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208 Cena hora europea
De competir a compartir
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16 de Mayo de 2013
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DE COMPETIR A COMPARTIR
JOSEP M. FORCADA CASANOVAS
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PONENTES
DAVID MARTÍNEZ GARCÍA
Economista. Socio Director de AddVANTE
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JORDI RIERA ROMANÍ
Catedrático de Educación de la Universidad Ramon Llull
Vicerrector dew Política Académica y Adjunto al rector de la Universidad
Ramon Llull.
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BEGOÑA ROMAN MAESTRE
Profesora de Ëtica de la Universidad de Barcelona
Presidenta del Comité de Ética de los Servicios Sociales de Cataluña
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JULIEN SCHMITT
Coordinador del Grupo de Empresas del Campo de Energía de la Economía
del Bien Común - Barcelona
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APORTACIONES EN EL COLOQUIO
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DE COMPETIR A COMPARTIR
Josep M. Forcada Casanovas
Las grandes escuelas de negocios, entre otros, educan para la competitividad
que no es lo mismo que la competencia. Ésta es la capacidad de estar al nivel
de lo que se necesita para poder hacer con responsabilidad y conocimiento
determinadas actividades. La competitividad es la exageración de estas
capacidades que se da al realizar una actividad que conduzca a superar a los
otros. Si no se transformara esta competición en una lucha en la que fácilmente
se rompen las reglas de juego, quizás la sociedad se pondría de acuerdo, pero
hoy más que nunca es innegable que, con astucia, fácilmente se pisa los
demás para conseguir los primeros puestos y se prescinde del respeto. Incluso
no importa la desigualdad, convirtiéndose en una forma de dominio del que
tiene más frente al que tiene menos. La competitividad puede transformarse en
la más dura fuente de desigualdad, especialmente en lo que respecta a la
economía, como lo sufre hoy nuestra sociedad occidental y convertirse en una
carrera por conseguir beneficios por encima de todo. La ambición de la
ganancia siega fácilmente la razonable dimensión social que éticamente
propone una nivelación de la economía que ayude a estabilizar el reparto de la
riqueza.
Hoy, en cierto modo, se puede entender la economía como un despiadado
juego de beneficios en favor de un gran capital que está en manos de pocos,
los cuales, evidentemente, siempre han de ganar, y cuando no es así se
producen hecatombes que afectan a varios países. Es innegable que el
ciudadano debe conseguir la defensa de su subsistencia mediante esfuerzos, a
menudo inalcanzables para buena parte de ellos, ya que el juego del
endeudamiento aturde de manera enloquecida al cerrarse créditos,
reconduciendo la economía hacia unas áreas favorecidas por los sectores que
la dirigen. La subsistencia vital entra en el posibilismo social, en el que se
establecerán unas ayudas sociales que cambian el bienestar por la posibilidad
de subsistir.
Si se apuesta por compartir, es evidente que hay una realidad social que
demanda unos cambios de actitud en todos los aspectos de nuestra sociedad,
es decir, por entender que se debe llegar a acuerdos en los que se juega el
bienestar de la sociedad. Estos pactos, en democracia, requieren actitudes de
transigencia y considerar, de una manera lúcida, que la sociedad la integramos
personas que tenemos vida, necesidades y una libertad que también debe ser
compartida por todos. Es decir, el individualismo feroz que se había
proclamado como ideal, hoy cae en favor de una nueva integración de los
individuos para superar carencias en todos los aspectos de la sociedad, desde
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el económico, bastante evidente, hasta el familiar, el educativo, el empresarial,
el político, el religioso, etc. No se puede negar que en estos niveles de
complementariedad, en el hecho de compartir tienen un gran papel las
comunidades sociales intermedias o las redes de personas a las que se puede
acceder plenamente sin otra obligación que sentirse bien con los que integran
estos grupos.
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Compartir hoy es un grito a la solidaridad para que se abra con fuerza ante la
precariedad. Desarrollar esta capacidad será posible si se afloja el deseo de
tener por el de ser para alcanzar una dignidad social gratificante. Quizás
tendremos que aprender a gestionar, compartiendo y cooperando, la pobreza,
la inseguridad, la incertidumbre para superar pesimismos que enferman la
felicidad.
¿Los dirigentes de los regímenes democráticos, están ya lo suficientemente
concienciados como para potenciar el bienestar social y lograr así que las
personas se sientan protagonistas de auténticas redes colaborativas?
¿Acaso hay que luchar para que sea posible un nuevo reparto de bienes como,
por ejemplo, renunciar a determinados sueldos para compartirlos, siendo más
bajos, con otros y ofrecer así dos puestos de trabajo para un solo sueldo?
Las políticas sociales y públicas de un país son en gran parte fruto de la cultura
y de la educación. Sin embargo, ¿educamos para compartir y cooperar?
Compartir es una esperanza.
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DAVID MARTÍNEZ GARCÍA!
Economista. Socio director de AddVANTE
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Hablaré desde el punto de vista de la economía y de las organizaciones. En
estos momentos estoy trabajando en los modelos de transformación de las
organizaciones. Creo que hay mucho de competir y de compartir en ellas e
intentaré aportar mi experiencia y mis reflexiones.
Competir puede ser positivo y en cambio, compartir puede ser negativo.
Competir no es negativo en sí mismo. Educando la competitividad, desde la
perspectiva de alcanzar diferentes competencias para lograr un objetivo aporta
ciertos valores positivos al individuo. Por ejemplo, para ser competitivo hay que
trabajar la excelencia, excelencia en la disciplina personal y en la disciplina de
equipo. Requiere desarrollar competencias y capacidades como la paciencia, la
persistencia, la capacidad de planificación, la gestión, la capacidad para
aceptar la presión, y también la capacidad de gestionar las emociones. No sé si
nacemos con esa capacidad de competir, o la adquirimos cuando somos muy
pequeños, pero, de hecho, cuando somos muy pequeños, competimos con
nuestros hermanos. Cuando hacemos estudios primarios y secundarios
estamos compitiendo por unas notas. En el mundo del deporte, la
competitividad es un elemento muy potente. Por otra parte, compartir también
puede ser negativo. Mantener modelos basados en un esquema de compartir
puede llegar a provocar actitudes de falta de iniciativa, de falta de actitud
creativa e, incluso, puede llevarnos a la pasividad y a limitar el propio
crecimiento personal y, a veces, llegar a delegar nuestra responsabilidad
personal sobre la responsabilidad del grupo en el que yo ya no tengo el mismo
nivel de responsabilidad. Tenemos un caso muy claro y muy cercano, que es
nuestro propio modelo autonómico en España, donde ciertas comunidades han
vivido de este fondo de solidaridad compartido. Una actitud obsesiva o
enfermiza respecto a la competitividad traerá consecuencias negativas a los
demás y por otra parte, una actitud malentendida y aprovechada respecto a la
idea de compartir potenciará más personas dependientes o que se apoyan. La
clave está en la eutrapelia, la virtud de encontrar la justa medida de las cosas y,
por lo tanto, de buscar un equilibrio entre competir y compartir, de forma que
una calidad compense y pueda potenciar a la otra.
Considero que competir y compartir no son ideas excluyentes y que pueden
cooperar entre ellas. Para pasar de competir a compartir, probablemente, el
ejercicio más natural y fácil sea hacerlo por pasos y el paso más natural sería
pasar de competir a colaborar. Normalmente, en el mundo empresarial funciona
de esta manera, colaborar o cooperar. En el mundo empresarial, tú estás
compitiendo y normalmente pasas a cooperar y por último acabas
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compartiendo. En la familia aún se ve más claro. Cuando una pareja empieza a
vivir, habla muchas veces de cómo compartir las tareas. En algunas parejas
hay una persona que hace las tareas y la otra que es la que colabora. O sea,
una lleva el peso y la otra colabora. Hay todo un proceso que nos permite
pasar de competir a compartir pasando por la cooperación.
Por otra parte, si mi actitud es de compartir, se entiende que ya sé lo que hay
que hacer y cómo hacerlo y que, por tanto, soy autónomo en la gestión del
trabajo que puedo realizar, porque ya he visto qué cosas faltan, qué cosas hay
que cuidar y por cuáles hay que velar; he olido, he sentido, he percibido y he
detectado cuáles son las carencias y las necesidades de unos y otros. Para
compartir se da una actitud contemplativa y reflexiva que nos ayuda a ver cómo
dar respuesta a una situación y que por lo tanto, nos haría hablar de una
actitud mucho más proactiva, a diferencia de la de cooperar, que es una actitud
mucho más reactiva.
Compartir supone un grado de autonomía previa, saber detectar las
necesidades y lo que hay que hacer para solucionarlas. Colaborar sería más
bien depender de lo que el otro detecta. Compartir significa trabajar en equipo,
no ir por mi cuenta, sino asumir la corresponsabilidad, la responsabilidad
compartida con los demás, y esto implica un engranaje, un ir a la una,
habiéndolo hablado todo antes. Es interesante observar que la autonomía no
es contradictoria con el trabajo en equipo, con la coordinación con los otros.
Por ello, muchos autores prefieren hablar de la interdependencia. Somos
necesariamente dependientes unos de otros, sin que ello quiera decir que
tengamos que hacernos subordinados unos de otros. Aprender a compartir
significa saber ser autónomo, pero no independiente, sino interdependiente.
