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¿POR QUÉ ESTALLÓ LA ECONOMIA AMERICANA?1
Joseph Stiglitz
Premio Nobel de Economía
En B.Kliksberg (comp.). Es difícil ser joven en América Latina. Sudamericana, 2010.
Los cuatro fenómenos que enfrenta hoy la economía global
La actual crisis económica que azota al mundo era bastante fácil de diagnosticar, aunque
muy pocos la vieron venir. Se trata de una crisis con una enorme etiqueta de origen -“Hecha
en los Estados Unidos”- que hemos exportado a todo el mundo y afecta especialmente a los
países en vías de desarrollo.
Uno de los aspectos importantes de esta crisis es lo que llamamos la securitización. Esto
refiere al hecho de que Estados Unidos exportó a todo el resto del mundo sus famosas
“hipotecas tóxicas”. Al principio de este proceso de securitización, en 1990, advertí que
había una posibilidad de que este proceso mejorara la eficiencia, pero que era más realista
comprender este fenómeno como el resultado de fallas en el manejo de las empresas y en
las estructuras de incentivos, y que probablemente finalizaría en un desastre.
Me aventuré, incluso, a pronosticar los errores que se iban a cometer. Por ejemplo, que los
bancos iban a subestimar el grado de correlación entre sus diferentes activos y que iban a
subestimar la probabilidad de la caída de los precios. Es impresionante que las razones de
fondo de la crisis actual estén exactamente en estas dos fallas. En cierto sentido siempre es
fácil ver las cosas claras después que pasaron, pero para alguien que ha estudiado la historia
de los mercados financieros, los pánicos y las depresiones, esta crisis era fácil de prever. Las
mismas fuerzas que causaron todo esto nos hicieron además bastantes pesimistas para los
meses y años que vendrán.
Esta crisis probablemente será profunda y extensa. La OCDE pronostica un crecimiento
negativo en el 2009 y un crecimiento muy lento en el 2010. La pregunta no es sólo cuánto va
1
Incluido en el libro “Es difícil ser joven” (Sudamericana, Random House Mondadori)
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a durar la crisis, sino cómo nos recuperaremos cuando pase, si será con un crecimiento
robusto o bien un crecimiento anémico, parecido al que caracterizó a la economía japonesa
en los años 90. Hay importantes razones para creer que será de esta última forma.
La economía enfrenta hoy cuatro fenómenos diferentes: el primero, y al cual se le ha dado
mucha atención, es la crisis financiera. Cuando comenzaron los problemas, Paulson
(Secretario del Tesoro de USA) pensó que era solamente un problema de confianza. Por
supuesto que hay un problema de confianza. Los bancos verdaderamente se han ganado
nuestra desconfianza y los políticos y quienes diseñan nuestras políticas públicas en la
materia también han trabajado duro para ganarse nuestra desconfianza. Si pudiéramos
creerle a estas instituciones, después de todo lo que han hecho, creeríamos cualquier cosa.
Por lo tanto hay buenas razones para la falta de confianza, pero es mucho más que eso. El
hecho es que los bancos otorgaron malos préstamos en un mercado inmobiliario irreal, en
el que existía una “burbuja’ en los precios de las viviendas. Dicha burbuja ya se reventó y el
resultado es que los balances de los bancos tienen hoy pasivos enormes.
Los bancos se enfrascaron entre ellos en apuestas de trillones de dólares por medio de
productos financieros complicados, tales como productos derivados y los CDS (“credit
default swaps”). Dichos productos eran tan complicados que ni los propios bancos sabían
realmente cuáles eran sus balances. Si ellos no sabían, ¿cómo íbamos a saber los demás?
Los bancos tampoco sabían cuál era el balance de los otros bancos y por eso no se querían
prestar dinero entre ellos. A modo de ejemplo, pensemos por un momento en el caso de
American International Group- AIG. Cuando partió el problema comenzaron diciendo que
sólo tenían pérdidas por U$ 20 billones, lo que se podía tapar fácilmente. Hasta ahora los
contribuyentes han desembolsado U$ 150 mil millones. Hablaron de U$ 85 mil millones
pero, cuando dejamos de mirarles, siguieron agregando más dinero a esta institución. El
hecho es que apostaron sabiendo que los contribuyentes de Estados Unidos se iban a hacer
cargo de las pérdidas. No se podría haber gestionado esta crisis de una forma peor de lo que
lo han hecho el gobierno de Bush y la Reserva Federal. Por lo tanto, tenemos una crisis
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financiera a la que hemos estado inyectando dinero con relativamente pocos resultados
positivos.
El segundo fenómeno es la crisis económica. La crisis financiera se ha transformado ahora
en una crisis económica, toda vez que la economía empieza a tener un crecimiento
negativo. En cierta forma los problemas fundamentales en la economía han existido ya por
algún tiempo, y la constante práctica de otorgar créditos temerarios solamente había
cubierto los problemas económicos subyacentes.
La tasa media de ahorro de los hogares en Estados Unidos era cercana a cero. Cuando la
tasa promedio es cero quiere decir que hay mucha gente que ahorra, pero que hay mucha
otra que está gastando más de lo que ahorra y por ello tiene que pedir préstamos. La otra
cara de la medalla de la práctica de otorgar créditos temerarios son los gastos temerarios,
es decir, el gasto de las personas más allá de lo que pueden realmente pagar. Puesto de otra
forma, el alto y desmedido consumo fue el que sostuvo la economía de Estados Unidos y, en
cierto modo la economía mundial, durante los últimos años. El tema es: ahora que se acabó
ese juego, ¿qué es lo que va a sostener la economía de los Estados Unidos? Si los
Americanos comienzan a ahorrar cantidades razonables (razonables para los Estados Unidos
aunque no necesariamente para otros países), a tasas del 4, 5, 6 ó 7 %, tal vez podría
considerarse bueno para el largo plazo, por ejemplo para las jubilaciones de los ahorrantes,
pero podría traducirse en insuficiencias de la demanda agregada.
Una posible explicación al problema del ahorro cero es que los americanos no solamente
pensaron que no necesitaban tener ahorros para pedir créditos sino que no necesitaban
ahorrar ya que los precios de sus hogares y acciones seguirían subiendo de valor. Ahora los
precios de las acciones han caído en un 50%, las cuentas de ahorro y de retiro previsional
han quedado devastadas y el precio de los hogares ha caído en un promedio de 11% en el
último año y se espera que la pérdida llegue, al menos, a un 20 % antes de que la caída de
los precios se detenga.
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Todo esto significa que las familias en los Estados Unidos reducirán drásticamente el
consumo y tenderán a incrementar el ahorro. Incluso los programas más agresivos a los
cuales se ha referido el presidente Obama, ayudarán a contrarrestar sólo una fracción de la
disminución en la demanda agregada. Obama ha hablado de crear 2.5 millones de empleos
en los próximos 2 años, pero veamos esto en contexto. Cada año, habrán 1.9 millones de
Americanos que entrarán al mercado laboral. Esto significa que en los próximos dos años
habrán 3.8 millones de personas entrando en el mercado laboral. Este año probablemente
se perderán más de 1.5 millones de empleos y 1.9 millones habrán entrado este año al
mercado laboral. Esto significa que, aproximadamente, los empleos que se crearon este año
van a compensar los empleos que se han perdido. Por tanto, para eliminar el déficit de
empleos de este año deberían haberse creado 7.5 millones de empleos y sólo se pretende
crear 2.5 millones. Por ello habrá un claro déficit de empleo. Esto nos demuestra la
severidad de la crisis económica y veremos más adelante las consecuencias sociales de esto.
El tercer fenómeno está dado por los desequilibrios a nivel mundial. Hace unos años se
hablaba mucho en foros internacionales de los balances mundiales y se escribía sobre el
riesgo de la caída desordenada de los equilibrios internacionales. Eso es lo que tenemos
hoy. La modernización quiere decir que el mundo se ha integrado estrechamente. Quiere
decir que las cosas buenas atraviesan las fronteras, pero también las cosas malas. Los
Estados Unidos han exportado sus hipotecas tóxicas, su filosofía desreguladora y ahora su
caída económica. Esto se traducirá en una desaceleración mundial bastante grave.
El cuarto fenómeno está constituido por una serie de cambios estructurales. Estos cambios
son posiblemente más importantes en Estados Unidos y Europa Occidental que en los países
en desarrollo, pero los voy a mencionar de todos modos. La Gran Depresión marcó un
cambio estructural a fines del siglo XIX. Durante ésta, los Estados Unidos y el mundo vieron
un marcado aumento en la productividad de la agricultura. Esto se tradujo en que podíamos
consumir todos los alimentos que quisiéramos o debiéramos (y aún mas) con una pequeña
fracción de la fuerza laboral. Hoy en los Estados Unidos somos grandes exportadores de
productos agrícolas aunque solo tenemos el 2% de la población que trabaja en la
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agricultura. En la manufactura estamos cerca de caer en un proceso de transición similar.
Pasamos de la agricultura a la manufactura (fabricación) y esto mantuvo nuestra economía.
Hoy en los Estados Unidos tenemos solamente cerca de un 11% de la población que trabaja
en manufactura, tenemos una crisis en la industria automotriz donde hemos perdido una
gran ventaja competitiva. El dilema es que no podemos producir con una fracción tan
pequeña de la fuerza laboral todos los televisores que podemos ver o todos los automóviles
que podemos conducir. Esto va a redundar en otra transformación estructural y Estados
Unidos va a experimentar todo esto al mismo tiempo que está experimentando otros
ajustes.
La razón por la cual he hablado de todos estos fenómenos es que si uno se concentra
solamente en una de ellos no vamos a resolver el problema subyacente. El gobierno de Bush
pensaba que si se resolvía el problema de la crisis del mercado financiero, se resolverían por
sí mismos todos lo demás. La crisis financiera aún no se ha resuelto, pero aunque así
hubiera sido, esto habría solucionado solamente una parte del problema. Hay un consenso
general de que esta crisis se va a extender a todos los países, lo que es particularmente
desalentador para los países de América Latina y otros que han tenido buenas políticas
económicas y que han hecho todo lo correcto durante los últimos años. En cierto sentido, es
desalentador porque refleja, de muchas formas, lo injusta que es la vida.
