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Transcript
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Reseñas
de lecturas sobre
geopolítica y
economía global
Russia and the New World Disorder
Lo, Bobo (2015), Brookings Institution Press/Chatham
House, Baltimore/Londres.
“ En lugar de centrarse en el pensamiento estratégico serio (y mucho
menos la imaginación), el Kremlin se ha distraído con “triunfos”
tácticos y una gran dosis de autoengaño. Pese al énfasis del Kremlin
en la búsqueda “pragmática” de los intereses nacionales, su enfoque
de relaciones internacionales está distorsionado por un mundo
virtual que promete mucho, pero que ofrece pocos resultados.”
Sinopsis
La anexión rusa de Crimea en marzo de 2014 fue un acto revolucionario y agresivo. Fue
revolucionario porque, por primera vez en más de medio siglo, un estado europeo
invadió el territorio de otro por la fuerza. Esta acción de Moscú tambaleó las bases del
sistema internacional de 1945 y marcó el fin de la política de adaptación con Occidente
posterior a la guerra fría. Un “nuevo” sistema estaba emergiendo, incluso si nadie
conocía muy bien las reglas o el resultado. Al mismo tiempo, las acciones del Kremlin
significaban un retroceso a una era que muchos habían dado por superada.
Para Bobo Lo, autor de Russia and the New World Disorder (Rusia y el nuevo desorden
mundial), hoy en día la narrativa en Rusia es diferente. La globalización, o al menos la
globalización liderada por Occidente, está fuera de juego, mientras que la geopolítica ha
vuelto como elemento principal de la política exterior de Putin. Rusia ha vuelto a lo
tradicional, a lo familiar, a lo nativo. Dentro de sus fronteras el país está persiguiendo la
“idea nacional” basada en una política conservadora y valores sociales, libres de la
influencia del liberalismo occidental. Internacionalmente, el país está liderando un
nacionalismo renaciente que desafía abiertamente el liderazgo de Estados Unidos y la
legitimidad de muchas de las normas e instituciones globales. En opinión de Bobo Lo, el
sentimiento de inferioridad que una vez caracterizó la actitud de las élites rusas ha
cedido ante una nueva militancia y, al menos en público, una confianza agresiva.
A lo largo de esta obra, el autor realizará un análisis (nada complaciente) de Rusia y
buscará mostrar al lector cuál es la percepción, estrategia y rol de Rusia en este nuevo
desorden mundial. Para Bobo Lo, es mucho lo que está en juego. Si Rusia es capaz de
redefinirse como un poder moderno, será un actor clave en la historia del siglo XXI, con
capacidad de ejercer una influencia crítica en la sociedad, economía y política
internacional. Por el contrario, una Rusia no reconstruida podría terminar como una de
las principales víctimas de la transformación global, rezagada en casa, marginalizada de
la toma de decisiones y cada vez más vulnerable frente a las ambiciones de otros países.
1
El autor
Bobo Lo es investigador asociado en el programa de Rusia y Euroasia de Chatham House
(Reino Unido), y un investigador asociado en el Russia and New Independent States
Center del Institut Français des Relations Internationales (Ifri). Anteriormente fue
director de los programas de China y Rusia en el Center for European Reform en Londres,
director del programa de Rusia y Euroasia en Chatham House, y jefe adjunto de misión
en la embajada australiana de Moscú. Es autor de Axis of Convenience: Moscow, Beijing,
and the New Geopolitics (Brookings/Chatham House, 2008).
Idea básica y opinión
Russia and the New World Disorder se estructura en tres partes: primero, el contexto de
Rusia y su política exterior, es decir, los factores domésticos que influyen en el proceso
de toma de decisiones. En segundo lugar, la respuesta del régimen de Putin ante los
cuatro desafíos principales que presenta el nuevo desorden mundial: 1) redefinir Rusia
como actor global y contribuyente a los bienes públicos globales; 2) recalibrar su
influencia post-soviética en Eurasia; 3) llevar a cabo una relación más productiva con la
región Asia-Pacífico; y 4) estabilizar sus relaciones con Occidente. La última parte del
libro mira hacia el futuro y evalúa posibles escenarios futuros para Rusia.
El contexto de Rusia y su política exterior
En los últimos años se ha puesto de moda enfatizar la fusión de la política doméstica con
la política internacional. La última se contempla básicamente como una extensión de la
primera. También existe el pensamiento convencional occidental de considerar que el
sistema político de un país y sus valores determinan su actitud hacia el mundo exterior.
