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Transcript
Publicado en : José Luis Curbelo, Mario D. Parrilli, Francisco, Alburquerque (Coords.)
Territorios innovadores y competitivos, Madrid, Orkestra y Marcial Pons, 269-84, 2011.
Creatividad y ciudades intermedias: ¿más retos que
oportunidades?
Joan Ganau
Dep. Geografia y Sociología
Universitat de Lleida
[email protected]
La evolución de los últimos años parece situarnos en un mundo cada vez más
polarizado, donde las grandes conurbaciones y las ciudades globales concentran de
manera creciente población, actividad económica e innovación. Pero aunque existan
datos que puedan corroborar esta hipótesis, se trata de una percepción de la realidad que
sólo puede argumentarse basándose en el olvido –intencionado o no– de esa otra gran
realidad que conforman las ciudades intermedias y los territorios a los que sirven y
organizan.
En efecto, es bastante frecuente que tanto la literatura científica como muchas políticas
territoriales –tanto nacionales como internacionales– parezcan deslumbradas por los
neones de las grandes ciudades. Mientras, sin embargo, la realidad es que más de la
mitad de la población urbana del planeta reside en ciudades que podemos considerar
intermedias, repartidas por todos los continentes (Bellet y Llop, 2004).
El reciente énfasis de la innovación y la creatividad como forma de desarrollo
económico puede contribuir a hacer más evidente el desfase en la reflexión teórica
existente entre unas y otras ciudades. Así, las grandes urbes parecen encontrarse mejor
situadas para afrontar un futuro en el cual la existencia de un medio cultural intenso se
presenta fundamental para la atracción de nuevos emprendedores creativos que deben
constituir la base de esta economía.
Mientras, las ciudades intermedias, sin una masa demográfica suficiente para generar
economías de escala en aspectos tan intangibles como la cultura o la innovación, corren
el riesgo de quedar al margen del cambio al que están asistiendo las economías
postindustriales. Sin embargo, un análisis más afinado de las potencialidades de estas
ciudades y sus territorios nos muestra cómo poseen importantes valores que les pueden
permitir ser competitivas en este nuevo entorno global.
1. ¿Cómo definir el mundo donde vivimos: plano o puntiagudo?
Hace un par de décadas que algunos analistas de las consecuencias de las tecnologías de
la información vienen proclamando la progresiva pérdida de valor de los factores
1
geográficos. Así en los años noventa se proclamó el fin de la geografía (O’Brien, 1992)
o la “muerte de la distancia” (Cairncross, 1997). En 2005, T. Friedmann afirmaba en un
libro de gran difusión, The world is flat, que el mundo era casi completamente plano. La
provocativa propuesta del columnista de The New York Times generó un intenso debate
y crítica, tanto por la ideología liberal que representaba (Smith, 2005) como, sobre todo,
por las implicaciones económicas que tal afirmación contenía.
En 2008, el Cambridge Journal of Regions, Economy and Society publicaba un
monográfico sobre este debate. Diversos autores refutaban la afirmación de Friedmann
desde un punto de vista causal, utilizando ellos mismos metáforas geométricas sobre el
mundo curvo (McCann, 2008), o bien geológicas respecto a la formación de las
“montañas” (Rodríguez-Pose y Crescenzi 2008) o también morfológicas (Florida,
Gulden y Mellander 2008). En todos los casos se rechazaba la idea de un mundo plano,
reducido, en el que el factor distancia era menos importante.
Las ideas vertidas en el último artículo citado, del que Florida era coautor, fueron
desarrolladas poco después en su libro Who’s your city (Florida, 2008). Frente al mundo
llano e isótropo de Friedmann, Florida afirmaba que el proceso de globalización ha
conducido a la formación de un mundo con picos (spiky). Estos picos estarían formados
por las principales concentraciones humanas. En ellas no solamente se concentraría
buena parte de la población mundial sino, sobre todo, la actividad económica y la
innovación.
La imagen de un mundo formado de picos y valles es sugerente, y el discurso de Florida
retorna al factor geográfico un valor central en el análisis y la comprensión de la
globalización. Además, la densidad de estos picos varía según Florida en función de la
magnitud analizada. Así, si representamos la demografia, existen muchos picos de
mediana altura para la población, repartidos por casi todo el mundo. Sin embargo, los
picos ya se vuelven más escasos y pronunciados cuando lo que se representa es la
actividad económica. Y cuando se analiza la innovación, estos picos son ya muy pocos,
muy altos, y todos ellos se localizan en lo que el autor llama mega-regiones. Según los
datos de Florida, las diez primeras mega-regiones en términos de actividad económica
representarían solamente el 6,5% de la población mundial, pero el 43% de la producción
económica y más de la mitad de las innovaciones patentadas y de los científicos más
citados.
