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El Estado internacionalizado Nueva figura de la mundialización en África Thierry Vircoulon Contrariamente a las ideas recibidas, África no está fuera de la mundialización, sino plenamente adentro. Aun cuando figura como la gran ausente de los estudios sobre el tema (centrados generalmente en el Extremo Oriente, la India y a veces América del Sur), el continente africano padece y contribuye a la “nueva configuración del mundo”. La República Islámica de las Comoras y la República Democrática del Congo (RDC), ambas recién salidas, con unos meses de diferencia, de una transición política delicada, ilustran la mundialización a la africana. En nombre de los dos imperativos categóricos de la política internacional (la globalización democrática y el buen gobierno), estos dos estados están internacionalizados y su soberanía depende más de las ficciones del derecho público internacional que de la realidad. Esta internacionalización no declarada adopta el aspecto de una fuerte extraversión socioeconómica y de una puesta en dependencia política, estructuralmente diferente del control ejercido por las grandes potencias en la época de la guerra fría. Las transiciones políticas de las Comoras y de la RDC no son simplemente nuevos ejemplos de democratización asistida, dan fe del nuevo régimen de dependencia que acompaña a la mundialización. Los dos estados en cuestión no se inscriben únicamente en una red de restricciones externas, como cualquier otro país, sino que esa red de restricciones los ha penetrado a profundidad. Su aprehensión política está sobredeterminada por cuestiones globales, mientras que su margen de maniobra y su funcionamiento interno están “enmarcados”: conocen entonces la paradoja de estar a la vez incluidos en el ”nuevo orden mundial” y marginados de él. Dos ejemplos de salvamento internacional ¿Qué tienen en común la República Islámica de las Comoras y la República Democrática del Congo? A priori, nada. La primera es un archipiélago de tres islas perdidas en el Océano Índico poblado por apenas 600000 habitantes, sin recursos notables y totalmente marginal en la escena internacional, mientras que la segunda es un país-continente de alrededor de 50 millones de habitantes, que es la clave de la estabilidad de África Central y quizá la del desarrollo económico de África. De la desproporción geoestratégica entre estos dos países resulta también una desproporción de interés en la escena internacional. No obstante, interesantes similitudes estructurales acercan al país del centro de África y al archipiélago de las “islas de la Luna”. Ambas tienen una historia poscolonial agitada: la RDC sufrió una larga dictadura absoluta y caricaturesca que se llevó a cabo en una guerra de sucesión internacionalizada, y las Comoras conocieron nada menos que una veintena de cuartelazos o tentativas de cuartelazos desde la independencia en 1975.1 Ambas pasaron muy cerca del estallido en los años 1990: la unidad nacional fue cuestionada por la crisis separatista en las Comoras2 y por las guerras de sucesión de Mobutu en la RDC.3 Ambas conocen una situación socioeconómica profundamente siniestrada: desde principios de los años 1990, la economía congolesa se hundió en una informalización de la cual está lejos de haber salido; incapaz de generar un desarrollo endógeno y empleos en número suficiente, la economía de las Comoras está estructuralmente siniestrada y vive permanentemente bajo la perfusión de las transferencias financieras de la diáspora, que representan más o menos el equivalente del presupuesto del Estado. En las Comoras como en la RDC, la noción de inversión pública no es sino un deseo lejano, y la economía formal está estancada desde hace al menos un decenio. Estos países padecen, pues, los mismos males, el secesionismo y el subdesarrollo, que se automantienen en una espiral de derrumbamiento. Además, ambas se han beneficiado de los buenos oficios de la “comunidad internacional”,4 que ha procedido in extremis a su salvamento patrocinando acuerdos de paz5 y supervisando la transición política con misiones internacionales encargadas de prevenir la violencia y organizar la vuelta a la democracia: la misión de las Naciones Unidas al Congo, MONUC (en la RDC), y la misión de