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LAS MANOS DEL ASFALTO
III
POESÍA DE AUGUSTO ZAPATA V.
PAJARO DE ALA TRISTE
Asume la lejanía de ese pájaro de ala triste.
Mira allá,
En la puntual curva del puente azul
La escama bizcorneta de la noche,
Agua gris del mercadeo
Que niega el sol a la raíz verde
Amante de la espiga.
En la ceremonia dorada de la aurora
Se ha cerrado el cristal de sus ventanas
Y el ángel de la ermita
Aborda cabizbajo el velamen ingrato
Del amar y ser amado.
Y mi espiga, y mi agua, y mi aire,
Oh puntualidad del mar
En la severa curva del arenal azul.
Oh copa amarga en lo más alto del viñedo.
Quién el remero,
Ventana de donde se divisa
La copulación exacta de las yeguas,
Vino consagrado que rueda del santuario
Iluminado por la rosa y el clavel.
Yo te exhorto oh agua, agua de río polvoroso de camino
Que tras las ventanas iluminadas de la umbría
Rieles con bálsamo tu cristal
Para que divises una niña risos de oro
Alcanzando lunas de otro huerto
Muy lejanos a la liana azul de tu ventana.
Pero muy cerca, sí, muy cerca,
Del marinero amante de la mar,
Cifrando las flores de un jardín,
Para sembrar el cielo del vino y las espigas.
¿Que por qué la lluvia, la bruma, y la espada dormida
En el fondo de tu copa?
Suma los frutos de crepúsculos acopiados en tu barca…
Tu silencio delata un son de invierno.
Ella es medio día encendido aún de lámparas y alfombras
En el fondo rojo de la nocturna piedra.
Ella es torbellino de agua tumultuosa.
Piedra rodante en la mitad de su camino,
Y tú, tejes y tejes en la rueca aposento
De donde se divisa el chirrido del viento
En el asfalto
Cuando amabas mariposas en las rojas peceras
De neón,
Caracol de humo y alcohol que ascendió
Hasta las propias barbas del infierno,
Y también hasta la cumbre del susurro
Que tatúo cielos borrascosos
En las profundas paginas del viento.
Y también allá, recuerdas,
Cuando vertías sonidos de dulce abrigo
Sobre los pliegues encendidos de unos labios,
Gemelos de tus labios.
Cuando el reloj de tu violín
Era acentuado con espigas en el pálpito
De tus manos y otras manos,
Que aliviaba el hilito insonoro de tu voz.
La catedral del viento hace tiempo aletea en tu cabello.
Conoces la verdad del cielo en los pasillos extendidos
De los lechos,
Y también el infierno que levanta el vino de los labios,
Cuando son mechoneados por la roca del hastío.
Examina tu balanza en el fondo del espejo,
Allá la soledad con cuchillos y martillos en sus ojos,
Y más allá, tras el asfalto
Donde los monos cansados de llorar acallan su canción de invierno
La llama que se dobla acariciada por la espiga.
Hazte barca que besa la playa silenciosa de la ermita,
Aprende a descifrar el grito de los gatos y el chirrido de las grúas
En el fondo sonoro del ungido vino.
+++
ORAR ES…
Orar es descender a la ceniza de la hilacha,
Renacimiento del pájaro en la albura.
Trocado murmullo, agua peregrina,
Consciencia del humus, la fragua y la mar.
Orar es el poema de la huella
Rebelde a la lágrima amarrada a un suspiro.
Orar es un barquito de papel.
Orar es un cadáver lanzado al reciclaje.
Orar es tatuar auroras sobre el musgo cansado de los troncos.
Orar cantar sin escuchar
El relincho desnudo de la lápida.
Orar es amar, desencadenando al muerto
Cautivo en las rejas de la frente.
Orar es ser feliz, permitiendo se marchen los pájaros
Que hienden la mirada.
Orar es una barca.
Orar es una proa, un remo y una brújula.
Orar es una flor.
Orar es un violín, un arco y una alforja
Sin fotos amarillas aferradas a los muros.
Orar es la quijada dolorosa de los burros,
Convertida en acero forjado en el yunque del jardín.
Orar es la caída.
Orar el levantarse.
Orar es descubrir la patita de la herida
En el pasillo oscuro de la angustia.
Orar es la balanza con el oro azul del forastero
Perfumando la giba muchedumbre que avanza hacia la aurora.
Orar es el marfil salvaje convertido en piano azul de dulce abrigo.
Orar es la flor rebelde a la pecera hermética en el fondo del espejo.
Orar es una rosa.
Orar son los espejos.
Orar es el rocío.
Orar son los peines, las agujas, el dentífrico y el náufrago
Horrorizado por su propio mascarón.
Orar es una piedra, una tumba y una garrocha.
Orar catedral.
Orar cáliz.
Orar nieve.
Orar la curva de los dados.
Orar el cincel en el cielo destrozado.
Orar el desierto, el oasis, y los tutes.
Orar el Cristo que desciende al asfalto de los mudos.
Orar espina.
Orar rosa deshojada.
Orar agua, orar montaña, orar puerto
Sin el llanto amarrado a un osario.
Orar la lluvia, la culpa y el perdón.
Orar el tiempo, la mar, los huesos, las rocas y la sandalia peregrina
Que platica con el viento
El rostro claro de la ausencia, el desierto de las momias
El cielo y el olvido.
++
LA ROSA EL CLAVEL LA CULPA
Buscaba trigo entre la luna manchada por los lobos.
Venía de la nieve y su alma era espiga inclinada hacia lo eterno.
Creía la huella del Cristo en la umbría del vitral
No sería alcanzada nunca por las piedras de las bestias.
Pero ay…Verdad amarga,
El falo chamuscado de los burros se escondía tras el biombo
Del misal.
El cristal oscuro de la noche esperaba tras los dormitorios.
Era una tijera en llamas para cortar el hilo a la cometa
Que no escuchara el rojo canto de los gallos.
Era el llanto despeinado por la especie
Mucho antes de cruzar el puente.
Era el insomnio ultrajado del hombre que otea en letras sacras
La vergüenza desnuda de los dogmas.
Llanto de soledad, ángel bestia,
Alambrada contra natura y semen, página indecente,
Tiempo atiborrado.
Y el clavel con el clavel
Y la rosa con la rosa
Y el mundo y los pañuelos
Y el abismo,
Vociferando la bruma injusta de los dados de Dios en el casino,
Aun antes de nacer en el soslayo ceñudo de los vivos.
Latentes ataúdes silenciosos
O metal de rostro duro
Que desafía la vergüenza azul del nacimiento.
Oh espiga de Dios.
Oh libro abierto que busca la luz
En el ensueño que es semilla de lo santo
En la herida del instinto.
Voluta de incienso y sacrificio.
Elevada oración que huye de la arcilla,
De los lobos y del llanto
Que es el hombre hacia lo humano.
Allá en el fondo amarillo del estanque
Un anciano arranca el cielo de un rostro
Abismado entre la bruma.
El celibato grita el viento con un ojo ruñido por
El moho.
No sólo en la umbría de la rosa y el clavel
Es propicio el nacimiento de los lagos y las hostias,
Murmura la arena movediza en el desierto gris
De la alameda.
También la ola del mar acaricia el celaje puro
Del clavel con el clavel
Y la rosa con la rosa
Y allá detrás del llanto inconfesable
Una niña esconde la desnudez de su rubor.
¿Y la ajada flor del seminarista entre las hojas perfumadas
De lo eterno?
¿Y el lobo que se esconde tras el portón amado
Para apagar el tizón en el ojo puro de la fe?
¿Y la traición del mono, combustible sediento de la llama
En el fondo dorado de los cálices?
¿Y el engaño erecto y prohibido, oscuridad sacra,
Alzando el copón del Cristo desangrado?
Ay…
La lengua de los lobos debe arder tras la alambrada del atrio.
Los leones no deben olfatear la sangre enferma de la herida.
Mas la rosa es la rosa, el clavel es el clavel,
El pecado es el pecado
No importa su esencia y su color.