La actitud de competición ve al otro como un enemigo y se centra en el propio
ego, sea de la persona, del grupo, de la empresa, etc. En cambio, la actitud de
compartir pone el centro en la otra persona, que ya no es vista como un
enemigo. Entender este concepto de compartir como no enemigo es el primer
paso para pasar de competir a compartir. Por lo tanto, probablemente, un factor
que ayuda a pasar de competir a compartir es la confianza en el otro, en la
persona, en la organización, en la otra empresa, etc. Otro aspecto que puede
facilitar este recorrido entre competir y compartir es la existencia de un bien
común más elevado que los bienes individuales que pueda perseguir cada una
de las partes. Como ejemplo, tenemos que en Sudáfrica existe una ONG
dirigida por el padre de una persona asesinada durante el apartheid y la madre
del asesino. Antes competían, y ahora, en cambio, comparten un mismo ideal
que es trabajar juntos y este ideal hace que los motivos que los enfrentaban se
hayan eliminado.
Compartiendo puedo competir mejor. Éste es un tema importante en las
empresas y las organizaciones. Competir es absolutamente necesario en el
mundo en el que estamos, pero probablemente es más eficiente competir
sabiendo compartir. En cualquier escuela de negocios, la máxima es buscar
una solución que sea, ganas tú / gano yo. Personas especialistas en la
resolución de conflictos hablan de “ceder, ceder” y de “perder, perder” para
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cada una de las dos partes. Podemos percatarnos de que el lenguaje del
mundo de los negocios y el de la resolución de conflictos son muy diferentes.
Según he leído, Vera Grave, una excombatiente colombiana que dejó las
armas, decía que lo que más le había costado dejar no era las armas sino el
afán de protagonismo y de poder. El protagonismo y el afán de poder son las
principales enfermedades del ser que merman la capacidad de compartir. Por
lo tanto, trabajar ese afán de poder y protagonismo es la primera puerta o un
paso importante para pasar de este competir a compartir
Un ejemplo muy cercano que tenemos de cómo se puede competir mejor
sabiendo compartir es el premio que acaban de recibir los hermanos Roca del
Celler de Can Roca. Tres hermanos con habilidades en un mundo
absolutamente competitivo como es el gastronómico han podido compartir
todas sus capacidades y habilidades y llegar a ser el número uno.
En un entorno como el actual, las empresas que saben compartir tienen o
tendrán siempre mayor éxito. Dos de las características clave que tenemos en
el entorno actual son la incertidumbre y la complejidad. Estos dos elementos se
unen y son dos virus que nos están paralizando. Para poder avanzar en este
entorno debemos utilizar dos antivirus. Contra la incertidumbre debemos aplicar
el antivirus de la capacidad de adaptación y contra la complejidad, debemos
aplicar una forma de trabajo más inteligente. Para conseguir organizaciones
más adaptables al entorno y más inteligentes, que sean capaces de superar
esta incertidumbre y la complejidad, es necesario desarrollar organizaciones
que tengan cuatro características:
1. Que sean más creativas; que puedan desarrollar un pensamiento no
convencional, un pensamiento lateral, un pensamiento diferente que busque
soluciones diferentes a los problemas corrientes.
2. Con más capacidad para interesarse por lo que ocurre en el entorno,
organizaciones curiosas y ávidas por saber todo lo que pasa y que estén
atentas a las nuevas tendencias.
3. Con capacidad de proyectar, de ver más allá del corto plazo y de desarrollar
visiones estratégicas.
4. Con capacidad de hacer “surfing” en medio de los cambios tecnológicos
constantes, sabiendo utilizarlos. De alguna manera, el talento individual se
multiplica cuando somos capaces de ponerlo en contacto para trabajar con los
demás; y aquí la actitud de compartir es absolutamente clave.
Compartir es absolutamente básico en organizaciones que son capaces de
sobrevivir en un entorno postcrisis.
¿Cómo debe ser el liderazgo de las organizaciones para que favorezca la
capacidad de compartir? El liderazgo debe basarse en la armonía, en lugar de
basarse en la uniformidad, como, de hecho, ocurre en la mayoría de los
liderazgos que tenemos en este momento. La armonía es un equilibrio de
proporciones y de diferentes partes de un todo y su resultado siempre
desprende belleza.
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Desde un punto de vista de la gestión, la armonía sería la capacidad de
conjuntar todas estas voluntades diferentes, heterogéneas, con el objetivo de
conseguir algo mucho más valioso que cada una de las partes. Podríamos
comparar la armonía con una orquesta de jazz donde todos los músicos son
solistas y cada sesión es diferente. Gestionar en organizaciones basadas en
relaciones de armonía sería ideal para organizaciones donde existe una gran
complejidad y una fuerte incertidumbre. ¿Cómo cultivar una organización para
que se pueda gestionar bajo un criterio de armonía en vez de hacerlo bajo un
criterio de uniformidad? Según la experiencia que tenemos en la implantación
de estos modelos en compañías, hay siete aspectos que pueden potenciar la
armonía en una organización:
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1. Aprender a enseñar a vivir la vida profesional y la propia vida con energía y
con entusiasmo.
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Potenciar un buen clima laboral y relacional entre las personas.
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Desarrollar una visión positiva y resiliente.
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Conseguir individuos que sepan pensar o enseñar a pensar.
3. Educar la buena gestión del tiempo. Hay un tiempo para cada cosa: un
tiempo para la familia, para el trabajo y otro para la broma y para el ocio…
5. Favorecer el trabajo cooperativo e interdisciplinario entre todos sus
miembros.
7. Fomentar el sentido del humor dentro de la propia organización.
No veo posible que la gente sea capaz de compartir dentro de una
organización o de trabajar armónicamente, si las personas son pasivas,
negativas, si tienen poco entusiasmo, no saben trabajar en equipo, muestran
su mal humor y no piensan a medio y a largo plazo.
Las organizaciones que mejor se adaptarán a un entorno postcrisis serán
aquellas que estén trabajando con un programa de competencias que fomente
las capacidades para compartir el conocimiento y las habilidades personales.
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JORDI RIERA ROMANÍ!
Catedrático de educación de la Universidad Ramón Llull. Vicerrector de política
académica-adjunto a rector de la Universidad Ramón Llull
Cuando inicié la reflexión sobre este tema pensando en lo que podía compartir
con todos ustedes esta noche, intuí que esta pregunta ocultaba una pregunta
en torno al modelo de estado. Creo que preguntarse por el modelo de Estado
debería ser siempre un a priori antes de preguntarse por el Estado.
Este tema de competir a compartir me lo planteo desde el punto de vista
personal. En el ámbito personal, cuando uno intenta resolver la cuestión sobre
competir o compartir, lo primero que debe intentar decidir es cómo se posiciona
a sí mismo. Es decir, no creo que podamos hablar de compartir si no somos
capaces de compartir con nosotros mismos algunas preguntas fundamentales.
Puede parecer algo extraño, porque compartir siempre parece que debe
convertirse en una acción con el otro o hacia el otro, hacia aquel que es de mi
misma naturaleza. Pero me pregunto si no hay un paso anterior que es el de
ver cómo nos respetamos a nosotros mismos y por lo tanto, cómo compartimos
con nosotros mismos algunas inquietudes. Puede ocurrir que, si no tenemos
esa capacidad de introspección, de auto-interpelación y de trascender de
nosotros mismos, difícilmente logremos estar preparados para compartir con el
otro. Con la condición bien entendida de que el otro es y forma parte de mi
propia naturaleza, la primera prueba de esta naturaleza es con nosotros
mismos. Por lo tanto, me preocupa y me ocupa la reflexión de compartir con
uno mismo. Y eso, lejos del egoísmo, entiendo que es el a priori preventivo
para poder pasar al segundo estadio, que es el de compartir con los demás.
Siempre me ha preocupado mucho el efecto de competir con uno mismo, por
ejemplo, ante un juego electrónico, cuando después de horas y horas de jugar
y de superar muchos niveles, el juego te dice que eres el mejor, te dice game
over.
Me pregunto si no se experimenta precisamente aquello que sería la antítesis
de compartir con uno mismo, en una tarea a la que has dedicado muchas
horas pensando que competías o, incluso, ingenuamente pensando que
compartías con alguien aquel hito, aquel reto. La depresión del game over, les
aseguro que es espectacular cuando uno se da cuenta que no competía con
nadie. Y cuando uno no compite con nadie y se ha pensado estaba
compitiendo con alguien, empieza a pensar si no es la hora de compartir
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Por lo tanto, me ha preocupado siempre la reflexión de compartir desde uno
mismo. El experimento de compartir desde la dimensión más espiritual de la
propia percepción, esta capacidad de introspección, de dialéctica interna, nos
prepara para poder ejercer un segundo nivel y desarrollar la competencia
también de compartir con los demás.
