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CAMBIOS EN LA ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO A NIVEL MUNDIAL. LA EMERGENCIA
DE ESPACIOS DE VULNERABILIDAD SOCIAL: EL CASO DE LA CONFECCIÓN EN
ANDALUCÍA.
Eva Sotomayor Morales
Doctora en Sociología
Universidad de Jaén
En las últimas décadas hemos podido presenciar el desapacible escenario en que se
desenvuelve el sector textil/confección en muchos municipios de Andalucía. La crisis del sector,
la destrucción de mano de obra y los problemas generados por la descentralización territorial
de sus unidades de producción no han dejado impávidos a los contextos sociales en los cuales
se ubican. Pero esta circunstancia no se produce de manera aislada en el panorama
internacional ya que, lo ocurrido en este sector no es más que uno de los casos de las
consecuencias generadas por los cambios en la organización del trabajo, que se ha dado a
nivel mundial, como en los siguientes epígrafes recogeremos.
No obstante, los cambios han favorecido la emergencia de dos realidad dispares, en las que,
de la parte más desfavorecida, se hace complejo comprender que ha sido consecuencia de los
cambios en el mercado de trabajo actual, asemejándose más bien, a la pervivencia de modelos
del pasado.
En este trabajo revisamos la evolución que se ha producido en la organización del trabajo y la
emergencia de espacios de vulnerabilidad social, que hemos podido ver reflejado al estudiar el
caso de la confección en Andalucía, campo de trabajo que ha constituido nuestra línea de
investigación en los últimos años.
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1.1.- Ubicación del sector textil/confección en los municipios andaluces.
La ubicación de las empresas del textil/confección en los municipios andaluces
comienza a partir de los años sesenta como un sector heredado de la actividad
empresarial textil en otras zonas como el Norte y el Levante español. La continua
movilidad de las unidades de producción hacia territorios deprimidos en los que
abundaba la mano de obra de bajo coste es una tendencia que persiste en la
actualidad, teniendo como resultado el traslado de los centros productivos
manufactureros hacia países del sudeste asiático.
Pareciera como si el Sur español no hubiera sido más que una estación de
paso en la trayectoria del sector. No obstante, los actores sociales implicados no han
sido ajenos al devenir de su propio destino, y la confluencia de factores derivados de
la dimensión social, tanto por parte de las organizaciones, en su conjunto, como por
parte de los empresarios y los trabajadores, han tenido como resultado que un sector
que llegó de paso se sumergiera en la estructura económica y social de muchos
municipios andaluces, de tal forma que su situación actual no pueda entenderse sin su
influencia.
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Andalucía, por aquellos años, sufría las consecuencias de un cambio en la
estructura sectorial del empleo. El sector agrario, del cual dependían muchos de los
municipios andaluces, pasó de tener un peso importante en la ocupación a sufrir las
consecuencias de la mecanización, a causa de la crisis de la agricultura tradicional y
del trasvase de la población ocupada hacia el sector servicios, entre otros. Esto
provocó un excedente de mano de obra agraria que generó serias dificultades en el
sistema productivo andaluz para absorber estos activos.
En este escenario, en el que el medio rural andaluz se ve privado de su
principal fuente de ingresos, el tímido surgimiento de las industrias manufactureras se
convierte en una oportunidad única para emplear a los sujetos más vulnerables del
mercado de trabajo: las mujeres. En las primeras etapas de la proliferación del
textil/confección, los talleres que se ubicaron en los municipios andaluces emplearon a
mujeres jóvenes con bajo nivel de instrucción, que aprendieron el oficio de la
confección de monitores procedentes de las empresas matrices. Años más tarde, tuvo
lugar la crisis económica mundial de la segunda mitad de los años setenta, que afectó
a la subida de las materias primas y a los salarios, sin que esto repercutiera en una
subida de los precios. Comenzaron a cerrarse muchas de estas empresas,
que
dejaron sin trabajo a muchas personas formadas en el oficio de la costura, y a esta
circunstancia se le sumaba la baja inversión que se requería para instalar un taller de
confección.