la Unión Africana para el aseguramiento de las elecciones, AMISEC (en las Comoras). Si bien los maestros de obra de la paz fueron diferentes en los dos casos (la ONU en la RDC y la Unión Africana en las Comoras, en aplicación del principio extrañamente selectivo de “africanización de la gestión de las crisis africanas”), es importante señalar que, en ambos casos, la transición asistida por la “comunidad internacional” se ha manifestado como un ejercicio político incierto y complicado por la voluntad de los dirigentes temporales de prolongar su mandato, de asegurarse incluso una reconducción por las urnas. Sin embargo, en ambos casos, la transición ha sido llevada a término: a resultas de elecciones transparentes y regulares organizadas bajo supervisión internacional, el gobierno transitorio del coronel Assoumani Azali desapareció con la elección del 14 de mayo de este año, mientras que el gobierno de transición congolés (el directorio 1 + 4)6 llegó a su fin con el escrutinio presidencial de octubre. Así, de una y otra parte, pudo celebrarse la vuelta a la democracia en su forma elemental, aun si en la RDC estallaron enfrentamientos entre los dos grandes candidatos a la presidencia después de la votación. El Estado internacionalizado, subproducto del intervencionismo internacional A pesar de sus modalidades diferentes, ambas operaciones internacionales de pacificación/ democratización tuvieron el mismo efecto: la internacionalización del Estado. Ciertamente, la mundialización de estos países ya estaba en germen antes de la intervención internacional: sus economías estaban inscritas en redes comerciales transcontinentales y los poderes establecidos evolucionaban en la órbita de las grandes potencias.7 Pero la intervención internacional decuplicó esta lógica de dependencia política y económica oficializándola y legitimándola. En el plano socioeconómico, la dependencia con respecto al exterior, muy fuerte ya, no ha hecho sino acrecentarse. En algunas ciudades de estos países (Moroni, donde se encontraba la AMISEC, y las ciudades que acogieron bases de la MONUC), la economía local se estimuló artificialmente por la presencia internacional. Arrendadoras inmobiliarias, empleos locales, compras menores, gastos de la vida cotidiana, etc. dieron por resultado una inyección de efectivo que permitió revitalizar los comercios, pero también provocó cierta inflación. Aun cuando una misión de la ONU no gasta en promedio localmente sino 10% de su presupuesto, 8 ese 10% en las economías urbanas empobrecidas de las Comoras y de la RDC tienen un efecto de arrastre innegable. En el caso de la RDC, la contribución de la ONU a la economía congolesa no se mide sólo en términos financieros, se contabiliza también en infraestructuras, puesto que la MONUC, para sus propias necesidades, restableció enlaces aéreos, vías fluviales y pistas transitables a través del país, que permiten el nuevo arranque de los intercambios comerciales y hacen de la MONUC la primera agencia de transportes del país. Esta contribución indirecta a la economía local se acompañó, por otra parte, de la implantación de las agencias sociales de las Naciones Unidas (PNUD, Unicef, OMS, etc.) y de las grandes ONG internacionales. Válido sobre todo para la RDC, que ha conocido varios desastres humanitarios desde 1994, esta llegada masiva de la ayuda internacional desembocó en la externalización de la responsabilización de sectores sociales enteros. El conglomerado internacional de organismos de la ONU y grandes ONG que invirtió en la RDC en la segunda mitad del decenio de 1990 (aparte de las iglesias) es el único que financia los sectores de la salud y la educación. Al llenar el vacío dejado por un Estado congolés en la ruina, dicho conglomerado alentó la ONGización de la sociedad por la necesidad de intermediarios locales, conforme a su lógica de subcontratación.9 La multiplicación de las ONG congolesas, por tanto, pudo hacer creer en una viveza extraordinaria de la sociedad civil de ese país, cuando lo que ésta refleja es su extrema dependencia con respecto a la “comunidad internacional” y a sus organizaciones diversas y variadas. Desde ese punto de vista, aun cuando las Comoras no han sufrido la llegada del conglomerado humanitario-onusiano, el país no escapa a la