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Centro de Investigaciones Navales y Marítimas
BOLETÍN DE ACTUALIDAD 11/2015
LA CRISIS CHINA: EL PRECIO DEL CAMBIO
Rodger Baker
La semana pasada estuvo plagada de acontecimientos para China. En primer lugar, la
Banca de China Popular sorprendió al mundo financiero cuando redujo la tasa referencial del
yuan en relación al dólar estadounidense en casi 2%, proyectando esta misma devaluación
del yuan en el comercio internacional. La disminución desató un frenesí de especulaciones,
incluyendo algunas expectativas de que la acción china desataría una carrera a la baja de las
monedas asiáticas. Beijing dijo que el ajuste estaba diseñado para fijar las distorsiones entre
la tasa comercial del yuan y la tasa que debería tener de acuerdo a la especulación y que era
improbable que se dieran grandes cambios posteriores. El Fondo Monetario Internacional, sin
embargo, observó que esta acción podía llevar a un yuan libremente circulante – algo que el FMI
le ha pedido a Beijing antes que la organización considere incluir al yuan en su canasta de divisas
de los Derechos Especiales de Giro. En comentarios hechos al margen de su informe anual sobre
la economía china, publicado a fines de esta semana, el FMI también observó que el yuan no
estaba subvalorado, a pesar de la disminución.
Además, la semana pasada, los medios de comunicación estatales emitieron una
advertencia a los funcionarios retirados a mantenerse fuera de la política y a no utilizar mal sus
antiguas relaciones y prestigio. La advertencia siguió a informes en los medios de comunicación
estatales que sugerían que la reunión anual no oficial de los actuales y ex funcionarios del Partido
en Beidaihe fue cancelada y que no serviría como punto de reunión para hacer políticas en el
futuro. Los informes indicaron que los funcionarios del Partido ya habían realizado varias sesiones
extras en Beijing y que las decisiones se habían tomado en un encuentro abierto y no secreto
de los ancianos del Partido. Otros informes que circulan en los medios de comunicación chinos
advertían que los ex funcionarios militares y del Partido estaban involucrados en especulaciones
estatales reales junto con otros malos manejos económicos, y que necesitaban parar.
Finalmente, la semana pasada China enfrentó uno de los peores accidentes industriales
en años – una serie de explosiones en una instalación de almacenaje temporal de químicos
en la ajetreada ciudad puerto de Tianjin. Más de 100 personas resultaron muertas en las
explosiones como consecuencia de ellas, impulsando al gobierno a lanzar una investigación por
almacenamiento ilegal y procedimientos de seguridad inadecuados en esa y otras instalaciones
en el país. Los ciudadanos han comenzado a realizar manifestaciones de pequeña escala en
Tianjin para exigirle al gobierno reparaciones por los daños ocasionados por la explosión. En
respuesta, Beijing salió con una campaña comunicacional en contra de los rumores, utilizando
los medios de comunicación estatales para recordarle a la opinión pública que el gobierno
públicamente acusó a un miembro del comité permanente del Politburo de corrupción, por lo
tanto el público puede confiar en que el gobierno está abierto y no esconde una conspiración en
torno a la explosión de Tianjin.
Si existe un tema común que abarca estos acontecimientos, es la forma en que Beijing
está poniendo énfasis en su apertura en la toma de decisiones, en informar y explicar sus
acciones. Esta no es la China del pasado que trataba de esconder la verdad sobre los principales
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desastres naturales o ficticios a sus ciudadanos. No es la China que operaba mediante acuerdos
secretos hechos solo después de un consenso de los ancianos del Partido o la China que trataba
de proteger a los funcionarios del Partido a expensas del público. Tampoco es la China de los
controles monetarios restrictivos, en medio de los temores de que las extravagancias de los
mercados globales pudieran afectar la regulación económica china. O por lo menos ese es el
mensaje que Beijing está tratando de enviar. Es un mensaje que, quizás, signifique más para el
consumo nacional que internacional, pero uno que reconoce que ni fuera ni dentro existe mucha
confianza en el Partido Comunista chino o el gobierno para perseguir una política transparente.
La sombra de corrupción, colusión y nepotismo sigue siendo fuerte y, quizás, se refuerza por la
extensión y profundidad de la actual campaña anticorrupción.
Lo viejos sistemas se tornan obsoletos
La realidad es que China está en medio de lo que puede ser su crisis más seria desde los
días de Deng Xiaoping. Y el modelo de gobierno y economía que Deng aplicó ya no es eficaz para
manejar ese país, mucho menos para cambiarlo en una nueva dirección.
