otra parte, hoy las referencias clásicas a la división de roles entre los sexos se ven
alteradas por el desmoronamiento de los modos de empleo y trabajo tradicionales que
ocasionan la crisis del rol masculino como proveedor económico y la transformación de la
familia nuclear. La provisión económica tradicionalmente considerada una obligación
masculina comienza a ser asimilada por las mujeres, sumando a sus obligaciones en el
ámbito doméstico, las demandas del mercado laboral y profesional. Esto ya era advertido
tempranamente por feministas del siglo XX: “La mujer que se libera económicamente del
hombre no se encuentra por ello en una situación moral, social y psicológica idéntica a la
del hombre129”.
Estos cambios se asientan sobre un pasado cargado de exclusiones y un presente
convenientemente democrático e inclusivo.
En la eterna tensión entre diferencia e
igualdad, el tramposo mito de la igualdad descansa en la exigencia y otorgamiento de
derechos vacíos. ¿Igualdad con respecto a qué? ¿Cómo se mide? ¿Hay un estado ideal
de igualdad al que se aspira? Mientras la mujer accede cada vez a más “beneficios”, más
se hunde en los laberintos de un nuevo signo de opresión. La posición de la “mujer libre”
coincide con la sujeción al mercado laboral, la responsabilidad del mantenimiento del
hogar, la responsabilidad por la crianza de los hijos y el sostén de la autoridad.
Si la igualdad y la universalidad son operaciones hegemónicas que se instalan según
entramados discursivos, el auténtico lugar donde esta lucha se dirime es en la
construcción y reconstrucción de representaciones sociales, en la crítica radical de los
discursos androcéntricos constructores del género dominante. Atrapada en las redes de
129
Beauvoir, S., op. cit. p. 677
81
este mito, la mujer contemporánea “Quiere vivir a la vez como un hombre y como una
mujer: de ese modo multiplica sus tareas y sus fatigas130”.
Las mujeres, que representaban en épocas anteriores el síntoma, debieron ser incluidas
en el discurso igualitario posmoderno. Como sostiene Laclau, “en la medida que un
sistema sea capaz de absorber las demandas de los grupos subordinados de una manera
“transformista”, para usar la expresión de Gramsci, ese sistema gozará de buena
salud131”. La ecuación entre poder, deseo y culpa sugiere que a medida que el poder se
fortalece, va extendiendo sus límites, creando la ilusión de universalidad.
Sin embargo, las desigualdades entre hombres y mujeres no sólo se mantienen, sino que
su exaltación ha cobrado un nuevo aliento en esta época en que las identidades
desdibujadas deben buscar nuevos límites de anclaje y pertenencia. Se trata de una
reconciliación de las mujeres con su rol tradicional, el reconocimiento de una positividad
en su feminidad. La histórica subordinación de las mujeres removida parcialmente por las
transformaciones sociales de las últimas décadas, ha dado nacimiento a lo que Lipovetsky
llama: La Tercera Mujer, «un compendio entre la autonomía individual de la propia mujer y
la tradición».
Para este autor, la primera mujer habría sido la despreciada por el cristianismo,
estigmatización que, bajo el prisma de la Iglesia, parecerían compartir los griegos y
romanos. Más tarde, cuando la maternidad pasó a ser valorada, la mujer dejó de ser
rechazada, aunque sus acciones debían mantenerse bajo la tutela de los hombres. Esta
es para Lipovetsky la segunda mujer.
130
Beauvoir, S., op. cit. p. 680
131
Laclau, E. en Butler Judith, Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, Contingencia, hegemonía, universalidad. Diálogos contemporáneos en la
izquierda, op. cit., p. 205
82
Esta lectura conciliadora celebra el status adquirido por esta “tercera mujer” sin
problematizar las desigualdades que siguen funcionando para impedir la articulación
igualitaria de esta doble exigencia entre hombres y mujeres.
Lo discutible de estas interpretaciones es la persistencia del operar de ciertos
significantes amos
que
obstaculiza
la
reconstrucción
y
apertura
de
nuevas
representaciones y subjetividades femeninas. El lugar hegemónico en la enunciación de
los discursos normativos mantiene la organización androcéntrica del espacio discursivo.
Ciertas normas y valores se mantienen reglamentando la vida social. Todas ellas siguen
encontrando en el cuerpo un territorio fértil donde inscribir la culpa. El antiguo desprecio
por el cuerpo como portador del pecado es reemplazado por el culto al cuidado de un
cuerpo joven y bello, el único cuerpo vendible y consumible.
Surgen nuevos dispositivos de administración y control que se caracterizan por
invisibilizar sus capacidades coactivas y coercitivas bajo el manto de la libertad de
elecciones individuales. Sin embargo, la emergencia del sentimiento de culpa señala las
consecuencias cotidianas de la trasgresión a los mandatos del poder androcéntrico y se
instaura como un castigo normativizador para las mujeres. La opresiva sensación de
culpa es parte de la experiencia de género, de “los efectos de significado y las autorepresentaciones producidas en el sujeto por las prácticas socioculturales, los discursos y
las instituciones dedicadas a la producción de mujeres y varones132”.
