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YOLANDA BEDREGAL NADIR LIBRERIA EDITORIAL "JUVENTUD" LA PAZ — BOLIVIA Padre mío, el invierno —espada de tu muerte— sus varillas de hielo sobre mi pecho inclina. Crujen las hojas secas en desolada sombra al filo del minuto que te arrancó a la luz. Ya no hablaremos nunca del verdeciente pino aunque giren los meses hacia la primavera; yo veré conmovida hundirse contra el cielo la erguida copa oscura, y ya estarán tus ojos perennemente mudos en el carbón azul. Se esponjarán los días, descenderán las noches hacia asoladas playas del Siempre y del después, más la salada savia del amor está herida al filo del minuto que te quitó de mí. Contigo platicamos del trino y la gavilla, del libro y el amigo, la reja y la parábola, del agridulce zumo en el cristal humano. Fraternales rondaban por tu voz de maestro San Francisco de Asís, don Quijote y Jesús. Presagio de ventura, flotaban nuestros nombres con halo de alegría si los decías tú; hoy me duele hasta el nombre que tú ya no pronuncias, y nos pesan las manos tendidas hacia ti. Tus ojos amparaban la senda de mi verso. Mi infancia en tus rodillas todavía mecía la muñeca de trapo que el tiempo sepultó. Ahora me llueven años por cada hora que faltas. Nuestro pino ha llorado hasta su último [espino. Aúlla la madera de tu sillón vacío; los platos en la mesa tienen sonido a roto; y se empaña la atmósfera de girasol nocturno. Esta salada savia del amor se hace niebla al filo del minuto que te llevó a la luz. Y el oro de otros días le decora la austera frente en su mitad ausente. Y temblando pensamos que la cumbre que ya no vemos más, la guarda ella en el rincón más fiel de su cariño. Hoy son de plomo los domingos. Con seis hachazos a la misma hora cayó el tronco y el nido y el racimo. La luz huida y los recuerdos doran este pesado plomo del domingo. ANIVERSARIO La gran abeja de oro zumba sobre tu muerte su sonoro fanal. Flota en el aire mudo tu voz eternizada en polen y panal. Yo te busco en los ríos de los salobres jugos que bajan por mi cara. La sed que siente el agua, se sacia con el cielo que se arrodilla en ella. Cuatro ruedas de ausencia ya molieron la harina del erizado espino. Cuatro junios de nieve ya encendieron las lámparas que engrandecen tu sombra. En el árbol tronchado que se pobló de augurios, llueven hojas de anhelo. Tiendo, como dos alas mendigas, mis dos manos para palpar tu rumbo, y sube del sepulcro un ramo de caminos llagándome las palmas. Pero yo tengo flores en cada mano herida: Rosángela del Carmen, Guadalupe del Carmen; ojos verdes y azules, laurel y nomeolvides. Semilla imperturbable que no tiene cabida más que en la misma vida. Lenguas de cuatro lámparas lamen en lo insondable tu santidad de pan. Por tu misericordia zumba la abeja de oro el réquiem de su miel.