Se debe alzar el velo gris contra natura
Para levantar los jardines propios de las yeguas
Con las yeguas
Y los asnos con los asnos
Belfo, flor y vida sin enturbiar el agua
Que cruza el puente hacia lo humano.
Un tren gime tras el atril del llanto.
La nocturna piedra increpa los ojos lastimeros de la loba.
El alma dorada de una espiga es anegada en el turbulento
Lago de sus ojos.
Un reloj de catedral esgrime el fuego de su espada.
El perfume de la especie es interpelado entre las ruinas
Inicuas del reloj.
Sombra es un árbol sobre el grito sudoroso del camino.
Sombra es una desdentada cúpula sobre la giba
De un anciano mudo.
Sombra es el alma de una rosa que bebe en el agua de lo eterno
El alma abierta de otra rosa.
Dios es roca, Dios es nube, Dios es tiempo, peldaño
Y llaga.
Dios sendero, Dios totuma, Dios fuente. Y…
Ay Dios mío, la fisura de mis cascos…
Ay Dios mío, la rotura de mi espejo…
Y el grito, y el llanto y la culpa sin culpable
Rodando al abismo doloroso del
¡Dios mío, perdónalos por qué no saben lo que hacen!
+++
LA SOMBRA DEL ESPEJO
Venía de un empujón, ceremonia del tiempo lacerado.
Amarilla escupa sobre la canción temblorosa
De un cáliz fatigado de pizarra, estancia
De la garra y los trigales.
Primero fue un jardín,
Miel con destellos oxidados, espada oscura que
Inundaba los barquitos de papel.
Cartilla amarga muy antigua,
Oran los cristales al mirar la agonía
En el cuero triste de la labrada impronta.
Alguien llora, alguien palpa su desierto
En un oasis de inocente mano dura.
Alguien, sí, alguien
Hiel en el ojito herido de los pájaros.
Alguien que mira su rostro endurecido
En el espejo.
Alguien que esconde su rubor en una gota de
Rocío y piedra,
Estando en el centro puntual de la risa
Y la alameda.
Alguien forastero que huye de una sombra.
Alguien de andar estupefacto
De su propio mascarón,
Extendido como un mapa sobre el puente gris
De la estación.
La sombra, la sombra flotando en la bohemia,
Estrella tatuada de neones muy borrosos
En el fondo hostil de un vino amargo.
Era forastero, no entendían su lenguaje
Y tampoco su sonrisa.
Era forastero que arrancaba de la cal
Las cuerdas
Anidadas en los labios de la aurora,
Y también de los santuarios lapidados por la lluvia.
Era forastero.
Papeles sudorosos en carpetas nuevas
Acopiaba en su alforja.
La alfombra, la oficina, el pájaro, el alpiste
Llevaba siempre en su mirada al abordar los barcos,
Roca despeinada bajo la canícula azul del medio día.
Era un sonámbulo que buscaba entre las ruinas
Un trocito de luna arrepentida.
O tal vez un cubito de espejo,
El mismo que una tarde al borde de un lago luminoso
Estremeció el camino hasta los peldaños que desciendes pensativos
A la mar.
Esa sombra que cae del espejo.
Esa sombra de agua inicua,
Crin o anegación del hueso en los aposentos del jardín.
La que hace del pan serruchos para cercenar los sueños.
La que se orina en las copas del convite.
La sombra, sí, la sombra hostil
De escondidas manos y rostro equívoco.
La que lapida pájaros, sus propios pájaros.
La que construye ataúdes con la madera de su barca.
Esa que llora cuando tu ríes.
Esa que viste de rojo erecto las agujas yodoformo.
La que ve en los ojos de la yegua la veste luminosa de los ángeles.
La que se asoma en el espejo de la aurora
Haciéndote creer que es noche y lluvia.
La que escribe lápidas en la giba puntual
Envés de veleros
Listos para zarpar hacia la estatua vislumbrada
Entre la bruma.
¿Quién eres tú
La sombra o el espejo?
Oh agua de doble faz, reflejo o realidad,
Alacena de donde se alimentan las aves.
La del sueño, la del llanto,
La espiga, la piedra.
El Cristo, el cuchillo, el ojo, la cuenca.
Sonámbulo o abismo
Con un vidrio entre sus labios amantes del infierno,
Lumbre que humedece el cielo huido de sus brazos
Con lágrimas de perro domados por la espiga.
¿Quién eres?
¿Por qué dices mi huella, si esa no es mi huella?
¿Por qué vistes así mis lágrimas, si así no son mis lágrimas?
¿Por qué hablas de mí en tu hueso duro de alacena, si ese no es mi hueso
Ni mi alacena?
Oh niebla que se eleva de la risa, llanto
Del miedo en la montaña.
De los pies que caminan sobre el agua.
De la multiplicación exacta de los peces y los panes.
De la espada aprendida de los siglos.
De la traición de los olivos.
Del ladrón taladrado rogando un paraíso.
De la copa amarga bebida hasta las heces.
De la cúpula levantada sobre la herida profunda
Y extranjera.
Oh sombra inicua
Has entrega de tu almohada que es mi almohada,
Del cuchillo que escribes en mis manos.
De la luna equivocada que pintaste en mi mejilla.
Mira, el puerto del invierno ha florecido.
Entrega tu pincel, usaremos la espiga
Para pintar el manchado rostro
Que colgaste de mis ojos.
Usaremos la nueva vestidura
Esconde el harapo triste con que apayasas mis luceros…
Es hora de partir.
+++
EL TRAJE DEL MENDIGO
Te vislumbro
Allá en la lejanía, antes del abismo, antes del llanto
Escondido en el espejo,
Donde los cabellos de la luna
Proyectaban su celaje de vitral,
Dignidad del hombre avanzando
Hacia la humana catedral.
¿Qué alambre amargo hostigó tu frente?
¿Quién degolló tus pájaros, dejándote solo un puñado
De plumas pudorosas para cubrir
El agua reñida con tu flor.
Ay, tu silencio, al pie de la fuente dadivosa
Es un niño
Que desde la velita encendida en el umbral
Vislumbra en las luces de la noche
La voz de un caracol.
Sí, un caracol, que esconde en su enigma silencioso
El abismo doloroso y peregrino
Donde los cascos del burro son futura frente
Que golpea la hilacha del tiempo atiborrado.
Te veo en los ojos profundos de los búhos
Recogiendo margaritas con tu pantalón planchado.
Ese que enjuga su lágrima con un hilito verde
Divisado entre las agujas de la lluvia.
Te adivino sumergido en la huella azul de la gitana
Empinado tras el muro,
Tratando de encontrar los veleros de tu frente
En el rasguñado lago donde el alma estupefacta
Teje y desteje los dados del escarnio,
Agua de letrina, inundada ermita,
Hierro ruin, jaula de mejilla moreteada.
.
Ay, tu traje digno,
Igual que tu invisible lágrima pordiosera.
El agua, el aire, el cielo, la decencia y el grito
Aprehendido en la letra con sangre entra, y en la navaja
Que es denario en el bosque azul de los olivos.
Ay hermética cisterna golpeada desde adentro
Por sonámbulos
Que quieren elevar castillos luminosos
Sobre una cimiente de lágrimas y cuencas.
Grito de la hormiga que mira en el sol
Su vestidura, temeroso del invierno.
Eterno Matusalén, harapo espanta pájaros.
Juez alienado por la angustia trémula
De los lobos.
Árbol de arrugada tez, firme en el portón, arco,
Yeso y mar mudo.
Tronco crucificado en el inhumano cristal
De la clepsidra.
Dónde la fe en la rosa y la montaña.
Hasta cuándo ese tren sobre el hilito
Huérfano de cometa.
Es la noche encrucijada.
Es un caballo, es un cielo mentido
En la niña de los ojos.
Es el cuchillo del hermano.
Es la madre delatada.
Es un hueso triste, fatigando la decencia
Del ángel moribundo
En las manos que traicionan a la aurora.
Es el llanto eterno y peregrino.