En esta era definida como pura heterogeneidad de articulaciones inestables de sujetos,
de relatos, de identidades y de símbolos, el poder y la ley desaparecen pero sólo para ser
vividos y experimentados bajo la forma de decisiones vitales, centradas en el yo,
exponiendo a los sujetos a sus fallas y desobediencia a las normas. “La mirada me mira,
132
Lauretis de, “La tecnología del género, op.cit., p.26
83
pero yo jamás puedo vislumbrar siquiera el lugar desde donde me mira; porque no hay
“lugar” ni ubicación determinada desde donde me mire133”. Esta ley extendida pero sin
fuente identificable coincide con “la muerte del padre” explicada por Freud a través del
mito de la horda primitiva, es decir, una autoridad “inexistente” pero necesaria, mediante
la cual se funda la cultura, y que se encuentra en la base estructural del dispositivo del
individuo/sujeto como célula social.
Tanto la ley como el deseo se encuentran en el reconocimiento, en la mirada admirativa o
punitiva de los Otros. Esta alteridad constitutiva/constituyente revela la irresoluble tensión
entre la voluntad autónoma y la voluntad heterónoma. La idea de autonomía del sujeto, en
tanto libertad para determinar sus propios actos, pone en evidencia la contingencia de lo
que llamamos libertad: “…tenemos tan poca experiencia de nuestra libertad que la única
experiencia que nos permite suponer que existe puede ser la experiencia de la culpa134”.
La corrosiva culpa que nos inunda es la prueba de nuestra relación con los Otros, con la
ley y con el contrato social. “Nuestra culpa es todo lo que sabemos de la ley135”.
De este modo, la fuente de la culpa se vuelve incognoscible y evasiva, sin un contenido a
priori, se revela como un murmullo disciplinador incesante. En este sentido, el mecanismo
del súper yo se sostiene de las ideas de un sujeto autónomo y una ley moral vacía.
El avance y perfeccionamiento de la biopolítica reformuló la relación entre deseo, culpa y
poder, que en tanto potencia productora, se encarga de modelar y crear, a través de
renovados mecanismos, las formas que esta relación debe asumir. Los patrones que
133
Copjec, Joan, Imaginemos que la mujer no existe. Ética y sublimación, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006, p. 289
134
Copjec, J., op. cit., p. 208
135
Copjec, J.,op. cit., p. 199
84
rigen la sexualidad articulados con los mitos de la maternidad y el del amor romántico
mantienen los códigos de dominación y el posicionamiento de la mujer como objeto.
Si bien el sexo se institucionalizó como una de las mercancías preferidas, el paradójico y
contradictorio rol de la mujer en las relaciones sexuales mantiene vigente la dicotomía:
madre/puta, objeto/sujeto.
A lo largo del proceso de socialización, los dispositivos identitarios de lo femenino siguen
asociando su lugar social a la búsqueda de un hombre para lograr su reconocimiento y
realización. El amor ha operado como “significante Amo” condensando una serie de
postulados ideales que han apresado en cada época diferentes significantes flotantes
tales como fidelidad, entrega, pasión, familia. El amor como point de capiton ha sido ha
funcionado como articulador y sostén de encadenamientos discursivos que han
configurado formas familiares solidarias con la reproducción de ordenes sociales
asimétricos (monogamia, familia malthusiana, familia victoriana, amor líquido).
Estas construcciones culturales fueron reforzadas por el mito de amor romántico, que en
tanto dispositivo articulador de prácticas de pareja, resultó solidario de un modelo
asimétrico de vínculo que fetichiza al amor y lo eleva como fuente y única razón de unión
de una pareja, espiritualizando un sentimiento ideal e incontaminado, es desvinculado del
sexo y de las relaciones de poder. Esta nueva concepción del amor fue entronizada desde
el Medioevo por los trovadores y desde allí, no dejó de transponerse en múltiples formatos
que continúan reproduciendo este falso protagonismo femenino; reducida a puro anhelo,
la mujer no es más que una figura pasiva a la espera de un hombre que logre abstraerla
de su autismo social o para ser fieles al género, sentimental.
Estas creencias, cristalizadas en clisé, organizan y dan forma a prácticas y experiencias
femeninas desde la infancia, naturalizando un modelo cultural de amor femenino que
85
implica un alto grado de resignación, olvido de sí misma, renuncia personal y tiene como
meta la entrega total dejando a la mujer expuesta a situaciones de sumisión, dependencia
del varón e incluso violencia.
Las mujeres son posicionadas como objetos del goce masculino antes que como sujetos
eróticos, este ser para el otro representa a la mujer como un ser de extrema fragilidad.
Este posicionamiento de la mujer fue indispensable para la constitución de la familia
nuclear, por eso “sería más pertinente hablar de pasivización en tanto efecto de la
violencia simbólico-institucional sobre el erotismo de las mujeres en el patriarcado; desde
allí sería posible analizar las marcas del mismo en la producción de subjetividades….136”.
Es una tarea abierta por algunas psicoanalistas contemporáneas reformular el narcisismo
femenino a partir de la categoría de género para poder comprender la magnitud que las
construcciones masculinidad y feminidad tienen como principio organizador del yo, super
yo y del deseo sexual. “La fuente del deseo no es un cuerpo anatómico sino un cuerpo
construido en el conjunto de los discursos y prácticas intersubjetivas137”.
La representación cultural de la mujer como cuerpo carente determinó y determina su
fragilidad estructurante que ante el imperio del significante falo, desgarra a la mujer en su
búsqueda exterior hacia la complitud. “La sexualidad encierra para ella una paradoja:
puede tanto elevar su narcisismo de género como devaluarlo al máximo. La única
garantía para evitar este peligro es la permanencia del hombre a su lado138”.