Por ese motivo, se dice que las democracias son más proclives a llevar a cabo una
cooperación de suma positiva que los regímenes autoritarios, que tienden a adoptar
posiciones más interesadas, firmes e incluso agresivas. Estas simplificaciones, sin
embargo, infravaloran, para Bobo Lo, la complejidad del nexo política
nacional/internacional. En el caso de Rusia este nexo asume diversas formas. El vínculo
es evidente en el nivel más básico en la cultura política y modus operandi de la élite
de Putin. Aunque esta élite no es monolítica, existen bastantes puntos en común, sobre
todo en cuanto a política exterior: como subraya Bobo Lo, esta élite no suele desafiar
supuestos fundamentales de la política exterior. Las diferencias surgen más bien por
conflictos de intereses, no de ideas. Comparado con los amargos desacuerdos en
cuanto a la reforma económica, no existen apenas serias desavenencias en cuanto a
política exterior. El destino de Rusia como un gran poder e identidad de civilización
única son aceptadas como verdades evidentes, con un resentimiento hacia las políticas
y acciones de Occidente. La élite rusa tampoco contradice la realidad central de la
política del país, que significa que la mayor parte de las grandes decisiones deben pasar
por Putin. Uno de los grandes errores de la administración de Obama fue pensar que
durante el reset (estrategia de la administración de Obama para recomponer la relación
2
entre Estados Unidos y Rusia) había dos bandos políticos en Moscú: uno progresista y
favorable a Occidente, que estaría liderado por Medvedev, y otro reaccionario y
conservador bajo la batuta de Putin. Sin embargo, sin la aprobación de Putin no habría
respuesta positiva al reset.
Otros factores estructurales también influencian la relación entre la política nacional
e internacional en Rusia. Su situación geográfica ha reforzado su percepción de que
tiene interés directo en los acontecimientos que suceden desde Europa hasta el
nordeste de Asia y Pacífico, pasando por el Ártico y Oriente Medio, y ha alimentado una
visión de política exterior dominada por la seguridad y la percepción de amenazas. La
extensión de su territorio, que cubre más del 10% de la superficie terrestre mundial,
también ha contribuido a reforzar su identidad de “imperio”. Al tamaño físico y
extensión se añade la auto-identificación. La federación rusa comprende más de cien
nacionalidades diferentes, algunas de las religiones principales del mundo y múltiples
tradiciones de civilizaciones. Esto le ha permitido adaptar el discurso y enfatizar su
civilización europea cuando se dirige a la UE, su identidad euroasiática cuando evoca el
desplazamiento del poder global hacia el Este, o subrayar su gran comunidad
musulmana cuando busca proyectar su influencia en Oriente Medio y Asia Central. Esta
multiplicidad de identidades refuerza la idea de Rusia como “especial”. La memoria
histórica también desempeña un papel fundamental en la política exterior rusa: es la
fuente de miedos y humillaciones, la base del orgullo nacional y asertividad, y el
instrumento de legitimación. El mayor miedo existencial, subraya Bobo Lo, es perder
soberanía e integridad territorial. La ruptura de la Unión Soviética no fue solo
traumática por su desmembramiento, sino por el desastre real que supuso pasar de un
súper poder mundial a un país impotente sin interés.
Aunque también hay factores importantes como las fuerzas sociales, en opinión del
autor su impacto es aún nacional. Mientras Putin ha encaminado el país hacia mayor
autoritarismo, la sociedad rusa se ha vuelto más exigente y diversa. El cliché de una
sociedad anestesiada está desactualizado y el apoyo incondicional de la sociedad hacia
Putin no puede darse por contado. El cambio en las dinámicas sociales quedó patente
en las protestas anti-Putin de 2011-12. Sin embargo, en opinión del autor, las protestas
respondían más a un descontento por el fallo del gobierno en combatir la corrupción y
proporcionar servicios públicos decentes, y por el momento han tenido poco impacto
en la formulación de la política exterior. Ocurre algo similar con la religión. Aunque
Putin y otras grandes figuras son vistos a menudo acompañados de líderes religiosos, la
religión, según Bobo Lo, tiene poca influencia en la formulación de la política exterior.
La iglesia sería más bien un instrumento para legitimar la política exterior, y no tanto un
impulsor per se.