Es la humillación, es la escama.
Es el ángel, la sierpe, y la fragua
Donde se moldea la herradura de los burros
En el tablero siniestro donde se degüella
El quejido de las lágrimas.
Es el abismo, el báculo, el plástico, la brújula,
La alfombra, las lámparas y la cúpula,
Elevando sus agujas yodoformo
En la noche muda del grito y la bruma.
Oh ángel digno.
Catedral anegada de relinchos.
Tu camisa blanca ondulando en el silencio avergonzado de tus ojos.
Tu cruz de giba dolorosa en el pocillo silencioso de tus labios.
Y tus tacones de mejilla adolorida escondida en el biombo
Recto y digno.
Oh mendigo, día a día abordando tu barca traicionada
Espejo cotidiano o lágrima
En el fondo gris donde el viento tiñe de tumba
El blancor de las camisas.
Oh fila muchedumbre en el borde del hambre y el olvido.
Oh enjuiciado por las momias sonámbulas del tiempo.
Oh silente dignidad
Humillado en los portones pordioseros.
+++
LADRILLAZO
Quién lanza piedras desde el tibio tejado de la miel.
Quién asciende desde la humillación de la mejilla
A l cristal de la ventana
Para hacer añicos el susurro encendido del te quiero.
Quién bajo la ciega lluvia de la noche
En la oscuridad del alma,
Golpea los portones del silencio
En busca de una abejita atiborrada.
Quién ella, quién él
Quién la oscuridad
Quién el ladrillazo
Ah…Pájaro de lengua extraña
Por qué empañas mis espejos
En el fondo del pasillo
Donde una niña llora con un maúllo triste
En su mirada.
Por qué rompes el cristal que proyecta
La lluvia, hijastra de la sombra
Para deshojar las florecitas del sendero.
Huella, sombra, o reloj que duele
En las salas agudas de la angustia.
Profundidad llorosa de la catedral humana.
Cal de muro obtuso
Con un Cristo psiquiátrico clavado en los rizos dorados
De lo amado.
Cal inconfesable
Verdad de cuchillo escondido en los pliegues perfumados
De la niebla.
De las cuencas.
Del dolor que se disfraza de paloma
En las altas cúpulas del te amo.
Del sol de verano que riela los espejos
Del ocaso.
Del agua desteñida que se escurre de las manos
Increpando el temblor de un arco iris.
Oh necesidad del alma.
Oh piano mudo en los ventisqueros de la luna.
Baúl con años, hilachas, y relojes mudos.
Águila con un trozo de canción inexorable
Sumergida en un agua sin retorno.
Ay el ladrillazo en la rasgada cortina del te amo.
Exclusa de un río subterráneo que mira desde lejos
Los pájaros del alma.
Tal vez una rosa en el sendero escondido
Y sin respiración tras una puerta secreta en la mirada.
Quizás un caballo herido huyendo hacia los lagos
Del desierto,
Allá, donde las estatuas y las sombras
Develan su rostro verdadero en la luna del espejo.
+++
ESOS OJOS
Esos ojos de rodilla triste, velados por la rejilla azul
Del confesionario.
Perdón por el aire, perdón por el agua,
Perdón por mi culpa, perdón por mi vida.
Oh sombrero de desnuda iraca disimulando
La huella cabizbaja,
Aquella cuyo horizonte es un pan humedecido,
Portón de la indigencia
Donde la cartilla del tiempo enseña
Filos vergonzosos en las saqueadas catedrales
De lo humano.
Un pez color piedra
Golpea el embriagado muro en su pecera,
¡Tal vez es la noche!, repite el rondó de su oración.
Quizás es un costal de dado o manilla ensombrecida
Donde los apilonados loros del camino repiten la lección.
¡Hay que romper la cascara del huevo,
Ahí duerme el temporal!
Para qué tú barca, si el río es río
Y no un lecho seco hacia la mar.
Para qué tú alcázar, si las montañas del cielo
No son de plástico…
Sigue tu camino forastero,
El cántaro está escondido en la capilla encendida, ungida
Y protegida por el mármol seco y sudoroso
De los elefantes blancos.
Perdón por el aire y por mi huella.
Perdón por el roto latente en mi alpargata
y por las plumas pisoteadas en mi alcoba.
Señor, ella no es ermita,
Ella es el grito gris de una cisterna.
Ella es lápida lo confieso y me arrepiento.
Alguien huye de la boda por la mancha amarilla
Sobre su antiguo esmoquin.
Alguien ora una uñita en la patita herida de los pájaros.
En la ceremonia del vino
Las manos de una sombra palmotean
La grupa lenta del dromedario ciego.
Un agua temblorosa baja de las rocas vociferando en las esquinas
El esqueleto del albor,
Y su llanto de venitas rojas se escucha en los mentideros
De un espejo profundo y sin razón.
Acá los ciegos de la escama.
Allá los otros ciegos, los que juegan con las sierpes
En el destello delirante de las lámparas,
Y acá el coro, al unísono…
Es la canción del trigo, la hierba y el cuchillo mudo
En el atril del agua muchedumbre
Rodando al abismo con sus ojos extraviados.
+++
POETA
Oh pájaro o nube o crisol diurno
Donde el agua sudorosa de ojos peregrinos
Se troca en dorado cáliz o en profunda lágrima.
Desnudez o roca
En donde las trasquiladas ovejitas extienden sus hilachas
En los portones del soslayo.
Poeta, vasija de arcilla enamorada
De la piedra, del puente, de la voz del caracol, las estatuas
Del jardín y de las lápidas
Que cuelgan de los ojos,
Vacío que otea el sol de una lágrima
En el embriagante fondo del enigma.
Poeta, habitante del rocío y de la nube,
Boga en el espejo de mares luminosos,
Constructor de barcas, muelles, oasis y pinceles
Bajo el celaje silencioso de las flores.
Oh poeta en la fiesta de la vida.
Sandalia de desierto o copa rebosante
De un vino prometido.
Mira allá tu catedral, agua aleonada
O bruma palpitante
Con espadas amarillas ensañadas en las lágrimas.
Sí, ve, allá, tu catedral.
Oh profeta del viento, ventisquero de la lluvia,
Donde hasta los niños amados por la aurora
Son enceguecidos por el paño más oscuro y doloroso
De los siglos.
Ve a la ceremonia de la vida,
Alza tu copa aun con lágrimas en el azul del horizonte.
Desafía la arena de los ojos, el vidrio reseco en tus labios,
Y el tronco vacío y jadeante, elevado entre las lianas salvajes
Del miedo y el insomnio.
Boga, cifra las cansadas piedras que resbalan
Desde la altura, al surco sediento de la especie.
Sumérgete en la hojarasca que platica con la luna,
Los lagos y los templos
Para buscar en ella el rostro del humus y la albura.
Pinta el río, pinta el mar, y el subterráneo
Donde la desnudez de los espantos
Se hace beso o lápida o agua profunda
Que hace llorar el alma.
Es hora de soñar.
Sí, es hora de soñar…
Allá, un niño en brazos, con la sonrisa del perdón
Por existir en sus ojitos.
Allá, un anciano vestido de sol,
Después que los jueces arrancados del oscuro pasillo de los siglos
Lavaron la marca ancestral en su mejilla.
Ay…Y allá lo otro…
El caballo desbocado en la sala del cristal,
Esa mancha amarilla, abismo de un cuadro arrancado
De los ojos y los labios.
Esa mancha, sí, esa mancha, impúdica desnudez
Que clama por la veste inmerecida de los ángeles…
Tal vez el orgullo de los lobos silenciosos de la bruma
Que ríen desde lejos nuestro llanto.
Poeta, ve, excava el filo de la piedra, ahí encontrarás
La proa de tu barca.
No te rompas los ojos con los culos de botella
En las volutas doradas de rizos y ojos bellos,
Haz espejos con sus vidrios y otea en ellos
El pájaro azul de tu poema.
Eleva tu altar en la soledad perfumada por las flores,
Aquellas que ondulan un destello amado y ungido por la ausencia,
Sin lanzarle piedras a la luna.