De este modo, se crearon empresas de confección de prendas de vestir,
artículos del hogar y género de punto, llevados por antiguas trabajadoras y sus
maridos, o familias de cierta tradición textil (sastres y modistas), que emprendieron sus
negocios contando con una mano de obra femenina habilidosa, barata y disponible
para el trabajo de la manufactura. Desde entonces hasta la actualidad han pasado dos
décadas en las que el sector ha sufrido de forma creciente las amenazas de la
estructura económica mundial: la creciente liberalización de los mercados exteriores y,
como consecuencia de esto, el traslado de las unidades de producción textil a países
empobrecidos, primero a Marruecos y después a los países del Sudeste Asiático.
Son precisamente estos antecedentes lo que conforman el desarrollo actual de
un fenómeno empresarial, que se aferra al territorio en contra de las predicciones
económicas que apuntan a la desaparición definitiva del sector. Las estadísticas
reflejan una alta movilidad demográfica (altas y bajas), que se traduce en que un gran
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número de empresas del sector desaparecen y a la vez se crean otras, no obstante
con diferentes formas, tamaño y ubicación. Estas tendencias no son más que las
estrategias de un grupo humano para sobrevivir a las condiciones económicas
adversas y el aprovechamiento de las ventaja que suponen las altas cantidades de
prendas que demanda el mercado de la moda, la cierta cercanía geográfica de las
empresas y las tendencias irregulares que abaratan el coste de la producción e
incrementan el beneficio razonable para su existencia.
1.2.-La organización del trabajo en la economía mundial: cambios en las
relaciones productivas y nuevas fragmentaciones.
A partir de los años setenta comienza un proceso de cambio en la economía
global que tiene importantes consecuencias en la organización de la producción y en
los mercados internacionales, afectando a las relaciones laborales y, por ende, a las
condiciones de trabajo. Castells (1998) refleja la forma en que estos cambios surgen
como una estrategia para evitar la incertidumbre causada por el rápido ritmo de
modificación del entorno económico institucional y tecnológico de la empresa,
aumentando la flexibilidad en la producción, gestión y comercialización. Tiene lugar en
este momento, además, una redefinición de los procesos de trabajo introduciendo el
modelo de “producción escueta”, es decir, automatización, eliminación de mano de
obra y tareas y supresión de capas directivas.
En las tendencias organizativas que han caracterizado el proceso de
reestructuración capitalista y la transición industrial hacia el nuevo modelo, tienen un
papel importante las pequeñas y medianas empresas, que proliferan como
consecuencia del cambio en las estructuras organizativas de los grandes enclaves
empresariales, los cuales comienzan a utilizar la fórmula de la subcontratación en gran
medida como proceso hacia la búsqueda de la flexibilidad.
En el mismo sentido, Bell (1991) cuando analizaba las consecuencias de la
sociedad postindustrial evidenciaba un cambio en las estructuras sociales y en la
organización del trabajo: una nueva esfera económica en la que la mayoría de la
fuerza de trabajo no se ocupa en la agricultura o en la fábrica, sino en los servicios.
Además, se trasforma el tipo de trabajador semiespecializado para realizar las simples
operaciones de rutina requeridas por las máquinas en ocupaciones de cuello blanco.
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Este autor no niega que las tensiones o conflictos sociales pudieran cambiar el
rumbo de sus vaticinios, pero lo que es cierto, es que hoy en día, la certera venida de
la tecnología intelectual, convive en el presente con la existencia de "centros fabriles"
que parecen no haber superado la transición de las estructuras económicas y de la
nueva organización del trabajo y en los cuales pareciese que el tiempo no ha
transcurrido.
Además, la reestructuración de las empresas estimulada por la competencia
global, tiene como consecuencia la transformación del trabajo en el sentido de
producirse "la individualización del proceso de trabajo" (Castells, 1998:294). Esto ha
significado un cambio histórico por la inversión de la tendencia del proceso hacia la
salarización del empleo y la socialización de la producción, rasgos dominantes en la
era industrial, hacia la descentralización de la gestión, la individualización del trabajo,
la personalización de los mercados y la fragmentación de las sociedades.
De este modo, desde la mitad de los años setenta, el ámbito del trabajo de los
países occidentales comienza a cambiar su índole. El modo de producción fordistataylorista, caracterizado por la especialización de las tareas laborales y la
sincronización de las fases de producción y los tiempos, comienza a encontrar
grandes dificultades a causa de la saturación de los mercados internacionales, el
aumento de los precios de las materias primas, el crecimiento de los niveles de
instrucción de la población activa y los cambios de estilo de vida de la sociedad
occidental. En este momento, se está produciendo el tránsito hacia la sociedad
postfordista o postindustrial vaticinada por Bell.