A medida que China emergía del caos de la era maoísta, Deng inició tres políticas
básicas para el futuro crecimiento y desarrollo chinos, comenzado a principios de la década de
los ochenta. En primer lugar, le permite a la economía una libertad más localizada, aceptando
que algunas áreas crecerían más rápido que otras, pero que a la larga la marea ascendente
elevaría a todos los botes. Segundo, impide a un solo individuo que domine verdaderamente
el sistema político chino. Ya no podía una figura como la de Mao Zedong ejercer una influencia
personal tal que todo el país pudiera ser lanzado hacia una debacle económica y social. Los
líderes chinos se enmarcarían dentro de un modelo de consensos que limitaría cualquier fuente
individual de poder y eliminaría las facciones a favor de las redes de influencia generalizadas que
se superponían a tal punto que no podían verdaderamente llegar a desacuerdo. Y finalmente,
se encamina suavemente a lo internacional, siendo despiadado en la apariencia de una política
de no interferencia y evitando mostrar cualquier fortaleza militar hacia el exterior. Este último
punto intentaba darle a China tiempo para solidificar una cohesión y fortaleza económica y social
interna mientras evitaba una distracción o atraer una atención militar indebida de sus vecinos o
de EE.UU.
En retrospectiva, el modelo de Deng funcionó excepcionalmente bien para China, por
lo menos en la superficie. Mientras la Unión Soviética se derrumbó, el Partico Comunista de
China se mantuvo unido, incluso después de lo mal que administró Beijing el caso de la Plaza
de Tiananmen. Aunque a veces fueron lentos para responder o iniciar un cambio proactivo,
los líderes chinos manejaron el rápido crecimiento económico del país en una forma que evitó
la desestabilización social o política extrema. El Partido manejó no solo las transiciones de
liderazgo puestas en acción por Deng, sino también la última transición a Xi Jinping, en medio de
escándalos dentro del Partido. Los líderes chinos, incluso, manejaron el impacto de la contracción
económica global y parecen capaces de mantener el orden, incluso, a medida que las tasas de
crecimiento económico disminuyen considerablemente.
Pero la relativa calma en la superficie se contrapone con las corrientes perturbadoras más
profundas. El secreto oscuro de la regla de consenso fue que, aunque aparecía proporcionando
estabilidad, para fines de la década del 2000 estaba perpetuando más los problemas
estructurales implícitos que pudieron retrasar o, incluso, descarrilar las reales reformas o
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evolución económica. La falta de cambios o giros radicales, la prevención de mayores recesiones
y la habilidad para dilatar las reformas importantes, pero potencialmente desestabilizadoras,
hizo que China se viera como una fuerza imparable. La economía china superó a la de Japón y
parecía destinada a sobrepasar a la economía estadounidense. Y si la fortaleza económica se
traducía en fortaleza nacional total, entonces China estaba surgiendo como una potencia global
importante. Beijing, incluso, comenzó a romper con las precauciones de Deng sobre ocultar el
poder militar y comenzó a hacer más incursiones asertivas hacia los Mares Meridional y Oriental
de la China, tanto debido a una necesidad percibida de proteger sus rutas marítimas cada vez
más importantes que transportan recursos naturales y exportaciones, y debido a que se sintió
que era más poderoso y capaz, y quería actuar sobre esas fortalezas.
Sin embargo, todas las economías son cíclicas. A medida que se avanza por las diferentes
etapas, la madera seca necesita ser cepillada y proporcionar los fondos para los nuevos brotes.
Las recesiones, las contracciones, bancarrotas y colapsos sectoriales son todos partes del proceso
económico natural, aun cuando sean perturbadores en el corto plazo. A medida que China sostiene
que está subiendo la cadena de valor en manufactura y exportaciones, no está simultáneamente
cercenando los componentes más antiguos de la economía o, efectivamente, separándose de la
estabilidad de grandes compañías estatales que están inmovilizando desproporcionadamente
el capital disponible comparado con el empleo total. Los intereses mezquinos de los gobiernos
locales y provinciales – ellos mismos ávidos por evitar cualquier sensación de inestabilidad –
han dejado intacta las masivas redundancias en todos los sectores manufactureros de China, en
particular en las industrias pesadas, la columna vertebral del temprano crecimiento económico
de China. La política de consenso permitió que China creciera, pero no de una forma saludable – y
la economía global ya no le está dando a China la libertad para que simplemente siga derramando
fertilizante y esperar que, ojalá, nadie note la putrefacción que avanza por el tronco y las ramas.
