Download Pilotos, pasajeros y despojos

Document related concepts

Piquetero wikipedia , lookup

Central de Trabajadores de la Argentina wikipedia , lookup

Movimiento social wikipedia , lookup

Ciclo de protesta wikipedia , lookup

Activismo wikipedia , lookup

Transcript
1
IV ENCUENTRO PATAGÓNICO DE CIENCIAS SOCIALES
I ENCUENTRO DE EDUCACION NO FORMAL E INTERVENCION COMUNITARIA
INSTITUTO SUPERIOR DE FORMACIÓN DOCENTE Nº 809
Sarmiento 940 C.P. 9200 Esquel – Chubut- Rep.Argentina
Título: Pilotos, pasajeros y despojos. La marginalidad como exclusión.
Autor/es: María Reta
Expositor/es: María Reta
Institución a la que pertenecen: Facultad de Derecho y Cs. Sociales, Universidad
Nacional del Comahue; GEHiSo.
Dirección Postal: Gelonch 2375 (8332) Gral. Roca, Río Negro.
Dirección electrónica: [email protected]
Autorización para su publicación en CD: Si
Resumen
Una perspectiva seria de análisis sobre la pobreza, la exclusión y sus prácticas
sociales y modos relacionales no puede obviar la conjugación entre cultura, economía y
política. No hay manera de encontrar explicación a la cuestión si no se hace referencia a la
afirmación de tendencias neoconservadoras, que entienden lo político desde una visión
restrictiva que asegura la defensa de la propiedad, el mercado, la familia, la ética del trabajo
como reproductores del modelo que mantiene a pilotos y pasajeros dentro del cuerpo social,
mientras que “caen” los despojos.
En este marco es posible comprender la emergencia de la protesta social y las
respuestas que desde el Estado se han procurado al problema. Los movimientos de protesta
en la Argentina actual son protagonizados en su mayoría por excluidos o por miembros de
sectores medios empobrecidos. Han generado innumerables prácticas de acción que en
algunos casos trascienden lo rupturista respecto de la matriz ideológica hegemónica y se
centran en la creación de modelos relacionales y prácticas sociales basadas en la solidaridad
y la igualdad de oportunidades. A su vez se han conformado nuevos liderazgos a partir de
las acciones disruptivas de la protesta. Frente a la movilización generada por estos nuevos
movimientos sociales, el Estado ha generado comportamientos que oscilan entre el
reconocimiento de las causas reales de la protesta, la política de asistencia por medio de
planes sociales y la represión material y judicial.
2
Pilotos, pasajeros y despojos. La marginalidad como exclusión.
“Tanto en el Occidente como en el Oriente estamos
embarcados en una sociedad formada por tres grupos:
los pilotos, grupo poco numeroso de aquellos que
si bien no mandan, responden a las incitaciones del
mercado y del ambiente en general; los pasajeros,
que son consumidores al igual que los miembros de
la tripulación y, finalmente los despojos, que han sido
empujados por la tempestad o lanzados al mar
como bocas inútiles”.
A. Touraine, 1995: 180
Ser marginal en las sociedades contemporáneas va mucho mas allá de haber sido
privado del goce o de la garantía de la satisfacción de las necesidades que aseguran la
sobrevivencia física. La marginalidad adquiere tonos mucho más profundos que condenan a
numerosísimas personas a una exclusión sociocultural y política.
Por eso, tal vez una perspectiva seria de análisis sobre la pobreza, la exclusión y sus
prácticas sociales y modos relacionales no puede obviar la conjugación entre cultura,
economía y política. No hay manera de encontrar explicación a la cuestión si no se hace
referencia a la afirmación de tendencias neoconservadoras, que entienden lo político desde
una visión restrictiva que asegura la defensa de la propiedad, el mercado, la familia, la ética
del trabajo como reproductores del modelo que mantiene a pilotos y pasajeros –de acuerdo
al epígrafe- dentro del cuerpo social.