Compartir con los demás pasa básicamente por dos condiciones necesarias,
aunque no sé si suficientes. La primera es que compartir con los demás es
reconocer al otro. Reconocer al otro es importantísimo, porque en este otro hay
más que una información superficial, más que unos datos curiosos. En este
reconocerlo hay una parte de mí. Reconocer al otro y amarlo con la dimensión
más profunda del amar, con la dimensión más profunda del que ama la
naturaleza íntegra, la naturaleza compleja, diferente y diferenciada. Este
estadio de amar pasa por este gesto de donación de unos a otros, porque uno
no sólo reconoce, sino que quiere compartir las competencias que mutuamente
van creciendo porque no tiene nunca las mismas competencias que el otro. Y
en este sentido quiero emplear el término competencia como todo aquello que
supone destreza y conocimiento, que siempre es diferente pero que nunca es
discapacidad en la persona humana.
Y desde aquí podemos alcanzar otro estadio, el de compartir con los demás
para pensar, por lo tanto, que es posible que haya comunidades que
comparten. ¿Quién no conoce hoy en día alternativas comunitarias o redes
comunitarias de todo tipo? El concepto “red” es otro de los conceptos que se
han ido extendiendo, tanto en el mundo virtual como en el real. ¿Quién no
habla hoy de redes de corresponsabilidad o de redes vinculadas a todo tipo de
retos? ¿Conocen proyectos como los de los hogares compartidos? Si se fijan,
utilizan el término compartir. ¿Qué significa un hogar compartido? Quizás
cuando reconozco el otro y amo sus competencias y su naturaleza, soy capaz
de compartir con ellos incluso la vida. Fenómenos como los de los hogares
compartidos suponen una ejemplificación de este paso atrevido de compartir
vidas y no necesariamente era previsible. Personas mayores que se vuelven a
encontrar, que creen que compartiendo el hogar pueden hacer más sostenible
y enriquecedora el resto de su vida. Hay fenómenos muy actuales que fuerzan
a veces este compartir comunitario. Es un poco triste que se produzcan
fenómenos de reagrupamiento familiar, pero no en el sentido de familias que no
tenían relación y que se han reagrupado, sino familias que se reagrupan
buscando la esencia principal del núcleo familiar clásico, pero que tal vez lo
hacen, desgraciadamente, de una manera interesada. El caso más crítico es el
de personas jubiladas que están en determinadas hogares, pero que son de
alguna manera reclamadas al reagrupamiento familiar porque aquella pensión
de jubilación es la que puede dar viabilidad a un contexto familiar más extenso.
Por lo tanto, si nos fijamos, son fenómenos de compartir forzados por los
acontecimientos y, probablemente, fenómenos de éstos, los encontraremos
también en situaciones y contextos mucho más sólidos desde el punto de vista
del planteamiento de compartir. Estamos viviendo, pues, fenómenos diversos
que expresan el sentido de compartir en comunidad, que ahora nos es a todos
necesario y primordial y que, de alguna manera, desbloquean el mismo
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binomio de competir a compartir. Parece que es un camino sin retorno y que la
sociedad crece en la búsqueda de ese compartir con otras diversas
dimensiones de la vida misma y que tal vez un planteamiento histórico y social
muy arraigado en el capitalismo más extremo nos ha colapsado y nos ha
bloqueado la posibilidad de seguir por este camino.
¿Qué modelo de sociedad queremos? ¿Qué quiere decir un modelo de Estado
que se plantea el compartir desde esta perspectiva que intento expresar esta
noche? Desde mi punto de vista, es un modelo de Estado que pondrá el
énfasis en la dimensión relacional entre las personas, los grupos, las
entidades, los sectores. Por tanto, podríamos estar hablando de la alternativa
hacia estados de modelo relacional, es decir, estados dentro del bienestar
social que apuestan por estados relacionales.
¿Qué quiere decir un Estado relacional? Un Estado que comparte y en el que
los distintos sectores comparten, hasta modelos de economía inclusiva,
partiendo de la base de la pirámide o de finanzas socialmente responsables, de
emprendimiento social. Son todas ellas dimensiones que están tomando fuerza
a partir de la necesidad de salir del bloqueo en el que nos hemos encontrado
dentro de este modelo tan altamente competitivo, tan nihilista respecto a la
relación con los demás, que ha colapsado, que ha hecho crisis, y que nos ha
llevado a la necesidad de dibujar una nueva manera de construir las relaciones
dentro de un Estado.
Este Estado relacional es un Estado que da cuenta de que se ha convertido en
algo insuficiente para el modelo anterior. Ha dejado de ser un Estado
omnipotente, un Estado autosuficiente. Ha comprendido que hoy es necesario
reconocer la complejidad, la intensidad de las relaciones, la interdependencia
de las personas, la interdependencia de los sectores como un elemento
estratégico de Estado. Por tanto, es un Estado que busca la corresponsabilidad
y el saber compartir.
No podremos resolver, pues, el paro, el fracaso escolar, el incremento delictivo,
la violencia de género, la exclusión social, la contaminación ambiental, etc., de
manera individual. No tenemos soluciones que se puedan desprender sólo
desde uno de los sectores, o de la administración pública, o del sector privado
productivo, o del tercer sector. Estamos ante un gran reto. El debate sobre
competir y compartir no tiene marcha atrás; compartiremos casi por la
necesidad de tener éxito. Este Estado relacional se convierte en un Estado
más garante, que impulsa redes, que implica a todos en el bienestar, que
busca la complicidad entre sectores y sociedad, desde el gran reto de la
cooperación.
La pregunta de hoy nos interpela sobre qué estado queremos construir en la
medida en que se ha colapsado cualquier otro mecanismo de construcción de
Estado que se centre estrictamente en los valores anteriores.
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BEGOÑA ROMÁN MAESTRE!
Profesora de Ética de la Universidad de Barcelona.
Presidenta del Comité de Ética de Servicios Sociales de Cataluña.
Creo que siempre es fundamental comenzar con algunas aclaraciones
conceptuales. Es importante clarificar bien qué entendemos con según que
palabras, y un caso muy claro es la palabra “beneficio”, que no significa lo
mismo para uno que viene de la filosofía moral que para un capitalista salvaje.
En el segundo apunte haré también referencia al vocabulario y a las reglas del
juego cooperativo. Y en el último punto comentaré aportaciones de filósofos y
filósofas, explicando qué han dicho y cómo lo han dicho. Haré referencia al
desarrollo de las capacidades, de Martha Nussbaum, y a la importancia del
esfuerzo, de Amartya K. Sen, que proponen los horizontes de la economía
ética.
Cuando hablamos de competir, de compartir, de cooperar, siempre se da una
lectura positiva y una lectura negativa de estos conceptos. Valorándolo
rápidamente, diríamos que una lectura positiva es buena y una lectura
negativa, mala. Competir puede tener una lectura negativa cuando es la del
ganador, la del número uno; es decir, uno que gana, está más solo que la una,
y el 99% de la gente está condenada a perder. Un juego en el que sólo uno
gana y el 99% pierden, hace muy difícil creer la afirmación de que lo más
importante es participar. Además, el número uno tiene su minuto de gloria, pero
luego sufre un estrés considerable al tener que mantener esta posición. Y
también tiene una parte negativa porque se trata de ganar a cualquier precio, y
hay aquello de que “todo necio confunde valor y precio”.
Pero competir también tiene una lectura positiva, bien ilustrada por Kant con la
metáfora del árbol. Si un planta muchos árboles a unos dos metros de distancia
entre ellos y en un clima como el de la Selva Negra, todos tienen posibilidad de
tener luz del sol, todos suben y crecen esbeltos, altos y muy frondosos. Pero si
sólo planta uno en la Sabana y este árbol no tiene competencia –mejor dicho,
competitividad–, quedará bajo, expandirá sus ramas, pero no hará un bosque
frondoso. La competitividad implica una cuestión positiva porque los demás te
hacen espabilar. Hay luz del sol para todos, pero no para quien se duerme. En
cuanto a lo que respecta al talento y a los conocimientos, –y el conocimiento es
un gran liberador de supersticiones y de ignorancia–, la competitividad puede
generar un gran progreso y, por lo tanto, no necesariamente es mala. Además,
la competitividad puede generar también excelencia, innovación y una tensión
sana, dado que nos plantea retos para mejorar continuamente.
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También hay una lectura negativa en el compartir, aunque no lo parezca.
Compartir es buenísimo si respeto y me agradan las reglas de la cooperación.
Pero puede ser malo cuando algunos no aportan nada y, sin embargo, se
benefician de los demás. Es negativo también cuando se trata de algo
impuesto, cuando uno tiene que compartir la escasez y hacer de la necesidad
una virtud. Compartir cuando no hay para todos, cuando lo que se reparte es
muy poco y el otro no lo hace, puede llegar a generar una cierta injusticia, si no
ingenuidad. En la cooperación pasa un poco lo mismo: puede haber una parte
muy positiva, porque nos interesa rescatar hoy en día aquello que es común, el
mundo compartido y no compartimentado, la comunidad, la comunión, la
voluntad de superar el individualismo, la autosuficiencia, el autodidacta, el
narcisismo. Pero cooperar también tiene su parte negativa según el dilema del
prisionero. Si cooperar es una mera estrategia para conseguir algo, sea lo que
sea, desde el punto de vista moral, a mí no me interesa. En el dilema del
prisionero yo acabo cooperando no porque quiera, sino porque es
estratégicamente inteligente para continuar mejorando aquello que me
interesa, que no es el bien común, sino el individualismo posesivo, egoísta y
ambicioso. Por lo tanto, también puede darse una lectura perversa del cooperar
y de según qué visiones sobre el compartir. Como a mí me importa un
compartir y un cooperar basados en la confianza, me interesa descifrar las
mentalidades y las antropologías que se encuentran detrás de la competitividad
para constatar si están basadas en la competencia, en la excelencia y en la
cooperación basada en la confianza.
