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21- Fortalezas y debilidades en la modernidad tardía (I): la periferia de la
periferia
Reconstrucción aproximada de una conversación con un amigo y lector de este libro
publicado en entregas:
- Luis, es evidente que lo que estás escribiendo va a desembocar en un estudio FODA
[Fortalezas-Oportunidades-Debilidades-Amenazas] de la situación de Neuquén.
- No estoy de acuerdo –argumenté–. El FODA es una herramienta para empresas y
organizaciones con objetivos bien definidos. Una provincia es una sociedad en la que
conviven múltiples proyectos sociales y políticos. Fijate: sin ir muy lejos, en una empresa
no hay elecciones. Pretender aplicar esa metodología para todo lo social es caer en un
reduccionismo economicista y gerencialista. Para estudiar las sociedades se usa la
sociología y para dirigir empresas se usan tecnologías gerenciales. Aunque las
sociedades contienen empresas, son cosas distintas.
- Bueno, pero si te parás desde el MPN, como estás haciendo en tu libro, perfectamente
podés plantear fortalezas y debilidades para el logro de los objetivos del partido.
- Es cierto, porque el MPN no es la sociedad toda de Neuquén, sino un subsistema con
fines muy claros. Bueno, dale; voy a hacer el ensayo: voy a intentar encontrar las
fortalezas, debilidades, oportunidades y amenazas para Neuquén y también para el
MPN, marcando cuando su uso es inadecuado o insuficiente, a ver qué sale. Creo que
va a servir como aproximación, pero que va a quedar claro que el FODA, solo el FODA,
no será suficiente.
Luego pensé: el intento sería como un razonamiento por el absurdo: partiría de una
premisa falsa (la exigencia del uso de una heurística gerencial como herramienta
sociológica) para demostrar su inviabilidad. Dicho de otra manera: al tiempo que con el
ejercicio FODA nos introduciríamos en el estudio del presente neuqueniano, estaba
seguro de demostrar que no es posible utilizar tecnologías organizacionales a sociedades
y comunidades que encaminan sus conflictos mediante la democracia y la política. Esto
es: al menos como esas tecnologías son presentadas en los manuales. Empecemos:
El FODA no es “joda”
El clásico análisis cualitativo conocido por el acrónimo FODA es aplicable a todo tipo
de organizaciones. El mismo tiene, vale la recursividad, fortalezas y debilidades. Las
primeras se vinculan a su abordaje minucioso y sistémico, pues enfoca las cualidades de
elementos, relaciones y procesos internos (capacidades y flaquezas) del sistema en
consideración, a la vez que los externos (potencialidades y peligros). Es decir, se trata
de una metodología (por definición) precisa y exhaustiva que conlleva el obligado
beneficio de tomar en cuenta los principales componentes y actores presentes, así como
las vinculaciones más relevantes, sean estas de oposición o cooperación mutua. Pero si
se sigue a pie juntillas y sin críticas las recomendaciones de los textos típicos de gestión
de organizaciones, generalmente orientados a evaluar posicionamientos de empresas
con fines de lucro, el ejercicio del FODA corre el peligro de no apreciar cabalmente y
en todo su valor los procesos involucrados, sobre todo si el investigador tiende a
quedarse solo con los fenómenos en sus aspectos superficiales y a no indagar en los
procesos de fondo, muchas veces imperceptibles. Es decir, la lógica del método lleva a
suministrar una buena foto de cada caso, pero también a perder lo mejor de la película,
que, invariablemente, será mucho más compleja e interesante. En especial, coherentes
con la visión neoclásica (o neoliberal) dominante en los ambientes corporativos, la
mayoría de los cultores del management dejan de lado las estructuras de poder y de
significación que, sin excepciones, atraviesan a toda sociedad.
