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CÓMO ACTUAR EN TIEMPOS DE CRISIS (II). DE EMPLEADOS A PRODUCTORES
Uno de los efectos que la crisis ha sacado con más fuerza a la superficie es la destrucción del
empleo, no sólo en el masivo tránsito de empleados a parados, sino también, como corolario,
de su precarització, de su abaratamiento, de su inseguridad... Pero sería ingenuo pensar −a
pesar del que nos digan los discursos oficiales− que esta manifestación ha sido producida por
la crisis; de hecho, ya estaba claramente presente a lo largo de todo el proceso de
financerización de la economía. En este artículo sostendré que la alternativa a la crisis no es
crear empleo para paliar el desempleo (aunque bienvenida sea en esta época de tribulaciones),
sino cambiar el concepto de trabajo para dotarlo de toda su potencia productiva para la
sociedad.
El empleado
La figura del empleado, tal como la conocemos hoy, y que de forma masiva se asimila al
trabajador, sólo se ha producido en el sistema capitalista; nunca antes existió una figura
parecida, ni siquiera los
sirvientes. Por lo tanto, aunque hoy este tipo de
trabajo adquiera carta de
cuasinatural
(a la vez que se encuentra en medio de toda relación social), tenemos que recordar que sólo
ha existido durante una parte muy breve de la historia de la humanidad.
¿Qué caracteriza al empleado? A diferencia del esclavo, del siervo de la gleva u otras formas
históricas del trabajador, viene identificado por la firma de un contrato entre personas
libres
(el empleador y el empleado) por el que este alquila su cuerpo (su
fuerza de trabajo
) para la realización de unas determinadas tareas, generalmente asociadas a un “puesto de
trabajo” definido, a cambio de un salario igualmente definido. Esta forma contractual no
constituye tan sólo un acto legal, sino que está profundamente inscrita en nuestras
consideraciones socioculturales, de forma que tendemos a asociar “trabajo” con “ocupación”.
En esta forma de trabajo únicamente el empleador puede valorizar su resultado (el empleado
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se tiene que atener, por muchas arengas para que se
implique
, a hacer su trabajo parcelado), de forma que la productividad del trabajo sólo se incrementa
sensiblemente a partir de su organización (lo que hicieron el
taylorismo
, el
fordismo
, o el
toyotismo
, entre otros) o de los adelantos tecnológicos, es decir, prácticamente no depende del
trabajador. Consiguientemente, el
empleado
es un
mal necesario
para el empresario, un coste que tiene que asumir para producir, de forma que, ante
condiciones adversas de mercado, se convierte en lo primero de ser suprimido.
Esta forma trabajo, verdadero anacronismo en la era en que el trabajo cognitivo se vuelve
tendencialmente masivo, no ha sido cuestionada ni mucho menos sobrepasada; permanece
como una
pseu
donaturaleza
y constituye una de las causas fundamentales de la destrucción de la llamada economía real y
de la
financerización
como forma privilegiada para proseguir con el proceso de acumulación, y todo a expensas de
la destrucción de la sociedad.
En efecto, el contrato laboral, por su misma esencia, implica una mutilación de la potencia
productiva del trabajador: este se alquila al empresario para realizar ciertas tareas o funciones
−y no otras− que aquel necesita para llevar a cabo su producción. Es decir, es el “trabajo”
mismo el que se convierte en
mercancía, no el fruto
del trabajo
, que pertenece al empresario. Este modelo de desarrollo, donde el trabajo tiene que ser
mutilado y
dependiente
(sin significado finalista) para poder ser controlado y organizado por el
dominio exterior
, conlleva, por lo tanto, la no realización, si no la destrucción, de, como mínimo, una parte
fundamental de la
potencia productiva
del trabajador (de aquello, precisamente, que lo hace humano,
persona
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). Tenemos, así, servida la gran contradicción que comporta el desarrollo capitalista: a la vez
que es capaz de producir incrementos espectaculares de la productividad a través de la
organización del trabajo, tiene que destruir parte de su potencial para poder dominarlo.
