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Karina Chechik, The Journey to the Promised Land. Ediciones Polígrafa
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IESE OCTUBRE - DICIEMBRE 2005 / Revista de Antiguos Alumnos
¿Qué pasará con la economía en el mundo del futuro?
En los próximos 300 años
De vez en cuando conviene levantar la mirada del día a día y analizar cuál podría ser nuestro campo
de juego a largo plazo. No hace falta disponer de una bola de cristal para asegurar que demografía,
inmigración y Europa seguirán marcando nuestro futuro.
Resumen del artículo
El profesor Alfredo Pastor analiza tres variables
que influirán en el desarrollo del futuro
económico a largo plazo: las tendencias sociales
de un mundo global cada vez más diferente,
Sobre la mesa de la cocina, una hormiga arrastra con esfuerzo una migaja de pan; se
dirige a su hormiguero siguiendo un trayecto conocido; pero acabamos de interponer, a
cierta distancia, un obstáculo: un palillo. Si la hormiga se tomara la molestia de levantar
la vista, corregiría su trayectoria para sortear el obstáculo; como no puede hacerlo, se
empeña en chocar con el palillo, y recorrerlo de uno a otro extremo, para lograr rodearlo
y reanudar su viaje: ¡qué pérdida de tiempo y cuánto esfuerzo inútil!
los desajustes macroeconómicos y la situación
de Europa, un continente –que lo quiera o
no– seguirá contando dentro de 300 años.
1. El telón de fondo
Por no hacer como la hormiga, nosotros, de vez en cuando, alzamos los ojos para contemplar el horizonte; como éste cambia muy despacio, sólo los visionarios acostumbran
a pasar mucho tiempo con la vista en alto; nosotros lo miramos sólo de tarde en tarde.
Pero procesos como el del cambio climático nos han enseñado que los cambios pueden
ser acumulativos, no lineales; por eso nos parece prudente levantar la vista más a menudo de lo que solíamos.
a) La demografía. No nos entretengamos en el horizonte geológico, el más distante
de los que alcanzamos a ver, porque sus cambios son, casi siempre, demasiado lentos
para sostener la atención del hombre de negocios, o demasiado rápidos para que podamos hacer nada; detengámonos en el círculo inmediatamente anterior, el demográfico:
ahí ya observamos cambios a simple vista.
Cuadro 1
Proyecciones de la población mundial según tres escenarios
Millones
Escenario medio
Escenario alto
Escenario bajo
Alfredo Pastor
Profesor Ordinario, IESE,
Economía.
[email protected]
IESE ENERO - MARZO 2006 / Revista de Antiguos Alumnos
1950
2.519
---------
2000
6.071
6.071
6.071
2050
2100
2300
8.919
9.064
8.972
10.633
14.018
36.444
7.409
5.491
2.310
Fuente: ONU, World Population to 2300 (2004)
El Cuadro 1 nos recuerda el porqué de las proyecciones a muy largo plazo: diferencias que
hoy nos parecen imperceptibles desembocan, si perduran, en mundos completamente
distintos: el del escenario alto, con una población seis veces superior a la actual, es casi
inimaginable; el del medio es muy parecido al nuestro, aunque la supervivencia de una
población un 50% superior a la actual, con un nivel de vida más elevado, presenta problemas hoy no resueltos; en el mundo que corresponde al escenario bajo, la población
no sólo ha dejado de crecer, sino que ha descendido a un nivel inferior al de 1950, y ello
sin que haya intervenido ninguna catástrofe natural ni ninguna conspiración como la que
inventa Susan George en «El informe Lugano». Para pasar de un escenario a otro basta
con suponer que el crecimiento demográfico de los siglos XIX y XX ha sido una anomalía,
y que la Humanidad volverá, tarde o temprano, a cifras de crecimiento neto próximas a
cero; o, por el contrario, que los últimos dos siglos representan una nueva era demográfica
cuyas consecuencias perdurarán. El lector atento observará que la partida se decide durante los próximos cincuenta años: en 2100, la diferencia entre el escenario bajo y el alto es ya
del 150%; que el que pueda se mantenga ojo avizor durante lo que nos queda de siglo.