La segunda cara de la política exterior rusa es externa. Ideas preconcebidas sobre la
naturaleza inherente de la política internacional, así como juicios más recientes sobre el
ascenso y declive de grandes poderes conforman la base intelectual de la política
exterior de Putin. Se impone una visión hobbesiana, en la que el mundo es hostil, el
fuerte prospera y el débil es abatido, y en el que Rusia es uno de los países ganadores
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de la transición hacia un nuevo orden multipolar. Pero para Rusia, el declive de
Occidente y el ascenso del resto es más que una simple tendencia objetiva en las
relaciones internacionales. Se trata de un proyecto ideológico, impulsado por el deseo
de reclamar la soberanía nacional contra la hegemonía política, económica y
normativa de Occidente, sobre todo porque Estados Unidos y Europa ya no pueden
imponer a los otros su visión de gobernanza global. La división ideológica entre
comunismo y capitalismo ha sido remplazada hoy por una competición entre
autoritarismo tradicional y liberalismo democrático. Esta visión va directamente al
corazón de la percepción de Rusia como un actor global independiente y líder regional.
Y sobre todo, apunta Bobo Lo, refuerza la convicción de que el éxito depende de reforzar
los fundamentos que han sostenido a Rusia en los buenos tiempos, tales como un
sentido claro de propósito nacional, una actitud agresiva hacia el mundo, y crear las
capacidades necesarias para respaldarlos.
Al mismo tiempo, el Kremlin se enfrenta a una continua lucha por reconciliar su visión
de Rusia en el mundo y hacer frente a los desafíos generados por el nuevo desorden
mundial. Bobo Lo indica cómo las circunstancias regionales y globales interfieren en la
política exterior. El nuevo desorden mundial, lejos de ser un nuevo orden multipolar
dominado por pocos poderes grandes, se caracteriza por un ambiente de confusión y
rechazo de normas y modelos. Se trata de un mundo en el que la fluidez del poder exige
un enfoque completamente diferente por parte de los líderes políticos, de adaptación
e incluso reinvención, más que de contención y consolidación. En opinión del autor, la
preferencia por este último enfoque está generando en Rusia una política exterior
disfuncional. Pese al énfasis del Kremlin en la búsqueda “pragmática” de los intereses
nacionales, su enfoque de relaciones internacionales está distorsionado por un mundo
virtual que promete mucho, pero que ofrece pocos resultados. A modo de ejemplo,
Bobo cita los acontecimientos en Ucrania. Aunque pueda parecer inverosímil, el valor
del poder militar está disminuyendo, y el “éxito” de Rusia en Ucrania ha expuesto las
deficiencias del uso de la fuerza, y del poder duro en general. La toma de Crimea fue
una operación impresionante que logró de forma inmediata los objetivos del Kremlin.
Pero ha tenido un efecto negativo para los intereses de Rusia. La administración en Kiev
será hostil a Rusia, al menos durante los próximos años, mientras que el apoyo popular
en Ucrania hacia posiciones pro-europeas ha aumentado considerablemente.
Rusia ante el nuevo desorden mundial
La gobernanza global, más que cualquier otra área, muestra la tensión entre la
percepción y la realidad en la toma de decisiones de Rusia. Por un lado, destaca el
autor, el Kremlin se enorgullece de defender la correcta implementación de las
resoluciones de Naciones Unidas. Ha desempeñado un papel clave en establecer nuevas
estructuras multilaterales, como la Organización de Cooperación de Shanghái y la Unión
Económica Euroasiática. Además, actúa como si se tratase de un actor indispensable –
ya sea en Ucrania, Siria o en las cuestiones de seguridad energética global–. Entonces,
¿por qué ha adquirido Rusia tan mala imagen en cuanto a gobernanza global se
refiere? Cuando Rusia resiste la voluntad de la “comunidad internacional”, al país se le
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censura. Y si coopera, su cumplimiento se considera únicamente una elección racional y
moral que no requiere ser comentada, y mucho menos alabada. La preocupación de
Rusia por la gestión de conflictos, el terrorismo y la proliferación nuclear debería ofrecer
una amplia gama de oportunidades de cooperación. Sin embargo, se le acusa de
manipular su relación con los países vecinos, se le resta importancia a su contribución
en Afganistán y su presencia en Siria es, por lo general, vista como obstruccionista.
Para Bobo Lo, lejos de una conspiración de Occidente, el motivo de esta imagen se
encuentra en la gran distancia existente entre su apoyo formal a la “primacía del
derecho internacional” y la integridad territorial de los estados, y su enfoque muy
selectivo a la hora de implementar tales principios. Así, poco después de criticar el
unilateralismo y excepcionalidad de la actuación estadounidense en Siria en el otoño de
2013, el Kremlin reveló una actitud sobre Ucrania de “haced lo que digo, no lo que
hago”. En el proceso, confirmó que los intereses nacionales rusos priman de largo sobre
los estándares de comportamiento internacional aceptable. La voluntad y capacidad de
Rusia para desempeñar un rol significativo en la gobernanza global importan, porque el
país tiene intereses globales. Pero la pregunta para el autor es ¿qué tipo de actor global?