En este marco es posible comprender la emergencia de la protesta social y las
respuestas que desde el Estado se han procurado al problema. Los movimientos de protesta
en la Argentina actual son protagonizados en su mayoría por excluidos o por miembros de
los sectores medios empobrecidos. Han generado innumerables prácticas de acción que en
algunos casos trascienden lo rupturista respecto de la matriz ideológica hegemónica y se
centran en la creación de modelos relacionales y prácticas sociales basadas en la solidaridad
3
y la igualdad de oportunidades. Esto de ninguna manera implica la ausencia de nuevos
liderazgos conformados a partir de las acciones disruptivas de la protesta ni una visión
romántica o ingenua de esos nuevos mediadores. Frente a la movilización generada por
estos nuevos movimientos sociales, el Estado ha respondido con comportamientos que
oscilan entre el reconocimiento de las causas reales de la protesta, la política de asistencia
por medio de planes sociales y la represión material y judicial.
I
Es indiscutible que la cuestión social ha sufrido en las ultimas décadas una profunda
metamorfosis.1 Varios de los supuestos que habían sido la base de la condición salarial han
caído en desuso. El siglo XX se caracterizó por encontrar soluciones ilusorias a la clásica
dialéctica capital-trabajo que subyace a la naturaleza del sistema capitalista.
El modelo del Estado de Bienestar keynesiano favoreció las condiciones para la
creación de un estatuto de las clases trabajadoras que las hacía partícipes de ciertos
beneficios de la sociedad industrial a través del consumo y la seguridad social. Por supuesto
que el consumo legítimo del trabajador se reducía a lo necesario para que reprodujera su
fuerza de trabajo y mantuviera la estabilidad de la producción. Este había sido uno de los
descubrimientos del fordismo que a lo largo de todo el siglo fue usado para asegurar la
continuidad del sistema. El crecimiento económico, la distribución y la seguridad fueron
los temas indiscutidos del Estado de Bienestar. Este se presentó como un modelo de
“inclusión” que permitía una apropiación del excedente y un disciplinamiento de la mano
de obra poco conflictivos, ya que en general, las instituciones socialmente legitimadas eran
partícipes de las convicciones que sostenían al modelo. Sindicatos y partidos políticos
fueron los actores colectivos dominantes que subrayaban los valores de la movilidad social,
la vida privada, el consumo, la prosperidad individual.
Dicho de otro modo, “la hipótesis sociológica implícita que subyacía en los
acuerdos constitucionales del Estado de Bienestar liberal era la de que los patrones vitales
privatísticos, centrados en la familia, el trabajo y el consumo, absorberían las energías y
aspiraciones de los individuos y que la participación y el conflicto con la política pública
solo tendrían una importancia marginal en la vida de los ciudadanos”.2 Todo lo anterior era
posible en una situación de pleno empleo en la que por intermediación del Estado, los
4
trabajadores urbanos eran incorporados a los derechos sociales, la protección social y la
estabilidad laboral.
Este fue –a grandes rasgos- el modelo que asociado a la industrialización por
sustitución de importaciones se impuso en la Argentina durante varias décadas. El contrato
salarial fordista, el Estado como administrador de la demanda y los sindicatos como
mediadores formales fueron el sostén de esa asociación que con el advenimiento de la
última dictadura militar sería reemplazada por otros supuestos ideológicos y otras prácticas
socioeconómicas, políticas y culturales. Hasta entonces, Argentina aparecía como país
atípico en el contexto latinoamericano, se presentaba como una sociedad poco polarizada, y
con cierto grado de integración.
Quizá las nuevas condiciones que se generaron a partir de mediados de los ‘70 en
Argentina, permitan hablar de lo que Castel denominó derrumbe de la sociedad salarial.