Entonces intentaremos dos análisis FODA sui generis: uno para Neuquén y otro para el
actor que sigue siendo el más relevante dentro de la provincia, el MPN. A la par,
haremos una crítica positiva al modelo fortalezas-debilidades, de manera que, cuando
sea necesario, lo “emparcharemos” para tratar de sacarle el mayor provecho. Con ese
talante, dinamizaremos los conceptos considerando las trayectorias sociales de los
protagonistas, las redes de sentido que construyen los actores, las relaciones de poder y
las potencialidades de desarrollo provincial. En las sucesivas entregas, fortalezas y
debilidades, peligros y oportunidades irán apareciendo sin un orden prestablecido, más
bien en función de recorrer las articulaciones de poder y de reconocer y evaluar los
resultados (reales y potenciales) de la praxis política. No debería sorprendernos
encontrar que muchos procesos y articulaciones sociales, según se las enfoque,
aparecerán ya cual fortalezas, ya como debilidades, o ambas cosas simultáneamente.
Ello debido a que Neuquén es un sistema social y, por lo tanto, sus componentes y
procesos de cambio son paradójicos: según la subjetividad de cada individuo o el interés
de cada actor social o la mirada ideológica de cada protagonista político o el enfoque
epistemológico de cada investigador, el mismo elemento podrá estimarse positiva o
negativamente, como progresivo o conservador, como fortaleza o debilidad. Como
esperanza o como tragedia.
Ejercicio contrafáctico: un Neuquén sin el MPN
Para facilitar el cometido, realizaremos antes otro ensayo heterodoxo, algo que no se
debería hacer en una investigación académica (no sería bien visto), pero que en el marco
de este trabajo puede ayudar a la mejor comprensión de los procesos estudiados. Al
comienzo de este libro definimos a Neuquén como un sistema social complejo ubicado
en la periferia de la periferia. Es decir, nuestra provincia fue y es apéndice subsidiario
de Argentina, la que, a su vez, es dependiente respecto de los poderes globales. No
vamos a repetir aquí todo lo desarrollado en los capítulos 1 a 10; solo me interesa
resaltar que esa doble dependencia no ha quitado capacidades autónomas de maniobra y
crecimiento, sino todo lo contrario: su condición hiperperiférica generó condiciones
que, si no permitieron la total independencia política y económica, al menos creó
condiciones para ciertas invenciones sociales, empezando por la misma creación del
MPN. De no existir esa autonomía relativa e idiosincrásica, la trayectoria provincial
desde los años 60 hubiera sido distinta, pues podemos imaginar contrafácticamente que,
si tal innovación sociopolítica no hubiera ocurrido, nuestra sociedad habría tenido
gobiernos sumisos respecto de los partidos políticos tradicionales –incluyendo el
peronismo–, de la cultura centralista de la Pampa Húmeda y de los poderes económicos
concentrados en Buenos Aires, con lo cual, con toda probabilidad, Neuquén tendría hoy
las siguientes características:
- La población no llegaría a 400.000 habitantes y sus niveles de ocupación laboral,
ingresos, salud y educativos estarían entre los más bajos del país.
- Comparativamente, habría crecido menos que Río Negro y nuestra capital no sería el
centro urbano y de servicios de toda la norpatagonia, sino una localidad más del Alto
Valle, con General Roca como ciudad más importante.
- Los niveles de marginación y desigualdades sociales serían altos, con amplias franjas
barriales y rurales excluidas de los beneficios del progreso y grandes diferencias de
ingresos.
- En particular, nuestras etnias originarias, mapuches y veranadores, se hallarían en
graves situaciones, si no en peligro de extinción.
- Solamente escaparían de la pobreza y la marginación sectores privilegiados, a saber:
funcionarios y profesionales ligados al Estado, empresarios y comerciantes urbanos y
rurales más fuertes y empleados y gerentes del enclave petrolero.
- No habría infraestructuras de comunicaciones, energía y caminos cubriendo todo el
interior provincial.
- No tendríamos el Sistema de Salud y las prestaciones médicas y jubilatorios del
Instituto de Seguridad Social. Tampoco habría escuelas primarias y secundarias en
todos los pueblos y parajes del territorio.