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Cuadro 2
Distribución de la población mundial
Cuadro 3
Población e ingresos per cápita mundiales
(Datos de 2004, renta per cápita según la metodología del Banco Mundial)
Porcentaje
población
mundial
1950
2000
2050
2100
2300
Nivel de renta
per cápita
Asia
35,5
60,6
58,6
55,4
55,1
8,8
13,1
20,2
24,9
23,5
África
América Latina
y Caribe
6,6
8,6
8,6
8,1
8,1
21,7
12,0
7,1
5,9
6,8
Norteamérica
6,8
5,2
5,0
5,2
6,0
Oceanía
0,5
0,5
0,5
0,5
0,5
Europa
Porcentaje de la población
mundial
Porcentaje del PIB
mundial
Renta baja
(menos de 825$)
37
3
Renta media
47
17
Renta media-baja
(826 - 3.255$)
38
10
Renta media-alta
(3.256 - 10.085$)
9
7
Renta alta
(más de 10.085$)
9
7
Fuente: Banco Mundial, WDI, 2004
• Ejemplo de países con renta de 3.500$: Brasil (3.090$), Rusia (3.490$)
• Ejemplo de países con renta de 10.100$: R. Checa (9.150$), Arabia Saudí (10.430$)
• Renta per cápita más elevada: 56.430$ Luxemburgo
• Renta per cápita más baja: 90$ Burundi
• Luxemburgo / Burundi: 627
Quedémonos en el escenario medio –que debe ser el más probable– y veamos cómo se distribuye la población por áreas geográficas (Cuadro 2). Advierta el lector que la última columna, lo
que llamamos Occidente –Europa y América del Norte, porque
Oceanía apenas cuenta– representa, en 2300, casi un 15% de
la población mundial: ¡menos de la mitad que la cifra de 1950!
Leyendo hacia la izquierda, se observa que la mayor parte de esa
pérdida de peso de Occidente se ha producido ya; que se consumará durante la segunda mitad de este siglo, y que se debe,
esencialmente, al brusco estancamiento demográfico de Europa
y a la aceleración de la expansión demográfica de África.
Una mirada al horizonte demográfico nos advierte, pues, que
estamos en una encrucijada; que la situación de hoy contiene el
germen de posibilidades inimaginables. Y nos obliga a encarar
un hecho que, ya hoy, no admite discusión: la pérdida de peso
demográfico de lo que aún llamamos nuestro mundo.
b) La desigualdad. En el horizonte económico, la distribución
de la renta se mueve despacio: sus cambios se hacen patentes
en décadas. Nadie ignora la importancia de la distribución de la
renta para la estabilidad social y política de un país; hoy, la distribución de la renta que importa a estos efectos es la distribución
mundial, ya que tanto las noticias como la gente viajan más.
El Cuadro 3 nos recuerda lo que ya sabemos: la distribución de
la renta es enormemente desigual: los países de renta per cápita
baja y media-baja albergan el 75% de la población mundial y se
reparten el 13% del PIB; en el otro extremo, los países de renta
alta comprenden el 13% de la población y se reparten el 80%
del PIB. Tanta desigualdad no parece eternamente soportable:
¿puede uno asegurar que va a menos? Según cómo se mire:
estudios dignos de crédito indican que el grado de desigualdad ha ido disminuyendo a lo largo de las tres últimas décadas
si consideramos el mundo en su conjunto; si miramos más de
cerca, sin embargo, resulta que la disminución de la desigualdad
mundial se debe en gran parte a la reciente prosperidad china;
pero que China, a la vez que se ha enriquecido, se ha hecho
mucho más desigual. Nos quedamos, pues, sin saber si la integración creciente de las economías nacionales en un mercado
mundial –lo que llamamos globalización– va a resultar en una
distribución más equitativa de los ingresos.
c) Los movimientos migratorios. Por último, los datos anteriores nos indican que, durante lo que queda de siglo, África va a
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ser a la vez el continente de mayor crecimiento demográfico y el
más pobre: por consiguiente, seguirá siendo origen de grandes
movimientos migratorios, cuyo destino preferente será Europa,
el continente más próximo de entre los ricos. Para hacernos
una idea de la importancia de ese fenómeno, pensemos que
Estados Unidos ha acogido a 25 millones de habitantes durante
la segunda mitad del siglo XX –unos 500.000 anuales–; la cifra
correspondiente a Europa, si la tendencia de los últimos años
se mantiene, será bastante superior. La cultura de los países de
origen, en su mayoría distinta de la nuestra, y los cambios en
las actitudes sociales de los países de destino, donde la asimilación se percibe como una estrategia de integración en exceso
autoritaria, hacen prever que la convivencia con recién llegados
presentará incógnitas no resueltas hasta ahora.