En la soledad de la ermita, altura de la nieve
Ora con ella al latido de una lámpara encendida,
Enjugando el llanto que como un ángel caído
Se asoma en su mirada.
+++
LA CASA AZUL
Casa azul, gemido de la rosa,
Mástil del clavel,
Feria del reloj, el desierto, y las cavernas
Desde donde se espía la faz de las estrellas,
Así como los barcos que navegan en el azul
De los espejos.
Viento, puerto secreto, dado o casco
En donde se esconde el rostro de la efigie.
Casa azul, sonrisa del jardín y las estatuas
En las altas montañas de la nieve,
Constructoras de cinceles, brújulas
Y ballestas,
Brillo mudo donde la inocencia de los pájaros
Acicala su mirada.
Casa azul, aglomeración de rostros orando al horizonte
Con su barca colmada de laureles,
Verde encendido por el sudor y las lágrimas votivas,
Templo en donde se construyen las balanzas,
Las cúpulas de azúcar y las fraguas,
Forja del destello puro de los lagos
Martillo en los cascos retorcidos del camello.
Casa azul, ventana al horizonte,
Nocturno gozne de puntillas en la madera perfumada
Del bosque,
Ángeles desnudos, tahúres de
La veste, paño fino de mortaja engalanada
Para asistir a la ceremonia púrpura de la vida.
Casa azul, perfume de la rosa amante del mar
Y sus marinos,
Alma en vilo en la altura crispada de los mástiles
De albura,
Pita del gato tatuada en los panes ungidos
Del viñedo en la mesa del crepúsculo.
Azadonazo doce en los jardines del ocaso,
Invierno que se cierne sobre el desierto inmenso
Extraviado en el centro del grito muchedumbre.
Casa azul, montaña
Casa azul, escarpada hostia
Casa azul, en la alambrada
Casa azul, cimiente humana, feto de la luz
Casa azul, llanto y muro
Casa azul, puente o noche o bruma hacia la altura
Casa azul, vislumbrado azul
Casa azul, vislumbrado día
Casa azul, pulsera dislocada.
Casa azul, reloj de frente obtusa.
Casa azul, puerto tras el hueso de las lágrimas,
Ramo de laurel en el pico en sangrado de la efigie.
Estela luminosa en los remos de la lumbre.
Altura azul de la montaña
Construida con las sandalias que colmaron su sed
Huérfana de rostro,
En el fondo de la copa luminosa y solidaria.
+++
PORTÓN EQUIVOCADO
No en la superficie donde el sol de la naranja
Es forastera palpitante, clamando el latido
De otra mano.
No en el alcázar construido en el hálito de las aves
Migratorias, donde se encuentra el espejo gemelo
De otro espejo.
Es en el fondo de la mar. Desde donde se divisa
El rostro verdadero del velero,
Mofándose de los muertos que lucen sus mortajas
Con la anuencia de otros ojos.
Mira, allá, la levedad del viento en la rosa oscurecida
De la brújula,
No alcanza a henchir la vela que se enciende sólo
En el altar más recóndito del alma.
El sol desnudo, trasplantado por la luz opaca
De los bosques
Y por un falso ángel, trasplantado también,
Esperan por tus lágrimas en el doloroso tizón
De fragua en el crujir de dientes.
Oh pájaro de luz
Constructor de jardines y desiertos en el fondo
De la mar.
Oh templo de la brisa, ermitaño pensativo
Bajo la umbría latente de la estatua,
Encendedor de velitas en el templo, su templo,
Para mirar en el azul silencioso de su copa,
Su rostro, su propio rostro,
Sin la mentira de las plazas y los buques fantasmas
Que pululan como arpías alrededor de los sonámbulos.
Es noche y el cielo llueve rocíos púrpuras.
Alguien con plásticos y ganzúas
Trata de abrir los ojos de una estrella.
Y allá, tras los rosales de la luna
Un borracho de clavel humedecido
Es execrado por la rosa mentirosa
De los tutes.
No ama su huella, no ama su mirada, no ama su barca,
Cómo puede amar el río.
Quitadme el lazo que hiere mi camino,
Por qué ese cadáver que no es el mío
Pendiendo de esa soga, que no es mi soga.
Por qué hieres mis labios con piedras ajenas al
Jardín, mi jardín…
Por qué esa sombra, que no es mi sombra
Escala los crujidos nocturnos y angustiados
En mi casa, mi propia casa.
Oh sonámbulo, ave de bruma
Que hiere con sus dardos la luna que se extiende
En lo profundo del espejo.
Busca el maná en tu alacena, fondo de la mar,
Ceremonia negada a las caretas del disfraz
Y a la lluvia que proviene de la niebla forastera
Para azotar los cristales del ensueño.
En el centro púrpura de la arena silenciosa
Encontraras la flor
Y tus lagos y sus lagos cantarán en la cumbre
De la nieve,
En el sopor del portón cerrado bruscamente
Y en la tristeza que excava huesos
En la inmanencia extraña de los dados.
No en la risa ajena, extraída de otro rostro.
No en la barca, usufructo del alma y la palmada.
No en el invisible lazo que amarra el trémulo del pájaro.
Allá el acantilado, en el centro de tus ojos,
Con sus ataúdes muertas y sus resecas liras,
Esperando al desnudo forastero
Con una crispada foto aferrada a la mortaja.
No…Es indispensable el cincel amolado
Bogando en un agua profunda y sin retorno.
El peldaño hacia la inmensidad
Donde viven los ángeles del arpa,
Cantando la fisura de la piedra
Y el gusano, huyendo al altar del vino, la rosa
Y el clavel
Ceremonia de la vida.
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IRREALIDAD
Tras el nocturno cristal del sueño
La bruma increpa la ausencia que llueve
Desde un mar antiguo y muy lejano.
Quién desde el arpa sonora de cabello y lumbre
Lanzó esa piedra, tal vez innominada, pero sí
Con la rúbrica de la angustia sobre el agua calma del ocaso.
Sí, allá la luz ceremonial del vino ungido
Por los pájaros más tiernos y lúcidos del edén,
Lo sé. También avizoro dos luceros abrazados en el alba,
Boca con boca, latido con latido
Huyendo del ruido borrascoso de los bosques.
Pero…
Alguien hace crujir el sueño en los peldaños silenciosos
Del insomnio, hace tiempo hollada soledad.
De qué lugar proviene, tal vez de la nocturna lámpara
Exigua en los veleros que bogan hojarascas,
O del borracho de la lira que entona soledades
En el portón violentado de la ermita.
Mírate al espejo, le susurran a la sombra
Que camina por el andén lluvioso,
Quizás como un ruido,
Que arranca cal de las nocturnas campanadas
Recordatorio de la profunda catedral.
Una sombra, tal vez un lobo de andar lento
Bajo la arboleda de los tutes, que se repiten
Bajo la luz engañosa de la luna,
O…Una hoja de rocío arrancada por el viento,
Donde se dice habitan los ángeles expatriados
Del edén.
Quién violentó la ventana del espejo.
La soledad es de los bosques y también de los trigales.
Las piedras lastiman al ángel de la noche
Y también a los tahúres de la aurora.
La piedra pesa en la giba de los lobos
Y en la giba de la lumbre.
Piedra es piedra,
Lobo es lobo,
Y los ángeles desnudos también palpan
El frío tempestuoso de la ausencia.
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LA ROSA EL CLAVEL Y LA HOSTIA
No es la miel filosa de la luna,
En el sonámbulo marino amante de la mar.
Tampoco el tute lacrimoso donde los náufragos
Tuercen el pescuezo de los pájaros bostezantes
De las plazas.
Es un latido mucho más allá del crepúsculo.
Es el soplo divino de un jardín,
Con rosas de lágrima enjugada en la mejilla de un latido.
Es un mar que palpita en la tibieza de dos manos
Que se aman.
Es tal vez la manita de dos ángeles
Acallando el susurro travieso de sus labios.