externalización de la responsabilización social de las poblaciones. De hecho, la emigración a Mayotte y a Francia es una forma de desubicación social: las familias que permanecieron en el país y las asociaciones comoranas de desarrollo se benefician de las contribuciones de la diáspora y de las grandes ONG musulmanas. Además, la democratización y la reconciliación nacional van a la par con la acentuación de la dependencia socioeconómica. En efecto, el nuevo presidente fue elegido sobre la base de un programa social centrado en el mejoramiento de las condiciones de vida de la población. Ahora bien, el financiamiento tan importante que necesita la implementación de su programa debería estar asegurado por los 200 millones de dólares prometidos durante la Conferencia de los socios de las Comoras en diciembre de 2005. A pesar de una retórica de autoafirmación, otra vez es en el extranjero donde se busca la salvación y, si una y otra partes mantienen los compromisos, el nuevo gobierno democrático debería ser aún más dependiente de los capitalistas extranjeros que los precedentes.10 Pero lo que fue perceptible para todos durante la transición es más la puesta en dependencia política que la económica y social. Esta dependencia política es el inevitable precio que debe pagarse por el multilateralismo de la democratización. Estados fallidos, las Comoras y la RDC han sido puestos en situación de soberanía controlada por quienes han tenido a bien patrocinar los acuerdos de paz y asumir el papel de garantes de una unidad nacional en peligro. A fin de evitar todo malentendido, es importante señalar que el régimen de soberanía controlada no significa que las potencias extranjeras dirijan todo y sean capaces de dictar su ley a los actores locales (como lo mostraron los enfrentamientos entre las tropas de J. Kabila y J.-P. Bemba en Kinshasa el día del anuncio de los resultados de la primera vuelta en agosto). El régimen de soberanía controlada significa que la “comunidad internacional” está investida con el papel exorbitante de derecho común en los asuntos nacionales de estos países. En la RDC, el acuerdo global e incluyente formalizó esa soberanía controlada, creando el “Comité Internacional de Acompañamiento de la Transición” (el CIAT). Éste estaba formado por los embajadores de los países miembros del Consejo de Seguridad, por los de los países que tenían un interés particular en la transición congolesa y por el capitalista institucional mayoritario (la Unión Europea). Como encargado de apoyar los esfuerzos del gobierno a todo lo largo de la transición, el CIAT intervino con toda legitimidad cada vez que se manifestaban riesgos de cuestionamiento de la transición y de desviación con respecto al objetivo final buscado: la celebración de elecciones libres y transparentes. Condenó cada tentativa de cuartelazo, así como la toma de Bukavu por militares disidentes, en junio de 2004, y ejerció presión en la Reagrupación del pueblo congolés (RCD/G), que había suspendido brevemente su participación en el gobierno de transición tras la masacre de Gatumba.11 Pero también desplegó su intervencionismo en la gestión de los asuntos propiamente gubernamentales: obligó a la asamblea parlamentaria a trabajar de nuevo la ley electoral que había elaborado; enmarcó el trabajo gubernamental decretando un calendario legislativo (elaboración de las leyes sobre la defensa, la nacionalidad, los partidos políticos, la descentralización, las instituciones electorales, etc.). Contrariamente a lo que quiere hacer creer su nombre, el CIAT era, pues, mucho más que un “acompañante”, era un actor de pleno derecho de la transición, incluso su compás. Las Comoras no conocieron un consorcio semejante de “ángeles de la guarda” extranjeros durante su transición, pero el club de amigos de las Comoras y la AMISEC hicieron sentir todo su peso en la política local (la AMISEC había reducido además la capacidad de acción del ejército comorano). Este control internacional aparece también en los procesos electorales, que constituyen el punto final de la transición. Los procesos fueron financiados, planificados y validados por la “comunidad internacional”. En la RDC y en las Comoras, las comisiones electorales independientes se beneficiaron de una asistencia técnica extranjera, sin