136
Ana M. Fernández Sexualidad Femenina. Una cuestión política. Revista Zona Erógena N° 16, Buenos Aires, 1993, p. 35
137
Dio Bleichmar, Emilce, “Del sexo al género”, op. cit. , p. 142
138
Dio Bleichmar, Emilce, “Del sexo al género”, op. cit. , p. 142
86
La agobiante culpa como manifestación del temor de no despertar el deseo del Otro se
materializa en el cuerpo de las mujeres y es ordenado conforme a cánones de belleza que
sistemáticamente disciplinan prácticas, deseos, placeres.
Esta fragilidad del universo femenino que participa estructuralmente de la lógica del
sistema patriarcal es articulada en enunciados publicitarios que participan de dispositivos
de sublimación y tramitación comercial del deseo. Frente a la exacerbada oferta de
libertad, libertad proscrita y que proscribe, el deseo ha sido “liberado” para alcanzar record
de ventas e instalar el consumo como el único y seductor espacio donde pareciera poder
ser satisfecho.
Así como los cálculos de rentabilidad simbólica del marketing se organizan en torno a una
estrategia de clasificar los deseos para su transformación en mercancía, ciertas corrientes
psicoterapéuticas, que en los últimos años han logrado desplazar a la clínica
psicoanalítica, Se articulan como dispositivos de disciplinamiento del deseo. Como
denuncia Ana María Fernández, la dimensión política de la subjetividad es uno de los
impensados del mundo psi.
“La pregunta por el deseo medieval, implica “descubrir” el deseo para castigar y purificar
la carne, mientras que la pregunta por el deseo en la modernidad –y allí sin duda el
psicoanálisis es un dispositivo de subjetivación- fundirá en una particular hermenéutica
deseo y verdad. Algo del orden de la verdad del sujeto se dirime en su pregunta por el
deseo139”. En la escucha psicoanalítica como nueva hermenéutica del sujeto, Foucault
reconocía una continuidad con la confesión cristiana como forma de administrar los
deseos y contener la culpa140.
139
Fernández, A., op. cit. p. 177
140
Foucault, M, El uso de los placeres, Historia de la Sexualidad, Tomo II, Siglo XXI, México, 1986
87
Desde sus orígenes, “el psicoanálisis es una teoría sobre la reproducción del parentesco
que describe los vestigios que deja en los individuos su enfrentamiento con las reglas y
normas de la sexualidad en las sociedades en que nacen141”.
La eficacia simbólica del Complejo de Edipo, como dispositivo de subjetivación permite
analizar los modos en que la identidad sexuada de los sujetos es modelada en el marco
de la sociedad occidental en la que se inscribe. De esta manera, la teoría del complejo de
castración reconoce al órgano masculino un papel central, la configuración simbólica de
su ausencia o presencia permite identificar las trazas del proceso de subjetivación de
género.
Según los desarrollos de esta teoría, alcanzar una feminidad “normal”, es decir, la
inscripción de los rasgos biológicos en los roles culturales, tiene altos costos para las
mujeres. El falo como encarnación del orden androcéntrico hegemónico permite pensar
las causas del malestar asociado a la condición femenina en una cultura falocéntrica.
Durante las últimas décadas y como efectos de nuevos procesos productivos, políticos y
sociales, algunas zonas parecen abrirse a nuevas configuraciones de género, la
reformulación de identidad cobra cierta visibilidad y asume formas de subjetividad
combativa, reivindicativa y critica. En este escenario, es posible pensar rearticulaciones
en el marco de los vínculos familiares, de pareja o en otros órdenes. Se abren
simultáneamente, interrogantes respecto del modo, la dirección y los medios que deben
darse las luchas encaminadas a promover relaciones de simetría entre los géneros y abrir
espacios de diversidad para las formas de identificación femenina, buscando otros puntos
de anclaje donde el significante mujer y el significante culpa podrían ser reconfigurados.
141
Rubin, G., op. cit., p. 42
88
Es sin embargo importante advertir que mientras la ideología pos nos invita a
deshacernos de los viejos valores, los ideales ya caducos, la moral y la culpa no
desaparecen sino que habitan nuevos cuerpos, nuevos actos y nuevas subjetividades.
La constelación hegemónica ha comenzado a producir nuevas formas de tramitar los
desgarrantes efectos que ella misma produce Los placebos de la nueva era mixturan
diferentes tradiciones que promueven un solitario autoconocimiento, una salvación
mesiánica en una época de fragmentación social. La inclusión de tradiciones milenarias y
elementos aleatorios de las nuevas terapias en un hábitat tecnológico conforman un
pastiche superficial e inocuo que opera como nueva tecnología del yo, un espacio de
redención personal y recreación de utopías evanescentes.
89
PARTE III
Consecuencias teóricas y políticas
90
Derivas de un significante. Notas para la revisión de la culpa
El ocaso de una época obsesionada por la búsqueda de valores y verdades universales,
dio paso a un tiempo donde su ausencia pareciera oxigenar el pensamiento hacia líneas
de interrogación discursivas y deconstructivas. Esta época surgida de la explosión de los
sentidos modernos, parece estar aún naufragando en el “entre” de un imaginario
devastado y las aristas de una nueva mentalidad desde donde resignificar el espacio
humano en un tecnomundo donde parece que no sólo Dios ha muerto.
Somos testigos de la desintegración y el perpetuo rearmado de una realidad que a la vez
que nos muestra descarnadamente su fragilidad, más nos somete a su imperio. La
recurrencia de las crisis emerge como el estado óptimo para la rearticulación del poder
que, a su vez, parece alimentarse de la pérdida de espesor de las subjetividades.
