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EL PRINCIPITO
Antoine de Saint-Exupéry
QUINTA ENTREGA
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Capítulo XXVI
Al lado del pozo, había un viejo muro de piedra en ruinas. Cuando volví de mi trabajo, el día
siguiente por la tarde, vi desde lejos a mi principito sentado en lo alto del muro, con sus
piernas colgando. Y le escuché que decía:
– ¿No te acuerdas? –decía–. ¡No es exactamente aquí!
Sin duda, otra voz le respondió, porque él replicó:
– ¡Sí! ¡Sí! Es el día, pero no es este el sitio...
Emprendí mi marcha hacia el muro. No veía ni oía a nadie más. Sin embargo, el principito
replicó de nuevo:
– ¡Claro! Tú verás dónde comienza mi huella en la arena. No tienes más que esperarme allí.
Allí estaré esta noche.
Estaba a veinte metros del muro y no veía todavía nada.
El principito dijo aún, después de un silencio:
– ¿Tienes buen veneno? ¿Estás segura que no me harás sufrir durante mucho tiempo?
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Me detuve con el corazón en un puño, pero todavía no entendía nada.
– Ahora, márchate –le dijo–. ¡Quiero bajarme!
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Entonces dirigí mi mirada al pie del muro y… ¡di un brinco! Estaba allí, erguida hacia el
principito, una de esas serpientes amarillas que te matan en treinta segundos. Echando
mano a mi bolsillo para sacar mi revólver, salí corriendo, pero, al ruido que hice, la
serpiente se dejó escurrir suavemente por la arena, como un chorro de agua que muere, y,
sin apresurarse demasiado, se deslizó entre las piedras con un leve ruido metálico.
Llegué al muro justo a tiempo para recibir en brazos a mi príncipe pequeñajo, pálido como
la nieve.
– ¿Qué historia es esta? ¡Ahora hablas con las serpientes!
Le aflojé su perenne bufanda de oro. Le mojé sus sienes y le hice beber. Pero no me atreví a
preguntarle nada más entonces. Me miró muy serio y rodeó mi cuello con sus brazos. Sentí
latir su corazón, como el de un pájaro que muere, tras el disparo de una carabina.
Me dijo:
– Me alegra mucho que hayas dado con la avería de tu aparato. Vas a poder regresar a casa...
– ¿Cómo lo sabes? Venía justamente a decirte que, contra toda esperanza, ¡he acabado con
éxito mi trabajo!
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No respondió a mi pregunta, pero añadió:
–Yo también vuelvo hoy a casa...
Después, melancólico:
– Es mucho más lejos… es mucho más difícil...
Sentí que estaba pasando algo extraordinario. Lo abracé como a un bebé y me parecía que
se me escurriese hacia un abismo sin que yo pudiera hacer nada por retenerlo...
Tenía la mirada seria, perdida en la lejanía:
– Tengo tu cordero. Y tengo la caja para el cordero. Y tengo el bozal...
Y sonrió con melancolía.
Esperé un buen rato. Sentí que entraba en calor poco a poco.
– Has tenido miedo, pequeñajo.
Había tenido miedo, por supuesto. Pero rió con dulzura:
– Tendré mucho más miedo esta noche.
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De nuevo me sentí helado ante la certeza de lo irreparable. Y no soporté la idea de no
escuchar nunca más esa risa. Era para mí como una fuente en el desierto.
– Pequeñajo, quiero escuchar tu risa...
Pero me dijo:
–Esta noche se cumplirá un año. Mi estrella estará exactamente sobre el mismo sitio donde
aterricé el año pasado...
– Pequeñajo, ¿no es cierto que es un mal sueño esta historia de la serpiente y de la cita y la
estrella...?
Pero no contestó a mi pregunta. Me dijo:
– Lo que es importante, no se ve...
– Llevas razón…
– Es como con la flor. Si amas una flor que se encuentra en una estrella, es muy agradable,
en la noche, mirar el cielo. Todas las estrellas están florecidas.
– Llevas razón…
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– Es como con el agua; la que tú me has dado para beber era como una música, por la
garrucha y por la soga… ¿Te acuerdas? Era exquisita...
– Llevas razón…
– Mirarás por la noche las estrellas. El lugar donde yo vivo es demasiado pequeño para
poder mostrarte dónde se encuentra. Es mejor así. Mi estrella será para ti una de ellas. Así,
te deleitará mirar todas las estrellas… Todas ellas serán tus amigas. Después deseo hacerte
un regalo...
Volvió a reír.
– ¡Ah, pequeñajo, pequeñajo! ¡Me encanta oír esa risa!
– Precisamente, ese será mi regalo... será como con el agua...
– ¿Qué quieres decir?
– Las estrellas no son lo mismo para toda la gente. Para unos, los que viajan, las estrellas
son guías. Para otros, no son más que lucecitas. Para los sabios, son problemas de cálculo.
Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas son mudas. Tú tendrás
estrellas como nadie ha tenido.
– ¿Qué quieres decir?
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– Cuando mires el cielo, en la noche, como yo habitaré en una de ellas, como yo reiré en una
de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas. Tú poseerás estrellas que saben reír.
Volvió a reír.
– Y cuando te hayan consolado (siempre hay consuelo), te alegrarás de haberme conocido.