La crisis se generó en los Estados Unidos pero el dinero actualmente sale de los países en
desarrollo y vuelve a los Estados Unidos. Esto se produce por las siguientes razones:
primero, el gobierno de Estados Unidos ha otorgado garantía a los depósitos bancarios,
cuentas de ahorro y fondos de los mercados de dinero. Aunque los gobiernos de países en
desarrollo hicieran lo mismo y ofrecieran condiciones de garantía, los dineros seguirán
arrancándose de dichos países porque dichos gobiernos gozan de menos credibilidad que el
gobierno Americano. La gente en general aún tiene bastante confianza en que el gobierno
de Estados Unidos va a reconocer dichas garantías y tiene menos confianza en que, por
ejemplo, el gobierno de Islandia o un gobierno de un país en desarrollo lo vaya a reconocer.
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Por lo tanto, en el mundo los países grandes tienen una ventaja aún mayor cuando ofrecen
los mismos tipos de garantías.
Segundo, las políticas económicas han discriminado por mucho tiempo a los países en
desarrollo. El ejemplo más obvio es lo que vemos ahora en Estados Unidos y en Europa, la
implementación de políticas contracíclicas y políticas fiscales muy fuertes. Los Estados
Unidos han bajado muchísimo las tasas de intereses, están gastando dinero y no existe el
concepto de una reducción en el presupuesto. Hoy se publicó en un periódico local la
cantidad de dinero que el gobierno ha gastado, tanto en gasto directo como en las
cantidades que está garantizando, y la suma supero los siete trillones de dólares. Casi el 50%
del Producto Interno Bruto (PIB). Es muy difícil para la mayoría de los países en desarrollo
de igualar esta suma.
Por lo tanto, los Estados Unidos y Europa han implementado políticas contracícilicas muy
poderosas, pero ¿qué hizo el Fondo Monetario Internacional en la crisis Asiática?, ¿qué hizo
en la crisis en Latinoamérica?, ¿qué es lo que se está haciendo hoy en Hungría, Pakistán y
en varios otros países? Exactamente lo opuesto. Son políticas “procíclicas”. Aumentan las
tasas de interés, se recortan los gastos, se aumentan los impuestos, etc., lo que produce una
mayor volatilidad en los países en desarrollo. Todo esto funciona en beneficio de los Estados
Unidos. A mayor volatilidad en los otros países, habrá menos volatilidad en los Estados
Unidos ya que los capitales fluyen desde los países en desarrollo hacia los Estados Unidos.
Todo esto por supuesto facilita el manejo de la crisis en los Estados Unidos y lo hace más
difícil en los países en desarrollo.
Creo firmemente que no vamos a poder ocuparnos de este problema, ni siquiera desde la
perspectiva de los Estados Unidos, si no tenemos una visión global, ya que todos los países
hoy en día están muy interconectados. Para darles un ejemplo, ¿dónde están las fuentes del
dinero en el mundo? No en los Estados Unidos. Los Estados Unidos han tenido que ir a
buscar dinero a Asia y al Medio Oriente, porque ahí es donde está el dinero hoy. Si
queremos encontrar una solución al problema tendremos que encontrar una mejor manera
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de enfrentar la globalización y la coordinación macroeconómica, una que no discrimine
tanto a los países en desarrollo. Esto me parece que será una de las lecciones esenciales que
podremos sacar de esta crisis.
¿De qué maneras Latinoamérica se verá afectada? Quisiera recalcar al respecto algo a lo
cual no se le ha dado la suficiente atención. Mucha gente sostiene que Latinoamérica está
en una mejor posición hoy que en la que se estaba hace 5 o 10 años. Esto es correcto, de la
misma manera que España está en una mejor posición gracias a las políticas introducidas
por el gobierno de Zapatero en cuanto a marcos regulatorios e implementación de
disposiciones contracíclicas en el sistema bancario y que ahora muchos otros países quieren
imitar. Pero también quisiera hacer un llamado a la prudencia, a la cautela y a no ser
demasiado optimista cuando se sostiene que un país tiene buenas políticas económicas e
instituciones sólidas. Creo que hay que ser más bien humilde sobre si realmente dichas
instituciones son tan sólidas. Hace 10 años Estados Unidos fue a Asia y dijo: “Ustedes deben
tener buenas instituciones, buenas políticas macroeconómicas y buenos marcos
regulatorios”. Al decir esto, EE.UU. dijo indirectamente “mírennos a nosotros”. La mayoría
de la gente en Latinoamérica hubiera dicho que Estados Unidos tenía buenas instituciones y
buenas políticas macroeconómicas, y ahora véase lo que ha pasado.
Cuando miramos los procesos políticos, algunos en Latinoamérica dirán que allá tienen
procesos políticos muy profundos. Miren lo que ha pasado en Estados Unidos. Los
responsables de la desregulación, los que se opusieron a adoptar las regulaciones necesarias
para enfrentar el ambiente político que se oponía a regular los CDS y otros productos
derivados de la bolsa, los que no manejaron adecuadamente la Crisis Asiáticas y en
Latinoamérica en los años 90, algunas de estas personas van a ser responsables de tomar
decisiones en esta nueva administración. En una editorial del New York Times se dijo que se
espera que haya aprendido la lección. Por supuesto hay un cierto grado de ansiedad y
deberíamos ser menos arrogantes en cuanto a lo que queremos que sean nuestras
instituciones y nuestras políticas. Ésta es una de las razones por las cuales es importante
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tener un debate más abierto y más democrático, porque no hay verdaderamente un
monopolio sobre la sabiduría en estas materias.
Latinoamérica y otros países en desarrollo se van a ver afectados por varios canales
diferentes, entre ellos los flujos financieros, las primas por riesgo, los flujos de comercio, los
envíos de dinero, los precios de materias primas y alimentos, y todo lo demás que hace que
los países se interrelacionen. Un estudio del Banco Mundial sugirió que la mayor parte del
notable crecimiento de los países de Latinoamérica en los últimos 4 años se debió al
incremento en el precio de los bienes básicos (commodities). Por lo tanto, no sólo hay un
premio al buen comportamiento de dichos países sino también una importante cuota de
buena suerte. Me parece que el factor suerte va a disminuir toda vez que el robusto
crecimiento de China, gran consumidor de los bienes básicos provenientes de
Latinoamérica, se está desacelerando. Si bien China está sufriendo una desaceleración del
12 al 7.5% para el 2008, esto tendrá un gran impacto en el mercado de los productos
básicos provenientes de Latinoamérica. Ahora bien, los países de Latinoamérica recibirán el
impacto en forma diferente. Países como México, que dependen del comercio, serán
golpeados más fuertemente; mientras, países con deuda a corto plazo, con grandes déficit
de comercio, con patrones complicados de remesas y otros con mucha gente empleada en
el rubro de la construcción, también se verán muy afectados. Lo que está claro es que los
patrones según cómo afecta a cada país son complicados, y que la región como un todo
también se verá fuertemente afectada.
Las consecuencias sociales de la crisis
Las consecuencias sociales de esta crisis serán graves. Se ha hablado poco de este tema y no
se le ha prestado mucha atención, sobre todo en EE.UU. Todo el debate, particularmente
con el gobierno de Bush, se ha enfocado en los bancos y el sufrimiento de éstos. Para
algunos, que ganaban 100 millones al año y ahora ganan unos pocos millones, se tratará de
un ajuste de ingresos de un 95%; pero el efecto será mucho más grave para los 3.5 millones
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de personas, muchos de ellos de bajos ingresos, que van a perder su hogar y con ello los
ahorros de toda su vida. Permítanme compartir los siguientes puntos:
La Seguridad Social y los Programas de Contribución. Una de las llamadas reformas
ejecutadas en EE.UU. los programas de pensiones por “programas de contribución”. Muchos
de los consultores externos presionaron a los gobiernos en Latinoamérica a hacer lo mismo.
Una de las consecuencias de esto es que los que pusieron sus contribuciones en la bolsa
perdieron los ahorros de toda su vida. La consecuencia es que mucha gente va a perder sus
jubilaciones y sus ahorros, mínimo en un porcentaje importante cercano al 50%, lo que es
muy grave para personas que tienen 50 o 60 años, ya que no lo van a poder recuperar.
Lo interesante es que estas reformas han contribuido a la volatilidad en nuestra economía, a
pesar de que en un comienzo nadie lo pensó. Tantos americanos tenían una importante
cantidad de sus ahorros vinculados a estos programas de contribución ligados a la bolsa,
que ahora que ésta se desplomó van a tener que recortar el consumo y ahorrar ese dinero
para cuando se jubilen, van a tener que usar los ahorros que tenían en dinero para gastos
imprevistos, todo lo cual llevará a una reducción importante del consumo total con el
consiguiente impacto en la demanda agregada y en la recuperación económica. Esto
también se traduce en que muchas personas que esperaban jubilarse en el futuro cercano,
simplemente no podrán hacerlo. Por ello, la fuerza laboral va a ser mayor de la que debiera
haber sido y, por consiguiente, la tasa de desempleo también va a aumentar.
Al respecto, declaré en el Congreso sobre la posibilidad de volver a diseñar las regulaciones,
lo cual fue recibido con un suspiro de alivio. Bush se presentó hace 4 años a los americanos
y trató de convencerlos de la necesidad de privatizar la seguridad social. Imagínense que el
Banco Mundial y el FMI vayan a su país y les digan “privaticen su seguridad social” y alguno
de ustedes lo hiciera. La reacción del Congreso fue “gracias a Dios no lo hicimos” porque la
consecuencia social habría sido horrorosa. Éstas son cosas que no se pensaron
anteriormente pero que en Latinoamérica son preguntas que van a tener que replantearse.
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Desempleo. Una de las consecuencias sociales más importantes es el desempleo. Se cree
que en Estados Unidos va a aumentar hasta al 9 o 10%. No sabemos. Ese número no refleja
verdaderamente el nivel de tensión social, porque hemos ido de una economía centrada en
la manufactura a una basada en los servicios, en la que muchas personas trabajan a tiempo
parcial, aunque quieran tener un trabajo fijo. En una economía basada en la manufactura
hay mucho menos empleo temporal, la gente está contratada o no. En una economía de
servicios hay muchos empleos a tiempo parcial.
Si uno incluye a los que no tienen, involuntariamente, trabajo a tiempo completo y a
aquellos que reciben pagos por discapacidad (porque se recibe más dinero por ser
discapacitado que por no tener trabajo), el desempleo alcanza a una cifra entre el 12 y el
14% y es probable que suba mucho más. Aún más inquietante, la tasa de desempleo entre
los grupos marginados tales como los jóvenes, los afro-descendientes y los hispanos, es
mucho más elevada. Estos grupos enfrentarán tasas de desempleo altísimas. La tasa de
desempleo visible podrá superar el 10 o 15% y la tasa real probablemente superará el 20%.