Demografía, desigualdad, movimientos migratorios –y quizás, en
el trasfondo, las manifestaciones, aún imprevisibles, del cambio
climático– irán moldeando lo que será nuestro mundo durante
los próximos años. La forma en que la evolución de cada una
de esas variables va a afectar a nuestra vida cotidiana no nos es
conocida: así como los meteorólogos no terminan de saber si un
aumento de la media anual de las temperaturas quiere decir un
subida de la temperatura media diaria durante todos los días del
año, o, por el contrario, una combinación de inviernos más fríos
y veranos mucho más calurosos, así tampoco sabemos si con
un mayor crecimiento irá disminuyendo o aumentando el grado
de desigualdad en la distribución de la renta; en cuanto a los
movimientos migratorios, es bien sabido que éstos no dependen
sólo de factores económicos y, por consiguiente, es muy difícil su
predicción más allá del corto plazo.
De lo que no cabe duda es que la acción de esas variables configurará un mundo muy distinto del que hoy conocemos, y que
no podemos hacer otra cosa que seguir esos cambios con toda
la atención que podamos.
2. El horizonte macroeconómico
El círculo inmediatamente anterior al demográfico es el dominio
de las variables macroeconómicas: crecimiento, empleo, inflación
y comercio internacional. Este escenario está hoy dominado por
la persistencia de grandes desequilibrios macroeconómicos entre
grupos de países, por una parte, y por el proceso de integración
de China –en menor medida, también de India– en el comercio
mundial.
IESE ENERO - MARZO 2006 / Revista de Antiguos Alumnos
Cuadro 4
Los dos bloques de la economía mundial
Saldo por cuenta
corriente, 2004 a 2005 (1)
Estados Unidos
Reino Unido
Australia
En millardos de dólares
estadounidenses
En porcentaje del PIB
-717,0
-44,0
-42,4
-6,3
-2,4
-5,8
-803,4
---
170,9
220,0
69,0
3,6
12,9
0,5
Total euroasiático
460,0
---
Resto (2)
343,4
---
108,0
-65,8
3,5
-5,2
Total bloque anglosajón
Japón
China
Unión Europea
Pro memoria
Alemania
España
(1) Promedio de los doce meses anteriores a abril de 2005; un signo más indica un superávit
(2) Sobre todo países productores de petróleo y otras materias primas.
Fuente: The Economist, 8 de julio de 2005
a) Los desequilibrios macroeconómicos. El saldo de la
balanza corriente de un país –la diferencia entre exportaciones e
importaciones de bienes y servicios– nos indica si ese país gasta
más de lo que ingresa –es decir, importa más de lo que exporta,
y tiene un déficit de cuenta corriente– o gana más de lo que
ingresa –es decir, exporta más de lo que importa, y registra un
superávit por cuenta corriente. Rara vez ocurre que un país mantenga un perfecto equilibrio en sus cuentas externas durante
mucho tiempo; lo normal es que presente un déficit unos años,
y un superávit otros, de manera que, en promedio, su saldo por
cuenta corriente esté próximo a cero.
La situación actual es anómala porque se caracteriza por la presencia de un enorme déficit por cuenta corriente en un conjunto
de países –que Martin Wolf agrupa en el que llama “bloque
anglosajón”: Estados Unidos, Reino Unido y, circunstancialmente,
España–, al que corresponde un superávit gigantesco en otro
conjunto de países, llamado, por simetría, “bloque euroasiático”:
Europa, Rusia, China, India (Cuadro 4).
Estos desequilibrios no sólo son de una magnitud sin precedentes, sino tambien crecientes; su persistencia puede explicarse, en
gran parte, por el activismo monetario de la Reserva Federal, que
por lo menos desde la crisis del sudeste asiático, y cumpliendo
con su función, ha respondido a cualquier amenaza de recesión
en la economía estadounidense inyectando liquidez; y por la
estrategia de crecimiento del sudeste asiático –y muy especialmente de China–, centrada en el desarrollo del sector exportador. El resultado ha sido un empeoramiento progresivo de la
posición externa de Estados Unidos y una acumulación extraordinaria de reservas en los bancos centrales asiáticos.