Siempre serás mi amigo. Tendrás ansias de reír conmigo. Y abrirás a veces tu ventana, así...
por placer... y tus amigos se asombrarán al verte reír mirando el cielo. Entonces les dirás:
"Sí, las estrellas siempre me hacen reír". Y te tendrán por loco. Te habré jugado una muy
mala pasada...
Volvió a reír:
– Será como si te hubiera regalado, en lugar de estrellas, puñados de cascabelillos que
saben reír...
Rió nuevamente. Luego, se puso serio:
– ¿Sabes...? Esta noche... no vengas.
– No te abandonaré.
– Va a parecer que sufro... va a parecer que muero. Es cierto. No vengas a verlo, no merece
la pena...
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– No te abandonaré.
Se le notaba preocupado.
– Te digo esto… también por la serpiente. No debe morderte... Las serpientes son malas.
Puede morder por simple placer...
– No te abandonaré.
Pero algo le tranquilizó:
– Es cierto que no tienen veneno para la segunda mordedura...
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Aquella noche no lo vi ponerse en camino. Se fue sin meter ruido. Cuando logré alcanzarlo,
caminaba decidido y a paso ligero. Me dijo solamente:
– ¡Ah! Estás ahí...
Y me cogió de la mano. Pero se atormentó aún más:
– Has hecho mal. Sufrirás. Parecerá que estoy muerto, pero no será verdad...
Yo callaba.
– Comprende. Es demasiado lejos. No puedo llevarme allí este cuerpo. Es demasiado pesado.
Yo callaba.
– Será como una vieja corteza abandonada. No son tristes las cortezas ajadas…
Yo callaba.
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Se descorazonó un poco. Pero hizo aún un esfuerzo:
– Será agradable, ¿sabes? También yo miraré las estrellas. Todas las estrellas serán pozos
con una garrucha oxidada. Todas las estrellas me darán de beber...
Yo callaba.
– ¡Será tan divertido! Tú tendrás quinientos millones de cascabeles; yo tendré quinientos
millones de fuentes...
Y también él calló, porque lloraba...
Ahí es. Déjame avanzar tan solo un paso.
Y se sentó, porque tenía miedo.
Y dijo:
– ¿Sabes, mi flor…? ¡Yo soy responsable! ¡Y es tan frágil! ¡Y es tan ingenua! Tiene cuatro
espinas insignificantes para protegerla contra el mundo...
Yo me senté, porque no podía mantenerme en pie. Dijo:
– Bueno... eso es todo...
Vaciló aún un poco. Después, se levantó. Dio un paso. Yo no podía moverme.
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No hubo más que un relámpago amarillo cerca de su tobillo. Quedó inmóvil un instante. No
rechistó. Cayó suavemente, como cae un árbol. Ni siquiera hizo ruido, gracias a la arena.
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Capítulo XXVII
Y ahora hace ya seis años, seguramente… Jamás he relatado esta historia. Los compañeros
que me encontraron se pusieron muy contentos al verme vivo. Yo estaba triste, pero les
decía: "Es la fatiga..."
Ahora me he consolado un poco; quiero decir… no del todo. Estoy convencido que regresó
a su planeta, porque al despuntar el día no hallé su cuerpo. No era un cuerpo muy pesado…
Y por las noches me gusta escuchar las estrellas. Son como quinientos millones de
cascabeles…
Pero, pasa algo curioso. El bozal que dibujé para el principito… ¡olvidé ponerle la correa de
cuero! Nunca habrá podido colocárselo. Así que, me pregunto: "¿Qué habrá ocurrido en su
planeta? Puede que el cordero se haya comido la flor..."
Algunas veces me digo: "¡Seguramente, no! El principito protege su rosa todas las noches
en su campana de cristal y vigila bien a su cordero..." Y entonces, soy feliz. Y todas las
estrellas ríen dulcemente.
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Pero otras veces me digo: "Un día u otro se distraerá, y no habrá vuelta de hoja... ¡Olvidó
una noche colocar la campana de cristal; o, tal vez, el cordero se escapó durante la noche
sin meter ruido...! En tal caso, ¡los cascabeles se tornan en lágrimas...!
Es un verdadero misterio. Para vosotros que también queréis al principito, como para mí,
nada en el universo puede seguir siendo igual si en algún lugar, no se sabe dónde, un
cordero que no conocemos se ha comido una rosa o no se la ha comido...
– Mirad el cielo. Preguntad: ¿se ha comido el cordero la flor, o no se la ha comido? Y veréis
cómo cambia...
¡Ninguna persona mayor comprenderá jamás la verdadera importancia que esto tiene!
Para mí, este es el más hermoso y el más triste paisaje del mundo. Es el mismo paisaje que
el de la página anterior, pero lo dibujé una vez más para mostrároslo bien. Es aquí donde el
principito apareció sobre la Tierra y donde después desapareció.
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Observad atentamente este paisaje para estar seguros de reconocerlo si viajáis algún día por
África, por el desierto. Y si llegáis a pasar por allí, os suplico que no llevéis prisa… ¡quedaos
un rato justo bajo la estrella! Si entonces viene hasta vosotros un niño, si ríe, si tiene cabellos
color oro, si no contesta cuando se le pregunta, adivinaréis enseguida que es él. En tal caso,
¡sed amables! No me dejéis tan triste: notificadme enseguida que ha regresado...
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