Por lo tanto, tendremos problemas sociales muy grandes y es importante que diseñemos
nuestras políticas para que reflejen todo esto. El gobierno de Bush se preocupó más de
rescatar a los bancos, sin tomar en cuenta a la gente que estaba perdiendo sus hogares. Al
tratar el tema de la gente que está perdiendo sus casas el gobierno se preocupa de peligros
morales, pero no ve ningún peligro moral cuando se trata de rescatar a los banqueros.
Problemas Morales. Una de las cosas que más llaman la atención de esta crisis es que pone
en perspectiva una serie de temas que tienen que ver con los valores y que no se han
examinado de una manera adecuada. Estados Unidos es el único país desarrollado que no
tiene consagrado como derecho básico el acceso a un seguro médico. Hace unos meses, el
presidente Bush vetó una propuesta de ley que proveía seguro médico para los niños
pobres. Los niños de familias pobres que no tienen seguro pueden vivir el resto de sus vidas
con cicatrices de enfermedades que no se pudieron tratar adecuadamente en su infancia. El
presidente vetó la ley argumentando que el país no tenía cómo pagarlo. O sea, se
argumenta que no tenemos un par de billones de dólares para dar seguro médico a los
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niños pero un par de meses más tarde echa mano a 700.000 millones de dólares para salvar
a Wall Street. Si esto no ilustra un problema de valores, yo no sé qué podría hacerlo. Me
parece que esto debiera discutirse públicamente. Si no tenemos el dinero para dar seguro
médico a estos niños, por qué tenemos dinero para salvar a Wall Street. Algunos dirán,
“bueno es un solamente un préstamo a Wall Street. Nos lo van a devolver”. Lo mismo pasa
con los niños. Nos lo van a devolver con mucho más certeza que Wall Street. Yo no pondría
mi mano en el fuego por que los de Wall Street me van a devolver ese dinero. De esta
manera, esta coyuntura está haciendo surgir temas sociales muy importantes.
La Política Económica a futuro y los principios básicos de las políticas Keynesianas
Lo bueno es que hoy en día casi todos en el mundo siguen a Keynes. Todos creen que si el
gobierno gasta dinero va a estimular la economía. Es impresionante. Unos pocos años atrás,
si había alguien en el mundo que seguía a Keynes, se trataba de un “dinosaurio”, de alguien
que era una reliquia de la Gran Depresión y que no se había adaptado al Siglo XXI. Ahora
todos son Keynesianos, pero el problema de la profesión económica es que, en los últimos
30 años, no hemos entrenado a nadie en los principios Keynesianos para solucionar estos
problemas. Por lo tanto, mientras los organismos políticos siguen los principios Keynesianos,
no hay técnicos que los implementen. Este es un problema muy serio y ya era un problema
serio cuando yo presidía el Consejo de Asesores Económicos del Presidente Clinton. Era un
trabajo muy interesante, donde me tocó ver surgir a muchos jóvenes y entrevistar a los
mejores estudiantes de las mejores universidades de Norteamérica y hacerles preguntas en
variadas materias económicas.
Durante ese período, las respuestas de los estudiantes claramente reflejaban el principio
estándar del pensamiento económico de la época, esto es, que los mercados funcionan. Un
aspecto importante de este pensamiento es sostener que siempre hay empleo total.
Durante este período yo trataba de imaginarme una reunión de estos estudiantes con el
Presidente Clinton – y recuerden que Clinton fue elegido con una plataforma de “empleo,
empleo, empleo”- en que el presidente manifestaba su preocupación por el desempleo y
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uno de éstos le contestaba: “No se debiera preocupar, el desempleo no existe. Esto es sólo
gente disfrutando de su tiempo libre”. Y el presidente repetía: “¿Pero no debiéramos hacer
algo?”, a lo que le replicaban: “El mercado se hará cargo de solucionar esto”. Pero
justamente ésta es la capacitación que ha tenido toda una generación de economistas en
este tipo de ideas y, en realidad, quiere decir que la calidad de la experiencia y el marco
mental de los técnicos no sirven para resolver la crisis económica actual.
Uno de los aspectos de todo esto es que, aunque uno lee a los Keynesianos, ellos no piensan
tanto en el tipo de políticas que debiéramos buscar. ¿Y cuáles son los principios básicos de
las políticas Keynesianas?
Primero, no todo gasto es el mismo. Hay que aprovechar cada dólar gastado. Por cada dólar
gastado hay que lograr mucho crecimiento, estímulos y lograr generación de trabajo. En
Estados Unidos esto es particularmente importante porque nos hemos arreglado para que
nuestra deuda nacional, nuestro déficit, aumente rápidamente. Yo he dicho que a los
americanos siempre les gusta hacer todo mejor que los demás. En esto lo hemos logrado.
Hemos sido capaces de hacer crecer nuestra deuda en forma exorbitante y en sólo ocho
años. De 5,7 mil millones de dólares de deuda hemos pasado a deber casi 15 mil millones.
¿Quién nos puede igualar en esto? La verdad es que es impresionante. Antes del rescate
económico actual, hablábamos de pasar de 5,7 a 10 mil millones de dólares de deuda.
Cuando nos hicimos cargo de Fanny May y Freddie Mac, el gobierno pasó a ser dueño de
dichas empresas y, como tal, se hizo cargo de sus pasivos, lo que pasó a ser deuda del
gobierno. Con esta compra hemos agregado más de 5,6 mil millones de dólares que pasó a
ser deuda nacional. Ésta fue una forma fácil de aumentar nuestra deuda en vez de malgastar
el dinero de a poco, como se hizo en los últimos 8 años con el gasto en la guerra de Irak o
del huracán Katrina.
Por otro lado, hay gastos que notoriamente generan pocos beneficios. Por ejemplo, los
recortes de impuestos que hubo en Febrero 2008 predeciblemente no funcionaron. Los
americanos tenían una cantidad enorme de deuda y una creciente ansiedad. Naturalmente,
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lo que la gente hizo fue ahorrar los cheques que recibieron. Las cifras varían, algunos dicen
un 50% otros un 80% pero, en todo caso, se ahorró un porcentaje altísimo del monto de
dichos cheques, lo que no se tradujo en estímulos para la economía. Otros países, como
Japón, han tenido experiencias similares. Los gastos de guerra tampoco estimulan mucho a
la economía. Cuando contratamos a un contratista filipino en Irak, tal vez ayude a la
economía filipina o iraquí, pero no a la estadounidense.
Todos estos son ejemplos de gastos que en realidad no se aprovechan para estimular la
economía.
Hay que apuntar a beneficios económicos duraderos, a largo plazo. Hay gastos que a corto
plazo benefician la economía y otros que tienen un efecto más duradero, en los cuales hay
que centrarse. En este último tipo de gastos es donde el plan de Obama es bastante bueno.
El invertir en educación, en tecnología “verde” o en infraestructura son cosas en las que, de
cualquier modo, habríamos tenido que gastar en el futuro. La idea es usar la actual crisis
económica como una oportunidad para aumentar la cuenta de “activos” de la economía.
Todas las compañías piden créditos. Compran buenas maquinarias que incrementan la
productividad de la empresa. En su contabilidad reflejan un pasivo (el crédito), pero en los
activos se refleja el incremento en la productividad (mayores ventas o mayor inventario). La
economía funciona de la misma forma. Queremos gastar el dinero en algo que incremente
nuestra cuenta de activos. Yo siempre he dicho que los mercados financieros no entienden
ni de contabilidad ni de riesgos, y eso lo hemos visto durante esta crisis, pero además
tampoco entienden cómo funcionan los déficits. Lo que debiera preocuparnos no es si se
gasta a déficit o no sino más bien en qué se gasta el dinero y si este gasto se traduce en
algún activo para la economía. Si tuviésemos un buen sistema contable tendríamos una
cuenta de activos que reflejen los gastos en educación, tecnología y carreteras y otra de
pasivos en que se refleje la deuda. Podríamos decir entonces que nuestros activos han
aumentado producto de nuestros gastos. En la guerra de Irak, por ejemplo, hemos gastado
un par de miles de millones de dólares, los cuales son todos pasivos porque los pedimos
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prestados, pero no hay nada que podamos incluir en nuestros activos. Han sido sólo gasto
sin ninguna partida que lo compense en la contabilidad de la economía. En este caso, el país
se ha debilitado como consecuencia.
Los “estabilizadores automáticos” de los cuales yo soy gran partidario. Hay muchísima
incertidumbre sobre el futuro. Nadie sabe exactamente lo que va a pasar. Yo soy bastante
pesimista, pero hay gente que es más optimista que yo. Hay que reconocer que nadie tiene
una bola de cristal. Algunos tienen una bola de cristal más turbia que otros y algunos de los
que nos han guiado tenían una bola de cristal particularmente más opaca que la de los
demás. Pero esto quiere decir que hay que diseñar políticas que sean capaces de adaptarse
a las circunstancias cambiantes de la economía y a eso me refiero con los “estabilizadores
automáticos”. Ejemplos de estabilizadores automáticos son el aumento en los seguros de
desempleo y fuertes redes de seguridad social. Cuando hay mucha gente desempleada, el
estado les da más dinero para mantenerlos, el cual se gasta de inmediato y vuelve a la
economía. Mientras más seria es la caída, más gastos hay que hacer para estabilizar la
economía.
En los Estados Unidos cada Estado funciona con un sistema de presupuesto equilibrado,
esto es, sus gastos podrán ascender hasta el monto que reciban de sus contribuyentes por
concepto de recolección de impuestos. Una de las razones por las cuales soy pesimista es
que, a menos que ayudemos a los Estados y localidades, nuestra caída como país va a ser
incluso más profunda.
En el 2009 se espera que los estados tengan un déficit de 100.000 millones de dólares. Los
ingresos de los estados caerán ya que recolectarán menos impuestos de sus ciudadanos,
efecto de la caída de los precios de bienes raíces, menos salarios gravados con impuesto a la
renta etc. Los estados van a tener que reducir los beneficios que entregan a sus ciudadanos
por medio de seguros de desempleo o redes de seguridad social, lo que se traduce en un
estímulo negativo para la economía. Otra forma de verlo es que, los primeros 100.000
millones de dólares que gastemos cada año no serán para la promover la recuperación
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económica sino para impedir que las cosas empeoren. Si prestamos ese dinero a los estados
y localidades para que no reduzcan los beneficios a los trabajadores como consecuencia de
tener que equilibrar sus libros, es un estabilizador automático con el que vamos a cubrir la
disminución de ingresos de los estados para que puedan mantener sus gastos constantes,
entre ellos los pagos de estabilizadores automáticos como los seguros de desempleo.
