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“LOS EFECTOS DE LAS DESIGUALDADES
SOCIALES EN LA SALUD MENTAL DE LAS
PERSONAS”
En recuerdo y homenaje a José
Luis Sampedro
Josep Moya Ollé
Coordinador del Observatorio de Salud
Mental de Catalunya
Cercle d’Economia
14 de Mayo de 2014
1 1.Efectos de las desigualdades sociales
Vivimos tiempos convulsos, de profundos cambios sociales, culturales y
económicos. La seguridad y estabilidad de las que habían disfrutado
millones de ciudadanos, básicamente, de los países del primer mundo, se
han disuelto en muy poco tiempo. Niveles de desempleo elevadísimos, que
suponen, para muchos, entrar en la pobreza y la exclusión social, junto con
la falta de perspectivas sociales y laborales para los colectivos jóvenes y la
fractura, a menudo irreversible, de las trayectorias profesionales para
aquellos que tenían un trabajo estable, configuran un marco social que se
caracteriza entre otros elementos, por la pobreza, la ruptura de vínculos
familiares y sociales y por el descenso de los niveles de salud y de salud
mental.
Todo esto es ya casi obvio: si las personas no tienen medios para mantener
una vivienda digna o para alimentarse correctamente, es claro que su salud
podrá empeorar. De hecho, la pobreza es per se un factor de riesgo de
padecer enfermedades. Ahora bien, el factor pobreza no es el único factor.
Hay otro aún más importante, las desigualdades sociales.
Este ha sido señalado por varios autores [Wilkinson, (Wilkinson, 2001;
Wilkinson y Pickett, 2009; Stiglitz, 2012)], así, el primero, Wilkinson,
advierte en un texto titulado Las desigualdades perjudican, explica, en
primer lugar, que en la actualidad, queda claro que los niveles de salud de
la población se ven totalmente afectados no tanto por las atenciones
médicas como por las circunstancias sociales y económicas en las que la
gente vive y trabaja. (Wilkinson 2000, p. 14). El mismo autor argumenta
que algunas de las relaciones más importantes entre nuestra salud y las
condiciones de vida son las relaciones psicosociales, es decir, que muchos
de los procesos biológicos que conducen a la enfermedad se desencadenan
por lo que pensamos y sentimos respecto de nuestras circunstancias
sociales y materiales.
Las personas que tienen un determinado nivel de renta, especialmente las
de las rentas más bajas, parecen estar más sanas en lugares igualitarios
2 (ibid, p. 25). Esto quiere decir que a mayor igualdad encontramos mejor
salud. Wilkinson establece la hipótesis de que las personas suelen confiar
más unas con otras en los lugares en los que las diferencias de renta son
menores.
Estatus social, amistad y cohesión social son tres factores que ejercen una
influencia considerable en la salud. Wilkinson se preguntaba por qué era tan
importante la amistad, por qué las diferencias en el estatus social podían
tener un efecto tan grande en la salud. Y, en un intento de responder a la
pregunta afirmaba que "los niveles de salud de la población en el mundo
desarrollado están dominados cada vez más por una gama de variables
psicosociales que resultan muy importantes para la salud. Entre ellas
destaca la cantidad de control que realmente poseen las personas sobre el
trabajo y sobre otras facetas de la vida; el desequilibrio percibido entre los
esfuerzos emocionales y las recompensas planteadas y obtenidas de su
trabajo; el tener que hacer frente a sucesos vitales estresantes o a
dificultades constantes; los vínculos débiles y dificultades emocionales a una
edad temprana y, finalmente, las relaciones sociales negativas.
Para concluir este primer apartado, me referiré a un estudio realizado por
Wilkinson y Piket citado en su libro Desigualdad. Un análisis de la
(in)felicidad colectiva (2009).
El estudio quería dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Qué diferencia
suponen las desigualdades de renta en los países del Primer Mundo?
Para averiguarlo recogieron datos comparables internacionalmente tanto
sobre salud como de otros problemas sociales. Los problemas sobre los
cuales obtuvieron datos fueron:
•
Nivel de confianza
•
Trastornos mentales
•
Esperanza de vida y mortalidad
•
Obesidad
•
Madres adolescentes
•
Rendimiento escolar de los niños
3 •
Homicidios
•
Tasas de población reclusa
•
Mobilidad social
La figura 1
muestra que los problemas sociales y de salud tienden
claramente a ser menos frecuentes en los países más igualitarios. Cuanto
mayor es la desigualdad (derecha del eje horizontal), mayor es la
puntuación
la puntuación dentro del índice de Problemas Sociales y de
Salud.
Figura 1: Índice de problemas sociales y de salud /desigualdad de renta
(Fuente: Wilkinson y Pickett, 2009).
