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2º parte
Joseba Azkarraga Etxagibel, Profesor de Sociología en la UPV
«No se puede seguir
alimentando una economía
contraria a las bases que
sostienen la vida»
En la segunda parte de la entrevista que ofrecemos con el profesor de sociología
de la UPV Joseba Azkarraga Etxagibel abordamos cuestiones como los
desequilibrios territoriales, la concentración de la población en áreas urbanas, la
necesidad de tejer alternativas al modelo económico imperante o las dificultades
que presenta el sistema energético actual, basado en fuentes externas. En el
sustrato de su discurso, un alegato por el cambio basado en la construcción de
mayorías sociales transversales que sean capaces de impulsarlo.
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BEHA: Euskal Herria posee un territorio muy limitado por la presencia humana, las
instalaciones industriales y de servicios y todo tipo de infraestructuras. Hasta ahora no se ha
sabido poner un límite a la ocupación del hormigón sobre el terreno. ¿Es hora de decir basta?
Joseba Azkarraga Etxagibel: Probablemente, hace tiempo que debimos echar el freno. Con la crisis global he
oído a altos cargos políticos vascos, antes fascinados por el hormigón, aceptar por lo bajo que
efectivamente se pasaron de frenada. Añadiendo que los últimos años antes del estallido de la crisis fueron
los peores, en el sentido de que se hicieron las apuestas más alocadas. Todo ha girado, también la
intervención pública, en torno a cómo establecer las condiciones materiales adecuadas para el crecimiento
económico. Ha sido una lógica impuesta por el imaginario central del crecimiento y la necesidad de ocupar,
como territorio y sociedad, puestos de competitividad en un mercado crecientemente globalizado.
Aquí también se requiere una lectura más panorámica. La sociedad industrial ha consistido en
producir energía, alimentos y bienes de forma centralizada, con grandes estructuras creadas para resolver
necesidades a escala global. Es este modelo de configuración social el que ha requerido de enormes
infraestructuras y ha provocado un enorme impacto socio-ecológico. La ocupación del territorio ha sido
especialmente brutal en la segunda mitad del siglo XX, tanto a nivel global como de país. No hay en la
historia humana un periodo histórico de mayor impacto ambiental y mayor interferencia en la
infraestructura que sostiene la vida. Conviene tenerlo en mente cuando se hace referencia a las tres
décadas gloriosas.
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Un impacto ambiental y territorial que parece insostenible en el tiempo, con unas
infraestructuras de difícil mantenimiento a medio y largo plazo.
Es obvio que no se puede seguir así, y creo que hay muchos que han asumido que el tiempo de las grandes
infraestructuras ya pasó. Aunque en tierra vasca queden proyectos tan agresivos como el TAV. Dicho
proyecto también se quiere justificar, paradójicamente, en base a la racionalidad ecológica. Se dice que
ahorrará muchas emisiones de CO2 anualmente, pero nuevamente topamos con los datos: investigadores
como Hoyos nos muestran que necesitaremos más de 100 años para compensar las emisiones producidas
en el proceso de construcción de tamaña infraestructura. Además, el impacto medioambiental de la Y vasca
hay que medirlo también con la pérdida de biodiversidad y la notable ocupación del suelo, entre otras
cosas.
Y además está el coste de mantenimiento. Es decir, ante un escenario de progresiva pérdida de
complejidad de las actuales sociedades industriales, la pregunta en general es cómo mantendremos las
grandes infraestructuras de todo tipo que hemos creado. Me refiero a todo tipo de estructuras, las
logísticas, educativas, viales, comunicativas, sanitarias, etc.
Como ya he señalado, es más que probable que estemos ya en una fase histórica distinta, en los
inicios de un movimiento general hacia la contracción. No hablamos tanto del desplome de lo global, ni de
una vuelta a ninguna situación autárquica que nadie desea, sino de la articulación de otros equilibrios entre
lo local y lo global, con procesos de re-regionalización e incluso re-localización. Es decir, una importante
remodelación de nuestras sociedades con un reforzamiento de los circuitos más cortos de producciónconsumo. Pienso que hay que pensar el país también desde ahí. Y visto desde ahí, un territorio con un alto
grado de autosuficiencia en la satisfacción de sus necesidades estará mejor preparada que aquellas
sociedades que dependan de sistemas globalizados para satisfacer las necesidades básicas de energía,
transporte, vivienda, educación, sanidad o alimentación.