- No existirían los parques industriales de Neuquén y el petroquímico de la comarca
petrolera.
- Nuestra provincia tampoco sería la principal forestadora de la Patagonia.
- Las pequeñas poblaciones del interior carecerían de comunicaciones, caminos
adecuados, servicios educativos y de salud y demás servicios sociales.
- Las prestaciones turísticas habrían sido diseñadas por cadenas privadas para los
mercados internacionales y estarían vedadas para la mayoría de los propios habitantes
de la provincia.
- No existirían las universidades del Comahue y la sede de la Universidad Tecnológica
Nacional. Como hace mucho tiempo dijo Felipe Sapag: sin ellas “no tendríamos
profesionales, técnicos y trabajadores capacitados y los empleos que podrían tener los
neuquinos serían como peones de las empresas extranjeras”.
Dejados para el final de esta breve e incompleta lista, corresponde mencionar los
poderes simbólicos. Sin el MPN como guía de movimiento social provincial con estilo
único en el siglo XX en la Argentina, los habitantes habrían carecido de las
identificaciones y las iniciativas que los caracterizan. La cultura y la identidad
neuquenianas (que exploramos en los capítulos 5 a 9) conformaron el capital simbólico
que fundamentó el liderazgo político del movimiento provincial, el que cambió el
predestino de ultraperiferia que había diseñado la protoligarquía gobernante para nuestra
sociedad, durante la etapa del Territorio Nacional. A partir de esa estructura de ideas,
imaginarios, recuerdos, mitos, sentidos de pertenencia, autoestima y proyectos de
desarrollo que constituyen la identidad, el activismo impuesto por los gobiernos
provinciales fue y sigue siendo la principal fortaleza provincial. La permanente
vocación de inclusión social, inversión y creación de puestos de trabajo, por parte del
MPN, con la decidida participación estatal en el bienestar social, elevó las tasas de
crecimiento poblacional y niveles de vida por encima de los de las provincias vecinas y
de aquellas que existían antes de crearse la república, como San Juan, La Rioja, Salta o
Tucumán.
Hospital Castro Rendón, de Neuquén Capita. Sin el MPN, ¿qué Plan de Salud
tendríamos?
Neuquén es parte de la Argentina: ¿fortaleza o debilidad?
Pero la provincia es parte del país y, por ende, está sometida a las mismas restricciones
de crecimiento que sufre el país por pertenecer a la periferia del sistema mundial. No
hemos arribado al Primer Mundo, como equívocamente manifestó hace pocos años el
entonces presidente Carlos Menem, pues continuamos exportando principalmente
materias primas con nulo o poco valor agregado, en cantidades y a precios que son
impuestos desde los centros desarrollados; a la par, debemos importar desde
equipamiento productivo hasta electrodomésticos. El triunfo de Bartolomé Mitre sobre
las fuerzas de los caudillos federales en la segunda mitad del siglo XIX aseguró la
inserción de Argentina en el esquema centro-periferia liderado primero por Inglaterra y
luego por EE.UU. A lo largo de casi un siglo y medio, la historia nacional ha sido la
historia de las luchas entre los conservadores de dicho modelo dependiente y los
movimientos que han bregado para reemplazarlo por un sistema social, cultural,
económico y tecnológico autocentrado, en el que la mayor parte de la producción
primaria y la industrialización puedan ser logradas equilibradamente dentro de las
fronteras, a través de empresas nacionales, sean estas privadas o estatales. Un planteo en
el que los intercambios comerciales con el exterior estén incluidos, pero en función de
productos, cantidades y precios fijados autárquicamente. Ese conflicto central no ha
sido resuelto aún; la Argentina ciertamente ha progresado y mucho, pero el crecimiento
económico y tecnológico ha sido en base a una suerte de reprimarización de la
economía, con lo que seguimos siendo, igual que la mayoría de los países del Tercer
Mundo, variable de ajuste de las crisis y las necesidades de acumulación de los
oligopolios internacionales. Antes exportábamos vacas, ahora soja; antes construíamos
con adobe, ahora con placas prensadas de yeso; antes nos comunicábamos por el correo
postal, ahora mediante Internet. Pero el esquema básico continúa siendo el mismo:
somos los proveedores baratos de los poderes globales y ni siquiera somos dueños de
nuestras crisis, las que constituyen otros de los “productos” que nos vemos obligados a
adquirir.