Es un ventarrón dormido en el torreón del mástil
Donde los pájaros de nieve construyen sus nidos.
Es una estancia rizos de oro,
Eco del ocaso dormido en la mar profunda,
Cobijada por la luna.
Es un tren de azúcar enemigo azul de la veleta,
Destello oreado del cáliz, pies de brisa
Sandalia de perfume,
Con alas prestas hacia el banquete de la luz
Y también a la mejilla enronquecida por la lluvia
En la noche de los huérfanos.
Duerme el mar. El sueño de la estrella
Acaricia los veleros
Y una canción amamanta los dorados cascos
Del camello.
Es la hora puntual de esa nube que es bálsamo
En la huella peregrina.
Fiesta del viñedo, lira amada por la aurora
Sin temor a la sombra que camina escurriéndose
Entre los extramuros traicioneros del sueño.
Sabe esa sombra son los pies del pan y el pez,
Milagro de la lumbre sobre el agua de la herida.
Es los brazos extendidos, los labios entreabiertos,
En la seguridad de la estancia,
Donde el portón del perro apaleado es asfixiado
Por un boga que en la lejanía vierte su lágrima
Sobre el cáliz de una rosa.
Es una flor cantora de distancias bajo la umbría
Perfumada por lo amado.
Es una barca que no escucha la lava tempestuosa
Del crepúsculo cuando llega la noche de la ausencia.
Sí, es una brisa paso lento añorando la mano
Que enjuga las mejillas.
Y también la arboleda donde la aurora, el otoño y el invierno
Son una faz, sol amado de moneda y lumbre
Mirando su rostro en el agua placentera
Que usufructa la crispada curva del camino
Hacia la mar.
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CALLE LUNA
Es una rosa descubierta en el puntual bostezo
Del vidrio cotidiano.
Es el latido de una luna antigua y muy lejana
Sacudiendo las hebras del ensueño.
Es un rostro que nos mira desde el profundo rosado
Del espejo,
Orfebre de las basuritas que ruedan
Al lago blanquísimo de los ojos.
Es un afanado peregrino rielando el costillar
Del ángel en las puertas angustiadas de las prenderías.
Es el latido añorando otro latido
Borrando con pinceles de pluma perfumada
La mancha del erizo pendiendo del cristal enamorado.
Es el silencio con rostro, con labios y con brazos costaneros,
Escuchando el relincho del reloj, luz redondeada de la piel.
Es el pliegue de ondulación y llama en el afán de la avenida.
Desoyendo el rojo humedecido del semáforo.
Es un edén, el mismo edén, el mismo peregrino, y la misma huella
Excavando la hojarasca eterna e inmóvil entre las piedras silenciosas de la
esfera.
Son las cúpulas silenciosas y nocturnas de blanquísima veste
Buscando un rostro, su propio rostro
Entre las múltiples máscaras de lo infinito.
Es la lágrima, la misma lágrima,
Multitud de arena que el río cifra en las páginas
De un viento sin memoria.
Es el anciano del desierto
Dejando su huella entre las puntuales rosas de la aurora.
Es un ventarrón antiguo tallando las lápidas de invierno
Con los oreados cinceles de la albura.
Es la calle de la luna, realidad de marcado dado
Redondo de girar y girar
En el más tierno espejo del ensueño.
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LA PETRIFICADA ALA DEL ENSUEÑO
Entre los infinitos hilos del sueño y de los besos
Un tejedor, tal vez más anciano que el viento
Y el mar,
Va hilando la hilacha que es figura
En el envés de los tejidos.
También en un secreto soplo, antiguo como la piedra
Y la montaña,
Un dios alucinado arranca de un solo tajo
El poema universal más tierno y bello del universo
Escrito en la mirada púrpura de los enamorados.
Quién en el duro mascarón de los veleros inoculó
Esa ingrata levedad de donde se construyen las veletas.
Por qué el fiero viento hizo trisas el cristal
Encendido del poema.
Oh mar colmada, cisterna de cúpulas, mármoles y lápidas
Donde el cincel del tiempo muerto talló la historia
Del jardín y el llanto
Inmóvil lengua que se extiende hasta
Las postreros crepúsculos colmados de
Risas y llantos huérfanos,
Que resbalan como inútiles hojas arrancadas de un libro
Al fondo infinito del jardín. El mismo jardín donde brotaron.
Infinito farol que alumbras las primeras callecitas
De la naciente luna, donde se besan Adán y Eva
Sin oír el tumulto del tren vociferando
Con los pies desnudos y el cabello roto,
El pan duro que cae del balcón hacia las plazas.
La plaza, la misma plaza, la eterna plaza,
La que rueda silenciosa desde el inicio de las aguas.
Una luna y otra luna que es la misma luna.
Un jardín y otro jardín y otro jardín que es el mismo jardín.
Una lágrima y otra lágrima y un mar de lágrimas
Que es la misma lágrima.
Y allá, en el surco de la aurora, la barca
La misma barca,
Colmada de flores, las mismas flores,
Y en el estuario que es el mismo estuario, la bruma, la infinita bruma,
En donde en la desnuda faz de un inmenso espejo
Una multitud de rostros empinados en su sueño
Espían un vidrio mudo sin encontrar su rostro,
El rostro vanamente soñado, vanamente palpado en la textura de la nube.
El rostro, ese rostro, el único rostro divisado en el profundo espejo
Disuelto como un agua colorada en el azul del infinito.
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DESTELLO ETERNO
La inmortalidad de la lumbre
En el sacro canto de los labios entreabiertos.
Altar donde el invierno, el desarraigo y la herida
Visten galas infinitas. Trémolo sin tiempo
Que se expande en el espacio, única articulación
De las huellas y los rostros,
Sobre el humos de las hojas silenciosas.
Quién en el celaje de la flor, inclinada
Sobre el enigma azul del agua eterna.
Quién en la lágrima del camello, fría y lenta
Sobre la veste ligera en la noche
Gris del peregrino.
Cuéntame oh brisa perfumada de montaña,
Abierto susurro de hora silenciosa,
Si en la voluta verde del rocío que se eleva al cielo,
Se escucha la salmodia de las almas
Ya ajenas al mundanal ruido,
Pronunciando con su aliento
El eco de su voz en otra voz,
El fuego de sus labios en otros labios.
Y el llanto del olvido en otro olvido.
Oh ala, ala luminosa, catedral del marino
Amante de la mar,
Llama de lengua, antigua y extendida en el espacio
Ora la espiga tibia enjugando la mejilla amada.
Ora el abrazo tierno en las espigas de la noche
Azotadas por el viento.
Ora el destello del agua alumbrando la penumbra
Entre las columnas de su templo.
Ora el viento fiero sobre las sordas orejas dromedarias,
Jugando a los tutes los rostros, el cielo y el sendero
En el vetusto casino de verdes desteñidos.
Ora el canto blanco de las lápidas,
Sin números y epitafios marcados por el sueño,
Alabando la desnudez de los ángeles en el profundo
Templo de lo eterno.
Ora el canto de los troncos en el invierno gris
Del vendaval,
Bajando del mausoleo en cruz,
Al canto del agua y las flores en el campo.
Ora el martillo, valiente de equilibrio
En lo más alto del implacable crucigrama
Tatuado en el secreto de recóndito infinito.
Se escucha un rumor numeroso de huellas y estigmas
Levitando sobre el aura de la noche disecada
En la luz de la mañana.
El compás sonámbulo del mundo esconde su rostro
Entre el pañuelo amarillo de la viejecita inexorable.
El oro del maíz y el dulce azul del cañaveral
Lo mismo que la llaga, la daga y el ojo avieso,
Rompe con su canto el cincel que esculpe trincheras
Y limites en las hojas soñolientas del camello obtuso.
Oh camino exacto, inmenso y largo, disimulado en la imposibilidad
Del sueño.
Viento de desiertos, de templos y jardines,
Ciego al rostro y al talón sobre la numerosa arena
De los sonámbulos.
En qué extramuros el origen de mi voz.
En que lago el reflejo de mi rostro.
