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Bios y Sociedad. I Jornadas Interdisciplinarias de Ética y
Biopolítica.
1 y 2 de Junio de 2012
Mar del Plata
Mesa temática: La demanda social de legalización del aborto
¿Quiénes son esas mujeres?
Martha I. Rosenberg
La ilegalidad del aborto crea un problema de salud pública que puede ser resuelto por su
despenalización y legalización. Provoca muertes, sufrimientos, humillaciones que afectan
las vidas de las mujeres a través del dominio de su fertilidad y generan responsabilidad
social. Se trata de un poder – biopoder- ejercido con el objetivo de gobernar los procesos
de reproducción social de los cuerpos humanos y disponer de las biografías de las mujeres
naturalizando sus cuerpos.
En la pregunta de mi título afirmo1 que antes que hacer atribuciones prefijadas,
prejuiciosas y excluyentes el aborto es un acto en el que se manifiesta un sujeto por el que
hay que interrogarse.
La decisión de abortar subvierte los valores dominantes, abriendo espacios de posibilidad
a nuevas posiciones subjetivas. Resiste a los patrones compulsivos de identidad femenina,
que instituyen la maternidad como mandato: subvierte la idea del cuerpo femenino al
servicio de la reproducción biológica y la crianza pecuaria y pastoral; y se auto instituye
como sujeto del derecho a la maternidad elegida libremente.
La inscripción de la subjetividad femenina en otros registros: el trabajo productivo
remunerado, o la creación artística, en el que muchas pueden encontrar actualmente una
vía de investimento deseante y sublimación pulsional, no reproduce los cuerpos
confirmando la cultura dominante, disloca los estereotipos de género. Y esto no es
1
Rosenberg Martha I. “Las mujeres como sujetos de las elecciones reproductivas” en Nuestros cuerpos,
nuestras vidas, Foro por los Derechos Reproductivos, Buenos Aires, 1997.
1
gratuito a la hora de establecer relaciones heterosexuales sustentables. Las mujeres cuyos
proyectos se desvían de la maternidad suelen ser sancionadas con la soledad afectiva y
material, exacerbada frente a un embarazo que no desean continuar.
Antes de que el concepto foucaultiano de biopoder se difundiera en nuestros circuitos
intelectuales, las feministas reivindicaban los avatares de su vida, su asignación a la
reproducción biológica (y la reproducción cultural que la sumisión a esta norma implica), y
al erotismo androcéntrico, como una cuestión política de primera magnitud. “Lo personal
es político”2 puede leerse: lo sexual es político, y también: el cuerpo es político. El
pensamiento feminista –sobre este apotegma fundante no hay plural ni divisiones- lo dice
en primera persona, lo enuncia como sujeto en demanda de reconocimiento. Y esta
enunciación es performativa: reformula el campo de lo político para todo género de
humanidad, incorporando lo bio-político, que aparece como lo impensado constitutivo de
la política misma, antes de que fuera formulado como tal.3
En la historia de los derechos reproductivos, concepto emergente de una operación
biopolítica compleja, confluyen diversos actores y factores heterogéneos y contradictorios
que configuran campos intensamente conflictivos de hegemonías, subordinaciones,
oposiciones, complementariedades.
En Argentina, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, se
ha hecho cargo de transformar la práctica ocultada y silenciada del aborto, producto de
resistencia individual a imposiciones socioculturales, en soporte de un movimiento social
que reivindica los derechos y la dignidad de las mujeres protagonistas. Interpela a toda la
sociedad articulando las condiciones imprescindibles para la prevención del embarazo
involuntario y el aborto: educación sexual para decidir, y anticonceptivos para no abortar.
Para pensar sexualidad y reproducción con perspectiva relacional, incluyendo todos los
actores involucrados (incluso a los que no aparecen espontáneamente) y reconstituir el
campo en su complejidad, es preciso considerar el género como sistema de relaciones de
poder y niveles de organización históricos, y no como naturaleza abstracta -esencia- de
uno de sus componentes.
2
Kate Millett, “Política Sexual”, en Para la liberación del segundo sexo, Ediciones de la Flor, Buenos Aires,
1972.
3
Rosenberg, Martha Inés. Conferencia en el Foro Psicoanálisis y Género de Buenos Aires. 2003.
2
Explorar la significación del aborto como síntoma social, implica no reducir a las mujeres a
la condición de víctimas de sus situaciones, sino considerarlas protagonistas y agentes de
cambio en las relaciones sociales de género. Desde una posición mayoritariamente
heterosexual resisten el concepto de que la sexualidad potencialmente fecunda debe ser
validada o pagada con la reproducción. Encuentran una forma de enfrentar un embarazo
involuntario tomando una decisión que les resulta preferible a una maternidad que no
desean o no pueden asumir. Para ellas, la anatomía no es destino. Con certeza o
ambivalencia, decidir la interrupción de un embarazo, nunca fácil en la clandestinidad y la
condena social: equivale a enfrentar -real e imaginariamente- el riesgo de la propia
muerte.
Aquí, la vida que está en juego, la que se apuesta, no es la del embrión, que todavía no es
sujeto de su vida biológica ni de los vínculos en los que se desarrollará, sino la de la mujer:
sujeto ya pensante y actuante, encarnado e histórico, con vínculos socio-sexuales y
emocionales establecidos y actuales, funciones sociales, familiares, proyectos y pasado
propio, que decide que no promoverá a sujeto humano al embrión que porta. Privilegio de
la vida de la mujer, valor acumulado, no potencial, sino históricamente realizado.