Los efectos intertemporales. Queremos que la gente gaste dinero hoy. En el contexto de
una caída económica hay una tendencia natural a ser conservadores y a ahorrar. Pero si
todos ahorran más, se cae la economía. Se llama la “paradoja del ahorro”. Un ejemplo sería
otorgar un crédito tributario temporal a la inversión. Se le dice a la compañía que si invierte
más de lo que ha invertido en promedio en los últimos tres años, entonces el gobierno
pagará una cantidad sustancial de esa inversión incremental por medio de beneficios
tributarios. El gobierno le ayuda a costear el costo extra de esa inversión (y la incertidumbre
que genera), lo que alienta la inversión privada y aumenta la productividad de la empresa.
Si los beneficios se otorgan en forma temporal, el gobierno les dice a las empresas que
“ahora” es el momento de hacer esa inversión y, desde un punto de vista social es bueno ya
que los recursos están subutilizados y tiene sentido usarlos lo antes posible en vez de
hacerlo cuando están funcionando a capacidad completa.
El debate sobre las políticas a seguir
Estos son cuatro de los principios que yacen bajo un buen paquete de estímulos. Algunos
han sido incluidos en algunas de las propuestas y otros no se han incluido en ninguna.
Estados Unidos y otros países enfrentarán próximamente las siguientes 3 ó 4 polémicas. Aún
cuando todos seamos Keynesianos, todavía hay mucho debate sobre las políticas
económicas a seguir.
Primero, todos estamos de acuerdo en la necesidad de un estímulo. Mientras algunos ven la
enorme cantidad de deuda del país y tratarán de circunscribir el paquete de estímulo para
agrandarla lo menos posible, otros postularán que hay que gastar el dinero ahora y dentro
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de un par de años, cuando la deuda nacional sea un par de miles de millones de dólares más
grande, entonces será el momento de recortar el paquete de estímulos. El punto que quiero
destacar es que, si bien uno tiene que ir adaptando el estímulo a los cambios de
circunstancias, hay riesgos asimétricos. Si no estimula lo suficiente, el problema es que la
economía caerá y las empresas que quiebren ya no se rehabilitarán porque el gobierno
reconoce su error e inyecta más dinero a la economía. Otros países han sufrido este
fenómeno. Al momento en que su economía comienza a recuperarse, piensan que ha
llegado el momento de concentrase en el déficit. Al hacerlo, hunden doblemente a la
economía y caen en una recesión. Esto es algo que hay que tener en cuenta y va a ser muy
polémico.
Segundo, el rescate. Todos están de acuerdo que el rescate de Paulson ha sido muy mal
diseñado, no sólo en cuanto a su capacidad de estimular los flujos de crédito, que no
funcionó, sino en cuanto a la protección del contribuyente. En otras palabras, los
contibuyentes hicieron un “mal negocio”. No está claro si Hank Paulson estaba negociando
en beneficio de Wall Street o de los contribuyentes. Si lo hizo para estos últimos hizo un mal
trabajo. Si estaba negociando para Wall Street, su trabajo fue muy bueno. Esto es
importante porque estas pautas van a afectar al tamaño de nuestro déficit, a la deuda
nacional, ya que esto determinará qué porcentaje de pérdida asumimos nosotros y qué
porcentaje asumirá Wall Street. Hay algunos que dicen que no hay que renegociar. “Un
trato es un trato”, dice Paulson. Otros dicen que es fundamental que el dinero empiece a
circular. Wall Street entendió que había un “quid pro quo” y el Congreso no gastó 700
billones de dólares como un regalo a Wall Street o porque le tuviera lástima y quisieran
premiarle por su fantástica gestión del mercado financiero de Estados Unidos. No fue un
premio al buen comportamiento o un bono. La idea era que la economía del país reciba un
flujo de crédito y, si fracasa, hay que renegociar el rescate. Siempre estaremos cambiando
los términos de la relación. Antes los bancos sólo podían obtener créditos del sistema
Federal si tenían buenas garantías, tales como Bonos del Tesoro. Ahora con Bernanke les
están aceptando casi cualquier basura que den como garantía y esto es parte del programa
de rescate. Pero nosotros no debiéramos tener que aceptar esto. Está muy claro que dentro
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del marco de esta relación tan complicada entre el sector financiero y el gobierno se pueden
renegociar condiciones que sean más favorables para los contribuyentes americanos y aún
así podamos revitalizar los flujos de crédito.
Tercero, el rescate de la industria automotriz. Menciono esto porque son el tipo de
situaciones que pueden darse en otros países. La industria automotriz aprendió de los
mercados financieros cuando estos últimos fueron al Congreso armados con una pistola y le
dijeron “si no nos dan 700.000 millones de dólares la industria automotriz va a colapsar y
ustedes lo van a lamentar”. Y el Congreso se asustó. La industria automotriz pretendió hacer
lo mismo. Fueron al Congreso y le dijeron: “Si no nos dan 25.000 millones de dólares, la
industria automotriz se va a derrumbar y la economía de los Estados Unidos también se va a
derrumbar ya que uno de cada tres empleos depende de esta industria”. Lo que es aún más
increíble es que los representantes del sector hayan volado a Washington en sus aviones
privados sin ningún tipo de plan. El Congreso, que estaba siendo encañonado, les dijo que
no y que tenían que mejorar sus propuestas y planes. Lo que quiero decir con todo esto es
que el problema se ha enfocado mal. No se trata de si vamos a salvar o no a la industria
automotriz, se trata de si vamos a rescatar o no a los dueños de esta industria, a los
inversores. ¿Quién paga? Es lo mismo que pasó en México, Argentina o el Sureste Asiático.
El rescate en México no rescató a México, rescató a los inversores de Wall Street que
compraron bonos mexicanos que perdieron todo su valor. Antes, si uno compraba un activo
y éste se desvaloraba, se asumían las consecuencias y se perdía la inversión. Pero la nueva
teoría es que si suficiente gente compra malos activos, se van a Washington y le dicen
“rescátenme”. Entonces se le puso el nombre de otra persona a esos valores y fueron los
contribuyentes mexicanos los que tuvieron que devolverle el dinero al Fondo Monetario
Internacional y al Tesoro de los Estados Unidos.
Ésta no es la primera crisis financiera ni el primer rescate. Esto ha pasado cada dos años y
tiene una trayectoria comprobada. El rescate de la industria automotriz tiene el mismo
problema. No se trata de si vamos o no a darles dinero para ayudar a reestructurar la
industria automotriz, que de una forma u otra seguramente lo haremos, se trata de si vamos
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o no a rescatar a los accionistas y tenedores de bonos de dichas empresas o de si el dinero
de los contribuyentes se usará para lo que realmente debiera usarse ese dinero que es la
reestructuración de la industria automotriz.
Cuarto, la regulación. Ya se pueden oír comentarios en el sentido de “hay que tener
cuidado y no dejar que el péndulo se vaya al otro extremo” o “hay que pensar en el espíritu
de la innovación”. Wall Street fue muy innovadora y por eso estamos en este lío. Ellos
hicieron “arbitrajes” regulatorios, contables, tributarios etc. Fue una forma muy astuta de
evitar el impacto de las regulaciones, cumplir con las normas contables y de aumentar sus
ganancias. Lo interesante del caso es que los gerentes, directores y otros altos ejecutivos
tuvieron muy buena suerte y les fue muy bien, pero dejaron a los accionistas sumidos en un
desastre, y qué decir de la economía del país.
Pero esta no es la forma en la que tendrían que haber innovado. Hablemos de los
verdaderos riesgos. El riesgo de un propietario de una casa que quiere vivir en ella y
quedarse ahí. El crear un producto hipotecario que aísle al dueño de las incertidumbres
producidas por las fluctuaciones de precios, tasas de interés o simplemente de los caprichos
del mercado. 3.600.000 americanos han perdido sus casas y hay millones más que están en
riesgo de perderlas. Hay 12 millones de americanos para los cuales el valor de su hipoteca es
mayor que el valor de sus casas. Ellos no innovaron de forma que hubiesen podido
mejorarle la vida a muchos. Cuando Argentina creó el innovador bono que protegía a los
tenedores de las fluctuaciones del PBI y ayudaba a gestionar el riesgo de la volatilidad en el
crecimiento del PBI, fue recibido con mucha resistencia. Cuando yo formaba parte del
gobierno de Clinton tratamos de fomentar la idea de un bono indexado que protegiera a los
tenedores del riesgo de la inflación, que es incierta. Esto además daba a la gente la
seguridad de saber cuánto tenían realmente para su jubilación, ya que el riesgo de la
inflación estaría cubierto con el bono. Pensamos que generaría ingresos para el gobierno y
además disminuiría la incertidumbre para los tenedores. Lo aprobamos, pero hubo una
resistencia masiva de parte de Wall Street. Se resistieron a este tipo de innovación que, en
teoría económica y en la práctica, sí aumentó el bienestar. ¿Y cuál fue el argumento para
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oponerse? Decían que la gente lo iba a comprar y luego guardar para su jubilación, en vez
de vender. Para nosotros eso era algo bueno porque ya no había más costos de transacción.
Pero Wall Street hace sus utilidades comprando y vendiendo estos instrumentos en el
mercado secundario y cobrando costos de transacción. Por lo tanto a ellos no les convenía.
Ha habido otros casos de resistencia a la innovación, por ejemplo los bonos hipotecarios
daneses, la manera estándar de financiar las hipotecas en Dinamarca. Ha habido resistencia
a la innovación en muchas partes del mundo. Desde mi punto de vista, si diseñamos las
regulaciones correctamente, tendremos una economía más estable e innovadora porque la
innovación será para mejorar la productividad de la economía y el bienestar de las personas.
El hecho es que los mercados financieros fracasaron en realizar su función central que es
gestionar riesgo y asignar capital. Se asignaron equivocadamente cientos de miles de
millones de dólares. No hay ningún gobierno que, en tiempos de paz, haya malgastado a tal
escala y además, haya creado tantos riesgos. Lo más sorprendente es que no realizaron
ningún tipo de función social con las asignaciones de capital que hicieron, pero sus
beneficios propios fueron enormes, se premiaron ellos mismos. Por supuesto que hubo una
parte del sector que sí hizo un bien social importante. Me refiero a los capitales de riesgo o
empresas de “venture capital”, pero la verdad es que son pequeñas fracciones. Con las
tarjetas de crédito se diseñaron formas para cobrarle al usuario intereses usureros.
Rápidamente descubrieron que había mucho dinero en la base de la pirámide y buscaron las
formas para subirlo lo más rápidamente posible a la cumbre, y lo lograron.