Intercambiables, manejables, asimilables, programables, anónimas, dispersas, exiliadas,
sujetadas, arrojadas al mercado de la existencia transcurren amenizando su desconexión
con los placebos virtuales que sólo aumentan los dividendos del Dios capital.
El fin de las grandes utopías parece signar la nostalgia de una época definida tristemente
como pos: pos-guerra, pos-crisis, pos-revolución, pos-iluminismo, pos-humano…
Para no caer en los espacios administrados por el pos-panoptismo habría que desafiar la
irreversibilidad de esta historia que hasta ahora organizó la fortaleza de sus jerarquías
sobre el relato de un único devenir posible. Partiendo de una concepción discursiva de la
realidad, consideramos fundamental rastrear los procesos de entramado que por un lado,
muestran las eficaces maniobras del poder, y por el otro, develan sus múltiples fisuras.
91
Es necesario profundizar esta tarea de indagación para remover las verdades fosilizadas
de nuestra época, formadas por múltiples significados históricos, que si bien son
contingentes, han devenido garantía de la consolidación de la realidad social. Erosionar
estos fósiles de sentido permite comprender las lógicas que estructuraron su
consolidación y poder abrir los sentidos para volver a colocar a la humanidad en el centro
de la ecuación social.
En este camino se inscriben los esfuerzos por deconstruir los sentidos naturalizados de la
modernidad y problematizar los dispositivos conceptuales solidarios con una organización
opresiva de las prácticas sociales, repensando la diferencia como instancia fundamental
desde donde analizar la lógica y la consolidación del poder en este “entre” posmoderno.
Como sostiene Derrida: “No hay ninguna naturaleza, sólo existen los efectos de la
naturaleza: la desnaturalización o la naturalización142”.
Nuestro propósito es avanzar en la deconstrucción social de las desigualdades históricas
para comprender cómo la sujeción femenina fue entramada y pensar la reversibilidad de
esta situación dentro de un horizonte de pensamiento que apunte a acompañar y
promover la construcción colectiva de un orden no androcéntrico.
La utilización de la categoría de género nos permite pensar cómo se construyen
dispositivos, se configuran y reproducen las diferencias hechas carne.
El cuerpo se
transforma en lugar de inscripción de signos, mensajes y mandatos vueltos conductas.
Si consideramos los entramados discursivos que operaron como telón de fondo de los
períodos analizados, podemos concluir que las diferencias anatómicas funcionaron como
datos arbitrariamente dispuestos de un aparato semiótico mucho más complejo y sutil que
construye hasta hoy en día la diferencia entre hombres y mujeres. Este aparato se vuelve
142
Derrida, J., Dar (el) tiempo I: La Moneda Falsa, Barcelona, Paidos, 1995
92
tan sutil que no sólo nos impide pensar el afuera de su lógica, sino que justamente por
ello, dificulta la problematización del “entre”, esa zona sinuosa donde se vislumbran los
contornos de lo cultural. Así como la ideología para Althusser tiene la función de interpelar
individuos en sujetos143, el género en tanto representaciones y autorepresentaciones de
las diferencias sexuales, ofrece fórmulas de reconocimiento diferencial de las identidades
subjetivas de varones y mujeres.
En todas las culturas existe un modelo normativo acerca de qué pueden y qué deben ser
un varón y una mujer. Estas construcciones sociales llevan implícitas una serie de
sanciones positivas y negativas en la dimensión social que marcan de antemano las
aspiraciones, las percepciones, el hacer y el poder, imperativos introyectados en cada
sujeto. El rigor con que son actuadas y experimentadas estas normas interiorizadas, tal
como lo describe Freud, aumenta la acumulación de culpa en proporción directa a la
rigurosidad con la que esta instancia psíquica reprime nuestros instintos144.
Mientras que en períodos anteriores, la culpa era atribuida a las mujeres por hechos y
responsabilidades
claramente
identificables;
hoy
el
sentimiento
de
culpa
es
experimentado como una sensación más difusa que nos invade cuando creemos actuar o
desear de forma incorrecta. Pero ¿quién discrimina lo correcto de lo incorrecto? Los
efectos del lenguaje del género en tanto tecnología política compleja producen
implicaciones concretas en la vida material de los sujetos. La culpa es una de las
consecuencias para las mujeres de ser interpeladas por esos efectos. De esta forma, la
representación de la mujer queda atada a una significación retroactiva mediante la
143
Althusser, L. Ideología y aparatos ideológicos del Estado / Freud y Lacan. Buenos Aires, Nueva Visión,1988
144 144
Freud, S., El yo y el ello, op.cit.
93
articulación del significante “culpa” y el significante “mujer” que la someten a una
angustiante escisión.
Desde el Mito de Pandora hasta la publicidad de Cofler, se evidencia un espacio
discursivo que produce efectos de funcionamiento social en el que pueden rastrearse los
mecanismos de exclusión propios de cada formación epocal y, a las vez, las marcas más
persistentes que han devenido condiciones de producción de formas discursivas aun
vigentes, entre ellas, el espacio mítico del Hombre y la confinación de lo femenino bajo la
fórmula del “anti-espacio”
El mito, como afirma Laclau, es constitutivo de toda sociedad posible actuando como
superficie de inscripción de las dislocaciones y reivindicaciones sociales. Aquel que logra
constituirse como operador de condensación más totalizante se instituye como universal,
organizando un modo de inteligibilidad. De este modo, la dualidad del espacio mítico
constituye un orden concreto y a la vez representa la forma misma del orden145.