la cual no habrían podido funcionar (por el sesgo del PNUD y de la Unión Europea), y recibieron los fondos necesarios para la organización de los escrutinios por parte de los capitalistas institucionales. Por otra parte, en la RDC, habida cuenta de la extensión del territorio nacional, la MONUC desempeñó un papel central en la logística electoral al transportar el material de las casillas de voto. Los riesgos de seguridad desembocaron en que, en ambos países, los militares nacionales fueran descalificados por asegurar la protección del escrutinio (los responsables de la AMISEC y de la MONUC habían solicitado que las fuerzas de defensa estuvieran acuarteladas durante la votación), y esa tarea se confió a potencias extranjeras (una fuerza militar europea, EUFOR, estaba estacionada en Kinshasa y, en las Comoras, las casillas de voto estaban custodiadas por los militares sudafricanos de la AMISEC). El financiamiento del escrutinio y su seguridad se internacionalizaron, al igual que su validación, como lo indica la intensa observación electoral internacional que tuvo lugar en esos dos países.12 El escrutinio que inaugura a los ojos de todos la “vuelta a la democracia” se hizo posible, en sus aspectos políticos y técnicos, gracias a la “comunidad internacional”. Las poblaciones locales, por otra parte, no se equivocaron en ello: a sus ojos, ¡la “comunidad internacional”, mucho más que una comisión electoral pretendidamente independiente, es el verdadero garante de las elecciones! En ese contexto, la votación que cierra la transición se inscribe, como la propia transición, en la dependencia con respecto al extranjero. En ambos países, la internacionalización no se aplica solamente a la política nacional, sino a los propios engranajes del Estado, a la administración. Así, los retroactivos del salario de los funcionarios de las “islas de la Luna” los paga Francia,13 y la RDC, que es un failed State ejemplar, ve reconstruir su Estado por un consorcio de potencias extranjeras y de organizaciones internacionales. Enfrentada a un “territorio sin Estado”,14 la “comunidad internacional” se vio obligada a duplicar su mandato en la RDC: a la mayor operación de peacekeeping en curso (17000 hombres, más mil millones de dólares de presupuesto anual) se sumó una empresa de State-building de un país continental. El PNUD elaboró un escenario de reconstrucción a minima del Estado congolés, es decir, una nueva implementación de sus bases: las fuerzas del orden, la defensa nacional, la justicia, el fisco, el presupuesto. Los donantes se dividieron en cierto modo la tarea, y cada uno está reconstruyendo un pedazo de ese Estado ausente que es la administración congolesa. Pero esta ingeniería estatal de importación se despliega según las filosofías y metodologías propias de cada donante: la formación de policías congoleses por los sudafricanos tiene poco que ver con la formación impartida por los franceses. De hecho, los engranajes administrativos de la RDC están constituidos en diferentes escuelas de pensamiento, sin mayor preocupación por la coherencia en la transferencia del savoir-faire. Al final de esta reconstrucción –si es que hay final–, la RDC se encontrará de nuevo con un Estado cuyos engranajes se habrán internacionalizado con el gran refuerzo de asistentes técnicos por parte de diferentes cooperaciones nacionales comprometidas en un proceso de colaboración competitiva. En latitudes lejanas, también toma forma el proyecto de una puesta bajo tutela de los estados fallidos, proyecto apoyado intelectualmente por los pensadores del otro lado del Atlántico,15 pero que, sobre el terreno, está lejos de producir los resultados esperados. Transiciones intransitivas Contrariamente a sus pretensiones, esta internacionalización del Estado, que se suma a una globalización económica “natural”, no resuelve ninguno de los problemas estructurales de estos países, solamente modifica algunos parámetros. La privatización del Estado, el “neopatrimonialismo” de tipo sultánico16 o la “política del vientre”17 –en resumen, las raíces de lo que el Banco Mundial llama la “mala gobernanza”– no se erradicaron durante la transición. Corrupción y mala gobernanza siguieron prosperando ante los ojos de la “comunidad internacional”: en las Comoras, como lo