En primer lugar, entre ellas, la desaparición del estatuto de las clases trabajadoras propias
del modelo de acumulación fordista asegurado por el Estado de bienestar o de semibienestar. La sucesiva adopción de políticas económicas neoliberales produjo la
desindustrialización, la generalización del desempleo, la institucionalización del empleo
precario, la descentralización de los servicios de educación, vivienda y salud. A esto se
sumaba, en los ‘90 la privatización de las empresas del Estado, grandes generadoras de
empleo y de seguridad social. En definitiva, Argentina quedaba situada frente al abandono
de las funciones de contención que el estado había cumplido en la etapa anterior. Con todo
ello se producía la desaparición de ciertos márgenes de consumo, el disfrute de ciertos
niveles de educación y de vivienda que permitían la inclusión ilusoria. Así, los “pasajeros”
empezaron a ser cada vez menos.
Para los ’90 los sindicatos y los partidos políticos como mediadores instituidos y
legitimados entre los individuos y el Estado perdieron preponderancia porque no supieron o
no quisieron cumplir un rol disruptivo frente al modelo que se imponía. Muy por el
contrario, desde el movimiento obrero organizado, al menos, se aceptó mas la cooptación
de los nuevos sectores dirigentes que la ruptura con ellos.3 Así la precarizacion laboral con
sus distintas vertientes de la flexibilización y el trabajo informal se hacían moneda corriente
en la sociedad argentina y la renuncia de los sindicatos a asumir una defensa activa de sus
afiliados los condujo al descrédito y a la deslegitimación.
5
El corolario previsible de este proceso económico fue la creciente desigualdad
social, que se expresó en muy diversas manifestaciones de segregación vertical, de
“exclusión”. Lo que en décadas anteriores en los sectores populares se había expresado
como un esfuerzo por lograr la movilidad social ascendente, a partir de los noventa asumía
la forma de articular mecanismos para asegurar la inclusión, para superar las fronteras
físicas y socioculturales que devenían muchas veces infranqueables. Para miles de
argentinos la inclusión comenzó a ser utopía frente a una realidad en la que cada vez mas
crecían los índices de pobreza y de indigencia de personas y hogares, los índices de
deserción de los distintos niveles de la educación formal, el número de trabajadores en
negro dentro y fuera del estado.
II
Las transformaciones económicas y sociales de las últimas tres décadas adquirieron
tal magnitud que el escenario del desempleo y el empleo precario comenzó a instalarse
como una lamentable realidad permanente. Estos cambios estructurales modificarían la
acción colectiva. Las luchas sociales adquirirían nuevos modos, nuevos contenidos, nuevos
símbolos y rituales y nuevas formas organizacionales.
En el marco de la Argentina de la desindustrialización, la movilización sindical y
los mecanismos que a lo largo del siglo XX habían asegurado la obtención de la ciudadanía
social de los trabajadores perdieron protagonismo.4 La huelga, la toma de fábricas, los
sabotajes quedaron como formas de beligerancia obrera, es decir, como cosa del pasado. En
definitiva, como acciones reivindicatorias de los afiliados a una condición salarial “a la
criolla” que tendía a desaparecer.
El problema central se situó entonces en el desempleo y la precarizacion de las
relaciones laborales de quienes aún conservaban trabajo. A esto se agregaron las acciones
de los grupos que, estando aún en el sistema de empleo, temían por “caer” de la estructura
de la inclusión. Dentro de ellos, son numerosos los actores sociales pertenecientes a los
sectores medios empobrecidos que se incorporaron a los nuevos repertorios de la
beligerancia.
De esta manera, la aplicación sistemática de políticas neoliberales haría que en la
Argentina de los ‘90 la protesta social tomara un protagonismo inusitado. Se produciría un
6
estallido de la acción contenciosa. Este fenómeno tiene ciertas particularidades. En primera
instancia se presenta como el resultado directo de la pauperización de los sectores
populares y del empobrecimiento de los sectores medios. Los emergentes mas visibles de
este proceso como el desempleo, la pobreza, los salarios impagos del sector público, la
retención de los depósitos bancarios aparecerían como condición suficiente de la protesta.,
que respondería primordialmente a estímulos de carácter económico.