Necesitamos pasar de la competencia basada en políticas y relaciones
alienantes que convierten al otro en un alienígena totalmente diferente a mí , a
considerar al otro como otro yo igual a mí, que se halla en igualdad de
condiciones y con el que tengo que compartir un mismo mundo y un espacio
público que es el de todos. Es necesario, así, poder superar un individualismo
posesivo extremo, una mera racionalidad estratégica instrumental, de uso y
abuso, por una racionalidad comunicativa de reconocimiento, respeto y
responsabilidad por el otro, que es un interlocutor válido y compañero.
Pero también hay que superar el hecho de vivir la dependencia como una
condición de vergüenza, porque nos hemos creído que lo que importa es la
pura autosuficiencia y la pura autonomía. La condición de dependencia no es
mala; de hecho, es muy humana. Soy, como humano, un ser falible, vulnerable,
que necesito a los otros para ser yo. No hay yo sin nosotros. Es necesario
superar esa visión contractual de la justicia jurídica, según la cual se debe
escribir todo porque no nos fiamos de nadie, de forma que al proceder así, el
ordenamiento jurídico se colapsa. Se debe pasar a unas relaciones de alianza
y de amistad cívica, de fraternidad, de solidaridad, en las que la vulnerabilidad
y la dependencia sean precisamente la base de esta fraternidad que es más
que solidaridad.
Descubrimos el valor de las cosas cuando las estamos perdiendo. El deseo nos
hace constatar la necesidad. Muchas veces nosotros hemos puesto en juego
cosas que eran muy valiosas sin saber que las perderíamos. El vocabulario
económico ha impregnado el vocabulario de la vida cotidiana y también
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nuestras mentalidades: la economía no se podía separar de la ecología, del
equilibrio y las normas de la casa y del yo (autonomía), etc. En efecto, en
tiempos de Adam Smith, que era un filósofo moral, la economía aún no estaba
separada de la casa compartida en la que estaban todos. La economía se
separa de la filosofía moral, de los valores, cuando comienza el capitalismo
aislado del marco normativo: la economía se independiza de la filosofía moral y
de ese rendir cuentas a la finalidad a la que estaba destinada, que era producir
medios para la casa común, digamos que se desarraiga: y acaban olvidándose
de las finalidades y el medio, que era el dinero, se auto-transforma en la
finalidad. Los humanos nos convertimos en los medios del capital y dejamos de
ser fines en nosotros mismos. Y en este giro de valores, los stockholders, los
que se la juegan, no son los stockholders que ponen y poseen el capital. Nos
ponemos en juego, pero resulta que no es un juego limpio, un fair play, de
reglas compartidas, universales y necesarias para convivir en la casa, sino que
es el dominio de unas reglas que no son dadas por quienes las deben
obedecer (autonomía), sino que no sabemos de dónde vienen, ya que son un
mecanismo extraño, –el mercado–, que no es muy transparente y que se ha
independizado de las personas a las que debía rendir cuentas.
!
Amartya K. Sen y Martha Nussbaum han criticado el hecho de valorar la
riqueza de las naciones en los términos de Producto Interior Bruto (PIB),
porque no genera riqueza a las naciones, sino que puede generar mucha
pobreza a gran cantidad de gente y a muchas naciones con un alto PIB.
También critican el hecho de hablar en términos de mera satisfacción, porque la
satisfacción está relacionada con la cultura y con las expectativas creadas en
la gente. Por ejemplo, el colectivo de mujeres puede estar satisfecho con su
esclavitud por el hecho de que este colectivo ha sido educado para ser súbdito
y no sujeto.
Martha Nussbaum habla de diez capacidades que son buenos indicadores para
auditar, desde el punto de vista de los valores, como pasar de la competición
salvaje y egoísta a compartir en un espacio público que debe ser de todos y
para todos. Ella dice que estas diez capacidades deben de tener todas un
mínimo grado y que no basta tener en una un grado muy alto y en otra uno
muy bajo sino que todas deben estar equilibradas. En las diez capacidades de
Nussbaum, encontramos la vida entendida también en términos de longevidad
–los sociólogos también miden la pobreza y la riqueza de las naciones en
términos de longevidad–; los sentidos; la imaginación; el pensamiento; las
emociones; la razón práctica (la capacidad de investigación del proyecto de
tener una buena vida, porque una vida digna es una vida dedicada a la
búsqueda de una buena vida, donde podemos pluralizar los conceptos de
buena vida siendo la dignidad igual para todos); la libertad de asociación y de
expresión; la relación con las otras especies; el juego y la capacidad de reír (de
disfrutar, de entretenerse –y los mejores juegos son aquellos en los que uno
disfruta con un grupo de amigos–); y, por último, el control del propio entorno
político y material, es decir, la democracia como una distribución de los
mínimos recursos para que todos tengan la posibilidad de este desarrollo de
capacidades.
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No se trata de denostar el individualismo. Hemos recuperado cuotas de
autosuficiencia, de autonomía, de pensar por nosotros mismos y por lo tanto,
de discrepar de comunidades totalitarias, cerradas, que sometían el individuo.
No criticamos, así, al individualismo defendido por los ilustrados británicos o
alemanes, origen del concepto de autonomía. El individualismo se convierte en
malo o en perverso cuando se retira a la vida privada y se olvida de la
comunidad y del espacio público. El promedio virtuoso seguramente sería el
acertado. Pero, ¿por qué deberíamos ser capaces de llegar a este promedio?
Porque está en juego algo que nos interesa mucho, como es la dignidad de la
vida, la misma para todos, y está en juego la calidad de vida, diversa para
todos, pero en condiciones de equidad, de justicia. El ser humano necesita
vínculos, estabilidad, y tiene capacidades de autorrespeto y de esperanza. La
economía tiene que mirar más allá del corto plazo, más allá de su propio
beneficio; el concepto de horizonte común plantea precisamente estas
oportunidades de crecimiento, de empoderamiento de todos, y no un ejercicio
de poder o de dominio de uno y de sumisión del resto.
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JULIEN SCHMITT!
Coordinador del Grupo de Empresas del Campo de Energía de la Economía
del Bien Común de Barcelona
Sócrates decía: «el secreto del cambio es enfocar toda tu energía, no a luchar
contra lo viejo, sino a construir lo nuevo». Orientaré mi intervención en este
sentido, no sólo en un plano conceptual sino en la presentación concreta de un
modelo, de una alternativa, que nos llegó hace un año a España y que creo
que puede constituir un elemento de referencia para guiar esta transición entre
competir y compartir, cooperar o colaborar.
Competir, en latín, es ser competente. Por la acepción violenta que muy a
menudo utilizamos sería más correcto hablar de “contra-petencia”. “Contra” da
un sentido violento a la palabra. En este sentido, se entiende que competir
sería como un contravalor, ganar uno y los otros no. Por eso esta transición va
hacia la cooperación, hacia la compartición, que son valores en un sentido
positivo. Si uno coopera con el otro, si uno quiere compartir, compartirá con el
otro. Son acepciones positivas, valores contra valores. Este creo que es un
elemento importante para comenzar a presentar el concepto de la economía
del bien común.
La economía antes no estaba separada de la filosofía, de la sociología, ni de
todas las ciencias humanas. Considerar que la competición es un objetivo
natural de la economía no formaba parte del razonamiento de los pensadores o
de los pensamientos previos al siglo XIX o al siglo XX, aunque tengamos la
sensación de que esto formaba parte de la historia desde siempre. Pensamos
que competir es la regla económica básica, y esto no es así. Incluso podemos
considerar que es artificial porque ¿en qué nos basamos para decir que la
competición es lo mejor para tener una economía competitiva? Si pensamos en
los estudios de las ciencias humanas, se muestra que una persona es mucho
más, tiene un rendimiento, una felicidad y un nivel de excelencia mucho más
importante si coopera que si está compitiendo, en la acepción violenta del
término. Esta justificación, que parece evidente, de la competición como
objetivo natural de toda economía, podemos dejarla ya de tener en
consideración. Christian Felber analizó las palabras que el gobierno alemán
utilizaba en 2009 en algunos de los documentos principales que trataban de
economía y el término competición o competencia salía más de ochenta veces,
mientras que el término democracia salía sólo seis veces. Deberíamos
interrogarnos sobre esta tendencia, porque al final la base de nuestras
sociedades no es la competencia sino la democracia, sobre todo en economía.
Tenemos otra contradicción cuando hablamos de los valores que se
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encuentran ligados a la economía o a nuestras relaciones sociales. ¿Cuáles
son los valores de la economía? Si nos hacemos esta pregunta, muchas veces
la respuesta es: egoísmo, violencia, desconfianza, desconsideración, envidia,
etc. Podemos considerar que todo es relativamente negativo. Por otra parte,
respecto a nuestras relaciones sociales, si nos preguntamos qué nos hace
felices, responderemos que la confianza, la solidaridad y la responsabilidad.