Dicho de otra manera, la configuración de un espacio organizado, y pretendidamente total
de significación logra su positividad a expensas de la exclusión discursiva de algunos de
sus elementos; de esto se tratan los antagonismos. Derrida explica que la constitución de
una identidad siempre reposa en una violenta exclusión, donde uno de los dos polos de la
relación es marcado, por oposición al término principal. El “Hombre” como sujeto no
marcado, no sólo se constituye en oposición a la mujer, sino que además es equivalente a
“ser humano”.
Ante esta situación, la pregunta que se plantea desde una perspectiva de género es
¿Cómo intervenir en esa dimensión imaginaria de la fantasía social “inconsciente” que nos
constituye? Revisar los nudos a través de los cuales se fue atando el significante culpa tal
145
Laclau, Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Buenos Aires, Nueva Visión, 2000
94
como lo experimentamos hoy, es el primer paso para comprender cómo está operando y
las suturas hacia las que deberían destinarse los esfuerzos de la intervención política y la
lucha social para desarticular su poder coercitivo.
La inescrupulosidad y la apertura total del nuevo orden no indican “la muerte” del
sentimiento de culpa, sino la posibilidad de desmitificar y reestructurar esta moral
inquisidora que permita a las mujeres liberarse del pecado original grabado en el
inconsciente colectivo.
¿Cómo liberarse del sujetamiento para crear nuevos lazos? Si aceptamos que todas las
relaciones son contingentes y están abiertas al cambio ¿Cómo enfrentarse al mar de
inciertos y cierres eternizados? ¿Cómo redefinir lo clausurado?
Mientras continúen filtrándose caracterizaciones androcéntricas de la mujer diluidas en el
discurso posmoderno de la igualdad, seguirá condenada a buscar alternativas marginales
para escamotear ese orden. La ideología como articulación política de significantes
produce como efecto la necesidad de su propia inteligibilidad, ocultando su carácter
contingente y su antagonismo constitutivo. Por eso, apostamos a una rearticulación
simbólica que comience señalando y desnaturalizando los sentidos reificados por los
aparatos del poder. Pero claro está que esto no sustituye las luchas que deben darse en
otros escenarios y con fuerzas sociales genuinas.
La potencialidad del funcionamiento de la hegemonía consiste en rearticular los
significantes políticos, volver necesarias las relaciones contingentes. Su permanente
rearticulación señala acaso los espacios desde donde plantear la apuesta política para
desbaratar la eficacia ideológica de los sentidos androcéntricos fosilizados.
95
El mito de la igualdad y la universalidad produjo la ilusión de que todos y todas formamos
parte de una sociedad ampliada desalentando la posibilidad de luchar por una inclusión
verdadera. Lo que queda velado en estos discursos es la existencia del antagonismo
constitutivo de lo social y el carácter fallado de toda pretensión universalizante. La
relación antagónica hombre/mujer puede ser pensada desde la asunción del carácter
contingente de las identidades, donde el significante vacío Hombre constituye, en el
marco de un vínculo asimétrico, la plena identidad de la Mujer a la que se opone.
Dentro de este androcentrismo, lo que queda excluido es la mujer como exceso o resto
que desborda toda representación o posición discursiva, como sostiene Lauretis, “… la
mujer, como sujeto de deseo o significación, es irrepresentable, o, mejor, que en el orden
fálico de la cultura patriarcal y en su teoría la mujer es irrepresentable excepto como
representación”146.
Precisamente la opacidad de ese elemento excluido de los regímenes de verdad
hegemónicos es lo que puede desbaratar su pretensión totalizadora al señalar sus límites
y su absoluta contingencia. El carácter incompleto de toda formación ideológica constituye
la clave que permite seguir apostando a una nueva rearticulación temporal de los
significantes políticos que tengan como efecto nuevas posiciones de sujetos solidarias de
un proyecto de emancipación genérica.
Desafíos para una nueva praxis feminista. Hacia la subversión de los sentidos
En nuestro recorrido nos propusimos sistematizar algunos desarrollos teóricos y análisis
históricos en torno al funcionamiento del significante culpa y las constelaciones de
significados que a través de sus permanentes rearticulaciones cataliza respecto de la
146
Lauretis de, T., La tecnología del género, op. cit. , p. 27
96
posición femenina imponiendo ciertas normas de género que prescriben prácticas,
modelan experiencias, organizan percepciones y configuran regímenes de subjetividad.
La performatividad del género se encuentra asociada a la instancia de repetición de
ciertos mandatos sociales devenidos en ideales que en su reiteración producen y sujetan
al sujeto a los cánones de “normalidad” de la época. De modo que, como señala Judith
Butler, “…la femeneidad no es producto de una decisión, sino de la cita obligada de una
norma, una cita cuya compleja historicidad no puede disociarse de las relaciones de
disciplina, regulación y castigo147”.
A partir de esta afirmación, ¿Cómo podría el sujeto escapar de la instancia de repetición?
¿Cómo podría subvertir la recreación constante de citas? Acaso ¿Hay una sola forma de
interpretarlas y una sola dirección posible?
La salida planteada por muchas corrientes feministas fue la autoconciencia como
momento crítico de autonomía subjetiva que nos permitiría liberarnos de la apremiante
carga simbólica que subordina a las mujeres. Esta definición se ajusta a la concepción
marxista ortodoxa de la ideología como falsa conciencia, como un supuesto desajuste
entre los “intereses” de cierto grupo de agentes sociales y su reconocimiento e
implementación por parte de los mismos. Pero, ¿quién o cómo se establecen esos
intereses?