Necesitamos un verdadero sistema regulatorio que no sólo se centre en la seguridad y
solidez, sino que también mejore la competencia, la protección al consumidor, la innovación
y que ayude a la sociedad y le sirva mejor.
Algunas lecciones generales
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Primero, debemos señalar que ha habido cambios fundamentales en la filosofía económica.
El Consenso de Washington ha muerto, aunque tal vez el 15 de Septiembre no sea la fecha
exacta de defunción. Todos sabíamos que tenía fallas y es muy difícil que alguien lo
defienda, pero sin duda van a haber intentos de revivirlo. La esperanza será que la gente se
olvide de la crisis dentro de un par de años, pero debemos tener claro que sus bases
intelectuales fueron minadas hace 25 años. No estaba basada en argumentos de ciencia o
teoría económica, fue básicamente una ideología cuyos defectos son muy patentes y claros
hoy en día. Uno de los problemas que tuvo el Consenso de Washington, que inclusive los
mismos creadores de la idea han evidenciado, es que no prestó suficiente atención a la
desigualdad y la cohesión social. Ésta es una parte importante de la historia económica, y no
sólo de la social. Uno no puede tener un crecimiento sostenido y estabilidad social y política
si tiene un alto nivel de desigualdad, lo que se ha visto en tantos países de Latinoamérica y
se ve crecientemente en Estados Unidos.
Segundo, uno de los aspectos normales de lo que se suponía era “buena política” -que el
FMI y otros han fomentado - es que hay que dejar que los bancos centrales se enfoquen en
la inflación y en buscar políticas para atacarla. Creo que muchos de los problemas de
Estados Unidos y el mundo se deben a que han fallado las políticas del Banco Central. Se han
concentrado en la inflación pero no se dieron cuenta que, mientras hacían eso, el resto del
sistema financiero se estaba cayendo y desarmando. Parecían creer que mantener la
inflación baja era necesario, e incluso suficiente, para tener un crecimiento económico
fuerte, lo que estaba totalmente equivocado. Por supuesto que uno no puede tener una
economía estable si hay hiperinflación, pero el problema no es ese sino que hay que ver la
estructura de la economía de una manera más amplia. Entre las cosas que hay que ver es la
estructura del sector financiero. Ésta era su responsabilidad. La combinación de una mala
política de monitoreo con la falta de regulación fue absolutamente devastadora. La buena
noticia es que hasta el propio gurú del fundamentalismo de mercado, Alan Greenspan,
admitió que hubo una falla en su razonamiento. Un falla que ahora le cuesta al mundo un
precio carísimo. Pero tendría que haberlo visto. La teoría y la experiencia económica lo
habían explicado desde hacía mucho tiempo.
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Permítanme aquí referirme a un tema adicional. El Departamento del Tesoro ha expuesto a
los contribuyentes americanos a miles de millones de dólares de riesgo al asumir los activos
malos (tóxicos) de los bancos. Lo ha hecho de manera poco transparente, y la baja en los
resultados del Departamento del Tesoro fue multimillonaria. Además se ha resistido a la
aplicación de la Ley de Libertad de Información. La gente pregunta ¿qué son estos activos
que se están comprando?; ¿qué precios se están pagando?; ¿qué términos se están
estableciendo? Pero se ha resistido a dar esa información. Los Estados Unidos dan discursos
en el mundo sobre la transparencia, discursos que encuentro muy buenos, pero me gustaría
que prestáramos más atención a éstos desarrollos. Me parece que si se está gastando tanto
dinero con tan poca supervisión y transparencia, es difícil lograr una reconciliación con los
principios democráticos básicos.
Tercero. Quisiera señalar que nosotros tenemos varios acuerdos de comercio, tales como el
del World Trade Organization-WTO y el North American Free Trade Agreements-NAFTA y la
filosofía de fondo de estos acuerdos es el mismo tipo de fundamentalismo de mercado. Para
ser claro, los tratados bilaterales de libre comercio no son de libre comercio, son de
comercio “manejado”. Suena mejor decir “TLC” que “TCM”. ¿Y manejado para qué? Para
satisfacer los intereses económicos especiales de los Estados Unidos. La filosofía económica
detrás de estos acuerdos de libre comercio tiene que ver con el fundamentalismo de
mercado y se ve claramente en el Acuerdo de Servicios Financieros del WTO. En éste, se
restringe a los gobiernos el establecer mayores regulaciones, incluso si se otorga el mismo
tratamiento a nacionales y extranjeros, es decir, si se trata a todos igual. Por lo tanto ahí se
da la especial ironía de que los líderes del G-20 se encuentran con que necesitan más
regulaciones pero no pueden volver al proteccionismo, pero si se define el proteccionismo
en los acuerdos, entonces una mayor regulación sería más protección y existen en estos
acuerdos muchas cosas que vamos a lamentar. Por ello ciertamente debemos revisar estos
acuerdos antes de expandirlos.
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Cuarto, necesitamos reformar la “globalización”. Esta crisis “hecha en los Estados Unidos” se
ha extendido por todo el mundo. Los países en desarrollo se van a ver afectados, pero no
tienen los recursos que necesitan para implementar políticas sociales y fiscales
contracícilicas. La manera como hemos entregado ayuda en el pasado, por medio del BM y
el FMI ha impuesto muchas condiciones que atentaban contra las democracias y que se ha
demostrado contraproducente para resolver los problemas económicos subyacentes. Por
ello me parece que puede ser un buen momento para revisar muchos de los principios de la
globalización, incluyendo nuestras instituciones mundiales. Ha quedado patente que el FMI
no ha podido tomar las medidas para prevenir este tipo de coyunturas y sus desequilibrios.
La razón es obvia, los desequilibrios mundiales, la desregulación y los problemas se
originaron en los Estados Unidos. Por lo tanto era imposible para el FMI. Si hay que echarle
la culpa al FMI también hay que culpar a la estructura de votos detrás de esta entidad.
Además nos encontramos con la situación de que los países que tienen derecho a voz no
tienen dinero y los países con dinero no tienen derecho a voz. No hemos adaptado estas
instituciones a la velocidad con que ha cambiado el mundo. Espero que tomemos esta
ocasión para comenzar a repensar seriamente la arquitectura financiera mundial. Hace 10
años, con ocasión de la crisis asiática, comenzamos a discutir una posible reforma de esta
arquitectura financiera, pero muchos pensaron que hablando en este complicado lenguaje
por un tiempo suficiente se ganaría tiempo para que, una vez que la crisis se acabara, el
problema se olvidara y no fuera necesario introducir cambio alguno. Lo triste del caso es
que va a ser una crisis prolongada; espero que no perdamos la oportunidad que esta crisis
nos ofrece para hacer las reformas necesarias y así crear un mundo más próspero,
equitativo y más sólido.
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CODIGO DE ETICA PARA ECONOMISTAS ACADEMICOS
Por Sewell Chan. / 30 de diciembre de 2010
WASHINGTON. Cuando el profesor de economía Darrell Duffie escribió en colaboración un
libro que proponía una revisión de las regulaciones de Wall Street, omitió referir que
formaba parte del directorio de Moody’s, la agencia de calificación de crédito.
Al escribir sobre economía, Laura D’Andrea Tyson, una ex asesora del presidente Bill Clinton
que trabaja como profesora en la Universidad de California, Berkeley, no suele mencionar
que es directora de Morgan Stanley.
Y la página web institucional de Richard H. Clarida, profesor de Columbia que fue
funcionario del Tesoro durante la presidencia de George W. Bush, omite su desempeño
como vicepresidente ejecutivo de Pimco, el mayor fondo de bonos.
Los economistas académicos, particularmente los que participan activamente de los debates
sobre políticas en Washington y Wall Street, se enfrentan en la actualidad a un fuerte
escrutinio en sus actividades externas. Fuertemente criticados, incluso por una popular
película, los líderes de la Asociación de Economía Americana –la mayor sociedad mundial
para economistas, fundada en 1885– están considerando adoptar un código de ética,
medida que muchas otras profesiones tomaron hace tiempo.
La propuesta, que aún no fue anunciada al público ni a los 17.000 miembros de la
Asociación, es en parte una respuesta al documental estrenado en octubre, Inside Job, que
expone a los principales economistas académicos por sus lazos como consultores, asesores
o directores corporativos en Wall Street.
Las universidades y escuelas de medicina tienen estrictos requisitos de divulgación y
políticas de conflictos de interés para científicos, ingenieros y médicos desde hace años, y
las principales sociedades profesionales de politólogos, sociólogos y psicólogos ya han
adoptado códigos de ética.
En el encuentro anual de la Asociación de Economía Americana, que tendrá lugar la semana
próxima en Denver, el comité ejecutivo aceptará una propuesta para “considerar el rol de la
asociación en relación a los estándares éticos para los economistas”, de acuerdo con la
agenda interna del comité, obtenida por New York Times.
El presidente de la asociación, Robert E. Hall, de Stanford, no explicó la propuesta ni
manifestó su opinión al respecto.
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“Al igual que mis predecesores, soy escéptico en cuanto a la posibilidad de la Asociación de
evitar errores éticos que sus miembros cometan fuera de ella”, escribió en un e-mail. “De
todos modos, sería beneficioso discutir el tema en la organización”.
Se espera que la propuesta genere una gran cantidad de interrogantes: ¿Se les debe exigir a
los economistas que revelen las finanzas de quién investigan, como muchas revistas
especializadas requieren? ¿Deben revelar a qué clientes corporativos asesoran, quiénes los
consultan o a quiénes les dan discursos? ¿Deberían poder desempeñarse como directores
corporativos u oficiales, como muchos profesores de negocios y finanzas hacen?
De acuerdo con numerosos académicos, hace tiempo que se necesita una discusión de estas
características.
“Me alegra que la Asociación lo acepte”, afirmó Dale W. Jorgenson, ex presidente de la
asociación y profesor de Harvard desde hace muchos años (fue el director de tesis de Ben S.
Bernanke, el actual presidente de la Reserva Federal). “Espero que tomen una postura
activa”.
El profesor Jorgenson sostuvo que los economistas académicos se han quedado rezagados
con respecto a otros profesionales en lo que a la transparencia se refiere, y que deberían
seguir el ejemplo de las ciencias biomédicas, donde el dinero obtenido del sector privado
está sujeto a estrictas reglas de divulgación. Sin embargo, otro ex presidente de la
asociación, Robert E. Lucas Jr., manifestó que las universidades eran más apropiadas para
manejar el tema.
“Es bueno comenzar a tratar este tópico públicamente, pero no estoy de acuerdo con la
idea de la Asociación de Economía Americana encargándose de ello”, dijo Lucas, premio
Nobel de la Universidad de Chicago.
