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Panel “Universidad y desarrollo económico productivo: los retos del Siglo XXI”
Expositoras:
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Dra. Patricia Lombardo -Facultad de Agronomía, UBA
D.I. Anabella Rondina - Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, UBA.
Ing. Qca. Margarita Esterman -Facultad de Ingeniería, UBA.
Coordinador: Ing. Horacio Salgado, Decano de la Facultad de Ingeniería, UBA.
La primera expositora, Anabella Rondina, comienza su intervención explicando que “el
diseñador industrial es el que hace los objetos con los que interactuamos en la vida cotidiana”,
a diferencia del diseñador gráfico o de imagen y sonido, quienes están vinculados a la
comunicación. En ese sentido, surge la pregunta respecto de cómo el diseño genera valor en
el sistema productivo local. Para ello, es necesario analizar cómo se ha ido desarrollando la
carrera y su articulación con la economía argentina, desde su creación hace 30 años. Rondina
explica que “tenemos que lograr que el diseño que desarrollamos y enseñamos en la
universidad pueda trabajar en conjunto con las empresas, para exportar con valor agregado”.
La carrera de diseño industrial fue creada en 1985, en plena recuperación democrática. Y
surge, curiosamente, en un momento donde había muy poca industria, en un sistema
productivo duramente golpeado por la dictadura. A mediados de la década de los ´90, cuando
la carrera cumplió 10 años, la mayoría de los egresados se iban al exterior, ya que con la
paridad peso-dólar, la industria local era cada vez más limitada y no lograba competitividad.
En el periodo que va desde 1996 a 2005 surge el fenómeno conocido como “diseño de autor”
(de muebles, decoración, accesorios) que es el diseño más “popular”. En este circuito, el
diseñador es, además, productor y comercializador de su obra. Recientemente, tras la crisis de
2001 y hacia el 2005, el diseño empieza a tener un lugar más importante en las empresas.
“¿Dónde pone su energía el diseño en la formación universitaria? Pasamos de un diseño
centrado en el diseñador, que busca estar en las revistas y en el circuito comercial, a un diseño
centrado en el usuario, que es para lo que estamos los diseñadores industriales, justamente,
para facilitarle la vida a las personas. Y ese diseño tiene que ser con y para la industria”,
sostiene Rondina.
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Respecto de la formación académica, la carrera se fue actualizando al ritmo del desarrollo
tecnológico, que fue incorporado por docentes y estudiantes. Sin embargo, la formación de
base está muy orientada al desarrollo de productos; mientras que las áreas como la estrategia,
la gestión y los negocios -que constituyen aspectos claves para trabajar con el sistema
productivo- están ausentes en la formación de los diseñadores industriales. Esto dificulta
entablar diálogos con los empresarios, por lo que es necesario reorientar el eje hacia la
estrategia. Y esto porque, como explica Rondina, “el diseño no es una actividad cerrada, es una
actividad absolutamente multidisciplinaria, pero no podemos desarrollar productos si no
entendemos el código de los demás”.
Concluyendo su intervención, Rondina afirma que el diseño industrial en la UBA, al ser una
universidad pública, tiene la responsabilidad de crear objetos para personas que no van a
llegar a la universidad. “Muchas veces a los diseñadores nos ven como “los creativos locos”
que vienen a proponer una cosa linda y la verdad que tenemos que afianzar la enseñanza
universitaria para que seamos vistos como estrategas que podemos mejorar la producción
local”, comenta.
La segunda oradora, Patricia Lombardo, sostiene al comienzo de su exposición que es
necesario reflexionar sobre qué entendemos por desarrollo, para luego pensar sobre la
formación de futuros profesionales que van a intervenir en el sector agrario, un sector
sumamente complejo y heterogéneo.
El agro es un sub sector dentro del sector primario de la economía argentina, e incluye el
sistema agroalimentario y agroindustrial. “Es necesario que los profesionales piensen cuál es
el aporte de este sector a la economía argentina. Aporta un 12- 13% al PBI. Pero aporta casi el
60% de las divisas del país. Sin embargo, es uno de los sectores que genera menos empleo, y
encima tiene altos niveles de trabajo no registrado”, resalta Lombardo.