En que cal la cifra de mi herida.
Qué mano impulsó la ruleta, la noche, y el sendero.
Quién tejió la bruma en el envés de mi frazada.
Quién el astillero, quién la barca, quién el remero,
Quién el mar, mi mar, la mar.
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CATEDRAL DERRUIDA
Trae el peregrino una catedral dubitativa
En su pequeña alforja de puntual eternidad.
Tal vez la devaluación avizorada del jardín
En las bancas póstumas del tranvía.
Quizás la palidez del oro escrito
En las páginas silentes de la arena,
Es balada que canta el viento,
Cal raspada de los templos y los aeropuertos,
Espolvoreada en una pequeñita agua de infinito.
El destello de la fuente en la plaza de las lámparas
Es sorda a los dados rabiosos
De esos seres que arrepentidos golpean con su puño
El verde lloroso del casino.
El grito de sombrero oscuro en el umbral nocturno
No llega a las manos del grabador de lápidas.
Lo sé, lo siento,
Es más bien el eco florecido de un sendero
Que aborrece los sonámbulos que sin fe,
Extienden su brazo para rogar un poco más de sueño
Frente al vergonzoso y descascarado espejo del invierno.
No a las navajas que degüellan flores
Ni al marinero aburrido de la mar,
Sumergiendo su velero para no mirar
El rostro oscuro del vendaval.
Es más bien un peregrino que mira su exigua huella
Como un desierto de extendida lengua
Recibiendo un martillazo en vez
Del oreado plácido de la pequeña luna.
Y…
No es el vozarrón inapelable del capitán del barco
En el fragor avieso.
Es un trocito de vitral rebelde orando blancura
Entre la uña leve del insomnio.
Es un jardinero que contempla la increíble historia
Del rosal,
Mientras escucha la canción del humus
Donde la flor, el fruto, las hojas y los tallos,
Forman un perfil inmenso de silente ausencia…
Increíble como el viento que acumula vidas, sueños y recuerdos
En la resumida cartulina de las fotos amarillas.
Alguien escribe enigmas cantarines
En las hojas que organiza sobre
El silencioso mármol del estuario.
Alguien pinta un jardín, otro jardín
Sobre un agua sorda a la campanada antigua
Que tatúa sacrilegios en la frente digna,
Preferencia de la sombra muda, y no
A la hilacha que prodiga a veces el azaroso denuedo
Del obtuso invierno.
Qué vas a hacer con la veste azul de la misión.
Y la basurita de hilo humedecido en el fragor de la batalla.
Y el cincel lanzado por la borda, raya oscura en la pizarra
Represada de la aurora.
Una brizna y otra brizna y otra brizna
Caída de la frente que mira su rostro
En la postrer orilla de la mar atiborrada
Tal vez sea mole de la bruma en el túnel puntual
Del sendero hacia la luz.
Un atardecer de flores cabizbajas mece pensativa
Su rostro impávido,
Sobre la inexorabilidad del sueño,
En la otra faz de la moneda.
Te repito, es sólo una ventanita hacia el jardín silente,
Planeta donde platican la abeja, la flor y el mudo viento.
El niño triste juega aún con sus barquitos de dril impermeable
Sobre la cera azul del malecón.
No es aún la noche de la lluvia,
La del caballo herido,
Umbral desfallecido del espejo color tiza
Donde se sacrifican los pájaros heridos.
No es la ancianita enferma matando sus animalitos
En el cabello enrarecido del bostezo,
No es un lloroso peregrino preguntando por su amada
En las herméticas rejas del templo sumergido.
Es la inclinación de un destello sobre el remanso
Noche adentro, donde el guerrero casi muerto
Reclama silencio para su profunda herida.
Es la decencia apuñalada.
Es la dignidad amenazada.
No es la rata que abandona el barco.
Es el marinero que sacudiendo las lágrimas rayadas
De su pantalón,
Salta de la herida, huyendo de la hilacha
Con que el invierno viste al forastero.
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VOLUBILIDAD
Imposible como el mar que llama el sueño
Desde el cuenco luminoso de la mano pordiosera.
Imposible cual la rama que clama el tronco
Desde el humus, donde yacen hace tiempo
Sus frutos, hojas y raíces,
Luz y umbral, eco del ensueño, luna que
Platea la tez sedienta de los pájaros.
Y abre su libro el viento y la exigüidad encendida
De la moneda azul,
Distingue una flor de labios apretados
En el fondo hambriento del poema.
Es arena, solo arena, exclama el ave de los bosques
Junto al monje gris del cáliz,
Donde temblorosas se ven las nubes
Huyendo del náufrago amante de la mar.
Oh montaña, oh encendida estatua,
Luminosidad de cúpula que lista lejanías y remansos,
Con espinas y rocíos tatuados en su mascarón nocturno,
Dónde la enseñanza de la empedernida piedra,
En qué lugar del alma, la tuna, la rosa
Y la sal del mar, espolvoreado silencioso
Sobre la sonámbula copa de la musa.
Sí, es la misma piedra increpa el grito de los pájaros
Empinando soledad, para alcanzar un trocito de cielo
Desvaído, limosna que tortura y mancha la veste
Honrada y digna del ángel asomado a la ventana
De su herida.
Duerme el agua pensativa sus preguntas.
Dónde la arcilla cristalina,
Aquella que niega la llama henchida del velero antiguo.
Esa, sí, esa que ama y necesita el crepúsculo
Que trémulo sacude la cimiente del alma
En el mástil del susurro.
Esa que afea los días y las noches del alcázar,
Despreciando la umbría del jardín
Para espiar desde las dunas del desierto
Las altísimas lámparas de un ojo de buey,
Lejanía que atormenta el fondo azul
De un espejo insomne y vano.
Dónde la lumbre que acrisola el bosque
Ceremonia dolorosa del vino
En la altura atormentada de los labios.
Dónde, en qué lugar el cansancio del cincel,
Sobre el cuello anhelado del violín.
¿Tal vez el amarillo hostil de la lápida,
Abra su cartilla sonora sobre el prado del silencio?
¿Quizá, la ceniza de los besos canten en un tono distinto
La soledad aferrada al oro triste de las flautas?
Rueda el agua al fondo de la ausencia,
Los portones del casino aún cantan la rueda libre
En la mesa forastera.
Y un vino amargo, muy amargo rueda por el rubor
Encendido del poema.
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FLOR DE PIEDRA
Borra esos veleros de cerilla y ron de tu antiguo lago.
El alcázar de tus sueños ha sido devastado por la rosa.
Sí, óyelo bien, por la rosa, la misma rosa
Con que el agua más profunda, tierna y dolorosa
Agasaja desde la eternidad los altares cuya cimiente son las lágrimas.
Las lágrimas, sí, las lágrimas que brotan
De la flor que se soñó piedra
Enemiga de la máscara donde esconde su faz
La amarilla moneda de la especie y el
Arcángel díscolo, lengua sonora o disco de
Roja infinitud, ventana abierta a
Las estrellas que copulan con las yeguas.
Oh clavel espolvoreado sobre el abismo infinito
Del lucero.
Oh mar profundo donde la flor dormida en una roca,
Ora un grito de auxilio excavado brutalmente
De la última página de su libro, hacía tiempo cerrado
Por la ausencia,
Oh grito silencioso, nocturno y peregrino,
Playa forastera.
Dónde la sílaba del trigo,
Raso cielo que es refugio de los náufragos
En la alta mar de la soledad.
Dónde el cielo luminoso del metal que silencia
El bramido de la lluvia rencorosa,
Esa que sacude el ánfora dorada para arrancar los hilitos
Del recuerdo
Pintarrajeándolos de payaso o sueño
O candil muerto en el ojo de un mar inexorable.
Es el silencio insomne y pensativo de la noche con marcadas letras
en su frente, contándome la antigua leyenda
Del barquero que extraviando su jardín, se aunó a su perro
Para aullar espiguitas a la luna.
Es un agua eterna que trae en su talón un lazo
Para derrumbar abruptamente los vitrales
De la ermita.