No cabe esperar que los mercados por sí solos lleven a cabo un
ajuste suave de esos desequilibrios, ya que, por el momento, no
actúan los mecanismos que suelen encargarse de reconducirlos:
por el lado del bloque anglosajón, el déficit exterior no ejerce
una presión al alza sobre los tipos de interés en Estados Unidos
–las siete subidas del tipo hasta el 3,75% no bastan para que
podamos hablar de condiciones monetarias restrictivas–; si ésta
se produjera, el enfriamiento de la economía que resultaría iría
corrigiendo el déficit exterior; la presión no se produce, en parte,
porque el dólar es moneda de reserva, y en parte, porque países
como China se prestan a seguir financiando un déficit que mantiene la actividad en su sector exportador. Por el lado del bloque
asiático, la apreciación real de su moneda local –producida, bien
IESE ENERO - MARZO 2006 / Revista de Antiguos Alumnos
por una revaluación, bien por la aparición de un diferencial de
inflación positivo–, que iría reequilibrando su balanza externa
al reducir las exportaciones y aumentar las importaciones, no se
produce por la existencia, en gran parte del sudeste asiático, de
grandes contingentes de mano de obra dispuesta a trabajar en
el sector exportador sin ejercer presión al alza sobre los salarios.
Tampoco es verosímil que un ajuste unilateral –una contracción
del gasto en Estados Unidos, o una expansión de la demanda
en Asia– baste, por sí sola, para corregir un desequilibrio de
tal magnitud: todo indica que será preciso un cierto grado de
cooperación entre ambos bloques para que el ajuste se lleve a
cabo sin incidentes (y nada garantiza que esa cooperación vaya a
ser suficiente); ya sabe el lector lo precarias que pueden ser esas
cooperaciones. No sabemos, pues, si los ajustes se producirán
de forma paulatina; sí, por el contrario, es posible que bruscos
movimientos de fondos den lugar a episodios como la crisis asiática de 1997; esta incertidumbre pesa sobre el sistema financiero
internacional y dificulta su funcionamiento, aunque no puede
considerarse como algo inevitable la aparición de una crisis.
b) Perturbaciones comerciales. Aunque hace casi una década
que se habla de la irrupción de China en el escenario del comercio
mundial, la eliminación, a primeros de 2005, de las cuotas a los
productos textiles chinos parece haber pillado a todos por sorpresa (con la posible excepción de los importadores occidentales); y,
sin embargo, no es más que el principio de un proceso que durará
muchos años y que habrá que aprender a gestionar.
El fenómeno no tiene, en sí, nada de insólito. La integración de
China en el comercio mundial sólo se diferencia de la de Grecia
o Portugal en dos aspectos: uno, que China es mucho mayor;
otro, que la estrategia de desarrollo elegida por las autoridades chinas –que imitan en esto a Japón y a Corea del Sur– se
basa, más que de lo que fue el caso en países como Grecia o
España, en el desarrollo del sector exportador. Naturalmente,
aunque la naturaleza del proceso sea conocida, esas diferencias
cuantitativas importan. La reasignación de recursos necesaria
para absorber los flujos comerciales procedentes de China –y de
India, aunque, por el momento, en mucha menor medida– será
mucho mayor que en ocasiones anteriores; los perdedores –textil
europeo y bienes de equipo chinos, por dar dos ejemplos– serán
más en número; el proceso será mucho más largo; tanto, que
puede que, en algún momento, cambien las reglas del juego, en
beneficio de todos.
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La Unión Europea encierra demasiados
elementos de inestabilidad como para
poder perdurar en su estado actual. Y esta
inestabilidad se incrementa con el aumento
del número de Estados miembros.