No se constituye humanidad sin esta mediación decisiva por el deseo de la madre,
operador irreemplazable de la humanización del embrión, vida orgánica que puede
transformarse en un individuo humano si es alojado simbólicamente en el proyecto de
maternidad de una mujer.
A pesar de su importancia, la privacidad de la acción de interrumpir un embarazo impide
desplegar la plenitud de sus efectos políticos: es un acto soberano que logra la sustracción
del propio cuerpo a un destino heterónomo.
Paradójicamente, interrumpir un embarazo, impedir un nacimiento, proyecta un futuro
para alguien. A partir de esta decisión -siempre performativa- ella tiene la esperanza de
inventar una nueva forma de habitar su cuerpo y su genealogía. Se des-sujeta de las
convenciones del ideal materno patriarcal, queda disponible para crear otra significación
para su vida.
Foucault llama biopoder4 a la toma de los cuerpos y de las poblaciones como objeto de
políticas (o “policías”), diseñadas para localizar y repartir los cuerpos según
funcionalidades decididas en otras instancias de soberanía. El poder y la vida se disocian.
El biopoder está en otra parte. La “vida natural”, vida sin atributos (nuda vida, como la
4
Foucault, Michel. Historia de la Sexualidad. La voluntad de saber, Siglo Veintiuno Editores, 1976.
3
llama Agamben)5 es abstracta. La anatomía política del cuerpo humano centrada en el
cuerpo como máquina, imagen circulante, cuerpo disciplinado y domesticado, antecede a
la biopolítica de la población. Administración de los cuerpos, gestión de la vida para la
inserción controlada de los individuos en el sistema de producción indispensable al
desarrollo capitalista.
En el contexto de la problemática ética del aborto, lo sexual funciona como charnela entre
dos ejes de desarrollo simultáneo de las tecnologías políticas de la vida: las disciplinas del
cuerpo y la regulación de las poblaciones. Permite a la vez analizar la individualidad y
domesticarla.6 Admite diversas operaciones políticas, intervenciones económicas,
campañas ideológicas de moralización o de responsabilización.
“Hay que pensar el dispositivo de la sexualidad a partir de las técnicas de poder que le son
contemporáneas.”7 Para nuestra época: los medios de comunicación, las estrategias de
mercantilización, medicalización, la educación, las leyes, su consideración como eje
identificatorio básico. La materialidad del dispositivo de la sexualidad, como concreción de
relaciones de poder, se articula directamente sobre el cuerpo. Lo biológico y lo histórico
se ligan de manera crecientemente compleja a medida que se desarrollan tecnologías de
poder que toman la vida como blanco. De este modo, la práctica del aborto se presenta
como una forma específica en la cual la biopolítica adquiere la dimensión de resistencia al
biopoder.
Al mismo tiempo, el discurso del derecho diseña sujetos: como instancia del superyo
señala lo que debe o no debe hacerse. Como atributo de ciudadanía, otorga poder para
legitimar los actos individuales, regula las restricciones impuestas al goce de los cuerpos:
el contrato social. Son estas regulaciones las que nos enfrentamos cada vez que nuestras
prácticas del cuerpo transgreden las normas establecidas y presionan sobre los límites que
éstas han impuesto a nuestro goce, cuando nos “desclasificamos”.
“El fallo reciente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación8 explicita el espíritu del
legislador de 1921: el embarazo por violación es un daño causado por un delito grave que
debe ser reparado.
Desmistifica el sentido sacralizado del embarazo, situándolo en el espacio de lo que es
significado subjetivamente por la mujer o la niña que quiere "que le saquen eso", en
5
Agamben, Giorgio. Homo Sacer. 1995.
Foucault, Michel. op. cit. p.192.
7
Foucault, Michel. Ibídem. p.192.
8
“F., A. L. s/ medida autosatisfactiva” del día 13 de marzo de 2012.
6
4
donde "eso" no es la vida abstracta por la que se desviven los pastores (…) Cuando el
embarazo es pauta del sometimiento, el Estado debe garantizar el derecho al aborto, para
restituir la dignidad de la violada. El embarazo impuesto y la maternidad forzada son
ataques a los derechos humanos básicos de las mujeres. Los funcionarios que niegan
impunemente el derecho a poner fin a las consecuencias de la violación prolongan la
violencia en esa gestación.
La vida a proteger es la de la mujer, tanto cuando decide asumir la gestación y dar calidad
de hijo a un embrión, como cuando dice no a la secuela del acto criminal. Esta voluntad
hace madre a una mujer e hijo a un embrión. Y no es sustituible por ninguna voluntad
ajena a ella.” 9
La decisión de abortar subraya -a alto costo- la dimensión del derecho al placer sexual y a
un proyecto de vida en el que las decisiones sobre la fecundidad sean producto de un
proceso de significación deseante y de un juicio ético conciente. La maternidad por
elección implica obligatoriamente que esté habilitada la opción de no elegirla. El derecho
al aborto es la contraparte lógica de una maternidad elegida y responsable.
Buenos Aires, abril de 2012
9
Rosenberg, Martha I. “Proteger la vida de la mujer”, Revista Viva, Buenos Aires, 15 de abril 2012. En la
primera declaración de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito en el 2005 dijimos: “La
clandestinidad del aborto no impide su realización, aumenta los riesgos y atenta contra la dignidad de las
mujeres y de toda la sociedad. No queremos ni una sola muerte más por abortos clandestinos”. Desde
entonces, 2.500.000 abortos clandestinos fueron vividos por mujeres enfrentando la criminalización que las
amenaza. En ese período ya han muerto 500 mujeres.
5