Es… Algo extraño, como un hombre que se viste de estrella
Para perseguir su sombra.
Quizás un camello que aun ciego sabe esconder rostros
Manos, ojos y latidos, en las cartas más antiguas del casino,
Cuidando esmeradamente que bajo la lámpara del jardín amado
No concuerden el oro de la espiga, el rocío y el clavel.
Que cante el viento la soledad de piedra,
Hace frío, y el trigo de mi escudo hace agua
En el profundo río de la ausencia.
Que la sombra cante el vacío cavado en su mirada.
El rostro de la otra sombra cantará sobre un puntico de Inexacta
Eternidad.
Flor exigua cuyo pecado es ser clavel.
Rostro que retrata el rojo de la especie en el espejo.
Impronta sonámbula que vuela en el ala lloviznada
De los pájaros.
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CLARO OSCURO
Traía una luz antigua y profunda como el mar.
Era su mirada, tal vez como esa lumbre que a veces asfixian
la raíz y los bejucos del rastrojo.
Él llevaba un bosque invernal entre sus manos.
Espera, espera, oró ella,
Pintaré de azul ese erizo de rincón humedecido
Incrustado en el alma rota de tu violín.
Luego fue el mar que auscultando la levedad cóncava
Del viento
Fue listando con espigas ungidas en el templo
Una alambrada de sonido extraño y forastero.
Es la noche, adujo él,
Enjugando el rocío que moreteaba la ausencia
En su mejilla, puntito de bruma
Que rueda y rueda y rueda
Como una hojita o como un desierto eterno
Marcado con un número en la frente peregrina.
¿Dónde tu huella?
En el fondo de una catedral vencida por la lluvia.
¿Dónde tus labios?
En el silencio angustiados de los puertos,
Cansados de beber un agua roja,
Redondez solar, donde los lobos hacen sus orgías.
¿Y tu sendero?
No busques mi rostro en el clarín del gallo,
Grito de la especie, llanto cocodrilo
Donde los seres envidian la fiebre sin memoria de los perros.
Busca el ojo diurno de los peces
En el festín luminoso de la vida.
En la inmensidad del cielo donde la altura de los pájaros
Es sorda al gemido del gato en los extramuros de la luna.
Y también en la veste desnuda que entrega el limosnero
Como ofrenda de su antorcha a los altares imposibles del crepúsculo.
Y…
¿No es muy fría la luz en el arenal silencioso de la ausencia?
¿No llora esperma la vela erguida en la profunda catedral
Cuando los monos emiten su puntual y eterno ronquido?
Sí… lo he anotado en los mármoles blanquísimos del jardín,
Donde los barcos cabecean cargados de heridas y recuerdos.
Allá, en el acero del mascarón, que un día muy lejano
Perdió su rostro verdadero en el casino.
Luego, silenciosa cual la susurrante voz del caracol,
Impávida y segura
Fue hilando entre sus ojos un remo nuevo,
Y una brújula, y una barca, y una estrella que oreaba
El vitral lluvioso en la ermita del invierno,
Verificación tenaz de un camino pedregoso y corto,
Alto relieve de un poema grabado entre las dos cifras
De una lápida.
Vamos, es hora de partir, exclamó ella,
El bosque nos congela el alma,
Y las lámparas del mar son campanas festivas
Anunciando la fiesta de la vida.
Y allá, en la ventanilla del trigo se le ilumina el rostro
A un forastero aún humedecido, reflejado en un agua luminosa.
Es el último tren lo sé…
Peregrinos pájaros del alma picotean un sol póstumo
En el lago de mis ojos.
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EL CAMINO DE LOS SUEÑOS
Soñaba sobre el agua profunda del espejo.
Su desnudez era brisa que curvaba hacia el abismo
Un cañaveral antiguo.
Historia del sol, recóndito destello,
Copa de vino añejo en la fiesta encendida
De la aurora.
¿Dónde el ovillo, dónde la otra punta del ovillo?
Dónde la profunda noche, colmada de raíces, estrellas,
Ajetreos y gemidos.
Oh milenaria anciana, oh mar profundo de oros nuevos.
De qué noche, de qué llanto, de qué arcilla, de qué estrella.
Dónde el morado del desierto en la mejilla,
Dónde la raíz colmada de sendero y lluvia.
Dónde el cielo diluido en el brillo extraviado
De tus ojos.
Dónde tus lagos milenarios que como una lengua
De espuma
Humedece el crujido de mi trigo pensativo
En tus orillas, oh perfumado rio, tiempo acumulado
En tu piel de sonoro espejo.
Cuántos desiertos acopias en tu frente de cascada
Numerosa,
Nocturna piedra de rubor y éxtasis vestida de luna
Exhalando soledad, eterna soledad,
Incrustada en los frutos de un edén que palpita
Entre los labios del gemido.
Cuántas lluvias de reja hermética sacude el viento
En tu cabello cuando amas.
Y cuántos inviernos enjugan la mano que ausculta
La savia de tus pliegues abiertos a la aurora.
Savia, sí, savia de árbol genealógico,
Cuando esa sombra antigua de encendidos senos
Se asoma en el rubor de tus mejillas,
Promesa de un mar antiguo, palpito de altar,
Cáliz o deseo, derramado
En la herida que sueña nuevos sueños.
¿Y la cartulina donde escribiste la aprendida lección
De soledad y ausencia,
Cuántos árboles de invierno doloroso necesitó
Para asfixiar en tu frente el oro de la luna,
Y para naufragar tu barca cargada de estrellas, baratijas,
Lámparas votivas Y dados ciegos, redondos de girar y girar en la
Esfera desnuda de las lágrimas?
Cuántos amarillos hace que descubriste en tu piel,
De lámpara e incienso
La inmanencia inexorable del silencio, rotundo triste
Que escriben los pájaros del alma
En las crispadas manos, aferradas al filo ingrato
De un vino vacío y vano.
Oh, catedral humana, rizos de nube y lumbre
Cuéntame tus cúpulas, tus cópulas,
Y tus yeguas desbocadas en los jardines de la luna.
Cuéntame tu altar, anegado por la sombra en los puertos
Donde un viento fiero hundió los barcos, las bancas, las brújulas
Y el Cristo en la execrada capilla del insomne náufrago.
Cuéntame tu mar, tu primer mar,
Ese que escribió tu nombre en la corteza ceñuda
Del árbol milenario.
Humus angustiado enjugando sus lágrimas
En el fondo de un espejo que rebelde a las manillas
Y a la puntualidad del bronce, boga sumergido
En un agua eterna que renace en la luz tibia
De cada aurora. De cada sueño, de cada nube
Que arrastrando su cabello en un limo besado
Por los ángeles, se troca en infinita noche
De tempestuoso llanto.
Ah y ese puente que se adivina en tu voz
De perfumada seda.
Y esa ave, eterno vuelo de campana y llama
Cruzando siglos en la sed de tu nocturna piel,
Susurro tembloroso del te amo profundo y ciego
De tus labios,
Y de tus manos, que como una loba hambrienta
Excava en la superficie de tu alma,
Buscando pulsar la encendida cuerda de tu ser.
Vez ese portón de sueño y lápida, allá en la lejanía
Donde tu rostro se desdibuja entre una procesión de rostros,
Tal vez ahí eres sangre de argamasa, sangre muda
Que atestigua tu llanto, tu sueño, destejido una noche
Bajo las irónicas lámparas de la alameda.
Vez ese mascarón de arrugada piel y prematuro bastón,
En la profundidad del mar,
Ahí quizás, yace hace siglos un jardín que el desamor
Arranco de tu mirada.
Vez ese tren que se pierde en la infinita curva de la mar,
Ahí, cada madero, cada tornillo, cada piedra,
Fue tu madero, tu tornillo y tu piedra,
Acumulada en la infinitud que hoy es tu piel,
Tu alma y tu ser enamorado.
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EN EL PORTÓN DE LA MONTAÑA
El ave sacudió sus alas
Y una luz de catedral picoteó un agua
Antigua y perfumada.
