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 XXX Aniversario del Colegio de Economistas de A Coruña Discurso de Roberto Pereira, decano Los treinta años de historia del Colegio de Economistas de A Coruña (entre 1979 y 2009) coinciden casi exactamente con la historia de la moderna economía de la democracia española, que bien podríamos situar entre los Pactos de la Moncloa, firmados en octubre de 1977, y el inicio de la actual crisis iniciada a finales de 2007. Durante estos años hemos asistido a nuestro ingreso en la CEE, al nacimiento del euro, al desarrollo del sistema autonómico, al cambio radical del flujo migratorio que afectaba a España desde la posguerra y, también hay que decirlo, a dos crisis provocadas por los necesarios reajustes del sistema. Pero el verdadero resumen de estos treinta años de historia es, sin duda alguna, el que habla de un extraordinario crecimiento y modernización de nuestra economía. Un proceso que, a pesar de los problemas presentes, y de la desventaja comparativa que aún guarda con las primeras economías del mundo, ha superado con creces todas las expectativas, hasta situarnos entre las diez mayores economías del mundo y entre los cinco países con más bienestar. Si analizamos esta situación desde la perspectiva profesional, podemos deducir dos conclusiones de apariencia contradictoria. Porque, si bien es posible afirmar que los economistas hemos estado –los primeros‐ en este proceso de desarrollo, y hemos aportado a instituciones y empresas el acervo técnico necesario para alcanzar este ritmo de crecimiento, también es posible decir como Colegio de Economistas, en nuestra condición de institución creada al servicio de los profesionales de las ciencias económicas, que hemos escrito nuestra pequeña historia en tiempos de “vacas gordas”, o nadando a favor de corriente, en una etapa en la que el signo dominante en nuestra sociedad era el crecimiento, el logro de mayores cotas de bienestar, la creciente cualificación de nuestros trabajadores y la irrupción de las nuevas tecnologías. Galicia tiene algunas peculiaridades, pero sigue formando parte de un tren arrastrado por la economía europea y española a alta velocidad, y por eso podemos aplicar a nuestro contexto la visión genéricamente 1
optimista de las tres últimas décadas de maduración económica y política. Los sustos que nos dio este período sólo sirvieron para ganar conciencia de su sustrato innegablemente positivo, y, si es cierto –como decía Séneca‐ que el oro se prueba en el crisol1, casi podríamos llegar a la conclusión de que, no habiendo pasado épocas de extrema dificultad, podríamos estar “sin testar”, o sin ser conscientes de para qué servimos, o de cuál es nuestro deber, cuando las cosas vienen mal dadas. Pero es bien sabido que después de un período de vacas gordas siempre viene otro de vacas flacas, y que eso es lo que parece decirnos la profunda crisis que estamos viviendo. No lo digo sólo por lo que significa la crisis misma, con sus diagnósticos siempre incompletos y con las difíciles predicciones que de ellos se derivan. Porque más allá de la profundidad que alcance nuestra caída (por encima del 4 % del PIB), o del retraso con que empiezan a verse los indicios de recuperación (que para España ya van más allá del 2010), la crisis actual parece anunciar un cambio de era, para adentrarnos en un tiempo en el que muchas cosas “no volverán a repetirse”. Cuando salgamos del bache –porque de todos los baches se sale‐, y cuando hayamos sacado algunas lecciones aplicables al futuro, no volveremos a un punto en el que podamos recuperar las pautas de orientación que veníamos siguiendo. Cada vez estoy más convencido de que la salida del bache va a comprometer los esfuerzos de los economistas, los gobernantes, los sociólogos y los informadores en una gigantesca tarea de recuperación de las ilusiones y los esfuerzos colectivos que explicaron los treinta años de espléndida bonanza que hemos vivido. Esta crisis coincide, y no por casualidad, con la última etapa de los fondos europeos que crearon en Galicia una colosal oportunidad histórica no del todo aprovechada. Coincide también con el final de un modelo de financiación de las autonomías que, primando la solidaridad sobre cualquier otro objetivo, favoreció enormemente nuestras expectativas. Coincide igualmente con un modelo de financiación municipal que, basado en el crecimiento de la construcción, permitió transformar nuestras realidades urbanas con un mínimo esfuerzo de los ciudadanos. Y coincide por fin con la idea de un crecimiento sostenido del PIB que permitió 1
“Ignis aurum probat”. 2
absorber una parte de los desajustes que aún lastran nuestro modelo social y nuestra productividad. Pero es evidente que todo eso está en crisis, que nada de eso volverá a ser igual, y que estamos obligados a un enorme esfuerzo de reestructuración de la sociedad y del Estado para el que, en términos intelectuales, debemos estar preparados. Por eso me atrevo a decir que esta celebración del XXX Aniversario de la fundación del Colegio de Economistas de A Coruña es un punto de inflexión en nuestra tarea profesional, que a partir de ahora tendrá que desarrollarse en un marco más competitivo, más eficiente y mucho más imaginativo Rosalía Mera, a la que hoy hemos nombrado “colegiada de honor”, representa, sin duda alguna, el espíritu emprendedor y la acción empresarial inteligente y flexible que hoy necesitamos. Y desde esta perspectiva me complace proponerla como ejemplo de una actitud empresarial y personal que los gallegos necesitamos con creciente evidencia. Pero hoy también hemos homenajeado a los colegiados que cumplen veinticinco años de colegiación, en los que podemos ejemplarizar la constancia en el trabajo, los esfuerzos de actualización de los conocimientos y de las técnicas de gestión y la fidelidad a una sociedad que no siempre devuelve en justa balanza los esfuerzos que le hemos dedicado. Desde estas premisas y con estos ejemplos quiero instar a los colegiados a analizar el momento que vivimos y a reflexionar sobre las exigencias de los nuevos tiempos, porque estoy seguro de que una parte importante de los esfuerzos que haga nuestra sociedad para reactivar su economía y adaptarse a las nuevas circunstancias tendrán que pasar por los profesionales afiliados a este colegio. Y para eso no basta con que realicemos un trabajo profesional y eficiente en el marco de nuestras empresas o en nuestros despachos de asesoría. Porque la renovación o es social o no es, y porque esa renovación depende de una información, una opinión y un cambio y progresión de la cultura política y económica que no podrá alcanzarse si no concurrimos –como profesionales de la economía‐ al complejo proceso de elaboración de las decisiones que cada pueblo tiene que realizar. 3
Nadie sabe mejor que nosotros lo que significa una crisis económica. Pero también es cierto, por eso mismo, que corremos el riesgo de enfrascarnos en el diagnóstico y en la solución de los problemas mientras perdemos la perspectiva general de un proceso en el que las oportunidades ganadas tienen que ser siempre más y mejores que las perdidas. Y es ahí donde quiero centrar el mensaje final de esta celebración que, por darnos ocasión para reunirnos, es siempre gozosa. En términos económicos hay una correlación necesaria entre las crisis y las oportunidades. Y, puesto que ya son muchos los economistas que ven a lo lejos el final del túnel, quizá haya llegado el momento de abandonar los lamentos y las profecías sobre la catástrofe para entrar en el debate sobre las oportunidades de cambio que empiezan a abrirse. Si fuese cierto que los abismos se están cerrando, me gustaría apostar por un esfuerzo de estabilidad y progreso que durase, simbólicamente, treinta años más. Porque el progreso no sólo significa más abundancia para el consumo y más ventajas para la producción. También significa la paz, la integración social y la igualdad que siempre acompaña a las sociedades que se desarrollan de forma equilibrada. Tal es, queridos colegiados, nuestro compromiso con Galicia. Muchas gracias. 4