Vemos que son conceptos positivos. Y la pregunta es: ¿por qué se da una
oposición tan fuerte entre los valores que consideramos de la economía, que
hacemos nosotros, y los del mundo de nuestras relaciones sociales? ¿No
deberíamos ser más coherentes? Porque aquí ya observamos una oposición
desde el inicio.
!
Partiendo de esta constatación, Christian Felber ha propuesto una alternativa,
elaborada partiendo de la base de que deberíamos ir más a favor de los
valores humanos y deberíamos también tener la misión de integrarlos en
nuestra economía para ser coherentes con nosotros mismos. Además, no nos
estamos inventando estos valores como, por ejemplo, el del bien común
porque, de hecho, ya forma parte de las Constituciones. O sea, la base de
nuestra sociedad, que es la Constitución, ya integra este elemento.
Christian Felber siempre utiliza el ejemplo de Baviera, en dónde se encuentra
escrito específicamente que toda actividad económica debe servir al bien
común. En la Constitución también encontramos unas palabras que dicen que
el objetivo de esta economía es promover el bien de los que la integran.
¿Como hemos interpretado esta frase en nuestra economía? No hemos
inventado nada, no estamos utilizando valores artificiales, sino los valores que
son los pilares de nuestra sociedad, que se encuentran dentro de nuestras
Constituciones. Y sobre esto, Felber planteó esta propuesta de cambio, este
acompañamiento en el camino de la transición del competir al compartir,
colaborar y cooperar.
Cuando hablamos de la economía, nos damos cuenta de que lo que está
puesto en medio, como objetivo o indicador, es el medio, el dinero. Por
ejemplo: nuestro objetivo es maximizar el beneficio, competir para hacer
beneficios. Los indicadores que utilizamos son puramente financieros. Pero las
finanzas son un medio, no una meta. Si hablamos a nivel micro, hablamos de
beneficio de las empresas y es, a menudo, el único criterio que utilizamos para
valorar una empresa y su nivel de éxito. La propuesta es volver a orientar los
objetivos y los indicadores en la dirección del bien común, porque el bien
común es, al final, la felicidad. Si compartimos, si podemos cooperar y
colaborar, seremos más felices porque todo será coherente con los valores de
nuestras relaciones sociales.
Si hablamos de nosotros, hablamos del producto del bien común; si hablamos
de beneficio, hablamos de contribución al bien común, y todo ello construido en
torno a diferentes indicadores. En el balance del bien común hay treinta y tres
indicadores. Obviamente es una herramienta limitada, imperfecta, pero es el
inicio del camino. Y, como mínimo, se puede empezar a aplicar, que es el reto
que ahora tenemos
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Nuestras responsabilidades como ciudadanos se encuentran en todos los
ámbitos: en el de la economía del bien común, en el político, etc. Es
fundamental que el político sea un actor completamente integrado en este
cambio social y que lo acompañe y facilite, integrando las propuestas de quién
tiene y de quién quiere hacer. Es promulgar, a largo plazo, incentivos legales
que vayan en la buena dirección. Es decir, si tienes un beneficio máximo en
detrimento del medio ambiente o de las personas, tendrás un beneficio
financiero importante y en la bolsa te premiarán. Qué contradictorio, ¿verdad?
Nuestra postura es intentar cambiar esto y premiar a los que lo hacen bien. En
el ámbito social, actuar para motivar la implicación de la gente en este cambio
social, e insistir en el hecho de que cada uno es único y cada uno puede
aportar algo para el cambio social, como ciudadano. En el ámbito económico lo
podemos hacer con esta herramienta que comentaba: el balance del bien
común. Quizás no sea perfecta, pero es muy potente y da la posibilidad de
comenzar este camino hacia una mayor colaboración, cooperación y bienestar
medioambiental, social y económico.
La integridad de este balance reposa en los ejes y valores que promociona: el
primer eje está basado en los valores humanos: la dignidad, la solidaridad, la
sostenibilidad ecológica y la justicia social. El otro eje es la parte de los grupos
de contacto, con una caracterización diferente en su acepción de los grupos de
interés, denominación utilizada muy a menudo, por otra parte, en temas de
responsabilidad social corporativa. Los treinta y tres indicadores que resultan
de confrontar estos ejes ofrecen una visión muy completa de la organización y
hacen posible, evidentemente, identificar puntos y acciones de mejora, para
avanzar en el sentido de una economía más humana y adecuada a nuestras
necesidades como sociedad.
Al final, el balance permite asumir plenamente esta responsabilidad de la
acción que comentaba antes, confiando en las personas y en las
organizaciones, para que nuestra economía sea más coherente con nuestros
valores humanos, más equilibrada en el aspecto social y más beneficiosa en lo
económico.
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A
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PORTACIONES EN EL COLOQUIO
«Cuando se regularon las treinta y cinco horas laborales en Francia, tuve
muchas discusiones con varias personas porque este tema fue percibido como
una locura o un contrasentido. ¿Por qué? Porque había que trabajar más para
intensificar aún más esta competición. Muchos lo interpretaron como un paso
atrás, sin embargo, hoy nos damos cuenta de que reducir el tiempo de trabajo
y compartir un puesto de trabajo, puede ser una alternativa para mejorar el
acceso al mundo laboral.
»En el barrio de Gracia está la ONG “Dentistas sobre ruedas”, que ha creado
una clínica solidaria que tiene dos entradas: una es la de una clínica privada
normal que financia el 13% del funcionamiento de la clínica solidaria. A cambio
de los tratamientos solidarios, los usuarios dan su tiempo. Son mecanismos de
dinamismo social, de integración y de reintegración social. Estas personas, que
a menudo no tienen trabajo, no tienen relaciones sociales con el mundo
laboral, pueden volver a tenerlas ofreciendo su tiempo. Estos mecanismos de
innovación social, las nuevas maneras de repartir los bienes, pueden aportar
soluciones positivas de integración y de reintegración social.
»Y otro ejemplo, el social car o car sharing es una solución para compartir tu
coche. Tú utilizas el coche a veces y cuando no lo usas lo pones a disposición
de otras personas que lo necesiten. Es una solución que tiene un modelo de
negocio ya consolidado y que puede aportar una solución tanto en el plano
medioambiental (para reducir la contaminación) como en el de movilidad
(saturación del tráfico que tenemos en las ciudades). Además, en el ámbito
social puede volver a favorecer las relaciones entre los ciudadanos; es una
nueva manera de considerar el bien "coche", que típicamente es un bien muy
protegido, de tu intimidad. Creo que hay que ver este cambio, esta nueva
manera de compartir los bienes sociales, como una oportunidad, una fuente de
positivismo ». (J.S.)
«Aquí en España tenemos el grupo corporativo Mondragón Cooperativo, con
más de 85.000 trabajadores y más de doscientas cooperativas; es un grupo
que comparte su dinero, y eso es lo más difícil que puede darse entre las
empresas. Y además no están fusionadas, no es que haya alguien que sea el
propietario de estas empresas, sino que cada empresa tiene sus trabajadores y
todas juntas cogen el 10% de sus recursos y los aportan a un fondo, a una
cooperativa, que es de todos ellos y que es un fondo solidario que sirve para
potenciar su crecimiento como cooperativas y para ayudar a otras que puedan
tener dificultades económicas en un momento dado. Todo el grupo tiene 85.000
empleados y aprovechan muchísimo todos los elementos y plataformas
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internacionales que tienen las empresas para desarrollar aterrizajes
internacionales, incluso de otras compañías.
»El ejemplo de compartir el dinero entre empresas sin tener un único
propietario, sino siendo todas propietarios entre sí y poniendo el dinero en
común para ayudarse entre ellas, es un ejemplo clarísimo de cómo compartir
para competir mejor en un entorno muy competitivo». (D.M.G.)
● Todos habéis dicho al comenzar que vivimos en un momento difícil, de crisis,
y me parece que lo que hay que intentar es sobrevivir. Parece que cuando se
sobrevive, lo hace sólo el que es más fuerte, el que está más preparado, el que
es más capaz y más competitivo. La vida nos es dada y es gratuita, pero esto
de sobrevivir siempre se ha presentado como una lucha, como la lucha del más
fuerte contra el más fuerte. Pero a mí me parece que compartir brotaría de
descubrir la vulnerabilidad y la fragilidad. Nosotros somos muy frágiles e
incluso, los sistemas económicos que tenemos, por más bien asentados que
parezcan, no son tan potentes, no son tan radicalmente perfectos, sino que
tienen muchos elementos de imperfección. La fragilidad, el límite o la
vulnerabilidad hacen descubrir un valor que es el de siempre; la ayuda mutua.
Sin la ayuda mutua no se va a ninguna parte. Por más que yo hubiera querido
sobrevivir cuando tenía meses, por más fuerte que hubiera sido, sin los otros
no hubiera podido sobrevivir nunca. En este sentido, pienso que la crisis
debería ayudarnos a descubrir la necesidad de esta fragilidad y eso nos haría
descubrir la actitud nueva que aporta el compartir. Pero yo creo que todavía
estamos en la fase en la que sobrevive sólo el más fuerte.