Es la montaña, sí, es la montaña
U oasis donde los ángeles del desierto encienden
Las lámparas votivas de la ausencia.
El rojo del crepúsculo es el latido de una mano
En otra mano.
La loba sueña espigas en unos ojos
Colmados de miel.
Y el viento fiero toma sus arreos y parte
Con su cuchillo de silencio ya trocado en llama,
A encender el cirio en el ceremonial del vino.
Oh hermoso rostro o montaña o mar profundo
O árbol de raíz extensa sumergida en un limo
De alma enamorada,
De qué lejanísima estación provienes,
Cuéntame tu numerosa faz,
Acento luminoso en la canción eterna,
Cascada de luz y alas,
Ondulación del lago que humedece en tus ojos,
El gemido tierno de tu alma.
Sí, sé del poeta que inscribió tu rostro, tus lámparas
Y tus espejos
En los altos escenarios de la vida.
Sé de tu luna y tus ventanas de cristal abierto
Enemiga de la asfixia gris de las peceras.
Sé de tus espigas, sé de tu maestro y tu mano niña
Aferrada a su tibieza.
Una niña muy lejana otea entre la lluvia
Un caballo oscuro.
Una espiga y un rosal y un violín
Y una silla de madera perfumada
Crecen en la orilla azul de su camita.
Es la lluvia, no tengas miedo, solo es lluvia.
El cielo es cerca, empina tu sonrisa,
Tómalo, apriétalo en tu pecho,
Es fugaz, lo sé, enjugaré tu llanto,
Porque pronto el niño llega…
Óyelo…Viene silbando un villancico
Por los crujientes peldaños del sueño.
Escucha su lámpara de mar y su barquito de papel
Cargando una estrellita, rizos de oro y piel tibia.
Mira sus ojitos…
Parecen lagos silenciosos en el valle de la bruma.
¿Por qué lloras estrellita?
Sí, sé que llueve, y la lluvia es fría,
También llevo anegada el alma.
Pero…Tú…
Es largo el viaje hacia la ermita, lo sé.
Ven, tomemos la barca juntos,
Aún no se escucha el silbido del barquero,
Pero una campa antigua como el viento
Despojada de espinas, lágrimas y abrojos
Ha enronquecido su voz.
Oye como cierra su impaciencia la huella de la herida.
Una voluta de libro sacro asciende hacia la nada.
Una orilla igual a otra orilla es inmanencia
En el hálito viajero, migración de las aves al ocaso,
El alba, el atardecer, abrazados, juntando
El latido de sus manos y sus labios, oración digna
De un invierno sin lágrimas y sin angustia,
Exultación del viento arrancando las agujas llorosas
De las lápidas.
Llevo en mi frente la cifra exacta de la llama
Y su ceniza,
Y el péndulo dorado es una veleta que el viento arrastra
Al fondo luminoso de la ermita.
Una brisa de tez rosa cabecea sobre el erguido mástil
Del velero,
Proyectando su celaje
Sobre un jardín latente, donde la blancura temblorosa de la estatua
Es jardinero.
Llevo un desierto con rostro y manos y sueños
Tejiendo un pájaro viajero sobre un lago azul
De lejanía.
Lejanía, poema o nube
Que vierte su lluvia tras los biombos dignos de la aurora.
Oh montaña o luz de portón abierto hacia la eternidad,
Acaricias mi rostro
Donde la infinitud del ser nuevamente iluminado
Se asoma a la ventana humedecida.
Duerme, ella, pasajera del viento, habitante del sueño
Te espera en el fondo de una catedral amada,
Donde tu alforja y su alforja
Serán tan livianas como la brisa que adormece
La oración de los rosales.
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SOMBRA OSCURA
Sonrisa o luz
O pasillo extenso con un fondo de agua tenebrosa.
Dónde llora un ángel. Dónde se lapidan las flores de la vida.
En qué lugar masturbaron de anatema los santuarios
Del camino.
Oh quién da blancura a su cabello
Con cal y polvo, raspadura de caballo erecto,
O luna moribunda o agua fermentada.
O profundo abismo de templo sumergido.
Dónde el dril planchado del hombre
Que da brillo a la herradura azul del dromedario.
Dónde la barca digna inhumando los muertos
De la noche.
Dónde el ser, enemigo de las lápidas
En la ermita perfumada del jardín.
Oh C perdido en la maraña del acoso.
Quebrado espejo, luna partida
Goteando mano pordiosera en la copa del vino
Y de la vida.
Calla tu lira oscura.
Calla ya tu máscara dolorosa
Sembradora de cizaña y hielo.
Calla tu crin de tristeza y llama,
La ruleta señala polvo de estrella humedecida
En la inmensa soledad de los lobos
Bruñidores de cuenca, pensando es
Trigo dorado de lámparas votivas.
Sueñas la humillada tumba de la catedral hermética
Que atormenta tu alma.
Sueña tu caballo fiero tener enredada en tu casco vil
La dignidad de ese inalcanzable cielo de rizos
Y oro.
Acalla el galope ansioso de tu piel
Cuando la umbría del jardín alarga hacia la ausencia
Su tibieza.
Acalla el grito de tu sombra
Amolando los cuchillos que agreden esa rosa imposible
Que resuma rocío en tu mirada.
Silencia tu canción de espina dolorosa
Es muy triste y denigrante…
Viste tu herida herecta, oh caballo o luna o ceniza
O loba ladrándole a la luna,
Ponte el traje púrpura azul de catedral. AMATE.
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INCERTIDUMBRE
En el fondo azul del agua, una mano gris
Amenaza el destello que emana el dorado atril
De mi canción, nuestra canción, la canción del mar
Que desborda la cristalina lámpara del otoño.
La canción. La canción del alma.
La canción que abre sus abanicos de lumbre
Entre el sopor que resuma la alambrada.
La canción eterna, de latido eterno, de espuma eterna
Escrita en el alma, en la piel y en la frente
Por un rayo luminoso, perfume de muchos rostros
Y muchos pájaros, y muchos llantos y muchos
Cielos derrumbados,
Diluidos y latentes en el silencio que resuma infinitud.
Pero…
Suena su campana la manilla del sueño y sus mausoleos, espejo infiel
Del hombre, desarraigo elevado como una horca
En el altar donde los seres que se aman
Abordan el velero infinito de la luz,
Mi barca con liras florecidas en el crujir de sus rodillas
Asume el río borrascoso, y el silencio del guardián
De piedra estática, ojo tuerto en el ojo cerrado del
Del buey,
Cabecea como un tempestuoso péndulo de bronce en bruto
Al ser interpelado por el abismo de la profunda
Bruma.
El silencio se agita en la mirada pensativa del insomnio.
Un barco tejiendo arabescos en las nubes
Se pierde en la distancia.
Tal vez…
Un Cristo confundido se asoma entre las fisuras
De la lluvia.
Una flor increpa al mar por esconder su tute
En el verdín del desteñido anochecer.
¿Quién podría cambiar las viejas cartas del casino?
Y el viento y la veleta, y…
Quizás el vino, el nuevo vino en la ceremonia de la vida
Fondo oscuro, donde los caballos salvajes
Son ungidos por el forjador de aceros puros,
Jardín donde la veste es la luz que ilumina
Las ermitas.
¿Y esa pesada mole de roca ingrata en la copa
Que alzan las estatuas en el fragor de la batalla?
¿Y el peso del hermético portón en el lago
De los ojos?
¿Y ese anciano que huye de la luna y sus locuras
En un fondo de lluvia deprimida?
Oh lápida, filo eterno, rostro confundido,
Donde ayer era remanso,
Saca tus manos de mis manos,
Tu rostro de mi rostro, tu aliento de mi aliento.
Es hora de partir con las aves que aborrecen
El pasillo oscuro de la especie disfrazada
Oveja plácida en los jardines del crepúsculo,
Lanza tu tute al agua, y empieza tu regreso
A la noche, la otra noche,
Anda preparando tu barca, tu brújula
Y tu traje de invierno vivo.
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