«Las sociedades futuras tendrán un metabolismo más agrario, local y
basado en las energías renovables»
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A nivel global llevamos décadas contemplando la migración desde el campo a las grandes
urbes, en especial a las situadas junto al mar. En nuestro país también se da este fenómeno, con
grandes concentraciones urbanas en torno a Bilbao, Gasteiz, Iruñerria y el BAB y el consiguiente
despoblamiento de las zonas periféricas como Pirineos o Zuberoa. ¿Es posible revertir la
situación y equilibrar los actuales parámetros?
Es posible que sea la fuerza de los hechos la que revierta la situación y se produzcan procesos de relativa
desurbanización. Ya existe cierta vuelta al campo, aunque todavía débil. En contra de lo que muchos
piensan, es razonable pensar que las sociedades futuras tendrán un metabolismo más agrario, local y
basado en las energías renovables. Cuanto más lo anticipemos, mejor nos irá.
Mientras tanto, es cierto que también hay muchas inercias que van en la dirección contraria. La
concentración urbana en todo el mundo es un buen ejemplo, con una mayoría de la humanidad que ya vive
en grandes urbes que son la cumbre de la insostenibilidad. También sucede en nuestro país, aunque en una
escala mucho menor. Especialmente doloroso es el caso de Iparralde.
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¿En qué punto nos encontramos? ¿Seguimos desordenando el territorio o hemos empezado
a ordenarlo?
En general, parece que están aumentando los desequilibrios territoriales dentro de Euskal Herria, y en
algunos casos las diferencias inter-comarcales son muy grandes en cuestiones como la estructura
demográfica y los saldos migratorios, la estructura productiva, mercado de trabajo, tasas de desempleo
juvenil, tasas de pobreza, y en general condiciones de vida. Y algunas divergencias han aumentado con la
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crisis. Hoy, las comarcas vascas con mejores indicadores dentro de la CAV—Alto Deba, Tolosa, Goierri y
Ayala— muestran características similares: mayor peso de la industria, y más orientadas a la innovación y la
internacionalización. Son comarcas que, más allá del peso de la industria, también mantienen una
dimensión rural importante y están menos densamente pobladas.
Lo que pasa con el despoblamiento de las zonas periféricas tiene mucha relación con lo que está
experimentando el primer sector y la agricultura campesina. En las últimas dos décadas ha habido una
dramática pérdida de explotaciones agrarias, un desmantelamiento en toda regla, y en cierto sentido tiene
que ver con la Política Agraria Común. Promueve un modelo intensivo de agricultura frente al extensivo,
más arraigado en nuestro país.
«Están aumentando los desequilibrios territoriales, y en algunos casos las
diferencias inter-comarcales son muy grandes»
Al igual que la dependencia energética vasca, es enorme nuestra tasa de dependencia alimentaria
con respecto al exterior. En todo el mundo, y también en Euskal Herria, necesitamos de jóvenes que
apuesten por instalarse en el primer sector, en la línea de una agricultura campesina y ecológica, que es
mucho más eficiente, más generadora de empleo, y una vacuna contra la inseguridad alimentaria y el
calentamiento global. Lo dice la propia ONU. Además, contar con que seguiremos comiendo manzanas
industriales de Chile es una apuesta muy arriesgada y altamente improbable, y para ese futuro necesitamos
construir soberanía alimentaria. Por puro pragmatismo, y también porque nos jugamos el mantenimiento
de nuestra propia cultura, territorio y paisajes.
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Estamos presenciando una crisis permanente en materia energética, que no se solucionará
por una bajada coyuntural de los precios del crudo. Euskal Herria es totalmente dependiente en
este terreno, aunque cuenta con un incipiente desarrollo de la energía eólica y más puntual de
la fotovoltaica. ¿Mantener el alto gasto energético importado es asumible a medio plazo?
No, no es asumible. Y probablemente se hará evidente en un plazo más corto del que imaginamos. Además,
en el conjunto de las sociedades occidentales endulzamos el futuro con el mito de las renovables. El futuro
deberá basarse en fuentes renovables, cierto, pero los datos advierten de que difícilmente podremos
mantener el grado de complejidad de nuestra sociedad actual a través de las fuentes renovables (que,
además, solo cubrirían la generación de electricidad). Sin la participación masiva y barata de los fósiles, algo
que comienza a ser historia, el actual metabolismo socioeconómico se hace inviable. Ni qué decir su
continua dinámica expansiva. Además, para no entrar en una espiral diabólica de cambio climático, la
mayor parte de los combustibles fósiles debiéramos dejarlos donde están, en el subsuelo, y lo que haya que
extraer, utilizarlo para la gran transición que requerimos.