Florida presenta, pues, un mundo que no es plano, pero casi. Frente a estos pocos picos
o mega-regiones, el resto del mundo aparece formado por unos extensos valles que, en
realidad, semejan más bien páramos. La globalización parece conducir a una creciente
concentración. Lejos de ser irrelevante, la distancia y la geografía se convierten en
elementos claves en el nuevo diseño del mundo para el próximo siglo.
Las formulaciones sobre las ciudades creativas difundidas por Florida (2002, 2005)
parecen ajustarse perfectamente a estas mega-ciudades. Como ha pasado en diversas
ocasiones a lo largo de la historia (como sucedió, de hecho, con la última gran crisis
industrial y urbana de los años setenta), después de toda crisis unos territorios se
encuentran mejor situados que otros para enfrentarse al nuevo cambio (Benko y Lipietz,
1992). La atención prestada en las dos últimas décadas a las grandes aglomeraciones
urbanas viene a ratificarlo (Sassen, 1991, Knox y Taylor, 1995, Tayor, 2003). En este
caso, el tamaño sí que importa y es la clase creativa la que parece sentirse especialmente
atraída por la variedad y riqueza sociocultural de las grandes urbes.
2
Sin embargo, esta percepción surge de unos primeros análisis, todavía superficiales.
Investigaciones posteriores se han esforzado en ir mostrando la potencialidad de las
ciudades y territorios intermedios en el giro hacia la economía creativa. Como se ha
escrito, más que las metáforas de un mundo plano o puntiagudo, el resultado de la
globalización sería la de un mundo ondulado, rugoso, con elevados picos pero también
con picos de menor altura, zonas onduladas, llanuras y, tal vez, valles (Feiock, Moon,
Park, 2008).
Más adelante analizaremos algunos de los argumentos que pueden barajarse a favor de
estas ciudades y regiones intermedias, pero de entrada podemos mencionar dos
cuestiones metodológicas, que son previas e influyen decisivamente en los resultados de
cualquier investigación.
La primera es la escala en la que se sitúa el análisis. Efectivamente, si el ámbito de
estudio que tomamos es el planeta o un continente, únicamente destacarán las grandes
concentraciones de población. Las pequeñas aglomeraciones urbanas raramente
aparecerán en ningún estudio que adopte una escala de este tipo y los territorios “valle”
se multiplicarán entonces por todo el mundo. En cambio, si el análisis es menos grosero
y descendemos hacia territorios más concretos, pronto comienzan a aparecer pequeños
puntos de actividad, sin duda de menor tamaño pero, a la vez, mucho más numerosos.
Desde una distancia regional, el mundo se vuelve más rugoso y matizado.
La segunda observación metodológica es la elección de los elementos que constituyen el
objeto de estudio. Sin duda, en un análisis de la localización de las mayores empresas
multinacionales o de los principales centros de innovación, raramente surgirán ciudades
situadas fuera de las grandes mega-regiones. De hecho, incluso una observación atenta
de los principales rankings de ciudades que tanto han proliferado en los últimos años
(European, 2010, Sabaté y Tironi, 2008) permite constatar que son casi siempre las
mismas grandes ciudades las que aparecen en ellos.
La base del problema es, en cierto modo, sencilla: si las preguntas de partida y la
metodología sirven para tejer una red apropiada para las grandes ciudades, raramente
nos permitirá toparnos con las ciudades medias en nuestra investigación. Por el
contrario, si nos centramos en aspectos que nos permitan urdir un tamiz más tupido,
seremos capaces de apreciar las potencialidades que ofrecen las ciudades medias y
pequeñas, y sus regiones.
En definitiva, tanto la capacidad de aumento como la escala cromática de la lente con
que analicemos las ciudades pueden inducirnos a resultados muy diferentes. Como
veremos en el siguiente apartado, en los últimos años han sido diversos los estudios que
han intentado mostrar nuevas vías de análisis y poner el énfasis en factores que, de
entrada, habían sido olvidados.
2. Creatividad, cultura y ciudades intermedias
Desde hace algunas décadas, se ha venido desarrollando con cierto éxito el concepto de
ciudad media o ciudad intermedia. Se trata de un concepto surgido y difundido,
básicamente, en el ámbito cultural y científico latino, desde Latinoamérica (Bolay et al,
2003, Bellet y Sposito, 2009) a Francia (Cattan, et al, 1994) pasando por Italia
3
(Dematteis, 1991), Portugal (Gaspar, 2000) o España (Llop y Bellet, 2000, Ganau y
Vilagrasa, 2003). En cambio, con las inevitables excepciones, no es fácil encontrar en la
literatura científica anglosajona estudios dedicados a las ciudades medias. El termino de
medium-sized cities, aunque bien conocido y utilizado con normalidad en los ámbitos de
influencia anglófona, no ha conseguido convertirse en un objeto de estudio en sí mismo.