Al mismo tiempo, desde los años setenta y ochenta los países occidentales
sufren profundas crisis y procesos de reestructuración y cambio en el modo de
organización del trabajo. Estos cambios traen como consecuencia la conformación de
nuevos modelos productivos, basados en la flexibilidad y una creciente desregulación
del mercado de trabajo, pero no afectan por igual a todas las economías y las
consecuencias no son las mismas. Se trata de diferencias que dependen de la
naturaleza del estado de bienestar, a disposición de las relaciones industriales, de los
modelos de familia y de los estilos de vida predominantes, y ello no hace más que
confirmar la notable hipótesis de Polanyi (1997), por la que toda transformación
económica o tecnológica está profundamente engastada en las estructuras de las
relaciones sociales (Bianchi y Giovannini, 2000).
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Es por ello, por lo que las transformaciones de la economía mundial de los
últimos años no afecta a todas las estructuras por igual y lo mismo que produce zonas
prósperas con un crecimiento y un desarrollo exacerbado, produce situaciones de
mercado oculto, de precarización de las condiciones laborales y de crisis de sectores
que luchan contra su desaparición, como es el caso de las pequeñas y medianas
empresas del subsector del textil/confección instauradas en el ámbito rural de las
regiones con un alto nivel de desarrollo.
Las nuevas formas de trabajo comprenden "la descentralización de las tareas
laborales y su coordinación en una red interactiva de comunicación en tiempo real, ya
sea entre continentes o entre plantas del mismo edificio. El surgimiento de los métodos
de producción escueta van a la par de las extendidas prácticas empresariales de
subcontratación, outsourcing, ubicación en el exterior, consultoría, reducción del
tamaño y personalización" (Castells, 1998:295). En este escenario, las pequeñas y
medianas empresas han ofrecido a la emergente economía informacional un
dinamismo y flexibilidad necesarios para la materialización de los nuevos modelos. No
obstante, el papel relevante de estas empresas no ha significado la pérdida de control
de las grandes compañías, centro en la estructura de poder de la nueva economía
global.
Se vislumbra, por tanto, una relevancia engañosa en el panorama
internacional, que no afecta únicamente a los talleres de confección sino a otros
sectores manufactureros e incluso pequeñas empresas del sector de las Nuevas
Tecnologías de la Información y la Comunicación. La proliferación de las grandes
marcas no tendría sentido sin la utilización de la contratación en cadena de estas
pequeñas empresas que se convierten en generadoras de empleo y en oportunidades
empresariales, pero desde una posición de dependencia absoluta de las primeras, que
gobiernan el panorama internacional.
No obstante, cuando tratamos los cambios en el mercado de trabajo, a menudo
se presenta el panorama como compuesto por nuevos sistemas productivos que
evolucionan hacia nuevas formas, más flexibles, y que afectan a las nuevas
condiciones de trabajo (Sarriés, 1993). En este sentido, los cambios en la sociedad
postindustrial se han concretado en diferentes realidades: prolifera la necesidad de
flexibilizar los procesos de producción, el tipo de vinculación de los trabajadores a las
empresas y las formas de financiación; ya no existe un modelo único de las relaciones
industriales; se producen cambios en los perfiles de los trabajadores que ya no se
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deben adaptar a tareas sino a trabajos abiertos que requieren de una gran creatividad
y multifuncionalidad; surgen nuevos estilos de dirección, menos jerárquicos y más
integrados horizontalmente, lo que permite una organización empresarial capaz de
integrar los diferentes departamentos y orientar y conducir todo el proceso de un
producto, desde los estudios de mercado, el diseño y la línea de producción, hasta la
entrega del producto al cliente, que ha participado en el diseño y la creación de "su"
producto; y cambia el concepto de empresa a concepciones más amplias, ya no se
trata de una organización jurídicamente delimitada sino de entidades más amplias,
flexibles y desvinculadas geográficamente.
De este modo, sin desmentir la anterior descripción de la sociedad
postindustrial ,se hace necesario plantear que existen otros elementos derivados del
mapa de la modernidad que también forman parte del abanico de circunstancias que la
conforman y que resultan de gran utilidad para conocer nuestro ámbito objeto de
estudio. En este sentido, la realidad nos dibuja un escenario en el cual existen ciertas
fragmentaciones territoriales y la exclusión de determinados sectores sociales,
consecuencia del avance de zonas beneficiadas por la modernización frente a otras
excluidas por los mismos avances y marginadas por las limitaciones de las
oportunidades de empleo.