El actual gobierno nacional responde a una coalición sociopolítica que aplica políticas
económicas y sociales heterodoxas, apuntando a la autodeterminación económica y
política: intervención del Estado en la producción y distribución de bienes públicos
(energía y combustibles, comunicaciones, educación, salud), así como captación de
excedentes privados y distribución de los mismos (retenciones a las exportaciones que
financian inversiones, jubilación estatal y subsidios a familias de menores ingresos).
Correlativamente, promueve políticas de regulación (control de cambios, protección y
estímulos a la industria nacional, Banco Central con metas de desarrollo e inclusión, no
solo monetarias o de inflación). Pero nuestro país dista mucho aún de poseer un sistema
productivo integrado y de salir de la situación de dependencia estructural respecto de la
economía, las finanzas, las culturas y los sistemas sociotecnológicos globales. Es más,
dichas políticas nacionalistas y antiliberales son frágiles: dependen de la fuerza electoral
de la coalición gobernante, que no está asegurada en el largo plazo, ya que los intereses
de las élites que se favorecen con las estrategias de liberalización y apertura de la
economía nacional cuentan con poderes políticos y mediáticos de envergadura.
Concomitantemente a ese enfrentamiento -que se desarrolla sin resolverse y que, no por
casualidad, se repite en todos las naciones latinoamericanas-, las culturas globales
ayudan a la incertidumbre sobre el futuro. Los modos de consumo, las expectativas y
los comportamientos de las personas y grupos, motivados por la multidimensionalidad
de las identidades y las fuentes de significación (recordar el capítulo 12), han creado
una sociedad argentina altamente exigente y sumamente crítica respecto de los
gobiernos y las corporaciones. Las formas de expresión, comunicación y participación
política que derivan de las nuevas culturas hacen más agudos los conflictos y más
fortuitos sus desenlaces.
En tal escenario contextual se desempeña Neuquén, manteniendo las limitaciones y
carencias estructurales del siglo pasado (periferia de la periferia), a las que se han
agregado las angustias del presente globalizado, todo lo cual constituye la mayor de sus
debilidades y la fuente de sus más latentes peligros. No obstante, la pertenencia a un
país que lucha por su destino y crea nuevas alternativas de desarrollo (como la
renacionalización de YPF y las políticas de soberanía energética) también son fortalezas
que colaboran en el sentido de los programas provinciales (en especial el plan de
hidrocarburos, con Gas y Petróleo de Neuquén como nave insignia). Fortalezas que se
fortalecen (permítaseme la redundancia) con los desarrollos tecnológicos petroleros no
convencionales, que ponen a disposición de la provincia y del país nuevos recursos, en
cantidades prácticamente infinitas. Procesos
y acontecimientos que
generan
oportunidades, muchas de las cuales no existirían bajo un modelo liberal conservador.
Es decir, la ubicación de Neuquén en las estructuras nacionales implica, a la vez,
fortalezas y debilidades, lo cual demuestra que hay que tomar con pinzas el modelo
FODA.
El talento de los gobernantes consiste en aprovechar las situaciones que se les presentan
y que muchas veces no manejan. Si el mundo está en dificultades y el país debate su
modelo de crecimiento, lo equivocado sería tomar esos procesos como naturales y
aceptarlos pasivamente. Y lo acertado (o, al menos, lo conducente) sería aprovechar las
brechas que abren las crisis para pasar por ellas con programas propios de desarrollo.
En lo sucesivo, profundizaremos en las combinaciones de fortalezas y debilidades de
Neuquén con más detalles.