Como sociedad vasca, en su día comenzamos con una relativamente inteligente transición del
petróleo al gas, pero declararse como “país gasístico” sin contar con el recurso tiene puntos muy débiles:
sigue siendo un combustible importado, que además genera emisiones de CO2, y también se agotará. Se
estima el peak del gas para la siguiente década, y no son las estimaciones más pesimistas. Es cierto que
hemos realizado grandes avances en eficiencia, consumimos mucha menos energía por unidad de PIB. En
2008 se precisábamos un 81% menos de energía para producir la misma cantidad de PIB que en 1980. Pero
en términos globales, desde la década de los 80 hasta el 2008 ha habido un incremento notable del
consumo de energía (hay que entender bien la llamada paradoja de Jevons). La demanda de energía se
frena en 2008, con el estallido de la crisis y el descenso notable de la actividad productiva. De la misma
manera, emitimos menos CO2 por unidad de PIB, pero en emisiones per cápita estamos por encima de la
media europea. Seguimos en una cuota baja de participación de las energías renovables, aunque es cierto
que el parón de las renovables tiene también que ver con los cambios normativos que han venido de
Madrid. Es decir, si sumamos todo, nos encontramos con que la economía vasca es una de las más
insostenibles, tanto en lo que respecta a los inputs como a los outputs del proceso económico.
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¿Qué se puede hacer para darle la vuelta a esa situación de insostenibilidad?
Hay que cambiar de matriz energética. Se sabe que la ecuación energética sostenible del futuro tiene que
ver con tres cosas, muy especialmente para sociedades muy dependientes como la vasca: autocontención
(reducir drásticamente el consumo); eficiencia; y apuesta altamente estratégica en favor de las renovables,
apostando por la generación distribuida, y asumiendo que se podrán sostener sociedades complejas,
aunque no el actual grado de complejidad y mucho menos el crecimiento continuo del actual metabolismo
socioeconómico.
El fracking ha otorgado un notable respiro sistémico. El sistema ha demostrado una resiliencia que
muchos no esperaban. Pero el enrocamiento en los fósiles no convencionales a través del fracking no tiene
sentido por varias razones. Más allá de los enormes daños medioambientales, está la Tasa de Retorno
Energético (cuánta energía invertimos para obtener cuánto), muy modesta en comparación con los
combustibles fósiles convencionales. Tampoco parecen existir tantas reservas como se estimaban, véase el
bluf de Polonia. Además, ya comenzamos a ver que el fracking no cumple las previsiones debido a que los
pozos se agotan a un ritmo mucho más rápido del previsto. Su explotación es inviable con precios bajos, y
tiene visos de ser otra enorme burbuja financiera que parece haber comenzado ya a estallar. Más que el
nuevo maná energético, tiene rasgos del último estertor del moribundo. Aunque es previsible que el
sistema intente llegar a nuevas fronteras en el terreno de los no convencionales, como puede ser el
llamado hielo de metano. Sea como fuere, es un lujo dilapidar nuestra capacidad inversora y los limitados
recursos económicos que tenemos en la actualidad, en un modelo fosilista agotado. Lo que gastemos ahí es
lo que no podremos utilizar para la necesaria transición a las renovables.
«Necesitamos de jóvenes que apuesten por instalarse en el primer sector, en
la línea de una agricultura campesina y ecológica»
Tampoco enfrentaremos bien la nueva situación histórica solo con soluciones de tipo tecnológico,
como le gusta pensar a una sociedad cuya fe inquebrantable se llama ciencia y tecnología. Se requerirá
también de profundos replanteamientos sociales, culturales, económicos y políticos. Son muchos los que
apuntan que necesitamos elementos de planificación de la economía, y desde luego más sector público. Y
la gran transición energética deberíamos empezarla ya. Es decir, antes de que comience a materializarse
con toda su crudeza, y ahora que contamos con recursos para poder allanar algo el camino.
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En un país industrializado y desarrollista como el nuestro, también han surgido experiencias
alternativas en mayor o menor grado a lo existente, como las cooperativas, el auzolan, las redes
de economía social, la banca ética o el movimiento deshazkundea. ¿Hay suficiente masa crítica
para fortalecer estas vías o se quedarán como un simple complemento al modelo mayoritario
desarrollista y consumista?