A menudo, en la literatura científica en inglés el concepto de ciudades medias se ha
asociado a ciudades de países con economías escasamente desarrolladas (Hardoy y
Satterthwaite 1986, Rondinelli, 1983), lo que sin duda ha contribuido a concebirlo aun
más como una realidad lejana y difícilmente aplicado a su propio contexto. Sin
embargo, es muy significativo cómo en los últimos cuatro o cinco años, se ha producido
una interesante eclosión de estudios sobre ciudades intermedias en relación con la
cultura y la economía creativa. Ha sucedido, además, en países muy diversos: desde
Europa a Canadá, o de Australia a los Estados Unidos. Esta nueva preocupación ha
conducido, incluso, a proponer una amplia agenda de investigación de las ciudades
pequeñas como objeto de estudio (Bell y Jayne, 2006, 2009).
¿Pequeñas, medias, intermedias…? El debate sobre la definición de estas ciudades
sobrepasa claramente los objetivos de este artículo (Andrés, 2008). Los términos
dependen, en gran medida, de las realidades culturales, demográficas y territoriales de
los diversos países. Incluso los idiomas ofrecen matices muy diferentes respecto a un
mismo término. Pero a grandes rasgos sí que podemos esbozar un concepto que puede
generar consenso con facilidad: el de unas ciudades con un número de habitantes
limitado, que por su tamaño raramente entran en los circuitos de ciudades globales, pero
que al mismo tiempo ejercen un papel clave de intermediación entre las grandes
metrópolis y los territorios a los cuales están íntimamente relacionadas.
Así pues, en la literatura que comentaremos el término de ciudades pequeñas puede
servir para urbes que van desde Sheffield, en el Reino Unido (Evans y Foord, 2006) con
más de medio millón de habitantes en su área metropolitana hasta otras como Foix, en
Francia (Sibertin-Blanc, 2008), que no alcanza los diez mil. Pero de hecho la
preocupación es la misma en todos los casos: si estamos asistiendo a un cambio
económico radical, en el que la nueva clase creativa, potencial generadora de empresas
y empleo, se siente atraída por factores como la diversidad, la riqueza cultural o la
variada oferta gastronómica, ¿qué papel pueden jugar la ciudades medianas y pequeñas,
o incluso las áreas no urbanas, en todo este nuevo paradigma? La preocupación alcanza
hasta los ámbitos más rurales, que se esfuerzan por potenciar su oferta cultural y no
quedarse al margen de la economía creativa (Bell y Jayne 2010, Sibertin-Blanc, 2008,
Gülumser, Baycant-Levent, Nijkamp, 2010),
Dicho de otro modo, en un mundo desigual de montañas y valles, los territorios no
globales, aquellos que quedan al margen o en los límites de las grandes mega-regiones,
¿pueden hacer algo para superar la estigmatización que, a priori, se les otorga? ¿Todo el
mundo puede encontrar un lugar bajo el sol en esta nueva recomposición de las
economías urbanas y territoriales?
Diversos estudios publicados recientemente investigan cuáles son, y cuáles pueden ser
las posibilidades de este tipo de ciudades –que aquí llamaremos intermedias– y de sus
territorios para situarse de forma ventajosa ante los cambios anunciados de la nueva
economía. Los ejemplos son muy diversos: ciudades canadienses como London
(Bradford, 2009) y Kingston (Hracs, 2009) en Ontario, o Saint John (Lepawsky, Phan,
4
Greenwood, 2010), en Terranova; ciudades australianas, como Wollongong (Waitt,
Gibson, 2010) en Nueva Gales del Sur; en Estados Unidos, entre los muchos ejemplos
puede citarse el de Lexington, Kentucky (McCann, 2004); en el Reino Unido, ciudades
como Huddersfield (Wood y Taylor, 2004) o territorios como Shropshire (Bell y Jayne
2010); también ciudades alemanas como Dortmund y otras que se agrupan en la región
del Rhur (Ebert, Gnad, van Ooy, 2010) o las que se articulan en la zona fronteriza entre
Karlsruhe y Estrasburgo (Muller, 2009).
3. Las ciudades intermedias en un mundo en transformación
M. Nathan iba bien encaminado cuando apuntaba que muchos académicos han acusado
a Richard Florida de estar en el camino correcto, pero con puntos de partida
equivocados (Nathan, 2007). Sin duda, el principal acierto de Florida fue plantear la
existencia de una clase creativa, cada vez más decisiva en el crecimiento económico de
las ciudades por su capacidad de innovar, de crear empresas y de jugar un papel
decisivo en el desarrollo de la economía del conocimiento.