Los autores se formularon la pregunta sobre si los datos obtenidos podían
ser resultado de haber escogido problemas poco representativos. Para
responder la pregunta recorrieron al Índice de Bienestar Infantil en Países
Ricos, compilado por la UNICEF, que combina 40 indicadores diferentes
4 sobre diferentes aspectos del bienestar infantil. La figura 2 muestra que el
bienestar infantil tiene estrechas relaciones con la desigualdad social.
Figura 2: Índice UNICEF de bienestar infantil/desigualdad de renta
(Fuente: Wilkinson y Pickett, 2009).
2. Desigualdades sociales y salud mental
La sentencia que afirma que en la actualidad asistimos a un incremento de
los trastornos mentales parece haberse constituido, a fuerza de repetirla,
una verdad que nadie puede cuestionar. Los incrementos de las consultas
en los centros de salud mental (adultos e infanto-juveniles), así como los de
las personas que acuden a los ambulatorios aquejados de algún tipo de
dolencia mental parecen corroborar que, en efecto, se produce un
incremento progresivo en la incidencia y la prevalencia de los denominados
trastornos mentales.
No es ahora el momento de discutir sobre el concepto de trastorno mental,
ya que ello nos llevaría muchísimo tiempo, del que ahora no disponemos.
5 Digamos tan sólo, que el incremento de los casos de trastornos mentales
está condicionado, en primer lugar, por la propia definición de trastorno
mental. Sin embargo, sí puede constatarse en el día a día, que el
sufrimiento mental aflora por todas partes, siendo la ansiedad y la tristezadepresión sus dos mayores manifestaciones.
En este marco, los autores antes mencionados (Wilkinson y Pickett) señalan
que las desigualdades sociales se correlacionan con un incremento de los
trastornos mentales (figura 3).
Esta figura muestra grandes diferencias en la proporción de personas con
trastornos mentales (de un 8% a un 26%) entre países. Los autores
señalan que en países como Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda o
Reino Unido, la desigualdad social triplicaría el porcentaje de personas con
TM. Los desórdenes de ansiedad, de control de impulsos y las patologías
mentales graves estarían todos ellos relacionados con la desigualdad.
Más
concretamente, los trastornos de ansiedad son más frecuentes en los países
desiguales.
Nuevamente, surge una pregunta: ¿por qué las personas que pertenecen a
las sociedades más desiguales tienen mayor tendencia a padecer trastornos
mentales?
Para algunos clínicos, como Oliver James (2007), se trata de un virus
especial: el virus de la abundancia “un conjunto de valores que nos hace
más vulnerables ante los trastornos emocionales”. Ello se relacionaría con el
afán desmedido de ganar dinero y obtener posesiones, con el prurito de
aparentar ante los demás que nuestro nivel de vida es más alto de lo que su
realidad impone. Estos valores nos hacen más vulnerables a la depresión y
a la ansiedad.
Sin embargo, esta explicación no es compartida por otros autores, como
Lipovetsky (2007) o Laval y Dardot (2013).
6 Figura 3: Porcentaje de personas que sufre algún trastorno mental
/desigualdad social (Fuente: Wilkinson y Pickett, 2009).
Sin embargo, esta explicación no es compartida por otros autores, como
Lipovetsky (2007) o Laval y Dardot (2013).
libro publicado el año 2007,
Así, Gilles Lipovetsky, en un
(Lipovetsky, 2007) señala que “entre las
dinámicas que se pusieron en marcha a mediados del siglo XX hay una que
se ha vuelto dominante: en el período del hiperconsumo, las motivaciones
privadas prevalecen en gran medida sobre los objetivos de la distinción.
Queremos objetos para vivir más que objetos para exhibir, se compra
menos esto o aquello para enseñarlo, para alardear de posición social, que
pensando
en
satisfacciones
emocionales
y
corporales,
sensoriales
y
estéticas, comunicativas y sanitarias, lúdicas y entretenedoras” (Lipovetsky,
pp. 36-37). Un poco más adelante, matiza su afirmación anterior y señala
“naturalmente, las satisfacciones sociales diferenciadoras siguen estando
ahí, pero ya no son sino una entre muchas motivaciones posibles en un
conjunto dominado por la búsqueda de la felicidad privada. El consumo
7 “para sí” ha reemplazado al consumo “para el otro”, siguiendo el
incontenible movimiento de individualización de las expectativas, los gustos
y los comportamientos” (Ibid., p. 37).