Se han dado pasos muy importantes, en efecto. Se ha creado una constelación de nuevas experiencias que
son portadoras de un nuevo diseño civilizatorio. Hoy difícilmente se puede argumentar que no hay
alternativa, porque ya tenemos en marcha múltiples pequeñas alternativas de producción, distribución y
consumo, en las que podemos participar como ciudadanos: la banca ética (Fiare y Coop57), las cooperativas
de energía (Goiener y Energia Gara), la explosión de los grupos de consumo, las monedas locales en varios
lugares, y movimientos sociales de nuevo cuño como la soberanía alimentaria en torno a Etxalde, el
movimiento Bizi! en Iparralde, el Zero Zabor, el movimiento Auzolan, deshazkundea, toda la economía
solidaria en torno a REAS, etc. Todos ellos asumen la necesidad de fundar otra sociedad, y que no se puede
seguir pensando y practicando la economía como una entidad no inserta en un sistema social más amplio y
a su servicio.
No se puede seguir alimentando una economía contraria a las bases que sostienen la vida. Hay que
vincular la producción a la satisfacción de las necesidades, no a la generación de beneficio o al crecimiento
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económico. Y además, afirman lo siguiente, y corrigen así quizá el mayor error epistemológico de la época
moderna-industrial: las comunidades humanas no existen en un vacío ecológico, a pesar de la ficción
antropocéntrica que domina la cultura occidental. Es decir, no se puede pensar y practicar las sociedades
humanas como si no estuvieran insertas en sistemas naturales, o como si estuvieran desconectadas de sus
fundamentos físico-biológicos.
«Son muchos los que apuntan que necesitamos elementos de planificación
de la economía, y desde luego más sector público»
Estas experiencias pequeñas son necesarias para construir otras hegemonías a nivel local y
comunitario, con importantes efectos a nivel nacional. Permiten experimentar el éxito primero en escalas
pequeñas o medianas, trabajando por construir aquello que nos gusta y no tanto por destruir lo que no nos
gusta. Además, tienen efectos de regulación en el propio sistema, que tiende a imitar algunas de sus lógicas.
El peligro es que se conviertan en meros correctores del sistema, en fenómenos episódicos, en economías
de supervivencia en los márgenes, en cambios micro-sociológicos, en intentos meritorios pero de poca
efectividad. No es suficiente con el impacto que tienen actualmente. Para provocar cambios más
significativos, deben alcanzar un umbral que aún está lejos. Por ello, hay que seguir alimentando esas
pequeñas rupturas y ensanchar las grietas que producen. Es una cuestión también de pragmatismo: de ello
depende que seamos más resilientes y estemos mejor preparados para lo que viene.
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Sus palabras dan a entender que las experiencias alternativas son necesarias pero se antojan
insuficientes para abordar ese cambio cualitativo, que hace falta algo más para abordarlo.
En todo caso, para enfrentar mejor el escenario histórico al que estamos abocados, se requiere también
construir hegemonías políticas, y tejer grandes mayorías transversales para incidir también en otras escalas
y en las instituciones. Pero tampoco la hegemonía política será suficiente si no nos tomamos en serio a
Gramsci y construimos hegemonía cultural. Y eso hoy tiene que ver con lo ya mencionado: entender la
ciencia del bienestar humano, identificar la frugalidad como tarea cultural de primer orden, elevar la
sobriedad a categoría de sentido común.
Volviendo a la ciudadanía, hay una participación ciudadana “pasiva” en relación a la sostenibilidad:
el cambio de los hábitos es planificado por parte de las instituciones y la ciudadanía se limita a adecuarse a
ellas. Un buen ejemplo es la recogida selectiva de desechos o las políticas para el ahorro de energía. Pero
debemos construir también un modelo de “participación activa” o modelo bottom-up: una ciudadanía que
sea la propulsora de la transición socio-ecológica, y que sea capaz de vencer a las élites en su intento de
mantener el BAU (Business as Usual), o sea, el sistema productivo actual y sus privilegios. Es fundamental
articular una ciudadanía que haga imposible regresiones neoliberales y productivistas, y que haga posibles
las políticas que requiere la transición socio-ecológica. La ciudadanía no es un mundo de resistencias que
hay que sortear, sino un sujeto de primer orden en el empuje hacia la sostenibilidad y la construcción de
resiliencia para un mundo más seguro y menos vulnerable. La sociedad vasca cuenta con mimbres
interesantes para ese cesto. •
www.beha.eus
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