De la misma forma, también parece de sentido común afirmar que estas personas
altamente formadas sentirían una especial atracción para residir en lugares con mejores
oportunidades de empleo y sueldos más altos, al igual que preferirán lugares con una
vida cultural intensa y con una mentalidad más abierta o, en sus palabras, tolerante (una
de las tres “T” que junto a talento y tecnología propone Florida como base del éxito, y
que tanto es buscado por muchas ciudades en los últimos años).
En esta nueva fase de la sociedad postindustrial, las grandes concentraciones parecen,
sin duda, el lugar perfecto donde puede florecer la nueva clase creativa. Por un lado,
estas ciudades son las que permiten mayores “economías de escala cultural”. Por su
dimensión, albergan numerosos equipamientos y cuentan con una variadísima oferta
que incluye también formas contraculturales y relativamente alternativas de neobohemia
(Lloyd, 2005). En la misma línea, por la acumulación de contactos, el intercambio de
información y la complementariedad de intereses, las grandes ciudades ofrecen también
más fácilmente un medio (milieu) creativo e innovador más rico (Hall, 2000). Y, por lo
tanto, también es en estas grandes ciudades donde se deberían producir mejores y más
diversas oportunidades laborales que atraerían a la clase creativa.
Pero, al mismo tiempo, existen factores que, en buena medida, presentan tendencias
contrarias a las que acabamos de citar. De hecho, como decíamos, la teorización de
Florida sobre la dimensión territorial de la clase creativa adolece de bases
suficientemente sólidas en aspectos claves. En primer lugar, la creatividad no lo es todo.
Son muchos los trabajos que han demostrado el peso que aspectos clásicos como las
infraestructuras, el capital económico y humano o el marco institucional mantienen
todavía (Musterd, 2010). Al mismo tiempo, todas las ciudades y territorios tienen un
pasado que condiciona su presente y que puede favorecer o lastrar su desarrollo futuro.
Tanto en Estados Unidos (Erickcek y MacKinney 2006), como en Europa (Musterd y
Murie 2010), el concepto de path dependency ha sido destacado como un factor
determinante en la competitividad de las ciudades. Y, además, estudios recientes ha
puesto en tela de juicio la afirmación de que los salarios son superiores en las grandes
ciudades (Echevarri-Carroll y Ayala, 2011).
5
En segundo lugar, la supuesta disponibilidad que según Florida presentan los miembros
de la clase creativa a mudarse hacia el lugar más acorde con sus necesidades dista
mucho de ser real. Esto es especialmente cierto en Europa, pero también en
Norteamérica. Factores, en teoría tan poco relevantes como el coste de la vida y, sobre
todo, del alojamiento se han mostrado mucho más determinantes en las decisiones de
localización de los creativos que otras ventajas más tentadoras que, supuestamente,
ofrecen las grandes ciudades (Pilati y Tremblay, 2007).
En tercer lugar, esta movilidad de la clase creativa ha generado, en algunos casos, una
exacerbada competencia entre las ciudades. Malanga (2004) comentaba con cierto tono
jocoso, como la asociación establecida por Florida entre la presencia de comunidades
homosexuales y la tolerancia social había llevado a políticos municipales a iniciar
campañas para atraer población gay y, de esta forma, siendo “más tolerantes” conseguir
que personas creativas se desplazaran a su ciudad y mejorara la economía. En una línea
más reflexiva, J. Peck (2005) ha apuntado de forma acertada que el escenario planteado
por Florida presupone un juego de suma cero en el que si una ciudad consigue atraer a
personas creativas, es a costa de detraerlas del lugar donde antes residían. El punto de
partida sería, por tanto, que la creatividad es un recurso limitado cuando, en realidad, se
puede competir mejorando la educación de los jóvenes para obtener una población con
una preparación más amplia y creativa,
4. Retos y oportunidades para las ciudades intermedias
En todo este contexto, ¿qué papel pueden jugar las ciudades intermedias? Es evidente
que no todas son iguales y que existen diversos factores que condicionan sus
posibilidades. Sin embargo, sí hay dos de carácter general que merecen ser remarcados.
El primero es la lenta aceptación de que si una ciudad no ha experimentado un gran
crecimiento demográfico, la causa no siempre debe atribuirse a que un fracaso
económico le ha impedido ganar población. Muchos otros motivos lo pueden explicar.
Además, en nuestro siglo, frente al modelo de ciudad industrial caracterizada por el
aluvión de mano de obra proletaria, la ciudad postindustrial puede llegar a ser un
modelo de éxito sin la necesidad de conseguir grandes aumentos de población. No
siempre, por lo tanto, lo grande es lo mejor. Muchas ciudades pueden ser medias
simplemente porque no tienen necesidad o voluntad de crecer, sin que ello deba
considerarse, en absoluto, como consecuencia de ningún fracaso.
