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Mexicanos en EU 1
Gabriela De la Paz
La última edición de la revista Foreign Policy muestra en su portada al nuevo rostro de Estados
Unidos: un inmigrante de origen mexicano que porta una bandera de ese país y se lleva la
mano al corazón, como cuando se canta “The Star-Spangled Banner”, su himno nacional. La
fotografía apoya el ensayo de Samuel Huntington, el destacado profesor de Harvard y autor de
“El Choque de Civilizaciones”, que desde noviembre de 2000 empezó a advertir sobre la
amenaza que representan los inmigrantes mexicanos al estilo de vida, los valores y las
instituciones estadounidenses.
La alarma está puesta desde que los censos han hecho oficial la abrumadora presencia de los
hispanos en la Unión Americana y cómo los mexicanos conforman el mayor porcentaje en esta
aparente recolonización de los espacios perdidos hace 156 años. Por ejemplo, Huntington
afirma que en 2000, el 69% de los inmigrantes ilegales en ese país eran de origen mexicano. El
segundo lugar le correspondió a los salvadoreños, con una cifra 25 veces menor.
En su ensayo, Samuel Huntington hace un recuento de cómo la inmigración europea configuró
a Estados Unidos y cómo su identidad (y su fortaleza) radica en ser una nación fundada por
colonos blancos, de nacionalidad británica y religión protestante. Años después llegaron
personas de otros países del norte de Europa y se asimilaron a los que ya estaban en el lugar.
De ahí, la siguiente gran ola de recién llegados ocurrió a finales del siglo 19.
Curiosamente, el académico de Harvard no menciona que esta segunda ola migratoria estaba
compuesta por gente de Europa del sur, principalmente, y muchos de ellos eran judíos o
católicos que se asimilaron a la fuerza. De ese tiempo son los barrios Little Italy (Nueva York)
y Chinatown (San Francisco), creados tanto por la identificación racial y cultural como por el
rechazo de los americanos a aceptar a quienes llegaban con idiomas, comidas, costumbres y
religiones diferentes.
La reacción de los estadounidenses se dio en dos vertientes: una, negativa, encarnada en los
movimientos nativistas que atacaban a los inmigrantes porque les traían enfermedades, creaban
inseguridad y les robaban los trabajos. Otra, positiva, con el movimiento progresista, que
pretendía corregir el impacto de la industrialización que atraía a estos inmigrantes y obligaba a
buscar nuevos esquemas en la administración y la economía. La creciente economía,
ocasionaba flujos migratorios masivos hacia los núcleos urbanos donde estaban las fábricas y
los barrios de inmigrantes. Así surgió la necesidad de organizar a los nuevos, sin perder la
identidad estadounidense que se estaba consolidando.
En el ensayo Huntington pasa por alto las influencias de los países que colonizaron a lo que
hoy son México y Estados Unidos. Por un lado está España, un país fervientemente católico
con estructuras socio-económicas feudales, con una monarquía absolutista y una visión
1
Publicado en el periódico El Norte, sección nacional, 3 de marzo de 2004, p. 7-A.
fatalista del destino, el adalid de la Contrarreforma que desde 1521 conquistó México con
empresas unipersonales de saqueo.
Por otro lado está Inglaterra, uno de los primeros países que abrazaron las ideas de la Reforma
al punto de ser anti-católicos, que seguían los dictados del mercantilismo, se regía por una
Carta Magna que ponía algunos límites al Rey y una misión predestinada por Dios, que llevó al
establecimiento de una ética protestante de trabajo. Bajo este signo, a partir de 1603 fundaron
colonias en Norteamérica sustentadas por empresas colectivas leales al rey, pero que dejaban a
los colonos la administración de los asentamientos.
De ahí nacen las diferencias que van a separar a México y a Estados Unidos. Las Trece
Colonias británicas en Norteamérica durante mucho tiempo fueron ignoradas por no ser tan
prósperas y exuberantes como la Nueva España. Sin embargo, su población estaba ansiosa por
convertir esa tierra inhóspita en un paraíso que sería ejemplo para el mundo. La geografía
resultó ser una aliada, pues la distancia de Londres les permitió enfocarse totalmente en sus
asuntos. De la misma manera, los recursos naturales ayudaron a que la población fuera
autárquica e iniciara exitosas relaciones comerciales con Europa.
Sin embargo, Samuel Huntington minimiza las repercusiones que tuvieron los diferentes
orígenes de México y Estados Unidos para centrarse en lo que él llama “el reto hispano”: una
creciente inmigración ilegal de mexicanos que rechazan asimilarse, como si muchos
antropólogos no hubieran dicho ya que en realidad las culturas no se fundieron en una sola,
sino que conviven una al lado de la otra. De otro modo, nunca habrían existido leyes de
segregación racial en el sur. Pero él se centra en estas diferencias y en las alarmantes cifras de
esta invasión o reconquista de espacios perdidos, pero no menciona ni las aportaciones de los
méxico-americanos (o el conjunto de los hispanos o latinos) a la cultura estadounidense; ni las
razones por las cuales éstos se quedan a vivir allá; o mucho menos las contradicciones que
representa vivir entre dos naciones tan diferentes.
Los méxico-americanos viven en una encrucijada, propia de quienes están atrapados entre dos
mundos: aman los principios y valores de Estados Unidos que les proporcionan una vida mejor
que la que tenían en México, con un sistema político que responde a sus demandas, donde hay
posibilidad de movilidad social a pesar de los prejuicios raciales. Sin embargo, los restringe su
herencia católica, el paternalismo que privilegia los derechos de los hijos por encima de las
hijas, la necesidad de conseguir un empleo en contra de invertir en una educación que les abra
más puertas a largo plazo.
En medio de todo esto, 2004 es un año electoral y los hispanos son el nuevo campo de batalla
entre los partidos políticos, por lo que la siguiente semana veremos quién escucha a
Huntington.