Esta contradicción se exacerba con la necesidad de desplegar el trabajo cognitivo como fuente
privilegiada de productividad, puesto que no puede conseguirse con las estructuras de dominio
del trabajo dependiente. En consecuencia, la llamada economía real deja de ser “atractiva”
para el capital, porque no puede rentabilizarla a su velocidad potencial, por lo que genera un
modelo bipolar: por un lado, la economía real, basada en la mercancía trabajo, apremiada y
dependiente, y por el otro, la
financerización
de la economía, es decir, la conversión del dinero de medio de pago a mercancía por
excelencia, lo que crea un enloquecido bucle
autoreferencial
.
No saldremos de esta situación destruyendo el trabajo, sino liberando todo su potencial de
creación y generación de riqueza, material e inmaterial, y esto implica diseñar una nueva
filosofía del trabajo
capaz de traducirse en
políticas
radicalmente nuevas(1).
El productor
La masiva identificación del trabajo con la ocupación (la reducción del trabajo a mercancía)
nos ha llevado a un olvido fatal: desde sus orígenes, el ser humano se caracteriza
esencialmente por su capacidad de
prod
ucir en cooperación
, desde los primitivos enseres y herramientas hasta las civilizaciones que nos atraviesan a
través de la historia. De forma que Deleuze y Guattari pueden declarar en su
antiedipo
:
“O sea que todo es producción: producciones de producciones, de acciones y de pasiones;
producciones de registros, de distribuciones y de anotaciones; producciones de consumos, de
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voluptuosidades, de angustias y de dolores.”
Y más adelante:
“En segundo lugar, ya no existe la distinción hombre-naturaleza. La esencia humana de la
naturaleza y la esencia natural del hombre se identifican en la naturaleza como producción o
industria, es decir, en la vida genérica del hombre.”
Pero esta condición esencial del ser humano como productor tiene ciertos rasgos que conviene
resaltar:
• Como animal social, siempre se produce en cooperación.
• Los conocimientos creados en, y derivados de, el acto productivo son “acumulativos” y
recreativos, y generan niveles siempre superiores de potencia productiva.
• En el mismo acto productivo se producen, indisociadamente, bienes materiales, servicios a
otros, subjetividades, conocimientos, afectos, angustias ... que nutrirán y recrearán las
capacidades productivas del productor y su comunidad, que las proyectarán en el acto
siguiente.
• Así pues, el acto productivo siempre genera un excedente que no se agota en este; produce,
a la vez que otras calidades, el mismo productor (2). En palabras de Bergson (La evolution
creatrice
), “Todo
pasa como si una amplia corriente de conciencia hubiera penetrado la materia, cargada, como
toda conciencia, de una multitud enorme de virtualidades que se interpenetren entre sí.”
Es cierto que el productor, como todo ser humano, está sujeto a los imperativos de la
necesidad, los impulsos del instinto y las oleadas del deseo, pero el empleado sólo está sujeto,
como tal, a la voluntad del empresario, y utiliza sus facultades más “humanas” para resistirlo,
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subsumirse en su dominio o desertar... Como señalan Piore y Sabel en su libro,
La segunda ruptura industrial
, esta deriva del productor al empleado no fue una determinación histórica, sino la
consecuencia de las luchas políticas por el poder que se sucedieron con el advenimiento de la
Gran Corporación (en este caso, los ferrocarriles). Otra historia podría haber sido posible...
Por eso, presente ya en su plenitud el escenario de la crisis, sostengo que, entre los tránsitos
para superar, uno de carácter imprescindible es la constitución de sociedades de productores,
capaces de apropiarse del origen y el destino del significado del trabajo y de establecer la
utilización de sus frutos. Con un ejemplo real trataré, a continuación, de explicitar algo más el
que quiero expresar.
¿Otra forma de empresa es posible?