Según este autor, parecería que para el sujeto hipermoderno, lo importante
es poder construir de modo individualizado el propio estilo de vida y el
empleo del tiempo, así como acelerar las operaciones de la vida corriente,
aumentar la capacidad de relacionarse, prolongar la duración de la vida,
corregir las imperfecciones del cuerpo. De este modo, en el corazón del
hiperconsumidor habita algo así como una voluntad de poder y el goce que
produce ejercer cierto dominio sobre el mundo y sobre sí mismo. Sin
embargo, si ello es así es debido a la existencia de un discurso social que
condiciona los ideales y las expectativas de los individuos. Quizá no esté
tanto en juego la cuestión de la exhibición ante los otros – afirmación que
debe ser examinada con detenimiento – pero si algo se quiere es porque
alguien (concreto o abstracto) lo tiene.
La palabra se define por sus
opuestos, es así como Penia (pobreza), Aporia (dificultad), Amekhonia
(desamparo) y Ptokhenia (mendicidad), se oponen a Pluto (riqueza) y a
Euthenia (prosperidad). En este sentido, echar un vistazo a los anuncios
televisivos nos muestra todo un vasto conjunto de objetos valiosos
(automóviles, telefonía móvil, ordenadores portátiles, tabletas, cámaras
digitales, productos de belleza, casas lujosas, viajes a países exóticos, etc.)
al alcance de unos pocos privilegiados pero invitando – perversamente – al
espectador a que sea uno de ellos.
Algunos lo tienen, gozan de ello,
mientras que otros, la mayoría, sólo lo pueden soñar o fantasear. El mismo
Lipovetsky lo reconoce varios capítulos más adelante:
“Penia vuelve dolorosamente a la tierra, ya que su régimen estaba
caracterizado por una vida precaria, por la extrema dificultad de llegar a fin
de mes, por el recurso a la asistencia social. Mientras unos se bañan en una
atmósfera de consumo desbocado, otros conocen la degradación de su nivel
de vida, privaciones incesantes en las partidas más esenciales del
presupuesto, el estar hartos del infierno cotidiano, la humillación de ser
8 socorridos por la seguridad social. Si hay pesadilla del hiperconsumo, no se
ve ni en el aumento de la insignificancia ni en la sed insaciable de
adquisiciones comerciales: se localiza en la degradación de las condiciones
materiales, en el desaliento que causan las restricciones, el consumo a
mínima mientras la cotidianidad es bombardeada continuamente por las
tentaciones multicolores” (Ibid., p. 182).
Este fenómeno adquiere una especial dimensión en la población infantil y
juvenil, especialmente en los tiempos actuales, en los que muchos padres
han visto reducidos bruscamente sus ingresos y, en consecuencia, no
pueden “satisfacer” las demandas y exigencias consumistas de sus hijos.
Estos valoran la dimensión personal de su consumo (ropa, música,
distracciones) en tanto son signos aptos para distinguirlos de otros grupos
de colegas. En este contexto, a medida que se relaja la integración por el
trabajo o el colegio, que caducan las identidades de clase y los grandes
movimientos colectivos, los jóvenes de los barrios desheredados tratan de
afirmarse por el look y los signos del consumo.
Así pues, el fenómeno de las desigualdades sociales tiene unos efectos
devastadores sobre los comportamientos de los individuos – los excluídos,
los marginados – en la medida que las diferencias y distancias entre sus
expectativas y sus realidades son cada vez mayores.
3. Privación, frustración, fracaso y culpa
El problema de las desigualdades sociales se ve agravado, en cuanto a sus
efectos sobre la salud mental de los individuos, por una serie de elementos
característicos de la sociedad neoliberal. No voy a desarrollar extensamente
este punto, pero sí quiero destacar, sucintamente, algunos aspectos.
El primero de ellos se refiere a la renuncia: a cómo cada individuo debe
desprenderse del pasado. Se trata de una cuestión muy bien estudiada por
Richard Sennett (Sennett, 2006). Sennett cita el caso de una jefa de una
dinámica empresa norteamericana que afirmó que en su organización nadie
era dueño del puesto que ocupaba y en particular que el servicio prestado
en el pasado no garantizaba al empleado un lugar en la institución. Es el fin
9 de la meritocracia. Sennett explica que para poder responder a la
afirmación de aquella empresaria se necesita un rasgo característico de la
personalidad, un rasgo que descarte las experiencias vividas. Para ello se
precisa de un Yo orientado al corto plazo, centrado en la capacidad
potencial, con voluntad de abandonar la experiencia del pasado. Sin
embargo, destaca el autor, este tipo de ser humano es poco frecuente. La
mayor parte de la gente no es así, sino que necesita un relato de vida que
sirva de sostén a su existencia. (Sennett, p. 12).