testimonia el reciente descubrimiento de 40 millones de euros en cuentas en el extranjero, el coronel Azali saqueó el Tesoro Público y distribuyó los contratos públicos a la camarilla formada por sus allegados; y, en la RDC, el gobierno, lejos de ser proveedor de servicios, ha seguido siendo el depredador social que recauda su diezmo en las pocas actividades económicas rentables: en enero de 2005 fueron destituidos seis ministros por corrupción y, en octubre de 2005, los administradores de las dos principales empresas del Estado fueron arrestados por el desvío de 18 millones de dólares de créditos de impuestos. Además, se concedieron numerosos contratos mineros en condiciones sospechosas,18 al punto de que, en Kinshasa, se asocia al gobierno de transición con un “mobutismo sin Mobutu”. Pobre en una economía pobre, el Estado se ha reducido al punto de aparecer como un propietario ausente. Ha sacrificado su papel social y mucho más: lo asociativo y lo religioso (el Islam en las Comoras y la Iglesia Católica en la RDC) cumplen las funciones sociales básicas –educación y salud– y palian, en una medida modesta, la ausencia de infraestructuras públicas.19 Las funciones de seguridad del Estado (justicia, ejército y policía) se independizaron y privatizaron: en ambos países, el ejército (o sus residuos) invirtió fuertemente en el sector privado (militarización de las actividades mineras en la RDC e implicación de los oficiales en las sociedades comerciales en las Comoras). Las estructuras de la gobernanza no se han modificado, de igual modo que no se han resuelto la cuestión económica ni las disensiones políticas profundas; de ahí la precariedad y lo incompleto de la pacificación realizada por la “comunidad internacional”. En las Comoras, donde el presidente Mohamed Sambi intenta romper con las prácticas de su predecesor y mantiene un discurso de justicia social y desarrollo, los fermentos de la división están aún presentes: como lo mostraron una vez más, este año, las celebraciones inoportunas de la fecha de la declaración unilateral de independencia, el separatismo anjuanés no ha desaparecido, está simplemente aquietado por un complejo y frágil equilibrio constitucional entre las tres islas, encarnado por la “rotatoria”.20 En la RDC, la paz está inconclusa:21 los grandes actores políticos siguen recurriendo a la violencia en la competencia electoral; algunos territorios rebeldes del este continúan alimentando sueños de secesión (Ituri y Katanga); mientras que la coexistencia de algunas poblaciones sigue siendo problemática (los kasais en Katanga y bañamulengues en los Kivus, por ejemplo). En la RDC y en las Comoras, la economía formal está en un punto muerto. Aunque los recursos y la historia económicos de esos dos países sean muy diferentes, su balanza económica, en este inicio del siglo xxi, es muy similar: la mayoría de la población vive por debajo del umbral de pobreza; el país no tiene casi ninguna capacidad productiva industrial y no valora sus potencialidades (mineras en la RDC y turísticas en las Comoras); la economía que no depende de la subsistencia se limita a una importación-exportación mayoritariamente informal, muy internacionalizada (comercio del arroz y de los hidrocarburos en las Comoras) y con frecuencia delictiva (redes de explotación de minerales y de bosques en la RDC); y una parte nada despreciable de la población preferiría emigrar. Las economías de estos dos países están endeudadas y no son productivas (la agricultura está en declive en las Comoras, la extracción minera es artesanal en la RDC, con frecuencia calificada de “escándalo geológico”). Sobreviven sólo gracias a su inserción en redes de intercambios mundializados, que escapan totalmente a las estadísticas y a los impuestos del Estado, así como a las reglamentaciones internacionales. Por ello, durante la transición, las condiciones de vida de la población no han cambiado fundamentalmente, a pesar de los flujos financieros generados por una importante presencia extranjera. La decepción popular ha sido creciente a lo largo de la transición, y la fuerte participación en los escrutinios finales tradujo más la voluntad de acabar con un régimen temporal predador que se eterniza que un entusiasmo súbito por la democracia. Los hacedores de la paz