El segundo factor es que en los últimos años las políticas territoriales europeas han
hablado repetidamente del crecimiento policéntrico, que tendría más en cuenta las
ciudades intermedias. Esto ha generado una abundante literatura técnica y científica
como la Estrategía Territorial Europea (1999), diversos informes de ESPON (European
Observation Network for Territorial Development and Cohesion) y abundante literatura
científica. Sin embargo sólo ha tenido un reflejo muy tímido en las políticas reales que
se han aplicado en los últimos años (Méndez, 2010).
Pero en cualquier análisis sobre ciudades medias acaba imponiéndose siempre la
diversidad a los aspectos comunes. Existen muchos factores que pueden condicionar las
posibilidades de desarrollo de estas ciudades: la dimensión demográfica de la ciudad, su
dinamismo económico presente y pasado, la base económica tradicional, la capacidad
de innovación, el tejido empresarial, su localización respecto a otras regiones
metropolitanas (como distancia y conectividad) son algunos de los muchos factores que
pueden diferenciar el camino a emprender por cada ciudad.
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Sin embargo, sí que es posible llegar a establecer algunos rasgos comunes que permitan
redirigir la mirada hacia las posibilidades de estas ciudades. Lewis y Donald (2010) han
intentado rastrear cuales son estas características comunes en las ciudades canadienses.
Los autores argumentan que la calidad de vida y la sostenibilidad pueden ser factores
claves para comprender las potencialidades de estas ciudades intermedias (o pequeñas,
como ellos las llaman). Por ello proponen una serie de indicadores, diferentes de las tres
“T” utilizadas por Florida, como base para un análisis alternativo que se ajuste mejor a
ciudades de estas dimensiones.
Los indicadores que apuntan Lewis y Donald son: la huella ecológica de la ciudad, la
calidad de la oferta inmobiliaria, la posibilidad de acceso real al mercado inmobiliario
(housing affordability), la distancia del viaje al trabajo (commuting), las posibilidades
de transporte público y la calidad de la educación. En todos estos indicadores, según sus
datos, las ciudades medias acostumbran a ofrecer unos resultados por encima de la
media canadiense y, en bastantes casos, mucho mejores que las grandes áreas
metropolitanas.
En definitiva, pues, si bien es indiscutible que desde algunos puntos de vista las
ciudades intermedias difícilmente pueden competir con las grandes ciudades, también lo
es que existen otros aspectos en los que las pequeñas aglomeraciones urbanas pueden
ofrecer sólidas fortalezas. Estas son algunas de ellas:
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Precio de la vivienda y coste de la vida. Se trata, sin duda, de un factor fundamental.
Demasiado a menudo, una elevada formación no se corresponde con el mismo nivel
de sueldo, y menos aun si añadimos variables relacionadas con la creatividad y el
mundo artístico (Throsby, 2001). Las grandes ciudades globales pueden ser
magníficos lugares para trabajadores ya establecidos, pero demasiado caros para
aquellos que comienzan. Nueva York, Londres, París, Tokio, o también Milán y
Barcelona son ejemplos de ciudades con grandes oportunidades pero decididamente
muy caras. Algunas grandes ciudades como Berlín o Montréal han conseguido unir
unos precios asequibles con interesantes oportunidades laborales para artistas y
creativos. Pero, en general, las ciudades intermedias son las que pueden ofrecer una
mejor relación calidad-precio como lugar de residencia. Si a ello somos capaces de
añadir otros atractivos de estas ciudades, el éxito puede estar asegurado (Waitt y
Gibson, 2009).
Calidad de vida y sostenibilidad son también dos aspectos que, como ya hemos
destacado en el caso canadiense, presentan unas ventajas muy favorables para las
ciudades intermedias. Éstas suelen ofrecer la mayoría de servicios necesarios para
sus habitantes pero, además, con unas distancias mucho menores. El tiempo de
desplazamiento se reduce (a menudo caminando o en bicicleta) y el tiempo sobrante
puede aprovecharse para realizar otras actividades como pasear o, simplemente,
relajarse.
Mayor inclusión social. Una de las críticas constantes a las grandes ciudades son las
crecientes desigualdades sociales o la marginalidad que se da en ellas. La sociedad
postindustrial, lejos de aumentar la cohesión social, ha contribuido a menudo a
reducirla. Los procesos de gentrificación asociados a la economía creativa y del
conocimiento van muchas veces ligados a otros procesos paralelos de exclusión
social. De nuevo, las ciudades intermedias se sitúan como espacios en los que, si
bien las desigualdades sociales están –evidentemente– presentes, también poseen
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unos índices de exclusión mucho menores y, sobre todo, más manejables y con
posibilidades reales de intervención sobre ellos de manera efectiva.
Elevada densidad de relaciones que contribuyen a aumentar el “capital social”. El
tamaño de estas ciudades permite establecer unas redes sociales de gran importancia
para su funcionamiento (Caravaca y González, 2009). Los contactos informales, el
conocimiento entre las personas, permiten una mayor agilidad en muchos procesos y
una importante riqueza en la formación de capital social. Sin duda también
podríamos enumerar problemas asociados a estas redes y a los controles sociales
que ejercen, pero en la gran mayoría de los casos, los beneficios son muy superiores
a los problemas.