La actividad laboral humana ha tenido un incremento masivo a nivel mundial,
pero una gran parte de ella está afectada por el subempleo o el desempleo. A ello
están particularmente expuestos la juventud, los desempleados de larga duración, los
trabajadores de mayor edad, los menos cualificados, las minorías étnicas y las
mujeres.
Se produce un progresivo incremento de la demanda de trabajadores
altamente cualificados sin poder compensar la disminución de la demanda de los que
lo están menos. Es decir, se asiste a otra forma de la polarización de las
cualificaciones, que tiene lugar en el mercado formal del trabajo, que deviene de la
naturaleza de la sociedad del conocimiento y se traduce en la concentración de los
conocimientos de alta tecnología en un número proporcionalmente menor de
trabajadores.
De igual manera, el empleo estable, permanente y de plena dedicación, como
construcción social ligada al industrialismo, es sustituida por la movilidad constante de
los puestos y la condición del trabajo, por la alternancia entre trabajo formal e informal,
asalariado o por cuenta propia, períodos de empleo y desempleo. El trabajo para toda
la vida, seguro, ascendente y previsible, pasa a ser un empleo fragmentado, flexible,
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con cambio de modalidad y de actividad constante y con requerimientos de reciclaje
permanente.
La creación de nuevas empresas de inversiones millonarias aporta una
cantidad mínima de puestos de trabajo y el sector servicios, cuya más intensa
expresión es la microempresa, cubre sus necesidades con cada vez menor número de
trabajadores multifuncionales. En el mercado laboral formal aparecen nuevas formas
de trabajo: teletrabajo, trabajo a domicilio y a tiempo parcial y se multiplican las
actividades por cuenta propia, los servicios originales pero unipersonales, cuyo
espacio de realización es sustancialmente el hogar familiar, todo lo que se traduce en
invasión del espacio privado por el público.
Se asiste a la efervescencia del individualismo, lo que, paralelamente, se ve
acompañado
por
el
debilitamiento
de
las
organizaciones
sindicales
como
consecuencia de la crisis del trabajo asalariado, el avance de la flexibilización y la
desregulación de los mercados.
Estas consecuencias nos llevan a pensar en una doble evolución provocada
por los cambios del sistema productivo, por un incremento de las desigualdades a
nivel mundial y, en definitiva, por una realidad dicotomizada que presenta "dos caras
de una misma moneda". Por un lado, se evidencia la existencia de la empresa flexible,
el mercado de trabajo desdibujado geográficamente, la sociedad de la información y la
introducción de nuevas tecnologías. Al trabajador, formado en actitudes más que en
aptitudes, se le demanda multifuncionalidad, creatividad y adaptación a los continuos
cambios. Se ponen en práctica nuevas formas contractuales, la proliferación del
teletrabajo de alta cualificación y del uso de las nuevas tecnologías y el trabajador
autónomo que presta sus servicios a la empresa.
La empresa participa de la
globalización de la economía, a través del intercambio de productos, información y
diseño; su exclusión de este modelo la condena a extinguirse.
Por otro lado, asistimos al panorama ofrecido por el último eslabón de la
cadena: el trabajo flexible pero de otro modo, eventual por razón de las necesidades
productivas de la empresa, que provoca una necesidad de adaptación a los tiempos
biológicos de los productos primarios, el trabajo monótono, rutinario, sin ninguna
necesidad de creatividad y con un bajo nivel de instrucción, el trabajo a domicilio pero
con otras características que se mantiene por una necesidad de compatibilizar las
tareas del hogar o por obtener un beneficio mínimo aprovechando la coyuntura de la
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economía sumergida. La empresa que elabora, que produce, pero que no diseña, no
comercializa y no investiga. El taller y la fábrica en el cual no alcanza el protagonismo
la información sino el obrero y la máquina, aquel en el cual no se han incorporado
nuevos estilos de dirección, sino que aún continúan los estilos verticales
representados por el jefe, el encargado y el obrero. La empresa no participa de la
globalización de la economía, sino que se ve arrastrada por ella, produce para grandes
multinacionales cuyo perfil atiende a la primera clasificación; su exclusión de este
modelo también la condena a la extinción.
