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Sección Bibliográfica
drawbacks, however, are minor when weighed against the merits of Love Poetry in
the Spanish Golden Age, which is a remarkable book that will serve as companion
and example of critical incisiveness to students of Spanish Golden Age poetry.
Felipe Valencia
Swarthmore College
Trigo, Abril. Crisis y transfiguración de los estudios culturales latinoamericanos.
Santiago: Cuarto Propio, 2012. 314 pp.
Como coautor junto con Ana del Sarto y Alicia Ríos del Latin American
Cultural Studies Reader (Duke UP, 2004), Abril Trigo, desempeñó un papel importante en la consolidación del campo de los estudios culturales latinoamericanos en
el contexto estadounidense. Con Crisis y transfiguración, propone otra intervención
significativa en el campo, esta vez en castellano en un texto publicado con una de
las editoriales más prestigiosas del campo en América Latina. En la contratapa, se
promete ambiciosamente un análisis del “desarrollo de los estudios culturales latinoamericanos desde sus orígenes en los 80 hasta el momento actual”. El subtítulo—
un claro guiño a Ezequiel Martínez Estrada—ubica al libro dentro de la tradición
ensayística latinoamericana en la que Trigo y sus colegas encuentran acertadamente
el primer antecedente continental de los estudios culturales latinoamericanos. Después de presentar un “mapa cognitivo de los estudios culturales latinoamericanos”
(título del prólogo), Trigo prolonga el eco de la lectura que hace Martínez Estrada
del Martín Fierro al denominar “Ida” a su resumen crítico de los debates que dieron
forma al campo de estudios culturales en los 1990 y “Vuelta” a la segunda de las
dos secciones que constituyen la gran parte (211 de 285 páginas) del libro.
En “Ida,” Trigo lee el campo desde dicotomías que nos parecen ya poco
significativas (como la de los latinoamericanistas de allá y los de acá). Hay una cierta nostalgia en el modo en que observa un campo que separado de estas diconotomías ha crecido y prosperado. Los estudios culturales, como bien ha señalado
Néstor García Canclini, han abrevado en generaciones que “se mueven con soltura
entre norte y sur, así como entre disciplinas. Esta doble movilidad—geocultural y
disciplinaria—es uno de los alicientes mayores para imaginar que los Estudios
Culturales no son idénticos a lo que se llamaba así en el siglo pasado” (“Estudios
culturales: ¿un saber en estado de diccionario?” En torno a los estudios culturales. Ed.
Nelly Richard. CLACSO/ARCIS, 2010, 130–31).
En “Vuelta,” el autor se enfoca en tres tendencias importantes del campo
de los últimos años: 1) “Multiculturalismo, diversidad cultural y segmentación de
mercados”, 2) “Los estudios transatlánticos y la geopolítica del neo-Hispanismo”, y
3) “La impertinencia postcolonial”. Concluye el libro con un ensayo titulado “Para
una crítica de la economía político-libidinal” en el cual señala “la urgencia en elaborar una crítica de la economía política de la cultura . . . que articule comprensivamente una crítica de la economía política, una crítica de la hegemonía y una crítica
de la economía libidinal” (293), identificando así lo que de acuerdo a su diagnóstico
debe constituirse en una nueva dirección para el campo.
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Una contribución importante del libro para sus lectores hispanoparlantes
es su resumen detallado de los debates sobre la introducción de los estudios culturales en América Latina y la formación de un campo informal pero identificable de
estudios culturales “latinoamericanos”, debates que tomaron lugar principalmente
en los 1990, periodo de “opulencia teórica” en el campo cuyo fin se puede marcar
por lo que Trigo llama “la crisis que hace clímax” en 2001 (111). Su lectura crítica
de este material es profunda e incisiva; de forma similar a las discusiones críticas que
introducen los capítulos del Reader, representa la historia definitiva de este campo.
El capítulo que le da el título al libro es particularmente útil por su mapeo lúcido de
los debates de los años noventa en torno a cinco temas claves: “la hibridez cultural,
los estudios subalternos, la desconstrucción, el posoccidentalismo y los estudios sobre el multiculturalismo y la globalización” (112).
La segunda mitad del libro es más problemática. Aunque resume bien los
debates en el campo alrededor del multiculturalismo, la interculturalidad y el poscolonialismo, arremete contra los estudios transatlánticos que no han tenido un lugar
importante en los estudios culturales latinoamericanos.