La posibilidad de autoconciencia que esta dada por la identificación de la libertad con la
voluntad del sujeto soberano, conduce a dos salidas para la práctica feminista: diluir los
particularismos en el “nosotras” o colocarse por encima de sus compañeras de género.
Esta concepción de un sujeto coherente y unificado es solidaria con la pretensión de una
teoría total que funcione como una guía para la acción política consciente; esta idea de
147
Buttler, J., op. cit., p. 326
97
vanguardia desvincula la tarea de la crítica teórica de la práctica política. La
inconmensurabilidad entre la lucha política y la autonomía del sujeto se revela como un
punto ciego de estos abordajes.
En cambio, si entendemos que el sujeto es producto de una conjunción de efectos de las
rearticulaciones de los significantes políticos y posición al interior de la estructura
discursiva, la eficacia de su acción siempre estará abierta a la indeterminación. “La
categoría de sujeto está penetrada por el mismo carácter polisémico, ambiguo e
incompleto que la sobredeterminación acuerda a toda identidad discursiva148.”
El ocaso teórico de una metafísica de la presencia y explicación totalizante de la historia
ha introducido la deconstrucción de la concepción de lo social que puede ser formulada
como una estructura descentrada. La imposibilidad constitutiva de lo social y la
dislocación de las identidades, definen a la sociedad como un juego infinito de diferencias
que puede ser aprehendido por las nociones de antagonismo y contingencia149.
La noción de contingencia indica una conceptualización radical que sin arrastrarnos a un
relativismo absoluto rechaza las esencias y la explicación ingenua de las objetividades.
Por su parte, el antagonismo tiene la función reveladora de mostrar el carácter
contingente de toda objetividad150.
Estas categorías permiten repensar la constitución de las identidades de los agentes
sociales y sus acciones en el curso de la historia. Las identidades y sus condiciones de
existencia forman un todo inseparable, estableciendo una relación dialéctica entre
148
Laclau y Mouffe, op. cit. p. 141
149
Laclau, op.cit.
150
Laclau, op.cit.
98
necesidad y contingencia: su constitución mantiene una relación necesaria con sus
condiciones de existencia que son, por definición, contingentes.
Esta nueva definición de lo social reconoce una pluralidad de centros de poder en pugna
con distintas capacidades de irradiación y estructuración. Las dislocaciones que dan
forma a los antagonismos son condición de posibilidad de la hegemonía que implica la
configuración de un espacio de homogeneización identitaria en detrimento de diferencias
enriquecedoras de la pluralidad social y en su arbitrariedad se constituye como relación
de poder.
El reconocimiento del carácter diferencial y múltiple de las identidades propone asumir la
acción política como irrupción impredecible en oposición a la concepción del cambio como
actividad intrínseca del devenir histórico. Así, “el acto hegemónico no será la realización
de una racionalidad estructural que lo precede sino un acto de construcción radical151”.
Estudiar las condiciones de existencia de una identidad social es comprender los
mecanismos de poder que la hicieron posible así como las opciones históricas que fueron
desechadas. Si lo social es el juego infinito de las diferencias y el intento de domesticar
ese juego, de encerrarlo en un orden, la primera apuesta política entonces debe estar
orientada a señalar lo contingente en lo sedimentado.
El proceso de construcción política implica que cualquier fuerza social o institución
concreta puede asumir la función de representación de la universalidad; llenar el vacío de
la sociedad es uno de los horizontes inconscientes de la acción política. Vislumbrar la
contingencia de los discursos y su operación permite refutar la relación unívoca entre ese
discurso y los sectores que se sienten identificados con él.
151
Laclau, E., op.cit., p. 46
99
La pérdida nostálgica del sujeto unificado “mujeres” del que acusan algunas feministas a
los planteos postestructuralistas, es decir, el abandono de la concepción de identidades
fijas y universales, lejos de ser vista como un obstáculo para la emancipación de las
mujeres, debe ser entendida como fuente de una nueva militancia basada en el abandono
de las aspiraciones totalizantes y la determinación de la historia.
Esta nueva acción del feminismo debe construir un “nosotras” implicado en la práctica de
construcción de la libertad que permita superar la cuestión del sujeto, porque ella sólo es
posible en el centro de una comunidad política. “Pensar a las mujeres como colectividad
política, en vez de pensarlas como grupo sociológico o sujeto social, significa pensar de
nuevo el “nosotras” del feminismo152”.
El reconocimiento de la dispersión discursiva sobre la cual se “constituyen” las posiciones
del sujeto nos permite pensar el pluralismo a partir de cual emergen los antagonismos y
las múltiples posibilidades de rearticulación a las que está abierta la sociedad. Si
efectivamente la precariedad actual abre nuevas posibilidades para la acción política,
ellas están dadas en la inestabilidad, la vertiginosidad de los discursos que, por un lado
muestran la condición contingente de sus articulaciones y de los criterios sobre los que se
apoyan y, por otro lado, abren grietas por donde instalar nuevas reivindicaciones.
A lo largo de nuestro trabajo hemos podido identificar la culpa como punto nodal al cual se
atan diversos significantes que operan en la fijación de las identidades femeninas. Si la
hegemonía opera a partir de la institución de puntos nodales, la tarea no será proponer la
creación de nuevos significantes ex nihilo, sino de promover el debilitamiento y la
subversión de los imperantes.