Pues bien, a raíz de la crisis económica que sufrimos, las fracturas en los
relatos de vida se han ensanchado hasta límites impensables antes de
2008. Es algo que hemos podido constatar en el estudio llevado a cabo por
el Observatorio de Salud Mental de Catalunya.
He aquí dos breves testimonios:
“Hago trabajillos basura, repartidor… para poder comprar. No encuentras
nada. Haría lo que fuera”
“Buscar para hacer cualquier cosa para ver si suena la flauta. Pensar en
salir de aquí… Me da lo mismo camarero que barrendero”.
Se destruyen proyectos de vida sin que se vislumbre la posibilidad de
rehacerse con un mínimo de dignidad.
Pero no solamente esto, hay otro elemento sobre el que es preciso llamar la
atención: el sentimiento de culpa que se vincula a la vivencia de fracaso. Se
trata de lo siguiente: El entorno actual, en el que se desarrollan muchas
crisis neuróticas es el del neoliberalismo, entendido, siguiendo a Laval y
Dardot (2013), no sólo como una ideología o una política económica sino
básicamente como una racionalidad que tiende a estructurar y a organizar,
no sólo la acción de los gobernantes, sino también la conducta de los
propios gobernados. La racionalidad neoliberal tiene como característica
principal la generalización de la competencia como norma de conducta y de
la empresa como modelo de subjetivación. Los autores antes mencionados
afirman:
10 “El neoliberalismo se puede definir como el conjunto de los discursos, de las
prácticas, de los dispositivos que determinan un nuevo modo de gobierno
de los hombres según el principio universal de la competencia” (Laval y
Dardot, 2013, pag: 15).
Y, más adelante, estos mismos autores añaden:
“El neoliberalismo lleva a cabo una extensión de la lógica del mercado
mucho más allá de las estrictas fronteras del mercado, especialmente
produciendo una subjetividad “contable” mediante el procedimiento de
hacer competir sistemáticamente a los individuos entre sí” (Laval y Dardot,
2013, pag: 21).
Es en este contexto en el que emergen formas de sufrimiento mental que se
engloban, predominantemente, en el binomio ansiedad – depresión. Para
los autores mencionados, la depresión es el reverso del rendimiento, una
respuesta del sujeto a la obligación de realizarse y ser responsable de sí
mismo, de superarse
cada vez más en la aventura empresarial. “El
individuo se ve confrontado a una patología de la insuficiencia más que a
una enfermedad de la falta. El deprimido es un sujeto averiado” (Laval y
Dardot, p. 371).
Para concluir, las desigualdades tienen unos efectos dramáticos sobre la
salud de las personas, especialmente sobre su salud mental. Ello adquiere
una trágica dimensión en los momentos actuales. No obstante, para
comprender en toda su extensión las dimensiones del sufrimiento mental,
es preciso dirigir la mirada hacia otros elementos: la corrosión del carácter
y el sentimiento de fracaso del sujeto empresario de sí mismo.
Las desigualdades siempre provocan efectos negativos sobre la salud, pero
ello se intensifica cuando inciden sobre un modelo social caracterizado por
la ruptura de los relatos de vida y por la determinación neoliberal de
transferir nuevamente al individuo toda la responsabilidad por su bienestar
de modo que su incapacidad personal se atribuye por regla general a un
fracaso personal y, en la mayoría de los casos, se culpabiliza a la víctima de
su situación.
11 Quisiera acabar con unas palabras de nuestro querido y admirado José Luis
Sampedro, palabras con las que dio punto final a su obra póstuma, Sala de
espera (Sampedro, 2014):
No sólo hay que reivindicar siempre el derecho a la palabra, como máxima
expresión de nuestra humanidad. También hay que cumplir el deber de
usarla en pro de la dignidad propia o ajena. Pues, como proclamó Martin
Luther King, hay una conducta más escandalosa que la de los malvados y
es el silencio de los hombres “buenos” que callan y miran para otro lado sin
protestar de las maldades.
Muchas gracias.
Mayo de 2014
Josep Moya
12 Referencias:
Dardot, P. y Laval, C. (2013). La nueva razón del mundo. Barcelona:
Gedisa.
James, O. (2007). Affluenza. Londres: Vermilion
Lipovetsky, G. (2007). La felicidad paradójica. Barcelona: Anagrama.
Pickett, R. y Wilkinson, R. (2009). Desigualdad. Madrid: Taurus.
Sampedro, J.L. (2014). Sala de espera. Barcelona: Plaza y Janés
Sennett, R. (2006). La cultura del nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama.
Stiglitz, J. (2012). El precio de la desigualdad. Madrid: Taurus.
Wilkinson, R. (2001). Las desigualdades perjudican. Barcelona: Crítica.
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