Esta es una pregunta relevante, puesto que de forma muy generalizada se da por hecho que
sólo hay un modelo de empresa rentable, competitiva, firmemente basada en los sacrosantos
principios del
management, con sus acríticas evoluciones periódicas de
moda en moda... Aunque repetidamente lo he tratado de demostrar, no sólo la falacia que esto
esconde, sino el terrible daño que causa a organizaciones y sociedades (tal como la crisis ha
puesto descarnadamente a cuerpo descubierto), las mitologías al uso, y al servicio de los
poderes del Sistema, perseveran en su discurso. Por lo tanto, me permitiré traer a colación un
ejemplo de empresa de éxito... !con unos principios de funcionamiento que desafían todas las
convenciones de la empresa “ideal” del
manage
ment
!
Mol-Matric es una cooperativa catalana cuya actividad industrial se centra en la matriceria y la
mecanización. Tiene algo más de 50 trabajadores, la gran mayoría socios de la cooperativa.
Nació, hace unos treinta años, al ocupar sus trabajadores la empresa después del abandono
de la propiedad. Hasta aquí nada diferente otras experiencias similares. Pero en los últimos
años −los de la crisis− ha sido objeto de una elevada atención −me consta que no buscada por
sus protagonistas− por parte de los medios de comunicación catalanes y estatales. ¿Qué tiene
una humilde cooperativa catalana, de pequeña dimensión, para ser capaz de atraer tanta
atención? Hablando de medios, la respuesta es clara: ¿Qué hacen para sobrevivir con éxito a
la crisis, precisamente en un sector que lo está sufriendo con toda dureza?
La forma narrativa dominante de las “historias de éxito” en el management consiste a
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atribuirlos, en origen, algún tipo de “diseño inteligente”, pero las cosas no funcionan así. Más
bien, son la necesidad, el azar, la adaptación a circunstancias complejas, la intuición, las
apuestas... las que van construyendo un camino no visualizable en su origen.
El origen de Mol-Matric marca fuertemente su historia: en verano de 1981, ante la desastrosa
situación de la empresa (Talleres Alá), los trabajadores deciden ocuparla para evitar la salida
de las máquinas y el cierre de los edificios. Posteriormente, deciden constituirse en
cooperativa, en una situación de abierta desconfianza por parte de proveedores, clientes y...
cargos directivos y técnicos de la empresa, que deciden !no entrar en la nueva cooperativa!
Como no tienen recursos para contratar, los trabajadores tienen que asumir todas las tareas de
gestión sin ninguna preparación “académica” ni experiencia de este tipo. Y aquí, en mi análisis,
radica una de las causas del éxito de Mol-Matric: no se guían por los principios de gestión
empresarial impartidos a las escuelas de negocios, de forma que van construyendo una filosofí
a
propi
a de la empresa, su razón de ser, sus formas de gestión y decisión, las formas de trabajo, sus
principios éticos... que han guiado su desarrollo hasta hoy.
En un libro que publiqué en 2000(3) decía: “Intuyo que las empresas de principio del siglo XXI
presentarán una combinación variable de rasgos de la empresa actual (la estabilidad y la
procedimentació de los procesos más rutinarios), de las organizaciones de voluntariado
(significado del trabajo y autonomía en su realización) y de las instituciones educativas (la
empresa como lugar de aprendizaje continuo)”
. Si
tuviera que dar una “clave” del éxito con que Mol-Matric ha superado las diferentes crisis por
las que ha atravesado, incluyendo el actual, estoy tentado de decir que es su sentido de
comunidad
(de productores).
Resaltaré sólo algunos de sus rasgos distintivos (4):
• Su intención, declarada desde los orígenes, es perdurar ofreciendo un trabajo digno y
realizador a diferentes generaciones. No se mueven por el afán de lucro individual, de forma
que la gran mayoría de los beneficios que obtienen −y son considerables−, los invierten de
nuevo para mantener una tecnología puntera. Los socios trabajadores dan, literalmente, el 80%
del capital que los correspondería a la cooperativa.