De este modo, la modernidad parece habernos traído dos caras de una misma
realidad, diferentes consecuencias de la evolución de la economía mundial basadas
en la diferencia y la desigualdad. En un intento de síntesis, podríamos representar esta
realidad dicotomizada en el siguiente cuadro:
CUADRO 1: DICOTOMÍA RESULTANTE DE LA EVOLUCIÓN DEL MERCADO DE TRABAJO
ESPACIOS FAVORECIDOS
ESPACIOS DESFAVORECIDOS
GLOBALIZACIÓN
La empresa participa en la globalización de la
La globalización de la economía participa de la
economía
empresa
FLEXIBILIDAD
Modelos de contratación que se adaptan a la Alternancia del empleo formal e informal, asalariado
sociedad de la información, estructura del mercado o no asalariado, periodos de empleo y desempleo.
de trabajo flexible, geográficamente desdibujada, Los ciclos biológicos del sector primario influyen
cambiante, que se adapta al producto y los recursos necesariamente en la necesidad de adaptación a los
humanos.
trabajos. Nuevos modelos de contratación o vínculos
laborales: el trabajo a domicilio y el trabajo a tiempo
parcial, ambos utilizados en formas irregulares.
FEMINIZACIÓN DEL MERCADO DE TRABAJO
La mujer accede a la instrucción y comienzan a La mujer se convierte en un elemento de valor para
valorarse los cánones de trabajo femeninos en las el trabajo precario, por la capacidad de adaptación a
habilidades directivas, de negociación y en la las formas de trabajo eventuales, flexibles y
utilización del tiempo.
sumergidas, por su bajo nivel de instrucción y por el
uso de la mano de obra femenina que se hace
tradicionalmente en
determinados sectores,
usualmente los más precarios.
USOS DEL TIEMPO
El tiempo obtiene su valor en cuanto a la calidad de El tiempo forma parte del elemento central de la
su uso y no en cuanto a la cantidad. Se hace producción: cuanto más tiempo, más productos. El
imprescindible la formación de los recursos humanos ritmo de trabajo se considera un valor. Se usa el
en cuanto a planificación y organización del tiempo. trabajo a destajo para implicar al trabajador en la
Se valora el uso del tiempo libre por parte del productividad y hacerlo responsable de la misma. El
trabajador y la calidad de vida extralaboral.
tiempo libre pasa a segundo plano y emerge una
dificultad para compatibilizar las tareas domésticas,
lo que genera una pérdida notable de la calidad de
vida del trabajador, sobre todo en la mujer.
PERFIL DE TRABAJADOR
Se valora el trabajador
joven, masculino Se valora la mujer joven, con un bajo nivel de
preferentemente, a pesar de comenzar a valorarse instrucción. Suele comenzar joven a trabajar y
cada vez más a la mujer, con un elevado nivel de abandona el trabajo cuando se casa o cuando tiene
instrucción y formación en idiomas y usos de las hijos. Si vuelve al trabajo lo hace bajo formas más
nuevas tecnologías. Se requiere disponibilidad precarias, flexibles e irregulares. Suele entrar y salir
geográfica y habilidades de comunicación. Se valora alternativamente de la vida laboral activa, en función
la flexibilidad, la multifuncionalidad y la capacidad de de la disponibilidad que le permite la realización de
adaptación. Comienza a valorarse la falta de las tareas domésticas.
experiencia por ser estos trabajadores más
moldeables.
PERFIL DEL EMPRESARIO
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Desaparece la figura del empresario para dar paso a Pueden ser antiguos trabajadores de otras empresas
directivos, líderes de equipo y juntas directivas. El o jóvenes que han heredado el negocio. Alternan las
poder jerárquico existe, pero se diluye con los nuevos tareas de empresarios con la de trabajadores en
estilos de dirección.
otros sectores o incluso en otras empresas.
ACCESO AL MERCADO DE TRABAJO
Cada vez más transparente y a través de modernas Poco transparente, a través de las redes sociales.
técnicas de selección de personal basadas en el Esto aumenta la capacidad de control social que
modelo de gestión por competencias.
perpetúa la precariedad e ilegalidad
Elaboración propia. Fuentes: Alonso (1998); Bell (1991); Blanco (1998); Bianchi y Giovannini (2000); Castells (1998);
Sarriés (1993), Silveira (2000) y Sennett (2000).