No sé cuántos masters deben tenerse hoy día para entrar a trabajar, cuántos
doctorados habremos de necesitar para poder hacer cualquier cosa, cuántos
estudios deberemos tener para hacer de fontanero. Cuando acabé la carrera
de Económicas intenté hacer el doctorado, pero pedí hacerlo con varias
personas, hacer la tesis doctoral y la presentación conjuntamente, como un
trabajo en equipo. En la Facultad de Económicas, en aquellos momentos me
dijeron que esto no era posible pero, a mí, en cambio, me parecía que era de
un valor añadido enorme que un grupo de personas llevaran a cabo una tesis
doctoral conjunta ». (J. Cussó)
«Creo que en el fondo subsiste una gran huella de darwinismo social y de
Nietzsche que pronosticaba que los débiles estaban condenados a
desaparecer. La teoría de la evolución de las especies, que es biológica,
natural y realista, hemos decidido, parece, que a la vez sea también el canon
moral. Y precisamente los cánones morales son un combate continuo contra lo
biológico. A mí me gusta mucho una idea de John Rawls que dice que el nivel
de justicia de un país es inversamente proporcional a la incidencia que tiene la
suerte en él. La lotería biológica social, la suerte que uno tenga, esto no se
elige, no tiene ningún mérito, no supone ningún esfuerzo. El mundo natural no
es justo, es salvaje, es competitivo, es la lucha por la vida. La idea de la justicia
contiene la cooperación, precisamente esto sobre lo que estamos hablando
hoy, el mundo compartido. La vulnerabilidad y la fragilidad no son
extraordinarias. Se dan al inicio y al final de la vida, pero también de vez en
cuando, por ejemplo, estamos enfermos, y esto es algo ordinario. La forja de la
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propia identidad se encuentra en la interdependencia. Nosotros hemos
convertido la ayuda que necesita una persona que no es capaz de salir
adelante por sí misma en una condición vergonzosa. Nacer más fuerte no es
ningún mérito porque tú no has hecho nada para conseguirlo. ¿Qué hace la
sociedad para dar oportunidades a quién no ha nacido tan fuerte? Ésta es la
cuestión moral, porque depende de nosotros». (B.R.M.)
«Pasar del estado del bienestar a la sociedad del bienestar es una forma de
decir que el compromiso en torno al bienestar no depende sólo de la estructura
estatal, sino del compromiso social en el que todos estamos implicados y
llamados a aportar nuestra competencia, nuestras capacidades, nuestro
conocimiento e incluso, nuestros recursos. ¿Cómo podemos pensar en la
sostenibilidad de un estado del bienestar que parece que quiebra justamente
en el bienestar? Y propongo que el núcleo duro de esta evolución sitúe el que
este bienestar esté propiamente vinculado a lo que haga la sociedad y no a lo
que pueda hacer el Estado que, obviamente, ha de garantizar que la sociedad
tenga la posibilidad de encontrarse y de interrelacionarse. El Estado debe
estimular la interacción, la aproximación entre sectores que históricamente han
estado enfrentados. Desde mi perspectiva, el gran reto de convertirse en una
sociedad del bienestar pasa por todos los mecanismos que seamos capaces
de crear para favorecer la posibilidad real de esta interacción. ¿Somos capaces
de compartir? ¿Es suficiente tener una sociedad llena de asociaciones,
entidades u organizaciones para entender que es una sociedad en red, una
sociedad que empieza a cooperar? ¿O lo que tenemos es un fenómeno de
fragmentación en redes que no se encuentran?
»Me interpelo con respecto a la persona, con respecto a su capacidad de crear
comunidad y con respecto a la capacidad del Estado de querer evolucionar
hacia otro modelo que cuestiona la esencia del modelo de Estado. Por eso, he
hablado antes de la relevancia que tendría establecer y posibilitar el encuentro
entre sectores, porque hoy todavía me preocupa que del encuentro entre
sectores podamos decir responsabilidad social corporativa o, por ejemplo,
conciliación entre el mundo laboral y el mundo personal. Determinadas
prácticas de esta conciliación pueden permitir compartir retos comunes o, todo
lo contrario, seguir segregando, pues todo dependerá de cómo conciliemos.
Debemos aprovechar el momento actual y ser capaces de articular una
autocrítica individual comunitaria de estado o de polis». (J.R.R.)
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«Creo que el Estado debe ser facilitador en el acompañamiento de la
metamorfosis social. Si el Estado, si la política se queda atrás, este cambio
tampoco no será posible, porque entonces se transformará en un obstáculo
que creará violencia y entraremos en otro círculo que no será creativo sino
destructivo. Por eso, creo que el trabajo de concertación con los políticos, el
diálogo con los políticos para desarrollar herramientas concretas de
acompañamiento del cambio social es fundamental. Y es un eje de trabajo que
debemos activar absolutamente a todos los niveles. Cuando hablo de política,
hablo tanto de la de nivel intermedio, más técnica y de gestión, como del nivel
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más alto de la política. Todos los niveles deben ser sensibilizados para que
haya efectividad en el campo de las políticas públicas.
»Creo que la capacidad de acción de los municipios, en el ámbito social y de
contacto con el terreno y con la realidad social, es directa. Y creo que es un
nivel de acción social y de integración progresiva de este cambio social que es
muy interesante. Es en este nivel en el que tendremos efectividad como
ciudadanos, porque es el primer nivel directo de nuestra integración en esta
sociedad.
»Un tema fundamental es el de la educación. No es verdad que sea natural,
que los sistemas educativos en los que estamos evolucionando tengan como
base aprender a ser competitivos. Creo que se puede modular esta percepción.
Para mí, que soy padre, es un objetivo. Mis dos niñas, de cinco y de veinte
meses, espero que no sean educadas en la escuela en un ámbito de
competición, porque en cierto modo iría en contra de los valores que yo estoy
defendiendo en casa. ¿Cómo podrían entender esta dicotomía? Al final se
preguntarían quién tiene razón y entraríamos en competición. Creo que es
fundamental volver a hablar de educación.
»En mi escuela de negocios me han enseñado a cooperar, a colaborar, pero no
como principio de vida sino como táctica. Y en el oligopolio sabemos muy bien
que los grupos se pueden unir y pueden colaborar y cooperar para tener aún
más poder. O sea, es una percepción misma del hecho de cooperar y
colaborar. Es decir, tenemos que estar muy vigilantes sobre cómo se
desarrollan estos conceptos y, más concretamente, en el mundo de la
economía, en el de la educación, etc.». (J.S.)
● Existe el riesgo de esperarlo todo de la política o de la economía. Elliot decía
que estamos soñando siempre sistemas tan perfectos que ya no sería
necesario que fuéramos buenos. En su exposición yo percibo el talante
cristiano, y me cuestiono si no debe hacerse éste más explícito. ¿Qué
fundamento podemos tener en este mundo para la ética si no tenemos claro
que nos podemos llamar hermanos, hijos del mismo Dios y preocuparnos de
los demás? Las Cajas eran un fenómeno cooperativo que no tenía como razón
de ser el beneficio sino la ayuda social. Pero ahora acaban de convertirse en
bancos e incluso, ya han pedido aún más recursos y condiciones de los que
piden los bancos. En Italia hay toda una tradición de cooperativismo muy rica,
tanto en el ámbito católico como en otros ámbitos, el socialismo, el comunismo,
etc. Pero se está perdiendo todo porque el capitalismo actual lo está
desterrando todo.
He trabajado treinta y cinco años, y hace ocho meses me han echado de la
empresa donde estaba después de 26 años. Me han pagado lo que tocaba, o
sea que desde el punto de vista legal todo está perfecto, pero ha habido algo
que no ha funcionado. En este proceso he podido hacer, también, como una
experiencia de gratuidad. Con este dinero que me han dado me he planteado
qué hacía. Evidentemente, tengo que pensar en mi familia, en mi futuro, para
no cargar con él a los demás, pero también me he planteado si una parte de
este dinero era justo que la repartiera. Deberíamos convencernos de que el
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otro es un bien para mí, que yo no vivo solo, sino que estoy llamado a vivir con
los demás. Deberíamos tener el coraje de replantearnos la economía a partir
de otra base que sería como la de dar, como hacían en Israel, el 10% de
nuestros ingresos, sean cuáles sea, para la solidaridad. De la forma que fuera
o como cada uno lo creyera más conveniente.
Estamos habituados a medir la economía en PIB, en euros, y no en términos
de felicidad y de desempeño de vida. Las relaciones interpersonales son
fundamentales, sobre todo las que hay dentro de la familia. En el plano político,
creo que la crisis que padecemos es hija de un individualismo exasperado,
pero, también, de un estatalismo estúpido porque se ha suprimido la iniciativa
de la persona y se ha forzado a esperarlo todo del Estado. Esto es inviable y
sería preciso redescubrir la subsidiariedad. En Italia se ha llegado a hacer un
grupo político de solidaridad donde se encuentran personas de derechas y de
izquierdas que colaboran e intentan plantear no sólo la solidaridad horizontal,
que es más fácil de entender, sino la vertical, que es la más interesante. La
familia debe ayudar a la persona, pero no sustituirla: los organismos
intermedios deben ayudar a la familia, pero no sustituirla». (G. Chevallard)
!