Identidad como proyecto compartido. Aunque sea un elemento intangible
difícilmente cuantificable, las ciudades de un tamaño medio pueden llegar a
construir proyectos de futuro compartidos por los agentes y actores sociales y por
buena parte de la población. Esto facilita en gran manera el establecimiento de
grandes líneas estratégicas, de diseños de ciudad que ayudan a su articulación.
Las características que acabamos de enumerar son más bien atributos ligados a la
condición de ciudad intermedia, que prácticamente vienen dados por su dimensión y
características. Se trata de ventajas que suplen a las debilidades que, precisamente por
su tamaño, también suelen presentar este tipo de ciudades. Pero, en cualquier caso, son
únicamente unas características de partida, necesarias pero no suficientes. Las ciudades
intermedias deben afrontar importantes retos. A partir de los mimbres con los que
cuentan, tienen que intentar superar sus dificultades, sobre todo logrando aprovechar las
fortalezas que poseen e, incluso, consiguiendo convertir sus debilidades en
oportunidades de futuro. Los retos no son menores, pero se pueden identificar y
depende de la actuación de cada ciudad el que consiga sacar el máximo provecho de sus
ventajas o que, por el contrario, se quede lastrada y parada por el peso de sus
debilidades.
Entre estas oportunidades y retos que se les plantean a las ciudades intermedias,
podríamos comentar numerosos aspectos. Nos limitaremos a presentar, únicamente,
aquellos que consideramos más relevantes:
1. A pesar de las predicciones en contra, la localización de la ciudad continúa siendo un
factor clave. De esta forma, las ciudades medias situadas a distancias razonables de
áreas metropolitanas (o incluso dentro de regiones urbanas extensas) poseen un mayor
potencial, especialmente cuando esta cercanía va acompañada de buenas infraestucturas
de comunicaciones. Una política inteligente de estas ciudades intermedias les puede
permitir aprovechar las ventajas de las grandes ciudades –a la vez que evitar los
inconvenientes–, mientras logran explotar sus propias fortalezas.
2. En la misma línea es extraordinariamente importante la colaboración entre ciudades.
Lejos de verse como competidoras deben ser capaces de buscar complementariedades
que las potencien mutuamente. La creación de redes, formales e informales, que les
permitan compartir experiencias y generar sinergias es clave para el desarrollo de estas
ciudades. De hecho, está comprobado que las regiones con una mayor densidad de redes
de colaboración entre sus ciudades pueden conseguir mayores cotas de desarrollo (Riera
y Ganau, 2009). No es lógico que ciudades que se encuentran a menos de una hora de
viaje sigan con políticas aislacionistas, ignorándose o compitiendo entre ellas. En el
mundo actual, la competencia es global y puede hallarse a miles de kilómetros, antes
que en la ciudad vecina. Por el contrario, el trabajo colaborativo puede ayudar a la
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generación de sinergias y de economías de escala entre ciudades intermedias cercanas,
que las hagan más fuertes respecto al exterior.
3. Otra cuestión importante es la relación que estas ciudades establecen con su entorno.
Nos hemos referido al papel de intermediación que las ciudades de tamaño medio
pueden y deben establecer con su entorno más rural. Cada vez más, estudios abogan por
la posibilidades de generar economías creativas en entornos rurales (Bell y Jayne, 2009,
Sibertin-Blanc, 2008). El fortalecimiento, en definitiva, de las redes urbanas y la
potenciación de sus interrelaciones con el entorno rural puede ser clave en el desarrollo
de ciudades y regiones. Las dinámicas territoriales tienden a retroalimentarse: una
ciudad activa puede ayudar a dinamizar otras ciudades menores y a sus regiones.
Gülumser, Baycant-Levent, Nijkamp, 2010).
4. Hemos hecho referencia a las identidades de las ciudades intermedias, en muchos
casos más reconocibles que las de las grandes ciudades. La imagen juega un papel muy
importante en todo lo relacionado con la economía creativa. Hasta cierto punto, las
propuestas de Florida respecto a las ciudades creativas (Florida 2005) tienen un
importante componente de imagen. En buena medida, se trata de crear ciudades que
resulten atractivas para las clases creativas de forma que se conviertan en sus nuevas
residencias. Pero sin una operación de promoción de las cualidades de las ciudades, esto
raramente ocurrirá. La creación de una buena imagen de la ciudad y su venta al exterior
cuenta con una larga tradición en las políticas locales de crecimiento (Ward, 1998). Sin
embargo, como ya hemos advertido, las ciudades intermedias suelen quedar al margen
de los rankings que miden las bondades de las ciudades donde pueden establecerse las
empresas. Parten, pues, de una menor visibilidad y de mayores dificultades para ser
conocidas. Su esfuerzo debe ser, por tanto, mayor en comparación con las grandes
ciudades. Primero será necesario generar una imagen positiva que parta de los valores
con que cuenta la ciudad. En segundo lugar deberá dar a conocer esta imagen para que
tanto creativos, como empresarios, turistas y trabajadores acudan a la ciudad.