Manejo de la crisis por parte de Xi
La transición del liderazgo a Xi Jinping en el 2012, tampoco, fue tan suave como se creyó
al principio. Se dio en medio del escándalo de Bo Xilai, en el cual aparecía el ex Secretario del
Partido de la ciudad de Chongqing haciendo un esfuerzo no solo para reformar la dirección de la
política china, sino también, para usurpar el ascenso de Xi al Partido Central y el liderazgo estatal.
Lo que ha surgido en medio de la campaña anticorrupción en proceso es que el desafío era
mucho más serio de lo que puede haber parecido, incluyendo el supuesto complot de asesinato
en contra de Xi.
Los recientes pronunciamientos respecto a que los ex líderes del Partido y funcionarios
deben mantenerse fuera de la política, sugieren que los desafíos para la postura de Xi aún están
emergiendo. La decisión de Xi de crear un consejo de seguridad nacional y un cuerpo asesor
de asuntos económicos, al cual él pertenece, ha provocado oposición de los ex funcionarios
acostumbrados a jugar un rol en la conformación de políticas. El haber cancelado públicamente
la cumbre no oficial de Beidaihe fue un golpe evidente en contra de los ex funcionarios. La
campaña de consolidación continúa.
Mientras China enfrenta algunos de sus desafíos económicos más duros y después de
incursionar hacia el Mar Meridional de la China y hacia los asuntos militares internacionales de
una forma que no puede fácilmente retraerse, también, está enfrentando la disidencia interna y
la lucha dentro del Partido. El impulso de consolidación de Xi, estrechamente ligado a la campaña
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anticorrupción, está totalmente relacionado con apretar las riendas de control para permitir más
ajustes políticos rápidos, forzar políticas macro en localidades y acelerar el tiempo de respuesta
del Partido y del estado ante las circunstancias cambiantes. Pero eso desafía décadas de tradición
y afianza el poder y los intereses. También crea una contradicción: las políticas económicas se
están moviendo hacia la liberalización, pero la política y las políticas sociales se están moviendo
hacia la autocracia.
Para manejar la siguiente fase de apertura y reforma económicas de China – algo que
cambia en la economía global y décadas de osificación interna están forzando a Beijing – Xi está,
simultáneamente, tomando medidas enérgicas contra los medios de comunicación, información,
libertades sociales y el mismo Partido. El temor es que una reforma económica significativa sin
un riguroso control político llevaría a repetir la experiencia soviética: el derrumbe del Partido y,
quizás, incluso del estado.
Cada acontecimiento, cada titular, debería evaluarse en el contexto de esta crisis interna.
La caída temporal de la divisa – un paso importante en la liberalización del intercambio del yuan,
ganar un rol en la canasta de los Derechos Especiales de Giro y continuar con el avance chino de la
globalización del yuan (liberar al país al menos un poco del dominio del dólar estadounidense) –
tiene riesgos auxiliares, algo no menor es que una divisa más libre puede moverse en direcciones
más alejadas de aquellas que el gobierno le gustaría ver. La explosión en Tianjin está reforzando
los temores de una mala administración y corrupción generalizadas. Se ha desatado una nueva
ola de especulación de conspiración y se está colocando al gobierno en una posición en que
debe lidiar con protestantes en las principales ciudades, como también, con inversionistas y
comerciantes extranjeros – una vez más, se plantean preguntas incómodas sobre la seguridad
en China. Las advertencias en contra de funcionarios retirados interfiriendo en política pueden
ser más que solo intentos de las relaciones públicas de destacar cierta nueva transparencia.
Esto no quiere decir que China esté al borde del colapso, que el gobierno y el Partido
estén al borde de fracturarse junto a líneas de batalla mortíferas, o que la reforma económica es
simplemente imposible frente a intereses arraigados. Pero nada de esto es imposible. China ha
entrado en una etapa de incertidumbre. La transición a una economía impulsada por la demanda
interna no se realizará suavemente, tampoco ocurrirá de la noche a la mañana. La reducción
en las exportaciones y el gasto en inversión ya están en marcha. Y con todos estos problemas
esparcidos en los hombros de su máximo líder, Xi se está preparando para su visita en Septiembre
a EE.UU., donde la letanía de preocupaciones sobre China se expande día a día.
El período de transición es el más caótico y el más frágil, y ese es el momento en el que
China se encuentra justo ahora.
Traducción extraída del texto: ‘China’s Crisis: the Price of Change’,
Geopolitical Weekly, 18 de agosto, 2015.
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