Durante los últimos 200 años, la élite que ha gobernado en Rusia ha considerado el
estatus de poder global como un derecho histórico del país, independientemente de
las circunstancias. Sin embargo, en el nuevo mundo de hoy en día, el “derecho divino
de los grandes poderes” ya no es sostenible.
No solo eso, destaca Bobo Lo, sino que Rusia tiene una influencia mínima en la mayoría
de los asuntos más importantes de la agenda global actual. A modo de ejemplo, Bobo
Lo explica cómo la crisis económica que estalló en 2008 puso de relieve la necesidad de
reformar la arquitectura financiera y reducir la dependencia del dólar. Sin embargo, una
reforma del FMI y del Banco Mundial favorece a China y a India, no a Rusia. De hecho,
su peso en estas instituciones podría verse reducido, ya que los pronósticos indican que
su peso en la economía global (del 3,3% en 2014) va a disminuir. Por otro lado, tampoco
está claro que un alejamiento general de dólar implicase una inclusión del rublo en la
cesta de divisas. Otro ejemplo citado por el autor de la poca influencia rusa en la
economía global es su incorporación a la Organización del Comercio Mundial en 2012,
convirtiéndola en la última gran economía en acceder.
Quizás el desafío más difícil de la política exterior rusa consiste en recalibrar su
influencia en el espacio post-soviético y pasar de jefe imperial a poder posimperial.
Todos los imperios tienen dificultades para ajustarse al declive, y en opinión de Bobo Lo,
Rusia no es ninguna excepción. El colapso de la Unión Soviética fue una experiencia
terrible en todos los sentidos. Aunque Moscú sabe que no se puede reconstituir de
nuevo, considera que tiene el derecho legítimo de influenciar en sus antiguas
repúblicas soviéticas, y continúa siendo alérgico a la posibilidad de que se alíen con
otros poderes en contra de Rusia. Esto se mostró con una claridad meridiana en 2008,
cuando la perspectiva (lejana) de que Georgia y Ucrania entrasen en la OTAN fue
utilizada por el país como excusa para intensificar las tensiones con Tiblisi. También se
ha podido ver en los esfuerzos del país por hacer descarrilar las negociaciones sobre el
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Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la Unión Europea, así como en la respuesta
militar de Rusia a la revolución de Maidán. Sin embargo, señala Bobo Lo, frente a esas
aspiraciones imperiales hay realidades que el país no puede obviar. Las repúblicas exsoviéticas llevan siendo independientes desde hace más de dos décadas, y son más
celosas con su soberanía. Por lo tanto, Rusia se enfrenta a una elección difícil: puede
reconsiderar su enfoque y tolerar la presencia de terceras partes, o puede seguir
insistiendo en sus “derechos” y correr el riesgo de dañar la influencia y relaciones que
tanto le importan. El desenlace de Ucrania muestra lo terrible que puede llegar a ser la
ruptura de este equilibrio delicado.
Uno de los asuntos recientes más publicitados ha sido el giro de Rusia hacia el Este. Es
decir, no solo expandiendo los lazos con China, sino tratando a la región de Asia-Pacífico
como un escenario importante de compromiso económico y de seguridad. De nuevo, la
desconexión entre la percepción y la realidad es abismal. Mientras que Moscú señala la
reemergencia del país como un poder “Euro-pacífico”, un contrapeso geopolítico entre
China y Estados Unidos y un puente económico y civilizacional en Eurasia, lo cierto,
apunto el autor, es que ha tenido dificultades para materializar tales grandes
ambiciones. A excepción de algunos acuerdos energéticos, la huella de Rusia en el
continente asiático es bastante superficial y pocos consideran que su contribución
pueda ir más allá de recursos y armas. El enfoque de Moscú continúa centrándose casi
exclusivamente en China y su interés en la integración económica y la construcción de
la seguridad regional son bastante limitadas. Asimismo, destaca el autor, el retraso de
sus regiones del Este perjudica la búsqueda de aceptación e influencia en una parte del
mundo que está cada vez más disputada y competitiva.
Con respecto a su relación con Occidente, Bobo Lo señala que la crisis financiera global
y de la eurozona han llevado a Rusia a sobreestimar su pérdida de influencia y poder.
