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Crecer es incluir
Editorial
(El Comercio, 9 de mayo de 2014)
Es esencialmente por el crecimiento que hoy somos menos pobres y menos desiguales.
El presidente Humala ha afirmado que el Gobierno ha aumentado en 50% el gasto social
en estos últimos dos años y medio a fin de reducir la desigualdad e “incluir para crecer”;
precisando que este gasto social, desde la creación del Ministerio de Desarrollo e Inclusión
Social, se da como una “política social” integral, en lugar de estar constituido por una serie
de programas sociales sueltos. El supuesto implícito en su pensamiento parecería ser que
el crecimiento económico que hemos tenido no ha sido inclusivo, sino que más bien
habría aumentado la desigualdad, por lo que ahora habría que revertir esa tendencia con
más y mejores programas sociales.
El problema con este supuesto, sin embargo, es que es contradicho por las cifras. Por
ejemplo, los informes “Panorama Social” producidos por la Cepal muestran que la
desigualdad viene cayendo en el Perú desde la década pasada. Y las cifras oficiales del
Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) sobre la evolución de la pobreza del
2009 al 2013 señalan, más específicamente, que la reducción de la desigualdad no ha
tenido ninguna aceleración como efecto del enorme aumento en el gasto social producido
bajo el actual gobierno. Dato que es corroborado por el coeficiente de Gini (el medidor
internacional de desigualdad más respetado), el mismo que, de hecho, muestra una
mucho mayor reducción de la desigualdad entre el 2009 y el 2010 que entre el 2011 y el
2013. En la misma línea de lo anterior, está un estudio de Gustavo Yamada y otros
economistas que afirma que el 75% de la reducción de la desigualdad sucedida entre el
2002 y el 2013 se debe al aumento habido en los ingresos salariales.
Por otro lado, parece haber consenso entre los economistas en que la espectacular caída
de la pobreza sucedida en el Perú desde el 2004 hasta hoy (del 58,7% de la población al
23,9%) se ha debido en su enorme mayoría al crecimiento y no a algún tipo de
transferencia, incluyendo, desde luego, a las que suponen los programas sociales. Así, por
ejemplo, esta misma semana Richard Webb ha sostenido en estas páginas que el 80% del
aumento habido en los ingresos rurales se debería directamente al crecimiento, mientras
que Juan Mendoza, de la Universidad del Pacífico, ha afirmado que el crecimiento es
responsable por el 85% de la reducción de la pobreza.
Como lo que tendría que importar es la pobreza más que la desigualdad (el mismo Webb,
hablando sobre el fenómeno de migración del campo abierto a los pequeños pueblos lo
ha puesto elocuentemente: “La gente no emigra por desigualdad, emigra por pobreza”),
solo estos últimos datos debieran bastar para que el Gobierno deduzca que donde debe
concentrar sus mayores esfuerzos es en liberar al crecimiento de todos los obstáculos que
hoy la ralentizan, más que en seguir haciendo crecer programas redistributivos. Pero el
hecho es que las cifras que comenzamos viendo de desigualdad muestran que el Gobierno
tendría que llegar a la misma conclusión aun cuando ponga el acento en esta.
Dicho de otra forma, cada dólar que se invierte en infraestructura o en eliminar las trabas
y regulaciones que vienen desacelerando la inversión privada parecen ayudar mucho más
a los pobres a salir de la pobreza (y al país a ser menos desigual) que cada dólar en que se
aumenta los presupuestos de los programas sociales asistencialistas.
Lo anterior, aún sin tomar en cuenta que la manera en que uno sale de la pobreza por
efecto de las transferencias de, digamos, el programa Juntos, es sustancialmente diferente
de la manera en la que uno sale de la pobreza porque, por ejemplo, ya tiene acceso a una
conexión eléctrica que le permita iniciar una cadena de frío para conservar lo que produce
y a un buen camino que le permita luego conectarlo con una mayor demanda. En la
primera forma, uno está fuera de la pobreza solo en cuanto y en tanto la voluntad estatal
quiera y pueda seguirle manteniendo ahí con sus transferencias; en la segunda, el mango
de la sartén del bienestar está mucho más en las manos de la persona que lo ha
alcanzado.
En suma, tanto el Gobierno que quiere ayudar a los pobres a salir de una manera real de
su condición actual, como el que quiere reducir la desigualdad, debería tener una
prioridad frente a aquellos: darles crecimiento.