La reacción suscitada, tanto en Estados Unidos como en Europa, por el brusco aumento de las importaciones de textiles
procedentes de China –aumento ya previsto desde hace años–
puede haber sido sólo un movimiento táctico, sin otra finalidad
que la de preparar un acuerdo que acompase los flujos comerciales a la capacidad de reasignación de recursos de los países
de destino; es posible, por consiguiente –y seguramente sería
de desear–, que el proceso de integración no exceda la capacidad de la Organización Mundial del Comercio y pueda ser gestionado a través de negociaciones normales. Pero la magnitud
de las cifras y la duración del proceso no tienen precedentes,
y hay que estar, pues, abiertos a la posibilidad que el proceso
mismo dé lugar a un cambio en las reglas del juego: no hay
que olvidar que, en definitiva, «el “laissez-faire" es una regla
práctica, no una doctrina científica; es una regla, en general,
buena; pero como todas las buenas reglas prácticas, sujeta a
excepciones» (1).
3. El horizonte europeo
Aunque Europa, de un tiempo a esta parte, parece empeñada
en hacer de la irrelevancia su característica distintiva, lo cierto es que tanto cuantitativa como cualitativamente, tiene un
papel que representar en el mundo del futuro. Cuantitativamente, porque, si bien decir que Europa es la mayor economía
del mundo es como decir que el Pacífico es el océano más
extenso del planeta, no es menos cierto que Europa contiene
dos o tres de las grandes economías del mundo. Cualitativamente, porque, más allá de las diferencias que separan entre
sí a los países que la integran, los europeos comparten una
herencia cultural común, con la que pueden contribuir a la
buena marcha de los asuntos del mundo. Pero para que esas
economías alcancen su potencial y la herencia europea sea
tenida en cuenta, Europa debe afrontar dos desafíos: la construcción política y la reforma de su modelo económico –en
especial, de su sistema de protección social.
a) La construcción política. El proyecto europeo está bajo
los efectos del fallido intento de someter a la aprobación de los
veinticinco Estados miembros de la Unión Europea un texto con
pretensiones constitucionales. A estas alturas debería resultar
evidente que el momento, en plena digestión de una ampliación
que casi duplicaba el número de Estados miembros de la Unión,
no podía estar peor elegido; aunque también es probable que el
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texto no hiciera sino exasperar a aquellos escasos votantes que lo
hubieran leído. No hace falta decir que el fracaso del proyecto ha
entristecido a los europeístas y llenado de júbilo a los partidarios
de una Europa unida sólo en lo comercial; pero ni unos ni otros
deberían considerar esa derrota –o esa victoria– como algo definitivo: lo mejor que puede ocurrir es que el proceso de construcción de un ente supranacional continúe, aunque no sepamos cuál
será la forma que acabe por adoptar.
En efecto: la Unión Europea encierra demasiados elementos de
inestabilidad para poder durar en su estado actual, y esta inestabilidad aumenta con el número de Estados miembros. Tome
el lector el ejemplo de las importaciones chinas: la UE tiene una
única voz en el terreno de la política comercial; y, sin embargo,
sus intereses frente a la integración de la economía china no son
homogéneos, porque no lo son las economías de sus Estados
miembros: en algunos, como Alemania, dominan los ganadores
potenciales del proceso de integración de la economía china;
en otros, como Italia, los perdedores potenciales, sin llegar a ser
mayoría, son bastante más numerosos. ¿A quién representará la
voz única del Comisario europeo? En este caso, un apaño muy
poco elegante ha dado una solución transitoria al conflicto, pero
no hay que fiarse siempre de que alguna idea se nos ocurrirá en
el último momento.
Otro ejemplo bien conocido es el de la moneda única. Ya desde
antes de su introducción, muchos pensaban que la Unión Monetaria no podía ser más que un paso hacia una unión política, que
por sí sola no podía durar. Seis años más tarde, el euro parece
estar demostrando ser viable; durante seis años, algunos países,
como España, han estado disfrutando de las ventajas de una
moneda estable, sin que ello haya perjudicado a otros, como
Alemania. No obstante, la posibilidad de abandonar el euro ya
ha sido anunciada por algún país, probablemente sólo de forma
retórica; y con el aumento del número de miembros es posible,
aunque no inevitable, que la Unión Monetaria sufra tensiones
que dificulten su supervivencia.