Y agregó: “Lo que disciplina la economía, como cualquier otra ciencia, es que tu trabajo no
pueda ser duplicado. Se mantiene en vigencia o no. Las motivaciones y todo lo demás son
secundarias”.
Desde fines del siglo XIX, momento en que la economía surgió como disciplina moderna, sus
practicantes se han resistido a adoptar códigos de ética formales, sostiene George F.
DeMartino, economista de la Escuela Josef Korbel de Estudios Internacionales, de la
Universidad de Denver.
En el libro El juramento del economista (The Economist’s Oath: On the Need for and Content
of Professional Economic Ethics), que será publicado en enero, DeMartino describe las
preocupaciones existentes sobre la influencia de los negocios en la investigación económica,
que datan de 1920, y cita múltiples advertencias de la Asociación sobre la necesidad de un
código de conducta, todas rechazadas.
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Luego de un fuerte debate en 1994, el comité decidió no tener la capacidad de juzgar
correctamente conflictos éticos y planteó que un mecanismo justo para resolver las quejas
sería difícil de establecer. Además, sugirió que una iniciativa como tal daría como resultado
demandas y sería ineficaz debido a la falta de sanciones para los que violaran las normas.
“Puedo pensar en reglas para casos específicos de conflictos de interés, pero eso no alcanza
para todos los desafíos éticos a los que se enfrentan los economistas”, afirmó DeMartino.
Lo que resulta claro, es que la película sacudió a la profesión.
“Esto podría llamarse el efecto Inside Job”, manifestó David H. Autor, profesor de M.I.T. y
miembro sin derecho a voto del comité, que no escuchó todavía sobre la propuesta.
“Claramente, el mensaje de la película fue que las personas venden su reputación
académica para favorecer los intereses de individuos con dinero y de las instituciones”.
La película critica especialmente a R. Glenn Hubbard, decano de la Escuela de Negocios de
Columbia y director de MetLife; Frederic S. Mishkin, profesor de la misma universidad que
asesora a firmas de inversores; y Martin S. Feldstein, profesor de Harvard que renunció al
directorio del American International Group, el gigante asegurador, luego de su rescate
financiero por parte de la Reserva Federal y el Tesoro Nacional.
Todos tuvieron puestos de alto nivel. El profesor Feldstein fue director del Consejo de
Asesores Económicos durante la presidencia de Ronald Reagan, el mismo puesto que
Hubbard tuvo durante la presidencia de Bush. Mishkin fue gobernador de la Reserva
Federal.
De acuerdo con Hubbard, la propuesta de la asociación “parece una muy buena idea”; y las
palabras de Mishkin fueron: “Apoyo fuertemente la clarificación de los estándares de
divulgación, ya que una mayor transparencia beneficiará al público y a la profesión”
(Feldstein dijo que no podía discutir su trabajo para A.I.G. por recomendación de sus
abogados).
Un reciente trabajo de Gerald Epstein y Jessica Carrick-Hagenbarth de la Universidad de
Massachusetts, Amherst, reveló que muchos economistas financieros, que tuvieron peso en
la ley de reforma de Wall Street firmada en julio, no revelaron potenciales conflictos de
interés.
Como ejemplo, citaron a Duffie, quien escribió junto con Mishkin El informe del lago Squam,
un volumen con recomendaciones sobre reformas financieras que se publicó en junio.
“Mirando hacia atrás, fue probablemente un descuido no haber mencionado que además de
hablar con reguladores tenemos afiliaciones con jugadores de la industria de los servicios
financieros”, aclaró Duffie.
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Otros afirmaron que no encuentran ningún problema con sus diferentes roles. El profesor
Clarida, de Columbia, dijo que sus experiencias en el Tesoro y Pimco “elevaron su trabajo
académico y su efectividad en las aulas”.
Tyson, quien se desempeña como asesor no remunerado de la administración Obama,
manifestó: “Si todo fuera revelado, no habría razón para que a un economista con
asociaciones en el sector privado le fuera prohibido opinar en temas de política económica”.
Pero mientras que numerosos economistas revelan su trabajo corporativo en sus páginas
web, otros no lo hacen. El profesor Clarida ofreció una copia de su currículum que contiene
su trabajo en Pimco, sin embargo, su página web presenta una versión anterior que no lo
menciona.
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TRIBUNA: Laboratorio de ideas JOSEPH STIGLITZ
CONTRA TODA ESPERANZA, LA ESPERANZA DE 2011
JOSEPH STIGLITZ 16/01/2011
Ha llegado el momento de adoptar decisiones para el nuevo año, de reflexionar. Cuando el
año anterior no ha ido demasiado bien, es un momento para abrigar la esperanza de que el
próximo sea mejor.
Para Europa y Estados Unidos, 2010 fue un año de decepción. Ya han pasado tres ejercicios
desde el estallido de la burbuja y más de dos desde el desplome de Lehman Brothers. En
2009, dimos un paso atrás al borde de la depresión y 2010 había de ser el año de transición:
cuando la economía volviera a ponerse en pie, se podría disminuir suavemente el gasto en
estímulo.
Se pensaba que el crecimiento podía aminorarse ligeramente en 2011, pero sería un
pequeño bache en el camino a una recuperación sólida. Entonces podríamos volver la vista
atrás y considerar la "gran recesión" una pesadilla; la economía de mercado, respaldada por
una actuación gubernamental prudente, habría demostrado su resistencia.
En realidad, el ejercicio de 2010 fue una pesadilla. Las crisis de Irlanda y Grecia pusieron en
tela de juicio la viabilidad del euro e hicieron pensar en la posibilidad de una suspensión del
pago de la deuda. En los dos lados del Atlántico, el desempleo siguió pertinazmente
elevado, en el 10%, aproximadamente. Aunque el 10% de las familias hipotecadas en
Estados Unidos ya habían perdido sus viviendas, el ritmo de las ejecuciones hipotecarias
parecía ir en aumento... o habría ido, de no haber sido por la maraña jurídica que inspiró
dudas sobre el tan cacareado "Estado de derecho" de Estados Unidos.
Lamentablemente, las decisiones del nuevo año adoptadas en Europa y en Estados Unidos
fueron erróneas. La reacción ante los fallos y el derroche del sector privado que habían
causado la crisis, ¡fue la de pedir austeridad al sector público! La consecuencia será, casi con
toda seguridad, una recuperación más lenta e incluso una mayor demora antes de que el
desempleo baje hasta niveles aceptables.
También habrá una disminución de la competitividad. Mientras que China ha mantenido en
marcha su economía haciendo inversiones en educación, tecnología e infraestructuras,
Europa y Estados Unidos han estado reduciéndolas.
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Se ha puesto de moda entre los políticos predicar las virtudes del dolor y del sufrimiento,
seguramente porque quienes sufren las consecuencias son quienes apenas tienen voz y
voto: los pobres y las generaciones futuras. Para poner en marcha la economía, algunos
habrán de sufrir un poco, en efecto, pero la cada vez más sesgada distribución de la renta da
una idea clara de quiénes serán: aproximadamente, una cuarta parte de toda la renta de
Estados Unidos corresponde al 1% superior, mientras que la renta de la mayoría de los
americanos es inferior hoy a lo que era hace doce años. Dicho de forma sencilla, la mayoría
de los americanos no se beneficiaron de lo que muchos llamaron la "gran moderación", pero
fue, en realidad, la "madre de todas las burbujas". Así, pues, ¿se debe hacer pagar aún más
a víctimas inocentes y a quienes nada ganaron de la falsa prosperidad?
Europa y Estados Unidos tienen las mismas personas con talento, los mismos recursos y el
mismo capital que tenían antes de la recesión. Pueden haber valorado excesivamente
algunos de sus activos, pero estos siguen, en general, ahí. Los mercados financieros privados
cometieron equivocaciones en gran escala al colocar el capital durante los años anteriores a
la crisis y el despilfarro resultante de la subutilización de los recursos ha sido mayor incluso
desde que comenzó la crisis. La cuestión es cómo poner de nuevo a trabajar dichos recursos.
La reestructuración de la deuda -amortizar las deudas de los propietarios de viviendas y, en
algunos casos, las de los gobiernos- será fundamental. Tarde o temprano, se hará, pero el
retraso resulta muy costoso... y en gran medida innecesario.
Los bancos nunca han querido reconocer sus créditos fallidos y ahora no quieren reconocer
las pérdidas, al menos no hasta que puedan recapitalizarse mediante sus beneficios
comerciales y el gran margen entre sus altos tipos de interés y los mínimos costos de su
endeudamiento. El sector financiero presionará a los gobiernos para lograr el pago
completo, aunque provoque un despilfarro social en gran escala, un enorme desempleo y
un gran sufrimiento social... e incluso cuando sea consecuencia de sus errores en la
concesión de créditos.
Pero, como sabemos por experiencia, no se acaba la vida después de la reestructuración de
la deuda. Nadie desearía a cualquier otro país el trauma por el que pasó la Argentina en
1999-2002, pero este país también padeció en los años anteriores a la crisis -años de
rescates por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de austeridad- a consecuencia
de un enorme desempleo y tasas de pobreza y crecimiento bajo o negativo.
Desde la reestructuración de la deuda y la devaluación de su divisa, la Argentina ha tenido
años de crecimiento del PIB extraordinariamente rápido, de casi el 9% por término medio de
2003 a 2007. En 2009, la renta nacional era el doble que en el peor momento de la crisis, en
2002, y más del 75% más que en el momento mejor del periodo anterior a la crisis.
Asimismo, la tasa de pobreza de la Argentina se ha reducido en unas tres cuartas partes en
relación con el momento peor de su crisis y este país capeó la crisis financiera mundial
mucho mejor que Estados Unidos: el desempleo es elevado, pero, aun así, no supera el 8%.
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Solo podríamos conjeturar lo que habría ocurrido, si no hubiera aplazado el día del juicio
final durante tanto tiempo... o si hubiese intentado retrasarlo aún más.
Así, pues, esta es mi esperanza para el nuevo año: que dejemos de prestar atención a los
supuestos magos financieros que nos metieron en este embrollo -y que ahora piden
austeridad y una reestructuración retardada- y empecemos a usar un poco el sentido
común. Si tiene que haber sufrimiento, el mayor deben arrostrarlo los responsables de la
crisis y quienes más se beneficiaron de la burbuja que la precedió.
http://www.elpais.com/articulo/primer/plano/toda/esperanza/esperanza/2011/elpepue
coneg/20110116elpneglse_3/Tes
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EL MITO DE LA COMPETENCIA
Por Paul Krugman.