En definitiva, la globalización, la flexibilidad, los usos del tiempo y el trabajo, han
evolucionado hacia formas beneficiosas para una parte de la economía y una parte de la
población. Como define Castel (1995) las zonas de vulnerabilidad social, la otra cara de la
moneda también ha sido afectada por las consecuencias de la modernidad, pero a través de la
exclusión y de la desigualdad. La dependencia de la economía global y el escaso poder de
decisión de las formas empresariales más débiles, la precariedad laboral que genera la
flexibilidad, la precarización del trabajo femenino, la presión del tiempo productivo y
reproductivo y el debilitamiento de los agentes sociales sindicales en las zonas económicas
sumergidas e irregulares, conforman, de igual modo, la nueva sociedad información
1.3.-La degradación de las condiciones de trabajo y la emergencia de espacios de
vulnerabilidad social.
Son muchos los pensadores que, desde la disciplina de la sociología, se han
preocupado por las condiciones de vida de los trabajadores y por los cambios sociales
experimentados a raíz de las transformaciones de los estilos de producción acontecidas a lo
largo de los años. Sin ir más lejos, Marx (1988) construye su teoría del conflicto de clases a
partir de las relaciones de producción, tomando como escenario principal la empresa y
examinando la forma en que se desenvuelven las fuerzas de trabajo; Weber (1944) se refiere
también a las relaciones industriales que se "racionalizan" mediante contratos; Taylor (1974),
aporta su teoría de la organización del trabajo; la Escuela de Relaciones Humanas estudia el
ámbito de las relaciones industriales como una cuestión prioritaria y, finalmente, Durkheim
(1967), explica el nacimiento del mundo moderno a través del concepto de división del trabajo.
Conviene señalar que, como es usual en la historia del pensamiento sociológico, ha
existido un sincronismo de los cambios que se estaban produciendo en el mercado de trabajo y
la preocupación por explicar esos cambios, deliberando acerca de las posibles repercusiones
en las condiciones de vida de los trabajadores. Son precisamente estas reflexiones las que
aportan una base teórica al conocimiento de las estructuras laborales. Sin embargo, antes de
profundizar en estos enfoques teóricos cabe hacer un recorrido por la evolución de las
estructuras laborales desde la Revolución Industrial hasta nuestros días, con el fin de observar
si las unidades productivas que analizamos han avanzado al unísono con el conjunto de
sectores económicos o si, por el contrario, tal y como proponen algunos autores, han quedado
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apartadas del progreso, conformando espacios excluidos del avance tecnológico y la
modernización.
Para esos años que comprendían la mitad del siglo XX, como reflejan Santos y
Calabria (1998), entre finales de la II Guerra Mundial y la primera crisis del petróleo de 1973,
Europa experimenta un cambio en la estructura socioproductiva, debido principalmente a la
explosión de un desarrollo industrial importante. En este estilo de producción taylorista-fordista,
que se centra en la fabricación en serie de mercancías estandarizadas para su consumo
masivo, el Estado regula los fallos del mercado y habilitaba cambios y mejoras en las políticas
sociales. Por ello, esta época se caracteriza por un incremento acelerado de la mejora en las
condiciones de vida de los ciudadanos que da lugar al concepto de estado de bienestar
caracterizado por la mejora generalizada de las condiciones de trabajo y de la cobertura social
y seguridad del mismo. Existe, además, por aquellos años, una preocupación por la
humanización del trabajo y por la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores.
Pero esta situación se resquebraja con la crisis económica de 1973, bien llamada crisis
del estado de bienestar, que ha tenido efectos drásticos en los condiciones de trabajo y de vida
generadas hasta entonces, invirtiendo las pautas anteriormente descritas. En pocos años, se
han producido modificaciones en el papel del Estado, en las formas de organización del
trabajo, en los estilos de gestión de la mano de obra y en las ideologías políticas y económicas.
Años más tarde, y como consecuencia de estas transformaciones en la estructura
productiva, tiene lugar la Tercera Revolución Industrial, que no sólo interesa por su incidencia
en la estructura económica sino por ir acompañada de una serie de normas, valores y
creencias que afectan a la vida social. De este modo, la flexibilidad del mercado de trabajo, la
globalización de la economía, las tecnologías informáticas y de la comunicación, van
acompañadas de una finalidad ideológica que consiste en recomponer el proceso de
acumulación capitalista tras ideas tales como que la competitividad es prioritaria en el orden
mundial, que la causa del mal funcionamiento económico radica en el alto precio de la mano de
obra y que es necesario controlar ésta para hacer emerger la economía mundial (Rifkin, 1996).