Pero la salida a esta inestabilidad no está en el regreso al
modelo intergubernamental. Por seguir con el ejemplo de
la Unión Monetaria, no hay que olvidar que ésta nace de un
sistema menos estable –el SME– que proviene de la famosa
serpiente monetaria, y que ésta, a su vez, es el primer intento
de estabilizar las monedas europeas, a la deriva desde que
Estados Unidos dio por periclitado el sistema de cambios fijos
IESE ENERO - MARZO 2006 / Revista de Antiguos Alumnos
a fondo
La lección de la segunda mitad del siglo XX
es clara: el modelo intergubernamental en
Europa sólo ha ido bien bajo la tutela, directa
y omnipresente, de Estados Unidos. Si no
se desea volver a ese régimen, sólo hay un
camino a seguir: la integración creciente de
los países de Europa en alguna construcción
supranacional. Ese es un proceso largo y
probablemente tortuoso, pero no hay que
perder mucho tiempo tratando de imaginar
alternativas que no existen.
nacido en Bretton Woods en 1944. En cuanto a los problemas
comerciales, los frutos del modelo intergubernamental en
época de vacas flacas se vieron durante el período de entreguerras. La lección de la segunda mitad del siglo XX está bien
clara: el modelo intergubernamental en Europa sólo ha ido
bien bajo la tutela, directa y omnipresente, de Estados Unidos. Si no se desea volver a ese régimen, sólo hay un camino
a seguir: la integración creciente de los países de Europa en
alguna construcción supranacional. Ese es un proceso largo y
probablemente tortuoso, pero no hay que perder mucho tiempo tratando de imaginar alternativas que no existen.
b) La reforma social. En las dos economías de mayor peso
dentro de la UE, las perspectivas de crecimiento van empeorando desde hace dos años; los brotes de optimismo que de
vez en cuando se producen no tardan en verse desmentidos
por nuevos datos. A primera vista, pudiera uno pensar que el
estancamiento económico de Francia y Alemania es debido,
sencillamente, a que los europeos ya nos consideramos bastante ricos y preferimos dedicar una mayor parte de nuestro
tiempo a perseguir fines menos mundanos que una mayor
prosperidad material. Pero vale la pena preguntarse, por si no
fuera ése el caso, qué podríamos hacer para acercar las economías europeas a un crecimiento mayor, que hiciera posible,
por ejemplo, una disminución del desempleo.
Un elemento central de la respuesta –no el único, pero sí
indispensable– se halla en una reconsideración de nuestro
modelo social. Atendiendo a los dos objetivos principales de
un sistema de protección social, a saber: un nivel de empleo
elevado y una distribución equitativa de la renta, un trabajo
reciente de André Sapir distingue hasta cuatro modelos sociales en el ámbito europeo (2): el nórdico, que alcanza buena
puntuación en ambas asignaturas; el anglosajón (Reino Unido,
Países Bajos, Portugal), que aprueba en empleo y suspende en
equidad; el continental (Alemania, Francia, Bélgica), que hace
justo lo contrario; y el mediterráneo (España, Italia, Grecia)...
que suspende las dos. Según el trabajo, la solución requiere
un mayor empuje de la liberalización de la economía, muy en
particular en el ámbito de los servicios, como complemento a
la revisión del modelo social. El trabajo anterior no es más que
un apunte, pero su lectura debería contribuir a que Europa –y
muy en especial España– se diera cuenta de lo mal preparada
que está para los altibajos que estos años que vienen nos tienen preparados.
IESE ENERO - MARZO 2006 / Revista de Antiguos Alumnos
4. Conclusión
Decir que nos hallamos en una encrucijada es repetir lo obvio.
Convendrá el lector, sin embargo, en que durante las próximas
décadas –si todo va bien–, o durante los próximos años –si se
precipitan los acontecimientos–, algunas incógnitas de hoy se irán
despejando: ¿Habrá alcanzado el crecimiento de la población un
punto de inflexión? ¿Habremos sido capaces de ir administrando la globalización en beneficio de todos? ¿Habremos sabido
conjugar eficiencia y equidad en nuestros sistemas de protección
social? Hoy no podemos saberlo, pero sabemos –a diferencia de
lo que le ocurre a la hormiga– que éstos son asuntos en los que
hay que fijar la vista de vez en cuando, y a cuya buena marcha hay
que procurar contribuir si queremos que las cosas vayan como es
debido.
+ + +
[1] J.E. Cairnes (1873); citado en N. Barr, «The Economics of the Welfare
State», pág. XVIII.
[2] André Sapir, «Globalization and the Reform of European Social
Models», 2005.
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