Sin embargo, el país debería llevar a cabo una estrategia más consistente basada en una
apreciación equilibrada de la realidad actual y los intereses de Rusia a largo plazo. Para
el autor, un enfoque práctico consistiría en entender que las principales amenazas a
las que se enfrenta Rusia en el siglo XXI no proceden de la defensa antimisiles de
Estados Unidos ni de la Asociación Oriental de la Unión Europea, sino de la
inestabilidad en países vecinos, la proliferación nuclear y el crimen transnacional. Tal
enfoque implica romper con la mentalidad de suma cero que ha dominado durante
tanto tiempo la relación con Estados Unidos, así como desarrollar una comprensión más
sofisticada de las dinámicas europeas.
Perspectivas de futuro para Rusia
Son muchos los analistas que desestiman la posibilidad de que Rusia cambie de
actitud, sobre todo mientras Putin continúe dominando la política rusa. Este análisis
negativo considera que el sentido de “gran poderío” (derzhavnost) e imperio siempre
ha estado en el ADN de los gobernantes rusos. Aunque a nivel operativo el Kremlin se
haya acomodado a veces, el enfoque estratégico ha continuado siendo conservador y
reaccionario. Y lo cierto es que resulta ser optimista a la luz de los acontecimientos
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recientes. Sin embargo, Bobo Lo enfatiza que las circunstancias pueden alterar, y de
hecho alteran, las estrategias. Una política guiada por la geopolítica puede perder todo
su atractivo, incluso para una élite educada en la cultura del poder militar, la grandeza
nacional y la realpolitik. Asimismo, una creciente presión social y económica, fisuras
dentro de la élite o factores externos poco favorables (como un desplome del precio de
las materias primas o una China con una posición cada vez más firme) pueden convertir
lo improbable de hoy en lo posible, e incluso necesario de mañana. Sin afán de querer
predecir cuál será el futuro, Russia and the New World Disorder concluye con cuatro
escenarios para 2030:
1. Inmovilismo “suave” o semi-autoritario
En este escenario el sistema político estaría dirigido por una personalidad
absolutista. La economía sería similar a la de la época del tándem Putin-Medvedev.
Los intentos de modernización serían limitados y la energía y los recursos naturales
continuarían siendo las principales fuerzas de riqueza y proyección de poder. En
política exterior, se observaría un fortalecimiento de los valores, normas e identidad
rusa. Bajo este escenario es difícil contemplar una perspectiva para el país que no
implique el declive de su posición internacional.
2. Autoritarismo duro
Este escenario solo sería posible si se dieran unas circunstancias similares a las de
Alemania en 1930: colapso económico e hiperinflación, fractura política,
descontento social y humillaciones en política exterior. Habría un deseo general de
restaurar la estabilidad y las esperanzas se centrarían en un “líder fuerte”. Pese a los
esfuerzos de mostrar una fachada de seguridad, una Rusia autoritaria se sentiría
profundamente insegura. Sensible a sus propias debilidades, optaría por encerrarse
en sí misma, llevando a cabo un política exterior casi minimalista. La mayor amenaza
para este régimen vendría de su incapacidad para adaptarse o contener influencias
externas e internas. El paradigma sería el mismo que en el escenario anterior: la
imposibilidad de aislar a Rusia del mundo que le rodea.
3. Régimen que se fractura
Aunque hoy en día puede que no resulta un escenario factible, podría darse el caso
ante la combinación de varios factores como una caída sostenida en el precio de las
materias primas, la desaparición o incapacitación de Putin, una guerra interna entre
la élite y desenfrenados problemas socio-económicos. El resultado podría ser una
Weimarización de Rusia, con un pluralismo auténtico, activismo cívico, liberalización
económica y cultural que coexisten con instituciones débiles, inestabilidad
macroeconómica y ultranacionalismo. También podría verse la desintegración
territorial del país.
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4. Segunda ola de liberalismo
Este escenario parte de la premisa de que el país acabará llevando a cabo un proceso
de modernización para hacer frente al continuo retroceso y pérdida de poder del
país. Habría avances reales en cuanto a reformas, pluralismo político, estado de
derecho (aunque imperfecto), instituciones que funcionan, una economía
competitiva y una sociedad civil que emerge. La política exterior resultante sería
internacionalista, con una re-conceptualización de las nociones de grandeza y
poder.
Puede que muchos de estos supuestos no se materialicen. Sin embargo, para Bobo Lo,
la única certeza es que Rusia tiene por delante tiempos tremendamente difíciles. La
forma en que sus responsables políticos respondan a los desafíos nacionales e
internacionales será crucial para su futuro en un siglo con un desorden cada vez mayor.
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