Este pensamiento es el que ha conllevado a establecer como estrategia empresarial la
transformación de las unidades de producción y su descentralización, al igual que ha generado
la preocupación por buscar nichos de mercado con el objetivo de encontrar el valor añadido
perdido en el mundo occidental: la explotación de la mano de obra. Al producirse esto en
países alejados de los centros de la economía occidental existe una liberalización de las
cuestiones éticas, por un lado, y de las cuestiones legales, por el otro. Sin embargo, además
de las consecuencias previsibles en estos países empobrecidos1, en los países occidentales ha
Cierto es que las unidades de producción ubicadas en los países empobrecidos han generado empleo para una gran parte de la población. Sin
embargo, a pesar de que existen beneficios económicos inmediatos para estos trabajadores, a largo plazo las consecuencias sobre los derechos
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generado un proceso de devastación social que está ocasionando efectos negativos sobre las
condiciones de vida de los actores sociales, como elevadas tasas de paro y desigualdades en
el mercado de trabajo, entre otras (Monet, 1997).
En este contexto de cambios en la economía y en la sociedad, comienzan a proliferar
estudios que analizan las transformaciones y las nuevas relaciones de trabajo generadas por
este nuevo modelo de organización social y laboral, habiéndose ocupado éstos de las normas
formales e informales que, inspiradas en un conjunto de valores, regulan las estructuras de las
interacciones que se producen en las empresas a través de la asignación de diferentes roles,
tanto en los colectivos como entre los individuos y que se desarrollan en el marco de los
procesos sociales de cooperación, conflicto y oposición. Estudios que de igual manera se han
centrado en analizar las relaciones entre el empleador y los trabajadores (Müller,1986).
Sin embargo, a pesar de estos cambios vertiginosos que está experimentando el
mercado económico mundial, a través de las investigaciones previas realizadas en el sector
concreto de la confección, cabe pensar que la empresa textil es una organización que ha
proliferado en el presente pero que posiblemente haya mantenido características de las
organizaciones del pasado. El modo de organización del trabajo, la ubicación física y otros
factores podrían encontrarse a camino entre los modelos empresariales arcaicos y las
irregularidades postindustriales. Ejemplo de ello son los espacios fabriles rudimentarios y
aislados, con escasas tecnologías, con tareas duras y ritmos exhaustivos de trabajo, con una
alta desprotección laboral de sus trabajadores y formas contractuales informales, aún
presentes en la sociedad actual.
La cuestión se apoya en considerar a estos elementos como pertenecientes al pasado,
conformando espacios excluidos de la modernidad, o por el contrario considerar esta situación
como otra de las consecuencias de los nuevos cambios acaecidos en la sociedad de la
información. Y para profundizar en esta disyuntiva son de utilidad los enfoques teóricos que
consideren la dualidad de la estructura del mercado de trabajo, por un lado, arrastrando
elementos del pasado y, por otro, estableciendo premisas de que en realidad son las nuevas
formas de trabajo de la sociedad postindustrial.
En este sentido, el sociólogo francés Castel (1995) se refiere en su diagnóstico del
modelo social actual de dos zonas contrapuestas que conviven en la realidad social: las zonas
integradas y las zonas de vulnerabilidad social. Por ello, otorgándole en su modelo social actual
una relevancia importante al ámbito espacial, este autor se refiere a las zonas integradas o
zonas sociales como autoconcentradas y soberanas. La integración se produce tanto a nivel
social como a nivel espacial representando zonas de alto consumo, alta innovación, dinamismo
tecnológico, disponibilidad de servicios, etc. Éstos son capaces de generar una situación de
laborales y sobre la generación de dependencia económica de estros países podrían tener efectos negativos y generar fragmentaciones en el
mercado de trabajo a nivel mundial (Rikfin, 1996).
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hegemonía política y social, y en ellas se mueven las clases dominantes en ese universo
cosmopolita de grandes ciudades interconectadas, haciendo uso de un consumo cada vez más
individualista y productivista (Alonso, 1998).