Pero, en un análisis mas profundo, puede encontrarse una verdadera transformación
de lo político. En este sentido, interesa el aporte de Auyero cuando afirma que “la protesta,
el conflicto, la violencia, no son respuestas directas a las tensiones producidas por el
deterioro de las condiciones de vida que surgen de las macrotransformaciones políticoeconómicas, sino que fluyen de procesos políticos específicos”. 5 Las nuevas formas de
acción colectiva muestran un renovado repertorio de rutinas beligerantes: piquetes, fábricas
recuperadas, cacerolazos, asambleas barriales, escraches expresan los reclamos.
Deliberadamente nombramos juntas estas formas de acción, aunque es necesario distinguir
la notable heterogeneidad de actores, reivindicaciones y formas de protesta que encarnan.
Las nuevas formas de protesta encarnaron en sus comienzos una interesante
multiplicación de los espacios políticos, “precondición de toda transformación realmente
democrática de la sociedad”.6 En este sentido, parecía que estábamos asistiendo a reclamos
políticos que buscaban una real ampliación democrática, a planteos que desde los nuevos
movimientos sociales demandaban un engrosamiento de los márgenes de la democracia. La
obtención de una ciudadanía real era reivindicada por los sectores populares, que se
oponían desde sus acciones al funcionamiento de los mecanismos de democratización
limitada en términos de Habermas, en el que los sistemas de participación política y social
restringen la capacidad de decisión a sectores favorecidos de la sociedad.
La crisis social del 19 y 20 de diciembre de 2001 que devino política en escasas
horas, aparecía con consignas que aunaban los reclamos pero que prontamente mostrarían
su ineficacia. “Piquete y cacerola, la lucha es una sola” y “que se vayan todos” parecieron
aunar momentáneamente intereses de los sectores medios que se sentían estafados por la
retención de sus depósitos y de los grupos de desocupados victimas del ajuste.
Esta alianza social mostraría prontamente su fugacidad. A poco de andar, los
sectores medios derivaron su reclamo al ámbito del barrio. Los cacerolazos fueron
7
expresiones casi circunstanciales y las asambleas barriales, aunque perduraron por mas
tiempo, se mostraron como formas de movilización social, que hacían del “barrio” una
instancia de transición entre lo privado y lo publico. La protesta se territorializó.
Ambas manifestaciones pusieron a ciertos actores en un estado de democracia
permanente, en una acción deliberativa e impugnatoria constante del poder del Estado y de
sus decisiones. Después derivaron en marchas de ahorristas apoyadas mediáticamente y
mas tarde en reclamos judiciales individuales.
III
Otro rumbo tomarían los reclamos de los sectores populares. Primero hay que
pensar en la transformación de trabajador desocupado en piquetero. En segundo lugar, en el
fuerte componente comunitario que irrumpe en algunas de las acciones colectivas de estos
sectores. Piquete, pueblada, acampes en las plazas o frente a edificios públicos, fábrica
recuperada no pueden ser entendidos desde una lógica individualista. Las mediaciones, el
tipo de liderazgo que pudieron constituirse o las apropiaciones de esos fenómenos son una
cuestión aparte.
Para rastrear la transformación del trabajador desocupado en piquetero es necesario
retrotraer la mirada a mucho tiempo antes de los paradigmáticos 19 y 20 de diciembre. El
hito fundacional del piquete como forma de reclamo son sin duda las manifestaciones de
Cautral-Co y Plaza Huincul en Neuquen y de General Mosconi y Tartagal en Salta de 1996
y 1997. El corte de ruta es introducido como metodología de protesta; es llevado a cabo por
desocupados que han perdido su empleo en el contexto de la privatización de las empresas
del Estado y se presenta como forma impugnatoria de la inacción del Estado frente a la
urgencia flagrante del desempleo. De ahí que, en general, cada vez que se implementen
cortes de ruta, puentes o calles, el reclamo sea dirigido al Estado. Parece que desde lo
simbólico el ámbito público fuera tomado como instrumento de manifestación disruptiva a
lo Público.