5. Finalmente, la materialización de las oportunidades de cualquier ciudad, también las
intermedias, pasa por el diseño de políticas urbanas activas y efectivas (Healey, 2004)
que, por ejemplo, apoyen la cultura y la educación como factores claves de desarrollo.
Unas políticas que a partir de elementos preexistentes contribuyan a construir la realidad
sobre la cual deberá basarse la identidad de la ciudad, su imagen interior y exterior. En
este proceso, es preciso insistir en la necesidad de contar con la participación activa de
los ciudadanos, construyendo escenarios de futuro atractivos y compartidos, y
estrategias para alcanzarlos.
5. Reflexiones finales
A partir de los aspectos que hemos ido desgranando hasta aquí creemos posible plantear
unas reflexiones finales que sirvan para recapitular ideas que han ido surgiendo y, a la
vez, acercándonos al caso español, proponer algunas acciones que permitan a las
ciudades intermedias posicionarse mejor ante los cambios que se están produciendo
respecto a la economía de la creatividad y del conocimiento.
En primer lugar, consideramos fundamental una mayor atención a las políticas
culturales urbanas que estén, además, bien enfocadas. Si nos centramos en el caso
español, durante las últimas décadas, las políticas culturales han ido dirigidas,
básicamente hacia dos objetivos. El primero, la construcción de equipamientos y de
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contenedores para actividades culturales, supliendo déficits heredados de épocas
pasadas. El segundo, la democratización de la cultura, poniéndola al servicio de los
ciudadanos y estimulando así el consumo cultural.
Estos dos tipos de políticas culturales –construcción y consumo– han buscado también
otro objetivo: la utilización de la cultura como factor fundamental (o complementario,
según la ciudad) para la atracción turística. En este sentido, desde la conservación y
revalorización del patrimonio cultural hasta la construcción de nuevos museos o la
organización y promoción de eventos culturales han sido utilizados como reclamo para
la atracción de unos turistas que han de ayudar a dinamizar la economía urbana (Paül,
2009).
El auge y consolidación de un turismo cultural creciente en Europa ha animado a
muchos gobiernos locales a convertir la atracción de visitantes foráneos en un objetivo
básico de sus políticas urbanas. Las ciudades se mueven, así, entre la formación de
algunas redes (en ocasiones valiosas y fructíferas) para compartir experiencias y la
competencia como forma dominante de relación.
Un buen ejemplo lo constituye la dura competición que en los últimos años se ha
establecido en España para conseguir la designación de capital europea de la cultura
para el año 2016. Esta concurrencia ha llevado a 16 ciudades, la mayoría de las cuales
podríamos considerar intermedias, a presentar candidatura y a establecer la pugna más
numerosa que se ha establecido hasta ahora en Europa para este tipo de designaciones,
(superando claramente las 8 candidaturas de Francia 2013, las 10 de Alemania 2010, las
11 de Polonia 2016 e incluso las 12 del Reino Unido 2008, el récord hasta la fecha).
Esta masiva apuesta para conseguir la capitalidad cultural tiene como base la confianza
en el turismo cultural como importante motor económico y la oportunidad de
aprovechar la capitalidad como escaparate de promoción exterior. Sin duda, el proceso
competitivo también ha aportado beneficios en forma de nuevos equipamientos o de
mayor sensibilización de los poderes públicos por los temas culturales. Pero, al mismo
tiempo cabe preguntarse hasta qué punto no se está compitiendo por un modelo que
tiene unos límites muy cercanos y unas importantes servidumbres.
El turismo urbano ha traído importantes beneficios en los últimos años. Sin embargo, se
trata de un modelo que presenta numerosos problemas: la gran dependencia de las
economías exteriores, la escasa cualificación de los puestos de trabajo que se crean, el
límite de carga de unos centros históricos cada vez más saturados de turistas… En este
modelo, la ciudad en sí misma es transformada en un producto que debe ser vendido
hacia el exterior, pero que paradójicamente, acaba siendo “consumido” in situ.