De igual manera, el último capítulo que propone un enfoque detenido en
la globalización, el consumo cultural y la economía—su contribución ya no crítica
sino teórica—decepciona no por problemas argumentativos sino por una falta de
conocimiento de los desarrollos más contemporáneos en el campo. El problema parece radicar en su tendencia de leer la década del 2000 como una extensión lineal de
los 1990s, definida por lo tanto por las actividades de los mismos protagonistas de
los debates que ocuparon al campo en ese momento. Sin embargo, ya no son García
Canclini, Alberto Moreiras y Beatriz Sarlo las únicas figuras centrales de un campo
que convoca principalmente a través de debates teóricos y epistemológicos, sino que
ya participa otra generación dinámica de gente que: 1) ha fundado y administra
programas de posgrado en estudios culturales, 2) realiza proyectos de investigación
y pedagogía en un campo expandido y distinto del de los momentos fundacionales
y 3) en muchos casos tiene cargos en la gestión cultural a nivel regional o nacional
(como es el caso de Víctor Vich, actual asesor cultural para la Alcaldía de Lima).
Siguiendo el pensamiento de Stuart Hall, Lawrence Grossberg propone
que los estudios culturales no se definen por sus posturas teóricas (ni tampoco por
sus agendas políticas) sino por sus prácticas investigativas, las que se fundamentan
en lo que él ha llamado “la contextualización radical”, una visión para el campo que
se ha reiterado recientemente en el libro Antropología y estudios culturales: disputas
y confluencias (Siglo XXI, 2012) de Eduardo Restrepo, profesor en la Maestría en
Estudios Culturales de la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá y uno de los
nuevos protagonistas del campo. Este enfoque es el que determina los programas de
docencia, investigación y gestión en estudios culturales que han proliferado en décadas recientes en todo el continente y que Trigo menciona muy brevemente (31–34).
Tampoco reconoce los proyectos realizados propiamente en estudios culturales latinoamericanos en los EEUU donde los doctorados más prominentes del campo (los
de George Mason University y University of California, Davis) han sido dirigidos
recientemente por latinoamericanistas. En lugar de basar sus observaciones en los
numerosísimos proyectos de investigación empírica que se han realizado sobre tales
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temas como la migración y el desplazamiento, la violencia y el miedo, el género y la
sexualidad, la memoria, las redes sociales, las tecnologías de militarización y vigilancia, la propiedad intelectual, mantiene un enfoque en las discusiones principalmente
teóricas de algunos temas que fueron prominentes en los 1990s. Su mirada sigue los
paradigmas de esa década y por consiguiente ignora espacios muy productivos de los
estudios culturales como Centroamérica donde se realiza bienalmente un congreso
de estudios culturales y se fundó hace unos años uno de los pocos doctorados en estudios culturales en las Américas en la Universidad de Costa Rica. De igual manera,
presta poca atención a la frontera norte de México, que alberga la pionera maestría
de estudios culturales del Colegio de la Frontera Norte en Tijuana y el recién lanzado doctorado en estudios culturales de la Universidad Autónoma de Baja California
en Mexicali. Aunque se refiere a la existencia del programa del Colegio, hace falta, por ejemplo, alguna referencia a uno de sus fundadores, José Manuel Valenzuela
Arce, quien es sin duda uno de los investigadores más productivos e influyentes del
campo (30).
Los estudios culturales hoy tienen asociaciones profesionales (Association for Cultural Studies, Cultural Studies Association) en las que participan activamente latinoamericanos y latinoamericanistas, y redes locales, tanto informales
como formales. Trigo sí cita, pero muy brevemente, el libro reciente coordinado por
Nelly Richard, En torno a los estudios culturales, que reúne varios materiales de la
Red de Estudios y Políticas Culturales con el apoyo de la Organización de Estados
Iberoamericanos y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (131–32), pero
no indaga sobre las agendas de investigación de los espacios en que participan los
autores de los textos de esta colección y que incluyen programas de investigación,
docencia y gestión.
Robert McKee Irwin
Mónica Szurmuk
University of California at Davis
Universidad de Buenos Aires
Zecchi, Barbara. Desenfocadas: Cineastas españolas y discursos de género. Barcelona: Icaria, 2014. 246 pp.
El empleo de metáforas visuales como molde conceptual para articular el
estudio de la contribución de las mujeres al ámbito de la realización cinematográfica es moneda de cambio ya habitual de los estudios peninsulares. Como ejemplos
paradigmáticos, podemos señalar los libros Feminist Discourse and Spanish Cinema: Sight Unseen (1999), de Susan Martin-Márquez, y Toda ojos (2001), de María
Donapetry. Barbara Zecchi también escoge este punto de partida para proponer un
recorrido por la historia del cine español que rescata el trabajo de cuatro generaciones de realizadoras cuyas contribuciones han sido “desenfocadas” por el monopolio
patriarcal de los medios de producción y legitimación crítica del cine.
Zecchi inicia su ruta sobre la base de un extenso corpus de unas cien películas de lo que denomina “ginocine”, un neologismo que la autora propone para
superar las limitaciones de categorías como “cine femenino” y “cine de mujeres” (8).