Así, “piquetero” deviene una identidad que se define positivamente y no como
resultado de la carencia de trabajo: no es un desocupado. En el marco de las
representaciones, esto genera un autorreconocimiento del valor de la acción de protesta. Ese
8
actor reconoce que sus practicas impugnatorias van mas allá del desempleo y tienden al
reconocimiento de que su experiencia de vida trasciende su condición de trabajador.7
Mientras que “la categoría de desocupado produce aislamiento y pasividad, ... la de
piquetero representa un espacio de reconocimiento y construcción común basado en una
reivindicación de la dignidad y en un descubrimiento de ‘otras capacidades’ de
organización, de movilización y de presión política”.8 Reconocerse piquetero es hacerlo en
términos de trabajador desocupado, pero también en la propia condición de actor social en
conflicto y capaz de hacer públicos sus reclamos.
Además de la cuestión identitaria, es interesante analizar los lazos comunitarios que
se generan en torno a la protesta. A propósito es pertinente considerar la idea de Alejandro
Grimson9 acerca de la constitución de una verdadera “selva organizacional” en ciertos
barrios del conurbano bonaerense que bien podría trasladarse al análisis de otros escenarios.
La multiplicación de organizaciones de desocupados, comedores escolares, clubes de
trueque y otras formas de organización populares, remiten a viejas tradiciones organizativas
o al surgimiento de otras nuevas. Mas allá de esa discusión, lo que parece subyacer es el
surgimiento de una nueva subjetividad que reclama la preeminencia del valor de los lazos
comunitarios y la organización antes que el de la acción individual. De esta manera se
configura una intensa “vida organizacional”, que va mas allá del agrupamiento formal de
un conjunto de habitantes con cierta inscripción territorial. Trasciende a los ámbitos
informales en las zonas urbanas pobres que afrontan colectivamente la solución a sus
problemas urgentes: vivienda, trabajo, salud, alimento o seguridad. Esos lazos comunitarios
están además basamentados en la concepción de que nadie puede ser liberado o
emancipado por otros y que no puede hacerlo sin los otros. En parte es esta la concepción
que sostiene la dinámica asamblearia de la mayoría de los movimientos piqueteros.
Conformación identitaria y afianzamiento de lazos comunitarios en los movimientos
de desocupados, no deben impedir ver la constitución de nuevos liderazgos y mediaciones
en torno a la protesta social. Es cierto que las nuevas modalidades de protesta han generado
espacios deliberativos que antes no existían -que alarman a muchos- y que eso da muestras
talvez de una maduración política después de dos décadas de democracia. Pero también es
cierto que se ha producido alrededor de la cuestión el surgimiento de nuevos liderazgos
personalistas. En algunos casos, los nuevos lideres han sido encumbrados en los momentos
9
de resistencia; en otros, son antiguos referentes de las políticas clientelares anteriores al
movimiento piquetero.10 De cualquier manera es interesante ver como se produce la
pervivencia del modelo de matriz populista (por ejemplo el FTV de Luis D’Elia y aún en
las expresiones provinciales del MPN o el Partido Radical en Río Negro), sobre todo en la
pervivencia de prácticas clientelares expresadas en lo que Svampa y Pereyra llamaron
acertadamente la “cultura del subsidio”.
En este punto es necesario hacer una digresión importante. Desde la óptica del
analista, la “cultura del subsidio” no se trataría de otra cosa que de la institucionalización de
la búsqueda de soluciones paliativas a la cuestión social por la instauración de vínculos
personalizados de tipo asimétrico, que en ciertas ocasiones requieren -exigen- reciprocidad.