• Para sostener este sistema es necesario un fuerte sentido de cooperación: cooperar en la
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realización del trabajo por medio de equipos autónomos que toman sus propias decisiones,
cooperar en las decisiones estratégicas fundamentales a través de procesos muy participativos
que desembocan en decisiones asamblearias sin sorpresas, cooperar con clientes,
proveedores y competidores, cooperar sin cesar...
• Y hay que sostenerlo en un sentido de justicia social: El abanico salarial es de uno a tres,
todos comparten por igual los momentos buenos y los momentos más difíciles, no hay
despidos por causas de coyuntura económica, toda promoción es interna...
• En Mol-Matric sólo hay dos personas con estudios superiores. Es un ejemplo de producirse a
sí mismos,
de un proceso de formación y capacitación interno al que dedican gran cantidad de recursos,
generando una comunidad de autodidactas extraordinariamente potente.
• Tienen una masía, adquirida recientemente, en la que celebran actas sociales, lúdicos, de la
comunidad de Mol-Matric, donde participan jubilados, trabajadores y familiares, lo que
contribuye a crear espacios de relación y cooperación más allá de los propios del trabajo.
• Y mantienen un sistema voluntario, a través del 1% de sus beneficios más las horas extras
que los trabajadores quieren aportar a la iniciativa, para apoyar a comunidades en situaciones
de marginación (la más destacada, a la Escuela de Castro a Smara, en los campamentos de
refugiados saharauis de Tinduf).
Una empresa sin afán de lucro para sus accionistas, basada en la reivindicación de un trabajo y
una vida digna para sus componentes, pensada para perdurar, para seguir creando puestos de
trabajo y para conectar diferentes generaciones, cooperando en la creación de una comunidad
siempre dinámica... Hasta ahora ha sido posible y ejemplar en su desarrollo. ¿Es esta la
apuesta de futuro?
Sin conclusión
Al estallar esta crisis como consecuencia del proceso de financerización de la economía y de la
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sociedad, todos sus remedios “oficiales” se dirigen a salvar los bancos, a operar sobre la
moneda, a actuar en función de la Bolsa. Su corolario más ruidoso es la destrucción del
trabajo, manifestado esencialmente a través de la destrucción de millones de puestos de
trabajo, pero no sólo esto... En los últimos cincuenta años, el trabajo ha sido el gran olvidado
de las teorías económicas, al considerarlo como una cosa naturalmente dada y, por lo tanto,
inmutable. Es hora de recuperar la potencia y de reivindicarlo como siempre ha sido: motor
imprescindible de la construcción social.
Y cierro con una citación de Martine Verlhac (5) que me parece adecuada:
“La ceguera relativa al trabajo es muy compartida entre un ultraliberalismo que pretende no
apostar por el trabajo atribuyendo su rarefacción hacia su desaparición a mecanismos
irreprimibles, hecho que le permite proponer la necesidad de trabajar siempre más y más
tiempo, dejando así jugar el juego de aquello que destruye el trabajo, es decir, el del
capitalismo financiero y sus accionariados, y por otro lado todos los bienpensantes que toman
esta rarefacción del trabajo como un buen premio y proponen todos los remedios que no ponen
nunca en cuestión los mecanismos económicos del capitalismo. Ahora bien, esta ceguera ha
sido siempre fundada sobre una ocultación del que es el trabajo.”
Notas:
1: Véase, por ejemplo, mi artículo “Política de la riqueza, riqueza de la política”. hobest.edita, n.
2, octubre de 2011.
2: Para un tratamiento más completo de la esencia del trabajo en la era del conocimiento, se
puede ver mi libro Estrategias de la imaginación. Ed. Granica, 2008.
3: La imaginación estratégica. Ed. Granica, 2008.
4: Para una más amplia información, véase: Mariana Vilnitzky y Olga Ruiz. "Mol-Matric. Uno
modelo empresarial, y mucho más”. El viejo topo, n. 270-271, 2010. 5: M. Verlhac. Pour une
philosophie lleva travail. Alterbooks, 2012.
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