En esa línea, es necesario no limitar el debate del desarrollo al tema del crecimiento
económico. El desarrollo va más allá del crecimiento, y además requiere una distribución más
equitativa de la riqueza, disminución de la pobreza, inclusión social y sustentabilidad
ambiental, económica, social y productiva. Es por ello que los procesos de desarrollo deben
ser planificados y conducidos por el Estado, que podrá definir objetivos y prioridades,
insertando el desarrollo del sector agrario en el proceso de desarrollo global.
Lombardo explica que el campo argentino presenta heterogeneidades en varios sentidos: en
sistemas productivos, en regiones, en actores sociales, productos, etc.
El primer punto para pensar en la formación de los profesionales en esta área, es volver a
reflexionar sobre qué es el desarrollo. Y lo primero que hay que destacar es que dada la
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complejidad y heterogeneidad del escenario, las transformaciones impactarán de forma
diferente.
Margarita Esterman, la última expositora, aborda en su presentación los problemas de la
industria energética y el planteo de soluciones basadas en una articulación entre las empresas
y la universidad.
La especialista explica que hoy en día existe un desarrollo tecnológico que permite explotar
los yacimientos no convencionales, algo que hace 20 años era impensable. La Academia
Nacional de Ingeniería, en un estudio diagnóstico a partir de la nacionalización de YPF,
plantea que serán necesarios entre 30 y 50 mil recursos humanos especializados para la
explotación exitosa de los nuevos yacimientos. Esto implicaría incrementar el número de
ingenieros formados en estas áreas, así como la ampliación de instancias de formación (como
maestrías, cursos de posgrado, etc.). Entonces, en el contexto actual “la demanda de recursos
humanos no es sólo una necesidad de las empresas, sino una necesidad del país. Nuestro
proceso productivo requiere de capital humano porque sabemos que las personas son las que
hacen posible ese desarrollo. La matriz energética argentina y su infraestructura fue diseñada
y puesta en marcha por ingenieros argentinos, entonces, no es algo que no se hizo nunca, se
puede volver a hacer y tenemos que retomar ese camino”.
Los jóvenes ingenieros que hoy ingresan a las empresas quieren tener la libertad de elegir, no
tienen un sentido de pertenencia a la compañía como sucedía décadas atrás. Esto puede ser
un obstáculo para el desarrollo, y para sortearlo se requiere una alianza entre universidad y
sectores productivos. “Acá veo tres actores: la universidad, que tiene que atraer más jóvenes
hacia las ingenierías, los jóvenes profesionales que no deberían sentirse frustrados cuando
ingresan a las empresas, y las mismas empresas, sean privadas o estatales, que deben pautar,
conjuntamente con su capital humano, estrategias para lograr sus objetivos y misiones”,
desarrolla Esterman.
En los procesos de selección de ingenieros, las empresas evalúan sus conocimientos, su perfil
profesional y su trayectoria académica, pero también sus habilidades “blandas”, como la
creatividad, su capacidad para innovar, sus habilidades en la comunicación y el trabajo en
equipo. Es prioritario desarrollar estas capacidades en los estudiantes durante los primeros
años de la carrera, para facilitar y mejorar la inserción laborar de los futuros ingenieros. Este
tema está intrínsecamente relacionado con otra cuestión problemática sobre la que es
necesario intervenir: cómo mantener la creatividad en el campo de las ingenierías.
También se señala que es necesario pensar estrategias para reemplazar la “fuga de cerebros”
con “especialización en el exterior con pasaje de retorno”. Esterman sostiene que “es muy
bueno ir y estudiar cómo se resuelven problemas afuera, y es muy bueno también poder
volver y tener un campo donde poder aplicar lo aprendido. Si tanto desde la universidad
como desde el sector productivo alentamos la idea de que es muy bueno ir, estudiar y volver,
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creo que vamos a tener un alto valor agregado y el crecimiento de la producción de tecnología
en el país”.
Finalmente, entre algunas soluciones posibles a estas dificultades, Esterman propone: incluir
en los programas de estudio de las ingenierías materias humanísticas para desarrollar las
mencionadas habilidades “blandas”, crear un sistema masivo de becas, contratar expertos
internacionales para la formación de profesionales argentinos, repensar y diseñar el proceso
de paso de los últimos años de la carrera al mundo laboral y fortalecer la articulación entre
universidades y empresas.
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