«Se debe fomentar la fraternidad, que no es simplemente comparable a la
solidaridad y, sobre todo, cuando la solidaridad se ha transformado en
solidaridad de bolsillo y, de vez en cuando, es decir, de forma algo excepcional,
y cuando llegan periodos en los que estamos un poco sensibles. Se ha de
recuperar el concepto de fraternidad, que implica a su vez recuperar las
fuentes religiosas y también los agentes fundamentales de cooperación para
lograr un cambio de mentalidades. Nos hemos de liberar del prejuicio que
tenemos de que la religión es el opio del pueblo o un episodio primitivo de la
humanidad. Nos hemos de liberar de esta ignorancia. Hans Küng, entre otros,
ha insistido mucho en que la religión es una gran fuente de motivación
psicológica, de horizontes de esperanza, de inversión en ética cívica. Hay
personas que, pese a no estar motivadas por la fe religiosa, pueden tener un
fundamento ético estrictamente laico de categorías de origen o genealogía
religiosa, como es el perdón. Hay que hacer un ejercicio filosófico para no
desaprovechar las grandes tradiciones de sentido que tenemos, pero también
ser capaces de dar sentido y fundamentación desde éticas laicas y, por lo
tanto, no necesariamente religiosas.
»Estoy totalmente de acuerdo en el tema de la subsidiariedad, en la
importancia de los cuerpos intermedios y en el recuperar la dimensión política
de todos los elementos y no sólo de la política del Estado. Y eso pasa por
volver a pensar algunas medidas que en su momento se propusieron, como la
del salario máximo interprofesional, que llega a ser desproporcionado y
desajustado porque no se debería aumentar la riqueza de los más aventajados
por la lotería biológica social si no disminuir las desventajas de los menos
favorecidos por aquella lotería». (B.R.M.)
«A mí me preocupa mucho la cuestión de la autenticidad y la de algunos
planteamientos claramente sofistas, cuando lo que prevalece en realidad es
una cierta apariencia en los discursos. Es decir, ¿cómo podemos decir que
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tenemos un modelo de bienestar cuando somos capaces de levantar tres
centros cívicos en un solo barrio en el que vecinos de ese mismo barrio están
pasando hambre? Y levantar tres centros cívicos en un mismo contexto porque
responden a tres iniciativas por las que se ha competido desde dos
administraciones y una iniciativa privada. Esto es competir. Ésta es la
autocrítica que nos debemos hacer. Sin esta autocrítica no podemos plantear
alternativas a compartir. Esta autocrítica para mí es sustancialmente necesaria
y previa a cualquier construcción de modelo, y para construir modelos debemos
partir de una revisión crítica, profunda, sobre determinadas prácticas que nos
han llevado también a competir en la acción social. En la vertiente negativa,
esto de competir puede tener también todo el sentido del mundo en la medida
en que se esté hablando del esfuerzo de superación. Pero yendo a la
dimensión negativa, tenemos ejemplos en nuestra sociedad que nos deberían
hacer poner la piel de gallina y lo hemos estado practicando durante décadas,
partiendo del estado del bienestar. Yo propongo que lo que se active aquí sea
la sociedad corresponsable con capacidad de autocrítica para rehacer algunos
de los esquemas que nos han llevado al colapso ». (J.R.R.)
● Comparto la idea de que tanto competir como compartir pueden ser positivos
o negativos. No son antitéticos. Creo que debería ser un deseo de futuro hacer
una simbiosis, o sea, trabajar con ambos. Creo que esto responde a la
verdadera naturaleza humana, a la verdadera condición humana, que por un
lado tiene un comportamiento humanista, espiritualista, generoso, y también un
componente de egoísmo.
Quiero expresar mis dudas sobre la economía del bien común de Christian
Felber. Estuve, hace unos días en la Universidad de Barcelona, en un acto que
se celebró. Seguramente seré algo duro en mi exposición, precisamente
porque soy consciente de que esta propuesta está creando una corriente de
simpatía, ya que cuando el mundo va mal, si alguien dice algo que puede
parecer que ayuda a resolver la situación, crea automáticamente simpatía. El
otro día me decían que Alfred Pastor comentó que la denominación de la
“economía del bien común” no es una invención de Felber, porque parece que
había sido una aportación de teólogos humanistas de la Edad Media, y esto me
remitió a la obra de Bruni y a la de otros que habían profundizado sobre esta
cuestión y que recogen este pensamiento de tantos siglos atrás. Por tanto, es
un pensamiento de raíz cristiana. Tanto es así que tengo la impresión de que la
“economía del bien común” de Christian Felber quiere ser como una versión
laica o seglar de la doctrina social de la Iglesia, pero con una diferencia, que la
doctrina social de la Iglesia correctamente expresada son principios que
deberían orientar la vida económica y social en general. Siempre han tenido
cuidado de no especificar fórmulas concretas de cómo se aplica esto a la
realidad económica de las empresas o de la sociedad en general, porque eso
es tarea de la sociedad civil y no de la autoridad eclesiástica. En cambio, me
da la impresión de que la “economía del bien común” ya quiere dar este paso y
también intentar aportar fórmulas concretas. Aspira a unos principios que nos
dejan a todos encantados, pero luego ponen en duda las fórmulas concretas.
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Mi formación es de economista y el otro día se hizo en Justicía i Pau y en
Cristianisme i Justícia, una doble sesión, un fin de semana, que llevaba por
título “Por un mundo mejor”. A uno de los ponentes, que era de la Universidad
de Comillas, se le preguntó qué opinaba de la “economía del bien común” de
Christian Felber. Él explicó que a un grupo de alumnos de un máster, los había
puesto a discutir con profundidad sobre la “economía del bien común” y que
finalmente llegaron a la conclusión de que todo era una quimera. Yo no soy un
profundo conocedor del tema, pero aunque no pongo en duda las magníficas
intenciones y la inspiración, sí pongo en duda que, como solución económica,
no pueda ser una quimera». (I. Farreras)
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«Sin que sea adoptar una posición de defensa, porque yo pienso que se trata
de una cuestión de integrar todas las visiones, estaría encantado de que se
hiciera la comparación con la Iglesia, para tener el mismo nivel de impacto en
la sociedad.
»Sobre la aplicación de la “economía del bien común”, yo me lo creo. Lo he
visto desde su inicio y en la práctica y necesitaba ver una aplicación potencial
de cómo podemos orientar este camino de transición, más de integración y de
positivismo de lo que es la competición, con la colaboración y la cooperación.
Necesitaba encontrar una herramienta que pudiera transmitir la idea de que
podemos empezar a hacer este camino, no sólo criticando el estado actual de
las cosas, sino empezando a construir una alternativa. No sé si es la mejor, y
creo que nadie en este movimiento tiene la pretensión de que los sea, pero
como mínimo sí que tenemos la de empezar a trabajar, con toda la modestia
del mundo. Evidentemente, tendremos éxitos, fracasos, y así aprenderemos, y
poco a poco, corregiremos nuestra trayectoria, pero tenemos la obligación de
actuar, por nosotros, por la sociedad actual y para las generaciones futuras.
Este es un movimiento que de momento tiene una repercusión mediática,
porque tiene un alto grado de seducción y porque Christian Felber es un
comunicador muy hábil. Pero, aparte de eso, en mi empresa hemos empezado
a aplicar el balance y estamos viendo el inicio de un impacto, de un camino de
transformación, y creemos que de mejora de la sociedad y de la economía en
general. Es este el objetivo que tenemos, con toda la modestia del mundo».
(J.S.)
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«Pensar que la “economía del bien común” debe sustituir todo el modelo
económico puede verse como una quimera, pero es verdad que iniciativas
como la de la “economía del bien común” ayudan a construir, a pensar. Las
organizaciones que se adaptarán mejor a un entorno postcrisis son aquellas
que ya son creativas, curiosas, que saben analizar tendencias, que saben
"hacer surf” en medio de los problemas, utilizar los cambios tecnológicos y los
ecológicos, etc. La “economía del bien común” aporta toda una serie de temas
que pueden ser bandera. Es muy difícil que todos funcionen, pero es más fácil
que algunos de estos elementos que está aportando la “economía del bien
común”, sean integrados en procesos empresariales económicos y sociales.
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»Soy profesor del máster internacional de la Carta de la Paz, y uno de los
temas que trabajo es la existencia de un salario por el simple hecho de existir.
Esto del bien común es algo fabuloso al lado de este otro tema, porque este del
salario por existir sí que es una quimera absoluta. Hace diez años era una
quimera absoluta, pero ahora resulta que estamos implantando el salario, no
por el hecho de existir, pero casi, porque hay gente que no puede sobrevivir y
hay que darle un salario. Cosas que hace años parecían una quimera, en estos
momentos y en una situación como la actual se están aplicando. Creo que la
“economía del bien común” puede aportar muchos elementos que ayuden a
transformar estructuras, pero se necesitarán aún muchas más cosas».
(D.M.G.)