y los promotores de la democracia han conseguido (de manera precaria en el caso de la RDC) imponer el respeto de los acuerdos firmados bajo su égida, pero la implementación del Estado internacionalizado gracias al consenso de los grandes actores de la política internacional no ha aportado las respuestas necesarias para el fracaso estructural de esos países. Puestas en paralelo, estas dos transiciones son reveladoras del tratamiento contemporáneo de los estados fallidos y de sus deficiencias, así como de la globalización política intensa que acompaña, en ciertas regiones, a la globalización económica. Al igual que el historiador Niall Ferguson, para quien el tutelaje es la solución para la mala gobernanza,23 la “comunidad internacional” piensa haber encontrado en el Estado internacionalizado el remedio adaptado a los estados fallidos, al mismo tiempo que una fórmula de intervención menos pesada políticamente que el protectorado (Bosnia y Kosovo). Algunos clones de estados creados al día siguiente de la descolonización, que “tomaron mal sesgo”, están sometidos de ahora en adelante a un régimen de soberanía controlada: en nombre de la globalización democrática, sus elecciones se les escapan tan ciertamente como su economía, sus administraciones están reestructuradas según los deseos de los donadores y sus políticas públicas están inspiradas en el extranjero. Ahora bien, la idea de una soberanía controlada para los estados fallidos, defendida allende el Atlántico, es jurídicamente aproximativa, diplomáticamente molesta y problemática en sus resultados. Además de la evidente fragilidad de las democracias de importación, este marco internacional no asumido encubre un riesgo potencial de contrarreacción nacionalista o resistencia latente que mina toda tentativa de interiorizar una reforma democrática. Esta situación de soberanía controlada muy evidentemente se vive mal y provoca en respuesta una desresponsabilización táctica y un nacionalismo a la vez epidérmico y estratégico. Para un gobierno tutelado y obligado a comprometerse en la vía de la democracia, es una gran ventaja poder culpar a la “comunidad internacional” y a sus múltiples encarnaciones de todo lo que no funciona en el país. Además, las elites locales no interpretan la democratización importada como la manifestación del humanitarismo político de Occidente, sino como el reflejo del juego de las potencias en la escena internacional. Por ello, el remedio corre el riesgo de no ser sino un placebo, y el éxito de las transiciones congolesas y comoranas sigue siendo condicional, mientras no den prueba de duración, es decir, mientras la democracia no esté arraigada. Lo que plantea, desde luego, la delicada cuestión de la duración del compromiso internacional, cuestión que permanece en suspenso en muchas regiones del mundo (Liberia, Sierra Leona, Afganistán), pero que resurge tarde o temprano (Kosovo, Bosnia, Iraq). En acto, en la RDC y en las Comoras el multilateralismo de la paz y la democracia es una de las facetas de la globalización política que da fe de la evolución contemporánea de la desubicación del poder en la escena internacional. En Kinshasa, es patente el aumento del poderío de la política extranjera europea: al volar en auxilio de la transición con la operación Artemis en Ituri y al asegurar el escrutinio final, desempeñó un papel principal en la estabilización de esa parte de África. Con la intervención comorana, la Unión Africana habría podido percibirse como “la ONU de África”, si no hubiera sido, a través de la AMISEC, la máscara del poderío regional emergente24 –Sudáfrica–, que también está muy presente en el proceso de paz y de reconstrucción congolés (¡fue sede del diálogo intercongolés en Sun City y había intentado una infructuosa mediación entre Mobutu y Laurent Désiré Kabila!); y quiere imponerse en la escala continental jugando la carta del multilateralismo regional (a través de la Unión Africana, la SADC, etc.).25 Estas dos transiciones reflejan, por consiguiente, el surgimiento de nuevas potencias preocupadas por ser reconocidas como reguladoras oficiales, utilizando simultáneamente las herramientas bilaterales y multilaterales para hacerlo. Sin embargo, esta regionalización del poderío –y por lo tanto de la dependencia– no es una escapatoria