Pero desde el punto de vista de quien padece la necesidad acuciante de alimentos, salud o
vivienda, el subsidio es una vía inicial para resolver el hambre y los problemas cotidianos.
Tal vez este sea uno de los principales problemas que afectan a la cuestión del clientelismo
en torno a la protesta social actual. De cualquier modo, que un paliativo sea
institucionalizado como política social es un síntoma paradojal de las nuevas democracias
latinoamericanas.
En torno al tema de los liderazgos en los movimientos de protesta actual, es
necesario considerar también otras matrices ideológicas presentes, sobre todo las de neto
corte anticapitalista, contestatarias del reclamo de “inclusión” de muchos de los
movimientos de desocupadas (CCC–PCR ). Otro es el caso de grupos autónomos que
proponen una reconstrucción de lo popular a partir de formas de economía solidaria (UTD
General Mosconi, Coordinadora Aníbal Verón).
En lo referente a este punto es notable la fragmentación interna de los movimientos
de protesta. A pesar de esto sus logros fundamentales consisten en que de lo reivindicativo
social han devenido interlocutores de la realidad política, lo que muestra un avance de una
política construida “desde abajo”... o “desde afuera”.11 En este último tiempo esa
interlocución ha sufrido aún más fragmentaciones internas. La división que últimamente
resuena en los medios con el nombre de “piqueteros duros” y “piqueteros blandos” da
muestras de eso.
10
IV
Agenda de cuestiones. Agenda abierta. Así deberíamos llamar a la etapa conclusiva
de estas reflexiones. El tema de la protesta social en la Argentina actual es tan fecundo que
más que intentar abarcarlo en su complejidad es necesario sectorizar su análisis
reconociendo que hay muchas mas lecturas y ópticas diversas de la que uno intenta.
¿Cuáles serían esos temas pendientes? Creo que podrían agruparse en algunas
categorías diversas:
- En primer lugar, cuál es la representación que de sí mismos hacen los actores.
Dentro de esto, reconocer y mencionar las divergencias, la heterogeneidad y el conflicto al
interior de la protesta social. Esta es una realidad que no puede desconocerse. Las distintas
relaciones con el poder, la radicalización de la lucha, la permanencia o no de cierta matriz
peronista y sindical. En suma, la diversidad interna de prácticas, discursos, símbolos.
- En segundo lugar, la pormenorización de los alcances y expresiones de los nuevos
repertorios de confrontación en los ámbitos regionales. Las respuestas generadas por el
sector publico y el sector privado a fin de achicar el riesgo que genera la protesta. Desde la
política del subsidio de ciertos gobiernos provinciales a la generación de becas o subsidios
de desempleo de las grandes empresas enquistadas en las economías de enclave
características de ciertas regiones.
- En tercero lugar, las formas en que los medios se ocupan de la beligerancia
popular. Esto oscila entre la sordera y la contribución a generar una opinión pública adversa
a “los sospechosos de siempre”, y sus matices intermedios. La reconstrucción mediática de
la protesta, en general solo contribuye a engrosar los fundamentos de la criminalizacion y
los discursos conservadores acerca de la seguridad. A veces abiertamente y otras no los
piqueteros por ejemplo son tratados de delincuentes, saqueadores y otros motes
peyorativos.
- En cuarto lugar, un rastreo histórico de las formas en que la acción disruptiva de
estas organizaciones ha preocupado al Estado. Cuáles han sido las respuestas generadas
desde el poder. Desde el clientelismo y la asistencia a la represión en sus distintas formas o
la judicialización de la protesta. En este sentido, adquieren relevancia por su actualidad, la
cuestión de la criminalizacion por parte del sistema estatal y los intentos que oscilan entre
11
la demagogia y la reacción indiscriminada de quienes identifican seguridad con ausencia de
conflictividad social.