Las otras zonas son espacios geográficos y sociales más distanciados de las primeras
(no necesariamente alejados de forma física). Las zonas de vulnerabilidad social, que cada vez
generan más riesgo y mayor empleo precarizado, menores situaciones de seguridad, no
poseen ninguna hegemonía en el orden de lo económico, ni capacidad de decisión. Estas
zonas dependen de las decisiones ajenas y "tienden a generar una dinámica de tipo
secundario, una dinámica de
características residuales, donde se concentran de manera
porcentualmente significativa las actividades más degradadas y los mayores niveles de
actividad precaria, imperfecta, de baja innovación y de irregulares condiciones de contratación
y realización del trabajo" (Alonso, 1998:54).
El modelo de Castel acepta la proliferación de estas zonas en la estructura social de
Europa, llegando a reproducirse tanto de forma social como de forma territorial. Estas zonas
tienden a tener una fuerte dependencia de recursos económicos, tecnológicos, educativos,
informacionales, comunicacionales y culturales, de las zonas de decisión. Las distancias no se
hacen importantes a través del orden físico sino por la dimensión social. En este sentido, cabe
pensar que el trabajo de la confección, las organizaciones productivas y el contexto en el cual
se desenvuelven, en el caso de que tuvieran lugar las atribuciones anteriores, podrían
identificarse con este espacio vulnerable ubicado en los espacios más favorecidos por la
economía, que se asimila perfectamente con una dimensión social determinada como
consecuencia de esa vulnerabilidad productiva, y a una dimensión territorial, afectando de
forma homogénea a un espacio determinado.
En el mismo sentido, Bilbao (1999), con su contribución a la perspectiva del conflicto
social, señala que éste es generado por las irregularidades existentes en las condiciones de
trabajo y que aún permanecen ocultas a ojos de la justicia social. La precariedad laboral, según
este autor, es una degeneración del mercado de trabajo en una de sus formas más hostiles,
una tendencia que supone un claro síntoma de hacia donde se dirige la nueva configuración
del mercado de trabajo. El origen de esta deformación se sitúa en las reformas del mercado de
trabajo que han tenido lugar en los últimos años y que han favorecido la flexibilización del
mismo. De este modo, “el crecimiento del desempleo, la ruptura de la negociación colectiva, la
introducción de las nuevas modalidades de contratación, etc. han invertido la anterior tendencia
hacia la rigidez iniciando un proceso de flexibilización” (Bilbao, 1999:25).
Desde este punto de vista, las irregularidades visibles en ciertos sectores productivos
no corresponden a la otra cara de la modernización, sino que por el contrario son una
consecuencia de la misma, y una de su máxima representación es la nueva morfología del
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mercado de trabajo, caracterizado por unas relaciones laborales regidas exclusivamente por la
lógica del mercado, que puede llevar hasta el punto de haber producido la pérdida de la noción
del derecho del trabajo. Como consecuencia de esto, todas aquellas características en principio
atribuidas al sector de la confección, no provocarían una diferenciación de la tónica general del
resto de sectores productivos y, por ende, los elementos perniciosos de la ética laboral y de los
derechos de los trabajadores le afectarían tanto como afectan a la globalidad; lo cual no quiere
decir que, en unos determinados espacios sociales mayormente vulnerables, estos elementos
se expresen de una forma más relevante y que ciertas situaciones sociales incrementen los
efectos perniciosos; como por ejemplo, las mujeres con escasa formación o los actores
sociales implicados en un ámbito rural excesivamente dependiente del sector primario.
El caso del sector textil/confección se nos presenta como un claro ejemplo de las
consecuencias de la globalización de la economía y la deslocalización industrial. No obstante,
en este trabajo nos ha interesado como se han visto afectados los contextos sociales en los
cuales se ubican los talleres de confección y las empresas textiles, contextos con un marcado
carecer rural y conformado por unas peculiaridades que los hacen más vulnerables a la crisis
del sector, como la alta dependencia del sector primario y la escasas alternativas sectoriales.
Llamar a estos espacios productivos zonas de vulnerabilidad social resultado de la modernidad
implica aceptar que sus unidades de producción aun se conforman como espacios fabriles
desprovistos de los avances en los derechos de los trabajadores y presionados por el rápido
ritmo del trabajo en cadena. No obstante, también implica aceptar que son determinantes los
contextos sociales de los municipios andaluces que, en un sentido amplio, conservan algunas
características que han convertido en apetecibles las economías territoriales de los países más
empobrecidos.
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