de la mundialización: aun cuando las conduzcan o influyan en ellas potencias emergentes, esas intervenciones siguen estando excesivamente determinadas por las “cuestiones globales” que estructuran la política internacional (el islamismo político y la guerra contra el terrorismo en las Comoras, la competencia mundial por los recursos naturales y la redistribución de las zonas de influencia en África). Por otra parte, los efectos de esta mundialización política se encuentran en lo más profundo de la política local: cuando Mohamed Sambi se esfuerza por conciliar apoyo occidental e Islam político, ¿no trata de conciliar dos globalizaciones antagónicas en interés de las “islas de la Luna”? Thierry Vircoulon Ex alumno de la ENA. Asistente técnico en Ituri. Trabajó en África para el Quai d’Orsay y la Comisión Europea. Traducción: Marta Gegúndez 1. El último por fecha es el que llevó al poder al coronel Azali en 1999. 2. Declaración unilateral de independencia de la Isla de Anjuán en agosto de 1997. 3. Guerras de 1996/1997 y 1998 que desembocaron en la ocupación del este congolés por ejércitos extranjeros y la implantación de administraciones locales rebeldes. 4. Yo acompañaría de comillas, a todo lo largo del texto, esta expresión periodística que no significa nada, pero que disimula el juego de las potencias. 5. El acuerdo global e incluyente de 2002 para la RDC y el acuerdo-marco de 2001para la reconciliación en las Comoras, llamado Acuerdo de Fomboni. 6. El acuerdo global e incluyente del 17 de diciembre de 2002, firmado entre los beligerantes congoleses, preveía un periodo de transición durante el cual la RDC sería dirigida por un equipo y no por un hombre: un presidente y cuatro vicepresidentes representativos de las fuerzas políticas del país formaron lo que se llamaba comúnmente en Kinshasa “el espacio presidencial”. 7. A pesar de su violencia (el asesinato de Lumumba y la intervención militar de la onu) y algunas “cacerías de blancos” (la secesión de Katanga, la zairinización de la economía), la descolonización de la RDC no fue sinónimo de ruptura con las potencias occidentales. La Guerra Fría rápidamente condujo a renovar las relaciones y, por otra parte, cuando el apoyo euroestadounidense comenzó a faltarle, a principios de los años 1990, el régimen del mariscal Mobutu se fragilizó. En cuanto a las Comoras, la trayectoria poscolonial de este Estadoarchipiélago siempre ha estado estrechamente ligada a Francia, que condujo ahí varias operaciones militares desde la independencia (cf. A. W. Mahamoud, Autopsie des Comores, Cercle Repères, Champigny). 8. Véanse sobre este punto los excelentes trabajos de evaluación de W. Carnaham, W. Durch y S. Gimore, Economic impact of peacekeeping, marzo de 2006. 9. Sobre la ONGización de la sociedad congolesa, véase T. Trefon, Ordre et désordre à Kinshasa. Réponses populaires à la faillite de l’État, L’Harmattan, 2004. 10. Esta dependencia se reequilibrará tal vez entre los donadores occidentales y los países musulmanes ricos con los cuales está reforzando relaciones el nuevo presidente. El emirato de Sharjah acaba de hacer una donación de 120 millones de francos comoranos para restablecer el alumbrado público. Las Comoras mantienen tradicionalmente relaciones continuadas con Libia, Arabia Saudita y Omán, y una importante delegación iraní se presentó ante el presidente Mohamed Sambi. 11. Esta suspensión momentánea siguió a la masacre de Gatumba, que tuvo lugar el 13 de agosto de 2004 y provocó la muerte de alrededor de 160 bañamulengues, la etnia cuya emanación política es el RCD/G. 12. La Comisión del Océano Índico, la Organización Internacional de la Francofonía, la Unión Africana y la Liga Árabe enviaron misiones de observación electoral a las Comoras, mientras que la SADC, la Organización Internacional de la Francofonía, la Unión Africana y la Unión Europea enviaron misiones de observación a la RDC. 13. París acaba de conceder una ayuda presupuestal de 1.5 millones de euros al nuevo gobierno. 14. R. Pourtier, “Du Zaïre au Congo: un territoire en quête d’État”, Afrique Contemporaine, núm. 183, er 3 trimestre de 1997, pp.7-30. 