- En quinto lugar, creo que es fundamental el papel de los intelectuales y la
comunidad académica frente a este proceso de la Argentina actual. Es muy abundante la
producción reciente sobre el tema. ¿Cuánto hay de moda y cuánto de compromiso social en
lo que se hace? ¿Cuánto hay de intentos genuinos de análisis y cuánto de oportunismo para
vender o figurar con las propias producciones? ¿Cuánto de dar respuesta a instituciones
extranjeras que financian investigaciones en busca de exegetas de la crisis que expongan
sobre “las propias ruinas”?12
De 2003 a esta parte asambleas, ahorristas, piqueteros ya no tienen la misma
visibilidad. En algunos casos por desmovilización. En otros por una demanda de
normalidad de parte de la sociedad, que en todo caso admite integrarlos como excluidos
desarrollando emprendimientos o aceptando planes sociales, pero al interior de sus barrios
pobres. La barbarización de la protesta está basada en prejuicios de los sectores medios que
identifican la irrupción de los pobres en la calle con la invasión del espacio público.
Mas allá de esta agenda de temas posibles, es fundamental la discusión que se está
produciendo al interior de las organizaciones piqueteras acerca del agotamiento o no de los
cortes como forma de protesta. Si esta discusión resulta fructífera, tal vez asistamos al
surgimiento de nuevas expresiones de la acción disruptiva popular, con nuevas “rutinas
beligerantes”.13
Como se ve, la protesta social en Argentina actual puede ser leída desde cánones
interpretativos diversos. Lo que es indiscutible es que la complejidad de la problemática
debe ser tratada desde la historia reciente, la sociología, la antropología social, la sicología.
Un campo de interdisciplina que una vez más muestra como lo social no puede ser
abordado desde perspectivas disciplinarias acotadas ni desde discursos explicativos
reduccionistas.
Notas:
Uso deliberadamente el mote elegido por Robert Castel (1997) para señalar, de acuerdo a su criterio, la
naturaleza cambiante de la situación de vida – no solo laboral- de los sectores populares .
2
Offe, Claus (1992) La gestión política, Ministerio de trabajo y seguridad social, Madrid, p. 221.
1
12
3
Cfr. Svampa y Pereyra (2003), Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras,
donde los autores realizan un interesante análisis sobre las diferentes posturas que el sindicalismo argentino
adoptó frente a la puesta en marcha de las medidas económicas neoliberales durante el menemismo. P 21-22
4
Ver Suriano, Juan y Mirta Lobato: La protesta social en Argentina, Bs. As., F.C.E.
5
Auyero, Javier(2002): La Protesta. Retratos de la beligerancia popular en la Argentina democrática, Centro
Cultural Rojas, UBA, Buenos Aires, p 14.
6
Barbetta, Pablo (2002): “Algunos sentidos de la protesta del 19 y 20 de diciembre”. En: Entrepasados.
Revista de historia, n 22, p 150.
7
En esta dirección hacer mención a las categorías de “mundo del trabajo” y “mundo de los trabajadores” de
Falcon (1999) parece inevitable.
8
Svampa, M y Pereyra, S (2003): Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras,
Biblos, Bs. As, p.135
9
Cfr Grimson, A y otros (2003): La vida organizacional en zonas populares de Buenos Aires.
10
Piénsese, por ejemplo, en las “manzaneras” del conurbano bonaerense durante el Duhaldismo que se han
transformado en quienes consiguen los subsidios de Estado nacional o provincial para los comedores
comunitarios en la actualidad.
11
En este punto deberíamos hacer referencia a los distintos posicionamientos de los propios actores acerca de
la “inclusión” en términos capitalistas, su aceptación o su rechazo. Lo que permitiría, a su vez, toda una
discusión acerca del uso del concepto de “exclusión” tan extendido en el campo del análisis de la protesta en
la Argentina actual.
12
ver Ana Laura Perez, “Con los ojos en la protesta” en Clarin, 21 dejunio de 2003.
13
Ver “La protesta social bajo la lupa” en La Nación, 20 de junio de 2004.