23 de enero de 2011
Les presento el nuevo término de moda, que no es otro que el viejo término de moda. Antes
de su discurso anual al Congreso, el presidente Obama delineó su tema principal: la
competitividad. El Consejo Asesor para la Recuperación Económica fue rebautizado como
Consejo Presidencial de Empleo y Competitividad. Y en su mensaje radial de los sábados,
Obama declaró: “Podemos superar en competencia a cualquier nación del mundo”.
Estas pueden considerarse políticas inteligentes. Hay que reconocer que Obama recuperó
un viejo cliché en nombre de una buena causa, como manera de persuadir sobre un
necesario aumento en la inversión pública frente a una audiencia fuertemente adoctrinada
en la idea de que el gasto público es negativo.
No nos engañemos: hablar sobre competitividad como meta es incorrecto. Lo mejor que
puede pasar es que sea un diagnóstico equivocado de nuestros problemas. Lo peor, que
fomente políticas basadas en la falsa idea de que lo que es bueno para las corporaciones es
bueno para los Estados Unidos.
Con respecto a este diagnóstico equivocado, ¿qué sentido tiene responsabilizar a la falta de
competitividad por nuestros actuales problemas?
Es cierto que habría mayor cantidad de puestos de trabajo si exportáramos más e
importáramos menos. Pero lo mismo ocurre en Europa y Japón, que tienen economías
deprimidas. Con todo, resulta imposible exportar más e importar menos, a no ser que
encontremos otro planeta al que venderle. Podría alegarse que China disminuyó su
superávit comercial, pero si Obama pretende una confrontación con ese país, al menos
debería ser más claro al respecto.
Asimismo, mientras que los Estados Unidos presentan déficit comercial, es menor que el
que había a comienzos de la Gran Recesión. Sería conveniente reducirlo aún más, pero, en
todo caso, la causa de que estemos en apuros es que tuvimos una crisis financiera, no que
las compañías estadounidenses hayan perdido su capacidad para competir con rivales
extranjeros.
¿Sirve de algo pensar nuestra nación como América Inc., compitiendo en el mercado global?
No.
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Si consideramos que un líder que aumenta las ganancias a través del recorte de su mano de
obra es exitoso, esto es similar a lo que ha pasado en los Estados Unidos en el último
tiempo. El empleo se reduce pero las ganancias alcanzan nuevos récords. ¿Quién puede
considerar esto como éxito económico?
El discurso sobre la competitividad puede ayudar a disminuir las críticas de quienes
consideran a Obama como antinegocios. No está mal, siempre y cuando el presidente se dé
cuenta de que los intereses de las corporaciones americanas y los del país, que nunca
fueron los mismos, están hoy más alineados que nunca.
Tomemos como ejemplo el caso de General Electric, cuyo gerente ejecutivo, Jeffrey Immelt,
fue recientemente nombrado director del Consejo Asesor. No tengo nada en contra de
General Electric ni del señor Immelt, pero considerando que dicha compañía tiene menos de
la mitad de sus trabajadores en EE. UU. y menos de la mitad de sus ingresos provienen de
operaciones americanas, su fortuna poco tiene que ver con la prosperidad de este país.
Por otra parte, hay quienes creen que el nombramiento de Immelt se debió a que
representa a una empresa que fabrica cosas, y no a una financiera sin escrúpulos. Lamento
arruinar la ilusión, pero en la actualidad General Electric gana más por sus operaciones
financieras que por la manufactura. De hecho, General Electric Capital, que recibió una
garantía del gobierno por su deuda, fue una de las más beneficiadas con la caída de Wall
Street.
Entonces, ¿qué significa para la política económica este apoyo por parte de la
administración Obama a la retórica de la competitividad?
Como dije, la interpretación favorable es que este discurso no sea más que el disfraz de una
estrategia económica centrada en la inversión pública, que trate de crear nuevos puestos de
trabajo para promover el crecimiento a largo plazo. La interpretación negativa es que
Obama y su entorno crean que la economía está en crisis debido a medidas muy duras para
el comercio, y que el remedio para Estados Unidos sea la reducción de impuestos a las
corporaciones y una desregulación generalizada.
Me inclino por la primera opción. Y me alegraría que el presidente propusiera un serio
aumento en el gasto en infraestructura y en educación.
Sin embargo, aun cuando Obama proponga buenas políticas, la necesidad de disfrazarlas
con metáforas negativas habla mal del estado de los discursos en el país.
La crisis financiera de 2008 fue un momento de aprendizaje, una lección sobre lo que puede
salir mal cuando se deja a la economía de mercado regularse a sí misma. No hay que olvidar
que economías fuertemente reguladas, como la alemana, tuvieron más éxito que la nuestra
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en mantener el empleo luego de la crisis. Así y todo, la lección vino y se fue sin haber dejado
ninguna enseñanza.
A Obama le está yendo bien: su grado de aprobación va en aumento, la economía muestra
signos de recuperación y suena la posibilidad de una reelección. Pero la ideología que
provocó el desastre económico de 2008 ha regresado, y parece que va a quedarse hasta un
nuevo desastre.
Corrección: 25 de enero
En la columna del lunes, Paul Krugman dijo que General Electric obtiene más de la mitad de
sus ganancias a partir de servicios financieros. Si bien antes de la crisis estos servicios
generaban aproximadamente la mitad de las ganancias de la compañía, aquel segmentó
disminuyó en importancia desde entonces.
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ENTREVISTA: OLIVIER DE SCHUTTER relator de la ONU para el derecho a la
alimentación
"El hambre es un problema político"
ÓSCAR GUTIÉRREZ - Madrid - 17/03/2011
Consulta el blog '3.500 millones. Ideas irreverentes contra la pobreza'
Si la crisis alimentaria tuviera receta no podrían faltar como ingredientes la demanda por los
aires de países emergentes como China e India, los desastres meteorológicos -cambio
climático mediante- al este de Europa, o estos días en Australia, unas reservas de productos
agrícolas muy ajustadas, el cultivo de agrocombustibles, la acaparación de tierras... Y como
aliño, la especulación. La que, según Olivier de Schutter, relator de Naciones Unidas para el
derecho a la alimentación, no estira por sí sola los precios de los productos -en sus máximos,
según los datos de la FAO-, pero sí, de la mano de hedge funds, "conduce a reacciones de
pánico" en un mercado que ya tiene forma de burbuja. ¿Los perjudicados? Aquellos que, dice
este profesor de la Universidad de Lovaina (Bélgica), están en el último eslabón: pequeños
productores y consumidores. El Banco Mundial calcula que el alza de los precios de los
alimentos registrada desde julio ha empujado a la pobreza a otras 44 millones de personas.
Ahora bien, puntualiza De Schutter, alimentos hay para todos.
La FAO advierte de un nuevo
récord en el precio de los
alimentos
La crisis alimentaria lleva a 44
millones de personas a la pobreza
en apenas medio año
Adiós a la comida barata
ONU
(Organización de las Naciones Unidas)
Pregunta.- ¿Qué o quién está detrás de la
especulación
financiera
del
mercado
de
los
alimentos?
Respuesta.- La desregulación de los futuros de
productos agrícolas en el año 2000, que comenzó
con la Ley de Modernización de Futuros de
Materias Primas en Estados Unidos, llevó a la
A FONDO
entrada
Sede:
Nueva York (Estados Unidos)
Directivo:
Ban Ki-moon(Secretario General)
(hedge funds, fondos de pensiones) en los mercados
Ver cobertura completa
gradual
de
inversores
institucionales
de materias primas. Debido a que los inversores
institucionales
dominan
este
mercado,
la
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especulación que ha surgido está
incrementando la volatilidad e imprevisibilidad. Es un problema para los productores, que
tienen difícil anticiparse a la evolución de los precios, y para los países pobres que son
compradores netos de alimentos y cuya factura puede crecer de forma repentina por la
burbuja formada en el mercado de derivados.
Pregunta.- ¿Cómo funciona la especulación con los alimentos?
Respuesta.- Los especuladores activos en este sector apuestan por precios altos. Los
operadores de los mercados reales reaccionan y siguen estas indicaciones: primero retrasan
las ventas de las materias al tiempo que pujan por comprar; esto, siempre en un marco de
temor por precios más altos, lleva a crear una escasez artificial de productor y a anticipar
unos precios altos. Se convierte en una profecía autocumplida.
Pregunta.- Y si se rompe la burbuja...
Respuesta.- Si hay noticias de buenos cultivos, la burbuja puede explotar rápidamente. Es
lo que ocurrió en 2008. La tendencia a la baja sería entonces bastante significativa, aunque
en el medio-largo plazo habrá todavía una fuerte tendencia hacia precios altos por lo
ajustado del suministro y el incremento de la demanda.
Pregunta.- ¿A quién beneficiaría esa explosión?
Respuesta.- Es positivo para los países importadores, pero supone una pérdida de ingresos
para los exportadores. Lo que interesa son los productores y consumidores. Y ni los
pequeños agricultores se benefician siempre de los altos precios, porque están en el eslabón
de la cadena más débil, ni los consumidores de la bajada de precios porque las empresas
importadoras o los pequeños comercios no los trasladan al mercado. Dependerá por lo tanto
de cómo la cadena de alimentos sea o no regulada y de lo que seconoce comopolítica
económica del sistema de alimentación.
Pregunta.- Usted ha defendido la regulación del mercado. ¿De dónde vendría esa
regulación?
Respuesta.- El G20 podría enviar una señal fuerte en muchas direcciones. Primero, podría
promover la creación de reservas de alimentos a nivel regional para limitar la volatilidad de
los precios y mantener los ingresos de los agricultores al tiempo que protege a los
consumidores de los picos de los precios. En segundo lugar, podría llevar a que las
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economías hagan una clara distinción entre inversores privados, que utilizan el mercado de
derivados para sortear los riesgos, y los institucionales, que los usan simplemente para ganar
a corto plazo en manada, comprando por las expectativas del vecino. Y en tercer lugar podría
llevar, siguiendo la ley de protección al consumidor firmada por Obama en julio de 2010, a
que las economías limitasen la participación de un inversor institucional en una sola materia
para así asegurar que no influyan en su precio.
Pregunta.- Según datos de la FAO, el precio de los alimentos ha alcanzado un récord en
marzo y esto no es solo por la especulación.