● Quiero hacer unas aportaciones con una voluntad un poco naíf,
simplificadora, porque tengo que confesar que entre la complejidad del
comportamiento humano, que se ha tocado mucho y la economía, voy perdido,
ya que no puedo entender ni la economía actual ni el comportamiento humano,
empezando ya por mí mismo. Creo que competir es muy propio de la esfera
privada del individuo: debemos ser competentes porque, si no, nos comen. Por
biología tenemos que competir porque, si no, no podemos sobrevivir.
Compartir, en cambio, está situado en la esfera comunitaria social. Por otra
parte, he seguido con mucha simpatía y entusiasmo el tema de Christian
Felber, de la “economía del bien común”. No soy economista, soy ingeniero, y,
por tanto, no entro tanto en el mecanismo económico que conlleva, pero me
lleva a una reflexión punzante, simplificadora y naíf, que es preguntarme a qué
dios adoramos, y si este dios es el dinero. Debemos hacer una fuerte mutación,
debemos cambiar del dios dinero al dios economía del bien común. Este es un
modelo que invita a pensar en lo que tenemos en común, en el compartir, en
todo aquello que nos hace ser personas. (A. García)
● Escucharos es una maravilla, es como una sinfonía, todo un planteamiento
de temas para tratar de solucionar situaciones, no sólo la económica, sino
situaciones que afectan a las personas. Hoy en día se habla muy poco de la
cantidad de gente que se está quitando la vida a causa de la situación
económica. ¿Qué podemos hacer para llegar a muchas personas y
comunicarles esta sensibilidad de pasar del bien privado al bien común? En el
deporte, a un nivel sencillo, ya vemos que se hacen partidos de un equipo
contra otro, de un deportista contra otro. Deberíamos llegar a hacer partidos de
uno con otro. Este espíritu de lucha y de eliminar al otro deberíamos cambiarlo
y ayudar a nuestros hijos a no ser tan competitivos en el juego y en lo más
elemental, sino a saber compartir. (J. L. Fernández)
«El problema del mundo competitivo del deporte en niños y jóvenes es un
problema de todo el entorno, empezando por los propios padres, que juegan a
competir de forma extrema en vez de compartir un rato de juego en armonía.
¿Quién no ha presenciado momentos lamentables en los que la actitud entre
los adultos que contemplan la actividad deportiva de sus hijos es la que falla?
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Propongo esta dimensión de autocrítica proactiva, no para desesperarnos, sino
para poder levantar otros modelos, porque estas nuevas generaciones se
nutren mucho del aprendizaje por imitación. Los valores se viven antes de
entenderlos. Hemos podido presenciar situaciones de deporte escolar en las
que la lamentable actuación de los adultos que se encontraban alrededor no
genera ningún modelo de ruptura respecto a lo que hoy estamos comentando
aquí, sino todo lo contrario. Si queremos generar cambio, lo primero que
tenemos que hacer es esta revisión autocrítica social a escala individual,
comunitaria y de polis, que nos permita avanzar desde esta revisión crítica
hacia modelos alternativos. No sé si la “economía del bien común” es una
alternativa o es una provocación. Yo, particularmente, pienso que es una
provocación muy interesante en estos momentos que vivimos. A pesar de
conocer poco su desarrollo sí que al menos me parece que actúa como una
provocación muy interesante en un ejercicio de adultez. Parece que la
sociedad está pidiendo a los niños que «se vuelvan adultos» y, en cambio, a
los adultos «que se infantilicen». Si esta es la dinámica, no podremos llegar a
captar el significado de compartir». (J.R.R.)
● ¿Qué modelo de estado se busca en este indagar en el estado del compartir?
Actualmente, toda una serie de poderes supranacionales, están por encima de
los estados y están afectando la vida cotidiana de personas concretas. ¿Cómo
caminar en este compartir, no tanto desde una visión únicamente personal o
colaborativa local, sino también para lograr afectar a esos superpoderes que
están dirigiendo actualmente la vida más cotidiana de las personas? Por otra
parte, querría plantear si ese afán por el emprendimiento no estará
escondiendo, en cierta forma, una manera de restar responsabilidad al Estado
como buscador de ese bien común y también a los otros agentes sociales y
económicos. (C. Galaz)
«Creo que tenemos que volver a controlar nuestro entorno y eso significa
volver a meter la economía en casa, en la comunidad: no padecerla sino
hacerla, construirla. Y eso significa poner fin a la autorregulación de la misma
esfera económica que se encuentra desbocada, descontrolada, Deberíamos
volver a recuperar el control de la economía por parte de la política y volver a
hacer realidad la política económica, que ya ha desaparecido por el camino.
Esto sólo lo podemos hacer si nos unimos. La economía nos ha dividido y, por
ello, ha vencido. Si con Marx, en el siglo XIX, el grito era «¡Proletarios del
mundo, uníos!", en el siglo XXI debería ser «¡ciudadanos, profesionales,
organizaciones del mundo, uníos!». No se trata de matar la economía, sino de
recolocarla, de acotarla en los límites de la legitimidad. No podremos hacerlo
sin competitividad ni sin conocimientos. Necesitamos conocimientos, astucia y
saber cuáles son las finalidades que perseguimos. Por ello, tendremos que
volver a explicitar la finalidad del bien común». (B.R.M.)
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«Lofti Zadeh, un matemático y filósofo, dice que en problemas complejos, en
situaciones complejas, cuando uno pretende hacer diagnósticos simplificados,
uno ya se ha alejado definitivamente del significado de esos diagnósticos. Es
decir, diagnosticar con simplicidad una situación tan compleja como la que
tenemos en estos momentos, no sólo es errar, sino que además pierde todo
significado. Creo que, a pesar de la dureza del momento, en que todo lleva a la
preocupación, es tiempo de esperanza y también de esperanza cristiana para
aquellos que vivan el sentido de la esperanza desde esta convicción profunda y
trascendente. Pero también de la laica, también de la esperanza del final de la
vida, de Heidegger. Esperar, en estos momentos, quiere decir que todos
debemos asumir co-liderazgo y, por tanto, es una esperanza proactiva, una
esperanza que nos implica a todos, que nos obliga a movernos. Creo que
ahora es el momento del co-liderazgo, de un co-liderazgo distribuido. Estamos
todos interpelados, no hay nadie en esta sala que no esté interpelado. Todos
tenemos un factor de liderazgo hacia este cambio que necesitamos, porque
este un momento también, pese a todo, de esperanza». (J.R.R.)
«Creo que con la acción en el ámbito de los municipios, en el ámbito local,
vamos avanzando poco a poco con iniciativas, con proyectos piloto, trabajando
y poniendo las manos en la masa. Estoy convencido de que tenemos el deber
de actuar, de equivocarnos, de provocar, porque si provocamos habrá una
reacción y se empezará a compartir el diálogo. Debemos tener creatividad, no
importa si a través de la “economía del bien común” o no. La “economía del
bien común” es una herramienta, una posibilidad y existen miles. Si tenemos
creatividad, si somos creativos, al final todos en conjunto encontraremos
soluciones. Yo tengo esa esperanza, soy optimista. Para concluir, creo que el
trabajo que tenemos que hacer es de conciencia, de volver a ser conscientes
del impacto que como ciudadanos podemos tener directamente en nuestra
sociedad, y del peso que tenemos como individuos, como grupo, como
asociación, como empresa, como Estado, como provincia autónoma, etc.
Podemos actuar, y el poder de la acción en todos los grupos en los que nos
impliquemos, creo que acompañará positivamente el cambio social ». (J.S.)
«Desde pequeño he hecho deportes de competición y he participado en
competiciones pero mis padres no me acompañaron nunca a ningún partido, ni
a mí ni a nadie del equipo, y siempre hemos competido. Independientemente
de los padres, cuando juegas a un deporte de competición, juegas contra el
otro equipo, y tienes que ganar. El problema no es que haya competitividad en
el deporte, el problema es la actitud con que eduques en esta competitividad.
Actualmente dirijo un despacho de más de cien profesionales, ingenieros,
abogados y financieros que prestan servicios en un mercado, híper
competitivo, y el problema es la actitud con que tus profesionales y tu empresa
ejercen esta competitividad. ¿Cómo respetas a tu rival, cómo lo tratas, cómo le
hablas, cómo valoras sus éxitos o como aprendes? ¿Es una actitud positiva o
negativa, en la que tienes respecto a tu competidor? Todos estos elementos
deben entrenarse para conseguir que una organización, un equipo deportivo o
un grupo, sepa competir limpiamente y aceptar la derrota cuando sea
necesario.
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»Respecto al tema de los emprendedores o del emprendimiento, creo que se
dan dos visiones: la más política, que sería la de sacarme el problema de
encima generando emprendedores y otra, la que ve que el emprendimiento es
necesario para poder generar, crear e innovar, para desarrollar mejor un país.
Pero, ciertamente, parece que se esté utilizando el concepto de
emprendimiento en la actualidad, para deshacerse un poco también del
problema del paro». (D.M.G.)
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50 Cenas hora europea. Diálogos de Cultura
De la 51 a la 100 Cenas Hora Europea. Diálogos de Cultura
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Voluntariado en tiempo de crisis
De la queja a la propuesta
Decídete a decidir
Más allá de la familia: comunidades adultas
La alegría como antídoto del resentimiento social
La creatividad, una herramienta ante la incertidumbre
¿De competir a compartir?
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