15. Para citar algunos nombres entre los más conocidos: Stephen Krasner, director del Policy Planning Staff del Departamento de Estado, recomienda un régimen de soberanía compartida para los estados débiles (S. Krasner, “Sharing sovereignty. New institutions for collapsed and failing States”, International Security, vol. 29, núm. 2, 2004, pp. 85-120); Jeffrey Herbst (“Responding to State failure in Africa”, International Security, vol.21, núm.3, 1996, pp.120-144). I. W. Zartman (Collapsed States. The Disintegration and Restoration of Legitimate Authority, Boulder, Lynne Rienner, 1995). 16. Así, J.-F. Médard califica al Estado mobutista como puramente predador y no redistribuidor (États d’Afrique noire: formation, mécanismes et crises, Karthala, 1991). 17. J.-F. Bayart, L’État en Afrique, Fayard, 1989. 18. Una comisión parlamentaria encargada de examinar la validez de los contratos mineros firmados por el gobierno de Laurent Désiré Kabila (la Comisión Lutundula) concluyó que “el gobierno de transición no actuó mejor que quienes ejercieron el poder del Estado durante el periodo 1996-1997 y 1998. Muy al contrario, la hemorragia de los recursos naturales y demás riquezas del país, encubierta por la impunidad garantizada por la Constitución, se amplió a los gestores gubernamentales”. 19. En las Comoras, las asociaciones de la diáspora financiaron la electrificación de algunos poblados; en Butembo, en el norte de Kivu, los comerciantes nandes financiaron la construcción de las infraestructuras indispensables para sus actividades: pista de aterrizaje, carreteras, central hidroeléctrica, etcétera. 20. Desde la Constitución de 2001, las Comoras son una “unión” dotada de un presidente, mientras que las islas tienen un “jefe del ejecutivo” y una autonomía reforzada. Con una intención de repartición del poder entre las tres islas, se prevé que la presidencia de la Unión “se rote” cada cuatro años (Anjuán tiene actualmente la presidencia). A pesar de las disposiciones constitucionales, la repartición de las competencias entre el presidente de la Unión y los jefes de los ejecutivos insulares todavía causa problemas y da lugar actualmente a negociaciones cerradas entre ellos. 21. Lo que las Naciones Unidas nombran las “fuerzas negativas” en el este congolés reagrupa un conglomerado heterogéneo de grupos armados que imponen sacrificios onerosos a zonas más o menos grandes (el Movimiento Revolucionario congolés en Ituri, los rebeldes hutus ruandeses del Frente Democrático de Liberación de Ruanda en los Kivus, los bañamulengues disidentes del general Laurent Nkunda, las milicias mai-mais kivus y en Katanga). 22. La deuda exterior de las Comoras pasó de 185 millones de dólares en 1990 a 264 en 2004; la deuda interna alcanzaría los 8 mil millones de francos comoranos; el estado de informatización de la economía congolesa no permite siquiera tener cifras de endeudamiento confiables. 23. “El problema en Liberia, como en tantos países africanos subsaharianos, es sencillamente el mal gobierno: dictadores corruptos y sin ley, cuya conducta hace imposible el desarrollo y alienta a la oposición política a expresarse en forma de guerra civil. Estos países no se corregirán a sí mismos. Necesitan que se les imponga una suerte de autoridad exterior.” Colossus: the Price of America’s Empire, Penguin Press, Nueva York, 2004, p.24. 24. A pesar de una dirección mozambiqueña, la AMISEC era una misión sudafricana en 90% de sus efectivos. 25. Sobre la afirmación de Sudáfrica como potencia regional, véase P. Venesson y L. Sindjoun, “Unipolarité et intégration régionale: l’Afrique du Sud et la renaissance africaine”, Revue Française de Science Politique, vol.50, núm.6, 2000, pp.915-940. Revue des revues, sélection de juillet 2007 Thierry Vircoulon : « L'État internationalisé : Nouvelle figure de la mondialisation en Afrique » article publié initialement dans Étude, janvier 2007. Traducteurs : Anglais : Asha Puri Arabe : Selmane Ayache Chinois : Yan Suwei Espagnol : Marta Gegúndez Russe : Ekaterina Belavina Droits : © Études pour la version française © Asha Puri /CEDUST de New Delhi © Selmane Ayache/Bureau du Livre de l’Ambassade de France en Algérie pour la version arabe © Yan Suwei/Centre culturel français de Pékin pour la version chinoise © Marta Gegúndez/Institut français d’Amérique latine pour la version espagnole © Ekaterina Belavina /Centre culturel français de Moscou pour la version russe