Respuesta.- La causa más inmediata es el impacto del clima -las sequías en Ucrania y
Kazajistán, inundaciones en Pakistán y en Australia, también en Sudáfrica y Lesotho, fuertes
lluvias en Canadá-, alteraciones de los patrones del tiempo a causa del cambio climático. Y
esto, en contra de una tendencia de crecimiento de la demanda, seguido de mandatos para la
producción y consumo de agrocombustibles en las economías de la UE o EE UU, que usa un
38% de su cultivo de maíz en la producción de etanol, algo muy problemático en estos
tiempos de crisis.
Pregunta.- ¿Cómo se puede frenar la escalada de precios?
Respuesta.- Con más transparencia en los mercados para limitar el impacto de la
especulación. Necesitamos reinvertir en agricultura y ofrecer incentivos a los agricultores
para que produzcan, se organice el mercado y se les garanticen precios relativamente
estables. Tenemos que cambiar a un sistema agrícola más resistente a los fenómenos
climáticos. Y debemos esperar precios del petróleo más bajos: los precios de los alimentos
siguen muy de cerca a los del petróleo.
Pregunta.- Hemos tratado de explicar las revueltas en el mundo árabe, en parte, por el alza
de los precios de sus alimentos, pero hay regiones más vulnerables...
Respuesta.- Países como Haití, Afganistán y Mongolia están particularmente en riesgo -y,
por supuesto, Corea del Norte, aunque por razones muy diferentes. Los países africanos se
han beneficiado de unas cosechas en 2010 relativamente buenas y no afrontan un riesgo
inmediato, ni siquiera Níger, generalmente en peligro. Los países que importan la mayor
parte de la comida que necesitan son más vulnerables. Los menos desarrollados compran el
20% de sus alimentos, y su factura se ha multiplicado por cinco o seis desde los años 90. Esta
dependencia de los mercados internacionales es muy peligrosa.
Pregunta.- La producción de cereales en 2010 fue ligeramente menor a la de 2009, según la
FAO. ¿Hay un problema de escasez?
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Respuesta.- Hay escasez localizada en regiones donde las cosechas han sido bajas o que
han sufrido desastres naturales o conflictos o donde las rutas de comunicación son muy
pobres. Pero producimos suficiente para alimentar al mundo. Si los mercados funcionasen
bien y la gente tuviera la capacidad adquisitiva para comprar la comida disponible no habría
hambre. El hambre es un problema político. Es una cuestión de justicia social y políticas de
redistribución, no solo un problema técnico de incremento de la producción.
Pregunta.- Y ante el crecimiento de la demanda se impone la compra de tierras de cultivo
en países extranjeros. ¿Cómo alimenta esta tendencia la crisis?
Respuesta.- Con demasiada frecuencia, la tierra se vende a inversores, nacionales o
extranjeros, sin atender a los intereses de las comunidades locales que dependen de estos
recursos naturales -tierra y agua. Esto puede ser un problema serio, tanto para los
agricultores a pequeña escala, sin remedio ante el desahucio -no poseen títulos de las tierras
que cultivan-, como para pastores o pescadores cuyo sustento depende del acceso a terrenos
comunales. Me preocupa. Son la gente que precisamente está más en peligro de inseguridad
alimentaria. Robarles sus activos no debería estar permitido.
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/hambre/problema/politico/elpepusoc/20110
317elpepusoc_14/Tes
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La caída en la popularidad del capitalismo
Mercado de ideas
Una encuesta global muestra una ideología en aparente decadencia.
La deuda creciente y el rendimiento perdido son las consecuencias comunes del costo de la
crisis financiera. Pero una nueva encuesta de opinión global muestra otra forma de daño,
quizá más seria: la caída en el apoyo público al capitalismo. Esto está más marcado en el país
que solía personificar el comercio libre. En 2002, el 80% de los estadounidenses estaban de
acuerdo en que el mejor sistema mundial era el del mercado libre. Hacia 2010, ese apoyo
había caído al 59%, solo un poco más que el promedio de 54% de los 25 países encuestados.
La llamada China comunista es uno de los más fuertes defensores mundiales del capitalismo,
con un 68% de apoyo, frente al 66% de 2002. Brasil también presenta un 68%. Alemania está
en el primer puesto, con un 69%.
Francia, una de las más fuertes economías mundiales, continúa como un anticapitalista
atípico. Solamente el 6% de los franceses apoya “fuertemente” el mercado libre, una cifra aun
más baja que el insignificante 8% de 2002. Si se agregan aquellos que coinciden en parte con
el capitalismo, la cifra llega al 30%, frente al 42% de 2002. Turquía (otra historia de éxito del
mercado libre) tenía el mismo porcentaje de apoyo en ese entonces, pero cayó incluso más, a
27%. En Europa, únicamente España parece contradecir la tendencia, ya que su porcentaje
pasó de un 37% en 2002 a un 51%. Los indios, grandes beneficiarios de las reformas del
mercado libre, parecen no inmutarse, ya que el apoyo cayó al 58% de un 73% anterior.
La decreciente suerte del capitalismo es claramente visible en los estadounidenses de ingresos
menores a 20.000 dólares. Su apoyo por el mercado libre cayó del 76% al 44% en solo un
año. La investigación fue realizada por GlobeScan, una firma de encuestas. Su presidente,
Doug Miller, sostiene que el comercio de los Estados Unidos está “cercano a perder su
contrato social” en las familias tipo.
(The Economist, 9 de abril de 2011)
New York Times
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Gobernados por los rentistas
Por Paul Krugman
9 de junio de 2011
Recientes datos sobre la economía han hecho añicos la esperanza de terminar con el desempleo en los
Estados Unidos, un hecho que se ha prolongado por tanto tiempo que los desocupados han estado sin
trabajar por casi cuarenta semanas en promedio. Sin embargo, no hay voluntad política de hacer nada para
remediar la situación. Lejos de estar dispuestos a invertir más dinero en la creación de empleos, los dos
partidos están de acuerdo en que se debe recortar el gasto –con la destrucción del empleo que ello
implica–, solamente disienten en el grado en que hay que hacerlo.
Tampoco la Reserva Federal contribuye al rescate. El martes, Ben Bernanke, presidente de la Reserva,
reconoció lo desalentador de la situación económica pero señaló que no va a hacer nada para remediarla.
Y el alivio de las deudas para los propietarios –que podría haber contribuido en gran medida a promover la
recuperación económica– simplemente ha desaparecido de la agenda. El actual programa para alivio de las
hipotecas ha sido un fracaso, se gastó solo una mínima fracción de los fondos destinados, y no parece
haber interés en reanudar y renovar el esfuerzo.
La situación es similar en Europa, hasta podría decirse que peor. En particular, la retórica del Banco Central
Eurpoeo, a favor del respaldo en metal y en contra del alivio de las deudas, hace que Bernanke parezca
William Jennings Bryan.
¿Qué se esconde detrás de esta parálisis de políticas transatlánticas? Estoy cada vez más convencido de que
se trata de una respuesta a la presión ejercida por grupos de interés. De manera consciente o no, los que
elaboran las políticas están respondiendo casi exclusivamente a los intereses de los rentistas, que son
aquellos que obtienen grandes ingresos de los activos, que prestaron grandes sumas de dinero en el
pasado –a menudo de manera poco inteligente–, pero que ahora están siendo protegidos de las pérdidas a
costa de todos los demás.
Por supuesto, eso no es lo que sostiene lo que yo llamo la “Camarilla del dolor” (“Pain Caucus”). Muy por el
contrario, el argumento en contra de ayudar a los desempleados se enmarca en términos de riesgo
económico: cualquier cosa que se haga para crear empleo hará que las tasas de interés se eleven y que la
inflación se dispare, entre otras cosas. Pero estos riesgos siguen sin materializarse. Las tasas de interés
continúan cercanas a los mínimos históricos y la inflación –excepto por el precio del petróleo, que es
determinado por los mercados internacionales, no por políticas estadounidenses– continúa baja.
Y frente a estos riesgos hipotéticos, la economía continúa profundamente deprimida, generando un gran
costo para los trabajadores de hoy y para el futuro de la nación. Después de todo, ¿cómo podemos
prosperar de aquí a dos décadas cuando a millones de jóvenes graduados se les niega la posibilidad de
comenzar su desarrollo laboral?
Si preguntan por una teoría coherente detrás del abandono de los desempleados, no obtendrán una
respuesta. Al contrario, los miembros de la “Camarilla del dolor” parecen estar elaborándola conforme
avanzan, inventando razones siempre cambiantes para sus inmodificables políticas.
Mientras las razones aparentes para causar daño siguen cambiando, todas las políticas de la “Camarilla del
dolor” tienen algo en común: protegen los intereses de los acreedores, cueste lo que cueste. Un gasto que
genere déficit podría hacer que los desempleados consiguieran trabajo, pero también podría perjudicar los
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intereses de los bonistas. Una acción más fuerte por parte de la Reserva Federal podría ayudar a salir de
esta depresión –de hecho, hasta los economistas republicanos argumentaron que un poco de inflación
podría ser la receta justa–, pero la deflación, y no la inflación, sirve a los intereses de los acreedores. Y, por
supuesto, existe una férrea oposición a todo aquello que sugiera el alivio de las deudas.
¿Quiénes son los acreedores de los que hablo? No son los laboriosos dueños de pequeños comercios ni los
trabajadores, a pesar de que sirve a los intereses de los grandes actores pretender que se trata de proteger
a los hombres que siguen las reglas. La realidad es que tanto los pequeños comercios como los
trabajadores son más perjudicados por una economía débil de lo que serían por, digamos, una modesta
inflación que ayudara a promover la recuperación.
Los únicos beneficiarios de las políticas de la “Camarilla del dolor” (aparte del gobierno chino), son los
rentistas: los banqueros y las personas con dinero que poseen numerosos bonos en sus portafolios.
Y eso explica por qué los intereses de los acreedores tienen tanto peso en las políticas: no sólo conforman
el grupo que hace grandes contribuciones a la campaña, sino que también son el grupo que tiene acceso
personal a aquellos que elaboran las políticas, muchos de los cuales trabajan para este grupo cuando salen
del gobierno por una puerta giratoria. No es necesario que el proceso de influencia incluya una corrupción
salvaje (aunque también sucede). Sólo se necesita asumir que lo que es bueno para la gente con la que te
codeás, la gente que parece tan deslumbrante en las reuniones –son ricos, son inteligentes y tienen
excelentes sastres– también es bueno para la economía en conjunto.
Pero la realidad es exactamente lo opuesto: las políticas que favorecen a los acreedores están atrofiando la
economía. Es un juego de suma cero, en el que el intento de proteger a los rentistas de las pérdidas está
generando mayores pérdidas en todos los demás. Y la única forma de lograr una verdadera recuperación es
dejar de jugar a ese juego.
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