Los problemas que van asociados al turismo como modelo sostenible en el tiempo son
evidentes. Pero es que, además, finalmente sólo una de las 16 ciudades podrá tener la
distinción de capitanear la cultura europea en 2016. En estos momentos 6 ciudades han
quedado como finalistas, y deberán esforzarse e invertir aun más para conseguirlo
Finalmente una se alzará con la victoria. ¿Pero qué pasará con las otras 15? ¿Realmente
se trata de un viaje para el cual se necesitaban unas alforjas tan repletas? ¿Habrá valido
la pena el esfuerzo? Y una última reflexión: ¿Cuánto europeos saben cuáles son las
capitales culturales de este año? ¿Y cuántos se acuerdan de cuales lucieron este título en
los dos años anteriores y, además, qué conocen de nuevo sobre ellas?
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Más allá de esta instrumentalización de la cultura, las ciudades medias tienen la
oportunidad de utilizarla como factor de desarrollo integral en diversos sentidos. Nos
centraremos solamente en tres. En primer lugar, la cultura constituye un poderoso
elemento de cohesión social, absolutamente necesario en un mundo donde las ciudades
y los países se convierten cada vez más en multiculturales. La uniformización comienza
a ser un valor del pasado. La necesidad de convivencia entre culturas diversas reclama
conceder una mayor importancia a estas culturas. Al mismo tiempo, la dinamización
cultural contribuye a disminuir la marginalidad de determinados colectivos y a su
integración social (Stern y Seifert, 2010)
Un segundo aspecto en el que cultura y creatividad se convierten en un elemento cada
vez más potente es en el desarrollo de las industrias culturales. En unas ciudades donde
la industria empezó a huir a partir de los años ochenta (si es que, en muchas ciudades
españolas, alguna vez la hubo), la nueva reindustrialización pasa por esta nueva
producción posindustrial (Pratt y Jeffcutt, 2009). No es necesario renunciar a la cultura
como producto que debe ser consumido en el lugar (como pasa con el turismo), pero sí
que cada vez se hace más perentorio apostar por una industria capaz de exportar sus
producciones culturales y creativas hacia el exterior.
El tercer aspecto, no exactamente cultural, pero sí íntimamente relacionado, es la
educación. Ya hemos hecho referencia a los míseros resultados que se obtiene de la
competencia de las ciudades por la atracción del talento y de los creativos. Talento y
creatividad son bienes escasos, pero susceptibles de ser aumentados. No se puede
aceptar la suma cero, resultado final de la competencia de las ciudades por el mismo
talento, como problema inevitable. La creatividad se puede crear. Sin duda, la apuesta
por una educación de calidad, que aliente el talento y potencie la creatividad
fomentando el pensamiento divergente y disidente, requiere mayor paciencia que la
atracción de personas ya formadas en otros lugares. Pero también es evidente que a la
larga los resultados serán mucho más positivos y afectarán a toda la sociedad.
En esta misma línea, al tiempo que se invierte en la educación de los más jóvenes para
mejorarla, también es fundamental el papel de las universidades. Todas las ciudades
intermedias de un cierto tamaño poseen algún tipo de centro de formación superior.
Aunque a menudo se ha dicho que hay otros lugares mejores que las universidades para
potenciar la creatividad (Landry 2000, 2006), es indudable que estos centros y las
entidades dedicadas a la investigación se convierten en claves para el desarrollo de las
ciudades intermedias. Sin talento no hay innovación pero, para ello, este talento debe ser
potenciado y ayudado. Algunas experiencias de parques científicos bien gestionados en
ciudades medias marcan la senda a seguir.
Finalmente, todos estos cambios son imposibles sin una importante transformación en el
gobierno de las ciudades. Después de Barcelona, son ya varias las ciudades que han
desarrollado planes estratégicos culturales. Tal vez sean un buen instrumento, pero
únicamente si va acompañado de un cambio más profundo en la gobernanza local, de
políticas públicas que a la vez que son diseñadas para prever el futuro, también sean
suficientemente flexibles para ir adaptándose a la realidad cuando este futuro no
coincida con el que habíamos previsto.
Debe haber una coordinación efectiva, no únicamente institucional, de todos los actores
que actúan en la ciudad. Y al mismo tiempo, como ya se ha dicho, esta coordinación
debe ampliarse a otras ciudades con quienes crear redes para compartir experiencias,
11
preocupaciones y soluciones. Solamente a través de este camino, de aprovechar la
facilidad e intensidad del establecimiento de redes de ciudades medias, podremos
superar la crisis económica y, lo que es más importante, comenzar a construir un nuevo
modelo económico que, por fin, no tenga su base en la construcción inmobiliaria y el
turismo como pilares fundamentales.
Después de años sabiendo que si la economía crecía lo hacía alejándose de la
productividad real, y después de la profunda crisis económica a que nos estamos
enfrentando, tal vez ya va siendo hora que reflexionemos profundamente sobre qué
queremos ser de mayores. El talento, la creatividad y la potenciación de las ciudades
intermedias constituyen algunos de los principales ingredientes del nuevo modelo que
como sociedad debemos construir para legar un país con ilusionantes perspectivas de
futuro a las siguientes generaciones.
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