152
Zerrilli, op.cit., p. 65
100
La aceptación de la infinitud de lo social nos hunde en el abismo de la indeterminación y
en los efectos incontrolables de nuestros actos, pero de la misma manera posibilita el
cambio. “Todo antagonismo, librado a sí mismo, es un significante flotante, un
antagonismo “salvaje” que no predetermina la forma en que puede ser articulado en otros
elementos de una formación social153.”
Entonces, como plantea Laclau, el problema central es ¿Cómo resignificar relaciones de
subordinación cristalizadas en la forma de relaciones de opresión? ¿Cuáles son las
condiciones discursivas de emergencia de una acción colectiva encaminada a luchar
contra las desigualdades, y a poner en cuestión las relaciones de subordinación?
El feminismo, en tanto colectivo político, debe ser capaz de realizar ese desplazamiento
del imaginario que permita rearticular las relaciones de subordinación como relaciones de
opresión. Una nueva reconfiguración de la relación teoría/práctica atravesada por la
imaginación radical154, libre de la falsa seguridad de la epistemología y comprometida con
el mundo de la acción, podría avanzar en el intento de romper las suturas androcéntricas
y dar un significado distinto a la experiencia de las mujeres.
Asumiendo que la inteligibilidad absoluta es imposible, ¿se podría avanzar en una
práctica política sin paralizarse en la esterilidad de la búsqueda de los fundamentos
teóricos? En definitiva, ¿se puede escapar de las falsas dicotomías que encierran a las
mujeres en posiciones irresolubles en la lucha emancipatoria?
Hasta el momento, la forma de hacer política de las feministas las ha confinado a una
eterna exclusión por la cual no han logrado articular sus reivindicaciones con demandas
de otros sectores sociales oprimidos que les permita construir una nueva hegemonía.
153
Laclau y Mouffe, op. cit. p. 193
154
Tal como es definida por Cornelius Castoriadis en La Institución Imaginaria de la Sociedad, Barcelona, Tusquets editores, 1983
101
Este error arrastra una situación paradójica: no sólo sus reivindicaciones no logran incluir
otras demandas, sino que incluso ni siquiera logran interpelar al sujeto mujeres al cual
representan.
Hoy el desafío del feminismo es presentar nuevos discursos que contengan esas y otras
reivindicaciones, configurando nuevos centros de poder que articulen sus luchas con otras
identidades también excluidas por el Significante Hombre (occidental, blanco, adulto,
capitalista).
El ideario posmoderno que lo incluye todo en el mismo movimiento que genera nuevas
desigualdades, redefine la opresión de las mujeres. Por un lado, bajo el efecto de ciertas
transformaciones sociales, surgen nuevas formas de subordinación que hasta el momento
no habían sido tipificadas de esta manera y, por otro lado, la polisemia de toda formación
social habilita la constitución de nuevas posiciones de sujeto.
Este escenario plantea nuevos retos para el feminismo. Si el ser mujer de las mujeres
está determinado por articulaciones sociales que exceden la órbita de la decisión y la
voluntad, de lo que se trata es de visibilizar la violencia originaria de su constitución, el
borramiento de las huellas de su contingente identidad. En este sentido, la pregunta es
cómo perturbar el adentro sin caer en la ilusión de alcanzar un afuera. Esto abre múltiples
interrogantes ¿Cómo potenciar la reversibilidad política de lo contingente? ¿Cómo
capitalizar para la lucha feminista el fracaso latente de las reglas y la posibilidad de alterar
las citas de las normas?, ¿Qué se juega en el momento de la decisión?
El rastreo de la imbricación del significante culpa y la experiencia de las mujeres en la
dominación androcéntrica nos ha permitido trazar una aproximación a los mecanismos de
eficacia de los significantes vacíos en la construcción de la hegemonía y la configuración
de las identidades. La potencialidad política de la imposibilidad de lo social señala que la
102
lucha por subvertir las significaciones dominantes y alcanzar la transformación social se
juega en la batalla hegemónica por ocupar ese espacio.
103
ANEXO
104
Bibliografía
-
Baudrillard, Jean, El intercambio simbólico y la muerte, Barcelona, Anagrama,
1980.
-
Beauvoir de, Simone, El Segundo Sexo, Buenos Aires, Debolsillo, 2007
-
Bonder, Gloria, “Los estudios de la mujer y la critica epistemológica a los
paradigmas de las Ciencias Humanas”, trabajo presentado en el 1° Coloquio
Internacional sobre Investigación y Enseñanza Relativos a la Mujer, Canadá, 1982
-
Bourdieu, Pierre, La dominación masculina, Barcelona, Editorial Anagrama, 2000
-
Butler, Judith, Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del
sexo, Buenos Aires, Paidós, 2008
-
Butler, J., El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad,
México, Paidós, 2001
-
Butler, Judith, Ernesto Laclau y Slavoj Zizek, Contingencia, hegemonía,
universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2000
-
Chomsky, Noam, Política y Cultura a finales del Siglo XX. Un panorama de las
actuales tendencias, Barcelona, Editorial Ariel, 1994
-
Condorcet, "Essai sur l’admission des femmes au droit de cité", en Paule-Marie
Duhet Las Mujeres y la Revolución , Barcelona, Ed. Península1974, p. 145
-
Copjec, Joan, Imaginemos que la mujer no existe. Ética y sublimación, Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006
-
Derrida, Jaques, “La estructura, el signo y el juego en el discurso de las Ciencias
Humanas”, en La escritura y la diferencia, Barcelona, Anthropos, 1989
-
Derrida, J., Dar (el) tiempo I: La Moneda Falsa, Barcelona, Paidos, 1995
-
Dio Bleichmar, Emilce, “Del sexo al género”, en Psiquiatría Pública, Vol. 4, No. 1,
1992, pp. 17-31.
-
Fernández, Ana María, La mujer de la ilusión. Pactos y contratos entre hombres y
mujeres, Buenos Aires, Paidós, 1994
-
Fernandez, Ana María., “Morales incómodas: Algunos impensados del
psicoanálisis en lo social y lo político”, Revista Universitaria de Psicoanalisis,
Universidad de Buenos Aires, N°2, Buenos Aires, 20 00
-
Foucault, Michel, Las Palabras y las cosas, Mexico, Siglo XXI, 1969
105
-
Foucault, Michel, Nacimiento de la biopolítica, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2008
-
Foucault, M, El uso de los placeres, Historia de la Sexualidad, Tomo II, Siglo XXI,
México, 1986
-
Foucault, Michel, “Nietzsche, la genealogía, la historia” en Microfísica del poder,
Madrid, Editorial La Piqueta, 1992
-
Foucault, Michel, Seguridad, territorio, población, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2007
-
Foucault, Michel, “Contestación al Circulo de epistemología”, en Terán, O. (comp),
El discurso del orden, México, Folios, 1983
-
Foucault, Michel, Tecnologías del yo, Barcelona, Paidós, 1990
-
Foucault, Michel, Historia de la sexualidad 1, La voluntad del saber, Mexico, S.
XXI, 1978
-
Foucault, Michel, La arqueología del saber, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2007
-
Freud, Sigmund, El malestar en la Cultura, Obras Completas, Tomo 22, Barcelona,
Editorial Losada, 1997
-
Freud, Sigmund, El yo y el ello, Obras Completas, Tomo 20, Barcelona, Editorial
Losada, 1997
-
Freud, Sigmund, Psicología de las masas y análisis del yo, Obras Completas.
Tomo 19, Barcelona, Editorial Losada, 1997
-
Gomariz, Enrique, “Los estudios de género y sus fuentes epistemológicas:
periodización y perspectivas”, en Fin de siglo, Género y Cambio Civilizatorio,
Santiago de Chile, Ediciones de la Mujer Isis Internacional, 1992
-
Horkheimer, M. y; Adorno, T., Dialéctica del iluminismo, Buenos Aires, Ed.
Sudamericana, 1987
-
Kramer &Sprenger, El martillo de las brujas. Para golpear a las brujas y sus
herejías con poderosa maza (Malleus Maleficarum), trad. Miguel Jiménez
Monteserín, Madrid, Felmar, 1976
-
Laclau E. y Mouffe, C., Hegemonía y Estrategia Socialista. Hacia una
radicalización de la democracia, Madrid, Siglo XXI, 1987
-
Laclau, Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Buenos Aires,
Nueva Visión, 2000
-
Lauretis de, Teresa., “La tecnología del género”, en Revista Mora, Facultad de
Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, noviembre 1996
106
-
Lyotard, J., La condición postmoderna, Editorial Cátedra, Madrid, 2006
-
Marcuse, Herbert, El hombre unidimensional, Barcelona, Editorial Ariel, 1994
-
Moreno, Amparo, El arquetipo viril protagonista de la historia. Ejercicios de lectura
no androcéntrica, Madrid, Horas y Horas la editorial, 1986
-
Negri A. y M. Hart, Imperio, Buenos Aires, Paidós, 2003
-
Nietzsche, Friedrich, El viajero y su sobra, Madrid, Edaf, 1985
-
Nietzsche, Friedrich, Genealogía de la Moral, Buenos Aires, Ediciones Libertador,
2007
-
Pomeroy, S., Diosas, rameras, esposas y esclavas: mujeres en la antigüedad
clásica, Madrid, Ed. Akal,1990
-
Puleo, Alicia, Conceptualizaciones de la sexualidad e identidad femenina: voces
de mujeres en la Comunidad Autónoma de Madrid, Madrid, Dirección General de
la Mujer y el Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad
Complutense de Madrid, 1994
-
Ranciére, J., El desacuerdo: política y filosofía, Buenos Aires, Nueva Visión, 1996
-
Rubin, Gayle, “El tráfico de mujeres: notas sobre la “economía política” del sexo”,
en ¿Qué son los estudios de mujeres?, Navarro M. y Stimpson C. (comp.), Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica, 1998
-
Schopenauer, Arthur, El amor, las mujeres y la muerte, Grafidco, Buenos Aires,
2007
-
Scott, Joan, “El género: una categoría útil párale análisis histórico” en Sexualidad,
género y roles sexuales, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1999
-
Segato, Rita, “La argamasa jerárquica: violencia moral, reproducción del mundo y
la eficacia simbólica del derecho”, en Las estructuras elementales de la violencia.
Ensayos sobre género entre la antropología, la psicología y los derechos
humanos, Buenos Aires, Prometeo, 2003
-
Zerrilli, María, El feminismo y el abismo de la libertad, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2008
-
Zizek, Slavoj, “Che vuoi?”, en El sublime objeto de la ideología, México, Siglo XXI,
1992
-
de Beauvior, Simone, El Segundo Sexo, Buenos Aires, Debolsillo, 2007
-
Vattimo, Gianni, La sociedad transparente, Barcelona, Ed. Paidós, 1990
-
Voloshinov, Valentín, El marxismo y la filosofía del lenguaje, Madrid, Alianza, 1992
107